Reseñas bibliográficas

 

 

HOROWITZ, Joel, El radicalismo y el movimiento popular (1916-1930), Edhasa, Buenos Aires, 2015, 320 páginas. ISBN 978-987-628-355-7

 

Joel Horowitz, historiador estadounidense, luego de un vasto trabajo de investigación nos presenta un abordaje historiográfico dedicado a dilucidar las dinámicas relacionales que entablaron los gobiernos radicales tanto de Hipólito Yrigoyen como de Marcelo T. de Alvear con los sectores populares, durante el periodo 1916-1930. El radicalismo y el movimiento popular se inscribe también siguiendo una línea de continuidad en cuanto las problemáticas y perspectivas trabajadas por el autor.[1] Sin embargo, aquí profundiza el análisis referente a la manera en que la Unión Cívica Radical conquista apoyos y amplía sus bases, en pos de buscar votos y neutralizar conflictos sociales.

En este proceso en particular, Joel Horowitz enfatiza sobre la importancia de indagar los orígenes del sistema democrático argentino y el legado de sus prácticas políticas para con varias generaciones posteriores. Es por ello que, luego de realizar un arduo recorrido por fuentes provenientes de actas sindicales, prensa, archivos de gobierno, entrevistas, diarios de sesiones legislativas, entre otras; plantea como tesis central que la popularidad de Yrigoyen y los radicales emana del llamado obrerismo, concepto que amplia y complejiza durante todo el itinerario del texto. Además aclara que “Este libro difiere en varios aspectos de la obra de Rock[2]. En él sostengo que, al abrir el sistema político a todos los ciudadanos varones, los radicales modificaron profundamente la naturaleza de la Argentina.”[3]

La estructura de la obra consta de siete capítulos. En el primero de ellos, presenta y reconstruye el contexto económico y político del periodo 1916-1930, además de bosquejar el perfil de los ciudadanos posibles votantes del radicalismo, en particular en Buenos Aires. Sin embargo, ampliando el recorte temporal que realiza en la obra, da cuenta también de la cultura política de la cual devienen los principales líderes de la Unión Cívica Radical, destacando la importancia de la sanción de la Ley Sáenz Peña a la hora de allanar el camino hacia la victoria electoral del radicalismo.

El capítulo segundo, examina la manera en que tanto Hipólito Yrigoyen como Marcelo T. de Alvear van forjando y construyendo sus imágenes a la vez que van tramando apoyo popular. En este espacio explora cómo ambos políticos mediante la prensa y sus acciones cotidianas, el decir y el hacer, procuran crear una imagen de sí mismos. Para el caso de Yrigoyen presta especial atención a la relación que mantenía con el periódico La Época, así como también a los adjetivos calificativos con los que se referían a él desde otros espacios periodísticos, endiosándolo en muchas oportunidades. Resalta la preocupación ad hoc por lo obreros que manifiesta Yrigoyen, aún sin haber formalizado desde el Estado esta relación, considerando los lazos personales que mantenía con algunos dirigentes sindicales. Cuestiones estas que no se materializan de igual forma durante la presidencia de Alvear, ya que si bien intentó generar apoyos políticos de las clases populares, no conquistó una popularidad personal, o al menos en palabras del autor, este no “logró generar una impresión clara sobre sí mismo”[4].

Luego, en Los límites del patronazgo, hilvana cómo los diferentes apoyos electorales con los que cuenta el radicalismo para el periodo se valieron tanto del patronazgo como del clientelismo, cuestiones que sin embargo son excedidas al momento de pensar la popularidad con la que cuenta Hipólito Yrigoyen. Conjuntamente el análisis desarrollado por Horowitz, inscribe a ambas prácticas políticas en el contexto de época, ya que no son ni novedosas ni ajenas a las dinámicas de la cultura política manifiestas en la ampliación y centralización estatal. De igual forma se refiere al contexto mundial, por lo que ubicando prácticas de patronazgo en grandes ciudades estadounidenses como Chicago y Nueva York, o en América Latina aludiendo por ejemplo a Río de Janeiro, sustenta de manera comparativa su investigación, concluyendo también sobre la importancia de otorgar empleos públicos –estables y mejor pagos- como sustento transcendental tanto del aparato político como de la lealtad de los caudillos.

