Reseñas
bibliográficas
Castellanos, Santiago, En el final de Roma (ca. 455-480): la solución intelectual., Ediciones
de Historia, Marcial Pons, Madrid, 2013, 339 páginas. ISBN 978-84-92820-87-0
Santiago Castellanos, profesor de la
Universidad de León, y docente invitado de la Universidad de Oxford, es
conocido en el mundo académico por sus numerosos artículos, pero también por el
público en general, debido a su incursión en la literatura de ficción con Martyrium. El ocaso de Roma (2013) y Barbarus. La conquista de Roma (2015).
Ese mismo estilo dinámico y elegante con el que están narradas sus novelas, el
lector lo encontrará desde la primera a la última página de El final de Roma. Dos adjetivos que no
suele asociarse a la escritura erudita y que en un texto que se adentra en
problemáticas para nada sencillas, destacan con brillo propio.
En
el final de Roma no es un
manual “sobre la decadencia del Imperio” sino un ensayo acerca de cómo vieron o
no los contemporáneos su desaparición, y la construcción de un discurso
intelectual en ese momento de crisis. La estructura llama la atención porque no
presenta un encadenamiento lineal, sino que más bien utiliza el recurso de los
vasos comunicantes: las ideas, conceptos y personajes se van desarrollando y
son retomados en reiteradas intervenciones, profundizándose con cada vuelta.
Tal vez por este motivo sea un texto que necesita más de una lectura. A nivel
formal cuenta con una Introducción, seis capítulos, un breve “Apunte final” a
modo de conclusión y un extenso apartado de bibliografía actualizada y fuentes.
La introducción y los dos primeros
capítulos dan cuenta del estado del arte de las discusiones más recientes,
tanto arqueológicas como historiográficas, sobre el “final” del imperio, la
injerencia de la presencia bárbara en los textos y en el registro material o el
debate teórico a nivel de la recepción textual aplicable a la literatura del
siglo V. El autor nos alerta desde las primeras páginas de la introducción que
aunque la cuestión del “final” es muy relativa y cada jurisdicción y región
geográfica del Occidente romano tuvo su propio desarrollo, la idea apareció
como una construcción discursiva en el siglo VI de la mano de los bizantinos, y
de su emperador Justiniano. El libro se centra en el estudio de algunos textos
de la época (455-480) y en la percepción que ellos reflejan acerca del “final
de Roma”: la “solución intelectual”. A través de las cartas y panegíricos
sobrevivientes de Sidonio Apolinar, se puede atisbar algo de lo que ocurría en
esos momentos de incertidumbre y tumultos. Sin embargo, nada en ellos permite
estimar que los romanos occidentales pensaban sus tiempos como una época final,
aunque sí de profunda crisis y transformaciones.
Esto le permitirá a Castellanos darnos en
la “Introducción” un repaso por la “obsesión” de la decadencia, cómo se ha
visto reflejada en la historiografía anglosajona (mayoritariamente) y cómo
influyó esta lectura en el resto de los historiadores, a lo largo de los siglos
XIX y XX[1]; incluso en ciertos autores que están
embarcados en esta vertiente historiográfica a principios del XXI, el caso de
Heather o Ward-Perkins. Para equilibrar nos presenta los enfoques menos
catastrofistas[2] que se han aproximado al tema desde
perspectivas culturalistas, religiosos o institucionalistas.
Dicho de este modo parecería que el autor
simplemente intentara colocarse en uno u otro bando sin demasiados ambages. Sin
embargo, la cuestión de la “caída” y la obsesión por la decadencia le dan el
marco justo para relativizar la idea, introduciendo en el capítulo siguiente,
el aporte de la arqueología. Con esto se plantea la posibilidad de ver los
cambios sincrónicos y diacrónicos a lo largo y ancho del imperio, aunque
confunde los conceptos de “ramp and step
change” (traduciéndolos al revés).
