Lucha
facciosa, autonomía e influencias externas en las Fuerzas Armadas argentinas en
la segunda mitad del siglo XX
Factional struggle, autonomy and external influences in Argentine Armed
Forces in the second half of the twentieth century
Daniel Mazzei
Universidad de
Buenos Aires
Instituto Interdisciplinario de Estudios e
Investigaciones de América Latina, Argentina
danielhmazzei@gmail.com
Resumen
A partir de “Revolución
Libertadora” (1955-1958) las Fuerzas
Armadas se transformaron en protagonistas del proceso político
argentino. Se inició entonces la “desperonización” de las instituciones
militares, tal como ocurrió en otros
espacios de la sociedad civil. La etapa posrevolucionaria se caracterizó por
las luchas facciosas, la indisciplina, la falta de subordinación a las
jerarquías, el quiebre de la cadena de mandos, y el aumento de los niveles de
autonomía militar frente al poder político. Además, la llegada de una misión de
asesores franceses, en 1957, significó el inicio de profundos cambios en
materia de doctrina de defensa.
El presente artículo propone
analizar la situación de las Fuerzas Armadas argentinas a lo largo de tres
décadas a partir de tres ejes que marcan el período iniciado en 1955: la lucha
entre facciones que determina enormes purgas al interior de las instituciones
militares, la creciente influencia doctrinaria externa (tanto francesa como
norteamericana), y el proceso de autonomía militar del poder civil que alcanzó
su máxima expresión a finales de la década de 1970.
Palabras claves
Fuerzas
Armadas; autonomía militar; seguridad interna; Argentina contemporánea
Abstract
From “Revolución Libertadora” (1955-1958) Armed Forces became
protagonists of the argentine political process. Then began the
“desperonization” of military institution, similar to what happened in other
areas of civil society. Postrevolutionary era was characterized by factional
struggles, indiscipline, lack of subordination to hierarchies, breakdown of the
chain of command and increased levels of military autonomy. In addition, the
arrival of a mission of French advisers, in 1957, meant the beginning of
profound changes in the field of defense doctrine.
The present article proposes to analyse the situation of the Argentine
Armed Forces over three decades starting from three axes that mark the period
begun in 1955: the struggle between factions that determined huge purges within
the military institutions, the growing external doctrinal influence (both
French and American), and the increases of military autonomy of the civil power
that reached its peak in the late 1970s.
Keywords
Armed Forces; military autonomy; internal security; contemporary
Argentina
Introducción
La “Revolución Libertadora” (1955-1958) representó
un punto de inflexión en el proceso político argentino, y un corte abrupto en la historia de sus
Fuerzas Armadas, que se transformaron en protagonistas del mismo. Como una reacción de algunos sectores
militares contra el intento de “peronizar” a las Fuerzas Armadas, el triunfo de
la “Revolución Libertadora” inició un proceso inverso de “desperonización”,
similar al que ocurrió en otros espacios de la sociedad civil, durante el cual
centenares de oficiales fueron pasados a retiro obligatorio. La etapa
posrevolucionaria se caracterizó, además, por las luchas facciosas, la
indisciplina, la falta de subordinación a las jerarquías, el quiebre de la
cadena de mandos, y el aumento de los niveles de autonomía militar frente al
poder político. Esta situación se prolongó hasta septiembre de 1962, cuando la
victoria de la facción azul, preocupada por la supervivencia de la institución,
inició una década de orden al interior del Ejército que estuvo dominado por un
grupo homogéneo de oficiales superiores. La mayoría de ellos compartían un
pasado de luchas antiperonistas, habían sido reincorporados durante la
“Revolución Libertadora”, y restablecieron
los patrones de disciplina y autoridad jerárquica al tiempo que controlaron, a través de manejo de los
ascensos, retiros y traslados, los puestos claves de la estructura de mandos
del Ejército hasta mayo de 1973.
El presente artículo propone analizar la situación
de las Fuerzas Armadas argentinas a lo largo de tres décadas a partir de tres
ejes que marcan el período iniciado en 1955: la lucha entre facciones que
determina enormes purgas al interior de las instituciones militares, la
creciente influencia doctrinaria externa (tanto francesa como norteamericana)
que significó un profundo cambio en la doctrina de defensa, y el proceso de
autonomía militar del poder civil que alcanzó su máxima expresión a finales de
la década de 1970.
Autonomía militar
Durante los primeros años de la presidencia de Perón
las Fuerzas Armadas lograron un alto nivel de profesionalización, se
concentraron en sus funciones específicas, y se subordinaron al poder político.
A ello contribuyó el desarrollo de la Doctrina de Defensa Nacional (DDN), ya
preanunciada por Perón en su famoso discurso al inaugurar la cátedra de Defensa
Nacional en la Universidad de La Plata, en junio de 1944.[1] En esa oportunidad Perón desarrolló el concepto de “Nación en armas”
que implicaba la necesidad de un desarrollo industrial autónomo que asegurara
la autarquía en materia de abastecimientos militares. La nueva doctrina tuvo
amplio apoyo entre los militares nacionalistas por su pertinencia militar: la
congruencia entre su concepción de la guerra y su concepción de Nación requería
de los militares simplemente identificaciones profesionales.[2]
Fueron años de aumento del gasto militar que
permitieron la construcción de nuevos cuarteles, grandes maniobras, y compra de
armamento a Gran Bretaña y los Estados Unidos. Durante el primer mandato de
Perón un buen profesional podía ascender sin problemas, aunque no fuera
oficialista. Alcanzaba con que fuera un buen militar.[3] Sin
embargo, hacia 1950, cuando se inicia el proceso de peronización de la
sociedad, no ser peronista comenzó a ser un obstáculo. La política entró a los
cuarteles a través de un programa de adoctrinamiento nacional, basado en la
doctrina Justicialista. También, a través del Servicio de Informaciones del
Ejército (SIE), se desarrollaron mecanismos de espionaje hacia los opositores y
se fomentó la delación. Paralelamente, la oposición comenzó a conspirar e
intentó un fallido golpe de Estado en septiembre de 1951, poco antes de la
reelección de Perón.[4] La respuesta fue la declaración del “estado de guerra interno”, las
purgas y la cárcel para más de cien oficiales del Ejército y la Aeronáutica.
Perón intentó, en términos de Samuel Huntington, el
control civil subjetivo de los militares, subordinándolos “sobre la base de la
adhesión particularista de los uniformados a algún grupo o sector político
civil”[5].
