Historia y cine: un mapa de posibles líneas de análisis en el eje
realidad / representación
History
and cinema: a map of possible lines of analysis in the reality / representation
axis
Emilce Fabricio
Facultad de Humanidades y Artes
(Universidad Nacional de Rosario)
emilcefabricio@gmail.com
Resumen
El
artículo rastrea algunas posibles líneas de análisis abiertas para
historiadores e historiadoras en el campo de intersecciones de los estudios
cinematográficos y de la sociedad. Comienza planteando los orígenes del mismo,
para adentrarse en las consideraciones del cine como fuente para la historia y
de la historia en el cine. Finalmente se considera el caso particular del cine
documental y se problematiza la dualidad realidad/representación.
Palabras clave
Cine,
historia, documentos, realidad, representación
Abstract
The article traces some possible lines
open to historians in the field of social studies and cinematographic analysis.
Begins considering the origins of this studies, to go into considerations of
films as a source for history and history showed in films. Finally we consider
the particular case of documentary cinema and the problem of
reality/representation duality.
Keywords
Cinema, history, documents, reality,
representation
Introducción
El presente trabajo intentará poner
en foco algunas de las posibilidades que se abren para el trabajo
historiográfico con la utilización de fuentes cinematográficas, haciendo
énfasis en el cine documental a través del uso del eje conceptual
realidad/representación. Para ello reseñaremos primero algunas especificidades
del campo de estudios en crecimiento donde se reúnen la teoría cinematográfica
con las ciencias sociales. A continuación esbozaremos algunas de las
discusiones planteadas en torno a las nociones de realidad y representación en
el cine para, finalmente, detenernos en el caso del cine documental.
A modo un tanto esquemático, es
posible pensar que las relaciones entre cine e historia comprenden varios
aspectos, de los cuales hay dos que son centrales: por un lado la cuestión del
cine como fuente para la historia, es decir, el problema que implica la
utilización de un artefacto cultural para el análisis de la sociedad, con las
especificidades que plantea el relato cinematográfico. Por otro lado está la
cuestión de la historia representada en el cine, es decir, la construcción
simbólica de un discurso tanto del pasado como de la realidad, en una sociedad
determinada a través del cine.
Estas cuestiones, separadas por
motivos operativos, en la práctica están relacionadas íntimamente. La historia no
puede ignorar al cine, porque este hace suyo el discurso sobre el pasado, y es
capaz de actuar sobre las representaciones sociales. Por otro lado el cine es
una fuente válida para la historia en la medida que posibilita visibilizar
aspectos diferentes a los que expresan otros documentos, asir la materialidad
de la historia, descubrir aspectos alternativos de determinada realidad.
El cine como fuente para la historia
Como señala Clara Kriger,
“las relaciones entre el cine y la Historia fueron evidentes desde los
comienzos de la actividad cinematográfica”[1]:
el registro de lo cotidiano en la vistas y noticiarios, que se pensaron como
resguardo del testimonio de una época, los temas históricos presentes desde los
comienzos del cine silente con una función política y moral (se puede pensar en
títulos como El nacimiento de una nación
(1914), Intolerancia (1916) de D. W. Griffith o El
acorazado potemkin (1925) de S. Eisenstein). Si bien el cine fue objeto de reflexiones en
clave social desde periodos tempranos,[2]
recién durante el último tercio del siglo el cine comenzó a incorporarse de
forma sistemática, con una metodología de abordaje propia, al repertorio de
fuentes históricas. Marc Ferro, autor pionero en el campo, consideró esta
demora producto de un prejuicio de base: la práctica de la selección
jerarquizada de las fuentes en función de priorizar aquellas vinculadas a la
reproducción del discurso sobre la realidad sostenido por las clases
dominantes. En un contexto en que la historiografía expandía sus fronteras de
análisis, sus contactos con otras ciencias, sus horizontes metodológicos, Ferro
llamó la atención sobre la necesidad de recurrir al cine como forma de aportar
una visión distinta, una contraimagen
de la sociedad, formada no sólo por lo dicho sino también por lo sugerido, por
el contexto del film: “documental o ficción, la realidad cuya imagen ofrece el
cine resulta terriblemente auténtica, y se nota que no forzosamente corresponde
a las afirmaciones de los dirigentes, los esquemas de los teóricos o las
críticas de la oposición; en lugar de ilustrar sus ideas puede poner de relieve
sus insuficiencias.”[3]
Ferro comenzó también a definir una metodología, según la cual el film se
observa “como un producto, una imagen objeto cuya significación va más allá de
lo puramente cinematográfico: no cuenta sólo por aquello que atestigua, sino
por el acercamiento socio-histórico que permite.”[4]
De esta manera, Ferro analizará todo tipo de géneros, desde noticiarios hasta
ficción, tomando bien los films completos, bien fragmentos que permitan
elaborar series (por ejemplo, las filmaciones de manifestaciones populares en Petrogrado en noticiarios entre febrero y octubre de 1917).