Tanto las fuentes documentales como la
investigación arqueológica atienden a determinados intereses y deben ser vistos
siempre en su origen y destino para analizarlos. El bagaje arqueológico servirá
para acercarnos a las capas menos favorecidas de la sociedad, que no han dejado
registros textuales pero que pueden verse reflejadas en las nuevas redes de
aldeas, en la variación a nivel simbólico, en diversas expresiones de valores
en las jerarquías, etc. El análisis textual es abordado a través de la teoría
de la recepción cultural y literaria. Castellanos nos recuerda que en el siglo
V la escritura sigue siendo un instrumento y un producto elitista, y mayormente
cristiano.
Por consiguiente, tanto la introducción
como el capítulo 1 se balancean entre “el material y el discurso retórico”, en
los que el lector recibe un panorama acerca del cambio en todos los niveles. Es
destacable el peso que adquieren las iglesias en la creación de identidades
dentro de la comunidad campesina, que desamparada por la desarticulación de la
administración imperial, empieza a crear nuevas redes de relaciones o a
fomentar las que existían de larga data, a pequeña escala. Es allí en donde más
se nota el papel de los textos a la hora de construir símbolos, valores, o
remitir a tradiciones que se están perdiendo con cada convulsión. La
arqueología, a su vez confirma un resurgir de las iglesias (urbanas y rurales)
que en regiones como Hispania o África, ocupan el vacío imperial. Un tema que
se retomará en los capítulos 3, 4 y 5.
La cuestión, muy en auge, sobre el fin de
las villas en Occidente tiene asignado un espacio importante. Castellanos,
apoyado en las investigaciones arqueológicas de Chavarría y Lewit, nos muestra
que la visión decadentista debería dar paso a la del cambio, a una transferencia
de lugares de poder: de los foros, villas y templos a las iglesias. En su
argumentación, aunque de manera tangencial, propone la posibilidad de una nueva
mirada sobre el siglo V hispano, y la necesidad de rever todo ese período como
génesis de las aldeas (que la historiografía más tradicional suele anclar en el
siglo X), a la luz del material arqueológico y los crecientes descubrimientos.
El capítulo 2 “Los bárbaros” retoma ideas
del anterior, sobre la incidencia o no de los bárbaros en la aparición de
nuevas aldeas, del colapso del imperio en el Occidente romano, etc. Pero
también hace un repaso del concepto del bárbaro, como creación griega adaptada
por los romanos, que desandando una larguísima tradición, culmina, con sus
variantes, en la pluma de Amiano Marcelino, Salviano o el propio Sidonio. Con
un trasfondo moralizante en los escritores cristianos.
Da cuenta aquí, por supuesto, de la ya
clásica pero no extinta controversia acerca de la magnitud de las “invasiones
bárbaras”, dividida entre los que minimizan el valor absoluto de ese concepto,
como Goffart, o los que lo reactualizan como Heather. Castellanos opta por no
centrarse exclusivamente en el concepto “invasión” sino en intentar formular
hipótesis que pongan en diálogo las nociones de “barbarie” y romanidad”
presentes en la evidencia textual y arqueológica, sin perder de vista que el
siglo V es el de la consolidación de la presencia bárbara en el imperio.
Se podría pensar que el capítulo concluye
de manera abrupta con esos dos postulado, sin embargo, no es un compartimento
estanco sino un tema que subyace en todo el libro. En el capítulo 2 se
especifican las principales líneas de discusión que el lector debería tener en
cuenta. Una vez logrado eso, el desarrollo continúa a nivel del análisis
textual que se propuso en las primeras páginas de la introducción.
“Lo perdieron por su negligencia”, con esa
cita comienza el capítulo 3, y resume la forma en que Oriente concibió la
pérdida de Roma, y la cuestión de la legitimidad del reclamo sobre los territorios
de Occidente, por parte de sus emperadores. Argumento también utilizado por los
escritores cristianos a quienes les interesaba acentuar la preeminencia de las
figuras ascendentes de la iglesia, en detrimento de los gobernantes de turno,
que se codeaban en exceso con los invasores. Recordemos que es el momento en
que la Iglesia está intentando establecer la ortodoxia y la mayoría de los
contingentes bárbaros profesan la fe arriana, o sencillamente son paganos.
