Algo más que milicianos: labradores
entrerrianos con cargas públicas en áreas de ocupación tardía, 1820-1828
Something more than militians: farmers “entrerrianos”
with publics loads in áreas occupation belated, 1820-1828
Pedro R. Kozul
Universidad
Autónoma de Entre Ríos, Argentina
Resumen
En este
artículo se examina la composición social de las milicias entrerrianas durante la
construcción del Estado autónomo entre los años 1820 y 1828. Las milicias
desempeñaron un papel importante como fuerza defensiva y de reserva en la
provincia de Entre Ríos, compuestas por labradores que provenían,
mayoritariamente, de áreas de ocupación tardía: Nogoyá, la Matanza (actual
Victoria) y Raíces. En variadas oportunidades traeremos a colación múltiples
deserciones militares –una forma de resistencia–,
articulándolas con un verosímil impacto social en la compleja sociedad rural
entrerriana, haciendo escala en la injerencia institucional manifiesta en
leyes, decretos y acuerdos que promueve un Estado en formación.
Palabras clave
Labradores;
Milicias; Fronteras; Estado entrerriano; Deserción
Abstract
This article discusses social composition of the militias entrerrianas
during the constitution of Autonomous State between 1820 and 1828. The militias
played an important role as a defensive force and as a reserve from the
province of Entre Ríos, composed the farmers they came, mostly, of areas
occupation belated: Nogoyá, la Matanza (actual Victoria) y Raíces. In various
opportunities we bring multiple of military desertions –a form of resistance–,
articulating a credible social impact in the complex rural society of Entre
Ríos, stopping at the institutional interference manifested in laws, decrees
and agreements promoting a state in formation.
Keywords
Farmers; Militias; Bordelines; Government from Entre Ríos; Desertion
Introducción
Realizar una aproximación a la
composición social de las milicias entrerrianas en el lapso temporal de la
construcción del Estado autónomo entrerriano, en la década de 1820, nos
estimula a centrar nuestro foco de análisis, no tanto en las complejas
relaciones políticas que le otorgaron entidad, sino a buscar en aquella trama,
los diferentes actores sociales que soportarán el desafío de sustentar los
esquemas de gobierno.[1] En este sentido, el propósito que plantea
el presente estudio es indagar quienes fueron los actores sociales que formaron
parte de este proceso, debido al rol significativo que muchos de ellos tendrán
en la sociabilidad política entrerriana, haciendo escala, en una conflictiva
campaña, nutrida mayoritariamente de labradores enrolados de manera directa e
indirecta en las milicias, pobladores que por su magnitud, provenían de zonas
de frontera consideradas de ocupación tardía, concernientes al suroeste
provincial: Nogoyá, la Matanza (actual Victoria) y el Tala (incluyendo a
Raíces).[2]
La historiografía ha abordado ampliamente la
militarización social, en diferentes puntos de la región rioplatense, estudios
vinculados a diferentes temas pero que comparten una generalidad ineludible,
han mostrado de qué modo la participación popular en las milicias, ha sido una
actividad neurálgica para el desarrollo político y económico de diversos
espacios regionales, poniendo en relieve el fuerte vínculo histórico de una
virtual triada social: funciones de gobierno, guerra y sociedad civil. Como es
sabido, las últimas décadas han contemplado una nueva manera de entender la
guerra de manera mucho más compleja en relación a la perspectiva militar
tradicional de carácter institucionalista,[3]
miradas actuales que ponen énfasis, en variables hasta entonces poco analizadas
sobre el peso de la militarización en la vida social y la politización de las
fuerzas de guerra. Esta corriente centrará su atención en el mundo rural
durante la etapa de construcción de los Estados Provinciales luego de 1820,
afirmando entre otras cosas, para el caso de Buenos Aires, que la construcción
de un orden legítimo fue posible no a partir de la conformación en abstracto de
una clase terrateniente, que preceda o administre la construcción estatal. Más
bien fue ineludible para constituir un elenco estable y legítimo, reconocer y
apoyarse en la sociedad que rodeaba y fundaba la campaña, con sus antiguas
prácticas de reproducción social y hábitos nuevos de participación política.[4]
En la misma perspectiva, Garavaglia afirma que “los ejércitos se basan sobre
todo (…) en recursos humanos, es decir, en hombres para hacer la guerra”,[5] logrando
señalar claramente cómo la necesidad de ir a la guerra acentuará la punción
militar sobre los gauchos y paisanos –que bien identifica según el vocablo de
la época como pastores y labradores–, obligándolos a buscar el amparo de los
notables (hacendados), pero contrarrestando ese momento de presión militar y
social con las primeras apariciones públicas de los labradores con cargas
militares.
Si bien son las primeras apariciones públicas de
los labradores con cargas militares, no hay que olvidar que, las cargas
milicianas, eran un componente necesario y muy antiguo de la vida rural entre
los labradores, especialmente en zonas de frontera, y que los cambios traídos
por las luchas de independencia son muy grandes en ese viejo esquema. En la
época colonial, como examinara Djenderedjian, las milicias entrerrianas estaban
jerárquicamente determinadas, con la élite local estrechamente abroquelada en
los cargos de oficiales de milicias dependientes de los cabildos, máxima
autoridad política-administrativa a fines del Siglo XVIII.[6]
Allí se encontraban los miembros de las castas, en compañías diferenciadas a
las cuales se cargaba con los trabajos más pesados o denigrantes, y los
labradores-pastores, cumpliendo con el servicio y aceptando las jerarquías
porque eran la puerta para adquirir derechos a la vecindad. Eso contrastará, en
el espacio rioplatense, con las milicias posteriores a las invasiones inglesas
en las que, por un lado, se exige paga (porque ya no se trata de servir en el
mismo lugar de residencia) y por otro lado, la participación de los milicianos
es mucho más activa y las jerarquías más transversales, con comandantes
ascendiendo por mérito y no sólo por pertenecer a la élite. Además en Entre
Ríos, muchos de esos antiguos oficiales de la época colonial, son rápidamente
desplazados en las milicias posindependentista, y su otro ámbito de
sociabilidad y poder, los cabildos, desaparecen rápidamente. En síntesis,
relativamente en pocos años, irán diluyéndose las diferencias de casta. Todo
eso marca un cambio realmente espectacular que, si bien ocurrió también en
otros ámbitos rioplatenses, en la provincia entrerriana tuvo características
muy particulares y no hubo, como en Buenos Aires, intentos tempranos exitosos
de profesionalizar y reconstruir los mandos jerárquicos.[7]
Más adelante, será muy claro cómo se despliega en Entre Ríos el intento de
construir una jerarquía que exceda el anclaje residencial local.
La pregunta demasiado obvia pero contingente es la
siguiente: ¿qué sabemos sobre la realidad entrerriana en comparación a otros
recortes espaciales para la década de 1820? ¿Los labradores entrerrianos con
cargas públicas, afincados en áreas de ocupación tardía, mantenían ritmos,
inflexiones o duraciones similares o diferentes a sus “compadres” provinciales
o rioplatenses? Las respuestas son menos convincentes y prolíficas en cuanto a
material disponible, y advierten la necesidad innata de reconocer las voces
regionales no enunciadas o débilmente mencionadas, en función del montaje de
una historiografía lineal, abstracta y uniforme.
Dejando de lado esta línea argumental, profusamente
erudita e historicista, latente en los historiadores entrerrianos más antiguos,
que tienden a obviar los sectores subalternos, haré hincapié en los variados y
recientes trabajos de Roberto Schmit quien por rigurosidad y complejidad
analítica se ha encargado de actualizar holísticamente el panorama intelectual
del pensamiento histórico entrerriano.[8]
Más en profundidad procuramos dar un cambio de registro, complementando sus
apreciaciones en relación a la militarización social y la formación de
autoridades locales en el espacio entrerriano. En primer lugar, coincidiendo
con el autor, el poder militar efectivamente “se transformó en un elemento
crucial que acompañó o garantizó la imposición de los liderazgos políticos de
los caudillos locales y también aquellas fuerzas fueron esenciales para la
organización productiva de la provincia.”[9]
La cuestión a matizar, a partir de los conflictos explorados, es lo que Schmit
toma como dominio exclusivo, la idea de que el proceso de interacción entre los
notables y las masas rurales intentaba gestar una identidad y una historia
común dentro de la “familia entrerriana”, lo que en realidad, sería a nuestra
consideración, una mera circunstancia.[10]
Si este imaginario colectivo es real, cómo entender entonces, por un lado, la
enorme cantidad de enfrentamientos contra las autoridades locales y
provinciales durante el periodo de guerras civiles, y por otro, cómo
reflexionar sobre las suplicas de los milicianos para escapar al servicio de
las armas.