En este caso se trataba de transformarlos en parte del Movimiento Nacional
Justicialista. Sin embargo, la subordinación es un objetivo de las autoridades
políticas que, en algunas oportunidades, puede producir reacciones contrarias a
las esperadas, reforzando “[…] una tendencia a la politización autónoma de los
uniformados y a un incremento de su capacidad para proyectarse sobre la escena
política de manera autónoma, a partir de consideraciones y criterios propios”.[6]
La contracara del control civil es la autonomía
militar, entendida como la pérdida relativa de subordinación de las autoridades
militares al poder político que las conduce a un incremento de su insularidad y
a su aislamiento respecto de otras esferas del Estado y la Sociedad.[7]
David Pion Berlin sostiene que la autonomía militar tiene una finalidad
defensiva y otra ofensiva.[8]
La primera está dirigida a proteger a la institución militar de las
intromisiones políticas. La autonomía ofensiva se produce cuando los militares
quieren extender sus prerrogativas más allá del ámbito castrense y condicionan
la acción del gobierno. La finalidad defensiva puede vincularse con lo que el
propio Pion Berlin llama dimensión profesional (o institucional) referida a la
independencia y exclusividad profesional de los militares que buscan
preservarse a sí mismos de una intromisión política “excesiva”, la que, según
creen, puede interferir en las metas de profesionalización y modernización.
Los intentos de control civil subjetivo a través de
la peronización de las Fuerzas Armadas provocaron una reacción que se expresó
en el quiebre horizontal de la cadena de mandos cuando el gobierno se enfrentó
a la Iglesia Católica, en 1955. La politización que se había iniciado a
comienzos de la década se profundizó, aunque con signo inverso, tras el
derrocamiento de Perón, mediante un profundo proceso de depuración castrense
que desarrollaremos en el siguiente apartado.
A partir de entonces los militares expandieron sus
esferas de influencia hasta absorber funciones previamente desempeñadas por lo
que percibían como gobiernos débiles. El nivel de autonomía política de los
militares tuvo avances y retrocesos. Sin embargo, la autonomía plena (o
“corporatización”) que se manifiesta cuando las instituciones militares tienen
capacidad para definir por sí mismas, sus objetivos, su doctrina, su estructura
orgánica y su relación con otros actores políticos y sociales, solo alcanzó su
punto culminante a partir de 1975, y se prolongó durante el autodenominado “Proceso
de Reorganización Nacional”.
A partir de septiembre de 1955 es posible detectar
coyunturas político-institucionales en las cuales las dimensiones y niveles de
autonomía se modificaron dramáticamente. Los primeros cambios se produjeron
cuando Arturo Frondizi designó a sus primeros Secretarios Militares (mayo de
1958) provocando la reacción de los sectores castrenses más recalcitrantes,
conocidos como “gorilas”. La autonomía comenzó entonces a manifestarse a través
de planteos, siempre en el marco “institucional”, esto es vinculados a la
situación interna de las Fuerzas Armadas. Poco más de un año después, Frondizi
había cedido a las presiones y “entregado” a sus primeros Secretarios
Militares.[9]
En septiembre de 1959, luego de un
planteo realizado por el general Carlos S. Toranzo Montero, la autonomía pasó
de la dimensión institucional a la política. El pedido de renuncia al
gobernador ucrista de Córdoba (1960), o el cambio de política exterior hacia
Cuba (febrero de 1962), son un buen ejemplo de ello. Este cambio fue el
resultado de un doble movimiento: por un lado, la acción de los militares; por
otro, la omisión del gobierno y de la dirigencia política que cedieron
posiciones frente a la presión castrense. Desde 1955 las fuerzas políticas del
campo antiperonista fueron cómplices de la creciente autonomía castrense porque
alentaron y legitimaron la politización de los militares y la militarización de
la política. La actitud de la clase política de reclamar y/o legitimar las
intervenciones de las Fuerzas Armadas (“Golpear la puerta de los cuarteles”)
alentó a los militares a pasar de la autonomía institucional a la autonomía
política.
Durante la presidencia provisional del senador José
María Guido la cuestión de la autonomía se manifestó a través de las posturas
de los generales Benjamín Rattembach y Juan C. Onganía en torno al rol que
debían cumplir los Secretarios Militares. Rattembach, secretario de Guerra, se
consideraba un representante del presidente Guido, en quien las Fuerzas Armadas
habían delegado la soberanía. Onganía, por el contrario, concebía a los
Secretarios Militares como representantes de su fuerza ante el Poder Ejecutivo,
que cumplían funciones exclusivamente administrativas y políticas, y no debían
inmiscuirse en la conducción efectiva de la Institución. Para Onganía el
Secretario de Guerra era un subordinado (y no al revés), y esto debía ser así
para eliminar las influencias políticas sobre el Ejército. Lo que los
enfrentaba era la opuesta concepción sobre la autonomía militar que tenían ambos
generales. Para Onganía, el poder militar (el Comandante en Jefe) estaba por
sobre el poder político (el Secretario). En sus memorias inéditas Rattembach
afirma que Onganía “no veía el grave peligro que entrañaba tal solución para el
estado al convertir a la Fuerza Armada en un instrumento autónomo, sin que
nadie lo controlara”[10]. Rattembach comprendía que la posición del Comandante en Jefe
conducía, en última instancia, a la autonomía plena del poder militar. La
concepción de Onganía sobre la función del Secretario de Guerra está en la base
del conflicto que determinaría su pase a retiro en noviembre de 1965.[11]
El triunfo de la facción azul, liderada por Onganía,
y la entrega del gobierno a los radicales del pueblo, en octubre de 1963, con
la figura de un ministro de Defensa fuerte (Leopoldo Suárez) y una política
exterior independiente, significaron un límite a la autonomía militar. No
obstante una serie de sucesos permiten establecer el punto de equilibro
alcanzado. En ese sentido, la decisión del presidente Illia de no enviar un
contingente militar a Santo Domingo (mayo de 1965) fue, a los ojos castrenses,
una intromisión y un avance del poder político en un tema vinculado a la
seguridad continental. Asimismo, la resolución de la crisis que culminó con el
retiro del general Jorge Rosas por parte de Onganía[12], y las posiciones adoptadas por las Fuerzas Armadas en política
exterior (crisis de Santo Domingo o conflicto limítrofe de Laguna del Desierto)
muestran el alto grado de injerencia castrense, más allá de las decisiones
finales del gobierno radical del pueblo.
La primera etapa de la “Revolución Argentina”
significó otro ligero retroceso en el nivel de autonomía que se expresó en la
frase “las Fuerzas Armadas no gobiernan ni co-gobiernan”. Los militares otorgaron
carta blanca al presidente Onganía. El relevo del general Pascual Pistarini, en
diciembre de 1966, es un claro indicador de que la autoridad presidencial [el
poder político] había avanzado sobre una de las prerrogativas de la autonomía
militar: el control de los ascensos y destinos. En otro gesto de autoridad, el
presidente Onganía pasó a retiro, en agosto de 1968, a los tres Comandantes en
Jefe que lo habían encumbrado a la primera magistratura. No obstante, la
designación al frente del Ejército de un ambicioso caudillo militar (Alejandro
Lanusse) y el deterioro de la situación política y social marcaron el comienzo
de una nueva fase ascendente de la autonomía militar. La intervención directa
del Ejército en Rosario y la posterior ocupación de la ciudad de Córdoba (mayo
de 1969), acompañadas por el discurso del general Lanusse del 29 de mayo de
1969, revelan que las Fuerzas Armadas habían decidido no ser espectadoras
pasivas del deterioro acelerado del proceso político.[13] El año
que transcurre entre el “Cordobazo” y el derrocamiento de Onganía (junio de
1970) no debe interpretarse como el enfrentamiento personal entre dos caudillos
por el control de una institución sino que marca la tensión entre un Presidente
que se cree investido de un mandato casi divino y Fuerzas Armadas que buscan
transformarse en protagonista del devenir político, e imponer una salida
electoral controlada a mediano plazo.