El capítulo desenvuelve tres ideas que
buscaron resolver el problema de la consolidación del poder en Occidente: la “solución gala” (una especie de
golpe de estado por parte de la aristocracia gala y los visigodos) con Avito a
la cabeza, quien es a su vez una figura marginal o central dependiendo del
contexto en que se escriba la historia, y por parte de quién (Jordanes,
Hidacio, Prisco, Sidonio, etc.). La segunda es la “vía militar”. Tiene que ver con el interés de Mayoriano en hacerse
con el poder dejando de lado a Avito, apoyado por los visigodos de Ricimero.
Mayoriano es un hombre de Oriente, amparado por el nuevo emperador León. Sin
embargo, la derrota de la flota que intentó recuperar África de los vándalos,
llevó al final de las pretensiones de Mayoriano, y a la condena por parte de los
intelectuales orientales.
La tercera es la opción del “griego”, en la figura de Antemio. La
intención es tratar de proyectar, a través de los discursos y panegíricos en su
honor, una especie de confluencia de intereses de Oriente y Occidente, y aquí
es clave el papel de Sidonio encargado de escribirlos.
En el siguiente capítulo vuelve la vista a
los contemporáneos del siglo V y su actitud ante el “significado” del 476 como
un final definitivo o como una crisis más. Encontramos gran cantidad de
extractos de cartas de Sidonio a sus colegas, de hagiografías, de Historiae, de textos en latín que pueden
parecer reiterativos, ya que se encuentran traducidos al castellano
inmediatamente antes. Sin embargo, para quienes conocen el dicho de “traductor
traidor” sabrán que los pequeños matices que se descubren en la lengua
original, nunca podrán ser sustituidos por una traducción. Motivo por el cual
el autor puede detener su argumentación, en por ejemplo, el significado
particular de un haec en un fragmento
en especial.
En el recorrido que se propone, aunque los
autores se muestran alarmados por el rumbo que están tomando los
acontecimientos, ninguno de ellos está convencido de encontrarse ante el final
de nada. A pesar de ello, como veremos en el capítulo 5 “Desprenderse de la
patria o del cabello. Buscando una identidad”, comprenderemos que nuestros
testigos se sienten como los “últimos romanos” (una idea que ya se había
presentado en la introducción y que ahora es retomada para ser explicada). Esta
expresión debe entenderse desde el punto de vista intelectual, ya que es la
solución de la que se habla en el título del libro que estamos reseñando. Hay
una cesura de tipo político que los contemporáneos vislumbran muy bien. Que
obliga a los aristócratas e intelectuales a actuar, a preocuparse por el
destino de la res publica y a
intentar una salida. Sidonio les escribe a sus amigos y colegas, instándolos a
no perder la identidad romana que estará dada por las letras, por la
supervivencia del latín, como un símbolo de la cultura[3].
Al analizar las discusiones teológicas y
religiosas, en un tiempo de grandes desequilibrios, se descubre que la
prudencia es la mejor carta para jugar. Una “época episcopal” que se
manifestará en el resurgir de las iglesias y en las inscripciones que dejarán
marca en sus dinteles, como loa a sus constructores y benefactores. Ya no los
emperadores, sino los obispos locales, muchos de ellos antiguos miembros de la
aristocracia imperial.
El último capítulo retoma, para concluir,
la cuestión de la apropiación del tópico del bárbaro por parte de la
aristocracia romana: del mal olor al buen rey dependiendo de los escritores, de
los tiempos, y de las necesidades del momento. Esto explica cómo fue posible
que los regna bárbaros pudieran
consolidarse y florecer en un ambiente más allá de los límites originales de
asentamiento. También explica cómo aquellos “últimos romanos” que defendían la
romanidad fueron capaces de adaptarse, en la generación siguiente, a los
tiempos que corrían. Cómo fue capaz, esta nueva generación, de escribir y
comprender la historia de los bárbaros desde su óptica y ya no desde los ojos
de los romanos. Allí se halla, en definitiva la “solución intelectual” al
colapso de Roma.