En nuestro caso, sostenemos como hipótesis
principal que la movilización miliciana, con demandas y levantamientos
concretos, trae aparejada una coherencia interna y una radicalidad subterránea,
autónoma de lo que dictaminaban las autoridades o “caudillos” en diversas
escalas: locales, regionales y provinciales; pero sin transmutar de una
representación singular a una confrontación colectiva generalizada. Los
milicianos aprovecharían fácticamente las proferidas debilidades coyunturales,
presentadas por la dimensión política entrerriana en dos vías bien
discernibles: paisanos beneficiados materialmente con mejor dotación de
recursos económicos o ascensos castrenses ante el medio hostil dispuesto por la
larga duración de la guerra, o por el contrario, aquellos que resultaron
perjudicados, imposibilitados de subsistir o aquejados por graves enfermedades.
Puede verse en esto una resistencia bastante orgánica a la transformación en
tropas desligadas de su pertenencia local. Es decir, los ámbitos locales son
defendidos contra esos intentos de los máximos líderes provinciales de
construir una identidad "entrerriana". Por lo que surge la necesidad
de conocer más bien, el contexto teórico y práctico al que está asociado el comportamiento
real de los pobladores entrerrianos en los primeros años independentistas, en
la difícil tarea de dotar a la fiscalidad de una estabilidad más duradera y que
se expresan en la prominencia de labradores pertenecientes al sudoeste
entrerriano al “servicio de las armas”.[11]
Lo cierto es que en comparación a Buenos Aires donde hay una ciudad que no deja
nunca de ser el centro político y económico principal, y desde donde la
imposición de un "nuevo orden" es mucho más fácil por los mismos
recursos que se manejan. En Entre Ríos, no sólo la destrucción por la guerra
sino la vigencia de una estructura política anclada en villas y pueblos de
alcance local, afectarán negativamente el deseo de consolidar un poder central.
Ese problema no lo tuvo ninguna otra provincia, todas son como dijo Chiaramonte
antiguas ciudades con sus áreas de influencia. En Entre Ríos eso no fue así, y
el hecho de que igual se intente (y a la larga logre) construir una provincia
indica la importancia de esa negociación, colaboración y resistencia entre las
autoridades locales, los labradores, y los caudillos.[12]
Para alcanzar nuestro cometido hemos distribuido el
material en tres variables bien discernibles. En primer lugar,
nos ocuparemos de definir a la deserción como una estrategia política propia de
los labradores movilizados. Seguido a ello, hablaremos sobre los cambios
sociales y políticos afrontados por el gobierno con el surgimiento de las
guerras civiles: el cansancio de la guerra, los problemas políticos, la
“anarquía”, etc. En última instancia, delinearemos el ejercicio de las
milicias, su organización interna y el complejo proceso del reclutamiento, como
también las resistencias que encaran los labradores a tales servicios.
Más
allá de la deserción: las relaciones sociales y la tipología de una estrategia
política generalizada
Debe observarse que, el punto
de partida de la resistencia miliciana al enrolamiento sin escrúpulos, llama
nuestra atención por su semejanza a lo propuesto por algunas teorías
contemporáneas sobre las actuaciones indirectas de resistencia campesina,
manifestándose múltiples procedimientos sucesivos de evasión, demoras
deliberadas, levantamientos y otras variantes de no-cooperación que constituyen
formas cotidianas de la resistencia rural.[13] Esto no equivale a negar las divisiones
entre los propios miembros del “colectivo subordinado”, quienes tampoco
presentan un frente inequívocamente unido contra un “opresor” claramente
identificable. La tendencia a ignorar estas divisiones puede verse como el
fruto de una idealización romántica de la resistencia campesina-miliciana.
Lejos de asumir acríticamente la ideología hegemónica de la elite política, los
paisanos parcialmente sometidos, son capaces de crear un espacio sustancial
para la disensión mediante un discurso y una actuación específica contraria a
la orden oficial.[14] En este sentido, fuentes inéditas permiten
captar el momento en que la legitimidad de las autoridades es puesta a
discusión a partir de los intensos motines y sediciones por parte de los pequeños
productores rurales militarizados contra el emergente gobierno provincial. El
primer punto expresado, puede afirmarse a través de un hecho puntual ocurrido
el 10 de mayo de 1827 durante el gobierno de Mateo García de Zúñiga. El
presente año, el alférez de milicias José Sebastián Arce (alias “el mono”) del
Departamento 2° del I° Principal, invitó a una gavilla de paisanos paranaenses
a reunir armas y gente para sublevarse. Con estas palabras, el miliciano Tomas
Cóceres acusa la revolución del alférez Arce:
“[Había sido] convocado por orden del alférez, José
mono, verbalmente por un soldado mío José Romero a costa de que haga yo una
combinación juntando gente y a algunas armas para no obedecer las órdenes
superiores, sobre que haya gente que no caminen. Por esta causa le prevengo
para su bien, y mi seguridad, para en todo tiempo, que se ofrezca u haga alguna
revolución, pues no le mandado respuesta ninguna, a dicho alférez, pues no
quiero meterme en nada como le he dicho a usted, bajo de cuya inteligencia puede
vivir.”[15]
El miliciano implicado en el
caso por Cóceres, José María Romero era soldado de la compañía de milicias del
Departamento 2° del I° principal. Este “le encargó bajo secreto que avisase al
capitán Cóceres que buscase armas para hacer una revolución y venir a esta
ciudad a degollar cuantos en ella hubiese”.[16] Luego de varias declaraciones el 21 de
septiembre de 1827, se lograría la sentencia judicial establecida por el fiscal
de Paraná Juan Campos, su resolución era clara:
“[…] a la falta de testigos por la
incomunicación en que se halla esta capital con los individuos que debían
justificarlo (…) y no siendo bastante la acusación que alega en su favor para
salvarlo de la pena que merecen sus crímenes. Concluyo por la patria a que
sufra la pena de muerte el alférez José Sebastián arce, impuesta por las leyes
militares, respecto al soldado José María Romero por no haber descubierto la
sedición a quien pudiese contenerla lo que prueba que no quiso evitarla el fiscal
es de dictamen que este sea expatriado sin termino fuera de la provincia.”[17]
Tomado en cuenta lo asentado
hasta aquí, la insurrección pregonada por Cóceres, pudo no haber sido un hecho
aislado y quizás estemos, en realidad, frente a una eventual órbita de
levantamientos armados contra los poderes de turno, acontecimientos que tan
poco han sido incorporados al debate historiográfico, sobre el particular
proceso de construcción estatal seguido por la provincia de Entre Ríos.[18] Estas acciones armadas contra los
gobernantes alcanzan un número de catorce levantamientos desde 1821 hasta 1828,
entre revueltas, sublevaciones, fusilamientos y levantamientos propiamente
dichos. En estas condiciones, como afirma Fradkin, el azaroso año de 1820 fue
pletórico en el desarrollo de formas tumultuarias. Se manifestaba una “notoria
indisciplina entre los milicianos que adoptaba la forma de una generalizada
evasión del servicio, de deserciones colectivas y amenazas de motín así como de
negativas crecientes a ofrecer auxilios o reunir la gente para la movilización
de las milicias.”[19] No era de dudar que de haber mayor
armamento, hubieran aumentado el número de combatientes implicados en mayor
cantidad de acciones armadas contra el gobierno. Así lo califica el Gobernador
León Solá a los ciudadanos entrerrianos en la apertura de las sesiones del
Congreso Provincial durante su segundo mandato (1827-1828), dejando en claro,
por otra parte, sus desavenencias con el hacendado oriundo de Gualeguaychú
(García de Zúñiga) de neto carácter opositor a la línea política representada
por León Solá:
“En medio de la efervescencia de la revolución hecha por el caudillo Cóceres y otras divisiones que se
dirigían al extremo de la provincia, fui llamado para contenerlos por el mismo
Gobernador Mateo García que me había acusado sin autoridad del H.C. y que
justificada mi inocencia me había dejado de lado como arrestado en mi casa (…)
Cóceres ahora es caudillo: en las
anteriores revoluciones no lo fue
porque fue discípulo: pregunten a los más (…) un gobierno pacifico que miraba
que la provincia estebase en quietud y que se fomentase el comercio,
agricultura y crías de ganado viviendo en orden todos, no faltaron algunos mal
contentos que formando quejas de las
escalas de salario que se había hecho en empeñar desde el año 26, que en esta capital no había más deudas que las
del valor de los terrenos comprados y mil pesos a un comerciante (…) Se nombró
una comisión para juzgarme pero no tuvo efecto porque el acusado desconfió de
probarlo y los negros que lo seguían se desengañaron de que todo había sido
supuesto para comprometerlos (…) en este estado se verá claramente al
descubierto en que se halla la provincia y su gobierno y que no ha sido la
causa de haber entorpecido los auxilios que se debían dar al estado la unión
que ya no los necesita si el H.C. luego de la Ley de octubre de 1828 para que
en la pronta apertura de la sala de reunión, los diputados nuevos mandados
elegir para obrar con mayores conocimientos.”[20]
Como fuera sostenido, en el acto de desertar “se
visibilizan prácticas y representaciones centrales del transitar revolucionario
de un conjunto de actores extremadamente opacos y tradicionalmente esquivos a
las pesquisas historiográficas.”[21]
Tal definición de la deserción, coincide con el cambio importante introducido
por la Revolución, donde numerosos “plebeyos siguieron acudiendo a la justicia
y reclamando a las autoridades cuando creían que sus derechos habían sido
vulnerados, los hombres movilizados militarmente tuvieron la posibilidad de reclamar
de modo menos ordenado [que en la etapa colonial], con las armas en la mano.”[22]
La cuestión de los derechos, continúa Di Meglio, fue una de las que más generó
acciones populares entre 1810 y 1820, en forma de motines militares.