Esta metodología implica trabajar no sólo con los elementos del film sino con
los factores extra-fílmicos: producción, público, crítica, sistema político,
contexto social e histórico.
Otro autor destacado en los comienzos
del campo, Pierre Sorlin, reconociendo las
particularidades y límites de esta fuente, argumenta que en el plano de la
información el cine puede aportar al menos tres cosas: “un conocimiento más
preciso de un universo que ya no es el nuestro, una comparación en el espacio y
el tiempo, y un clavado al pasado.”[5]
El tipo de análisis que propone Sorlin se enfoca, más
que en lo que las películas narran, en los enunciados y en los modos de
enunciación, esa “puesta en marcha de un proceso tanto social (el contexto
donde opera la comunicación) como práctico (la manera en que los elementos
disponibles se estructuran en un todo).”[6]
La historia representada en el cine
Pero la relación entre cine e
historia no se acaba en la utilización del cine como herramienta para conocer
el pasado. Como han recalcado Ferro y Sorlin, el cine
es un agente de la historia, un
vehículo privilegiado de las representaciones de la realidad y del pasado de
cada sociedad y un elemento que es capaz a la vez de irrumpir en esas
representaciones para transformarlas. Sorlin pone de
relieve cómo las imágenes cinematográficas actúan en función de la fuerte carga
emocional e ideológica que conllevan. Considera al cine como un elemento
central en el desarrollo del siglo XX, ya que definió nuevas formas de acceder
al pasado: aportó la materialidad de lo cotidiano, le puso un rostro a hechos,
personajes y lugares a través de los noticiarios primero y de las ficciones
después, dio una dimensión del espacio y de las prácticas de otros tiempos. En
síntesis, “el cine, junto con otros medios masivos, estableció los polos del
conocimiento histórico frecuente, definió lo que cada uno sabía del pasado. Y
le dio una forma llena de imágenes a este conocimiento (…)”[7]
De esto se desprende la estrecha relación entre las representaciones sociales y
el cine, hecho que hace insoslayable a este último en el abordaje histórico.
En este punto se hace necesario
hablar del cine cuya temática está dada por la historia. El historiador de
origen norteamericano Robert Rosenstone realizó
interesantes aportes para pensar el modo en que las películas se apropian de y
narran el pasado. Parte de la idea de que los films reconstruyen la realidad y
el pasado de una manera distinta de la que lo hacen los textos escritos, por lo
que no están sometidas a las mismas reglas. De esto se desprende que “la
historia en la pantalla será un pasado diferente al que proporciona la historia
escrita y que, necesariamente, transgredirá las normas de esta última.”[8]
Según el autor, los films históricos se dividen en tres grupos: los que tratan
a la historia como drama, como documento, o como experimentación. Pueden estar
inscriptos en un modo narrativo tradicional, si pretenden “esconder los hilos”
y hacer aparecer a las imágenes como idénticas a la realidad, o experimental,
si implican la reflexión y la puesta en cuestión de la idea de historia. Ahora
bien, todos utilizan los recursos cinematográficos para construir su relato:
“El cine debe resumir, generalizar y simbolizar con imágenes. Lo más que
podemos esperar es que el conocimiento histórico sea resumido mediante imágenes
apropiadas.”[9]
De esta manera, según Clara Kriger, el mayor aporte de Rosenstone
consiste en “entender el cine histórico como un relato donde se construye la
Historia, donde se agitan las mismas problemáticas que en derredor de cualquier
discurso histórico. En el caso de los filmes se suman las dificultades que
derivan de sus características propias del lenguaje audiovisual.”[10]
La tarea de los historiadores en este
marco sería, siguiendo la línea planteada por Rosesntone,
por un lado aprender a leer el lenguaje cinematográfico y luego, en base al
conocimiento preexistente del tema, apreciar el valor del film.
