Plural ha
sido la celeste historia.
Consolidación
y decadencia de las redes de poder de la elite modernizadora rioplatense,
1850-1930
Plural ha sido
la celeste historia. Consolidation and decline of power networks of Rio de la Plata elite,
1850-1930
Daniele Bonfanti
Agencia Nacional de Investigación e Innovación,
Uruguay
tanobonfanti@gmail.com
Resumen
En este trabajo se examina la evolución de las
redes sociales de un grupo empresarial homogéneo que, a partir del último
cuarto del siglo XIX, impulsó en Uruguay un entramado de relaciones con
vocación de “red de poder”. A pesar del ascenso social de estos empresarios sus
redes de poder fracasaron. El artículo intenta ofrecer alguna explicación sobre
este proceso.
Palabras
claves
Redes sociales, Historia del Uruguay, Historia
de las elites.
Abstract
This
paper examines the evolution of social networks of a fairly homogeneous group
of entrepreneurs. From the last quarter of the 19th
century, this group promoted in Uruguay a framework of relations with the aim
of "red power". Despite the social rise of these innovative
entrepreneurs, these power networks failed. The work tries to offer some
explanation about this process.
Keywords
Social
Networks, History of the Uruguay, History of the elites.
Introducción
Este trabajo constituye un
acercamiento al proceso de conformación, consolidación y decadencia de un
sector modernizador de la elite uruguaya, implicado en las transformaciones de
la producción agropecuaria, a partir del análisis de las densas redes sociales
que se impulsaron para difundir nuevas técnicas y conocimientos.[1] Este entramado de relaciones sociales,
que tuvo su centro en la Asociación Rural del Uruguay (en adelante ARU) tuvo
una vocación de “red de poder”, aunque sólo parcialmente logró condicionar las decisiones
políticas generales.
El artículo se centrará de
manera específica en la trayectoria de la familia Vidiella, caso ejemplarizante
de este sector social de origen extranjero que realizó su ascenso entre 1860 y
1870, impulsó un conjunto de innovaciones productivas, apostó decididamente a
la viabilidad del país como Estado-Nación y participó activamente en la ARU
desde su fundación hasta su crisis de representación de principios del siglo
XX.
Quiero subrayar el carácter
sustancialmente descriptivo de esta investigación. La historiografía uruguaya
ha recurrido frecuentemente a la caracterización de categorías sociales
“fuertes”, aparentemente bien definidas que, sin embargo, han demostrado tener
escaso valor explicativo. Creo que un trabajo con un fuerte contenido empírico
pueda contribuir a superar estas categorizaciones imprecisas y a mejorar el
enfoque teórico sobre el tema.
La
ARU y la clase alta rural
Uruguay (como el resto de
América Latina) atravesó entre el último cuarto del siglo XIX y las primeras
décadas del siglo XX, un cambio estructural, definido como proceso de
modernización, que optimizó su incorporación a la economía mundial como país
agroexportador, llevó a la formalización de instituciones políticas que permitieran
cerrar los conflictos derivados del proceso de independencia y que le otorgaran
estabilidad y viabilidad como Estado independiente, impulsó una pronunciada
urbanización pautada por un espectacular crecimiento demográfico, a su vez
determinado por la inmigración proveniente de la Europa mediterránea.
La constatación de estas
transformaciones estructurales impuso, a la historiografía uruguaya, un
conjunto de cuestiones de no fácil resolución. Insertando la modernización en
un marco que debía confirmar que Uruguay, como realidad nacional preexistente,
era el resultado “natural” de la evolución histórica y que ratificara que “lo esencial de la economía nacional derivaba
de la ganadería”[2], esta visión debía hallar un sector
dominante que tuviera las características esperadas (rasgos reducidos y
homogéneos, control de la política y la economía) pero también explicar las
peculiaridades del reformismo liberal de las primeras décadas del siglo XX
(particularmente su legislación social) y, sobre todo, justificar el “fracaso”
de estas transformaciones estructurales que habrían llevado hacia un “desarrollo bloqueado” en los siglos XIX
y XX.[3]
Según esta interpretación, la
estandardización de la legislación y la ampliación “herética” para la época de sus funciones, inaugurada por el primer
gobierno militar de Lorenzo Latorre (1876-1879), hicieron que el Estado liberal
asumiera en Uruguay “roles atípicos”,
que estuvieron a la base del posterior intervencionismo económico y de la misma
“excepcionalidad” uruguaya en el contexto
latinoamericano.[4]
Este fenómeno fue posible
sustancialmente por las “estructuras mentales” que cercenaron el comportamiento
de la clase dirigente a dos posibles caminos opuestos y excluyentes.
Por un lado, un sector de
origen “nacional”, que se demostró reacio a todo tipo de innovación y que se
involucró en actividades económicas “tradicionales”: el comercio, las
inversiones especulativas en bienes raíces urbanos, las actividades financieras
no menos especulativas y modalidades “primitivas” de explotación ganadera. Las
transformaciones estructurales dictadas por el avance del sistema capitalista
mundial llevaron a un inevitable empobrecimiento de esta “oligarquía
tradicional” o “patriciado” que, para conservar su cuota de poder, se hizo
sistemáticamente de todos los cargos públicos a disposición, a través de su
activa participación en la política.[5]
Por el otro, un sector
“moderno”, compuesto por extranjeros o por hijos de extranjeros –condición que
la historiografía uruguaya considera equivalente por razones culturales–,
caracterizado por una mentalidad emprendedora capitalista y, por ende,
interesado exclusivamente por el rendimiento de sus inversiones. Esta elite
“moderna” intentó mantenerse al margen de la política y, de manera específica,
de las modalidades “tradicionales” de resolución de los conflictos a través de
levantamientos, revoluciones y enfrentamientos armados, aunque sufrió sus
consecuencias en términos de pérdidas económicas.