En
el final de Roma es un
ensayo interesante, que debe leerse como quien pela una cebolla, capa por capa,
para adentrarnos en los pormenores que le importan a su autor. Desde las más
externas donde se encuentran los puntos de anclaje de cualquier análisis
histórico, hasta las más íntimas que desmenuzan fuentes al nivel de la sintaxis
latina. Para quienes no son especialistas en el periodo, es un completo punto
de partida, con estados de la cuestión puestos al día y aportes fundamentales
sobre arqueología. Para quienes sí lo son quizá los primeros capítulos sean
reiterativos e incluso aburridos, pero lanzan algunas ideas provocativas como
la relectura del siglo V hispano, e incorpora desde el título, la necesidad de
una interpretación del final de Roma desde la lectura de la teoría de la
recepción.
La utilización de un lenguaje sin
retruécanos academicistas lleva a engaño. No es un libro para el gran público,
a pesar de su amable lectura. Eso queda de manifiesto con la aparición de las
primeras alusiones en latín, los pies de páginas con citas a obras en alemán
que no tienen sus traducciones en castellano, o la alusión a conceptos que no
se explican porque queda implícito que son de dominio de quien los lee. En definitiva, un libro muy recomendable para
quienes están dispuestos a una lectura paciente y minuciosa, resaltador en
mano, y libreta de apuntes mediante.
Viviana Talavera
Universidad Nacional de Mar del Plata
nemesisvengadora@hotmail.com
Poy, Lucas, Los orígenes de la clase obrera; huelgas, sociedades de resistencia y
militancia política en Buenos Aires 1888-1896, Imago Mundi, , Buenos Aires 2014, 334
páginas, ISBN 978-950-793-199-4.
En los últimos años la historiografía
referente al movimiento obrero ha cobrado impulso gracias a la publicación de
numerosos artículos, revistas y libros que vuelven a situar a este tema como
objeto de estudio. El libro "Los orígenes de la clase obrera; huelgas,
sociedades de resistencia y militancia política en Buenos Aires,
1888-1896" de Lucas Poy se enmarca en estos esfuerzos historiográficos que
buscan analizar el desarrollo de la clase trabajadora en Argentina.
Puntualmente el recorte 1888-1896 viene a responder a un problema que había
sido dejado de lado: los orígenes.
De este modo la obra hace una recuperación
de autores clásicos, pioneros de la historia de los trabajadores, como Diego
Abad de Santillán (Anarquista) y Jacinto Oddone (Socialista), entre
otros. Sin embargo el presente trabajo no se ciñe a las tradiciones de
izquierda, sino que se propone estudiar las organizaciones y la clase en sí, recuperando un periodo histórico
que, con excepción de los esfuerzos de algunos autores como Bilsky o Falcón,
había quedado casi olvidado. Este
recorte temporal le permite discutir con los planteos de la historiografía
revisionista de los años sesenta que, al vincular el origen de la clase obrera
al peronismo, ignoran la historia de lucha, formación y desarrollo del
proletariado. Al mismo tiempo critica las tesis de los investigadores -con Luis Alberto Romero a la
cabeza- que proponen que la clase trabajadora, en el siglo XX, se disolvió en
los "sectores populares" negando el carácter objetivo de la misma e
ignorando el desarrollo de sus organizaciones, sus tradiciones y su identidad
clasista. Poy, al analizar el desarrollo subjetivo de una clase obrera objetivamente determinada, le responde a estas nociones que intentan escindir la
historia de los trabajadores de sus organizaciones y sus luchas.
El libro cuenta con una introducción, ocho
capítulos y unas palabras finales, a lo largo de todo el texto, el autor desarrolla
tres problemáticas principales: la caracterización de los factores objetivos
que constituyen a la clase; la dinámica de los trabajadores en la lucha gremial
y, finalmente, un análisis de las ideologías de izquierda en relación al
movimiento obrero.
