“Cura- Malal”. Un ensayo del Servicio Militar
Obligatorio en 1897
“Cura-Malal”. An essay of compulsory military service
in 1897
Santiago Garaño
Universidad Nacional de Tres de Febrero
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
sgarano@hotmail.com
Resumen
En este trabajo nos
proponemos describir y analizar la experiencia vivida en “Curá-Malal”, el
campamento cercano a Pigué donde se realizó la primera experiencia de
conscripción obligatoria en el año 1897. A partir del análisis de dos libros
que testimonian esa experiencia (uno escrito por un alto oficial y el otro, por
un soldado), nos interesará reconstruir este primer hito, que fue fundacional
en una genealogía del servicio militar obligatorio. La hipótesis que atraviesa
este texto es que, si bien la normativa de creación es de 1901, hubo
experiencias previas a la aprobación y reglamentación de esta ley, que han
delineado las características centrales de esta institución. Por lo tanto,
pensamos que es un aporte para historizar el proceso de creación de esta
institución. Con fines analíticos, por un lado, retomaremos la bibliografía
sobre el problema de la ciudadanía y la subjetividad. Y, por otro, revisaremos
lecturas clásicas de la antropología sobre los ritos de paso y sobre los
rituales, dando cuenta de las prácticas, rutinas y valores alentados por el
personal militar y las transformaciones que produjo en la tropa de soldados.
Palabras Clave
Servicio Militar
Obligatorio; Fuerzas Armadas; Soldados; Estado-Nación; Ciudadanía.
Abstract
In
this work we intend to describe and analyze the experience lived in
"Curá-Malal", the camp near Pigué where the first experience of compulsory
conscription took place in the year 1897. From the analysis of two books that
testify that experience ( one of these written by one senior officer and the
other one by a soldier), we are interested in rebuilding this first milestone
in a genealogy of the compulsory military service. The hypothesis that crosses
this text is that, although the creation regulation is from 1901, there were
previous experiences to the approval and regulation of this law, which have
outlined the central characteristics of this institution. Therefore, we think
it is a contribution to historicize the process of creation of this
institution. For analytical purposes, on the one hand, we will return to the
literature on the problem of citizenship and subjectivity. And, on the other
hand, we will review classical anthropology readings about rites of passage and
rituals, giving an account of the practices, routines and values encouraged by
military personnel and the transformations it produced in the troop of
soldiers.
Keywords
Compulsory
Military Service; Armed Forces; Soldiers; National-State; Citizenship
Introducción
En el marco de la investigación que condujo
a la elaboración de mi tesis doctoral,[1]
me interesó abordar una de las instituciones castrenses que considero central
para comprender la importancia que tuvieron las Fuerzas Armadas (en adelante, FF.AA.) durante el siglo
XX: el funcionamiento del servicio militar obligatorio en Argentina. Partía
del supuesto de que estudiar la conscripción podía ser fundamental para
estudiar las relaciones cívico-militares en su dimensión micro, local y
cotidiana. Es decir, consideraba que su estudio podía iluminar la trama de
relaciones tejidas entre oficiales, suboficiales y soldados en los cuarteles
durante el período en que los conscriptos estaban “bajo bandera”.
Recuerdo que la intuición de
trabajar este tema se reforzó al leer los trabajos de Pilar Calveiro, en los que ella sostuvo que el poder desaparecedor
que caracterizó a la última dictadura militar, hundía sus raíces en una vasta
experiencia represiva de las FF.AA., cuya pieza central había sido el servicio
militar obligatorio.[2]
En particular, Calveiro planteó que la conscripción tuvo un efecto diseminador
de la disciplina en toda la sociedad argentina. Desde la perspectiva de esa
politóloga argentina, se castigaba a los soldados por medio de la disciplina
arbitraria y cruel, como parte de la instrucción, tomando como base el
principio de aceptar órdenes más allá del carácter degradante y peligroso: “La
convalidación social del orden, la jerarquía y la disciplina corre pareja con
el odio hacia lo militar. Sin embargo, las anécdotas de cualquier reunión en
donde los hombres que hicieron la conscripción obligatoria recuerdan las épocas
de la ‘colimba’, en una última instancia se aprueba con una risa cómplice,
acompañada de alguna expresión (¡qué bárbaro!), pero no de protesta, no de
indignación (…) Es allí donde se graba la disciplina que impregnará el cuerpo
de la sociedad. En ese derecho soberano que se reserva el superior para poner
en juego la dignidad o la vida de otro, sin posibilidad de apelación”. [3]
Sin embargo, al reconstruir el
estado del arte sobre la conscripción en Argentina, pude comprobar que se
trataba de una institución poco explorada por las ciencias sociales y humanas,
sobre todo teniendo en cuenta el hecho de que
ha sido una experiencia muy significativa para amplios sectores sociales
y que estuvo vigente durante casi todo el
siglo XX.[4] Los estudios sobre la conscripción se pueden agrupar en
cuatro líneas: la primera, vinculada a la creación en 1901; [5] la
segunda, conformada por las denuncias sobre los más de 100 casos de conscriptos
desaparecidos durante la última dictadura y sobre cómo se los ocultó bajo la
figura de “desertores”; [6]
la tercera analizó la experiencia de los soldados conscriptos que constituyeron
el grueso de la tropa que combatió en la guerra de Malvinas, en
1982; [7]y la
cuarta, el caso del crimen del soldado Omar Carrasco y el fin del sistema
obligatorio. [8]
Como
se puede ver, estos distintos estudios han abordado procesos relativamente
excepcionales; mientras que el funcionamiento rutinario, cotidiano y
burocrático de la conscripción es aún un área de vacancia para las ciencias
sociales y humanas. De todas maneras, se ha dado por sentado que la conscripción operaba como el rito oficial de pasaje masculino a la
adultez, a la ciudadanía y a la nacionalidad argentina; [9] y que, desde sus orígenes, buscaba dar
cohesión a la nueva república, reforzar el papel del Estado e inculcar una
serie de valores nacionales y sociales a los jóvenes. [10] Una de
las motivaciones que tiene el presente trabajo es que considero que aún resta
realizar trabajos históricos que les den fundamento empírico a esas
afirmaciones generales sobre el rol que tuvo la conscripción durante gran parte
del siglo XX.[11]
Ahora bien, pese a los pocos estudios sobre esta institución
castrense, es notable que la discusión de la ley de creación del servicio
militar obligatorio en 1901 ha sido objeto de numerosas revisiones por parte de
distintos investigadores. [12] Sin embargo, todos estos
trabajos privilegian una mirada normativa, antes que una aproximación centrada
en el abordaje de las prácticas, rutinas y los valores alentados por el
personal militar. Es decir, se limitan a reconstruir y analizar la discusión de
la llamada “Ley Ricchieri”– debido a que fue el Ministro de Guerra, Pablo
Richieri, su principal defensor en el parlamento-, mientras que tanto su
implantación - leáse, la encarnación en prácticas institucionales- así como las
experiencias previas de conscripción no han sido analizados con la misma
avidez.
Además,
si bien en todos estos trabajos se toma esta ley como punto de partida, ni bien
inicié el trabajo de archivos y bibliotecas militares pude comprobar 'otra' fecha de nacimiento para dicha
institución. A diferencia de las pertenecientes al 'mundo civil', en mi trabajo
de archivos en instituciones militares – como la Biblioteca del Círculo Militar
y la del Estado Mayor del Ejército-, las
referencias bibliográficas en ficheros y bases de datos me llevaron a
“Curá-Malal”, siempre considerada como la “primer conscripción argentina”.
En
el marco de la creciente tensión con Chile por problemas limítrofes, en 1897 el
gobierno nacional decidió movilizar a la Guardia Nacional de la Capital
Federal. Sin embargo, en esa oportunidad dispuso un nuevo mecanismo de
reclutamiento: se convocó a la primera conscripción obligatoria de la que
participaron los jóvenes de veinte años -previamente “enrolados”-, que durante
dos meses convivieron “en campaña”, donde fueron instruidos militarmente por
parte de soldados “de línea” o “veteranos enganchados” por su propia voluntad y
estuvo dirigida por Luis María Campos y Alberto Capdevila. El lugar elegido
para instalar el campamento de instrucción fue Curá-Malal, ubicado a treinta y
dos kilómetros de la ciudad de Pigué, en la provincia de Buenos Aires.