Este dicotómico
comportamiento, que llevó a un cierto divorcio entre política y poder
económico, fue acompañado por la temprana profesionalización del elenco
político, posible por los elevados sueldos otorgados a los gobernantes, que les
permitió “desligarse de la presión de las
clases altas del país por su control casi monopólico del aparato gubernamental”.[6]
El margen de autonomía de
esta clase política profesionalizada se enfrentó con la estructura del país. La
ganadería, única actividad económica considerada rentable, se habría
caracterizado por una casi nula capacidad de evolución. A pesar de que se
verificaran algunos cambios, éstos terminaron fortaleciendo los rasgos
estructurales originarios y las continuidades, ya que “la demanda mundial no exigía una conversión total de lo antiguo a lo
nuevo”.[7] Así que, mientras “Perú tuvo sus ciclos de la plata y el guano; Chile los del trigo, el
salitre y el cobre; Brasil los de la madera, el azúcar, el oro y los diamantes,
el café”[8], en Uruguay al cuero se sumó al tasajo,
la lana al cuero y el tasajo, las carnes vacunas refrigeradas a la lana y el
cuero en un proceso en el cual “ningún
producto nuevo desplazó totalmente al precedente”.[9] Cada uno de estos ciclos económicos
tendría su correspondencia en la evolución política e institucional, que
también se habría desarrollado de manera autónoma pero conservando los
elementos primordiales y distintivos de la realidad social uruguaya: los
partidos colorado y blanco. Justamente en esta continuidad residiría “lo original” de la evolución económica
de Uruguay, donde “lo más
remoto sobrevive en el presente”.[10]
Según esta reconstrucción
historiográfica, una de las consecuencias más inmediata de este proceso fue que
la estructuración social de la campaña fue muy sencilla y polarizada, debido a
que “exagerando algo la nota”, los
pequeños y limitados cambios “sirvieron
en última instancia al mantenimiento del ‘establishment’ ganadero ya definido
en 1800”[11], visto que “hubo modificaciones en el sector social del campo, no desplazamientos”.[12]
En este marco, de “civilización ganadera que nunca renegó de si
misma, fiel a la tierra y al animal como hostil al cultivo”, las pautas
comportamentales de los grupos sociales estarían predeterminadas por la
“vocación ganadera” del país, y su consecuente “mentalidad pastoril”, que
fortalecieron el “conservadurismo
visceral” de las “estructuras
mentales”, que “no pudo menos que
reflejarse en toda la vida nacional desde la política, a la economía y la
cultura”. Esta tendencia a “conservar
[…] y negarse con pasión a las transformaciones”[13] del mundo pastoril habría determinado
una resistencia cultural a lo nuevo que se evidenciaría tanto en el
tradicionalismo generalizado de la sociedad como, más especificadamente, en la
lentitud y la repulsa hacia las innovaciones productivas. En consecuencia,
entre las dos posibles formas de actuación de la elite, el comportamiento
“moderno” y el “tradicional”, este último terminó prevaleciendo.
La estructura social, según
esta visión historiográfica, estaría definida y pautada por estas
“mentalidades” que, a su vez, habrían llevado al enfrentamiento o la
colaboración entre una clase política con un cierto margen de autonomía y una
homogénea “clase alta”, conformada por el llamado “alto comercio montevideano”,
los inversores extranjeros y, sobre todo, una todopoderosa clase terrateniente.
Debido al papel clave de la ganadería en la economía del país, este sector
terrateniente, tuvo una absoluta capacidad de subordinar a los restantes
sectores sociales y encontró en la ARU, a veces su organismo de
representatividad y de presión que, a través de sus asesorías sólo
aparentemente técnicas, “hacía o impedía
que el gobierno adoptase ciertas medidas jurídicas o impositivas”[14], condicionando, frenando u
obstaculizando todo tipo de decisión institucional. Se admite que la ARU nació
como instancia del empresariado “moderno”, dispuesto a optimizar la inserción
del país en el mercado internacional a través de innovaciones en la ganadería.
Sin embargo, debido al substrato ideológico “pastoril”, ya la segunda
generación de estos innovadores comenzó a imitar “las formas del ocio y el derroche urbanos, típicas de la clase alta
tradicional”.[15]
He intentado en otra
instancia presentar unas críticas a esta interpretación historiográfica.[16] Aquí retomaré sintéticamente algunos
elementos útiles para mi razonamiento posterior.
Creada en 1871 por un pequeño
grupo de empresarios que tenían en común la preocupación de promover
innovaciones en el ámbito productivo (no necesariamente agropecuario) y
modalidades más modernas de gestión empresarial, hasta la década de 1910, la
ARU no fue una asociación conformada exclusivamente por productores pecuarios
ni por empresarios que querían especializarse como estancieros. La convicción
de que era necesario diferenciar la producción para responder a la demanda del
mercado interno y para multiplicar la calidad y el tipo de bienes en el
comercio agroexportador, hizo que la gremial se empeñara en promover nuevos
cultivos, particularmente la vitivinicultura.[17] Por otra parte, existió una visión
compartida sobre la necesidad de que el país, para poder consolidarse
definitivamente, debía sufrir una transformación que implicara una reducción
del peso de la ganadería a favor del incremento del espacio agrícola. O, dicho
en palabras de su fundador y secretario perpetuo Domingo Ordoñana, la ARU tenía
el papel de acercar Uruguay a los “nuevos
tiempos, los magnos tiempos de la transición de la primitiva vida pastoril a la
regular vida agrícola, que es la vida que forma la familia, la que da hábitos
morales”.[18]
En este sentido, aunque el
sector agropecuario fuera considerado como el más dinámico (y los productores
como los actores fundamentales para impulsar el desarrollo del país), el
problema básico de la ARU fue el “progreso del país”, como quedó claro desde la
primera circular que convocaba a la constitución de la gremial, el 1º de mayo
de 1871.[19] En este afán de representar a la
totalidad de los sectores modernizadores, el rasgo ruralista de la gremial no
debe entenderse en términos territoriales –ciudad versus campo– sino
valorativos: la campaña era el lugar del esfuerzo, el trabajo y la riqueza
“útil”, la ciudad era el centro de la especulación financiera, pero también el
núcleo potencial desde donde podían derramarse las reformas estructurales.[20]
En consecuencia, como ha sido
relevado para otras gremiales del cono sur,[21] la ARU presentó insalvables
contradicciones entre sus cometidos y su programa. El contexto rural era
presentado como el ámbito de las transformaciones necesarias para modificar la
estructura socioeconómica del país y los productores rurales eran considerados
como la fuerza de cambio. Pero el uno y los otros tenían que sufrir un cambio
radical para cumplir con su función transformadora. El mundo rural era, así,
propulsor de los cambios pero también ámbito que era necesario transformar,
algo que implicaba poner en discusión algunos aspectos fundamentales del modelo
agroexportador y, particularmente en los períodos de crisis económicas, la
misma estructura productiva de la campaña uruguaya, con especial énfasis en las
denuncias contra el latifundio.[22] Probablemente también por esto la ARU
nunca logró reunir un número representativo de adherentes.
Tampoco pudo condicionar de
manera determinante las políticas estatales, ni siquiera durante el gobierno de
Lorenzo Latorre, considerado por la historiografía como el período de mayor
gravitación de la asociación. Esto independientemente del hecho de que existió,
particularmente en el último cuarto del siglo XIX, una cierta cohesión de
objetivos entre el Estado y este grupo modernizador de la elite,
sustancialmente sobre la necesidad de afirmar los derechos liberarles sobre la
propiedad privada de la tierra y, particularmente, mantener la pacificación
interna, condición sine qua non para
impulsar un desarrollo virtuoso del país.