En la actualidad la historiografía ha
ampliado considerablemente el acervo documental al cual se remite. La
incorporación del cine como fuente ya forma una parte importante del campo. Sin
embargo el desafío se presenta a la hora de elaborar herramientas de abordaje
precisas, teniendo en cuenta las particularidades del lenguaje audiovisual y la
el modo en que funciona la construcción de sentidos a través del mismo. Si
tomamos como válido el postulado del cine como agente de la historia, es decir,
como vehículo de discursos sobre la sociedad y herramienta de construcción de
sentidos sobre la misma, una de las posibles vías de acceso a dichas
particularidades se encuentra en el problema en torno a la relación entre las
nociones de realidad y representación. Conocer las formas en que estos sentidos
circulan y son construidos como una vía para su análisis.
Entre lo real y lo representado, el cine
El cine nos muestra, la mayoría de
las veces, un mundo similar al que habitamos, similitud que, independientemente
del argumento o la narración, está presente en la materialidad de los cuerpos y
los sonidos. Si reducimos la escala de análisis al cine documental, la relación
se vuelve más estrecha todavía: el documental – como registro o como discurso –
posee una suerte de compromiso con lo real que proviene tanto desde sus propias
búsquedas como de las expectativas del público.
Pero ¿cómo se establece la relación
entre el cine y lo real? ¿Es un vínculo directo, transparente o, por el
contrario un artificio mediatizado por la tecnología o emanado de la
imaginación del cineasta? Javier Campo estableció en un libro[11]
reciente un breve estado de la cuestión, dividiendo el panorama entre, por un
lado los estudios que hasta entrados los años sesenta sostuvieron la
transparencia de la representación cinematográfica frente a la realidad y por
otro lado planteamientos emanados del estructuralismo, para los que prima el
carácter de construcción condicionada por criterios culturales. Seguiré ese
esquema con algunos agregados.
La invención de la fotografía y
posteriormente del cine supusieron una transformación en los modos de
representar lo real: ya no se trataba de lo que el artista percibía y plasmaba
en la tela o en la piedra, sino que el proceso de reproducción pasó a ser
técnico, en gran medida autonomizado del hombre. En una cultura, la de fines
del siglo XIX, para la que el conocimiento positivo de la realidad a través de
la ciencia y la técnica era un valor en auge, la fotografía se presentaba como
más confiable ya no sólo ante la pintura o la escultura, sino también ante la
propia vista humana. Elizabeth Cowie señala que la
fotografía y el cine poseen dos deseos distintos de realidad: la “realidad
atrapada y revisable para el análisis”, es decir, el conocimiento de lo real, y
por otro lado el deseo de la realidad como imagen-espectáculo.[12]
Ver seguía siendo el medio de
conocimiento privilegiado, pero el ojo humano, territorio de la subjetividad y
por ende de lo falible, pasó a ser ayudado por medios técnicos, objetivos.
Según Cowie “aunque el
"referente" ya no es un dominio conocible a través de los sentidos
físicos, y especialmente la vista, la demanda de una referencialidad -y con
ello un imperativo realista- sigue siendo clara y es central para la aparición
de la fotografía y la cinematografía, que ahora se transforman (…) en los
garantes de lo real.”[13]
Motivados por aquel optimismo que
aseguraba un mundo asible y conocible, muchos de los primeros teóricos
concibieron al cine como un instrumento y un arte capaz de mostrar lo real como
a través de una “ventana abierta al mundo”, por tomar la conocida expresión de
André Bazin.
De esta manera, tomando el planteo de
Javier Campo, “buena parte de los estudios de cine hasta bien entrados los años
sesenta consideraron a la relación realidad-representación como directa,
'transparente’ (…)”[14]
debido a que suponían a la realidad como lo a
priori, el dato dado al que la cámara registraba idéntico.