Durante la breve gestión del general Roberto
Levingston el poder militar avanzó frente al poder político, a tal punto que el
Presidente inició su gobierno con ministros designados por la Junta de
Comandantes en Jefe. Su elección había sido un intento fallido por mantener
ambos poderes separados. Su derrocamiento fue el reconocimiento de un fracaso.
La unificación de las figuras del Presidente y del Comandante en Jefe en el
general Alejandro Lanusse significó una concentración de poder inédita luego de
1955.
En ese contexto, el casi seguro triunfo del Frente
Justicialista de Liberación en las elecciones de marzo de 1973 preocupaba a las
Fuerzas Armadas. Sus máximas autoridades eran conscientes de que la llegada de
un gobierno peronista afectaría los niveles de autonomía militar alcanzados.
Esos temores se reflejan en la redacción de un documento conocido como “de los
Cinco Puntos”[14],
que representan un claro intento de resistir cualquier avance del poder
político, o al menos de establecer cuáles serían los límites tolerables de
injerencia por parte del gobierno constitucional. La magnitud del triunfo de la
fórmula Cámpora-Solano Lima significó un claro fracaso de la estrategia de la
conducción lanussista, y provocó un marcado repliegue de la autonomía militar.
Los primeros meses de la gestión peronista
estuvieron marcados por un comandante en jefe, Jorge Carcagno, que se subordinó
a los lineamientos políticos e ideológicos del presidente Cámpora.[15] El giro derechista impuesto por Perón a partir del octubre de 1973
puso fin a la novedosa experiencia de Carcagno. Tras su relevo, y frente al
accionar de las organizaciones guerrilleras, las Fuerzas Armadas obtuvieron,
paulatinamente, mayores atribuciones de parte del general Perón y, luego, de su
viuda. Esta escalada alcanzó su punto culminante con el “Operativo
Independencia” y los decretos firmados por Isabel Perón y su gabinete para
“aniquilar” el accionar guerrillero.[16] Para entonces la Presidente ya había designado a un reconocido
antiperonista, el general Jorge Videla, al frente del Ejército, cediendo ante
presiones corporativas su potestad de designar a las autoridades militares. En
diciembre de 1975, durante la represión al ataque guerrillero al cuartel de
Monte Chingolo, se hizo evidente que las Fuerzas Armadas había alcanzado el
punto máximo de su autonomía frente al poder político, que Ernesto López ha
caracterizado como “corporatización”.[17]
Esta situación se prolongó hasta junio de 1982. La
derrota en la Guerra de las Malvinas marcó el comienzo de la transición
democrática. Si bien los militares en el poder intentaron clausurar el pasado
con su “Informe Final” y, posteriormente, con una ley de autoamnistía, el
proceso de transición por colapso era imparable, y debieron iniciar la apertura
política y convocar a elecciones anticipadamente, en octubre de 1983.[18]
Con la asunción de Raúl Alfonsín, en diciembre de
1983, algunos creyeron que se terminaría con el entonces debilitado poder
militar. Sin embargo lograr la subordinación militar al poder civil sería un
trabajo largo, complicado y riesgoso. Las primeras medidas tomadas por el nuevo
gobierno marcaron un avance en ese aspecto.[19]
Debilitados, los militares cedieron parte de su autonomía. Sin embargo los
levantamientos castrenses que sufrió el presidente Alfonsín mostraron la
tensión entre un gobierno que intentaba imponer el control civil y fuerzas
armadas que lo resistían, buscando mantener altos niveles de autonomía.
Desgastado después de cuatro años de gobierno, Alfonsín debió ceder
parcialmente a las presiones. Sin embargo, durante su gobierno se inició un
sensible avance en el control civil, que se profundizaría en las décadas
siguientes.
Lucha facciosa
El período iniciado en 1955 se caracterizó, además
de la creciente autonomía militar del poder civil, por las profundas disputas
al interior de las instituciones armadas: lucha facciosa, indisciplina,
insubordinación y ruptura de la cadena de mandos. Algunos lo han explicado como
consecuencia de las purgas y reincorporaciones ocurridas durante la “Revolución
Libertadora”. La desperonización de las Fuerzas Armadas significó el retiro
obligatorio de cientos de oficiales y suboficiales que dejaron grandes vacíos
escalafonarios. Estos fueron ocupados por decenas de oficiales reincorporados
durante los primeros meses del gobierno revolucionario y designados en destinos
destacados, lo que generó disputas entre los que permanecieron en actividad y
aquellos que estuvieron presos o debieron emigrar. En los años posteriores se
manifestó un relajamiento de los elementos básicos en toda fuerza armada: la
disciplina y la subordinación. El almirante Jorge Perren lo expresó claramente:
“el grado ya no alcanzaba para imponer la subordinación, y los méritos
revolucionarios se privilegiaban a las capacidades profesionales a la hora de
establecer los ascensos”[20] .
A comienzos de 1956, “tribunales especiales”,
integrados -en su mayoría- por oficiales reincorporados, extendieron la purga
hacia los grados inferiores. En ese contexto en febrero de 1956 fueron pasados
a retiro obligatorio 180 jefes y oficiales superiores. Además, a partir de la
Orden de Operaciones 44 la depuración se extendió a los suboficiales que
constituían el sector más leal a Perón. Los castigos no sólo significaron el
retiro de muchos oficiales y suboficiales, sino el “destierro” a guarniciones
de frontera, o bien a destinos burocráticos, de muchos cuadros jóvenes
considerados “recuperables”. Durante la llamada “Revolución Libertadora”
pasaron a retiro casi 500 oficiales del Ejército y más de 100 de cada una de
las otras dos fuerzas.[21]
En 1956 también se produjeron nuevos
enfrentamientos, pero ahora al interior de la facción vencedora, entre
camarillas, por diferencias ideológicas y rivalidades personales. El
derrocamiento del nacionalista Eduardo Lonardi por parte de la Marina y del
sector liberal del Ejército abrió un nuevo foco de conflicto. El presidente
Aramburu y su ministro de Guerra, Arturo Osorio Arana, relevaron a diecisiete
generales a los que se calificaba como “nacionalistas”, en noviembre de 1956. A
partir de entonces, y durante todo 1957, el ministro Osorio Arana construyó una
conducción de tendencia liberal, más homogénea, que contaba con el respaldo de
la Marina de Guerra, encolumnada tras la férrea conducción del almirante Isaac
Rojas.
