La educación militar en la transición democrática argentina. Tensiones entre concepciones tradicionales y reformistas en el contexto de crisis profesional e institucional del Ejército. 1984-1986

 

 

The military education in the argentine democratic transition. Tensions between traditional and reformist ideas in the context of professional and institutional crisis of the Army. 1984-1986

 

 

Germán Soprano

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales

Universidad Nacional de La Plata

       Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina

gsoprano69@gmail.com 

 

 

 

Resumen

La transición democrática en la Argentina se produjo por el colapso de la última dictadura. Tras la derrota en la Guerra de Malvinas en 1982, las Fuerzas Armadas atravesaron esos años desde una posición de debilidad relativa en la política nacional y como corporaciones del Estado. En particular, el Ejército experimentó una crisis profesional e institucional que amenazaba con romper la cadena de mandos. De hecho ésta se quebró durante los “levantamientos carapintada” en abril de 1987, enero y diciembre de 1988 y diciembre de 1990. La represión a este último terminó con cinco décadas de intervenciones militares en la política y garantizó la subordinación militar al poder civil.

Este artículo tiene por objetivo, por un lado, comprender cómo fueron procesados esos conflictos por las autoridades y oficiales del Cuerpo de Cadetes del Colegio Militar de la Nación entre 1984 y 1986, esto es, antes de los “levantamientos carapintada”. Y, por otro lado, analizar iniciativas de reforma para adecuar la educación de los cadetes a los cambios producidos en las relaciones civiles-militares y en la sociedad argentina en democracia.

 

 

Palabras clave

Transición democrática argentina; Ejército; crisis profesional; crisis institucional; educación militar;  oficiales

 

 

Abstract

The democratic transition in the Argentina occurred by the collapse of the last dictatorship. After the defeat in the Guerra of Malvinas in 1982, the Armed Forces crossed those years from a position of weakness relative in the political national and as corporations of the State. In particular, the Army experienced a professional and institutional crisis that threatened to break the chain of command. In fact, this is broke during the military rebellions in April of 1987, January and December of 1988 and December of 1990. The repression of this latest rebellion ended with five decades of military interventions in politics and guaranteed military subordination to civilian rule.

This article has by objective, on the one hand, understand how were processed those conflicts by the authorities and officers of the Cadets Corps in the National Military College between 1984 and 1986, this is, before military rebellions. And, on the other hand, to analyze reform initiatives to adapt the education of cadets to the changes produced in the civil-military relations and in Argentine society in democracy.

 

Keywords

Argentina democratic transition; Army;  professional crisis; institutional crisis;  military education; officers

 

 

 
 

 

 

 

Introducción

 

La transición democrática en la Argentina se produjo por colapso del gobierno dictatorial del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.[1] En consecuencia, las Fuerzas Armadas atravesaron esos años desde una posición de debilidad relativa en la política nacional y como corporaciones del Estado, en oposición con el protagonismo y autonomía que tuvieron desde el golpe de estado de 1930 hasta la derrota en la Guerra de Malvinas el 14 de junio de 1982.[2] Desde entonces y hasta fines de 1990, el Ejército experimentó una crisis profesional e institucional que se manifestó en un “estado de deliberación” y de “politización” de oficiales y suboficiales que amenazaba con romper el funcionamiento de la cadena de mandos; de hecho ésta se quebró en cuatro oportunidades durante los “levantamientos carapintada” de abril de 1987, enero y diciembre de 1988, y diciembre de 1990. La represión a este último –conducida por el subjefe del Ejército, el general Martín Antonio Balza- terminó con cinco décadas de intervenciones de las Fuerzas Armadas en la política argentina y garantizó la subordinación militar al poder político civil.[3]

Este artículo tiene por objetivo, por un lado, comprender cómo fueron procesados esos conflictos por las autoridades y oficiales del Cuerpo de Cadetes del Colegio Militar de la Nación entre 1984 y 1986, es decir, en los tres primeros años de la presidencia de Raúl Alfonsín y antes del “levantamiento militar” de abril de 1987 cuando la crisis estalló en el Ejército, provocando la desestabilización política del orden democrático. Y, por otro lado, analizaremos iniciativas de la reforma educativa impulsadas para adecuar la educación de los cadetes a los cambios producidos en las relaciones civiles-militares y en la sociedad argentina en democracia.[4] A tal efecto, nos serviremos de fuentes institucionales y de entrevistas a protagonistas de aquellos sucesos.[5]

Se enfocará ese breve período (1984-1986), por un lado, para comprender las perspectivas y experiencias de oficiales superiores, jefes y subalternos del Ejército en esos años situándolas en un ámbito institucional específico y en una etapa previa a la crisis militar de “Semana Santa” de 1987.[6] Por otro lado, porque en otros trabajos se han estudiado las reformas de la educación militar producidas desde la década de 1990 hasta el presente por iniciativa de las Fuerzas Armadas o del Ministerio de Defensa.[7]

 

Oficiales “politizados” y “profesionales”

 

El coronel Martín Antonio Balza había sido oficial instructor de la Batería de Artillería del Colegio Militar de la Nación entre 1962 y 1964 y ayudante el director en 1965. En 1984 regresó como jefe del Cuerpo de Cadetes, esto es, el oficial a cargo de los oficiales instructores y cadetes de todas las armas. En tanto que entre 1985 y 1986 fue subdirector de esa academia militar, la única en la que recibían su formación básica los oficiales del Ejército.[8] Tradicionalmente ha sido considerado como un destino prestigioso en la carrera profesional, pues los oficiales jefes y subalternos que se desempeñan como instructores constituyen una referencia fundamental en la educación y sociabilidad de los cadetes. Esa influencia, empero, no termina con su egreso como subtenientes tras cuatro años de estudios; los oficiales instructores se referirán en los años sucesivos a los oficiales que tuvieron a cargo como “mis cadetes”, procurando prolongar su influjo en el desarrollo de sus carreras; o bien en algunas oportunidades reproduciendo las conflictivas relaciones mantenidas en esa academia en los destinos en diferentes unidades.