Años antes, en 1823, había ocurrido un interesante
hecho de deserción que los juicios por crímenes civiles oportunamente nos
permiten esclarecer. Esta vez ocurrió en la villa de Concepción del Uruguay
teniendo como protagonista –aunque con la presunta cooperación de dos paisanos
compañeros– al cabo Martin Ríos de 18 años que se halló preso por desertor. En
la declaratoria hay datos de suma importancia apuntando que “su deserción era
por andar en los montes hasta encontrar proporción donde presentarse”. Aquel
novel cabo, dejó sentado en las actas que durante su deserción no había
robado a ningún vecino siendo apresado mientras deambulaba con dos compañeros
en cercanía a la casa de Matías González.[23] Otro episodio destacable sobrevino un “jueves
santo” del mismo año (1823), que atestigua una de las tantas conspiraciones en
Nogoyá para derrocar al Gobernador Lucio Mansilla, por cierto, un conflicto
interno apoyado por los brasileños en combinación con Ricardo López Jordán. Lo
importante para nosotros es que en la propia declaración del “revolucionario”
acusado Hereñú dijo ser “natural de Santa Fe, vecino de Nogoyá, labrador y tener 49 años de edad.”[24]
En este punto, debemos recordar, el pueblo de
Nogoyá era sede de la Comandancia Militar del 3° Departamento del I Principal,
según delimitación provincial realizada el 9 de febrero de 1822, cuya
jurisdicción quedaba incluida la Matanza y era ejercida por los Comandantes de
Nogoyá con sueldos de 25 pesos mensuales que, a más de funciones militares,
cumplían acciones de carácter municipal y policial.[25]
Es útil contextualizar el rol de la Comandancia Militar donde “las guerras que
comenzarían en 1810 [dejarían] sólo a las instituciones locales o, mejor aún, a
sus miembros y a sus familias, como únicos referentes de poder, fortificándose
en el contexto de guerra la autoridad del comandante militar.”[26]
A lo referido tomamos como diagnóstico de la situación, las señales
suministradas por Hilarión Campos, Teniente Coronel agregado del Estado Mayor
de la provincia, labrador oriundo de La Matanza. En su campamento montado en
las Chilcas decía:
“a
efectos de tomar medidas para atraer al gremio del orden a los hijos del país
que todavía insisten en ser desgraciados, permaneciendo fugitivos y bandidos
por los bosques, de donde hacen sentir a los vecinos pacíficos los resultados
funestos de su vida inveterada en los vicios más execrables. Para hacer esto
efectivo, he tomado la medida de reunir todas las milicias, y, con ella, y la
tropa acercarme a los lugares donde perpetran los sucesos de su vida
escandalosa.”[27]
En este último caso, ocurría algo que los cabildos
reportaban con asiduidad en la época colonial: la connivencia entre los
“delincuentes” y la gente del lugar, ya fuera por miedo a esos hombres,
solidaridad con ellos u odio a la autoridad. Especialmente en las zonas de
bosques o islas donde se ocultaban, la presencia de esos hombres era más
frecuente que la de las mismas autoridades. En la década del veinte del Siglo
XIX, al parecer esas cosas no sólo seguían funcionando así sino que se les
agregaban componentes políticos o de rebeldía. Algo debe quedar claro:
prontamente se trataría de dar coto a tales inconvenientes. El supuesto más o
menos explícito, con
que el gobierno acudirá a sofocar una rebelión inducida por opositores
políticos era con penas que impulsen a mejorar su “fallida” conducta y no
repetir iguales crímenes. Esta moderada postura juzgada por los Tribunales
Militares,[28] tenía como precepto moral no
ensangrentar la escena y repeler en la campaña, determinados sucesos contrarios
a una sociabilidad armónica: delitos horrendos, asesinatos, robos de personas y
propiedades de todo género, que llevan adelante “los caudillos y sus satélites
existentes en el país.”[29] A modo de síntesis, nuestra primera hipótesis
sobre el fenómeno social de la guerra implicará una segunda: el andamiaje de
guarniciones militares en comunidades permanentes y autosuficientes, lograron
que la concurrencia de poderes locales y los labradores militarizados, se
distinguieran de la vida política cotidiana, consolidando una cierta autonomía
del gobierno central residente en Paraná y acrecentando su influencia en las
relaciones sociales de la campaña entrerriana. En torno a esta conceptualización,
girará el próximo apartado.
La
organización interna de los cuerpos milicianos
Incorporamos a este
manuscrito una de las lista de fuerza veterana más completas, la Comandancia de
Nogoyá y la Matanza (3° Departamento del I Principal), fechada en 20 de abril
de 1822 en la Plaza de Nogoyá por el comandante local y futuro gobernador
provincial, Vicente Zapata. Allí se específica el grado castrense de los
personajes involucrados y el cobro total del destacamento y el de cada uno de
ellos de forma personal, en cantidad de pesos fuertes y reales. Antes de pasar
a describir nuestra lectura de la fuente, quisiera señalar algunas evidencias
empíricas sobresalientes por su proyección y continuidad a lo largo del tiempo.[30]
En primer lugar, la paga en valores nominales irá aumentando rápidamente.
Mientras en 1822, los sargentos cobran mensualmente poco más de un peso fuerte,
al paso de un año, en 1823, se encuentran cobrando 4 pesos. Lo mismo sucede con
los otros escalafones. Sin embargo, la diferenciación más rotunda reside en los
Cuerpos de Dragones. Aquí un Sargento Mayor en 1823 recibía una paga de 25
pesos mensuales, un Teniente trece pesos, un Cabo tres pesos y los soldados
tenían un sueldo regular de dos pesos cada uno. Por lo visto, la desproporción
en aquellos cuerpos, era más notoria en los grados de mayor jerarquía que en
los subalternos. En el costo total del monto enviado por el Ministro Tesorero
de la Provincia, para abastecimiento de las fuerzas, la brecha se acrecentaba
notablemente. En los Cuerpos de Dragones llegaba a abonarse, continuando en el
año 1823, hasta 74 pesos por una pequeña compañía (como era por entonces la
guarnición de la Matanza) cuando las fuerzas veteranas comúnmente tenían un
gasto de 36 pesos para el gobierno, pero no mucho más (siempre comparando la
misma localidad). Por otro lado, los nombres de estos milicianos suelen
perpetuarse en los diferentes registros de enrolamientos, manteniendo el mismo
orden en la ocupación de los cargos. No logra diseminarse una movilidad social,
por lo que aparentemente, existiría una cierta restricción en el ascenso de
cargos militares. En tanto, al triangular los nombres de estos milicianos con
los padrones censales, podemos comprobar que prácticamente todos aparecen
empadronados tácitamente como labradores en sus respectivos poblados.[31]
Tabla 1: Lista de la fuerza veterana de Nogoyá y la Matanza, 1822.
Grados |
Nombre y apellido |
Pesos |
Reales |
Sargento |
Eugenio Cuello |
1 |
3 |
Cabo |
Francisco Rodríguez |
1 |
2 |
Cabo |
Yosef M. Herrera |
1 |
2 |
Tambor |
Mariano Ortiz |
1 |
2 |
Tambor |
Pedro Campos |
1 |
2 |
Soldado |
Manuel Dure |
1 |
1-4 |
Soldado |
Ciriaco Escobar |
1 |
1-4 |
Soldado |
Pedro Martínez |
1 |
1-4 |
Soldado |
Vicente Peralta |
1 |
1-4 |
Soldado |
Francisco Ramírez |
1 |
1-4 |
Soldado |
Pedro Rojas |
1 |
1-4 |
Soldado |
Dionisio Roldán |
1 |
1-4 |
Soldado |
Bartolo Herrera |
1 |
1-4 |
Soldado |
Esteban Godoy |
1 |
1-4 |
Soldado |
Yosef Colman |
1 |
1-4 |
Soldado |
Manuel Leiva |
1 |
1-4 |
Soldado |
Valentín Gutiérrez |
1 |
1-4 |
Soldado |
Sebastián Muñoz |
1 |
1-4 |
Fuente:
AHER. Lista de Veteranos de Nogoyá y Matanzas. Fondo de gobierno, Serie
XI, Asuntos Militares, Rollo 66, Caja 9, legajo 4, p. 196, Paraná.