 A continuación, en el capítulo cuarto, se dedica a examinar el proyecto para establecer un sistema de previsión social a gran escala, puesto en marcha entre el primer mandato presidencial de Yrigoyen y la llegada de Alvear al poder. No obstante, el mismo suscito la oposición ideológica tanto de los obreros como de la patronal, concertado así una inusual alianza capaz de derogar la Ley 11.289, que creaba varias cajas jubilatorias. El autor, trabaja este capítulo con una tesitura singular, ya que le posibilita transversalizar sus ejes problemáticos. En este episodio indaga fortalezas y debilidades de la política radical, ya que no logran hacer una consulta a sus presuntos aliados gremiales sobre la propuesta como tampoco una lectura política de su oposición, y por lo tanto, no consiguen legar un conjunto de leyes sociales sólidas.

Los últimos tres capítulos de la obra, están destinados a abordar cronológicamente las presidencias radicales que se suceden en el recorte temporal de la investigación, y sus relaciones con el movimiento obrero en las particulares coyunturas sociales y económicas que sobrevinieron. Horowitz, al abordar el primer mandato presidencial de Hipólito Yrigoyen destaca los vínculos cimentados con la FOM –Federación Obrera Marítima-, la FOF –Federación de Obreros Ferroviarios- y la UOM –Unión de Obreros Municipales-, así como también los sucesos de la Semana Trágica y los conflictos sociales ocurridos en 1921, tanto la huelga general como la matanza de trabajadores en la Patagonia y en los quebrachales. El autor extracta de este mandato la importancia del reconocimiento público y abierto del presidente para con los obreros, si bien el apoyo que brindaba era personalista y selectivo, implico una fuerte relación con un grupo de dirigentes sindicales capaces de tender un puente hacia la clase obrera y ampliar la base política del radicalismo. Durante todo este mandato el gobierno continúo con su táctica de mediación arbitral, aún luego del ciclo conflictivo 1919-1921, cuando “toleró o quizás auspició la violencia[5] parasistemática, aunque el autor no lo responsabiliza de manera directa por la misma.

En cuanto a la presidencia de Marcelo T. de Alvear, 1922-1928, Horowitz se posiciona disintiendo de considerar a esta administración como conservadora. Para lo que realiza un pormenorizado desarrollo sobre las relaciones que mantiene el gobierno con la UF –Unión Ferroviaria- otorgándole la personería jurídica, con la FOM, la UOM y sindicatos a fines en dichas ramas. La tesis que engloba estos vínculos, implica que Alvear le concedió mejores condiciones a algunos sindicatos a cambio de una conducta favorable, pero esto no implico necesariamente que su administración realice acciones muy diferentes a las de su predecesor, aunque sí presentaba relaciones menos personalistas con los dirigentes sindicales.

Por último el ciclo que inicia en 1928, implica una dinámica política diferente ya sea por el margen electoral con que gana la presidencia Yrigoyen, como por la más cómoda situación parlamentaria y/o por el fin inconcluso de la presidencia que acarreo el golpe. Asimismo, considera que la coyuntura económica regresiva y la situación del movimiento obrero luego del gobierno alvearista, manifestaron limitaciones gubernamentales a la hora de conceder ante las exigencias gremiales. La situación del puerto rosarino y la intensificación de huelgas en 1929, fueron advirtiendo sobre el incremento de la violencia, en especial la violencia sectaria, y al mismo tiempo sobre el fracaso en los arbitrajes presidenciales. Es aquí en dónde el autor indaga sobre los apoyos que concito el golpe de Estado de 1930, expresando además que las enormes expectativas generadas en torno al regreso de Yrigoyen al poder, luego devinieron en frustraciones de los sectores populares al no poder revertir su desmejorada calidad de vida.