Este
mecanismo de reclutamiento e instrucción se distinguía de los anteriores, que
se habían basado en dos modalidades. Por un lado, la incorporación al Ejército
de línea permanente de “enganchados” (es decir, contratados voluntariamente a
cambio de una suma de dinero); “contingentes” (sorteados u obligados por la
“ley de vagos”); “destinados” (infractores de las leyes de “enrolamiento” y ejercicios
de milicias o Guardia Nacional); y, de ser necesario, “contingentes”. Y, por el
otro, la Guardia Nacional, integrada por varones argentinos de entre 17 y 50
años, cuyos integrantes formaban parte de la “reserva” del Ejército y sólo
tenían obligación de asistir periódicamente a ejercicios de adiestramiento
militar, bajo el mando de jefes civiles – convocados por el Gobierno nacional,
en caso de situaciones de “conmoción interna” o “defensa nacional”-, siempre
previamente sorteados y declarados físicamente “aptos”. En este último caso,
cabe aclarar que podían ser reemplazados por otro “voluntario” -denominado
“personero”-, a cambio de abonarle una suma de dinero. [13] A partir de esta reforma, la Guardia Nacional
empezó a estar integrada por todos los ciudadanos que en 1894 hubiesen cumplido
20 años, quienes fueron obligados a realizar un período de instrucción militar
de 60 días.
En
este trabajo me propongo describir y analizar este primer hito en una
genealogía del servicio militar obligatorio, como vía para historizar el
proceso de creación de esta institución. La hipótesis que atraviesa este texto
es que si bien la ley Ricchieri es de 1901, hubo experiencias previas a la
aprobación y reglamentación de esta normativa, que han delineado las características
centrales de esta institución. Es decir, que más allá de la aprobación de la
normativa, no fue creada ex nihilo
sino que hunde sus raíces en prácticas, lógicas y experiencias previas. A su
vez, sostendré que esta primera experiencia de conscripción se revela como un
'hito fundante' del servicio militar obligatorio.
La
reconstrucción pormenorizada de dicha experiencia se realizará a través de dos
libros que testimonian el paso por el campamentos militar de “Curá Malal”. El
primer libro se llama En Curá-Malal. La
División Buenos Aires. Primera Conscripción Argentina, y fue escrito por el
Teniente Coronel Juan Amadeo Baldrich.[14] Dedicado a los “camaradas” del Ejército, a
los “jefes y oficiales” de la Guardia Nacional movilizados y a los “jóvenes
conscriptos” de la División Buenos Aires, el texto recopila una serie de cartas
publicadas en el Diario La Nación bajo el seudónimo de “Querandie”. Este
libro es una crónica de primera mano de la “primera conscripción argentina” que
relata, entre las bromas y anécdotas varias, la cotidianeidad y la rutina
diaria y semanal que organizaba la vida en el campamento; las prácticas de
instrucción y de tiro en los polígonos; la alimentación (el llamado “rancho”);
las características de topográficas y del clima (sobre todo, la dureza el
invierno, los vientos, la lluvia y el frío y sus consecuencias para la
instrucción militar que debía ser suspendida); la vida en las carpas, las
excursiones a las sierras cercanas y los fogones; el estado sanitario de la
tropa (y el énfasis en señalar los “pocos” casos de enfermos que “demuestra” la
“resistencia” de la tropa movilizada).
Publicado
en 1913, el segundo libro se titula Curá-Malal.
Recuerdos de Campaña, y fue escrito por Julio Padilla, un ex
conscripto y estudiante de medicina, que
buscó “dejar constancia” de sus recuerdos “imborrables de campaña”. Al
decir del ex soldado, no tenía pretensiones literarias, sino que fue elaborado
con el único fin de dejar una “prueba” del “cariño sincero y amistad profunda”
a sus “compañeros de armas”. Este libro está dedicado a sus “camaradas” de
Batallón, “testigos fieles de todo lo bueno y de lo mucho malo que sufrimos y
gozamos juntos”.
En
este trabajo, nos interesará crear un contrapunto entre las versiones de esa
experiencia escritas 'desde arriba' (desde la oficialidad) y 'desde abajo'
(desde la perspectiva de los conscriptos). Ello así debido a que estas dos
perspectivas nos permiten el entrecruzamiento entre el proyecto institucional –
los objetivos perseguidos y los medios para conseguirlos- y su encarnación en
prácticas, sentidos y valores desde la perspectiva de los soldados conscriptos.
Al mismo tiempo, consideramos que son memorias que no sólo permitieron dejar
“constancia” a futuro de la experiencia vivida, sino también se volvieron
relatos disponibles para ser presentada al resto de la sociedad, quien
sostendremos que fue una de las audiencias destinatarias de este ritual.
En
términos conceptuales, nos interesará explorar dos vías de análisis. Por un
lado, daremos cuenta de la relación entre ciudadanía y subjetividad, a partir
de los planteos realizados por Peter Corrigan y Derek Sayer en su trabajo
acerca de cómo las prácticas, rutinas y rituales de las instituciones estatales
han regulado las identidades sociales y las subjetividades de los ciudadanos en
los Estado-nación modernos.[15]
De la perspectiva de estos autores, los Estados definen las formas aceptables
de la identidad individual y colectiva así como también regulan gran parte de
las formas de vida social consideradas legítimas: “las actividades del Estado,
de manera más o menos coercitiva, ‘alientan’ algunas mientras suprimen,
marginan, corroen o socaban otras [capacidades sociales humanas] (…). Clasificaciones sociales fundamentales, como
la edad y el género, terminan sacralizadas en leyes, incrustadas en
instituciones, rutinizadas en procedimientos administrativos y simbolizadas en
rituales de estado”. [16] En esta línea, las instituciones estatales
llevarían a cabo un vasto proyecto de regulación moral a nivel de los sujetos y
las poblaciones, es decir, totalizante e individualizante a la vez: un proyecto
de normalizar, volver natural, parte ineludible de la vida, en una palabra
‘obvio’, aquello que es en realidad es arbitrario, cultural y, por ende,
modificable.
Por
lo tanto, a partir de un estudio de caso y de poner el foco en la conscripción
como institución, en este trabajo intentaremos dar cuenta del peso material que
las propias rutinas y rituales del Estado confieren a esas formas culturales
consideradas legítimas. Además, nos interesará analizar cómo se forjaron una
serie de modos de regulación que operaron no sólo mediante discursos, sino –
siguiendo a Corrigan y Sayer- centralmente en la combinación de las rutinas
mundanas y de los rituales fastuosos. [17] Y, en ese movimiento, cómo a través del paso de los jóvenes por dicha
institución castrense, se ha construido un “mensaje de dominación”, es decir,
un 'mensaje moralizante' cuyo objetivo no es “de modo neutral, ‘integrar la
sociedad’” sino “imponer la dominación”, normalizar, reconstruir las relaciones
sociales a partir del forjado de identidades nacionales. [18]
Por
otro lado, finalizaré el trabajo retomando bibliografía antropológica sobre
rituales y los ritos de paso, con el fin analizar las evidencias que presento
en este trabajo: la reconstrucción del lento proceso de conversión en soldados
que experimentan los conscriptos, a partir de una progresiva incorporación de
rutinas, prácticas y disciplinas militares. Ello así porque consideramos que
será iluminador de la doble dimensión que tuvo el servicio militar obligatorio:
por un lado, coercitivo y violento, pero al mismo tiempo productivo de
relaciones sociales, de identidades y de grupalidades.
El
nacimiento de la conscripción
Un
mes antes de ser “convocados”, los futuros conscriptos se habían presentado en
los cuarteles para inscribirse en la lista de los batallones que les
correspondían y en los primeros días de abril de 1897 fueron citados al Cuartel
de Palermo para que les entregaran los uniformes. A Julio le tocó el Segundo
Batallón del Primer Regimiento de la Guardia Nacional de la Capital Federal.
Luego
de que les ordenaran formar, Julio recordó que, “organizados a medias”, empezó
la primera instrucción militar: “…firmes ordenaron, y como por encanto,
quedamos tan derechos que la compañía parecía [una] tabla, pues teniendo una
idea tan errónea de la firmeza, se puede decir, que ni respirábamos siquiera”. [19]
A partir de este momento, se inició un lento proceso de aprendizaje de un nuevo
uso del cuerpo: de estar “todo abatatado” en primer lugar aprendieron – gracias
a un “trabajo fatigoso”- el “saludo en dos tiempos” y luego fueron sumando
“medias vueltas”, “marchas” y “contramarchas”. Entre ejercicio y ejercicio,
durante este primer día, por orden de jerarquía, “desde el Capitán hasta el
cabo 1”, todos y cada uno de los militares “pasaron listas” una y otra vez,
hasta que se ordenó “romper filas”.