Referencia: De los sujetos expuestos, en su
mayoría corresponden a ciudadanos de Nogoyá (once en total), desde el sargento
Cuello hasta los soldados. Los restantes hombres fueron aportados por la Matanza
(un cabo, un tambor y dos soldados). Cabe mencionar que por entonces, el
comandante era José Albarenque contando con 18 compañías en total.
Casi completamente, los
milicianos nombrados, fueron censados en los padrones de la década del veinte
como labradores. Incluso los capitanes, tenientes, alféreces, sargentos y
cabos. Como decíamos, el primero de los casos a exponer está relacionado al
mismísimo sargento de esta guarnición. Eugenio Cuello, un labrador “soltero”
que aparece en el Censo de 1825 de la Matanza con 35 años de edad y oriundo de
Córdoba, habitando en la villa hace doce años junto a dos “parientes”
masculinos, uno mayor de edad, Pedro Cuello, censado como un “labrador
cordobés” y el otro, un pequeño de dos años. Posiblemente tenga, por otra parte,
algún vínculo de sangre con el alférez Marcos Cuello exhibido con anterioridad.
Por otra parte, quienes aparecen en cargos de menor jerarquía, con el rótulo de
“soldados”, son representados en los censos también como labradores. Tal es el
caso de Manuel Duré, quien en 1820 aparece en el padrón de la Matanza con 30
años, proveniente de Coronda (Santa Fe), un “labrador” casado con Celestina
Arredondo (santafecina), con una hija de cuatro años (Gabriela Duré) nacida en
Entre Ríos. De igual modo, el miliciano Esteban Godoy, un paisano extraído del
documento militar en cuestión, figura asimismo como labrador en la villa de la
Matanza en 1825, con 37 años, nacido en dicha localidad pero con un origen
étnico de “piel morena” (seguramente un antiguo esclavo, ahora en condición de
“libre”). Esteban Godoy está casado con Josefa Albornoz (un año mayor que él e
igualmente de tez “morena”) con cinco hijos en el grupo doméstico: Paulina,
Ana, José, Viviana y María (todos del mismo origen étnico). En el mismo padrón de
1825, podemos ubicar a Manuel Leiva quien está representado como un labrador de
21 años, radicado en el distrito rural de “El Pajonal” (la Matanza),
conviviendo bajo el mismo rancho con tres “parientes” de menor edad: José (17
años), Marcos (9 años) y Petrona (ocho años). Todos ellos, incluida la menor,
figuran con la ocupación de “labradores”.
La división
jurisdiccional tampoco es ideal. En una sociedad rural con una ligera fluidez y
movilidad de sus pobladores, suele hallarse empadronados a los milicianos,
presentes en las listas de guarnición, en distintos departamentos de la
provincia. Como puede ser el caso del alférez “don” Fermín Godoy de la 2°
Compañía del I Principal al mando del Capitán Tomás Cóceres y del Teniente
Rafael Monzón. Un destacamento con tres sargentos, dos cabos y 34 soldados. Los
tres puestos más altos, son visibilizados con el título de “don” y en el caso
de Fermín Godoy, específicamente configura un apellido prominente en la
localidad. Según el padrón censal de Nogoyá para 1820, se trata de un joven
labrador soltero de 19 años, emparentado con dos “militares” que detentan
apenas unos pocos años más, Antonio y Salvador Godoy. Todos ellos tienen a su
cargo tres menores que permiten entrever una carga semántica de origen “negro”
por sus nombres: Pastora, Felipa y Nicolasa. En el mismo sitio de Nogoyá,
podemos incluir a su vez, una muestra de Manuel Luna en el pago de “La Banda
Oriental del Nogoyá”, un soldado registrado en abril de 1823 en la guarnición
de la Matanza, labrador soltero de 19 años edad, el cual demuestra, la
existencia de una familia con tradición en la región, por la presencia numérica
en el padrón de 1820 en Nogoyá. Allí conviven dieciséis individuos, dos de
ellos son labradores: Andrés y Domingo Luna (de 30 y 54 años respectivamente)
junto a varias mujeres de diferentes edades pero de procedencia entrerriana; la
salvedad es Andrés Lamas, quien manifiesta haber nacido en la provincia de
Santa Fe.
En cuanto al Cuerpo de
Dragones de la Matanza, sucede exactamente lo mismo, por lo menos en los grados
de menor jerarquía. Un soldado de este cuerpo, Andrés Miranda, figura en el
padrón de Nogoyá de 1820 como un labrador soltero de 14 años, cuidando de sus
“hermanas” menores: Josefa y Escolástica Miranda. Ellos tres, están a cargo de
Joaquín Miranda, un labrador viudo de 44 años, oriundo de Portugal. Para ir
terminando con este recorrido analítico, puede advertirse la presencia de un
alférez Pedro Regalado Hereñú, del Escuadrón de Caballería de Milicias de Entre
Ríos en la 2° Compañía de Nogoyá, con veintiún soldados en su interior hacia
1826. Este miliciano se encuentra empadronado en el Pueblo de Nogoyá (1820)
como un labrador soltero de 18 años, quien habita con una enorme proporción de
“parientes”, muchos de ellos de la misma ocupación como puede ser Justo Hereñú
proveniente de Santa Fe. Lo interesante de esta muestra es que contiene tres
“esclavos” (una mujer de Angola, un esclavo de Bengala y uno menor de Santa
Fe), ambos están denominados con el apellido del mencionado labrador: Juan,
Josefa y Pedro Pablo Hereñú. Continuando con dicha problemática, veamos a
continuación cómo y de qué manera se expresa un notable impacto de las cargas
públicas en las continuas deserciones milicianas que se irán sucediendo durante
la conflictiva década del veinte.