Finalmente, la obra constituye un importante aporte que nos permite adentrarnos en la comprensión de las tramas que ligaron a los primeros gobiernos radicales con el movimiento obrero; visualizando las dimensiones relacionales del mismo de acuerdo a las similitudes y diferencias en las gestiones presidenciales. Aportando un minucioso desarrollo en la escala de análisis sobre el clientelismo y el patronazgo, nos interpela también respecto del legado radical para con los gobiernos democráticos que devendrán luego.

 

 

María Liz Mansilla

Escuela de Historia (Universidad Nacional de Rosario)

marializmansilla@hotmail.com

 

 

 

 

BELINI Claudio, Convenciendo al capital. Peronismo, burocracia, empresarios y política industrial, 1943-1955, Imago Mundi, Buenos Aires, 2014.

 

El arco de estudios sobre el fenómeno peronista es por demás variado, y contiene una multiplicidad de ejes a partir de los cuales se trata de explicar el proceso que marco la realidad argentina durante los años ´40 y ´50. A pesar de ello, actualmente existen algunos interrogantes en torno a aspectos trascendentales de la década peronista, entre ellos se encuentra el impacto que tuvieron las políticas públicas, específicamente la “política industrial”. Allí se inscribe el libro de Claudio Belini, quien reconstruye cómo se elaboró la política industrial durante los gobiernos de Perón, quienes fueron los actores involucrados en el proceso, y como se implementaron las medidas propuestas y diagramadas en torno a este marco.

El libro recupera tres aspectos claves que servirán de guía para el lector, estos tienen que ver con la forma en que se va imponiendo el problema de la industrialización en la agenda gubernamental, desde fin de la década del ´30. En segundo lugar, de qué manera este problema se materializó en el marco más amplio de la arena política y en el debate cívico. Por último, trata de observar, como mencionamos más arriba, que actores intervinieron en la política industrial ponderando el rol de tres intérpretes claves: el Estado, los empresarios y un segmento determinado por el gobierno que Belini encasilla como Burocracia administrativa.

Tras realizar un minucioso seguimiento por todas las interpretaciones que trataron de abordar la temática del desarrollo del sector manufacturero durante los gobiernos de Perón, el autor pondera la influencia que tuvo el diagnóstico de la CEPAL, junto con el Plan Presbich, a la hora de los posteriores estudios que comprenden la temática y el periodo trabajado por Belini. Éste demuestra que en los últimos 20 años hubo una mayor preocupación por echar luz sobre la dinámica que ha suscitado este aspecto del peronismo. A través de seis capítulos realiza un exhaustivo estudio del proceso, acompañado por un número considerable de fuentes de época, bibliografía y de varios gráficos y cuadros descriptivos.

El primer capítulo rastrea cómo se desarrolló en el ámbito público la controversia en torno a la industrialización de Argentina. Esas disputas coincidieron con las desavenencias políticas que atravesaron el país a fines de los ´30 y comienzo de los ´40, esto influyó en el ideario de planificación del gobierno peronista. Destaca los debates que cruzaran durante años a los políticos de diversas tendencias, entre “Industrias Artificiales” e “Industrias Naturales”; el rol que tendrá el Estado en el proceso de planeamiento; y que características adquirirá la supuesta industrialización (mercado internista o exportadora). Queda claro que es una minoría agrupada en algunos círculos de la Unión Industrial Argentina, junto a sectores “específicos” de las Fuerzas Armadas (entre los que estaban Perón) y un grupo de nacionalistas; los que presionaron para fomentar el desarrollo del sector manufacturero, mientras el resto de los actores creían sólidamente que el proceso de industrialización sustitutiva era coyuntural y se marcharía una vez reabiertos los mercados tras finalizar el conflicto en Europa. También es patente como el debate entre mercado interno, o mercado externo se vuelca por diversas cuestiones hacia el primero, la figura de Alejandro Bunge y su “Revista de Economía Argentina” es la que demuestra en el debate público que las cualidades de Argentina están restringidas por su escaso desarrollo, aspectos que la mayoría de los especialistas de aquel tiempo también reflejaban. El origen del peronismo se dio al calor de estos debates, exponiendo que estos ideales industrialistas y mercado internistas, en donde el Estado era el principal garante del funcionamiento de la sociedad en su conjunto, serán la raíz doctrinaria del movimiento peronista.