Para realizar su análisis Poy hace un
amplio uso de fuentes primarias: utiliza estadísticas estatales, aunque el
principal aporte son los periódicos de época. Recurre a diarios
comerciales, y a la vez nos brinda una relectura
de las prensas clasistas: anarquistas (La
questione Sociale, El perseguido,
L'avvenire) y socialistas (Vörwarts, El obrero, La vanguardia), distinguiendo y explicitando las posturas
políticas sostenidas en las mismas. Éstas, a su vez, son acompañadas por
publicaciones gremiales como El obrero
panadero o La unión gremial.
A lo largo de todo el texto resalta la
influencia teórica y metodológica de autores clásicos del marxismo británico,
principalmente: E.P. Thompson. En este sentido el análisis de las
organizaciones, ideas y experiencias de lucha tienen un rol protagónico en la
obra de Poy y son determinantes al momento de explicar la formación de la clase
obrera. A su vez, para tener una visión totalizadora, son necesarios otros
trabajos que, sumados a los elementos aportados por este libro, analicen
diferentes experiencias (las tradiciones o la marginalidad, por ejemplo).
El primer eje del presente trabajo analiza
la estructuración del proletariado de Buenos Aires en relación al mercado de
trabajo, la organización de la ciudad y sus condiciones materiales de
existencia. Así, el autor muestra que los trabajadores de Buenos Aires tienen
como particularidad el carácter estacional y poco calificado de su trabajo. De
esta forma propone como hipótesis que los empleos temporales favorecían el vínculo
entre obreros de profesiones diversas, rompiendo con la tendencia a aislarse en
sus propios oficios. Al experimentar en forma conjunta la explotación en sus
diferentes trabajos, los asalariados rompen con la conciencia corporativa en
favor de la solidaridad de clase. Esta idea resulta novedosa ya que pone como
eje la identidad común de los trabajadores en torno a experiencias de
explotación que no se circunscriben, únicamente, al lugar donde desempeñan su
actividad y que está vinculado directamente con las particularidades del
mercado de trabajo. A su vez, la originalidad de la hipótesis radica en
demostrar cómo la falta de estabilidad laboral no impidió la organización, sino
que favoreció la creación de lazos de solidaridad entre diversos oficios. El principal
ejemplo es la industria de la construcción, que vinculaba a trabajadores de
diferentes gremios relacionados directa o indirectamente, dentro de la misma
rama. Esta caracterización del mercado laboral es acompañada por una breve
descripción de la vida y los problemas de los asalariados en sus barrios.
La dinámica de la lucha de clases es
explorada en los capítulos 2 al 5, donde se presentan los momentos de alta
conflictividad (1888-89, 1894-96) y los momentos de reflujo (1890-94),
analizando la evolución del proletariado de diferentes oficios (construcción,
pintores, panaderos, etc.), poniendo de relieve la conformación de espacios de
organización y de lucha (comisiones, sociedades de resistencia). El autor busca
establecer el contexto político y económico para enfatizar de qué modo cómo la
coyuntura influyó en la dinámica histórica del movimiento obrero. Así, remarca
la pervivencia de las luchas y la resistencia de las organizaciones en los
tiempos difíciles, como también la agitación en los momentos de alza en la
lucha de clases. En este sentido la huelga grande (1896) se nos presenta como
el ejemplo más ilustrativo para desarrollar su hipótesis ya que, si bien este
conflicto comenzó en los talleres ferroviarios, en poco tiempo logró extenderse
a toda la ciudad, beneficiado por un contexto de crisis política y una
superación de la recesión económica. En primer término la huelga se propagó
entre los diferentes oficios ferroviarios, pero
pronto se estableció un clima huelguístico que impulsó el desarrollo de
conflictos con el protagonismo de otros trabajadores (panaderos, cocheros,
etc.), quienes también se enfrentaron a las patronales. Algunos de ellos se
vieron influenciados por ideologías revolucionarias; otros, por el clima
huelguístico generalizado (que las corrientes de izquierda ayudaron a generar).