Las máximas autoridades del Colegio Militar de la Nación eran el director y el subdirector. Del primero dependía el Consejo Académico, Relaciones de Ejército y la Ayudantía; del segundo el Estado Mayor con sus Divisiones de Personal, Inteligencia, Operaciones, Logística y Finanzas, el jefe de Cuerpo de Cadetes y el jefe de la Agrupación Comando y Servicios. En 1984 el director era el coronel Juan Carlos Etchepare y en 1985 y 1986 el general de brigada Antonio José Deimundo Piñeiro; en tanto el subdirector en 1984 fue el coronel Juan Carlos Gualco y Balza en los dos años siguientes.

Entre 1984 y 1986 cursaron cadetes seis Promociones. La Promoción 115 que egresó en diciembre de 1984 con 214 subtenientes de las armas, que habían ingresado en 1981 a esa academia militar; sus miembros en su mayoría había nacido entre los años 1962-1963. La 116 ingresó en 1982 y egresó en 1985 con un total de 214 subtenientes de las armas. La 117, por su parte, ingresó en 1983 y egresó en 1986 con 178 subtenientes; al tiempo que las Promociones 118, 119 y 120 –respectivamente- ingresaron en 1984, 1985 y 1986 y egresaron en los años 1987, 1988 y 1989 con 115, 86 y 91 subtenientes de las armas; los cadetes de la Promoción 118 eran jóvenes nacidos principalmente entre 1967-1968.[9] Nótese en relación con las últimas tres que la cantidad de subtenientes egresados era relativamente inferior si la comparamos con las tres anteriores.

No disponemos de documentación que nos permita demostrar fehacientemente el motivo de esas disminución -que si se la compara con las Promociones ingresadas en los años 1981 y 1982 expresan una merma de más del 50 por ciento- pero resulta difícil no invocar como explicación plausible el contexto nacional de críticas de las cuales eran objeto las Fuerzas Armadas ampliamente en diversos sectores políticos y sociales así como en buena parte de la prensa del país tras el colapso del “Proceso” tras la derrota en la Guerra de Malvinas y en los primeros años de la transición democrática en que se hicieron públicos los resultados de la investigación de la CONADEP (año 1984) y se sustanciaron los juicios a los comandantes de las Juntas Militares (1985). Esta tendencia a la disminución en los egresos –y presumimos también en el reclutamiento- tuvo su punto más crítico con la Promoción 121 que ingresó en 1987 y contó con un egreso de tan solo con 67 subtenientes de las armas. Desde entonces la tendencia a la baja comenzó a revertirse con las Promociones 122, 123 y 124 que contaron con 86, 94 y 114 subtenientes egresados de las armas.

El “estado de deliberación” y “politización” en el que estaba sumido el personal de cuadros del Ejército no alcanzaba a la totalidad de los oficiales del Colegio Militar de la Nación, pero si a algunos, especialmente, en el Batallón de Infantería.[10] Estos comportamientos de oficiales instructores eran percibidos por sus camaradas, pero también por los cadetes, produciendo sobre estos últimos –sobre todo cuando estaban a su cargo- un efecto de “adoctrinamiento” en sus ideas sobre la política y el Ejército.[11] Los oficiales más conspicuos de este grupo se autodenominaban “nacionalistas”. Se reconocían críticos de la conducción superior militar y de los gobiernos del “Proceso de Reorganización Nacional”. Cuestionaban el modo en que habían conducido la “lucha contra la subversión” y por no “defender” a sus subalternos en los juicios por violaciones a los derechos humanos abiertos en democracia, por conducir a las Fuerzas Armadas y, en particular, al Ejército al desastre de la derrota en la Guerra de Malvinas, y por la orientación “liberal” del programa de gobierno del “Proceso”. Como observaremos en los siguientes párrafos, una revisión del activismo de estos oficiales revela que en el Colegio Militar de la Nación conformaban una minoría cuyas ideas y actitudes influían sobre otros camaradas, pero que también encontraban cuestionamientos y el rechazo explícito en las perspectivas de otros que los percibían críticamente como “politizados”. A esos oficiales “nacionalistas” es posible inscribirlos en la genealogía de una tradición política e intelectual vigente en los medios castrenses argentinos desde la década de 1930: el nacionalismo católico integrista.[12]

Ahora bien, deberíamos enfatizar aquí que lo que definía a esos oficiales como grupo que incluía a algunos miembros de ideas más programáticas y a otros afines con ellas no eran sólo su nacionalismo católico integrista y su rivalidad con los militares que ellos denominaban críticamente como “liberales” -tal como pretendían destacar sus principales ideólogos- sino sobre todo su abierto cuestionamiento a la conducción del Ejército y las autoridades gubernamentales civiles. Tales actitudes eran contrarias al orden jerárquico y disciplinar castrense y deslegitimaban la investidura del poder civil democráticamente electo. Si llamo la atención sobre las consecuencias derivadas de esas actitudes es porque pienso que debemos tener presente que otros oficiales “no politizados” podían sustentar opiniones críticas acerca de las aptitudes profesionales del generalato y/o considerar que el poder político debía ofrecer otro tipo de políticas en favor de las Fuerzas Armadas. Es por ello que si tuviéramos que expresar una diferencia clave entre unos y otros oficiales diríamos que para los primeros la “ineptitud profesional” e “intereses personales” del generalato y la pretensión del gobierno nacional de “destruir al Ejército” eran las principales amenazas que los militares debían enfrentar, incluso a sabiendas de que con tales cuestionamientos y actitudes se generaba un “estado deliberativo” en la Fuerza reñido con el orden militar. En cambio, para los segundos ningún objetivo o valor último era legítimo o justificaba la decisión de violentar la cadena de mando, pues del orden y la disciplina dependía la reproducción del Ejército como institución del Estado nacional.