Según los dirigentes de la
ARU, la paz habría atraído inmigrantes que habrían difundido nuevas técnicas de
cultivo, habría sedentarizado a los pobres rurales que habrían encontrado en
los nuevos cultivos una mejora para su situación económica y moral, el
incremento demográfico habría permitido conformar un mercado interno, los
nuevos cultivos habrían garantizado una mayor diferenciación de las
exportaciones, la riqueza obtenida habría otorgado una creciente viabilidad al
país, permitiendo incrementar la diferenciación productiva y atraer nuevos
inmigrantes, en un círculo virtuoso inagotable. Este proyecto indica, entre
otras cosas, la honda preocupación para la integración jerárquica de los peones
desplazados por la afirmación de los derechos liberales de propiedad y para los
agricultores pobres –el llamado
“proletariado rural”– que fue peculiar de la gremial uruguaya, a diferencia de
las homólogas latinoamericanas.
De todas maneras, a parte
esta comunión de preocupaciones, la ARU nunca fue una organización
ideológicamente monolítica. Su fundación parecería corresponder también a la
necesidad de encontrar un espacio neutral donde las diferentes componentes de
la elite modernizadora pudieran confrontar las personales experiencias de
innovación. Además, el debate sobre cómo proceder para impulsar las
transformaciones esperadas fue bastante intenso y estalló en la década de 1890,
cuando se cumplió un relevo generacional en su directiva.
Por último, la historiografía
ha insistido en que la ARU fue constituida sustancialmente “por hombres no pertenecientes a la jerarquía
social tradicional”.[23] A pesar de que esto sea cierto (así como
es verdadero que miembros de la “jerarquía
social tradicional” participaron en la ARU y promovieron innovaciones) creo
necesario insistir en que, para el caso de Uruguay el concepto de “oligarquía
tradicional” o “oligarquía colonial” tiene un sentido relativo. Buena parte de
lo que se define como elite “tradicional” en la década de 1870 se había
conformado después de la finalización de las guerras de independencia y la
Guerra Grande, es decir entre 1830 y 1850. En su ascenso sustituyó a aquella
porción de la anterior oligarquía “tradicional” que se había consolidado
económica y políticamente entre 1770 y 1810 y que no supo ni pudo superar la
crisis provocada por los movimientos revolucionarios y bélicos del período. Los
relevos tan frecuentes en la elite sugieren que ningún sector logró afianzarse
por el tiempo suficiente para poderse considerar como “tradicional” y muestran
una marcada movilidad social, característica de países “nuevos” y con escasa
población. De manera que el recurso a una conceptualización tan categórica
debería, por lo menos, matizarse.
Redes
primarias y redes “científicas” en la fase de ascenso social
Francisco Vidiella nació en
Montroig (Tarragona) en 1820 y llegó, con sus hermanos Juan y José, a Uruguay
en 1837 siguiendo al padre, exiliado por su participación en las guerras
carlistas. La familia Vidiella instaló una casa de comercio en la ciudad de
Salto, nodo estratégico del circuito de intercambio fluvial, y posteriormente
una sucursal en Uruguayana (Río Grande do Sul, Brasil).
En 1857, Francisco se
trasladó a Montevideo, que se transformó en su residencia personal y en el
centro de las actividades económicas, al mando de la firma Vidiella y Escalada primero y Vidiella
y Cía. después, especializadas en la importación de productos catalanes y
españoles, muy probablemente como “habilitado” de la casa Ferrés y Carrau de
Vilasar de Mar (Barcelona).[24]
Su hermano Juan se instaló en
Concordia (Argentina) en el marco de la expansión de la firma “madre”. Después,
complementando la actividad empresarial con la de diplomático “informal”, pasó
a Cádiz para luego residir entre Montevideo y Valencia, colaborando de forma
intermitente en las actividades de su hermano, particularmente en la puesta en
marcha de un viñedo.[25]
Muy llamativa es la
“desaparición” de José, sobre el cual, luego de un brevísimo (e incierto)
paréntesis en las actividades comerciales familiares, prácticamente no se tiene
más noticias.[26] Los pocos datos a disposición parecerían
indicar que tempranamente las relaciones entre José y sus dos hermanos se
enfriaron hasta romperse.
Francisco y Juan se casaron
con hijas de empresarios de origen catalán, aunque ya nacidas en Uruguay, que
tenían una destacada inserción en Salto, respectivamente Dorotea Fortet y
Adelaida Andreu.[27]
El proceso de consolidación y
expansión de Vidiella y Cía. siguió
los rasgos comunes a otras empresas exitosas del período. La estructura
organizativa de la firma se superpuso a la de la familia; el comercio atlántico
desplazó paulatinamente el intercambio a nivel regional que, de todos modos,
jamás fue completamente abandonado y se fomentó la diferenciación de las
actividades, colocando los activos en diferentes ámbitos económicos
(comerciales, financieros, industriales y agrícola) en un proceso que permitió
conseguir rápidamente la autonomía respecto a la empresa “habilitadora”
española.
El comercio tendió a perder
peso en el conjunto de las inversiones, a pesar de que siempre estuvo insertado
en las actividades del empresario, al compás del avance de la diferenciación,
asentada sobre tres ejes fundamentales: un conjunto de negocios amparados y
condicionados por el Estado que, en el caso de Vidiella, terminaron concentrándose
en la adquisición de deuda pública y en la creación de Agencias de Lotería de
Caridad; la compra de bienes inmuebles urbanos; una creciente y constante
atención hacia el sector agropecuario, que llevó a la constitución de diferentes
establecimientos.
Luego de un viaje a Europa,
donde visitó España, Francia y Alemania,[28] Francisco Vidiella adquirió, entre 1874
y 1875, una quinta de 25 ha en Villa Colón (Montevideo). Aquí plantó un viñedo,
en una de las primeras experimentaciones con este cultivo realizadas en el
país, y, luego, construyó una bodega. Su exitosa aclimatación de la cepa Foille
Noir, que en el país pasó a llamarse “uva Vidiella”, otorgó los primeros
retornos económicos al emprendimiento y la granja de Villa Colón se transformó
en la cabecera de las otras actividades de la firma.
En 1884, año de su muerte,
Francisco conformó el Cortijo Vidiella,
de aproximadamente 368 ha en Toledo (Canelones), que, además de viña y bodega,
funcionó como cabaña para la venta de animales refinados (vacunos de las razas
Durham, Jersey y Shorthorn y ovinos Rambouillet) y también para horticultura,
olivicultura e industria lechera. El Cortijo
Vidiella estuvo dirigido primero por su hijo Federico y, luego, por su
sobrino, Manuel Fortet.
De esta breve descripción se
desprende que Vidiella hizo inversiones características de la elite
“tradicional” (comercio, propiedades urbanas, especulaciones financieras),
otras absolutamente innovadoras (vitivinicultura) y algunas que sería difícil
de catalogar (como la creación de Agencias de Loterías). Juzgar sus
emprendimientos sobre la base de conceptos tan ambiguos como los que
fundamentan la dicotomía “tradicional-moderno” resulta imposible, siempre que
no se considere a Vidiella como “tradicional” cuando amplía sus actividades
comerciales y “moderno” cuando contribuye a innovar las modalidades de
explotación agropecuaria.