Las
causas cotidianas de la deserción: las solicitudes de bajas y los pedidos de
licencias
Un caso puntual de
descontento y reclamo, hacia el enrolamiento miliciano en una desfavorable
coyuntura económica que impactaba naturalmente en los sectores sociales con
menos recursos, está dado por el Teniente Celedonio García, quien solicita en
1821 ayuda al Estado, ya que se encuentra en la mayor indigencia y cargado de
familia. Decía al Gobernador Mansilla que se digne en proporcionarle “un
destino en que pueda luchar para la subsistencia, considerando algún vacío en
la renta.”[32]
En el mismo modo, el Teniente Fernando Sosa, residente en el arroyo de las
Chilcas, solicitaba el retiro en 1822, cuyo sostén de la familia exclusivamente
dependía de él, y que la misma, se hallaba llena de indigencia. Expresando
tajantemente que deseaba dedicarse al trabajo con alguna libertad, para poder
así proporcionarse su propia subsistencia.[33]
En ambos casos, hablamos de distritos y partidos rurales de ocupación tardía en
la región suroccidental. Con la misma petición, el Teniente Coronel de
Caballería, Miguel Acevedo, solicita el retiro en 1824 a costa de haberse
ocupado diez años en el empleo del servicio de las armas, ya no pudiendo
soportar las necesidades que a él y a su familia circulan. Exige que el
gobierno se digne en darle retiro para deponer a las necesidades, con su
trabajo en la agricultura.[34]
Asimismo, Anselmo Reynoso, Capitán de las Milicias del Cuarto Departamento
Subalterno del I Principal (con sede en Gualeguay, muy cerca de Nogoyá):
manifiesta en 1827 su imposibilidad de continuar al servicio de las armas, en
primer lugar, por no saber leer ni escribir, en segundo, por ser sumamente
pobre y en tercero lugar por las enfermedades habituales que adolece.[35]
En el mismo sitio, Vicente Velásquez, del arenal de Gualeguay, conmueve con sus
suplicas al ofrecer su descargo acusando al gobierno su:
“numerosa
familia [y que] jamás me he negado ni con mis cortos intereses ni con mi
persona al servicio del Estado, más en el día solo tengo que sentir sobre mis
dos hijos que tengo en el servicio, de ninguno puedo auxiliarme por mi
subsistencia (…) el Francisco Javier que es el mayor y sano siga sirviendo es
muy justo, pero también (…) José María el menor que es quebrado del muslo
derecho que dase libre para mi consuelo y auxilio.”[36]
Un segundo motivo que ameritaba la salida del
servicio de las armas a los milicianos, era la falta de pagos o sueldos
atrasados. Así lo asienta Tomás Antonio Escobar, en el Gualeguay norte, como
Sargento Mayor de Caballería: “desde el año que tomé plaza de Cabo de Escuadra
que sirvo a esta provincia. Y en los 13 años de mis servicios no he tenido
asignación alguna pues mis servicios han sido voluntarios para ser socorridos
por mis padres.”[37] Del mismo modo, se
refiere el Subteniente Pedro López al haber “prestado a la provincia muchos
años de servicios activos en la carrera de armas (…) antes de haberse
constituido gobierno alguno en la provincias por las leyes o representantes de
ellas desde el primer bienio hasta el segundo sin más precio ni sueldo.”[38] En líneas
generales, argumenta que sirve a la comunidad aún antes de que existiera el
gobierno, y por ende, cuenta con mayor legitimidad como servidor público que
los mismos dirigentes políticos. Un diagnostico muy interesante de esta
situación problemática, con faltas en el abono de los sueldos, nos ofrece
Hilarión Campos (vecino labrador y autoridad política de la Matanza). Afirmaba
éste al Gobernador Pedro Espino en noviembre de 1831:
“habiendo
observado que en el ajuste de mi haber de sueldo que por su superior orden se
me ha formado (…) no se hace mención del tiempo que serví en el año 1829 cuando
de orden de mi gobierno pase a la banda occidental del Paraná para ponerme bajo
las inmediatas ordenes de Estanislao López, quien me destinó en aquel ejército,
las veces de Comandante de división (…) cuyo cargo acepté gustoso, ya por tener
el placer de volver aquel destino donde había dejado los restos de mi fortuna y
familia (…) he continuado mis servicios hasta esta época, en que he agraciado
creyéndome siempre con Dios para poder reclamar como lo hago, el haber que
justamente debe pertenecerme de aquel tiempo, agregando el aumento de sueldo
que debió darme arreglado a mi clase en la última campaña que hice en la
provincia (…) del 10 de marzo al 12 de mayo, en el que me separé y me dirigí al
lugar de mi estancia de la Victoria.”[39]
Una tercera vía de malestar, se
apreciaba en los problemas de salud que las campañas producían. En 1820 Agustín
Mármol, cívico de la Primer Compañía, suspendió la continuación de su lucha
“por la necesidad de venir al cuidado de [sus] intereses.”[40] Alegando su servicio al Estado durante la
incursión armada de Artigas, pasando malas y frías noches con graves perjuicios
a su salud. Años después, en 1827, nuevamente se vería implicado, en un nuevo
pedido de retiro, invocando una conducta irreprochable a pesar de las
imposibilidades físicas que mantiene de la vista, en su avanzada edad de 58
años.[41] Tales testimonios serían justificados
fraternalmente por el Teniente de la Tercera Compañía de Cívicos, quien “no
tiene una duda que expone Agustín Mármol en razón de sus buenos servicios
durante (…) como igualmente de sus anteriores servicios en distintas
actividades (…) en concepto a la enfermedad publica por la cual ha dispensado
marchar.”[42] Algo similar ocurría con Manuel Barrera,
Sargento de los Morenos que sirve en la artillería hace más de 15 años “y que
en el espacio de ese tiempo no ha recaído en él nota alguna en su conducta
comportándose a satisfacción de sus jefes: actualmente se haya enfermo del
pecho y que hace poco tiempo estuvo en el hospital con pocas esperanzas de
recobrarse del mismo mal.”[43]
La diferencia decisiva, en la
renuencia a aceptar una carga pública en la década de 1820 con respecto a la
época colonial, es que si bien, a fines del Siglo XVIII, los milicianos podían
justificar con argumentos parecidos su oposición al servicio, la más de las
veces, se trataba de excusas para evitarse determinadas molestias. Desde las
luchas independentistas, en cambio, los milicianos están enfatizando las
consecuencias del servicio sobre la salud del prestador, como si fueran otras
tantas condecoraciones. Es decir, tanto ante los jefes y las autoridades
locales, como probablemente en las propias comunidades de las que formaban
parte, para estos labradores-soldados, era importante certificar servicios.
Importante socialmente no sólo por los beneficios materiales que pudieran
recibir, sino también, por el anhelado status
simbólico. La última opción, no menos recurrente, está relacionada a la
actividad militar de los hijos con madres viudas, amparada merecidamente por la
ley. Afirmando ante su voluntad, la señora madre de Agustín Herrera que sin sus
proles, quedaba sola al amparo de su familia. En tanto que: “[Agustín] desde
que entró en uso de varón, a propendido en el sostén de mi subsistencia y de
mis dos hijas en el reparo de nuestra pobreza, que nos ha adquirido su trabajo
personal […] faltándome este apoyo me faltaría todo.”[44] Podemos asimilar, esta voluntad materna, a
un caso expuesto por Isabel Iturri, vecina del Nogoyá, la que se dirigía al
gobierno en los siguientes términos:
“como
pobre anciana y viuda con dos hijos solteros constantemente he reclamado que se
exceptúen del servicio Norberto Latorre porque él sostiene la casa con su
personal trabajo como es de notoriedad pública. Más desgraciadamente los
gobiernos anteriores… no acreditaron a mis justos reclamos continuando mi hijo
hasta llegar al grado de capitán de cívicos en el que le haya cargo tanto más
gravoso para nosotros cuanto es mayor la cantidad que se paga a lo que hacen el
servicio.”[45]
Está claro que las solicitudes militares, de bajas
y licencias exhibidas permiten conocer tangencialmente la naturaleza de un
proceso de construcción de la autoridad. Por lo que agregaremos tres casos
referidos a la evasión de servicios. El primero de los registros tiene que ver
con Manuel Ferreira, Ayudante del Batallón de Artillería quien afirma sus
pretensiones de haber luchado por la “causa americana” en esta provincia pero
“conservando en el presente [1823] una enfermedad gravosa y habitual que impide
continuar con sus servicios.”[46] Del mismo modo,
Ramón Cáceres, Sargento de Caballería del Ejército, pide el retiro en 1822 para
atender a sus hermanos y familia.[47] Es indudable que
las palabras de los milicianos Ferreira y Cáceres, son algo más que un simple
pedido de retiro, encubriendo una oposición a prolongar sus servicios en las
graves condiciones que estos imponen. Lo que en definitiva entra en juego es la
disonancia de algunos milicianos con la autoridad, pero siempre permaneciendo
en canales institucionales. En concordancia el soldado de la “Compañía del
Capitán Francisco Orozco” (Isidro López) expone con claridad su penosa
situación en tiempos de la Guerra contra el Brasil:
“[…] desde la primera revolución del finado Don
Eusebio Hereñú, estoy sirviendo a la patria, sin que desde ese tiempo al
presente se me haya puesto la menor nota en mis servicios (…) en esta virtud y
siendo mi madre sola, y de una edad avanzada, a quien estoy socorriendo y
manteniendo con mi trabajo personal y para poder continuar haciéndolo ocurro a
la superior justificación de V.E. se digne por un acto de humanidad darme la
baja del servicio.”[48]
Volviendo a la articulación entre los labradores y
las milicias, donde abundan los primeros, los militares “ausente en servicio”
–ya se trate de padres de familia o de sus hijos en edad de servicio– son
moneda corriente. La advertida paridad entre milicianos y labradores para esta
década en Entre Ríos, ha llevado a que podamos unir tales actividades en una
sola: “labradores con cargas públicas”. Naturalmente referimos a una población
labradora relativamente joven.[49] En este escenario,
un patrón claro presenta Asencio Ruedas, labrador por oficio. Teniendo a su
cargo numerosa familia en Nogoyá con 8 hijos más su esposa. Uno de ellos, Pablo
Ruedas el mayor de 30 años y soltero, detenta profesión militar. No obstante,
otra posibilidad es que ocuparan altos cargos políticos como el de José
Albarenque y Antúnez, primer Alcalde de Hermandad en la Matanza.[50] Este era un
labrador natural de Paraná, casado con Teodora López, padre de siete hijos con
dos de ellos, los veinteañeros Félix y Lázaro, ayudando en las tareas de
labranza. Este poblador es en quien había
recaído la tarea de controlar cotidianamente la población, participando
en las campañas de Ramírez como jefe de la partida de la Matanza durante la
persecución de Artigas. Por lo visto, la guerra abrió puertas a un tipo de
movilidad social –traducido en una alta autonomía en relación a otras funciones
políticas– impensable en otro contexto. Por lo cual, la lucha además de
política también era simbólica en ascensos militares, mostrando las ventajas
que esperan estos labradores de seguir la “carrera” militar y el “honor” que
les es debido por sus servicios. Veamos a qué hacemos referencia con las
propias palabras de un Teniente de la primera compañía de milicia, Manuel
Gutiérrez, cuando declara lo siguiente:
“Después
de haber prestado mis servicios en la indicada campaña en el empleo de alférez
por cuatro años y en el de teniente muy cerca de dos, ha sido nombrado Capitán
de esta Juan José Barrajo. Este acontecimiento me ha hecho conocer que nada
valen mis servicios ni mis sacrificios puestos que ellos no son recompensados
con el ascenso que justamente me correspondía. Yo me contemplo agraviado en mis
deseos (hablo con el debido respeto) y por lo mismo yo suplico a usted se digne
concederme mi baja absoluta del servicios de las armas puesto que ya no me
queda esperanza alguna de llenar mis justas.”[51]
Anexando la declaración de Gutiérrez con las reflexiones que
venimos desgranando, dejan expuesto en toda su magnitud y relevancia que mucha
gente se encontró en la década de 1820 con que había poco que hacer salvo “irse
a guerrear” e intentar ascender jerárquicamente en aquel rubro, principalmente
los hombres jóvenes empleados como peones. La contracara de aquel escenario
proyectado serán las familias labradoras. Estas debieron obligadamente seguir
produciendo para vivir, manteniendo su labranza o pastoreo en condiciones que
pudieron no haber sido las mejores. Aunque no se trataba de que la gente
debiera hundirse en la pobreza si no se enganchaban como soldados, a simple vista,
esta era la idea más difundida por los pobladores de aquellos tiempos.