Luego
de un “toque de clarín”, un capitán los hizo formar y les dieron utensilios
necesarios para el “rancho”. Una vez lavados los platos (“con mucha
inexperiencia”), le distribuyeron el uniforme, conformado por un “kepie”
(“genuinamente criollo”), la chaquetilla y pantalones, la colcha y los “botines
patrios”, y la ropa blanca – “más parecía uniformes para asilados que para
soldados”- y “se vistieron de” soldados: “Con el nuevo uniforme andábamos muy
garbosos y consentidos en nuestra bella figura. Una vez que todos éramos
soldados, nos considerábamos con el mejor derecho a ser amigos y así lo
hicimos, siendo insoportable la algaraza que a cada aparición de un nuevo
uniformado se producía. Era un titeo feroz”. Julio recordó que, “Una vez listos, se pasó la última lista” y les dieron
órdenes de presentarse al día siguiente a las 6 y media de la mañana y ya
salieron “perfectamente formados” del cuartel. Al día siguiente cuando llegaron
al cuartel, se multiplicaron las bromas entre ellos: se desconocían, eran ya 'otros',
por estar vestidos con el uniforme y todos con el pelo cortado al ras:
“A las 7 formamos y cataplán,
cataplán, marchen y descanso, no se oía
más que un dos, un dos, muévase hombre; a dónde va, no salga de la fila;
cállese la boca; no se ría, y para colmo nos empezaron a mandar al trote,
march, un, dos, tres, cuatro, ah, ha! …hasta que a las 9 nos llevan al cuartel
más cansados…”. [20]
Ese
segundo día al mediodía les dieron “licencia” para visitar sus casas y, luego
de pasar esa noche allí y almorzar a sus casas, volvieron al cuartel invadidos
por la tristeza de separarse de su familia: “¿Qué sería de nosotros? ¿Y de
nuestras madres? Ese fue el pensamiento común, ¡pobrecitas! ¡Ellas lloraban en
sus casas por nosotros!”. [21]
Según rememoró el ex soldado, esta progresiva separación de la familia, del
hogar, les generaba una “melancolía” que se distinguía de la inicial alegría
que había reinado entre ellos durante los primeros días. Como vemos en este
relato, el paso de estar “vestido de soldado” a “convertido en un verdadero
soldado” implicaría un lento aprendizaje de las jerarquías militares, de nuevas
rutinas y prácticas corporales y de un lenguaje, una moral y sobre todo, una
rígida disciplina bélica.
El “vía crucis”
Luego
del toque de la “diana”, cuando aclaraba, les entregaron el resto del equipo y
el Mauser y les dieron una breve instrucción sobre cómo manejar el arma, hasta
que les ordenaron que se prepararan para la marcha y “al compás de un alegre y
entusiasta paso doble” llegaron desde Palermo hasta la estación de Sola, de
donde salía el tren hacia Pigué. Esta “triunfal marcha” de conscriptos era tan
agotadora físicamente que fue caracterizada por Julio tanto como un “Vía
Crucis”, frente a la gente que los despedía.
Cuando
arribaron a la estación del tren, fueron despedidos por su familia y sus
amigos: “¿Acaso sabíamos nosotros, ni sabía nadie, si volveríamos? ¡Nos
llevaban para defendernos de los chilenos! ¡Esto era lo más seguro! ¡Qué triste
era ver ese enjambre de jovencitos que tan animosos iban a inmolarse por su querida patria!”. [22]
Cuando arrancó el tren, trataron de reprimir la “angustia” - “por respeto al
uniforme”-, entre vivas a la patria y muestras de afecto de sus familiares y
amigos. Durante el viaje en tren, Julio
cuenta que se conocieron casi todos los miembros de la Compañía y “simpatizaron
mucho”: “De modo que los que cuatro días antes no nos conocíamos casi, éramos
tan amigos ya, como si nos ligara vieja amistad”. [23]
Llegaron
a Pigué a las doce y acamparon cerca de la Iglesia que estaba en construcción.
Al aprendizaje de las rutinas militares, en el caso de Julio – y debido a su
pertenencia de clase y al mundo universitario- se sumaban otros aprendizajes
forzosos, como por ejemplo, lavar los platos. Pero, además, Julio detalló que
fue llamado por un cabo para que junto a otros soldados fuera a buscar carne
para la tropa y se dio cuenta de que “tenía que carnear”: “¡nunca pensé que pudiera ser carnicero! ¡Por eso no estudié
medicina!”. [24]
Sin
embargo, el ex conscripto consideraba que esta arrogancia - debido a su
condición de estudiante universitario y de clase alta- implicaba una tensa
relación con algunos superiores. Ese día un Teniente lo mandó a descargar el
equipaje de los oficiales: “La gran perra (dije para mi interior) y a hacer de
changador hijito, porque aquí si no lo haces lo que te dicen, te meten un
plantón soberano”.[25]
Con una “rabia sideral” y con su “cuerpo tan gordo”, subió y bajó las valijas
mientras los militares se reían de él: “era de destornillar de risa a los
sinvergüenzas que me estaban viendo y me decían que cobre la changa”. [26]
Según el relato de Julio, esa tarea fue encomendada por un oficial que, cuando
se enteró que eran estudiantes universitarios, les “declaró la guerra a muerte”
y los “martirizó”.
Como
podemos ver, a partir de ese momento, se inició el lento proceso de
incorporación a las prácticas, rutinas y rituales que luego iba a caracterizar
al servicio militar: Para el personal militar, se trataba de crear seres
capaces de resistir no sólo la dureza de la vida castrense sino también a un régimen
basado en el sometimiento al poder arbitrario de los superiores. En este
sentido, incorporarse a la vida militar significaba ingresar a un mundo muy
distinto a la vida civil: se trataba de un espacio donde se alternaba entre una
estricta rutina, las prácticas de instrucción militar, pero también tareas de
servidumbre.
Además, se
trataba de un sistema de poder que se hacía ver, [27]
donde se representan las jerarquías que distinguían a soldados rasos del
resto de personal militar, incluso de los soldados de la clase anterior (a los
dominados de los dominantes). Por ejemplo, la subordinación a los superiores,
se escenificaba no sólo en el trato cotidiano y en un uso estricto del lenguaje
de las jerarquías, sino sobre todo, en los castigos y tareas domésticas a las
que eran sometidos. Gracias a esas
reglas de etiqueta -que exigían consentimiento, obediencia y subordinación- se
efectuaba una puesta en escena de las relaciones de poder que organizaban la
vida en el cuartel: Era un régimen que buscaba producir soldados (y sujetos) dóciles.
Parecía
que, ya desde esta primera conscripción y en un contexto de conformación del
Estado-nación moderno, el objetivo del Ejército argentino era crear una
sociedad ordenada y controlada, a partir de la multiplicación y diseminación de
la disciplina militar y los valores castrenses en todo el tejido social; cuyo
fin último era modelar la sociedad a su imagen y semejanza, como cuerpo
disciplinado. [28]
El viaje hacia Curá Malal
Al
día siguiente se tocó la “diana” y lentamente todos empezaron a organizar las
mochilas para el viaje hacia Curá Malal, bajo las órdenes del Coronel O’
Donnell y su Estado Mayor. De esta manera, Julio destacó que emprendieron la
“marcha” – sólo suspendida por unos breves descansos- todos “animados y
contentos”; “pero la alegría no era más que un disimulado engaño para nuestros
fatigados cuerpos”.[29]
Poco a poco fue disminuyendo la intensidad de las conversaciones y se fue
erosionando el “buen humor”; incluso algunos soldados cayeron rendidos de
cansancio.