Vidiella es todavía recordado
como uno de los “padres” de la vitivinicultura uruguaya. A pesar de que el
desarrollo industrial de la producción fue muy tardío, visto que todavía en
1887 la bodega de Vidiella superaba apenas el nivel artesanal,[29] una serie de aciertos en lo que se
podría definir como primitiva mercadotecnia, contribuyeron a afianzar su
emprendimiento. En 1880 Vidiella ofreció su primera botella de vino al entonces
presidente Antonino Vidal y a la directiva de la ARU, anunciando públicamente
que tenía 60 bordalesas (unos 12.000 litros) de vino en su bodega, 80.000 cepas
plantadas, más de 20.000 plantas en almácigo y que de las 57 variedades con las
cuales había ensayado, solamente siete respondían a las condiciones climáticas
del sur del país[30].En 1883 organizó la primera fiesta de la
vendimia realizada en el Uruguay.[31]
Además, puso su granja a
disposición para visitas y consultas sobre el cultivo de la vid, tanto que tuvo
la intención de editar un manual “sobre
viticultura arreglado a las condiciones climáticas de este país”, del cual
en 1880 ya había escrito 78 páginas, y que estaba destinado a instruir aquellos
inversionistas que hubiesen querido incursionar en el sector.[32]
La actividad de difusión de
los conocimientos vitivinícolas adquiridos empíricamente contribuyó a afianzar
una red de intercambio de experiencias entre productores con diferentes niveles
de inversión en el sector que, debido al empeño de la ARU –gremial de que
Vidiella fue miembro activo– en fomentar e impulsar este tipo de experiencias,
tuvo conexiones con análogas relaciones que se estaban verificando en otras
zonas del país.[33]
Aunque sobre estas
estructuras las noticias a disposición son parciales, es importante señalar, en
primer lugar, su rasgo sustancialmente técnico. Las redes servían para difundir
los conocimientos vitivinícolas y, en grado menor, saberes técnicos
relacionados con otros cultivos y con la ganadería. En este sentido, no fueron
pensadas ni sirvieron para conformar sistemas clientelares definidos.
En segundo lugar, que las
jerarquías se fundamentaban sustancialmente sobre el nivel de capacitación
adquirido por la persona que componía la misma red y no por su posición social.
Desde este punto de vista, Francisco Vidiella tuvo un rol central en estas
relaciones no por haber alcanzado la cumbre social, sino por el prestigio
obtenido con el descubrimiento de una cepa que se adaptaba muy bien a las
características climáticas y geológicas del país y a las exigencias de los
productores, debido al elevado nivel de productividad de la uva Vidiella. Y también por demostrar una
cierta generosidad, parcialmente interesada, en ofrecer las plantas de su
vivero a los otros agricultores.[34] Por ejemplo, Wenceslao Lares, empresario
agrícola e industrial de Mercedes que realizó su ascenso social
contemporáneamente al de Vidiella, tuvo con él una fluida relación, por
contactos personales directos y a través de la ARU. Sin embargo, en ningún
momento Lares reconoció algún tipo de subordinación. Ni él ni los otros
componentes de estas redes de difusión del conocimiento aceptaron de manera
pasiva todos los consejos y las enseñanzas de los principales productores. El
hecho de que Vidiella privilegiara algunos vínculos, por ejemplo con Pablo
Varzi, empresario industrial, hijo de italianos y también pionero vitivinícola[35], se debió más a razones de cercanías en
la trayectoria como vitivinicultores que a índoles ligadas a un discutible
linaje. Sin dudas, el constante ofrecimiento de consejos técnicos y el poner a
disposición su experiencia, sus plantas y su establecimiento contribuyeron a
fortalecer el prestigio de Vidiella. Pero éste se fundó justamente sobre su
disponibilidad y no sobre su sola pertenencia a la elite.
Por último, estas redes
difundieron informaciones técnicas a través de sus integrantes. Es decir, el
conocimiento se trasmitió siguiendo los nudos de estas estructuras que no
necesariamente incluían espacios territoriales próximos o cercanos. Por
ejemplo, Vidiella, como se ha visto, estaba en estricta conexión con Pablo
Varzi, que tenía un viñedo a pocos kilómetros del suyo, por razones de amistad
y de comunión de experimentos, pero también, como se ha visto, con Wenceslao
Lares, debido a la importancia de este empresario en los ensayos vitícolas.
Estas relaciones sociales permitieron optimizar el crecimiento de algunos
sectores, particularmente la vitivinicultura pero también otros ámbitos
productivos, a través de la difusión de innovaciones, de especies de plantas
adaptadas a la realidad geo-climática del país, de sistemas preventivos contra
plagas y enfermedades así como impulsaron el nacimiento de organizaciones
empresariales más complejas, como la Sociedad Vitícola Uruguaya de La Cruz
(Florida) o la Sociedad Vitícola Salteña, que intentaron superar (exitosamente
en el primer caso) los costes de la incorporación tecnológica industrial de las
bodegas.
El rasgo familiar de la
estructura empresarial implicó una organización jerárquica que, sin embargo,
garantizó la temprana inclusión de un sucesor. A la muerte de Francisco,
acontecida en 1884, una importante porción de los negocios familiares ya estaba
en manos de Federico, suficientemente adiestrado en los negocios para que la
empresa pudiera sobrevivir y superar la crisis que se habría podido originar
con el fallecimiento de su fundador. Federico Vidiella prosiguió y expandió los
emprendimientos siguiendo la senda trazada por su padre: sumo cuidado para
evitar la dispersión de capitales, pautada reducción de algunas de las
anteriores actividades que habían caracterizado a la firma (particularmente el
comercio), moderada actividad bursátil, adquisición de bienes raíces urbanos y
cuantiosas inversiones agropecuarias, entre las que la vitivinicultura tuvo un
lugar preeminente. En 1892 se adquirieron 4.250 ha en las cercanías de la
Estación Algorta (Río Negro), que se destinaron al pastoreo de ganado vacuno y
lanar, a horticultura, fruticultura y también a vitivinicultura, bajo la dirección
del tío José A. Fortet.[36]
La reconstrucción del ascenso
social de Francisco Vidiella aparenta ser una mera repetición de otros exitosos
empresarios de finales del siglo XIX. La única particularidad es la mala
relación con su hermano Juan, algo que parece confirmar algunas dudas
expresadas hace dos décadas por Ramella sobre el carácter no necesariamente
armónico de las redes étnico-familiares.[37]
En lo que atañe al papel de
la red étnica en el ascenso social, su trayectoria puede superponerse a la casi
totalidad de los otros miembros de esta elite modernizadora y extenderse a
otras realidades latinoamericanas.[38]
Las redes étnicas fueron
determinantes para la inserción de estos personajes en el país de acogida y
para su ascenso social. Sin embargo, fueron rápidamente abandonadas una vez que
estos personajes se consolidaron en la cumbre social.