Reflexiones finales
El núcleo social de dónde se
nutrían los débiles poderes locales entrerrianos en la década de 1820 para
abastecer las campañas militares en un cruento escenario de guerras
internas-externas y de relativa autonomía política a nivel provincial, radicó
en los habitantes mayoritarios de un espacio geográfico de reciente ocupación,
es decir, las familias labradoras con cargas públicas afincadas en la región
suroeste de la provincia litoraleña. Esto es sin negar el aporte de otras
regiones lindantes en referencia a la Bajada del Paraná y el oriente
entrerriano, ambas de mayor antigüedad poblacional. El mayor peso de la
movilización en zonas de reciente ocupación en relación con el resto de la
provincia, obedeció a tratarse de una zona vulnerable de defensa, donde el
gobierno provincial adjudicaba un lugar estratégico en materia bélica. Esto no
equivale a considerar una presunta solidez del enrolamiento en esta región sin
ningún tipo de cuestionamiento por parte de los labradores implicados, ni mucho
menos, que esa naturaleza presentada por las áreas de ocupación tardía sea
consecuencia de una coyuntura bélica particular: la Batalla de Cepeda, la
Guerra del Brasil, levantamientos de los “caudillos” del oriente entrerriano,
etc.
Más bien, la “resistencia
labradora”, ratificó una variable fija al interior de un concierto de
insurrecciones y debilidad política. La particularidad de este fenómeno fue la
imposibilidad por parte de tales individuos en transformar esa singular
representación social a una confrontación colectiva. Sobre este punto,
suponemos, entró en vigor el valor positivo asumido por los labradores en la
carga simbólica exhibida por el honor y la colaboración de formar parte de una
“familia entrerriana”, tan defendida por el conjunto de la población, durante
el siglo decimonónico. Por lo que se hace evidente, nuestra intención primaria
de al menos matizar, a partir de la serie medianamente regular de conflictos
examinados, una presunta armónica identidad de la “familia entrerriana”,
mostrando cómo va proyectándose y construyéndose a lo largo de los años,
mediante el consenso y la discordia, el conflicto y la negociación, una especie
de “historia común”. El camino institucional para convencer a los milicianos en
acudir al campo de batalla, por lo tanto, se expresaría en un marco de
negociación entre los mismos ciudadanos en armas con las autoridades locales y
provinciales, encontrando significados singulares y fundando una base material
para la continua interacción.
Como en toda
producción académica los temas no están cerrados. Creemos que el mayor mérito
de este artículo es justamente explorar y generar nuevas preguntas en vísperas
de concebir respuestas que otros, hasta la actualidad, no habían otorgado lo
suficiente. Quedarán pendientes varias vetas de estudio para avanzar en el
conocimiento de la historia entrerriana y de los sujetos que la conformaron
(fundamentalmente los sectores subalternos), en lo que atañe a la guerra y
quiénes debieron afrontarla. Pero sin dudas, lo que adeuda este trabajo es
explicar por qué el “servicio de sangre” (como sistema de reclutamiento), si
bien fue discutido por un buen número de milicianos no fue puesto en duda
radicalmente, más allá de la obvia expectativa de recompensas que esperaban
conseguir los milicianos por la acción de guerrear. Nuevamente y ante la falta
de una mejor hipótesis, entra en juego la cantidad de gente que sirve por
"honor" y por "valores simbólicos" en el rol de pertenecer
al “ser entrerriano”. Todas estas aristas necesitan ser mejor conocidas y
buscar elementos probatorios para comprobadas. Esperamos entonces, que éste
estudio genere al menos un buen punto de partida teórico para satisfacer tal
demanda.
Bibliografía
Alejandro Rabinovich. “El fenómeno de la
deserción en las guerras de la revolución e independencia del Río de la Plata:
1806-1829”. E.I.A.L., núm. 22, Tel
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y autoridades locales en medio de un experimento de control político: Entre
Ríos a fines de la época colonial”. Cuadernos
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Pedro R Kozul. “Milicianos y productores
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un acuerdo ancestral, entre los años 1820 y 1828.” Revista Coordenadas, núm. 2, año 1, julio-diciembre de 2014, págs.
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Raúl Fradkin (Editor). ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la
Revolución de Independencia en el Río de la Plata. Buenos Aires, Prometeo,
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Raúl Fradkin. “Guerra y sociedad en el litoral
rioplatense en la primera mitad del Siglo XIX” en Juan Carlos Garavaglia – Juan
P. Ruiz y Eduardo Zimmerman (comps.) Las
fuerzas de guerra en la construcción del Estado. América Latina, Siglo XIX.
Rosario, Prohistoria, 2012.
Roberto Schmit,
(Comp.). Caudillos, política e
instituciones en los orígenes de la Nación Argentina. Buenos Aires,
Ediciones UNGS, 2015.
Roberto Schmit. Ruina y resurrección en
tiempos de guerra: sociedad, economía y poder en el oriente entrerriano
posrevolucionario, 1810-1852. Buenos Aires, Prometeo, 2004.
Recibido: 06/05/2016
Evaluado: 30/07/2016
Versión Final: 15/08/2016
[1] El artículo aquí
presentado es el resultado de un Curso de Posgrado dictado por el Dr. Juan
Carlos Garavaglia en la Universidad Nacional del Litoral (Santa Fe) durante el
año 2015, denominado “Fiscalidad, guerra y construcción estatal en América
Hispana: del Río de la Plata al Río Bravo del Norte, 1800-1872”. Agradezco los
comentarios de Garavaglia como también el de los evaluadores de esta Revista.
[2] Para
más información de la vital importancia de los labradores en los cuerpos
milicianos de esta región, puede consultarse nuestra reciente tesis dirigida
por Julio Djenderedjian: Pedro R. Kozul. Familias
labradoras y autonomía entrerriana: una fuerza social estratégica en áreas de
ocupación tardía, 1820-1832. Tesis de Licenciatura, UADER, Concepción del
Uruguay, 2016. También quisiera destacar lo siguiente: por falta de espacio,
hemos decidido retirar de esta versión reformulada, la inclusión de un mapa que
permita ubicar geográficamente las áreas detalladas. Para quien no conoce, las
localidades corresponden al centro y sudoeste entrerriano, hacia el este del
Río Gualeguay. Una zona fronteriza atravesada por la lomada del Montiel y
aislada, relativamente en aquellos años, de los principales circuitos
mercantiles de la provincia asentados en los núcleos hispanos fundantes: La
Bajada, Gualeguay, Gualeguaychú y Concepción del Uruguay.
[3] Juan
Carlos Garavaglia - Juan P. Ruiz y Eduardo Zimmermann (Comps.) Las fuerzas de guerra en la construcción del
Estado. América Latina, Siglo XIX. Rosario, Prohistoria, 2012.
[4] La literatura en este
punto es muy amplia, mencionamos como referencia algunos de los trabajos más
interesantes a título personal: Orestes Cansanello. “Las milicias rurales
bonaerenses entre 1820 y 1830.” Cuadernos
de Historia Regional, núm. 19, Universidad Nacional del Luján, 1998; págs.
7-51. Juan Carlos Garavaglia. “Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y
el peso de las exigencias militares (1810-1860).” Anuario IHES, núm. 18, Tandil, 2003; págs. 153-187. María Barral y Raúl Fradkin. “Los pueblos y la
construcción de las estructuras de poder institucional en la campaña bonaerense
(1785-1836).” Boletín del Instituto de
Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera Serie, núm.