Durante la presidencia de Arturo Frondizi
(1958-1962) los sectores más intransigentes del antiperonismo (conocidos
habitualmente como “gorilas”) mantuvieron un lugar central de la mano del
general Carlos S.Toranzo Montero. Para entonces el bloque liberal parecía
dividido en dos fracciones entre los irreductibles a la participación del
peronismo y aquellos, más moderados, que auspiciaban un legalismo condicionado,
y apoyaban al Presidente pero establecían límites a su gestión. Las primeras
disidencias se produjeron en torno a la designación de los Secretarios
Militares por parte del Presidente. A partir de mayo de 1959 comenzaron a
manifestarse signos de indisciplina, en particular en la poderosa 4° División
de Infantería de Córdoba. Los planteos del sector “gorila”, liderado por el
general Toranzo Montero, forzaron las renuncias de los Secretarios de Guerra Héctor
Solanas Pacheco y Elbio Anaya, en 1959, y Rodolfo Larcher, en 1960. A partir de
1961 se fueron conformando dos facciones antagónicas, una liderada por el
Comandante en Jefe Raúl Poggi, continuador de Toranzo Montero, y otra por el
Secretario Rosendo Fraga, que se apoyaba en un grupo de coroneles de caballería
de Campo de Mayo y defendía la continuidad de Frondizi.
La lucha facciosa se agravó tras el derrocamiento de
Arturo Frondizi, en marzo de 1962, cuando un sector del Ejército se alió con la
Marina para imponer la salida golpista, pero encontró resistencia en sectores
del Ejército y la Aeronáutica.[22] El coronel Juan F. Guevara, hombre clave durante la Revolución
Libertadora, escribía en agosto de 1962:
“El desagradable rostro de la anarquía [...] comenzó a hacer pensar a
más de uno, que nuestros problemas no eran solo de hombres. [...] En nuestra
Argentina de 1962 las instituciones militares en cuanto cuerpos orgánicos
dotados de un espíritu que las informa y les da la razón de ser, ya casi habían
dejado de ser”[23].
Tras meses de conflicto institucional,
enfrentamiento larvado, y falta de acuerdo sobre cómo resolver la cuestión
peronista, la crisis llega a su punto culminante entre agosto y septiembre de 1962.
Se produjo entonces una reacción que Guillermo O´Donnell caracteriza como
“profesionalista”[24], iniciada por algunos coroneles de caballería, que cristalizó en la
formación de dos facciones, que habitualmente conocemos como azules y
colorados. Finalmente, en septiembre de 1962, las facciones se enfrentaron en
una serie de escaramuzas que culminaron con el triunfo de los azules, liderados
por el entonces desconocido general Juan C. Onganía.
Las diferencias entre azules y colorados no estaban
relacionadas con el grado de anticomunismo o antiperonismo de una u otra
facción. Los azules estaban convencidos que la continuidad de la práctica
facciosa debilitaría a las Fuerzas Armadas. Onganía lo expresaría en forma
categórica: “Sin disciplina no hay jerarquía ni mando. Sin mando hay anarquía.
La anarquía en el Ejército llevaría al caos a la Nación”.[25] No eran convicciones democráticas, como planteaban los comunicados de
Campo de Mayo, o sus publicistas. La línea de ruptura no pasaba por cuestiones
ideológicas de fondo sino por cuestiones coyunturales sobre la salida política.
Los colorados estaban convencidos que había que eliminar al peronismo y
establecer una dictadura de largo plazo. Los azules creían que los militares
tenían que apartarse de la participación política que los dividía y enfrentaba
entre sí, y quedarse como custodios de la democracia, con un rol tutorial del
sistema político.[26]
En los meses finales de 1962, los vencedores,
restablecen los patrones de disciplina y autoridad de la mano del general Onganía,
a través de una purga de altos mandos colorados del Ejército. No obstante el
conflicto no había finalizado ya que la Marina, que había adquirido un peso
político inédito desde 1955, se mantenía como un bastión de los principios
colorados. En abril de 1963 un nuevo movimiento armado, ahora encabezado por el
almirante Rojas y el general Benjamín Menéndez, fue reprimido por las tropas
azules del general Onganía.
El triunfo de la facción azul, preocupada por la
supervivencia de la institución, inició una década de estabilidad, de orden al
interior del Ejército, que se consolidó como fuerza hegemónica.[27] Los vencedores eran un grupo homogéneo de oficiales superiores que,
integrado mayoritariamente por oficiales de caballería que compartían un pasado
de luchas antiperonistas, controló el manejo de los ascensos, los retiros y los
destinos hasta mayo de 1973.[28]
Durante las comandancias de los generales Juan C.
Onganía, Pascual Pistarini y Julio Alsogaray, todos oficiales de caballería, no
se produjeron actos de indisciplina ni conflictos internos. Durante los años en
los que Alejandro Lanusse estuvo al frente del Ejército consolidó una
conducción a su imagen, integrada por muchos de los “revolucionarios del 51”,
probados en el antiperonismo, donde no siempre se tuvieron en cuenta los
méritos profesionales.[29]
No obstante el control que ejercían Lanusse y el
grupo de los “revolucionarios del 51” sobre el Alto Mando castrense, por debajo
se fue gestando una corriente crítica que se manifestó durante el levantamiento
de los regimientos de caballería de Azul y Olavarría, en octubre de 1971. Los
militares rebeldes estaban unidos por su oposición a Lanusse, a las políticas
económicas liberales y por su apoyo inicial al general Onganía. Representaban a
las diferentes “familias” del nacionalismo argentino, lo que se manifestó en un
discurso ecléctico y contradictorio en el cual se entremezclaban
antiliberalismo, antiimperialismo, cristianismo y referencias a la Revolución
Peruana de 1968. Si bien tras su fácil triunfo Lanusse descabezó el ala
nacionalista del Ejército, la rebelión ocurrida entre la élite de la caballería
mostró – después de ocho años- grietas en conducción del Ejército y el
surgimiento de grupos que simpatizaban con el peronismo entre los oficiales
subalternos.[30]
El triunfo del FREJULI en marzo de 1973 marca el fin
del predominio de la caballería. Lanusse es reemplazado por el general Jorge
Carcagno, un oficial de infantería, que ha peleado en el bando colorado, de
tendencia nacionalista. Durante su breve comandancia, Carcagno rompió con la
estrategia política de sus antecesores y se alineó con la política del
presidente Cámpora. Posiblemente el momento más destacado de su gestión fue el
discurso que leyó en la X° Conferencia de Ejércitos Americanos, en Caracas,
donde criticó a los Ejércitos que actúan como guardias pretorianas, y manifestó
que los enemigos que se debían combatir en nuestro continente eran el hambre y
la pobreza.[31] Su prematuro retiro, por decisión de Perón, excede el plano
estrictamente castrense, y debe interpretarse en un plano más amplio: el del
desplazamiento de aquellos dirigentes y grupos que habían acompañado la línea
política del presidente Cámpora en mayo de 1973, y habían establecido vínculos,
más o menos estrechos, con Montoneros.