Por
su parte, el Jefe de División, General Luis María Campos, fue a saludar a los
“nuevos soldados”. Según el recuerdo de Julio, el General se mostró “muy
satisfecho con la resistencia de la tropa, haciéndonos cumplidos y justicieros
elogios de nuestro entusiasmo” y –gracias a esa visita- recuerda que se
sintieron más “animados” para la continuar la marcha hacia Curá-Malal. [30]
En este punto, podemos entrelazar el relato de Julio con el de Baldrich: el
Teniente relató que el General Campos les daba “palabras de aliento, de
felicitación y de cariño”, en especial a algunos que venían “rezagados”, debido
al cansancio de marchar los 32 kilómetros que separaban Pigué de Curá-Malal,
cargados con el equipo, armas y municiones. [31]
Sin
embargo, si bien los conscriptos no tenían “educación metódica” y Baldrich se
sorprendió de que venían bien formados: “esforzándose cada soldado por parecer
infatigable y bizarro, a pesar de la larga y no acostumbrada marcha que
realizan. ¡Están lindos, están hermosos en su virilidad de veinte años los
muchachos! Emociona verlos, jóvenes, fuertes, animosos, emulados y orgullosos y
con derecho, ya que a los otros, a los que han faltado a esta cita del honor y
del patriotismo les queda en gaje su lote de vergüenza”. [32]
En cambio, Julio consideró que, al interior del colectivo de conscriptos, se
delineaban dos grupos: “algunos de estos muchachos protestaban en cinco clases
de idiomas, tener 20 años y maldecían al benemérito 75, otros patrioteros
ultras, pedían todo el rigor de la ley para los que se burlaban de ella y no
obedecían ni a los ímpetus de su conciencia que les ordenaban cumplir con su
deber; y otros (…) no daban señales de vida…”.[33]
Finalmente,
los conscriptos llegaron al lugar donde se iba a emplazar el futuro campamento
– “nuestra futura mansión”- y el desfile de las tropas fue recibido por la
música de la diana “que los despertó (…) del aletargamiento y postración a que
el cansancio nos redujo”. Según el recuerdo del ex soldado, la llegada fue
“imponente” y “ese saludo de músicas marciales nos quitó el sufrimiento. Nos
sentíamos nuevos…”.[34]
En ese momento se distribuyeron en carpas (insuficientes para todos) y, como
pudieron, intentaron dormir, rendidos por el sueño, pero imposibilitados por el
frío y hambre.
En
una de las primeras cartas, el Teniente Baldrich les contó a los lectores del
Diario La Nación cómo eran las características topográficas del lugar
donde se iba a hacer la “primera conscripción argentina”: “Es una localidad
admirable desde el punto de vista sanitario y sobre todo del punto de vista
militar, por la clase de instrucción característicamente de montaña, que
permite dar a la tropa. Nuestra infantería, de llanura por tradición, se hará
alpinista…”. [35] Es decir, frente a los conflictos por las
fronteras con Chile, era necesario modificar la modalidad de la instrucción
militar del Ejército y su tropa y – para el oficial del Ejército- se basaba en
las “necesidades que puedan sobrevenir en un país de fronteras tan complejas
desde el punto de vista topográfico”. Este “terreno” iba a colaborar en el
proceso de 'templar' “el espíritu decidido de los nuevos soldados, animados de
tan altos sentimientos patrióticos que retemplan a los viejos veteranos”. Sin
embardo, la aspiración de Baldrich es que tuviera un efecto multiplicador en el
resto de los argentinos: “… en pocos días más esto será un Babel, pero sin
confusiones ni de lenguas ni de sentimientos: la patria y el deber serán
nuestros dioses lares y la fuente de inspiración que agitará con soberbias
palpitaciones, el corazón de diez mil argentinos, congregados bajo la bandera
sagrada del Pasaje y Castañares!”.[36]
Las pruebas y el sufrimiento
Un
primer hito, luego de la llegada al campamento de Curá-Malal, es el relato de
los “sufrimientos y privaciones” que vivieron durante los primeros días de
campaña. Si bien el hambre, la escasez
de carpas y el cansancio poco a poco se fue normalizando, Julio le atribuye
otro sentido a estos “sufrimientos” y “privaciones”: “La precipitación y la
falta de elementos de transporte fue el obstáculo de esta campaña. Así y todo
debemos agradecerla. Porque precisamente esas privaciones y sufrimientos nos
formaron militares y nos unió más estrechamente a los que las compartimos”. [37]
Con
una interpretación similar, para Baldrich dichas adversidades no sólo operaban
como un elemento cohesionante del grupo - que los unía “más estrechamente”-,
sino como una serie de 'pruebas' que los formaban como militares, que
“moldeaban esta soberbia creta de los soldados”: “La Guardia Nacional, a pesar
de que no tiene mucho de lo que necesita y se le debe dar, y que vendrá,
resiste, parece tallada en bronce, y espera sin murmurar, lo que se le dice que
vendrá y aún no llega. Aparece virtuosa y estoica”. [38]
Es decir, la deficiencia en la provisión de alimentos, carpas y otras
facilidades en la campaña se volvían parte del conjunto de 'pruebas' que se requerían para forjar la
“resistencia”, la “virtuosidad” y el “estoicismo” de la tropa de conscriptos.
Este
tipo de 'pruebas' también nacían de la intrínseca “unión” que se tejía entre
“naturaleza” y el “hombre” que parecían – para Baldrich – “cantar la belleza y
la fecunda virilidad de la vida y la patria”.[39] Por ejemplo, al igual que para Julio, Baldrich
consideraba que las inclemencias del tiempo – sobre todo la lluvia- eran otras
“pruebas” que demostraba la capacidad de “resistencia” de la tropa movilizada:
“Pero no mata ni entumece el
nervio de la muchachada: la vena se
mantiene tensa y las risas, las causeries,
las escenas, los hombres, las cosas todas de esta gran familia militar,
veterana y movilizada se comentan y se cuentan. Es un caudal inagotable y
cálido, lleno de color local y de nacionalidad; vigoroso, móvil, inquieto y
picarezco, en cuyo fondo siempre lleno de luz, se destaca el carácter típico de
la raza, tan admirablemente homogénea, a pesar de los elementos de tan diversa
línea étnica que la constituyen”. [40]
Sin
embargo, para las autoridades militares, el mayor desafío de esta experiencia
de conscripción era construir una “gran familia militar” entre los “veteranos”
y la tropa “movilizada”, a partir de compartir un espacio de instrucción
militar, pero también de sociabilidad masculina. “Sufrir y gozar juntos” era
una forma de transformarse en soldados, pero también de hacerse argentinos. En
este sentido, según relata Baldrich, el nacimiento de la conscripción
obligatoria presentaba el desafío de contar con una población diversa – “el
corazón de diez mil argentinos”- que debía homogeneizarse y lograr que no
hubiera “confusiones ni de lenguas ni de sentimientos”, a partir de la activa
producción de una serie de valores y representaciones de corte bélico y
nacionalista, pero también intensas emociones y sentimientos.
El
comienzo de la instrucción y de la “transformación”
Con
el paso de los días, desde la perspectiva de Julio, “la vida se normalizó”: el
campamento se trasladó unos 200 pasos del lugar original; se dio la orden de
que los “clases” durmieran separados de los soldados y se les entregaron las
colchonetas; se normalizó el correo y la llegada de los diarios; y la
instrucción fue progresando; se fueron configurando rutinas diarias y semanales
que organizaban la vida en la campaña. Para el ex soldado, esta normalización
implicó el “cese de los sufrimientos”.
Por
su parte, según informaba Baldrich a los lectores del diario La Nación,
Curá-Malal ya se había convertido en la “casa” de los movilizados, una “Ciudad
Blanca” que combinaba - junto a la
calidez de ese nuevo y transitorio “hogar” -, la rigidez y el orden de la vida
militar. [41]
Con la llegada de la última brigada al campamento, “la máquina de Curá-Malal
tiene todas sus piezas y está funcionando homogénea, sin rozamiento ni perdida
de calor y por consiguiente de fuerza. Un
mes más y la división será una formidable masa veterana, con sus 8959
hombres de tropa, presentes, 24 cañones Krupp, 1500 caballos, parque,
intendencia, sanidad y demás servicios auxiliares”.[42]
Al decir de Baldrich, se trataba de una nueva “máquina” que – gracias a su
funcionamiento a la perfección- iba a “moldear” una División de soldados hasta
convertirlos en una “formidable masa veterana”.
Poco
a poco se fue configurando la rutina en el campamento. El lunes se inició la
instrucción de los soldados movilizados: por la mañana se dictaban cinco horas
diarias sin armas en terreno, y la tarde era el tiempo de la instrucción
teórica de las clases y oficiales. Baldrich destacaba que “el espíritu de las
tropas en este campamento se mantiene tenso, se entona día a día y toma en los
nuevos soldados la contextura y el temple que caracteriza a los veteranos” y
saludaba “la resistencia moral y el vigor físico de que dan muestra nuestros
noveles veteranos”. [43]
Como vemos, este proceso de construcción de los “noveles” en “veteranos” se
asentaba en una rígida disciplina militar: “Se ve, pues, que el tiempo no será
derrochado y que en puridad de verdad, no quedará libre más que el
absolutamente necesario para comer y dormir: se hará vida intelectual y física
activísimas, siendo digno de notarse que nadie protesta de esta fajina; nadie
la encuentra pesada la tarea ni dura la prueba a que todos son sometidos, bajo
el severo control del generalísimo”.[44]
Luego
de varios días, comenzó la instrucción con armas de fuego. Según rememoró
Julio, les costó poco recordarlos porque seis meses atrás había sido la última
movilización a la que habían concurrido.