De esta concepción surgen nociones
como la del “testigo u observador invisible”, que según David Bordwell “se convirtió en la respuesta para todo por parte
de la teoría fílmica clásica, incluyendo problemas relacionados con el espacio,
el autor, el punto de vista y la narración.”[15]
El observador invisible implica que la cámara sea una suerte de ojo que
atestigua la acción del film, inmovilizado en el eje de acción, cuyos
movimientos imitarían el proceso psicológico de la atención humana. Para Bordwell, este modelo adolece de ciertos “fallos
empíricos”: “Debe ignorar muchas técnicas estilizadas que no pueden
corresponder a un proceso óptico (…). Presupone un montaje continuado (…).
Olvida que incluso en las películas ordinarias, la posición de la cámara varía
en formas que no pueden atribuirse a un cambio en la atención del espectador
(…).” Más graves son las “dificultades teóricas” que observa: “El modelo del
testigo imaginario olvida que en el cine la narración de ficción comienza no
con el encuadre de una acción preexistente sino con la construcción de una
acción.”[16]
Podemos agregar que en el caso del documental la elección de la toma también se
presenta mediada por una construcción, no sólo desde el encuadre sino también
desde los preparativos para poder realizar dicha toma, que ya están
interviniendo en el registro.
La visión que identificaba sin
matices realidad y representación cinematográfica comenzó a ser cuestionada a
mediados de los años sesenta desde diversos flancos. Por un lado aquellos
realizadores que comenzaron a explorar modos de narración alternativos a Hollywood, por ejemplo poniendo de
relieve la presencia de la cámara y con esto la naturaleza construida del film,
como puede ser el caso de Godard, o las marcas de
subjetividad presentes por ejemplo en el cine de Jonas
Mekas. Por otro lado, los aportes desde campos como
la sociología, el psicoanálisis o la semiótica
en la teoría cinematográfica contribuyeron a repensar el vínculo del
cine con lo real a partir de la idea de construcción y de los condicionantes
sociales y subjetivos para que una determinada representación cobre estatus de
verdad. Para ejemplificar este punto Campo retoma a Pierre Sorlin
y a Jean Mitry: “para Sorlin
hacer cine ya no se trata de sostener un espejo frente a la naturaleza (como
pedía Kracauer), sino de configurar ‘realidades’ que
respondan a principios, cánones y patrones culturales de una determinada
época”. Para la concepción de Mitry “el cine siempre
dice algo acerca del mundo y no ‘refleja’ porque en ese supuesto ‘reflejo’ ya
hay una construcción particular de lo real observado.”[17]
De esta manera la representación
cinematográfica comenzó a recuperar su dimensión simbólica: incapaz de
reproducir lo real pero capaz de generar sus sentidos.
Cine documental
El cine documental me parece un campo
productivo para observar cómo funciona la construcción de sentidos sobre lo
real, por la particular relación que ha establecido desde sus comienzos con esta noción. El tópico realidad/representación muestra
quizá con mayor precisión su densidad cuando se refiere al cine documental,
sobre todo debido a los preconceptos asociados a este tipo de discurso.
Comenzaré este apartado por una
aclaración. El uso del término “género” para definir al documental es
discutido, ya que se trata de una práctica sin pautas tan rigurosas como las
que sirven para delimitar los géneros cinematográficos creados por el modelo
clásico de Hollywood, al tiempo que
abarca una heterogeneidad mayor. El término no-ficción quizá sea más apropiado,
porque abarca prácticas diversas, desde el documental informativo hasta el cine
ensayo, lirico, subjetivo. Sin necesidad de entrar en un análisis exhaustivo,
en este trabajo utilizaré los términos cine documental y no-ficción de manera
intercambiable para designar ese conjunto de prácticas cinematográficas
heterogéneas cuyo denominador común es su apelación directa a lo real, tanto
como material o materia prima, cuanto como objeto de estudio (sea para
mostrarlo, analizarlo, interrogarlo, intervenirlo). Por otro lado, la
distinción entre cine de ficción y cine documental se da también a partir de
las expectativas del público ante los films, que exige al documental el
compromiso con la verdad como rasgo determinante incluso de la “calidad” de la
película.