27, 1° semestre de 2005. Pilar González Bernaldo. “El levantamiento de 1829: el
imaginario social y sus implicaciones políticas en un conflicto rural. Anuario IEHS, núm. 2, Tandil, UNCPBA,
1987; págs. 137-176. Gabriel Di Meglio. ¡Viva
el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la
Revolución de Mayo y el rosismo. Buenos Aires, Prometeo, 2006. Raúl
Fradkin. “Bandolerismo y politización de la población rural de Buenos Aires
tras la crisis de la independencia (1815-1830).” Nuevo Mundo. Mundo nuevos, núm. 5, 2005.
[5] Juan
Carlos Garavaglia. Pastores
y labradores de Buenos Aires: una historia agraria de la campaña bonaerense
1700-1830. Buenos
Aires, Ediciones de la Flor, 1999; pág. 383. Recomendamos de aquel clásico la lectura del apartado número 4:
“militarización y presión sobre los hombres” (págs. 377-384).
[6] Julio
Djenderedjian. “Construcción del poder y autoridades locales en medio de un
experimento de control político: Entre Ríos a fines de la época colonial”. Cuadernos del Sur, Bahía Blanca, 2003;
págs. 171-194. Julio Djenderedjian. Economía y sociedad en la Arcadia
criolla: Formación y desarrollo de una sociedad de frontera en Entre Ríos,
1750-1820. Tesis de Doctorado. Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires,
2004.
[7] Raúl
Fradkin afirma que solo con superficialidad pueden ser considerados ejércitos
regulares y, menos aún, como profesionales en esta época. Los mismos seguían
signados por las diversidades regionales que corroían su cohesión total. Raúl
Fradkin. “Guerra y sociedad en el litoral rioplatense en la primera mitad del Siglo
XIX”. En: Juan Carlos Garavaglia – Juan P. Ruiz y Eduardo Zimmerman (comps.) Las fuerzas de guerra en la construcción del
Estado. América Latina, Siglo XIX. Rosario, Prohistoria, 2012; pág. 328.
[8] Entre tantos estudios
vale mencionar: Roberto Schmit. “Población, migración y familia en el Río de la
Plata. El oriente entrerriano, 1820-1850”. Anuario
del IEHS, núm. 15, 2000; págs. 289-313. Roberto Schmit. “Los límites del
progreso: expansión rural en los orígenes del capitalismo rioplatense. Entre
Ríos, 1852-1872”. En: Osvaldo Barsky (Dir.). Historia del capitalismo agrario Pampeano. Buenos Aires, Ed. Siglo
XXI, 2008; págs. 171-190. Y su obra más difundida: Roberto Schmit. Ruina y
resurrección en tiempos de guerra: sociedad, economía y poder en el oriente
entrerriano posrevolucionario, 1810-1852. Buenos Aires, Prometeo, 2004.
[9] Roberto
Schmit. “Derechos y obligaciones: del consenso al disenso.” En: Roberto Schmit
(Comp.). Caudillos, política e
instituciones en los orígenes de la Nación Argentina. Buenos Aires,
Ediciones UNGS, 2015; Tomo V, pág. 61.
[10] Ídem,
pág. 62. Sobre este punto Schmit hace alusión a dos obras de Ricardo Salvatore,
en consonancia con las expresiones de la cultura federal ostentadas en Buenos
Aires durante el Rosismo. Ricardo Salvatore. “Fiestas federales:
representaciones de la república en el Buenos Aires Rosista”. Entrepasados, núm. 11, Buenos Aires,
1996. Ricardo Salvatore. “Expresiones federales: formas políticas del
federalismo Rosista”. En: Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (comps.). Caudillos rioplatenses. Nuevas miradas a un
viejo problema. Buenos Aires, Eudeba, 1998.
[11] Nuestra
teoría del poder y la representación, se posiciona en convergencia a una gama
diversa de pensadores, que sugieren al momento de realizar un análisis ontológico
del Estado, no partir desde su soberanía o dominación por medio de la forma de
la ley, sino más bien, considerar la relación del poder y las estrategias que
se tejen dentro de sus mutiles instituciones, desmontando los mecanismos que
hacen que los individuos se sometan al poder y a sus símbolos, tratando de
comprender cómo el poder emerge y se afirma en una situación determinada,
realizando una crítica de esta alienación sacando a la luz sus raíces. Marc
Abeles. “La antropología política: nuevos objetivos, nuevos objetos.” Revista Internacional de Ciencias Sociales,
núm. 153, 1997.
[12] José
Carlos Chiaramonte. “La Cuestión regional en el proceso de gestación del Estado
Nacional Argentino”. En: Waldo Ansaldi y José Luis Moreno (comp). Estado y Sociedad en el Pensamiento Nacional.
Buenos Aires, Cántaro, 1989; págs. 164-165.
[13] Hemos
optado por excluir en el presente escrito, las continuas reglamentaciones
jurídicas en materia militar que comienzan a visualizarse desde 1820 hasta
1829, las que para nosotros hacen referencia a dos objetivos interrelacionados:
por un lado, controlar la fuerza de trabajo en potencia, y por el otro, obtener
soldados para un ejército hipertrofiado, siempre ávido de hombres pero escaso
de medios económicos para atraerlos realmente, debido a que el servicio militar
se hacía gratuitamente y sin regla respecto de la edad y del estado civil.
Pedro R. Kozul. “Milicianos y productores autosuficientes: labradores
entrerrianos polivalentes ante la perdurabilidad de un acuerdo ancestral, entre
los años 1820 y 1828.” Revista
Coordenadas, núm. 2, año 1, julio-diciembre de 2014; págs. 31-60.
Disponible en: http://ppct.caicyt.gov.ar/coordenadas.
[14] James
Scott. Los dominados y el arte de la
resistencia. México, Ediciones Era, 1990.
[15] ARCHIVO ADMINISTRATIVO E
HISTÓRICO DE ENTRE RÍOS (en adelante AAHER). Contra el alfares de milicias del departamento 2° del 1° principal don
José Sebastián arce. Fondo de Hacienda, Expedientes Judiciales del Siglo
XIX, Causas Civiles, Paraná. En esos días, se
había acordado una gratificacion al que aprenda a Tomás Cóceres, Jacinto
Palomeros o alguno de los subevados en Montiel, otorgando 500 pesos por
Cóceres, 300 por Palomeros y 10 pesos por cualquier individuo sublevado. PROVINCIA DE ENTRE RÍOS
(en adelante PDER). ”Gratificación. 20/09/1827”. En: Recopilación de Leyes, Decretos y Acuerdos de la Provincia de Entre
Ríos desde 1821 a 1873. Concepción del Uruguay, Imp. La Voz del Pueblo,
1875; Tomo II, pág. 331.
[16] AAHER. Contra el alfares de milicias...., Op.
Cit.
[17] Ibídem.
[18] En 1828 apenas asumió su
segundo mandato, contamos con una acusación presentada al Congreso Provincial contra el Gobernador Sola por Santa María, Cóceres
y otros con sospechas vehementes de malversacion de fondos publicos del citado
gobernador. Su nombramiento supuestamente fue fruto de la violencia pública y
escandalosa que por su influjo y persuaciones se hizo de la H. Representación,
amenazandola con temores y con el estrepito de las armas. PDER. “Acusación
presentada al Congreso Provincial contra el Gobernador Solá. 27/07/1828.” Recopilación de…Op. Cit.; Tomo II, pág.
395.
[19] Raúl
Fradkin. “Cultura política y acción colectiva en Buenos Aires (1806-1829): un
ejercicio de exploración.” En: Raúl Fradkin (Editor). ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la
Revolución de Independencia en el Río de la Plata. Buenos Aires, Prometeo,
2015, pág. 25.
[20] ARCHIVO GENERAL DE LA
NACIÓN (en adelante AGN). Manifiesto del Gobernador Solá contra los R.R. de la Provincia al que se le
han puesto notas para que los amantes del orden y libertades públicas formen el
juicio que gusten. Sala VII, Fondo Pedro Ferré, Legajo 1,
N° 3356, Correspondencia y Otros. Buenos Aires. El subrayado es nuestro.
[21] Alejandro Rabinovich “El
fenómeno de la deserción en las guerras de la revolución e independencia del
Río de la Plata: 1806-1829”. E.I.A.L.,
núm. 22, Tel Aviv, 2011, pág. 34.
[22] Gabriel
Di Meglio. “Las palabras de Manul. La plebe porteña y la política en los años
revolucionarios.” En: Raúl Fradkin (Editor). ¿Y el pueblo dónde está?..., Op. Cit.; pág. 69.