A su vez la huelga se alimentó de organizaciones gremiales nacidas al calor de
experiencias previas que, al mismo tiempo, establecieron consignas de carácter
general, como la jornada laboral de ocho horas. Si bien la lucha fue derrotada,
su desarrollo le permite al autor concluir que allí los trabajadores comenzaron
a conformar una identidad clasista. En oposición a estas organizaciones
propiamente obreras, Poy menciona el nacimiento de los Círculos Obreros
Católicos como parte de la ofensiva de un sector de la clase dominante para
controlar la "cuestión social". A su vez, plantea los límites de las
sociedades de base nacional por su carácter policlasista; sin embargo, a pesar
que no se proponga estudiarlas, es necesario problematizar con mayor
profundidad la función de tales organizaciones en otros trabajos.
Finalmente los últimos dos capítulos están
dedicados al análisis de las influencias anarquistas y socialistas en el seno
del movimiento obrero y los debates entre ambas fuerzas y al interior de cada
una. Explora las diferencias entre ácratas (anti-organizadores y organizadores)
y socialistas (las primeras generaciones y las posteriores) a la luz de los
cambios ideológicos internacionales, de las influencias de sus figuras
fundamentales y de las luchas obreras.
Para entender el proceso de formación de la
clase trabajadora es necesario ahondar en las diversas experiencias de
explotación de los asalariados. El eje puesto en las organizaciones y las acciones
nos permite acercarnos a los sectores más adelantados de la clase proletaria
que, en ese momento, se está cristalizando. De esta forma, el autor, al
estudiar el proceso histórico concreto de las huelgas del período 1888-1896,
logra establecer tanto los momentos de lucha como el repertorio de las aún
precarias organizaciones de los trabajadores.
Este trabajo retoma la tradición
thompsoniana tanto en la concepción de clase, como en el análisis que el
marxista británico propone: "la noción de clase entraña la noción de
relación histórica. Como cualquier otra relación, es un proceso fluido que
elude el análisis, si intentamos detenerlo en seco en un determinado momento y
analizar su estructura. (...) La relación debe estar siempre encarnada en gente
real y en un contexto real".[4]
En sintonía con esta idea, el estudio de
Poy enuncia una hipótesis innovadora que, partiendo de una caracterización de
la estructura objetiva del proletariado, analiza el contexto real del
nacimiento de las organizaciones, de las luchas y de una identidad clasista en
tanto factor determinante en el proceso de transformación de los trabajadores
en clase obrera.
En este contexto de crisis donde se hace
necesario volver nuestra mirada hacia las formas de organización, las
ideologías, las identidades y experiencias de la clase obrera, el aporte de
esta obra se vuelve sumamente relevante, no sólo como debate historiográfico,
sino como recuperación política de la tradición de organización y lucha propias
de la clase trabajadora.
Lucas Glasman
Escuela de Historia (Universidad de Buenos
Aires)
lucas.glasman@gmail.com
“En el comando atendían todos los días, nos
hacían ir a preguntar, a probar, cada ocho días, no todos los días. Ahí me
empecé a ver con Don Ángel Alba, Fidel Toniolli, y las mujeres María Prat que
falleció, Inés Patachini y yo. Los vi varias veces, entonces dije: “Bueno, acá
pasa algo”. Me acerqué y sí, estos tienen el mismo problema, digo: “Entonces
lo más prolijo es que nos juntemos, será
viejo el proverbio pero la unión hace la fuerza, no vamos a estar unos por acá,
otros por allá.” La voz que cuenta algunas de las anécdotas que devienen en
la constitución del organismo “Familiares
de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y Gremiales” en la
ciudad de Rosario es la de Lucrecia Martínez, Madre de la Plaza 25 de Mayo.
Citado en la investigación de Marianela Scocco, este testimonio es solo una
muestra de las múltiples voces que circulan por El viento sigue soplando.
La
puesta en discurso de la voz testimonial implica un orden en el relato de la
propia vida, especialmente, para aquellos que fueron víctimas de la violencia
estatal. A través de la narración se busca comprender y dar sentido a aquello
que se padeció como víctima de un poder abusivo. Así como para los sujetos la
narración es el modo de significar la propia historia individual, la historia
oral a través de la puesta en común de todos esos relatos configura la imagen
de una historia reciente, que está viva, resignificándose constantemente.