Por esto mismo el cine de no-ficción
presenta un punto sensible a las reflexiones en torno a los criterios de
realidad y representación antes mencionados. Javier Campo señala que, a
diferencia de la teoría fílmica tradicional, “los estudios del cine documental
nacieron kantianos”[18]
refiriéndose a la postura acerca del conocimiento según la cual la relación
entre el sujeto que conoce y el objeto conocido está mediada siempre por la
razón. Específicamente se refiere al libro de Paul Rotha
de 1936 Documentary film, en el cual dicho autor postula
que “la transparencia en la representación es absolutamente imposible de
lograr, siempre se trata del punto de vista de un sujeto situado culturalmente”[19]
Esta idea instalada tempranamente es la del film como una construcción, que a
partir de los años ochenta diversos investigadores siguieron desarrollándo. Campo cita entre otros a Brian Winston, de
quien se desprende la noción de que “el documental pretende dar forma y
ordenamiento a aquello que no lo tiene per
se.”[20]
De esta manera podemos ver la tensión
inscripta en el documental: por un lado, su relación axial con lo real, a
partir de lo cual se define y articula sus discursos; por otro lado su cualidad
de arte y con ella de artificio, de constructo. En otro artículo, Campo
advierte sobre el peligro inherente a esta cuestión, conducente a veces a posiciones
extremas, las cuales, empeñadas en refutar los viejos axiomas que identificaban
plenamente realidad y representación llegan a afirmar la subjetividad absoluta
de la imagen documental. Para esclarecer este punto, recurre a Barthes: “Llamo referente
fotográfico (…) a la cosa necesariamente real que ha sido colocada ante el
objetivo y sin la cual no habría fotografía. (…) nunca puedo negar en la
fotografía que la cosa haya estado allí.”
[21]
El referente funcionaría como el nexo entre realidad e imagen, un dato
indiscutible, aunque su sentido pueda ser interpretado, manipulado,
tergiversado. Aunque sea incomunicable, irreproducible, la realidad es un dato
presente en el cine documental.
Al analizar las que plantea como
“funciones del documental”, Michael Renov señala:
“aún al ver la película más verité deberíamos recordar, con Magritte,
que esto tampoco es una pipa. (…) Nuestros intentos de ‘fijar’ en el celuloide
lo que se sitúa delante de la cámara – nosotros mismos o miembros de otras
culturas – son esfuerzos frágiles, si no totalmente faltos de sinceridad.
Siempre se inmiscuyen cuestiones de selección (qué ángulo, toma, movimiento de
cámara, va a servir más); y los resultados son, efectivamente, mediados, la consecuencia de múltiples
intervenciones que necesariamente se
interponen entre el signo cinematográfico (lo que vemos en la pantalla) y
su referente (lo que existió en el mundo).”[22]
Renov utiliza (y subraya) los conceptos de mediación
e interposición, y de esta manera no vacía la dimensión de realidad del
documental sino que la matiza y complejiza.
El documental es un discurso sobre la
realidad, atravesado por otros discursos y por su especificidad histórica, y
puede ser un elemento activo, praxis,
al intervenir sobre la misma. No han sido pocos los ejemplos de esto último en
la historia del documental desde los años veinte. Incapaz de representar la
realidad, pero deseoso de lograrlo, el documental puede (sobre todo cuando es
consciente de esa carencia) trabajar con el signo cinematográfico ligado a lo
real para dotarlos de un nuevo sentido.
Ahora bien, se hace preciso
considerar el aporte que puede realizar el cine documental al campo de la
historia teniendo en cuenta los lineamientos esbozados. Propongo que el
documental puede ser un territorio fecundo para la exploración de aquel doble
carácter del cine que reviste importancia para la historia: tanto como fuente
en sí mismo cuanto como portador de discursos e interpretaciones sobre el pasado.
Para iluminar este punto me gustaría
desarrollar algunas observaciones sobre Acto
para la liberación, la segunda parte de La
hora de los hornos (grupo Cine Liberación, 1966-68, 260’). Se trata de un
documento ampliamente revisado y discutido. Formó parte, durante las décadas de
1960 y 1970, de un contexto de intensa producción de cine de corte
político-militante, en consonancia con las tendencias del llamado Nuevo Cine Latinoamericano, en la que el
documental tuvo una importante presencia e influencia.