Estas diferentes perspectivas y posicionamientos de los oficiales acerca de lo que se debía hacer en esas críticas circunstancias provocarían tres comportamientos diferenciados durante los “levantamientos carapintada” ocurridos entre 1987 y 1990. Por un lado, quienes no dudaron en subvertir el orden para exigir reivindicaciones corporativas y profesionales que eran caras a muchos más integrantes del Ejército que aquellos comprometidos activamente en esos “levantamientos”. Por otro lado, quienes se diferenciaron de los primeros, procurando en unos casos una salida negociada ante el conflicto planteado –veremos que esta fue la actitud de la conducción superior del Ejército en los “levantamientos” de abril de 1987, enero y diciembre de 1988- o bien reprimiéndolos –esto es lo que hicieron el jefe y subjefe del Ejército en diciembre de 1990. Y, por último, existían una extendida mayoría de oficiales que no participaron de los “levantamientos”, pero se negaron en los tres primeros a cumplir órdenes de reprimir a sus camaradas, pues en definitiva compartían con ellos parcial o totalmente su diagnóstico acerca de la situación del Ejército y las soluciones políticas y profesionales que se requerían, o bien pretendían evitar un enfrentamiento militar que, entendían, tendría graves consecuencias en la reproducción de la vida institucional de esa Fuerza. El modo en que unos y otros comportamientos de los oficiales gravitaron en los cuatro “levantamientos” acabarían determinando los resultados alcanzados en cada caso.[13]

Retomemos ahora la situación interna del Colegio Militar de la Nación en 1984. De acuerdo con Balza, entre los oficiales “politizados” que manifestaban críticas a la conducción superior del Ejército y el gobierno nacional se contaban unos “activos” –más comprometidos- y otros “simpatizantes”. En el período en que Balza estuvo como jefe de Cuerpo de Cadetes y subdirector no provocaron ninguna situación grave de indisciplina en esa academia militar.[14] Pero se vivía una contenida tensión conforme muchos oficiales percibían que no podían permanecer ajenos al destino de otros camaradas que eran citados por la justicia en causas por violación de derechos humanos cometidos durante el “Proceso”. Así pues:

 

Una tarde de domingo, casi a fines de 1984, un sorprendido coronel Roberto Etchepare, director del Colegio Militar, se llegó hasta el local del casino de oficiales. Contra usos y costumbres, había una treintena de oficiales frente al televisor. Entre ellos se encontraba el teniente coronel Polo, jefe del Batallón de Infantería en ese momento (más tarde sería el anfitrión de Barreiro). Por aquella época el jefe del Cuerpo de Cadetes era el coronel artillero Martín Balza. Etchepare se decide a preguntar por qué razón hay allí tantos oficiales un día domingo:

- Entre ustedes hay una cantidad de hombres casados y hoy es día de salida ¿qué hacen mirando televisión en el Colegio?

Le respondió uno de los oficiales:

- Mi coronel, hay camaradas nuestros que en estos momentos son requeridos por la justicia y deben presentarse a declarar. No nos podemos quedar en nuestra casa. Y este es nuestro destino militar.[15]

 

Y hacia fines del año 1986, el director del Colegio, el general de brigada Antonio José Deimundo Piñeiro, reunió a sus oficiales para comunicarles su posición ante aquellos juicios:

 

Los juicios son dolorosos, pero las Fuerzas Armadas tienen que pagar los errores políticos del Proceso, en forma cohesionada –dijo.

Su afirmación no pasó inadvertida. Un oficial instructor de una de las compañías de Infantería –que luego participaría en Semana Santa y Monte Caseros- solicitó permiso para hablar. Replicó:

- No es justo que tenientes primeros y capitanes paguen ese precio, mientras que los responsables no lo hacen y muchos de ellos ni siquiera dan la cara por los que fueron sus subordinados.

La situación general se tornó incómoda. Si [Deimundo Piñeiro] aceptaba la réplica, debía sumarse a la crítica a sus jefes y hacer público su descontento por el curso de los juicios impulsados por el poder político.

- Este general –respondió refiriéndose a sí mismo- no está pensando en Balcarce 50.

Esto no amedrentó a su subordinado.