Sin
embargo, un punto de conflicto se generó entre los conscriptos y los veteranos,
encargados de instruirlos militarmente. Si bien los “veteranos” los
“hostilizaban de todos modos” – a lo que sumaba un claro prejuicio de clase- y
esto les despertó el odio hacia ellos, Julio destacaba que nunca se quejaron
con sus superiores de los soldados de línea – o “chafes”- sino que más bien
eran motivos de “risa y de escarnio”. Además, Julio planteaba una oposición
–¿una frontera?- entre quienes iban “gustosos” a cumplir un “deber patriótico”
y quienes se movían por el “interés”, el dinero, la “conveniencia” (“Nosotros
cumplimos una ley: íbamos gustosos a servir a la Patria: ellos eran enganchados
o contratados por interés, por su conveniencia”).
Por
su parte, Baldrich destacaba otra finalidad para ese encuentro entre los
soldados “contratados y enganchados” y “conscriptos”. La diferencia entre los
conscriptos (definidos como “niños”) y los “viejos soldados” habilitaba un
espacio de transmisión de experiencias intergeneracional en el que el “espíritu
disciplinado y el temple y la soltura marcial del veterano se inocula
vigorosamente en la muchachada, ávida de aprender y emulada por la gente de
línea de arma”.
“Mientras hablan los milicos de
línea escuchan sonrientes o graves a los niños,
y estos a su vez rodean al viejo soldado y oyen embobados y mudos, relatos de pasadas campañas, de sufrimientos
indecibles, de abnegaciones sublimes y de glorias calientes y avasalladoras.
Los muchachos se entusiasman, proyectan batallas y campañas quiméricas;
organizan ejércitos…”. [45]
Es decir, Baldrich destacaba los
“lazos de simpatía y compañerismo” nacidos entre la “tropa de línea y la
movilizada”, que “se estrechan hora a
hora” y revelan “elevado sentimiento de varonil sinceridad”. Por lo tanto, para
este oficial del Ejército, la “primera” conscripción era un encuentro –por
momentos tenso- entre dos tipos de reclutamiento; entre dos tipos de ejército;
entre varias generaciones; entre “niños” y “veteranos”. Y permitía, desde su
perspectiva, no solo la instrucción sino también la transmisión de experiencias
bélicas anteriores, de la “moral” guerrera y la “disciplina” militar “de eterna
fuente” así como la posibilidad de tejer lazos de “compañerismo” entre estos
grupos:
“Hay en la tropa un espíritu de
fraternidad, de compañerismo admirable: veteranos y milicianos son todos uno.
Aquí no se dice guardia nacional, no
se conoce el vocablo, desde que todos, soldados, oficiales y jefes de una y
otra clase, se estiman y consideran iguales. Las pequeñeces han desaparecido y
no hay sino una cosa, una idea grande y noble: la patria y el deber, que a
todos emula sin rivalidades personales que depriman la majestad soberana del
cuadro y la severa compostura de los personajes”. [46]
Si pensamos las críticas a los
soldados encargados de la instrucción como una forma de impugnar esa jerarquía
entre “niños” y “veteranos”, Julio también recordaba la lenta conversión en
“veteranos”, gracias a la adquisición de destrezas militares, en particular la
práctica de tiro (“lo más importante que había en nuestro programa de
maniobras”):
“Nos asimilamos de tal modo a la
vida militar que nos gustaba enormemente. En estos días se recibe la noticia de
los arreglos con Chile. Casi les puedo decir que nos desagradó- estábamos
dispuestos a pelear y aprendimos con ansias todo el mecanismo militar, y luego
nuestra vida de soldados tan llena de encantos, de alegrías. Esas reuniones
nocturnas, imborrables y divertidísimas. En fin todo ya estábamos hecho unos
veteranos y empezamos a sentir la pena dejar aquella”.[47]
En
la misma línea, Baldrich enfatizaba la eficacia del proyecto de los oficiales
que buscaba “modelar” a la tropa de jóvenes (“como la creta del escultor, están
prontas para ser modeladas como lo exija el país que es el ideal de todos”), de
operar una verdadera “transformación” en la juventud argentina, gracias a la
instrucción militar:
“…uno se pregunta sorprendido
qué secreto poder han podido alcanzar esta transformación, esa adaptación
maravillosa de esa juventud que parecía destemplada, flácida, sin ideales
levantados e impracticables por la ausenta de virtud patricia; y qué resorte
extraño ha podido ser tocado para vincular en días, de tal modo, a los viejos
soldaros y encariñarlos mutuamente. Hay que ver a estos camaradas a la hora del
rancho nocturno. Es una gran familia de hermanos que se congrega al amor de la
lumbre para reparar las fuerzas perdidas, encauzar en una grande y potente
corriente los sentimientos de solidaridad y de destino que los agita y soñar en
común con sacrificios de antemano aceptados y con triunfos que parece atados a
su suerte, de tal modo que los creen seguros y posibles. La misma naturaleza
(….) parece predisponer los espíritus de todos y prepararlos para la ruda vida
en campamento (…) el alma de estos jóvenes soldados debe sentirse exaltada por
todo lo grande y sublime que es capaz de inspirar la patria, que se presiente
amenazada por peligros que la imaginación agiganta”. [48]
Esta “transformación” (“los
muchachos practicaban los mismos ejercicios que los veteranos”) se había
operado gracias a la instrucción militar. En este sentido, la División ya fuera
otra: “Éramos soldados de verdad,
bastante disciplinados, instrucción aprovechada, por la tarde formaba el
Batallón para la lista y luego todos nos reuníamos al mando del comandante-
para la gran lista mayor. Era de oír aquel: ‘Para defender la Patria’ que
contestaba una sola voz de todos los soldados cuando se decía ‘subordinación y
valor’”.[49]
En la misma línea, Baldrich destaca los efectos que había tenido esta primera
experiencia de conscripción:
“¡Qué diferencia entre los
primeros días de la movilización y los presentes! La división es otra; los reclutas de entonces no sé dónde están!”
destacando “…el estado militar de estas tropas, animadas de tan alto espíritu
marcial; tan bizarras, tan hermosas, tan llenas de fuerza y virilidad, de
disciplina y abnegación, si Vv. Quieren! (…) el milagro es cierto, tangible y
entonces en la plenitud del convencimiento de hecho, me invade una sensación
suprema de satisfacción, de orgullo, como si todo esto fuera mi obra, mi
porvenir, mi vida entera. (…) Dos meses más de campaña, y la división,
intachable como instrucción, sería brillante…”. [50]
Como vemos,
si bien esta “transformación” de la tropa movilizada mostraba la progresiva
incorporación de la moral, disciplina castrense y de los valores nacionalistas,
también se fundaba en una experiencia de socialización masculina. En este
sentido, esta “transformación” era tanto el fruto tanto de la “proximidad”
entre los compañeros y camaradas – y jefes y soldados “veteranos-, como de la
lejanía de su familia de origen.
Las
horas de “vagancia y asueto”
Como
se puede observar, fue en este marco de incorporación de una disciplina
castrense, en el que se empezaron a tejer lazos de “amistad” y “compañerismo”
entre los conscriptos, basados en compartir esa esa experiencia que alternaba
la instrucción militar con un espacio de socialización entre jóvenes, que
incluía el humor y la diversión, experiencia que implicaba “sufrir y gozar
juntos”. En este sentido, si Curá -Malal fue una experiencia de conscripción
altamente significativa fue debido a estos 'otros' espacios de socialización,
que se daban de modo paralelo a la mera instrucción militar. Por ejemplo,
después de la instrucción, conscriptos y militares pasaban el tiempo en los
fogones y en las carpas. En esos momentos de “vagancia y asueto”, Julio y el
resto de los conscriptos se convertían en “pebetes” y buscaban los “medios
necesarios de divertirnos lo bastante, para hacernos olvidar el frío y la
campaña”. [51]
Uno
de los principales espacios de socialización eran los “fogones”, que se hacían
una vez terminado el “rancho” y la limpieza de manos, platos y jarros. Julio se
enorgullecía de su pertenencia al “fogón de los Ingleses” - el “más duradero”,
“la más alta institución en Curá-Malal”- y del que participaban “amigos” de
todas las Compañías que se conocían de la Ciudad de Buenos Aires (y “los que
recibían más encomiendas”). En las sobremesas “largas y
entretenidas”, se dedicaban a comentar el “trato” que recibían en los
batallones y mientras señalaban su “gratitud” a “sus” jefes y oficiales, “sus”
superiores, (“estuvimos bien
mandados”) y criticaban a algunos de
“nuestros” oficiales que “fundados en uno o dos galones, trataban como perros a
muchachos”. Al mismo tiempo, Julio destacaba que estos “matones” eran “bien
conducidos por sus colegas”: “Nunca expresamos una queja, porque estaba al
frente del nuestro un distinguido jefe, que no permitía la menor represión
injusta y cuando se aplicaba correcciones o castigos inmerecidos, a los que lo
hacían se les volvía la oración por pasiva, porque el comandante entendía su
deber y se hacía respetar como debía”.[52]
Antes que la “queja”, Julio prefería otros mecanismos de impugnación y
reversión de las jerarquías, como la “risa y el escarnio”.