Acto para la liberación, funciona no sólo como instrumento contrainformativo
sino también a la manera de lo que hoy llamaríamos, con Foucault, una “caja de
herramientas”, es decir, con propuestas concretas para el establecimiento de
tácticas de lucha. Para esto, el film esboza un recorrido por su pasado
reciente, marcando tres momentos: el 17 de octubre de 1945 como instancia
fundacional del movimiento de masas, los dos primeros gobiernos de Perón y su
destitución, y el periodo conocido como “la resistencia”. Como ha señalado Mestman[23]
esta parte del film estaba pensada para ser proyectada en ambientes de
trabajadores y militantes vinculados al movimiento obrero, por lo que este
desarrollo se presentaba a fines pedagógicos, llevando a los trabajadores lo
que se consideraba el conocimiento verdadero de su propia historia, como a
fines tácticos, para analizar posibles vías de acción a la vez que para
motorizar la rebelión.
De esto se desprenden dos
tratamientos (posibles y complementarios) para la fuente. Por un lado nos sirve
como observatorio de una versión del pasado peronista construida en un marco
teórico que retoma elementos de la izquierda nacional y el peronismo
revolucionario. La misma no se plantea como una periodización sino que
construye cuidadosamente su discurso buscando resaltar los elementos más
populares y combativos del contexto de las dos primeras presidencias de Perón.
Se configura así una relectura del peronismo que, si bien mantiene una
referencia fuerte a la figura del líder como aglutinador, se centra en el
movimiento de masas trabajadoras que, según la argumentación del film,
constituye una instancia de la lucha contra el
imperialismo en el tercer mundo. A partir de esta interpretación del pasado la
propuesta es establecer un horizonte de futuro en el que el peronismo alcance
todo su potencial revolucionario.
La reconstrucción es clara, por
ejemplo, en el uso de la idea de violencia. Desde la posición de Cine
Liberación, habiendo ya atravesado las luchas de la resistencia peronista junto
a las primeras experiencias de lucha armada, en un contexto internacional
marcado por la revolución cubana y los conceptos de Fanon
en relación a la descolonización en el tercer mundo, la violencia era una
instancia central en la lucha política. El documental centra gran parte de su
argumentación en la necesidad de incorporar la violencia a las tácticas
obreras. Por esto no sólo se centra en su presente, sino que rastrea en su
pasado (un pasado nacional pero también el pasado particular del movimiento) y
rescata elementos que sirvan para legitimar el uso de la violencia política.
Ahora bien, sabemos que durante los primeros dos gobiernos peronistas este
elemento no tenía la centralidad que cobraría posteriormente, sobre todo
teniendo en cuenta la importancia dada a la supresión del conflicto de clases.
Sin embargo, los realizadores buscan, y encuentran, fundamentos para instalar a
la violencia política como un factor constitutivo del peronismo. Para esto se
nutren de varias fuentes. Por una parte se reivindica a la figura de Eva Perón
como “la portaestandarte de las capas más profundas y explotadas”,
reproduciendo los fragmentos más apasionados de sus discursos frente a la plaza
colmada de trabajadores, contribuyendo así a la construcción del mito nostálgico
de la heroína popular. Por otro lado se retoma el discurso de Perón del 31 de
agosto de 1955 durante el cual, habiendo agotado las instancias conciliadoras y
ante la inminencia del golpe militar, el presidente realiza un llamado a las
masas: “a la violencia hemos de contestar con una violencia mayor. La consigna,
para todo peronista, esté aislado o esté dentro de una organización es
contestar a una acción violenta con otra más violenta.”[24]
Por otro lado se recurre a la mostración de la violencia popular (enfrentada a
la violencia ilegitima de “la patronal” y el estado): imágenes de los
militantes ofreciendo resistencia al golpe de estado de 1955, testimonios de
los que allí estuvieron acerca de la represión sufrida. Así, en base a tal
reinterpretación del pasado, aportan en su presente argumentos clave para la
discusión dentro del propio peronismo acerca de qué tácticas y estrategias
elaborar.