- Mi general, nadie está hablando de un golpe de Estado. Nadie lo quiere. Pero parece una costumbre en el Ejército decir a todo `si, señor´ o sacar los tanques a la calle, sin término medio. Entre una y otra posibilidad hay una cantidad infinita de respuestas: incluso ante el poder político. Tampoco pedir el retiro es la actitud más adecuada.[16]

 

Asimismo, apenas unas semanas antes del “levantamiento carapintada” de abril de 1987 se produjo en el Círculo Militar una reunión de la Promoción 106:

 

Se habló de los juicios. Los presentes [capitanes] tomaron la cuestión con cierta puntillosidad. Se trataron, uno a uno, todos los aspectos de la convocatoria a otros camaradas de armas ante los estrados judiciales. Se analizaron con cierto detalle los antecedentes de algunos funcionarios radicales, y se les asignó, según los casos, una razón ideológica a lo que se tachaba lisa y llanamente, de `ensañamiento contra las Fuerzas Armadas.[17]

 

Sobre el final de la reunión se propuso: “Si por esa razón algo llegara a pasar en los tiempos por venir, la promoción deberá adoptar las providencias necesarias para que, si alguno de sus miembros llegara a tomar parte en determinados hechos de esa guerra continuada, pueda tener la seguridad de que sus camaradas sostendrán sus necesidades y las de sus familias”.[18] Estas situaciones también eran percibidas y vividas de este modo por otras promociones integradas por oficiales subalternos y oficiales jefe en actividad.

En el Colegio Militar de la Nación, entre 1984 y 1985, uno de los referentes “nacionalistas” era el mayor Luis Nicolás Polo, un oficial de infantería de la Promoción 94. De Polo dependían tres Compañías de Infantería, cada una conformada por un jefe de Compañía y seis oficiales instructores, es decir, unos veintiún oficiales estaban a su cargo. Decíamos que en las Compañías de Infantería se concentraba la cantidad más numerosa de oficiales “politizados” que explicitaban sus cuestionamientos o bien simpatizaban con aquellos que formulaban críticas al generalato y el gobierno nacional. Según Balza:

 

No eran un grupo homogéneo. Básicamente tenían posiciones contestatarias hacia los altos mandos o la conducción superior del Ejército… Decir que eran politizados no quiere decir que todos tuvieran ideas políticas claras, programáticas. Y algunos eran solo simpatizantes o cripto-simpatizantes. Lo que sí los definía era que en sus concepciones mezclaban lo político, lo ideológico, lo religioso y lo militar.[19]

 

En 1984 entre los oficiales “politizados” o “simpatizantes de los politizados” en el Batallón de Infantería estaban el jefe de la 1º Compañía el teniente primero Jorge Guillermo Villarreal; los oficiales instructores de la 2º Compañía tenientes primero Mario Marcelo Orstein y Andrés Máximo Maisano; los tenientes primero Martín Eduardo Sánchez Zinny y Ernesto Hanse Larramendi; y los tenientes primeros Osvaldo Daniel García, Carlos María Ricciardi, Juan Bautista Sasiain y Leopoldo Guillermo Quintana de la 3º Compañía. En tanto otros once oficiales del Batallón de Infantería tenían posiciones “profesionales”.[20] Que el jefe del Batallón de Infantería y el jefe de la 1º Compañía tuvieran posiciones “politizadas” y sus subordinados no necesariamente los acompañaran en actitudes similares, prueba que en esas circunstancias el acatamiento a las órdenes de un superior resultaba del cumplimiento de prescripciones institucionales y profesionales tenidas como legales y legítimas, es decir, que no se invocaba “obediencia debida”.

Algunos de esos oficiales tenidos como “politizados” podían ser fuertemente críticos de los gobiernos del “Proceso”, tal como hemos visto al caracterizar a aquellos auto-denominados “nacionalistas”. Pero otros no necesariamente lo eran. Algunos de estos últimos eran hijos de generales que habían tenido un destacado protagonismo en los asuntos políticos y militares en la última dictadura, tales como los tenientes primero Jorge Guillermo Villarreal, Osvaldo Daniel García y Juan Bautista Sasiain, hijos de los generales de división José Rogelio Villarreal (jefe de Personal del Estado Mayor General del Ejército, secretario general de la Presidencia, comandante de la Subzona 1C y comandante del Cuerpo V de Ejército) y Osvaldo Jorge García (comandante del Teatro de Operaciones Malvinas en la Guerra homónima) y el general de brigada Juan Bautista Sasiain (ex–jefe de la Policía Federal).

Es preciso reconocer la existencia de esos diferentes comportamientos y posicionamientos entre los oficiales destinados en el Colegio Militar de la Nación, pues –al igual que lo que sucedía más ampliamente en el Ejército- la “politización” no era reivindicada ni promovida abiertamente por la mayoría de los oficiales, aun cuando estos últimos pudieran subscribir personalmente duras críticas contra el generalato. Si analizamos qué sucedía en 1984 en las unidades que conformaban la Agrupación Montada del Colegio Militar de la Nación constataremos que, por el contrario, en ellas primaban los oficiales con actitudes “no politizadas” o “profesionales”. Tal es lo que sucedía con el jefe de la Agrupación Montada mayor, los diez integrantes del Escuadrón de Caballería, los ocho de la Batería de Artillería, siete (de los ocho) de la Compañía de Ingenieros,[21] los seis de la Compañía de Comunicaciones y los siete de la Compañía de Arsenales. Asimismo, los dieciocho oficiales que dependían de la dirección y subdirección eran casi en su totalidad tenidos como “profesionales”; sólo dos eran “politizados”.[22]