Carcagno fue sucedido por dos generales del arma de
infantería y posturas cercanas al oficialismo (Leandro Anaya y Alberto Numa
Laplane). Sin embargo, en agosto de 1975 la crisis provocada por la renuncia
del todopoderoso ministro José López Rega arrastró al comandante Laplane. La
presidente Isabel Perón cedió a las presiones corporativas y designó al general
Jorge R. Videla en su reemplazo. Videla era un notorio antiperonista[32], identificado con la tradición liberal del Ejército. Meses después el
relevo del brigadier Fautario, comandante de la Fuerza Aérea, terminaría de
conformar la Junta de Comandantes en Jefe que usurparía el poder en marzo de
1976. Con Videla se iniciaba una larga década dominada por oficiales
pertenecientes a la tradición liberal formados luego de la “Revolución
Libertadora” bajo el influjo doctrinario francés y norteamericano.
Cambios doctrinarios
El crecimiento en el nivel de autonomía militar
desarrollado más arriba se vio favorecido por la profunda transformación
doctrinaria de las Fuerzas Armadas que comenzó hacia 1957 con la llegada de un
grupo de instructores franceses a la Escuela Superior de Guerra.[33] Según Ernesto López, tras el derrocamiento de Perón, el sector
liberal del Ejército buscó reemplazar la DDN como parte de la desperonización
de las Fuerzas Armadas.[34] En el marco de la desactivación de la DDN se prestó mayo interés a
formas de guerra no tradicionales, surgidas en el contexto de la Guerra Fría:
la Guerra Atómica y la Guerra Revolucionaria. La gradual reconversión de la
doctrina de defensa se inició en la Escuela Superior de Guerra (ESG), principal
centro de formación teórico del Ejército, hacia 1957 bajo el impulso del
entonces coronel Carlos Jorge Rosas, subdirector de la ESG, quien había
estudiado en Francia entre 1953 y 1955. Los instructores franceses eran
portadores de la nueva doctrina que estaba desarrollando su Ejército en base a
la experiencia en las guerras coloniales en Indochina (1946-54) y Argelia
(1954-1962).
Uno de los aspectos más destacados de este proceso
de transformación doctrinario es que los asesores franceses daban conferencias
sobre aquellos temas que se estaban discutiendo en la Ecole Superioure de Guerre de París. Además, en esos años, muchos
oficiales argentinos viajaron a cursar en diferentes escuelas de formación.
Cuando regresaban eran destinados en la Escuela Superior de Guerra o en la
Escuela Superior Técnica donde transmitían lo que habían aprendido en los
claustros parisinos.[35]
La influencia francesa en la ESG fue profunda.
Algunos graduados de aquellos años, como los generales Ramón Camps o Acdel
Vilas han escrito sobre el impacto de aquellas enseñanzas en su actuación
represiva durante la década de 1970.[36] Incluso el vocabulario utilizado por los militares argentinos tiene
la impronta francesa. La emblemática expresión “lucha contra la subversión” ya
aparece en algunos artículos publicados en la Revista de la ESG.
Por otra parte, en 1961, se realizó el primer curso
interamericano de Guerra Revolucionaria, inaugurado por el presidente Frondizi,
que contó con la presencia de militares de 14 países del continente, incluido
los Estados Unidos. Para entonces el Estado Mayor había comenzado a organizar
los primeros ejercicios de guerra contrarrevolucionaria[37]; y el entonces coronel Osiris Villegas, principal teórico de la
Seguridad, escribió Guerra revolucionaria
comunista, un verdadero manual sobre el tema que abrevaba en la experiencia
francesa.[38]
Lo más destacado de este nuevo corpus doctrinario es
que, a partir de la experiencia colonialista francesa, se piensa en un enemigo
interno. Tras la derrota en Dien Bien Phu, en 1954, muchos oficiales franceses
se dieron cuenta de que la guerra clásica, tal como la concebían, no existía
más. Al enfrentarse a la guerrilla vietnamita empezaron a desarrollar una
doctrina que se adaptara a esa nueva realidad. El más destacado fue el coronel
Charles Lacheroy quien luego de vivir muchos años en el Lejano Oriente, regresó
a París donde planteó que la guerra moderna había cambiado y que ahora el
enemigo podía estar entre nosotros. Desarrolló la guerra psicológica e inició
la escuela francesa de guerra contrarrevolucionaria a partir de la lectura
atenta de los textos de Mao[39]. Según Lacheroy esta nueva forma de guerra se peleaba “en las
mentes”, por eso eran fundamentales la acción psicológica y la acción cívica.
En términos militares la población era “el terreno” y las fronteras que
separaban a los bandos ya no eran geográficas sino “ideológicas”. En ese
contexto obtener información para desarticular la estructura de la guerrilla se
transformó en esencial. Esto llevó a la aceptación de la práctica de la tortura
como medio para obtener esa información; así como a la multiplicación los
organismos de inteligencia, que generaron un mayor control sobre la población.
El fin de la influencia directa de Ejército francés
se produjo hacia 1962, al tiempo que aumentaba el ascendiente del Pentágono. Entre las situaciones que confluyeron para provocar este “cambio de
guardia” encontramos, la profunda crisis que afectaba a las Fuerzas Armadas
francesas, empantanadas en la guerra de Argelia, que habían perdido todo
criterio de jerarquía, subordinación y autoridad. Casi al mismo tiempo, Cuba se
declaraba socialista, John F. Kennedy lanzaba su “Alianza para el Progreso”, y
el Pentágono modificaba su política hacia los países latinoamericanos con la
creación del Colegio Interamericano de Defensa, la convocatoria a Conferencias
de Ejércitos Americanos y, fundamentalmente, del crecimiento exponencial del
número de oficiales latinoamericanos entrenados en bases militares de los
Estados Unidos y el Canal de Panamá.[40]
En el marco de la Mutual Security Act y de la Foreign
Assitance Act, Estados Unidos invirtió, entre 1946 y 1999, 4.386,2 millones
de dólares en asistencia militar a países latinoamericanos, otorgados en
calidad de préstamos y subsidios. Argentina recibió 275,2 millones de dólares
(6,27% del total). La mayor parte de estos fondos corresponden al período
1961-1977. Se estima que durante la Guerra Fría los Estados Unidos entrenaron
casi 125.000 militares de países de América Latina y el Caribe. De los fondos
destinados a subsidios para educación y entrenamiento de militares
latinoamericanos Argentina –segunda fuerza militar del continente- recibió solo
17 millones de dólares (4,54 % del total). El monto de los subsidios, por lo
tanto, no guarda relación con el tamaño de las fuerzas armadas sino con la
cantidad de militares y miembros de fuerzas de seguridad que pasaron por
diversos programas de entrenamiento en bases norteamericanas.