En el segundo capítulo del libro, Belini trata el grado de control estatal sobre la elaboración de las políticas públicas. El autor resalta que desde el golpe de junio de 1943 ya se puede observar el sesgo supervisor e industrialista del nuevo régimen con gestos como la creación de la Dirección General de la Industria a cargo del coronel Abarca el cual contó con la colaboración de miembros del grupo Bunge. En 1944 se crea el Banco Industrial, junto con la Secretaria de Industria y Comercio, implantándose también el decreto 14630/44 que instaura la invención de un régimen de promoción industrial, que buscaba fortalecer “Industrias de interés nacional”, el uso de materias primas obtenidas en el país y tonificar el acrecentamiento del mercado interno. En 1945 desde el Consejo Nacional de Posguerra se elaboró un plan de acción económica. Este bosquejo tuvo la supervisión de un grupo de funcionarios relacionados con el gobierno, reflejando la supremacía que tendrá la burocracia administrativa en la planificación económica del peronismo. El plan del Consejo de Posguerra fue tomado por Figuerola para la elaboración del Primer Plan Quinquenal. Belini continua este largo capitulo con la recesión inaugurada en 1949, y que se manifestará en el “ajuste” de 1952, aquí el autor examina si el shock provocado por la falta de divisas que comienza en el ´49 hace que el gobierno cambié su postura de planeamiento, y abra los caminos para la construcción de estrategias conjuntas con el resto de los actores, pero concluye que después del ´52 Perón estaba enfrascado en una lucha política con sus adversarios, unido esto a las contradicciones que se iniciaban entre la doctrina y el “que hacer” político. Por ende la política de planeamiento industrial seguiría mostrando el predominio del Estado, y de la burocracia dependiente de él, ignorando las posturas de los demás actores que componen la “red de fuerzas”.

Con el correr del tiempo la incidencia que tendrá el Parlamento en la edificación de las políticas públicas y los proyectos económicos propuestos por el ejecutivo, será erosionada. Este tumultuoso proceso de avasallamiento institucional que supuestamente lleva a cabo el peronismo, y el encumbramiento de una clase política dirigente que simplemente suscribía lo que el líder ordenaba al congreso es el tema trabajado por Belini en el tercer capítulo. Aquí el autor demuestra que los debates que se habían dado en la década del ´30 sobre el devenir de las políticas sectoriales, durante el peronismo se irán diluyendo, hasta convertirse en simples elementos burocráticos o pasos a seguir para aprobar los proyectos concernientes al desarrollo industrial. Esta oposición pronto se verá, según Belini, rodeada por la maquinaria política peronista reacia al disenso, la cual tras concretar la reforma constitucional de 1949, centralizara aún más las funciones del parlamento según los planes del ejecutivo nacional.

En el cuarto capítulo se recalca que uno de los errores en la elaboración de la política industrial fue no haber tenido en cuenta la opinión de otros sectores que no estén afiliados directamente con el ideario de Perón. Un sector clave que no debió ser desoído por el peronismo (según Belini), es el de los industriales agrupados, la mayoría, en la Unión Industrial Argentina. La falta de diálogo entre el gobierno nacional y el gremio de la industria tiene su origen en las fuertes disidencias que los referentes de la UIA tenían hacia el excesivo intervencionismo que promovía la dictadura de Farrell. Esos conflictos se acentuarían en enero de 1945, cuando Perón exigió que se reformen los estatutos de la UIA propiciando el ingreso de pequeños y medianos empresarios, más afines a la política impulsada desde el gobierno. La dirigencia del gremio rompió definitivamente los nexos con el gobierno convirtiéndose en férreos opositores a la candidatura de Perón en 1946, brindando su pleno apoyo a la Unión Democrática. A pesar de que el Imago de Perón estaba orientado hacia la formación de una “Comunidad Organizada”, corporativa, dirigida por un Estado poderoso, el desacuerdo con la UIA no le impidió confiar el diseño de la política económica al grupo de especialistas y burócratas que conformaban su gobierno. De todas formas, Belini destaca que Perón siguió intentando forjar la formación de entidades que aglomeren a los representantes del empresariado. Para 1950 el líder era consciente que ninguno de sus intentos habían sido fructíferos. El agravamiento de la crisis en 1951, sirvió como telón de fondo para la distensión en la relación del gobierno con los sectores del empresariado, la conformación de la Confederación General de Industria (CGI) es un ejemplo de esto, la misma tendría una participación mucho más activa en la elaboración de la política del sector. La estabilidad económica tras la crisis, no se tradujo en la arena política la cual atravesaba un proceso de crispación que se estaba tornando incontrolable. La “Libertadora” corto con el dificultoso proceso de construcción de canales de comunicación que tanto Perón como los empresarios habían estado propiciando desde 1946.