[23] AGN. 15 de octubre de 1823. Sala VII, Fondo
Urquiza, Correspondencia I. 1800-1829, F. 311, S. I-C.13, N°1, Buenos Aires,
pp. 206-207.
[24] ARCHIVO
HISTÓRICO DE ENTRE RÍOS (en adelante AHER). Solá,
León: correspondencia a Mansilla. Fondo de Gobierno, Serie I,
Correspondencias, carpeta 2, legajo 11, Paraná. El subrayado es nuestro.
[25] En el
año 1822 el Congreso de Entre Ríos, había dictado un “Plan de división de los
Departamentos de la Provincia” con motivo de ordenar el poder civil, militar y
político. Este plan perduró hasta el año 1849 y fragmentó a la provincia en dos
departamentos principales: el Departamento principal N° 1 del Paraná y el N° 2
del Uruguay (el río Gualeguay funcionaba como un límite entre ambos),
gobernados por un Comandante principal. Cada departamento tenía bajo sí cuatro
subalternos a saber: 1°, 2°, 3° y 4°. Nuestra investigación como puede
observarse, se ubica primariamente en el Departamento principal N° 1, y más
puntualmente en los departamentos 3° y 4° de aquella delimitación. Entre ellos
estaban repartidas las tierras de la Matanza, Nogoyá, el Tala (incluido Raíces)
y unos años después Punta Gorda (Diamante). PDER. “Aprobando el Plan de
División de los Departamentos propuesto por el gobierno.17/02/1822.” En: Recopilación de…Op. Cit.; Tomo I, págs. 89-90.
[26] DJENDEREDJIAN, Julio. “Construcción del poder y autoridades
locales..., Op. Cit.
[27] AHER. Correspondencia de Espino al Delegado Cnel.
Hilarión Campos. Serie I, Correspondencias, carpeta 19, legajo 3, Paraná.
[28] PDER. “Disponiendo que el delito de rebelion sea juzgado por
los Tribunales Militares. 05/02/1824”. En: Recopilación
de…Op. Cit.; Tomo I, pág. 352.
[29] PDER.
“Con que el gobierno pasa al congreso un proyecto de ley estableciendo penas
para los que promovieren una rebelión. 03/02/1824”. En: Recopilación de…Op. Cit.; Tomo I, pág. 350.
[30] Los
datos a exponer en estos párrafos, fueron tomados de distintos tipos de
fuentes, para no incomodar la lectura, mencionamos a grandes rasgos cuáles son:
los padrones censales de Nogoyá y la Matanza en 1820 y el de la Matanza de
1825; las listas de revistas militares, correspondencias y registros de
enrolamientos desde 1822 hasta 1830. En ella se incluye principalmente la del
Cuerpo de Dragones, la fuerza veterana y otras menos importantes. Todos estos
documentos pueden consultarse en el Archivo Histórico de Entre Ríos, en la
Serie VII y XI del Fondo de Gobierno respectivamente.
[31] Los datos extraídos de
esta fuente estadística, indican cuál fue el peso político, simbólico, social y
económico de los labradores y en qué medida afectaron la configuración del mapa
entrerriano. De ese modo, afirma el grado
de representatividad y el tipo de características sociales de los labradores en
áreas de ocupación tardía, respecto a la digna variación en zonas que no son de
frontera. No obstante, realizamos una importante aclaración metodológica sobre
los padrones censales: mucha gente probablemente pudo hacerse ver a sí mismos
como “labradores” sin que realmente lo fueran. Por lo cual, el término estaría
encubriendo situaciones desiguales, tanto en lo que respecta al dominio del
ganado, capital, tierras, etc.; como con respecto al poder que se ejerce sobre
“los otros.” Un buen análisis respecto aquel recurso heurístico véase: Ernesto
J. A. Maeder. La estructura demográfica y
ocupacional de Corrientes y Entre Ríos, en 1820. Corrientes, Archivo
General de la Provincia y Registro Oficial, 1969.
[32] AHER. Retiros de 1821, Fondo de Gobierno,
Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 2, p. 10, Paraná.
[33] AHER Retiros de 1822, Fondo de Gobierno,
Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 3, p. 12, Paraná.
[34] AHER. Retiros de 1824, Fondo de Gobierno,
Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 5, p. 20, Paraná.
[35] AHER. Reynoso, Anselmo. Capitán. Solicita su
retiro, Fondo de Gobierno, Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1,
legajo 9, p. 75, Paraná.
[36] AHER. Velázquez, Vicente. Solicita excepción del servicio militar de su hijo José María,
Fondo de Gobierno, Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 9, p.
75, Paraná.
[37] AHER. Retiros de 1824, Fondo de Gobierno,
Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 5, p. 20, Paraná.
[38] AHER. López, Pedro. Solicita retiro, Fondo de
Gobierno, Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 5, p. 20,
Paraná.
[39] AHER. Campos, Hilario. Teniente Coronel. Solicita
pago de haberes atrasados, Fondo de Gobierno, Serie XI, Asuntos Militares,
Rollo 61, Caja 1, legajo 12, p. 130, Paraná.
[40] AHER. Retiros de 1820, Fondo de Gobierno,
Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 1, p. 1, Paraná.
[41] AHER. Mármol, Agustín. Solicita retiro del
servicio militar, Fondo de Gobierno, Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61,
Caja 1, legajo 1, p. 1, Paraná.
[42] Ídem.
[43] AHER. Barrera, Manuel. Solicita la baja, Fondo
de Gobierno, Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 8, p. 54,
Paraná.
[44] AHER. Herrera, Agustín. Su señora madre solicita
la baja del servicio militar, Fondo de Gobierno, Serie XI, Asuntos
Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 9, p.79, Paraná.
[45] AHER. Latorre, Norberto. Su señora madre solicita
la baja del servicio militar, Fondo de Gobierno, Serie XI, Asuntos
Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 9, p. 75, Paraná.
[46] AHER. Ferreira, Manuel. Ayudante del Batallón de
Artillería. Solicita retiro, Fondo de Gobierno, Serie XI, Asuntos
Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 4, p. 19, Paraná.
[47] AHER. Cáceres, Ramón. Sargento Mayor. Solicita
retiro, Fondo de Gobierno, Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja
legajo 3, p. 12, Paraná.
[48] AHER. López, Isidro. Soldado. Solicita la baja,
Fondo de Gobierno, Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 9, p.
75, Paraná.
[49] En la
Matanza, los labradores promedian entre las edades de 16 a 30 años, con 88
individuos de ese rango etario (39.28%) y 78 entre los 31 a 50 años de edad
(34.82%). Los valores porcentuales, bajan drásticamente en las edades más
adultas, encontrando nueve labradores entre los 51 a los 64 años (4.01%) y
solamente 8 labradores con más de 65 años (3.57%). Los menores a 14 años (edad
donde comienzan a ser reclutados en las milicias) tampoco comprendían un escaso
número. Hay 41 labradores (18.30%). En Nogoyá los valores no varían demasiado,
encontramos 49 labradores en el rango de los 16 a 30 años (44.54%) y 40 entre
los 31 a 50 años de edad (36.36%). Mientras que los adultos, existen 12
labradores entre los 51 a 64 años de edad (10.90%) y 6 labradores mayores de 65
años (5.45%). La diferencia entre ambos partidos rurales comprende sin lugar a
dudas en los más jóvenes. Hay en Nogoyá solamente tres labradores en sus
primeros años (2.7%). En El Tala encontramos 22 labradores entre los 16 a 30
años de edad (43.13%) e igual número entre los 31 a 50 años (43.13%). Lo que
distingue a esta localidad, es que la presencia de adultos es menos importante.
Hay tres labradores correspondiente a los 51 a 64 años (5.88%) y dos de más de
65 (3.92%). Lo mismo ocurre con los más jóvenes, representando también un 3.92%
del valor total. Pedro R. Kozul. “Milicianos y productores autosuficientes...”
Op. Cit.; pág. 40.
[50] Los alcaldes mayores de
hermandad prominentes en la campaña, se les conferían facultades de comandantes
y jueces de policía, pero no tenían jurisdicción en la tropa (aunque la falta
de autoridades sobre las milicias permitirían que fueran considerados de forma
extraordinaria como Comandantes). En el Departamento 3° del I Principal
(Nogoyá) había un Alcalde Mayor y, dependiente de él, un Alcalde Mayor de
Hermandad en La Matanza. Por el primer puesto se haría cargo Francisco Amarilla
y por el segundo, el “labrador” José Albarenque (con tal ocupación figura
Albarenque en el censo de 1820).
[51] AHER. Gutiérrez, Manuel. Solicita la baja absoluta,
Fondo de Gobierno, Serie XI, Asuntos Militares, Rollo 61, Caja 1, legajo 8, p.
54, Paraná.