Los
últimos días
El
General Capdevilla le comunicó al General Campos que el presidente dispuso que
“la división completa baje a la Capital Federal para ser revistada por él antes
de su disolución”. En ese marco, Julio consideró que los últimos días hasta la
partida, el 8 de junio, se pasaron rápidamente. El último día Julio fue
“licenciado” por el Coronel, que le agradeció por los “servicios prestados”.
El
campamento de Curá-Malal parecía “las ruinas de Pompeya” y se reunieron en los
fogones “y nos despedíamos de ellos con dolor porque fueron nuestros alegres
compañeros en las penurias pasadas”. A las cuatro de la mañana se tocó la
última diana de Curá-Malal y al amanecer, desarmaron las carpas, acomodaron sus
mochilas y sus pertenencias y se quemaron las colchonetas en una gran fogata. El
Regimiento era la cabeza del resto de la Brigada, que lo esperaban
“correctamente formados” y a las ocho partieron en una “silenciosa” marcha
hacia Pigué y le dieron una “cariñosa despedida” de “nuestro refugio de 60
días”.
A
diferencia de lo que había sucedido cuando arribaron y como resultado de la
transformación que se había operado “en campaña”, en la marcha de regreso “con
toda felicidad”, “nadie se cansaba” y cada paso “nos recordaba la venida”,
acompañados por tragos de ginebra, whisky y caña, y casi sin agua - ya que “bebidas espirituosas que son más
necesarias para la marcha”: Se 'sentían otros' (“nos creíamos viejos
soldados”). De esta manera, a las 2 de la tarde llegaron a Pigué “que engalanado nos recibía”, “perfectamente
formados y lo más arrogantes”:
“Al dejar Curá-Malal parece que
nos quedaba algo del corazón en esas sierras queridas. Jamás olvidaremos esa
época feliz de la vida en que fuimos muchachos inexpertos para volver soldados
formados. Allí se aprendió disciplina y trabajo; allí pasamos horas de
angustias y de penas nostalgias de cariños lejanos, allí sufrimos pero allí
aprendimos a saber cómo se lucha para vencer, como se trabaja en la vida. Allí
conocimos la amistad verdadera. Allí nuestro espíritu se retempló y supimos
prácticamente cómo se quiere a la bandera, cómo se hace respetar y cómo se la
hace respetar”. [53]
Pasaron
un día en Pigué y, en el regreso en tren, en todas las estaciones fueron
recibido “como héroes” con “discursos patrióticos y vivas a los muchachos que
se repetían incesantemente”. Llegaron en la estación de Sola a la 6 de la
mañana y empezaron la “marcha”. A las siete, hicieron “nuestra entrada a la
gran Metrópoli, que vestida de gala nos esperaba para darnos el abrazo de
gratitud y satisfacción” y los conscriptos marchaban “con un porte y una
marcialidad que daba gusto”.[54]
Según el recuerdo de Julio, cuando llegaron a la avenida Santa Fe “ya era
fastidiosa la aglomeración” y, de hecho, les dificultaba la marcha. Ya en
cuartel en Palermo “rompieron filas” y la gente que se agolpaba en las puertas
para verlos, pudo ingresar y le brindaron la “más cordial bienvenida”. Pasaron
toda la tarde rodeados de sus familiares y esa noche, entre mate y mate,
alternaron “con la limpieza de botones, botines y vestuarios para estar
relativamente aseados para la revista”.
La
gran revista militar
Desde
el “alba” de ese domingo, empezaron los preparativos para la “Gran Revista
Militar”. A las 8 y media emprendieron la marcha hacia el centro de la ciudad
“a tomar el sitio que nos correspondía”. El Presidente de la Nación, con el
Estado Mayor y el Ministro de Guerra, recorrieron la “línea” y luego empezó el desfile, acompañado por la
gente que los vivaba y les tiraba flores a su paso:
“Nosotros marchábamos
emocionadísimos. Todo Buenos Aires estaba en las calles, desde el Presidente de
la República hasta el pobre jornalero. Todos nos enviaban sus aplausos y nos
arrojaban flores y nosotros recogíamos en nuestras almas estremecidas de
gratitud esos aplausos y esas flores para depositarlas a los pies de esa
Matrona Venerada que se llama República Argentina. A nuestra patria eran
dirigidas por nuestro intermedio”. [55]
Baldrich
destacó que la Guardia Nacional era una especie de “encarnación de la Patria”,
“correcta, severa, hermosa”, que contrastaba con la “multitud” del público
presente: “El tono, la gama clara de los uniformes de las tropas, contrasta con
los colores múltiples del pueblo. [Sin embargo] Aquello es una sola masa, una
sola raza, una sola alma. Todos son argentinos. Se siente la patria, se la ve,
se la toca: ¡qué hermosa, que fuerte y qué gloriosa a un tiempo!”. [56]
En
ese espacio en el que el “pueblo”, el Ejército y la Guardia Nacional
“fraternizaban”, se buscaba consolidar a la “patria”, como un colectivo
homogéneo (“una sola masa, una sola raza, una sola alma”). Esto nos permite ver
la instrucción militar de los jóvenes conscriptos como actos ejemplares
dirigidos al resto de la sociedad: la experiencia de conscripción de los
jóvenes de 20 años, se convirtieron en 'mensajes moralizantes' que buscaron
influir –gracias a un efecto metonímico- a la totalidad de los ciudadanos
argentinos y exhibir la “prueba” de las virtudes militares, de la encarnación
en los jóvenes argentinos de una moral guerrera, masculina, disciplinada y
uniformada.
Cuando
regresaron al Arsenal, los esperaba el “bravo” Gral. Campos “sin poder dominar
las lágrimas rebeldes que no oían sus voces de mando y caían como gotas de
rocío sobre su casaca veterana” y se despidieron de O’Donnell y “todos los que
nos mandaron”: “Entregamos los pertrechos, los camaradas nos dimos el adiós,
siguiendo cada uno su camino, abrazándonos tiernamente prometiendo no
olvidarnos, y al ver a los jefes gritamos: Viva la patria, Viva el General
Campos, Vivan nuestros jefes, Viva el 6 de línea”.[57] Por último, volvieron a sus casas, luego del
abrazo con sus “compañeros y hermanos de Campaña” y fueron “recibidos con las
caricias de los nuestros”. En palabras de Baldrich:
“Bienvenido sea este despertar
del civismo que ha sacudido a cuatro millones de argentinos en tal día y en tal
momento! Es como una nueva era. Démosle paso y marchemos con esas columnas
nacionales, ayudando a los que flaqueen con el ejemplo de los más fuertes. Son
los varones de los primeros días. Raza de soldados con alientos de atletas;
retoño vigoroso de la encima secular de mayo. ¡Cuánta vida en sus rostros
hermosos y marciales, y cuánto vigor en sus miembros, tallados sobre el molde
viejo!”.[58]
Además,
esta ceremonia ritual implicaba el final exitoso de ese proceso de
“instrucción” militar: al haber completado ese ritual de paso, estos jóvenes se
habían convertido en soldados considerados legítimos para las autoridades
militares, con el sello de la aprobación oficial. A su vez, nos muestra que la conscripción tenía una
doble faceta: una moralizante y otra de poder disciplinario, coercitivo y
violento.[59]
Es decir, implicaba tanto el uso explícito de la fuerza como el encauzamiento y
la domesticación de las conductas y de las costumbres: la
conscripción pretendía operar como un ritual violento que transformaba niños en
adultos; cuya eficacia radicaba en convertirlos en ciudadanos argentinos y en
varones adultos, gracias a la internalización de la disciplina castrense, de
los valores del “orden”, el “respeto” y la disposición al “sacrificio” en
nombre de la “patria”.