De estos dos últimos merece una mención especial el jefe del Servicio Sanitario, el mayor médico Mario Caponnetto, un oficial del cuerpo profesional que se distinguía por su participación militante en grupos del nacionalismo católico integrista desde la década de 1950, particularmente, aquellos vinculados al liderazgo de Jordán Bruno Genta. Genta fue asesinado el 27 de octubre de 1974 en una acción que se atribuyó al ERP-22, una fracción disidente del Ejército Revolucionario del Pueblo, pero su ideario lo sobrevivió en la revista Cabildo, una publicación del nacionalismo católico argentino, de derechas y antisemita, creada en 1973.[23] Durante la presidencia de Alfonsín, Caponnetto no dudaba en considerar que “la subversión que asesinó a Genta hoy es gobierno”.[24] Laura Graciela Rodríguez caracterizó –a partir de una revisión sistemática de esta publicación- a los “enemigos” declarados por sus editores: “el liberalismo y el marxismo en todos sus matices, la masonería y el judaísmo, los intereses venales y el conformismo egoísta y utilitario, el progresismo religioso y la pacatería, la pederastia intelectual, los partidócratas, los espíritus cobardes, la mediocridad y la envidia”.[25]

Seguramente, las concepciones tan definidamente programáticas de este nacionalismo católico integrista no eran necesariamente reconocibles en perspectivas e intervenciones públicas de muchos oficiales autodenominados “nacionalistas” ni en aquellos que “simpatizaban” con sus ideas. No obstante, esa simultánea crítica a los gobiernos del “Proceso” -por su “corrupción” y el “fracaso” político, económico y militar de su proyecto- y del presidente Alfonsín –por la “amenaza” que la “democracia” y su gobierno “izquierdista” o “radical socialista” suponía para las instituciones y valores castrenses, nacionales y católicos- interpelaba a no pocos oficiales, si bien ciertamente no a la mayoría de aquellos destinados en el Colegio Militar de la Nación.

Si contabilizamos la totalidad de los oficiales jefes y subalternos destinados en el Colegio Militar de la Nación en 1984, aquellos que evidenciaban posiciones o comportamientos “politizados” y abiertamente críticos al generalato y el gobierno nacional eran una minoría, pero una minoría activa y visible ante autoridades, camaradas y cadetes. Entre estos últimos estarían aquellos que integraban las Promociones 115 a 120 -que cursaron en esa academia militar entre 1984 y 1989- y estuvieron destinados como subtenientes o tenientes en diferentes unidades del país cuando sucedieron los “levantamientos carapintada”. Esos subtenientes y tenientes para entonces estaban familiarizados con la prédica “carapintada”, registrándose en una minoría un involucramiento activo en aquellos sucesos; en tanto que la mayoría no participó, pero se negó –al igual que hicieron muchos de sus jefes- a reprimir a sus camaradas, sobre todo, en ocasión de los primeros tres “levantamientos”.

A fines de 1984 se le comunicó a Balza que en 1985 sería subdirector. Le pregunté cuál había sido su balance del año como jefe del Cuerpo de Cadetes:

 

No fue difícil para mí, pero si conflictivo para la conducción del Colegio porque en el staff de oficiales instructores había hijos de miembros caracterizados del Proceso, varios, estaba también Capponetto… y el Ejército estaba conducido por un generalato que también respondía a los postulados del Proceso […] El generalato con contadísimas excepciones veía a Alfonsín como sinónimo de la subversión. Al Colegio Militar venían profesores de la Escuela de Inteligencia que daban conferencias en las que todo eso se acentuaba. El subdirector, el coronel Gualco, era un hombre de Inteligencia con todos los vicios de esa especialidad. Nadie se explicó nunca cómo fue subdirector. Pensaba que en el país los `enemigos´ habían ganado políticamente… Decían que Alfonsín y Borrás venían a destruir al Ejército. Algunos profesores que eran militares retirados, por acción u omisión, estimulaban ese clima. Conmigo tenían sentimientos encontrados: era un veterano de guerra condecorado y no era un oficial de escritorio; pero también algunos me sindicaban como `adherente de la sinagoga radical´. Fue un año difícil.[26]

 

En 1985 se hizo cargo de la dirección el general de brigada Antonio José Deimundo Piñeiro. Los veintidós oficiales que integraban su staff y el de Balza eran tenidos como “profesionales”. Se nombró como jefe de Cuerpo de Cadetes a un oficial que tenía una perspectiva contraria a aquellos que se mostraran a favor de actos de indisciplina: el teniente coronel Carlos Salvador Ruffino. A su vez, el mayor médico Alberto Leopoldo Bolaño reemplazó a Capponetto. Sin embargo, el Batallón de Infantería continuó con oficiales “politizados”: el teniente coronel Luis Nicolás Polo permaneció como jefe del Batallón. Lo secundaban con esas posiciones “politizadas” los tenientes primero Juan Bautista Sasiain (1º Compañía de Infantería), Martín Eduardo Sánchez Zinny y Andrés Máximo Maisano (2º Compañía de Infantería), Leopoldo Guillermo Quintana y Carlos María Ricciardi (3º Compañía de Infantería); en tanto que Mario Marcelo Orstein fue promovido como jefe de la 3º Compañía de Infantería. Asimismo fueron incorporados nuevos oficiales “politizados” como el jefe de la 2º Compañía de Infantería capitán Jorge Raúl Daura y los oficiales instructores tenientes primero José Luis Giro Martín (1º Compañía de Infantería), Jorge Alberto Guidobono (2º Compañía de Infantería), Jorge Aníbal Santiago Cadelago (3º Compañía de Infantería), Ricardo Jacinto Novoa y José Alberto Guglielmone (Compañía 1º Año “A”), Ernesto Hanse Larramendi y Juan Eduardo Emilger (Compañía 1º Año “B”). En tanto que otros dieciséis oficiales de infantería eran reconocidos como “profesionales”. El jefe de la Agrupación Montada continuó siendo el teniente coronel Héctor Francisco Olascoaga. En tanto que en las subunidades de caballería, artillería, ingenieros, comunicaciones y arsenales predominaban oficiales –treintaisiete- “profesionales”; apenas la Compañía de Comunicaciones incorporó uno "politizado”.[27]