De
las redes primarias al fracaso de las redes de poder
Un dato provisorio. Sobre un
total de 27 familias de extranjeros que conformaron este sector modernizante de
la elite uruguaya (jefe llegado en juventud al país, ascenso entre los años
cincuenta y sesenta del siglo XIX, participación directa en el proceso de
consolidación de la ARU, llegada a la cumbre social entre 1870 y 1880), en 25
de los casos analizados se puede observar el rasgo endogámico de los
casamientos. El matrimonio con descendientes de las familias “patricias” se
verifica solamente en el caso de Domingo Ordoñana, impulsor y luego secretario
perpetuo de la ARU.[39] Mientras, el solo Bernardino Pons Tutzó,
originario de Mahón (Menorca), constructor, armador naviero y comerciante que
llegó a Montevideo luego de un pasaje por Buenos Aires, se casó fuera de su
grupo étnico con la italiana María Sipolina.[40]
En el caso de la primera
generación de hijos de extranjeros (es decir, ya nacidos en Uruguay) que
tuvieron una trayectoria empresarial equivalente a la del grupo anterior el
comportamiento matrimonial es menos homogéneo. Por ejemplo, Pablo Varzi, hijo
de italianos (en el sentido de súbditos del Reino de Saboya) nacido en
Montevideo en 1848, contrajo nupcias con la también descendiente de italianos
Sabina Servetti, pero su hermana Teresa casó, contra de la voluntad de su
padre, con Julio Levallois, descendiente de franceses.[41] Por otra parte, no hay información sobre
el origen regional de Sabina Servetti y, al respecto, conviene recordar (y
subrayar) que el recurso a la categoría nacional tiene un discutible carácter
explicativo.[42] Algo que se hace particularmente
evidente en el caso de la familia Varzi, visto que el progenitor Giuseppe había
rechazado combatir con la Legión Italiana, al mando de Giuseppe Garibaldi,
durante el sitio de Montevideo (1843-1852), alistándose en la Legión Francesa,
casi seguramente horrorizado por los principios políticos (republicanísimo, socialismo
humanitario) que fundamentaban la constitución de la Legión Italiana.
Los enlaces de la segunda
generación de estos empresarios (sean estos extranjeros o nacionales) muestran
la superación del carácter étnico (y local) de los enlaces matrimoniales. El
comportamiento general es mucho menos definido y definible, aunque se puede
encontrar una genérica tendencia en la endogamia social, es decir matrimonios
entre miembros de este mismo sector social de ascendidos. Mientras en el caso
del pionero se privilegió el carácter étnico de las redes de inserción, los
hijos eligieron el rasgo social de las mismas redes: habían ascendido
socialmente en el ámbito nacional y encontraron relaciones de parentesco con
familias con una equivalente trayectoria, independientemente de su origen.[43]
Por ejemplo, Federico
Vidiella se casó con Malvina Horne Lavalle, hija del comerciante estadounidense
Carlos Ridgely Horne y de Mercedes Lavalle, unión que le permitió estrechar
relaciones con el importante sector de empresarios anglófonos residentes en el
Río de la Plata. Por cierto, se mantuvieron aquellos nudos familiares heredados
que se habían consolidado. Como se ha visto, el tío de Federico, José A. Fortet,
se hizo cargo de la dirección del establecimiento en Algorta, mientras su primo
Manuel Fortet dirigió el Cortijo Vidiella
y, luego, la totalidad de los aspectos agropecuarios de la empresa. Sin
embargo, esto se debió a lazos de tipo familiares, en que lo étnico había
perdido todo tipo de sentido, entre otras cosas porque José ya había nacido en
Uruguay y Manuel representaba la segunda generación de uruguayos de su familia.
Es decir, cuándo resisten, las redes étnicas se transformaron en redes
afectivas.[44]
También en las actividades
económicas comenzó a evidenciarse la “traición” del carácter étnico de las
redes, con la inserción de personas juzgadas por su capacitación y no por su
origen, como fue en caso del francés Soulez, corresponsal de la firma en
Concordia (Argentina) en los años ochenta, que sustituyó a Gutiérrez y Bustillo.[45]
Probablemente sería excesivo
considerar esta nueva pauta matrimonial como una elección estratégica
generalizada, sin embargo tiene una cierta correspondencia con la necesidad de
generar unas nuevas redes de articulación más adecuadas a la realidad social
del país y, al compás del avance de la regulación institucional, que pudieran
generar niveles de negociación con el Estado.
La primera generación huyó de
la política, considerada como el espacio de los enfrentamientos militares que
hacían menguar las inversiones y las innovaciones. Mientras la segunda se
introdujo y fue cooptada como cuadro dirigente y se caracterizó por una
destacada trayectoria institucional, correspondiente a su nueva gravitación en
la sociedad uruguaya. Esto a pesar del hecho de que los hijos heredaron de los
padres el terror al fraccionalismo que derivaba de la política y, por ende,
tendieron a apoyar, con mayor o menor entusiasmo, las facciones que se
alternaron en el gobierno.
Además de exitoso viñatero y
cabañero y de destacado dirigente de la ARU (que presidió desde 1890 hasta
1893), Federico Vidiella fue director titular del Banco Nacional en 1890,
Ministro de Hacienda entre 1894 y 1897, miembro del Directorio del Banco
Hipotecario durante la primera presidencia de Batlle y Ordoñez (1903-1907),
presidente de la Junta Económico Administrativa de Montevideo desde 1907 hasta
1910 y nuevamente Ministro de Hacienda entre 1916 y 1918. La carrera política
en el país fue acompañada por la actividad como diplomático en Londres, donde fue
Ministro Plenipotenciario en 1909 y, posteriormente, desde 1919 hasta su muerte
en 1927. Además de ensanchar las actividades empresariales heredadas, Vidiella
fue uno de los inspiradores de la constitución de la Sociedad Vitícola Uruguaya en La Cruz (Florida), sociedad anónima
impulsada por la ARU, destinada a resolver los problemas provocados por la
escasa tecnificación de las bodegas, promover un negocio que se consideraba con
fuertes perspectivas económicas y capacitar la mano de obra rural desempleada,
que con el tiempo se transformó en una de las principales bodegas del país.[46]
La entrada en política de
Vidiella, compartida por otros empresarios de la segunda generación como Diego
Pons, Luís Caviglia o Pablo Varzi (h), supuso un cambio sustancial respecto a
la trayectoria de los fundadores de la ARU (y de sus mismos padres). Sin
embargo, no parece que esto se debió a la adopción de hipotéticas pautas
comportamentales del “patriciado” tradicional. Sino a la toma de conciencia de
que los predicamentos de la ARU no se habían concretados y que, para impulsar
las innovaciones, era necesario encontrar ámbitos de gestión y dirección desde
los cuales se pudieran fomentar las transformaciones deseadas. Al aceptar
cargos institucionales, se reconocía que el único agente capaz de impeler este
cambio estructural era el Estado.