Palabras
finales
En
este trabajo se realizó una reconstrucción de la
“primera conscripción
argentina” en la que jóvenes “aptos” de veinte
años convivieron “en campaña” y
recibieron instrucción militar durante sesenta días en el
campamento de
Cura-Malal, en el año 1897. A partir del
testimonio de un ex conscripto y de un Teniente Coronel, hemos visto cómo esta
experiencia 'piloto' cimentó una moral masculina guerrera, construida gracias a
la convivencia profunda “en campaña” y operó múltiples transformaciones en las
subjetividades de los conscriptos.
Además, esta primera conscripción
puede ser pensada como un ritual particularmente propicio para que el Ejército
pudiera poner en escena y dramatizar una serie de valores fundamentales para el
flamante Estado-nación, tales como la “lealtad”, el “valor”, el “sacrificio” y
sobre todo el “compañerismo” y la “camaradería”. Sin embargo, lejos de apelar
meramente a rutinas, rituales y valores morales (a la disciplina militar), la
eficacia radicó en la producción de fuertes vínculos de lealtad, así como de
intensas emociones y sentimientos que aunaron a la tropa de soldados
conscriptos con los “viejos soldados”. Para ello, no sólo las autoridades
militares buscaron la imposición de una disciplina bélica, sino que esta instrucción
militar fue paralela a la generación de espacios de socialización entre
militares y civiles. Como cierre de este 'rito de paso, también se hizo un gran
puesta en escena del final exitoso del ritual, cuya audiencia fue la sociedad
porteña.
Por lo tanto, en función de los
materiales analizados, consideremos que esta primera experiencia de
conscripción tuvo dos caras: por un lado, como un ritual de paso, cuyos
destinatarios fueron los soldados conscriptos; y, por otro, como un ritual más
amplio, cuyas puestas en escena tuvo una audiencia mayor, la sociedad porteña.
Para ello, recurriré a dos tipos de bibliografias antropológicas sobre los
rituales.
En primer lugar, siguiendo a la literatura clásica sobre
ritos de paso producida por la antropología británica, se puede pensar a los
conscriptos como seres liminales, atravesando un momento de transición (“ni en una serie ni en otra”), es decir, viviendo
un rito de pasaje que suponen un cambio de estado,
posición social y/o edad.[60] En Pureza
y Peligro, Mary Douglas señala que, por
medio de los ritos, las sociedades crean y controlan la experiencia y se
generan los sentimientos necesarios para que los sujetos se mantengan fieles al
papel que deben desempeñar: “El rito es creador de mundos armoniosos, con
poblaciones ordenadas que desempeñan sus respectivos roles.[61]
Desde este marco de análisis, el nacimiento de la conscripción obligatoria
presentaba el desafío de homogeneizar una población diversa – “el corazón de
diez mil argentinos”-, con el fin de que no hubiera “confusiones ni de lenguas
ni de sentimientos”. A partir de una separación entre el campamento y el hogar
de los conscriptos; de la intensa “proximidad” entre los compañeros y
camaradas, sus jefes y superiores y los soldados “veteranos”; de la “distancia”
con la “vida ordinaria”; se fue configurando “otro hogar”. Gracias a la normalización de la vida en campaña y el
cese de los “sufrimientos”, se buscó construir una “gran familia militar” entre
los “veteranos” y la tropa “movilizada” – marcada por la rigidez, el orden y
las jerarquías militares- a la vez que configurar y homogeneizar el “carácter”
de ciudadanía masculina.
Además, hemos visto los múltiples
procesos de transformación que se operaron durante la experiencia de
conscripción: el paso de estar “vestido de soldado” a “convertido en un
verdadero soldado”; de ser “niños” a “veteranos”. El campamento de Curá-Malal
se convirtió entonces en una “máquina” que buscó “modelar” a la tropa de
soldados movilizados hasta convertirlos en una “formidable masa veterana”.
Estas transformaciones –gracias a la instrucción militar- implicaban un lento
aprendizaje de las jerarquías militares, de nuevas rutinas y prácticas
corporales y de un lenguaje, moral y disciplina bélica y de transmisión de experiencias
bélicas previas. Sin embargo, en este proceso de transformación fueron
centrales los espacios de socialización donde se tejieron lazos de “amistad” y
“compañerismo” entre los conscriptos y sus jefes, basados en compartir la misma
experiencia. El sufrimiento, la privación y la disciplina castrense operó como
un elemento cohesionante del grupo - que los unía “más estrechamente”- así como
una serie de 'pruebas' que los formaban como militares. “Sufrir y gozar juntos”
era una forma de transformarse en soldados, pero también de hacerse argentinos.
Sin embargo, junto a la instrucción militar, otros espacios de socialización de
“diversión” y de “placer” coexistían con la rigidez de la vida y la formación
militar.
En segundo lugar, también nos
parece fértil explorar la propuesta del antropólogo brasilero Roberto Da Matta,[62] quien invita a pensar los rituales como
instrumentos que permiten expresar los mensajes sociales con mayor claridad que
en la vida cotidiana y rutinaria.[63]
En el caso analizado en este artículo, si bien en la vida cotidiana de las
FF.AA. se hablaba permanentemente de “sacrificio”, “lealtad”, “compañerismo”,
este ritual puso en foco estos valores y relaciones fundantes del mundo
militar. Sin embargo, como afirma Roberto Da Matta, lo hizo expresando esos
tópicos con más fuerza, con más vehemencia, coherencia y conciencia y, sobre
todo, dotándolos de una fuerza emocional y moral.
Entonces, si consideramos que los
rituales son discursos sobre la realidad en los que se destacan con más fuerza
que en la vida cotidiana ciertos aspectos críticos y esenciales para un
determinado grupo social, [64]
podemos descifrar una serie de mensajes que se pusieron en escena allí. Para
comenzar, como ya hemos visto, la principal audiencia receptora de este
discurso era la propia tropa, que experimentó el paso por la conscripción a
partir de una experiencia cargada de fuertes emociones y sentimientos, a partir
de la cual se forjaron vínculos de lealtad muy potentes entre militares y
civiles. En este sentido, esta experiencia de conscripción reveló
que, a la par de la dimensión represiva de la disciplina militar, una dimensión
productiva en la constitución de identidades y lealtades grupales.
Sin embargo, cuando regresaron del periodo “en campaña”, se hizo
una gran puesta en escena cuya audiencia fue la sociedad argentina, en la que
se buscó dramatizar la exitosa conversión que habían realizado este conjunto de
jóvenes, transformados en hombres adultos, ciudadanos argentinos y soldados, a
partir de la incorporación de la disciplina castrense. A su vez, con este tipo
de potentes mensajes, se buscaba reforzar y cimentar la relación entre las FF.AA. y la sociedad civil, aunque
también dramatizando que el Ejército era el depositario de los valores morales
de la flamante Nación argentina.
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(Tucumán, 1975-1977). Tesis doctoral, FFyL, UBA, mimeo, 2012.
[2]
Pilar Calveiro. Poder y desaparición. Buenos
Aires, Colihue, 1998.
[3] Pilar Calveiro, Política y/o violencia. Buenos Aires, Norma, 2006, p. 84.
[4] El servicio
militar fue obligatorio desde
1902 hasta que el presidente Carlos Saúl Menem lo abolió en 1994, a raíz del asesinato del soldado Omar
Carrasco, en Zapala. A partir de ese momento, se adoptó un sistema voluntario.
[5] Ricardo Rodríguez Molas. El Servicio Militar Obligatorio. Centro Editor de América Latina, Bs. As.,
1983.
[6] Centro
de Estudios Legales y Sociales. Conscriptos
detenidos-desaparecidos. Buenos Aires,
CELS, 1982. José Luis D’Andrea Morh. El
escuadrón perdido. Buenos Aires, Planeta, 1998.
[7] Rosana Guber. ¿Por qué Malvinas? De la causa
nacional a la guerra absurda. Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001; De chicos a veteranos. Memorias argentinas de la guerra
de Malvinas. Buenos Aires, Antropofagia, 2004. Federico Lorenz. Las guerras por Malvinas. Buenos Aires,
Edhasa, 2006.
[8] Mirta Mantaras. Caso Carrasco: un pacto de silencio.