A
través de un recorrido por los recuerdos que reconstruyen cada uno de las
entrevistadas El viento sigue soplando
visibiliza la particularidad de la conformación de los organismos de Derechos
Humanos en Rosario, establece periodizaciones y principalmente indaga acerca de
los orígenes de Madres de la Plaza 25 de
Mayo.
Los procesos
subjetivos de rememoración y olvidos, necesarios a la hora de narrar el pasado,
no se presentan de manera espontánea en individuos aislados; por el contrario,
se encuentran inmersos en una compleja red de relaciones institucionales,
sociales y culturales. Por ello, al analizar estos testimonios desde el punto
de vista de la configuración de una identidad a partir de los recuerdos
subjetivos la autora se propone indagar acerca del componente social de los
mismos, ya que las memorias individuales son posibles solo dentro de
determinados marcos sociales que conllevan la representación general que la
sociedad tiene en relación a determinados temas y confieren sentido a los
recuerdos individuales.
El
primer capítulo del libro presenta un amplio repaso de la situación política
nacional y local hacia fines de los años sesenta por medio del relevamiento de
manera concisa de los distintos tipos de organizaciones de derechos humanos que
funcionaron como antecedente y nutrieron con su experiencia a aquellos que se
consolidaron durante la última dictadura militar. A través del análisis de
diversas fuentes, tanto documentales como periodísticas, Scocco logra
establecer las redes de relaciones que operaron en favor de la creación de
nuevos frentes de lucha tales como Familiares
de detenidos por Razones Políticas y Gremiales y la Asamblea Permanente por los Derechos del Hombre, cuyo principal
referente se encuentra en la Liga
Argentina por los Derechos del Hombre para el caso de Rosario.
La
autora identifica dos líneas de acción que hacia el año 1977 se presentaban
como alternativas para aquellas personas que se encontraban en la búsqueda de
sus familiares. Alternativas, ya que tomaron caminos diferentes en su plan de
lucha, aunque no por eso excluyentes, dado que muchas de las personas que
fueron entrevistadas aparecen en los reiterados testimonios optando por ambas
vías simultáneamente.
Los
capítulos siguientes seguirán el rastro de ambas líneas de acción a lo largo de
las entrevistas. Es por ello que aparecen organizados a través del relato de
una voz principal que funciona como eje articulador del diálogo que establece
no sólo con los testimonios de las múltiples entrevistas realizadas sino
también con los documentos oficiales, los archivos de la prensa local y nacional,
y un nutrido marco teórico de referencia. En su conjunto las voces trazan un
recorrido por medio del cual se reconstruyen distintos aspectos de la lucha que
comienza a darse en las agrupaciones que reclaman activamente información
acerca del paradero de sus seres queridos. Además muestran los itinerarios que
fueron habilitando los encuentros entre los miembros de lo que posteriormente
se conocería como Madres de la Plaza 25
de Mayo.
Cada
una de las voces que domina los capítulos logra mostrarnos las diferentes
funciones que ejercieron implícita y explícitamente las distintas instituciones
y actores sociales en el período más violento de la historia argentina
iluminando de manera reveladora el
panorama del escenario local que presenta a Rosario como un caso diferenciado
de lo acontecido en Buenos Aires.
En
este sentido, testimonios como de Esperanza Labrador resultan clave para la
comprensión de la función de los consulados en relación con la averiguación de
los paraderos de los detenidos desaparecidos y la preservación de la vida de
los familiares frente a la amenaza del estado. A través de su experiencia se
puede entrever el rol del Consulado de España en el caso particular de la
desaparición y asesinato de sus dos hijos y su marido. Por su parte, el relato
de Nelma Jalil muestra claramente cómo operaban algunos sectores de la Iglesia
en la contención de la lucha por medio del persistente engaño hacia los
familiares de las víctimas, especialmente a sus madres. De este modo se
evidencia no solo la connivencia de parte de la cúpula eclesiástica sino
también el registro de la actividad de cada uno de los familiares que se llevó
a cabo en las seccionales policiales donde la investigadora fue a recabar los
datos para contrastar con aquellos indicios que aparecían mencionados una y
otra vez en los relatos de las entrevistadas.