Unos 60.000 militares latinoamericanos fueron
entrenados por cuenta del Pentágono en bases ubicadas en la zona del canal de
Panamá durante la segunda mitad del siglo XX. De ese total sólo 598 eran
argentinos.[41] Pero más allá de la repercusión pública del entrenamiento en la
Escuela de las Américas, los cursos más importantes y prestigiosos se
realizaban en el territorio continental de los Estados Unidos. A diferencia de
la Escuela de las Américas, los cursos en las escuelas de armas y servicios
eran en inglés, tenían duración variable entre seis meses y un año y, en
algunos casos, preveían la incorporación posterior a unidades del Ejército de
los Estados Unidos.[42] También existieron otras formas de “cooperación” o “intercambio”
fomentadas por el Pentágono. Una de ellas eran los viajes grupales que se
hicieron muy comunes a partir de 1961. Decenas de militares argentinos
recorrieron bases del Ejército norteamericano realizando seminarios, giras de
operaciones, o visitas a Institutos militares de Estados Unidos y el Canal de
Panamá.
La asistencia norteamericana no se limitó al
entrenamiento de personal militar o visitas “de orientación”. El Pentágono
también organizó conferencias que reunían a los jefes de las distintas Fuerzas
Armadas del continente. Estas conferencias, de las que solo participaba
personal militar en actividad, fortalecieron la autonomía militar respecto del
poder civil y fueron indiferentes de los golpes de estado que se sucedieron en
la región a partir de 1962.[43]
A fines de la década de 1960 los militares
argentinos empezaron a elaborar una doctrina propia que se ve reflejada en la
elaboración de nuevos reglamentos. Ya no se trata de copiar reglamentos
norteamericanos para la guerra contrarrevolucionaria sino reelaborar los
propios en base a más de una década de experiencia y la integración de la
influencia francesa y norteamericana.[44] Esto significó el desarrollo de un “modelo argentino”, cuyas
particularidades serían la clandestinidad y la desaparición como sistema. Ese “modelo” fue
exportado a Centroamérica en la segunda mitad de la década de 1970.[45] Los militares
argentinos se prestaron gustosos a asistir a dictaduras derechistas o a los
“contras” nicaragüenses en sus batallas de esa tercera Guerra Mundial[46], que como venían
sosteniendo desde 1962, se libraba entre el Occidente Cristiano y el Oriente
Ateo y Rojo.
Algunas conclusiones
Como
hemos visto en más arriba, el derrocamiento de Perón significó cambios
profundos en las Fuerzas Armadas argentinas, y particularmente en el Ejército.
En primer lugar la profunda depuración iniciada semanas después de que Lonardi
asumiera la presidencia dejó a las Fuerzas Armadas en manos de oficiales
profundamente antiperonistas por más de tres décadas. Esto no significó el fin
de los conflictos internos ya que se desarrollaron una serie de luchas facciosas que culminaron, en 1963, con
el triunfo del bando azul. Esto significó el predominio por una década del arma
de caballería dentro del Ejército y el ocaso del poder que la Armada había
adquirido desde septiembre de 1955. En la década de 1970, y a pesar de algunos
breves intentos de cambio - como el liderado por Carcagno -, y de la creciente
presencia de jóvenes oficiales peronistas en sus cuadros, las Fuerzas Armadas
mantuvieron conducciones formadas en los lineamientos establecidos por la
“Revolución Libertadora”. Este modelo entró en una crisis terminal con el
surgimiento de los grupos carapintadas, en la segunda mitad de la década de
1980, quienes responsabilizaron de la grave situación castrense a lo que
denominaban las cúpulas “procesistas” y “liberales”. El enfrentamiento entre
estos dos sectores terminó debilitando a ambos y favoreció la consolidación de
un sector “profesionalista” cuyas cabezas visibles fueron los generales Isidro
B. Cáceres y Martín Balza.
Por
otra parte la reacción contra los intentos de peronización de las Fuerzas
Armadas y la creciente puja interna, así como los intentos de impedir el
retorno del peronismo al poder generaron un aumento de los niveles de autonomía
de las Fuerzas Armadas con respecto al poder político. Este cambio en la
autonomía (ahora de carácter ofensivo y político) se expresó a través de los
“planteos militares” que debilitaban a gobiernos de escasa legitimidad. A lo
largo de dos décadas la autonomía militar creció, aunque no en forma progresiva
ni lineal, sino con avances y retrocesos. Recién en 1975 los niveles de
autonomía alcanzaron su punto culminante. Durante la última dictadura los
militares fueron dueños de la vida y de la muerte de los argentinos. Sin
embargo, su derrota en Malvinas marcó el comienzo del proceso de declinación
del poder militar que lleva ya tres décadas.
La
plena autonomía de las Fuerzas Armadas está íntimamente relacionada con la
internalización de la doctrina de la Guerra Contrarrevolucionaria que
sobredimensionó los organismos de inteligencia militar e impuso un mayor
control sobre toda la población, la cual se convirtió en un enemigo potencial.
Y puesto que al amparo de esta doctrina sólo la vigilancia permanente podía
hacer que la Nación fuera impenetrable a la “infiltración comunista”, crecieron
y se multiplicaron los servicios de inteligencia y la cantidad de oficiales
entrenados en el exterior en rubros relacionados con esta temática. La
preocupación por cuestiones vinculadas con la seguridad interna originó lo que
Alfred Stepan llama “nuevo profesionalismo de la seguridad interna”[47], que
contribuyó a expandir en forma autoritaria lo que los militares consideraban su
rol en el sistema político, ocupando nuevas funciones y ejerciendo nuevas
prerrogativas. El aparato de
inteligencia que surgió como consecuencia de la internalización de la doctrina
que planteaba la existencia de un Enemigo Interno se transformó, en la segunda
mitad de la década de 1970, en un núcleo autónomo dentro de unas Fuerzas
Armadas autónomas.
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Recibido: 17/10/2016
Evaluado: 27/11/2016
Versión Final: 26/12/2016
[1] Para un completo análisis del discurso
de Perón véase Ernesto López, El primer Perón. El militar antes que el
político. Buenos Aires, Capital intelectual, 2009, capítulo 5.
[2] Ernesto López, Seguridad nacional y sedición militar. Buenos Aires, Legasa, 1987,
p. 89.
[3] Un buen ejemplo es el de Alejandro A.
Lanusse quien se manifestó contrario a las políticas del gobierno peronista
desde un primer momento y ascendió sin inconvenientes hasta su participación en
la fallida revolución del general Benjamín Menéndez, en 1951.
[4] El fallido intento golpista del 28 de
septiembre de 1951 fue encabezado por el general Benjamín Menéndez. La mayoría
de los implicados eran tenientes y capitanes del arma de caballería que fueron
a las prisiones de Rawson y Río Gallegos. Sobre las carreras posteriores a 1955
de muchos de estos militares véase Ernesto López, Seguridad nacional…, Op.Cit., pp. 120-126.