En 1986 el general de brigada Deimundo Piñeiro y el coronel Balza siguieron como director y subdirector. Sus staff continuaron integrados por unos treintaitrés oficiales “profesionales” y solo un par “politizados”.[28] El nuevo jefe del Cuerpo de Cadetes era el teniente coronel Horacio Raúl Robredo. Como en los dos años anteriores, el Batallón de Infantería exhibía mayor concentración de “politizados” o “simpatizantes”, comenzando por su jefe, el mayor Juan Carlos Mañé. Otro tanto sucedía con los capitanes Carlos María Ricciardi (jefe de la 1º Compañía de Infantería), Martín Eduardo Sánchez Zinny (jefe de la 2º Compañía de Infantería) y Ricardo Jacinto Novoa (jefe de la Compañía de 1º Año “A”), los tenientes primero Juan Eduardo Emilger (1º Compañía de Infantería), Jorge Alberto Guidobono (2º Compañía de Infantería) y José Alberto Guglielmone (Compañía de 1º Año “A”). Por su parte eran tenidos como “profesionales” otros veintitrés oficiales de infantería. La Agrupación Montada estaba a cargo de un “profesional”, el mayor Juan Carlos Videla. Y treintaiún oficiales de subunidades de caballería, artillería, ingenieros, comunicaciones y arsenales eran “profesionales” y sólo uno era “politizado”.[29]

De acuerdo con Balza, a fines de 1985 “varios oficiales ideologizados” fueron asignados a otras unidades del Ejército. Normalmente los jefes de subunidades u oficiales instructores permanecían en el Colegio Militar de la Nación dos o tres años. Sin embargo, aquellos que evidenciaban puntos de vista o comportamientos tenidos como “politizados” no vieron penalizada entre 1984-1985 la continuidad en esa academia militar; es decir, si bien podían ser objeto de críticas por parte de sus autoridades y de otros camaradas, eran tolerados. Los propios oficiales instructores “nacionalistas” han sostenido que no fueron objeto de sanciones disciplinarias.[30] Algunos de ellos incluso conservaron cargos importantes: el teniente coronel Luis Nicolás Polo como jefe del Batallón de Infantería en los años 1984 y 1985, el teniente primero Mario Marcelo Orstein -jefe de la 3º Compañía de Infantería en 1985-, el teniente primero Jorge Enrique Altieri -jefe de la Compañía Comando y Servicios en 1986, el capitán Leopoldo Guillermo Quintana –oficial logístico del jefe de Cuerpo de Cadetes en 1986-, el mayor Juan Carlos Mañé –jefe del Batallón de Infantería-, el capitán Carlos María Ricciardi –jefe de la 1º Compañía de Infantería- el capitán Martín Eduardo Sánchez Zinny –jefe de la 2º Compañía de Infantería-, el capitán Ricardo García Novoa –jefe de la Compañía de 1º año “A”. Pregunté a Balza ¿por qué sucedía esto? Y me respondió: “Cómo no iban a ser tolerados si los propios generales hacían públicas sus críticas al gobierno nacional y reivindicaban abiertamente la lucha contra la subversión durante el Proceso”.[31] La conducción superior del Ejército ni las autoridades del Colegio ejercieron una “persecución” sobre estos oficiales “nacionalistas” o sus “simpatizantes”. A ninguno de ellos no corresponde por entonces aplicarles el término “carapintadas”, pues este es para los años 1984-1986 un rótulo extemporáneo, pues comenzó a emplearse desde Semana Santa de 1987.

Ciertamente entre los años 1984 y 1986 existían puntos de contacto y superposiciones entre los discursos del “generalato” y los “politizados”, pero estos últimos se diferenciaban de los primeros cuando sostenían duras críticas contra la ineptitud de la conducción superior del Ejército y la desprotección a la que dejaban a la Fuerza ante lo que consideraban como ataques sistemáticos del gobierno nacional contra las Fuerzas Armadas. Del mismo modo, se evidenciaban coincidencias entre los oficiales “politizados” y los “profesionales”, dado que muchos de estos también cuestionaban el modo en que el “generalato” conducía al Ejército. Pero a diferencia de los primeros, los “profesionales” consideraban que aquellas críticas no podían derivar en la subversión del orden, la jerarquía y disciplina militar, pues eso acabaría destruyendo la institución y profesión castrense. Estas afinidades y diferencias volverán a hacerse evidentes en los “levantamientos carapintada”.[32]

 

Educación militar: entre la reivindicación del pasado y la adecuación a los nuevos tiempos

 

En ese conflictivo escenario del Ejército, algunos oficiales promovieron reformas en la educación militar para adecuarla a los cambios en las relaciones civil-militares y en la sociedad argentina en democracia. Esas iniciativas reformistas, no obstante, se confrontaban con las percepciones y acciones predominantes en la conducción superior de la Fuerza y entre otros camaradas que efectuaban una defensa de ideas tradicionales que concebían al Ejército como una institución que encarnaba una concepción de la Nación argentina “occidental y cristiana”, más precisamente, “católica”. Ideas y valores que habían justificado y eran invocadas para reivindicar la “lucha” o “guerra contra la subversión” en la década de 1970, así como las manifestaciones que –se creía- asumía la “subversión” en el presente.[33]

Si la Guerra de Malvinas había sido una guerra en la que el Ejército había sido derrotado por los británicos, por el contrario, la “lucha contra la subversión” supuso un combate en que resultó militarmente victorioso, aun cuando la condena pública de amplios sectores de la dirigencia política y de la sociedad argentina evidenciaba que ese “triunfo de las armas” supuso una “derrota política y cultural” que se manifestó en el colapso del “Proceso” y en los juicios por crímenes por la violación a los derechos humanos impulsados en democracia. De modo que la reivindicación del combate “contra la subversión” y el homenaje a los “camaradas asesinados” o “muertos” en la misma constituían una clara prioridad para la conducción superior del Ejército.[34] Recordar a los “camaradas caídos” era una actitud esperada, necesaria y legítima. Es por ello que ordenaron conmemoraciones mensuales.