Desde 1943 el Estado nacional se había mostrado predispuesto a fomentar el incremento de la capacidad productiva de la industria a través de políticas públicas que lograron darle gran impulso al sector. Ese conjunto de medidas e instrumentos que fueron desplegados por el gobierno son el objeto de estudio del capítulo V. La base en donde se asentaron esos dispositivos estaba garantizada por dos hechos clave de la política peronista que se dieron durante el año 1946. En primer lugar, la nacionalización del Banco Central y los depósitos de la banca privada, en segundo término, la nacionalización del comercio exterior por medio de la creación del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio). El autor destaca que las herramientas para el crecimiento del sector son 5: crédito industrial, administración y control del comercio exterior, desarrollo de empresas estatales, legislación para la inversión extranjera y la promoción de industrias de interés nacional. Belini sostiene que los Planes Quinquenales (sobre todo el primero) estaban subordinados a premisas políticas como la redistribución del ingreso y el pleno empleo. Por ende el impulso estaría orientado hacia sectores específicos del sector industrial liviano y mercado-internista. En relación a los instrumentos de promoción manufacturera, el peronismo se volcó por sobre todos, al financiamiento con crédito y a un exhaustivo control del tipo de cambio. Para el autor, Perón y su burocracia debieron tratar de ajustar las tarifas aduaneras, como elemento de protección más eficaz y a su vez menos conflictivo, de todos los que disponía. El ajuste que se da en 1952, vuelve a abrir el panorama, la elaboración del Segundo Plan Quinquenal rompe con algunas concepciones en la formulación de la política industrial. Perón intenta volcarse por la innovación productiva sostenida en la industria de base, por medio de otros mecanismos, como la inversión externa (Ley de Inversiones extranjeras), y un mayor impulso hacia las industrias públicas (Fabricaciones Militares, DINIE, AFNE). Las contradicciones discursivas que este intento renovador promovía dentro del peronismo, sumado a la escasez de divisas, los problemas energéticos y la presión de la oposición hicieron que el proyecto nunca se condense.

El ultimo capitulo se relaciona con el anterior, ya que Belini hace un análisis más esquemático de uno de los componentes que más le llaman la atención dentro de la política industrial, este es la promoción de industrias que desde la elaboración del decreto 14630/44 el gobierno de Farrell denomino de Interés Nacional, este decreto de 1944, establecía la protección y financiamiento de aquellas industrias que fomentaran el uso de materias primas locales, o en caso de importar insumos, elaboren productos de primera necesidad, claves para la defensa nacional. El autor trata de demostrar que lo que tradicionalmente se sostenía en torno a esta herramienta de promoción sectorial es falso. Los estudios económicos post-peronistas dicen que el decreto 14630/44 permitió un tímido desarrollo de industrias escasamente diversificadas, las cuales no incidirían en el aparato productivo industrial. Sin embargo, para Belini este tipo de promoción alentó una gran diversificación de industrias, en muchos casos nuevas, como la química, la siderúrgica, la metalmecánica y la eléctrica que encontrarían un notorio avance durante la década peronista. En torno a todo esto, Belini sostiene que los principales problemas estuvieron dados por los agentes encargados de fiscalizar las solicitudes (Ministerio de Industria, burocracia, empresarios), el autor arguye que el hecho de ser empresas relativamente novedosas, impidieron establecer parámetros y criterios de promoción claros, además le achaca estos inconvenientes a la ineficacia, o ignorancia de la burocracia estatal encargada de hacer los informes, y de controlar las metas exigidas a las industrias promovidas.