[5] Ernesto López y David Pion Berlin, Democracia y cuestión militar. Bernal,
Universidad Nacional de Quilmes, 1996, p.153. Según López los motivos de esta
adhesión particularista podrían ser: la identidad o semejanza de opiniones, la
lealtad personal, la conveniencia material institucional o individual, entre
otras. La consecuencia es que las instituciones militares se civilinizan (o sea
que asumen ciertas características y dinámicas no militares sino
cívico/políticas) y se politizan. Ernesto López, Ni la ceniza ni la gloria. Actores, sistema político y cuestión militar
en los años de Alfonsín. Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1994,
pp.22-23.
[6] Ernesto López, Ni la ceniza…, Op.Cit., p.26.
[7] Ibidem. Para el
coronel español Prudencio García, la autonomía militar se manifiesta en [...]
la sólida convicción instalada en las mentes de gran número de militares
argentinos [...] en el sentido de que pueden y deben intervenir en las grandes
cuestiones de la política nacional, juzgando, valorando y decidiendo su mayor o
menor concordancia con los `intereses de la Patria'"; y en "la
convicción, igualmente firme, de que cuando la actuación del gobierno
constitucional no responde a esas expectativas y se aparta demasiado de ellas,
el estamento militar puede y debe actuar sobre aquel en todos los grados
posibles: desde la fuerte presión estamental hasta el golpe de Estado militar”.
Prudencio García, El drama de la
autonomía militar. Buenos Aires, Alianza,1995, p. 351.
[8] David Pion Berlin, “Autonomía militar
y democracias emergentes en América del Sur”, en Ernesto López y David Pion
Berlin, Democracia…, Op.Cit., p.15.
[9] Para un desarrollo de las crisis
militares durante la presidencia de Arturo Frondizi véase Robert Potash, El Ejército y la política en Argentina (1945-1962). Buenos Aires,
Sudamericana, 1981; y Rosendo Fraga, El
Ejército y Frondizi (1958-1962). Buenos Aires, Emecé, 1992.
[10] Citado en Robert Potash, El Ejército y la política en Argentina,
t.3. Buenos Aires, Sudamericana, 1994, p. 105.
[11] Entre octubre de 1963 y octubre de
1965 se desempeñó como Secretario de Guerra el general Ignacio Ávalos, que
había pasado a retiro en 1956. Tras su renuncia por diferencias políticas y
personales insalvables con Onganía, el presidente Illia designó a un general en
actividad, Eduardo Castro Sánchez. Onganía no aceptó que el Poder Ejecutivo
designara a un general más moderno que él y pidió su retiro. Su argumento era
falaz ya que existían varios ejemplos de oficiales modernos que ocuparon cargos
similares al de Secretario de Guerra, como los coroneles Manuel Rodríguez o
Juan Domingo Perón.
[12] Sobre el retiro de Rosas por presión
de Onganía véase Daniel Mazzei, Bajo el
poder de la caballería. El Ejército Argentino (1962-1973). Buenos Aires,
Eudeba, 2012, pp.111-114.
[13] El 29 de mayo de 1969, en Campo de
Mayo, Lanusse afirmó: “El proceso no permite ya la presencia de espectadores.
Necesita que todos seamos actores, partícipes decididos de esta gran obra
nacional, porque así lo reclama el futuro de nuestros hijos. (…) El Comandante
en Jefe adquiere el compromiso de proveer las soluciones que sean
necesarias”. La Nación, 30 de mayo de 1969.
[14] El “Compromiso de conducta que el
Ejército Argentino asume hasta el 25 de mayo de 1977” era un documento que
debían firmar todos los generales en actividad por el cual el Ejército se
presentaba como garante del proceso político; proponía asegurar la continuidad
del Poder Judicial establecido por la dictadura; rechazaba una posible
amnistía; e intentaba asegurar la sucesión de Lanusse al frente del Ejército.
Sólo el general Ibérico Saint Jean se negó a firmar el documento.
[15] Sobre la particular experiencia del
general Carcagno al frente del Ejército entre mayo y diciembre de 1973 véase
Daniel Mazzei, “Carcagno, el Comandante que no fue”, Cuadernos del Sur n°40 (2011), pp.139-157.
[16] El 5 de febrero de 1975 Isabel Perón
firmó el decreto 261/75 que autorizaba al Comando del Ejército a “neutralizar
y/o aniquilar” el accionar guerrillero en la provincia de Tucumán, en el marco
del denominado “Operativo Independencia”. El 6 de octubre de ese año el decreto
2772/75, firmado por el senador Ítalo Luder y todo el gabinete, extendió a todo
el país las facultades otorgadas a las Fuerzas Armadas por el decreto 261/75.
[17] “La corporatización (…) involucra la
autonomización; alude a un grado avanzado de ésta, en el que las instituciones
militares han alcanzado una discernible autonomía en materia de funcionamiento
y decisiones. En el estadío corporativo, las instituciones militares tienen
capacidad para definir desde sí mismas sus fines y misiones, su doctrina, su
orgánica, sus modos de relación con el mundo de la política, etc. (…) Sería,
así, prácticamente sinónimo de aquello que el lenguaje común tendió a designar
con el nombre de “partido militar””. Ernesto López , Ni la ceniza…, Op.Cit., p. 53.
[18] Ver Daniel Mazzei, “Relexiones sobre
la transición democrática argentina”, PolHis,
N°7 (primer semestre de 2011), pp.8-15.
[19] A partir de diciembre de 1983 el
Parlamento volvió a tener autoridad en la designación de los oficiales
superiores; se designó a un ministro de Defensa que no era un mero
intermediario sin poder de decisión; Fabricaciones Militares pasó a depender
directamente del área de Defensa, al igual que Prefectura y gendarmería; y se
redujo el presupuesto militar del 4,6% al 2,6% del PBI, entre otras medidas.
Sin embargo el hecho más importante en materia de control civil fue la decisión
de juzgar a los máximos responsables del gobierno militar. Se trató de una
decisión inédita, ya que nunca un gobierno civil y democrático había juzgado a
los máximos responsables de una dictadura.
[20] Jorge Perren, Puerto Belgrano y la Revolución Libertadora. Buenos Aires, Solaris
editores, 1997, p. 302.
[21] Daniel Mazzei, “Tiempo de revancha: la
desperonización del Ejército durante la Revolución Libertadora”, en Taller, N° 12, abril de 2000.
[22] Para los detalles del golpe contra
Frondizi véase Eugenio Kvaternik, Crisis
sin salvataje: la crisis político-militar de 1962-1963. Buenos Aires, Ides,
1987; y Rosendo Fraga, El Ejército y
Frondizi..., Op.Cit.
[23] Juan Francisco Guevara, Argentina y su sombra. Buenos Aires,
edición del autor, 1973, pp. 149, 153.
[24] Guillermo O´Donnell, “Modernización y
golpes militares. Teoría, comparación y el caso argentino”, Desarrollo Económico, Vol.12, N°47,
octubre-diciembre de 1972.