Por otra parte, al entrar en
política la segunda generación se presentó a sí misma como el mejor elenco para
impulsar un conjunto de transformaciones – diferenciación económica,
inversiones productivas y no especulativas, descentralización administrativa–
consideradas indispensables para la definitiva consolidación del país,
transformaciones que habían caracterizado su trayectoria empresarial.
Para consolidar esta
presencia, se hizo un intento de transformar las antiguas redes de difusión del
conocimiento generadas por su padre en redes clientelares. Sin embargo, esta
conversión se enfrentó con diferentes problemas.
El primero, que se puede
generalizar a toda la realidad rioplatense, concernió la dificultad para
establecer redes clientelares en el sector agropecuario debido a las
características fuertemente estacional del trabajo en el campo y al temprano y
rápido proceso de urbanización.[47] A esto hay que sumar el hecho de que, a
diferencia de lo acontecido con la elite terrateniente argentina, en Uruguay no
se verificó un proceso de desplazamiento definitivo de la residencia en las
zonas rurales por parte de este sector, debido al hecho de que parte de las
inversiones siguieron siendo urbanas.
Un segundo problema residió
en que las redes anteriores no habían sido pensadas ni se habían desarrollado
sobre la base de una jerarquía social reconocida, sino a partir de los saberes
generados por la experiencia empírica que sus impulsores habían acumulado a lo
largo de su vida. En el caso específico, los miembros de la red reconocían a
Francisco Vidiella su trayectoria como viticultor, pero no necesariamente
estaban dispuestos a extender esta honra a su hijo. Menos aún, luego de que en
1893 se descubrió que el viñedo del Cortijo
Vidiella había sido atacado por la filoxera, a pesar de que, como
empresario y desde la presidencia de la ARU, el mismo Federico Vidiella se
había presentado como un ejemplo a seguir, como viñatero y como impulsor de
medidas de prevención de la plaga.[48] Las redes de difusión de los
conocimientos no superaron la crisis filoxérica.
Desde este punto de vista, la
década del noventa, inaugurada por una dura crisis económica que parecía
confirmar las razones de la prédica de la ARU, particularmente en relación a la
necesidad de restar capitales a la especulación financiera para dirigirlos
hacia la producción, se concluyó con una serie de acontecimientos que mostraron
los límites de esta propuesta.
La aparición de la filoxera
indicaba que la capacitación de los empresarios que habían apostado con fuerza
a la vitivinicultura era discutible. Las guerras civiles de 1897 y 1904
comprobaron que la pacificación inaugurada por los gobiernos militares de la
década de 1870 era muy frágil. Por otra parte, el uso de armas más sofisticadas
por parte del ejército para aplastar la rebelión de 1904 indicaba que, para
obtener el control social en la campaña no eran necesarios planes integradores.
La aparición de los frigoríficos en la primera década de 1900 y su impulso para
la ganadería refinada restó argumentaciones a favor de la diversificación de la
producción y la sustitución de la ganadería por la agricultura. Es más los
frigoríficos y la demanda internacional estaban impulsando un espectacular
crecimiento de los precios de los vacunos que siguió constante hasta la
finalización de la Primera Guerra Mundial.
Conclusiones
provisionales
A pesar de que sería
improcedente llegar a conclusiones firmes, entre otras cosas porque abundan los
relatos sobre las trayectorias empresariales exitosas, mientras no existe
información sobre los fracasos, creo posible extraer algunas ideas que podrían
estar en la base de futuras profundizaciones sobre el tema en cuestión.
La evolución de este grupo
modernizante confirma la importancia de las redes sociales en la fase de
inserción de los inmigrantes en un país –respecto al ámbito laboral y el
ascenso social–. Asimismo, indican su significación para facilitar las
innovaciones y el cambio tecnológico, aunque, al no ser estas redes ligadas a
un territorio específico sino que se extendían en un espacio no predeterminado,
implican una revisión de las interpretaciones relacionadas a los mecanismos de
difusión de la información.
La ruptura entre los hermanos
Vidiella muestra que las redes étnicas y familiares no necesariamente son
siempre armónicas y sugiere que las relaciones personales terminan determinando
la calidad de la trayectoria de cada componente de una red.
Por otra parte, la evolución
fracasada de este sistema pone de manifiesto que un conjunto de relaciones que
funcionaron bien en un determinado momento y aspecto de la realidad social no
necesariamente pueden insertarse con la misma eficacia cuando la misma realidad
social se modifica.
La justificación última del
ascenso político de este grupo empresarial estaba estrictamente ligada al éxito
de un proyecto reformista. Al entrar en crisis este último entró en crisis la
misma elite. A pesar de que sería discutible considerar que se verificó un
empobrecimiento de este sector, es evidente que su gravitación, como punto de
referencia intelectual y empresarial, comenzó a menguar a partir de la segunda
década del siglo XX. Sus inversiones perdieron el carácter ejemplar y fueron
definitivamente delegadas a miembros de la antigua red familiar. Algunos
conservaron un rol político, como fue el caso de Federico Vidiella y de Diego
Pons, pero cada vez más secundario, hasta terminar su carrera como
diplomáticos.
Este sector modernizante de
la elite quiso presentarse como el mejor elenco para dirigir el país,
intentando trasladar sus éxitos empresariales a la vida pública y sobre la base
de la convicción de que, así como “habían hecho” algunos sectores (como la
vitivinicultura), bien podían “hacer” un nuevo país. La crisis de estos sectores
económicos nuevos (probablemente no “tan bien hechos”) llevó a que la apuesta
hacia un traslado automático de sus capacidades de la empresa a la gestión
política, fracasara antes de que pudiera implementarse.
Fuentes
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Recibido: 27/09/2015
Evaluado: 27/10/2015
Versión Final: 05/12/2015
[1] Una primera versión de este trabajo ha
sido presentada en las XV Jornadas
Interescuelas/Departamentos de Historia que se realizaron entre el 16 y el
18 de septiembre de 2015 en Comodoro Rivadavia (Argentina). Quisiera agradecer
los comentarios de la Dra. Marta Bonaudo y de los otros participantes en la
mesa, que permitieron mejorar los enfoques de esta investigación.
[2] José Pedro Barrán y Benjamín
Nahum. Historia rural del Uruguay moderno
(1851-1885). Montevideo, EBO, 1967; Tomo I; pág.8.
[3] Ídem., pág. 315.
[4] José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. Batlle, los estancieros y el Imperio
Británico. El nacimiento del batllismo. Montevideo, EBO, 1986; Tomo III;
págs. 19 y 41.