Para finalizar Belini realiza en el epilogo un análisis sobre sus objetivos, destacando que su propósito no estaba tan centrado en la política industrial en sí, sino más bien en la amplia gama de actores que trataron de fomentar el desarrollo del sector manufacturero en la Argentina peronista. En mi opinión, la cuestión de recalcar que el error de Perón fue confiar demasiado en la burocracia gubernamental le quita protagonismo al hecho de que el Peronismo trajo consigo la implementación de una política industrial organizada. Dejando en claro que a partir de entonces, ningún gobierno venidero podría disponer de un planeamiento que abarque las variables micro y macroeconómicas, sin atender a las exigencias que el sector industrial impondría durante las próximas décadas.

 

 

Martín Carranza

Escuela de Historia (Universidad Nacional de Rosario)

martin_16_54@hotmail.com

 

 

 

 

CERUSO Diego, La izquierda en la fábrica. La militancia obrera industrial en el lugar de trabajo, 1916-1943, Imago Mundi, Buenos Aires, 2015, pp. 319.

 

La izquierda en la fábrica. La militancia obrera industrial en el lugar de trabajo, 1916-1943 es el resultado de la tesis de doctoral de Diego Ceruso. El libro está conformado por ocho capítulos más una introducción y conclusión, sumando a ello un prefacio de Hernán Camarero, su director de tesis. El libro se ubica dentro de una corriente historiográfica renovadora que intenta restablecer el estudio del movimiento obrero y las principales fuerzas de izquierda a partir del planteo de nuevos problemas, objetos de estudios y revisión de fuentes existentes y originales. El punto de encuentro de este grupo y donde se ubica el libro es la Colección Archivos y la Revista Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, ambas dirigidas por el mismo Camarero.

El marco temporal seleccionado es extenso respecto a los trabajos existentes, a excepción de la bibliografía tradicional del movimiento obrero circunscripta a diferentes corrientes políticas, el estudio de Ceruso comienza en 1916 y termina en 1943, ofreciendo una visión minuciosa de la historia de las diferentes corrientes del movimiento y sus principales conflictos a lo largo del período. Estos mismos límites temporales encierran hipótesis secundarias; respecto a 1916, le permite plantear que el ciclo huelguístico no se inició en 1917 sino que el ascenso de la conflictividad obrera data de fines de 1916, con el puntapié inicial del reclamo por mejoras salariales y condiciones laborales por parte de unos de los principales gremios obreros de la época, Federación Obrera Marítima (FOM). Enfatizando con ello, que el conflicto y la organización obrera tiene una relación directa con los cambios de dirección del Estado. En este mismo sentido, el final del libro se establece con la llegada de un nuevo gobierno de facto producto del golpe de 1943 y el ascenso de Juan Domingo Perón. Más allá de esta periodización seleccionada Ceruso acentúa otra hipótesis secundaria, pero no menos importante, que es dar cuenta de que el movimiento obrero (y particularmente sus organizaciones de base) tenía un fuerte dinamismo desde mucho antes del advenimiento del peronismo.