[25] La
Nación, 2 de mayo de 1963.
[26] Un memorándum secreto del grupo
golpista que circuló entre jefes y oficiales en mayo de 1966, y fue “filtrado”
por Primera Plana, expresaba que el
enfrentamiento “no respondió a que tuvieran una imagen distinta del país. Nació
del enfrentamiento de dos concepciones diferentes acerca de la misión
específica que incumbía a las Fuerzas Armadas en esa coyuntura”. Primera Plana, N°176, 10 de mayo de
1966.
[27] Como consecuencia del enfrentamiento
entre azules y colorados fueron pasados a retiro unos 400 oficiales del
Ejército y más de 100 de la Armada. Además la Armada sufrió un recorte
presupuestario y perdió los espacios institucionales que ocupaba desde
septiembre de 1955.
[28] Daniel Mazzei, “La élite del Ejército
argentino (1962-1973)”, Cuadernos de
Marte / Año 3, N° 4, julio 2013, págs. 93-125.
http://webiigg.sociales.uba.ar/revistacuadernosdemarte/nro4/4_mazzei.pdf
[29] A fines de
1972, cuando se produjo el retorno de Perón al país, de los 10 generales de
mayor graduación 7 habían participado en el intento revolucionario de 1951.
[30] Daniel Mazzei, « Soldados de Perón. Los jóvenes
oficiales del Ejército y el Peronismo durante la “Revolución Argentina”», Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En
ligne], Questions du temps présent,
mis en ligne le 18 septembre 2015. URL : http://nuevomundo.revues.org/68192 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.68192
[31] Ver Daniel Mazzei, “Carcagno, el
Comandante …Op.Cit..
[32] Vale recordar que en junio de 1973,
Videla se negó a viajar en el avión que traía a Perón de regreso a la
Argentina.
[33] Los primeros asesores fueron los
teniente coroneles Francois Pierre Badié y Patrice R. Jacobe de Nourois. Luego
se incorporaron los teniente coroneles Robert Louis Bentresque y Jean Nougués.
Sobre los asesores francesa véase Ernesto López, Seguridad Nacional…,
Op.cit.pp.144-157; Samuel Amaral, “Guerra revolucionaria de Argelia a la
Argentina, 1957-1962”, Academia Nacional
de la Historia, Investigaciones y Ensayos 48, Buenos Aires, 1998; Daniel
Mazzei, Bajo el poder…, Op.cit.,
pp.131-143; Marie-Monique Robin, Escuadrones
de la muerte. La escuela francesa, Buenos Aires, Sudamericana, 2005.
[34] Ernesto López, Seguridad nacional…., Op.cit.,
pp.130-133.
[35] Así Cándido Hure, Luis Tibiletti,
Manrique Mom, Alcides López Aufranc y Edgardo Daneri fueron designados
profesores y directores de la ESG luego de regresar de Francia. También
realizaron cursos técnicos varios oficiales que alcanzarían el generalato
durante la década de 1960. En el caso de López Aufranc fue enviado a Argelia
como observador junto a toda la su promoción de la Ecole Superieure de Guerre. Daniel Mazzei, “La misión militar…”, Op.Cit., p.115, nota 24.
[36] Daniel Mazzei, Bajo el Poder…, Op.Cit., p.132.
[37] Ya para
entonces se empezó a utilizar las expresiones zonas, subzonas y áreas para
compartimentar el territorio. Se trata de la forma que adopta en nuestro país
el quadrillage (cuadriculado)
utilizado por el Ejército francés para enfrentar al FLN argelino.
[38] Osiris Guillermo Villegas, Guerra revolucionaria comunista. Buenos
Aires, Círculo Militar, 1962. Sobre esa misma temática pueden consultarse una
serie de artículos del coronel Miguel Manrique Mom, en la Revista de la ESG.
[39] Sobre el coronel Charles Lacheroy
véase Marie-Monique Robin, Escuadrones…,
Op.Cit..
[40] La amenaza que representaba la
expansión de la Revolución Cubana en el continente, aumentó la preocupación
norteamericana por la “seguridad continental”, llevó a afianzar la asistencia y
la cooperación militar, privilegiando el entrenamiento de oficiales
latinoamericanos en técnicas contrainsurgentes. Desde entonces, uno de los
aspectos más importante de los programas de asistencia militar fue la educación
y entrenamiento de personal militar latinoamericano en bases militares
norteamericanas.
[41] Durante la etapa más activa de la
Escuela de las Américas (entre 1961 y 1977) se destacan los cursos vinculados a
la Guerra Revolucionaria y la Contrainsurgencia. En los primeros años del
período (1961-1964) la mayor parte del personal que viajó a Fort Gulick eran
oficiales jefes (capitanes, mayores y teniente coroneles) que realizaban cursos
de diez semanas, en Inteligencia Militar, Contrarrevolución y Operaciones
Contrainsurgentes. En síntesis, de los 180 cursos realizados en ese período,
103 se vinculan con técnicas para la guerra contrainsurgente o antisubversiva.
[42] El destino más prestigioso era la
Escuela de Comando y Estado Mayor, en Fort Leavenworth (Kansas), considerado la
cumbre de la educación militar norteamericana. Otro destino anhelado era el
exclusivo Colegio Interamericano de Defensa ubicado en el Fort Lesley J. McNair
(Washington D.C.), que funcionaba bajo el control y con el financiamiento de la
OEA y de la Junta Interamericana de Defensa.
[43] Al respecto, Ernesto López afirma que:
“[...] si bien no es posible sostener que las Conferencias de Ejércitos
Americanos hayan funcionado como usinas golpistas, sí, en cambio, jugaron un
papel legitimador del avance de los militares sobre el poder político y sobre
el control del aparato del Estado”. Ernesto López, Seguridad nacional…, Op.Cit., p-.71.
[44] Sobre los reglamentos militares en
este período véase Ana Sofía Jemio, “La construcción del enemigo interno en los
reglamentos del Ejército Argentino de las décadas del sesenta y setenta.
Continuidades y rupturas”, X Jornadas de
Sociología. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Buenos
Aires, 2013; y Esteban Pontoriero, “En torno a los orígenes del terror de
Estado en la Argentina de la década del setenta. Cuándo, cómo y por qué los
militares decidieron el exterminio clandestino”, Papeles de Trabajo 10 (17), pp.30-50.
[45] Ariel C. Armony, La Argentina, los Estados Unidos y la cruzada anticomunista en América
Central, 1977-1984, Bernal, UNQ, 1999.
[46] La idea de una tercera guerra mundial
ya está planteada en los textos de Osiris Villegas o el coronel Miguel Manrique
Mom, a comienzos de los años sesenta, pero alcanzaron su pleno desarrollo con
el general Ramón Genaro Díaz Bessone,
quien fuera comandante del Segundo Cuerpo en 1976.
[47] Alfred Stapan, Repensando a los militares en política. Cono Sur: un análisis comparado,
Buenos Aires, Planeta, 1988, pp.30-31.