Neuquén, APDH, 1995; Rolando Silla. El poder de los
humildes. La muerte del soldado Carrasco como ejemplo de drama y control social
en Zapala. Tesis de licenciatura en
Antropología, FFyL, UBA, mimeo, 1996.Jorge Urien Berri y Dante Marín. El último colimba. El caso Carrasco y la justicia arrodillada. Buenos Aires,
Planeta,1995.Garaño, Santiago. “The Opposition Front against the Compulsory Military Service (FOSMO).
The debate over conscription and the human rights activism in the
post-dictatorship Argentina”. En: Genocide Studies and Prevention 5: 174-190, 2010. Mirta Mantaras. Caso Carrasco: un pacto de silencio.
Neuquén, APDH, 1995; Rolando Silla. El poder de los
humildes. La muerte del soldado Carrasco como ejemplo de drama y control social
en Zapala. Tesis de licenciatura en
Antropología, FFyL, UBA, mimeo, 1996.Jorge Urien Berri y Dante Marín. El último colimba. El caso Carrasco y la justicia arrodillada. Buenos Aires,
Planeta,1995.Garaño, Santiago. “The Opposition Front against the Compulsory Military Service (FOSMO).
The debate over conscription and the human rights activism in the post-dictatorship
Argentina”. En: Genocide
Studies and Prevention 5: 174-190,
2010.
[9] Rosana Guber. De chicos a
veteranos...., Op. Cit., p. 67.
[10] Federico Lorenz. Las guerras por Malvinas, Op. Cit., p. 24.
[11] Desde su
creación en la Argentina, la conscripción
al mismo tiempo había jugado un rol en la configuración de sentidos de
pertenencia –y exclusión– a la Nación argentina. Ser “hombre” y (por lo tanto)
ser ciudadano argentino (hipostasiado en el fetiche de tener libreta de
enrolamiento) eran condiciones que se obtenían gracias a cumplir con el “deber”
del servicio militar (luego de haber sido declarado “apto”). A partir de haber
(sobre)vivido a esa experiencia, se obtenía ese doble estatus. Sin embargo,
otros jóvenes intentaron evadir el servicio militar de múltiples maneras: “zafar” en el sorteo; ser declarado
“no apto” en la revisación médica; convertirse
en “objetores de conciencia” (como fueron paradigmáticamente los testigos de
Jehová). Otros, en cambio, buscaron, mediante el pago de una suma de
dinero a autoridades militares o médicas, lograr “excepciones” o ser “acomodados”;
es decir, aliviar la instrucción militar gracias a relaciones de amistad o
cercanía con el personal militar. Entre otras razones, porque la conscripción
se había convertido en un espacio donde los soldados muchas veces eran usados
en tareas administrativas o domésticas de las autoridades militares (de ahí que
se la llamara popularmente “colimba” –corre-limpia-y-barre–); porque la
violencia estatal por parte de sus instructores estaba naturalizada; o
simplemente debido a que era vista como una pérdida de tiempo para insertarse
en el mundo laboral o continuar con los estudios.
[12] León Rebollo Paz. “Antecedentes históricos de la ley sobre el Servicio
Militar Obligatorio”. En: Investigaciones
y ensayos, 16, Buenos Aires, Academia Nacional de Historia, 153-176, 1974.Ricardo Rodríguez Molas. El
Servicio Militar Obligatorio, Op. Cit. Miguel A. De Marco. “Organización,
operaciones y vida militar”, en Academia Nacional de la Historia, Nueva
Historia de la Nación Argentina, Tomo V, 3ª parte, Planeta, Buenos Aires,
2000.Augusto Golletti Wilkinson. “Servicio Militar Obligatorio – Ley Ricchieri
de 1901”. En: Actas del II Congreso Nacional de Historia Militar, 1999, Volumen
II, 2001.
[13] Ricardo Rodríguez Molas. El Servicio Militar Obligatorio, Op Cit.,
pp. 13-15.
[14] Tte. Coronel J. Amadeo Baldrich.. En Curá-Malal. La División Buenos Aires. Primera Conscripción Argentina. Buenos Aires, La Harlem Casa
Editoral 1904.
[15] Peter Corrigan y Derek Sayer. “La formación
del estado inglés como revolución cultural”. En: Lagos, M. y P. Calla (comps.).
Antropología del Estado. La Paz, Weinberg, 2007, p. 43.
[16] Idem, p. 45.
[17] Ídem, p. 45.
[18] Ídem, p. 49.
[19] Julio E. Padilla. Curá-Malal.
Recuerdos de campaña. San Miguel de Tucumán, Imprenta A. Prebisch, 1913, p.
13.
[20] Ídem, p. 19.
[21] Ídem, p. 21.
[22] Ídem, p. 26.
[23] Ídem, p. 29.
[24] Ídem,
p. 35.
[25] Ídem, p. 36.
[26] Ídem, p. 36.
[27]
Georges Balandier. El poder en escenas.
De la representación del poder al poder de la representación. Barcelona,
Paidós, 1994.
[28] Pilar
Calveiro. Poder y desaparición, Op. Cit., pp. 11 y 13.
[29] Julio E. Padilla. Curá-Malal..., Op. Cit., p. 41.
[30] Ídem, p. 44.
[31] Tte.
Coronel J. Amadeo Baldrich.. En
Curá-Malal. La División Buenos Aires. Primera Conscripción Argentina.
Buenos Aires, La Harlem Casa Editoral
1904, p. 32.
[32] Ídem, p. 33.
[33] Julio E. Padilla. Curá-Malal...,
Op. Cit., p. 20.
[34] Ídem, p. 45.
[35] Tte. Coronel J. Amadeo Baldrich. En Curá-Malal..., Op. Cit., p. 24.
[36] Ídem, p. 24.
[37] Julio E. Padilla. Curá-Malal...,
Op. Cit., p. 48.
[38] Tte. Coronel J. Amadeo Baldrich. En Curá-Malal..., Op. Cit., p. 37 y 38.
[39] Ídem, p. 24.
[40] Idem, pp. 101 y 102.
[41] Idem, p. 55.
[42] Idem, p. 98.
[43] Idem, 44.
[44] Idem, p. 78.
[45] Idem, 45.
[46] Idem, p. 158.
[47] Julio E. Padilla. Curá-Malal....,
Op. Cit., p. 89.
[48] Tte. Coronel J. Amadeo Baldrich. En Curá-Malal..., Op. Cit.,
pp. 46 y 47.
[49] Julio E. Padilla. Curá-Malal....,
Op. Cit., p. 56.
[50] Tte. Coronel J. Amadeo Baldrich. En Curá-Malal..., Op. Cit., pp. 157 y 158.
[51] Julio E. Padilla. Curá-Malal....,
Op. Cit., p. 87.
[52] Ídem, p. 85.
[53] Julio E. Padilla. Curá-Malal...,
Op. Cit. p. 119.
[54] Ídem, pp. 124 y
125.
[55] Ídem, p. 127.
[56] Tte. Coronel J. Amadeo Baldrich. En Curá-Malal..., Op. Cit., p. 17.
[57] Julio E. Padilla. Curá-Malal...,
Op. Cit., P. 128.
[58] Tte. Coronel J. Amadeo Baldrich. En Curá-Malal..., Op. Cit., p. 16.
[59] Sofía Tiscornia
ha estudiado cómo los edictos policiales y el poder de policía se caracterizan
por este doble carácter moralizante y coercitivo violento. Tomo esta idea para pensar la función de la
conscripción. Ver: Sofía Tiscornia. “Entre
el imperio del «Estado de policía» y los límites del derecho. Seguridad
ciudadana y policía en Argentina”, en Nueva Sociedad. 191: pp. 78-89,
Caracas, 2004.
[60] Victor Turner. El proceso ritual. Estructura y
antiestructura. Madrid, Taurus, 1988.
[61] Mary Douglas. Pureza
y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú. Madrid,
Siglo XXI, 1973, p. 101.
[62] En su trabajo
sobre los tres modos básicos de ritualizar
en el mundo brasilero (el carnaval, el desfile militar y la procesión
religiosa), Da Matta sostiene que los rituales son los mecanismos fundamentales
utilizados para dramatizar el mundo, es decir, discursos sobre la realidad en
la que se destacan ciertos aspectos (al tiempo que se ocultan otros) y, por lo
tanto, que expresa y refleja de maneras múltiples y complejas la estructura
social.
[63] Roberto Da Matta. “Você Sabe com Quem Está Falando?”. En: Carnavais,
Malandros e Heróis. Rio de Janeiro, Zahar Editores, 1979 [2002],
p. 94.
[64] Ídem, p. 77.