Esta afirmación esta sostenida en el relevamiento del principal objeto de estudio del libro, las comisiones internas. En el libro podemos observar que esta organización de los comités de obreros en lugares de trabajo tienen como antecedentes las células obreras de fábricas conformadas por el Partido Comunistas (PC) en la década del veinte, y que su desarrollo se sitúa en la década del treinta, a la par de la mayor presencia industrial en la economía. El principal contrapunto historiográfico es con la investigación de Louise Doyon (2006) que enfatiza que las organizaciones de base son consecuencia del modelo sindical peronista y que con anterioridad las comisiones internas eran organizaciones creadas por los sectores empresarios a fin de defender sus intereses y no de los trabajadores. El trabajo de fuentes originales de Ceruso permite observar que al menos en los gremios industriales de la principal ciudad del país, “el movimiento obrero desplegó diversas instancias de base, sindicales y partidarias, para obtener presencia y ganar posiciones”.

El libro de Ceruso está construido por un riguroso trabajo de fuentes y la incorporación de estudio de fuentes inéditas, gracias a lo cual podemos adentrarnos en el funcionamiento interno y en la acción de los principales gremios y federaciones obreras del periodo. Así junto con el estudio de los grandes sindicatos de transportes como los marítimos y ferroviarios, se suman los textiles, metalúrgicos, frigoríficos, madereros, gráficos, construcción, alimentos, tabaco, papeleros, gorreros y sombrereros. Todos estos gremios fueron ganando importancia a lo largo del periodo a partir de su mayor presencia en los lugares de trabajo. Esta evolución puede observarse en el apéndice del libro donde Ceruso elaboró un cuadro de las fábricas de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires en las que funcionaron distintos repertorios de organización (células, comisiones comités de fábrica, secciones sindicales, consejos obreros y delegados).

Ya desde la introducción se hace evidente el marco teórico gramsciano del autor, que le sirvió para valorar la fábrica como espacio de lucha, y por ende lugar privilegiado en el estudio del movimiento obrero. De ello se desprende que su principal objetivo “es analizar el proceso de militancia en el lugar de trabajo del movimiento obrero industrial a partir de 1916 hasta el golpe de Estado del 4 de junio de 1943 en Capital Federal y sus alrededores”. Por otra parte, Ceruso deja claro que por esta delimitación territorial y espacial de la investigación no pretende convertirse en una historia nacional ni total del movimiento obrero y las izquierdas en el periodo.

El libro plantea una serie de hipótesis interconectadas. La primera, establece que “El predominio de la gran industria favoreció estructuralmente la conformación de instancias colectivas en sitio laboral mientras que los pequeños y medianos talleres, dada la cantidad de obreros, tendían a encontrar la representación en la figura individual del delegado”. La segunda, refiere a que bajo la condición del crecimiento industrial, las orientaciones de izquierda que ya poseían presencias en las fábricas pudieron profundizar su inserción y robustecieron las estructuras sindicales a la par que fortalecían su papel escenario político-gremial. La tercera hipótesis, establece que conforme avanzó la década del treinta, la comisión interna de fábrica tuvo un crecimiento permanente y tendió a homogeneizar las diferentes formas de organización obreras de las décadas pasadas. La cuarta hipótesis “sostiene que la respuesta del Estado y de la burguesía frente a la organización de base no fue indiferenciada. Los empresarios fomentaron un variado abanico para contrarrestarla: represión, rompehuelgas, despidos, suspensiones, pero también sindicatos «amarillos», mutualidades, entre otras. Asimismo, el Estado actuó a veces priorizando los elementos coercitivos y otras su capacidad de negociación”.

La estructura general del libro es regular y cronológica. Cada capítulo comienza con una introducción general al contexto político y económico del período delimitado en cada trabajo. Luego continúan con el desarrollo de las principales fuerzas del movimiento obrero, anarquismo, sindicalismo, socialismo y comunismo. Seguidamente se exploran los principales acontecimientos de los conflictos obreros, como así también la conformación y/o divisiones de gremios y federaciones obreras. Antes de terminar, se repasa las respuestas ensayadas por el Estado y los diferentes grupos de las clases dominantes del país, en su mayor parte compuestas por asociaciones y organizaciones de la burguesía. Los últimos párrafos funcionan a modo de conclusión de cada capítulo.

El Capítulo 1, Los primeros avances en la organización del lugar de trabajo durante el ciclo huelguístico 1916-1922, analiza el movimiento obrero en el nuevo ciclo huelguista tras la llegada de Hipólito Yrigoyen al gobierno, y en donde se puede observar las primeras experiencias de organización en los sitios de producción impulsados por socialistas y comunistas.