Esa sería entonces una forma de
abordar esta parte del film, rastreando qué sentidos configura acerca del
pasado. Otra forma sería buscar aquellos rastros del pasado que nos permitan
acceder a aspectos que otras fuentes no permiten o no “muestran”. Acto para la liberación puede
constituir, de hecho, un registro documental interesante para estudiar la
organización del movimiento obrero en aquellos años, ya que recaba una
importante cantidad de información sobre el mismo (testimonios orales, datos de
ocupaciones fabriles, una cronología parcial de los planes de lucha, etc). En este caso, lo propicio sería estudiar esta fuente
tanto en la peculiaridad de su materialidad fílmica, que brinda posibilidades
diferenciadas (por ejemplo, trabajar la militancia durante la resistencia desde
el registro de la subjetividad y la experiencia), a la vez que en triangulación
con documentos de otra índole (escritos, orales, etc).
Se podría generar así un nuevo corpus de conocimientos sobre el tema o bien,
arrojar luz sobre aspectos hasta el momento no considerados.
Como podemos observar entonces, la
forma en que se elaboran imágenes, versiones acerca de la realidad a través del
cine, constituye una vía de acceso de gran riqueza para el trabajo
historiográfico. El cine documental particularmente, por su ubicación ambigua
en el eje realidad/representación puede cumplir un importante rol a la hora de
dilucidar el modo en que se construyeron dichos sentidos a la vez que aporta
una nueva gama de apreciaciones disponibles respecto a la materialidad del
pasado.
Bibliografía
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[1] Clara Kriger. “Historia y cine. Una relación muy productiva”, Boletín Bibliográfico Electrónico del
Programa Buenos Aires de Historia Política, número 4, año 1. Bs. As.,
septiembre de 2009, p 56.
[2] Desde los
trabajos de la vanguardia soviética de la década de 1920 encabezada por Eisenstein y Kulechov, hasta los
análisis clásicos de la segunda posguerra de Eisner y
Kakauer, por citar los ejemplos más conocidos.
[3] Marc Ferro. Historia contemporánea y cine,
Barcelona, Critica, 2000. p 37.
[4] Ibídem. P 39.
[5] Pierre Sorlin. “El cine, reto para el historiador”, Revista Istor,
nº 20, Año V. 2005, en línea http://www.istor.cide.edu/archivos/num_20/dossier1.pdf,
p 19
[6] Ibídem. p 28
[7] Pierre Sorlin. Op. Cit.,
p 35
[8] Robert Rosestone. El pasado
en imágenes, Barcelona, Ariel, 1997, p 55.
[9] Ibídem, p 59.
[10] Clara Kriger. Op. Cit., p 57
[11] Campo, Javier. Cine documental argentino. Entre el arte, la
cultura y la política, Bs As, Imago Mundi, 2012.
[12] Elizabeth Cowie. “El espectáculo de los hechos y el deseo de
realidad”, trad. Soledad Pardo, Revista
Cine Documental, Número 9. Bs.As, Año 2014, p.
150-151.
[13] Ibídem, p. 159.
[14] Javier Campo. Op. cit, p. 8.
[15] David Bordwell. La
narración en el cine de ficción, Barcelona-BsAs-México,
Paidós, 1996, p. 9.
[16] Íbidem, p. 10-11.
[17] Javier Campo. Op. Cit, p. 11 – 12.
[18] Javier Campo. Op. Cit., p. 15.
[19] Ibídem, p. 15.
[20] Ibídem, p. 16.
[21] Ibídem, p. 222.
[22] Michael Renov, “Hacia una poética del documental” (Trad. Soledad
Pardo), Revista On-Line Cine Documental,
Número 1. Bs. As. Primer Semestre 2010 www.revista.cinedocumental.com.ar,
p. 13 – 14.
[23] Mestman, Mariano. “La exhibición del cine militante: Teoría
y práctica en el Grupo Cine Liberación” en La
comunicación mediatizada: hegemonías, alternatividades,
soberanías, Susana Sel (compiladora) Buenos
Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales - CLACSO, 2009.
[24] LHH, Acto para la liberación, 00:31:05