[5] Carlos Real de Azúa. El patriciado uruguayo. Montevideo, EBO, 1981.
[6] José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. Batlle, los estancieros y el Imperio
Británico. Un diálogo difícil 1903-1910. Montevideo, EBO, 1981; Tomo II;
pág.15.
[7] José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. Historia rural del Uruguay moderno.
Agricultura, crédito y transporte bajo Batlle (1903-1914). Montevideo, EBO,
1978; Tomo VII; pág.178.
[8] Ídem., pág. 178.
[9] Ídem.
[10] Ídem., pág. 180.
[11] Ídem., pág. 178.
[12]José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. Historia rural del Uruguay moderno.
Recuperación y dependencia (1895-1904).
Montevideo, EBO. 1973; Tomo III; pág. 16.
[13] José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. Historia rural…, Op. Cit.; pág. 178.
[14] José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. Historia rural del Uruguay moderno
(1851-1885)…, Op. Cit., pág. 356.
[15] Ídem., pág. 343.
[16] Daniele Bonfanti. Una mina más rica que las de oro del Potosí. Elites, técnicos,
instituciones y trabajadores en el nacimiento de la vitivinicultura uruguaya
(1870-1930), Tesis de doctorado inédita. Madrid, Universidad Complutense –
Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, 2014. http//eprints.ucm.es/29598/1/T35973.pdf,
págs. 72-83 y 135-142.
[17] Es significativo, en este sentido, que
desde 1885 hasta 1898 todos los presidentes de la asociación fueron
vitivinicultores (aunque tuvieran inversiones en otros sectores): Luis De la
Torre (que asumió por segunda vez la dirección de la gremial entre 1885 y
1887), Luis Lerena Lenguas (1887-1890), Federico Vidiella (1890-1893) y Diego
Pons (1893-1898).
[18] Domingo Ordoñana. Pensamientos rurales sobre necesidades sociales y económicas de la
república, 1892. Montevideo, Imprenta Rural; Tomo I; pág.2.
[19] Documentos
relativos a la fundación de la Asociación Rural del Uruguay. Montevideo,
Imprenta del Siglo, 1871; pág.3.
[20] Véase, al respecto, las consideraciones
de Luis de la Torre, entonces presidente de la ARU, sobre la necesidad de que
Montevideo “centro de civilización”
interviniera a favor de la “campaña
desierta” Revista de la Asociación
Rural del Uruguay, año III, n° 42. Montevideo, 1-9-1874; pág.413.
[21] Tulio Halperín Donghi. José Hernández y sus mundos. Buenos
Aires, Sudamericana, 1985; págs. 225-261 y “Clase terrateniente y poder
político en Buenos Aires (1820-1930)”, en La
formación de la clase terrateniente bonaerense. Buenos Aires, Prometeo,
2007; págs. 93-112; Roy Hora. Los
terratenientes de la pampa Argentina. Una historia social y política, 1860-1945.
Buenos Aires, Siglo XIX, 2005; págs. 9-10 y 18.
[22] José Pedro Barrán y Benjamín, Nahum. Historia rural del Uruguay moderno. La
crisis económica (1886-1894). Montevideo, EBO; Tomo II, 1971; págs.
393-428.
[23] Barrán José Pedro y Benjamín Nahum. Historia rural del Uruguay moderno
(1851-1885)…, Op. Cit., pág. 319.
[24] Véase Archivo Carlos Varzi (en adelante
ACV), Carpeta s/caratular, Copia de una carta de Pablo Varzi a Diego Pons y
Federico R. Vidiella, Colón, 12-3-1903 y ACV, Carpeta caratulada Cía.
automóviles P.V. Solar Colón, Carta de Federico R. Vidiella a Pablo Varzi,
Montevideo (¿?), 17-8-1899.
[25] Luis De la Torre. “Viticultura”. Revista de la Asociación Rural del Uruguay,
n°12, año XIV. Montevideo, 30-6-1885, págs. 362-365 y Archivo de la Asociación
Rural del Uruguay (en adelante AARU), Libro Correspondencia Oficial años 1875-1898,
nota a Félix Buxareo. Montevideo, 5-9-1877, f.194.
[26] José María Fernández Saldaña. Diccionario uruguayo de biografías 1810-1940.
Montevideo, Amerindia, 1945, pág. 1319.
[27] De José poco se sabe. Probablemente casó
en primeras nupcias con la italiana Alejandra Della Cella (y es posible que
este enlace hizo aflorar las tensiones interfamiliares) y en segundas con Lucía
Pons.
[28] La intencionalidad de este viaje,
realizado en 1873, es dudosa. Según Luis de la Torre, Vidiella viajó a Europa
por razones de placer y durante su estadía quedó “impresionado […] por los resultados estupendos que se obtenían por allá
en los países donde es posible el cultivo de la vid”, Luis De la Torre.
“Viticultura Nacional”. Revista de la
Asociación Rural del Uruguay, n° 23, año XVI. Montevideo, 15-12-1887; pág.
651. Francisco y otros testimonios de la época aluden a la intencionalidad de
este viaje, sustancialmente dedicado al aprendizaje de técnicas y conocimientos
vitivinícolas. Posteriormente, el historiador Isidoro De María sostuvo que
Francisco Vidiella era “el hijo y nieto
de cosecheros del alto Priorato”, subrayando con fuerza que detrás de su
jornada estaba la intención de recuperar un cultivo que se insertaba en
centenarias tradiciones familiares, “Inauguración de la estatua de Vidiella en
Villa Colón, el 22 de Marzo de 1891, por don Isidoro De María”. Revista de la Asociación Rural del Uruguay,
n° 6, año XX. Montevideo, 31-3-1891; págs.124-125. Sin embargo, pese a que dejó
numerosos escritos relacionados a su trayectoria como viticultor, Francisco
Vidiella jamás hizo mención a sus ascendentes y, al contrario, insistió en el
carácter absolutamente empírico y experimental de su emprendimiento.
[29] Olivier-Claude-Augustin
Poullain Saint-Foix. Étude agricole sur l’Uruguay. Montevideo, Imprenta Rural, 1887, págs. 38-39.
[30] Eduardo Acevedo. Anales históricos del Uruguay, Montevideo, Barreiro y Ramos, 1934;
Tomo IV, pág.213; Daniele Bonfanti. Una mina más rica…, Op. Cit.; págs.
93-106.
[31]Alcides Beretta Curi. “Inmigración
europea y pioneros en la instalación del viñedo uruguayo”. Alcides Beretta Curi
(coord.) Del nacimiento de la
vitivinicultura a las organizaciones gremiales: la constitución del Centro de
Bodegueros del Uruguay. Montevideo, Trilce, 2008; págs.28-29.