Este
diálogo no solo traza una imagen significativa de los actores sociales que
contribuyeron directa o indirectamente a la interrelación y agrupación de los
familiares de las víctimas, sino que además aporta como contraparte una red de
significados que son los que logran dar forma a la identidad que finalmente
nuclea a las Madres en una
organización propia y diferenciada que refleja la especificidad de su reclamo.
Párrafo
aparte merece la reconstrucción de los orígenes de la filial rosarina de Abuelas de Plaza de Mayo. A través del
estudio de las distintas entrevistas, recogidas en un enorme trabajo de archivo
periodístico y documental del testimonio de Darwininia Gallichio, se analiza su
doble pertenencia, tanto a Abuelas
como a Madres. Esto permite aclarar
los distintos objetivos de cada uno de estos organismos, que en su coexistencia
rosarina toma matices propios sentando así una de las tantas particularidades
que se presentan en su accionar de lucha y que los diferencia de sus pares
porteños.
Al
resaltar las similitudes y diferencias en los procesos de constitución de los
organismos de derechos humanos de Rosario en contraste con los de Buenos Aires
se evidencia también el accionar de uno de los actores sociales de mayor
importancia: la prensa. El rastreo de las solicitadas y noticias en los
periódicos locales y nacionales hecha luz sobre las políticas adoptadas por los
medios locales a la hora de la difusión de las denuncias tanto de Familiares como de Madres.
Las
“Palabras finales” de Marianela Scocco analizan cómo esas dos líneas de acción
que se identificaban hacia 1977, se desarrollaron por distintas vías
complementarias durante la dictadura y de qué manera cobran mayor visibilidad
en el contexto pos guerra de Malvinas y fundamentalmente a partir del retorno de la democracia en 1983.
Este
último apartado presenta una clara explicación de la incidencia de organismos
tales como Madres de la Plaza 25 de Mayo
y Abuelas de Plaza de Mayo en el
posterior desenvolvimiento de los juicios por crímenes de lesa humanidad a
través de la explicitación de las consignas que diferenciaron tanto a Madres como Abuelas de otros organismos de derechos humanos tanto en la ciudad
de Rosario como en el resto del país.
El
valor de esta investigación reside en que logra sistematizar y organizar un
conjunto de testimonios recogidos mayormente en entrevistas a través de los
cuales no solo se reconstruye la historia de la conformación de un organismo de
fundamental importancia para la comprensión de la dimensión local, sino que
además logra poner en consonancia esa historia con el contexto político
nacional contribuyendo a la comprensión histórica del período 1976-1983.
María
Julia Hernández
Escuela
de Letras (Universidad Nacional de Rosario)
mariajuliahernandez@hotmail.com
[1] Gibbon, Historia y decadencia del
Imperio romano, Ramsey McMullen, Corruption
and the Decline of Rome, Mazzarino, El
fin del mundo antiguo, Heather, La
caída del imperio romano, por citar algunos de los autores de los muchos
que nombra Castellanos en una muy actualizada lista en su estado de la
cuestión, en varios idiomas.
[2] Vogt, The
Decline of Rome. The Metamorphosis of Ancient Civilization, Wickman, Una historia nueva de
la Alta Edad Media. Europa y el mundo mediterráneo, 400-800, Brown, El mundo de la Antigüedad Tardía. De Marco
Aurelio a Mahoma, etc.
[3] En
2015, o sea dos años después de aparecido el libro que estamos reseñando, verá
la luz The Final Pagan Generation de
Edward Watts, que se centra en los acontecimientos de un siglo anterior y en la
certeza que tiene esa “última generación” de serlo. De ser la última generación
que verá a sus dioses en los altares, que verá cómo una forma de vivir y sentir
empieza a ser modificada por un nuevo culto. Los “últimos romanos” del siglo V
se aferran a sus letras sabiendo que su generación es la última que las verá
como la han visto cientos de generaciones anteriores.
[4] Edward P.
Thompson. La formación de la clase obrera
en Inglaterra. Madrid, Capitán Swing, 2012. pág. 27