El capítulo 2, Una mayor presencia del movimiento obrero en los sitios de producción (1922-1928), destaca que la contracción de las huelgas no significó una ausencia de luchas ni la desaparición de sus organizaciones. Este capítulo se marca la aparición de las células obreras del Partido Comunista como antecedentes de las futuras comisiones internas.

El capítulo 3, El despunte de nuevos «repertorios organizacionales» de base en un ciclo de crisis económica, social y política (1928-1932), estudia la creación de la Confederación General del Trabajo (CGT) tras la fusión de las principales federaciones obreras existentes hasta entonces la Unión sindical Argentina (USA) y Confederación Obrera Argentina (COA). A su vez se detallan la reacción del anarquismo, comunismo, sindicalismo y socialismo antes el golpe de Uriburu.

El capítulo 4, El aumento de la organización en el lugar de trabajo en el comienzo de los gobiernos conservadores (1932-1935), estudia las tácticas de la izquierda para la inserción en las fábricas y particularmente la explosión obrera de 1935. Además, en este capítulo se observa el peso destacado del anarquismo aún en la década del treinta.

El capítulo 5, El proceso huelguístico y el inicio de un nuevo ciclo del trabajo de base (1935-1937), analiza la tendencia hacia la homogeneización de las estructuras existentes en las fábricas que confluían hacia las comisiones internas.

El capítulo 6, El fortalecimiento del sindicalismo de base en la industria en los años de Ortiz (1937-1939), es donde se señala que tras el crecimiento de las comisiones internas en el periodo anterior, en esta nueva coyuntura existe la voluntad de sistematizar las funciones de las mismas.

El capítulo 7, La Segunda Guerra Mundial y las repercusiones en el mundo sindical vistas desde los sitios de trabajo (1939-1941), junto con la inestabilidad política del país se acentúa a su vez las tensiones entre socialistas y comunistas, principales fuerzas en el movimiento obrero del periodo.

El capítulo 8, El trabajo de base entre la «unidad antifascista» y la prescindencias sindicalistas? (1941-1943), concluye con la separación definitiva de la CGT, pero con la consolación de las organizaciones de bases en los sitios de trabajos, una estructura de peso y dinamismo que permitieron solidificar al movimiento obrero en la vida política argentina.

En términos generales por su extensión temporal, trabajo original de fuentes y crítica bibliográfica, el libro actualiza la producción existente sobre la historia de unos de los principales actores colectivos del siglo XX: el movimiento obrero. Desplegando sus vaivenes y heterogeneidad de su composición: anarquistas, sindicalistas, socialistas y comunistas; junto con la aparición y consolidación de las organización sindical en los sitios de trabajo en la década del treinta.

 

 

Alex Ratto

Centro de Estudios Sociales Regionales.

Investigaciones Socio-históricas Regionales (Concejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), Argentina

rattoalex@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Puede hacerse referencia a algunos trabajos del autor relacionados con este libro: Joel Horowitz. Los trabajadores ferroviarios en la Argentina (1920-1943). La Formación de una elite obrera, en Desarrollo Económico, v. 25, n° 99 (octubre- diciembre 1985); Los radicales, Alvear y la búsqueda de apoyo entre los obreros ferroviarios, en Cuadernos de Historia. Serie Economía y Sociedad, N° 5, 2002, UNC; Los sindicatos, el Estado y el surgimiento de Perón, 1930-1946, Buenos Aires: EDUNTREF, 2004.

[2] David Rock, El radicalismo argentino (1890-1930), Buenos Aires, Amorrortu, 1977.

[3] Joel Horowitz, El radicalismo y el movimiento popular (1916-1930), Edhasa, Buenos Aires, 2015, p. 14.

 

[4] Joel Horowitz, El radicalismo y el movimiento… Op. Cit. p. 21.

[5] Joel Horowitz, El radicalismo… p. 163.