[32]
Francisco Vidiella. “Carta al Sr. Presidente de la Asociación Rural”. Revista
de la Asociación Rural del Uruguay, n° 10, año XI, Montevideo, 31-5-1880,
págs.250-251. En los primeros tres meses de 1887 “más de quinientas personas” habían visitado la Granja
Vidiella, F.R.V. (Francisco Vidiella),
“Sociedad Vitícola Uruguaya”. Revista de
la Asociación Rural del Uruguay, n°. 6, año XVI. Montevideo, 31-3-1887;
pág.142.
[33] Alcides Beretta Curi. “Inmigración
europea, elites y redes: la localidad vitivinícola de Mercedes (1870-1916)”. Alcides
Beretta Curi (ed.) La vitivinicultura
uruguaya en la región (1870-2000). Una introducción a estudios y problemas,
Montevideo, FHCE, 2010; págs. 53-85 y “Los caminos de innovación en el agro:
inmigración, redes de agricultores, elites y viticultura en el Uruguay de la
modernización (1870-1900)”, Tempos
Históricos, Vol.16, Marechal Cândido Rondon. Paraná, 2012; págs. 41-69.
[34] El reconocimiento a Francisco Vidiella
fue tal que no solo recibió premios otorgados por el gobierno y homenajes por
parte de la ARU, sino que el 22 de marzo de 1891 se levantó una estatua en su
honor en la plaza principal de Colón, la segunda dedicada a una personalidad
pública en el país, luego de la estatua a Joaquín Suárez, ilustre notable y
dirigente político del período de la independencia.
[35] Alcides Beretta Curi. Pablo Varzi. Un
temprano espíritu de empresa. Montevideo, Fin de Siglo, 1993.
[36] Pereda Setembrino E. Río Negro y sus progresos. Montevideo,
Imprenta El Siglo Ilustrado, 1898 Vol. I; págs. 275-277.
[37]
Franco Ramella. “Por un uso fuerte del concepto de red en los estudios
migratorios”, en María Bjerg y Hernán Otero (comps.). Inmigración y redes sociales en la Argentina moderna. Tandil, CEMLA
– IEHS, 1995; págs. 9-21. Asimismo, evidencia las tensiones que pudieron
condicionar el proceso de inserción de los inmigrantes en una nueva realidad,
en consideración del hecho de que Juan, apartado de la familia, no realizó
ningún ascenso social en el país de acogida.
[38] Entre numerosísimos
ejemplos, véase a Warren Dean. The
industrialization of Sao Paulo, 1880-1945, Austin,
University of Texas Press, 1969 y Darrell E. Levi. The Prados of Sao Paulo. An
Elite Family and Social Change, 1840-1930, Athens,
University of Georgia Press, 1987, para el caso de Saõ Pablo; Arnold Bauer. Chilean Rural Society from the Spanish conquest to
1930, Cambridge University Press, 2008 (1975), para el
caso chileno; Mario Cerutti. “Formación y consolidación de una
burguesía regional en el norte de México: Monterrey, de la Reforma a la
industria pesada (1850-1910)”. Mario Cerutti y Menno Vellinga (comp.). Burguesías e industria en América Latina y
Europa Meridional. Madrid, Alianza, 1989; págs.105-146, para la realidad de
Monterrey; Marcos Palacios. Coffee
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Cambridge University Press, 2002, sobre el caso del empresariado cafetero colombiano; Beatriz
Bragoni. Los hijos de
la revolución. Familia, negocios y poder en Mendoza en el siglo XIX.
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terratenientes…, Op. Cit. y Andrea Reguera. Patrón de Estancias. Ramón Santamarina: una biografía de fortuna y
poder en La Pampa. Buenos Aires, Eudeba, 2006, para el caso argentino.
[39]
Juan Pan-Montojo. “El vasco-español Domingo Ordoñana: ruralismo, progreso y
orden en el Uruguay del siglo XIX”. Pérez Ledesma, Manuel (ed.). Trayectorias transatlánticas (Siglo XIX).
Personajes y redes entre España y América. Madrid, Ediciones Polifemos,
2013; págs.269-300.
[40]
Daniele Bonfanti. “La Granja Pons. Desarrollo y
decadencia de una empresa vitivinícola uruguaya
(1888-1944)”. Anuario IEHS; n°. 25. Tandil, 2010;
págs.481-496.
[41] Alcides Beretta Curi y Pablo Varzi…, Op.
Cit., págs. 45-50. El caso de Teresa Varzi es bastante emblemático de una nueva
realidad, de que Teresa fue una precursora, que se puede vislumbrar a partir de
finales del siglo XIX y se consolidará en el siglo XX. Es decir, el casamiento
por voluntad propia de los hijos, independientemente del consenso de los
padres. El caso más sonado en este sentido fue el del escritor Carlos Genaro
Reyles Gutiérrez, nieto de un comerciante británico e hijo de uno de los
primeros estancieros innovadores, quien, a pesar de la oposición de su tutor
que llegó a denunciarlo, se casó con Antonia Hierro, cantante de una compañía
española de zarzuela de gira por Montevideo, José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. Historia rural del Uruguay moderno
(1851-1885)…, Op. Cit., págs.343-344. La ley de divorcio por causal de 1907
y por sola voluntad de la mujer de 1913 contribuyeron a incrementar la libertad
de elección.
[42]
Fernando J. Devoto. “Un caso di migrazione precoce. Gli italiani in Uruguay nel
secolo XIX”. Devoto, Fernando. et alter. L’emigrazione
italiana e la formazione dell’Uruguay moderno. Turín, Edizioni
della Fondazione Agnelli, 1993; pág. 1.
[43] Un caso aparte fue el de las familias
británicas que se instalaron en la zona de Paysandú y Río Negro entre 1840 y
1850 y que mantuvieron el carácter endogámico de los matrimonios por más
tiempo, generalmente una generación más, José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. Historia rural del Uruguay moderno
(1851-1885)…, Op. Cit, págs. 320-345.
[44] En este marco, se mantuvo la tradicional
apertura hacia los extranjeros. Por ejemplo, una de las hijas de Juan Vidiella,
Adela Vidiella y Andreu, se casó con el diplomático español Enrique Dupuy de
Lòme, mientras Octavia Harriague lo hizo con el dentista y militar
estadounidense John Preston Arnes.
[45] “Contestación”. Revista de la Asociación Rural del Uruguay, n° 3, año XVII.
Montevideo, 15-2-1888; pág. 59.
[46]
Daniele Bonfanti. Una mina más rica…, Op. Cit., págs.
143-148.
[47] Roy Hora y Leandro
Losada. "Clases
altas y medias en la Argentina, 1880-1930. Notas para una agenda de
investigación". Desarrollo Económico,
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Aires entre 1880 y 1930", Hispanic American
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[48] Daniele Bonfanti. Una mina más rica…, Op. Cit., págs. 167-197 y Domingo Ordoñana. “La Filoxera”. Revista de la Asociación Rural del Uruguay,
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