De esas conmemoraciones se conservan los discursos del director del Colegio Militar de la Nación entre los años 1985-1986, el general de brigada Antonio José Deimundo Piñeiro. Su trayectoria profesional militar es la de un oficial jefe y oficial superior del Ejército que cumplió esa etapa de su carrera en el “Proceso”. En esos años estuvo destinado en España en la Escuela de Guerra entre 1976 y 1977.[35] A su regreso con el grado de teniente coronel fue designado jefe del Regimiento de Infantería de Monte Nº30 de la localidad de Apóstoles (provincia de Misiones) entre octubre de 1977 y octubre de 1979. Como jefe de esta unidad era responsable del Área 232 de la Subzona 23 de la Zona 2. Sin bien la justicia imputó a su antecesor, el teniente coronel Héctor Leopoldo Flores, como responsable de haber cometido crímenes de lesa humanidad como jefe de ese Regimiento (entre octubre de 1975 y octubre de 1977), algunas fuentes periodísticas extienden responsabilidad a quienes lo sucedieron: Deimundo Piñeiro (octubre de 1977 a octubre de 1979) y los tenientes coronel Eduardo Antonio Cardoso (de octubre de 1979 a septiembre de 1981) y Juan Carlos Correa (septiembre de 1981 a octubre de 1983).

En un discurso pronunciado en la conmemoración del 117º Aniversario del Colegio Militar de la Nación, Deimundo Piñeiro decía:

 

De esas camadas de oficiales [egresados] hay quienes murieron heroicamente, como deseamos hacerlo los soldados, en los campos de batalla de todos los confines de la patria, algunos con sus cuerpos aún calientes en los montes tucumanos y en las irredentas Malvinas, otros, asesinados por quienes intentaron negarnos el derecho de ser cristianos y en consecuencia libres; y muchos como otros que dejaron esta vida terrenal naturalmente como casi todos los seres humanos. A todos ellos, en este día, nuestro recuerdo y agradecimiento.[36]

 

Pero su reivindicación de la “guerra contra la subversión” y exaltación del mérito militar de “camaradas asesinados” o “muertos”, no le impedían reconocer que las relaciones entre civiles-militares habían cambiado radicalmente en el incipiente escenario democrático y que era preciso adecuarse a esa nueva situación. También enfatizaba que la sociedad argentina había mudado desde diciembre de 1983 y el Ejército no podía quedar al margen de esas transformaciones políticas, sociales y culturales. Por ello sostuvo que:

 

[…] el concepto de Nación conlleva la existencia de las Fuerzas Armadas sólidas y permanentes, puestas exclusivamente a su servicio, y conducidas por hombres educados e instruidos en un hogar común, lo que supone identidad de ideales, unidad de pensamiento, de conocimientos y de acción […] Estos criterios no significan ni significarán el desarrollo por parte del Colegio Militar de la Nación de un proceso educativo desvinculado de la problemática de la sociedad de la cual esos hombres provienen, integran y sirven, o dicho de otro modo, la formación de los futuros oficiales con pautas diferentes de la que la Nación persigue para todos los argentinos. Si debemos reiterar que esa identidad de ideales, unidad de pensamiento, de conocimiento y de acción responde básicamente a las singulares responsabilidades que el Estado le asigna a las Fuerzas Armadas y, consecuentemente, es imprescindible obtener las conductas que aseguren su materialización más ajustada.[37]

 

De modo que si cabía alguna singularidad en la formación de los oficiales que los diferenciara de aquella que recibían otros jóvenes argentinos, esta era sólo una de orden funcional, es decir, conforme a las responsabilidades que como militares debían asumir como funcionarios del Estado nacional. Ciertamente la concepción de sociedad nacional del director era católica, pero no se asemejaba a aquella que hemos reconocido entre los oficiales “nacionalistas”:

 

El Colegio Militar de la Nación dentro del marco global de la reestructuración del Ejército y desde el año próximo pasado [1984], ha reformulado su sistema de enseñanza y está revisando su organización y régimen funcional. La escala de valores propuesta por la Fuerza, basado en la concepción cristiana de la vida y de los principios expresados en la Constitución Nacional, la problemática de la guerra moderna, experimentada muy reciente [sic] y las transformaciones de nuestra sociedad constituyen los factores condicionantes fundamentales de la metódica, profunda y sistematizada tarea que tenemos en plena ejecución.[38]

 

No debe escapar a nuestra interpretación el énfasis colocado en la invocación a la Constitución Nacional. Recordemos que Raúl Alfonsín a cerrar los actos de campaña con la enunciación programática su Preámbulo. La estricta obediencia a la Constitución y a las autoridades de ella emanadas, bien podían convivir en el discurso de Deimundo Piñeiro con la ponderación de las tradiciones militares fundadas en el “amor a dios” y a la “libertad”, tal como dejó constancia en la ceremonia de la Plaza de Armas con motivo del inicio del ciclo lectivo 1986:

 

En primer término sepa el Colegio Militar de la Nación que insistiremos con firmeza y decisión en continuar formando a los futuros oficiales en la más pura tradición militar argentina. Esencias que se concretan en el amor a dios y a la libertad, en el acatamiento a la Constitución Nacional y a los poderes que de ella emanan, en la prioritaria valorización de las cualidades humanas, y en la plena e idónea dedicación al cumplimiento del deber militar.[39]

 

No perdamos de vista al comprender esta referencia a la Constitución, el modo burlón y crítico con que los editores de la revista Cabildo referían a aquella en los discursos de Alfonsín.[40] Y tengamos también en cuenta que el poder político apelaba a la Constitución para afirmar el principio de subordinación militar al poder civil. Así pues, en la ceremonia de egreso de la Promoción 117, 4 de diciembre de 1986, sostuvo:  

 

A partir de mañana en que el señor Presidente de la Nación los investirá con el símbolo del mando militar [en la ceremonia del egreso conjunto], función esencial y primaria de todo oficial, iniciaban el atrayente y apasionante camino de la milicia. Atrayente y apasionante camino que lo comenzarán en unas circunstancias mundial y nacional particularmente compleja, fluida y dinámica y que deberán transitarlo entre este convulsionado siglo, que muy pronto finalizará, y el próximo que ya se avecina signado por profundas mutaciones. Esta singular situación les impondrá como consecuencia de nuestro triple carácter de hombres, ciudadanos y soldados argentinos, enfrentarla con un conjunto de actitudes y aptitudes acordes con los signos de los tiempos que acabamos de definir.[41]

 

En esa realidad “compleja, fluida y dinámica” se esperaba de aquellos jóvenes soldados apertura de ideas y sensibilidad para apreciar y acompañar los cambios en la Argentina y el mundo. Es preciso reparar en esas expresiones de Deimundo Piñeiro, pues su reivindicación pública del accionar del Ejército “contra la subversión” en la década de 1970 convivía bien en su perspectiva con la genuina exigencia impartida a sus subordinados (y no sólo a los cadetes) de comprometerse con las transformaciones en la sociedad. En otros términos, quizá a algunos lectores ambas afirmaciones les resulten contradictorias, pero si queremos comprender situacionalmente el punto de vista de este militar, apreciaremos que aquel mensaje institucional en la tradicional ceremonia de egreso de los cadetes no era, en modo alguno, un cerrado llamado a abroquelarse en ideas y valores esenciales de la milicia, sino uno que advertía sobre los necesarios cambios que como “hombres, ciudadanos y soldados argentinos” debían afrontar como integrantes de la Nación.[42] Veamos cómo continuaba:

 

Nos impone poseer una actitud personal amplia, receptiva, permeable y libre de preconceptos, para aceptar y acompañar racionalmente estos profundos cambios, como datos de esta tangible realidad que nos circunda. Sociedad que ha cambiado fundamentalmente porque el hombre es distinto; el hombre de hoy, ustedes jóvenes subtenientes poseen comportamientos, formulan preguntas y requieren respuestas que hasta hace algunos años eran impensables e impensadas, pero que hoy constituyen una realidad que hay que asumir y enfrentar con inteligencia, valentía y sensatez.[43]

 

El lector escéptico dirá en esta oportunidad que los dichos de Deimundo Piñeiro estaban más dirigidos a las autoridades civiles, especialmente del Ministerio de Defensa. Pero incluso asumiendo esto, a ese lector no puede escapársele que la mayoritaria audiencia castrense en el Patio de Honor del Colegio también estaba atenta a lo que se dijera o no. Y si bien había oficiales que cuestionaban el recurso del director a aquella mentada “actitud amplia, receptiva, permeable y libre de preconceptos” indispensable para que los subtenientes recién egresados pudiese “aceptar y acompañar racionalmente” los “cambios profundos” por los que atravesaba el país y el mundo; otros juzgaban que el sino de los tiempos había mudado y que, efectivamente, era preciso que el Ejército se relacionara con la sociedad y la política en democracia de un modo desconocido en los últimos cincuenta años. Los militares ya no podían arrojarse el derecho y el deber de tutelar los destinos de la Nación.

En comparación con Deimundo Piñeiro, Balza era un oficial superior que no reivindicaba el papel desempeñado por las Fuerzas Armadas en la “lucha” o la “guerra contra la subversión”, porque consideraba que aquella estaba ligada a violaciones a los derechos humanos inconcebibles en un “estado de derecho”, ni factibles de ser reconocidas por el “derecho de guerra” o “leyes de la guerra”.[44] Entre los años 1984 y 1986 este posicionamiento o actitud se revelaba más bien marginal si nos atentemos a las declaraciones públicas efectuadas por otros oficiales superiores del Ejército en defensa del accionar represivo durante el “Proceso”. En este sentido, la perspectiva Balza encarnaba un punto de vista minoritario entre aquellos oficiales superiores. Pero también Balza era (y es) un oficial que, como la mayoría de los oficiales y suboficiales que estuvieron en actividad en el Ejército entre 1976 y 1983, no participó ni estuvo directamente involucrado en hechos pasibles de ser judicialmente caracterizados como actos de terrorismo de Estado y violaciones a los derechos humanos.

Ahora bien, esas diferencias apreciables con Deimundo Piñeiro en torno de la reivindicación del accionar en la “lucha” o la “guerra contra la subversión” no le impedían a Balza reconocer coincidencias en otros asuntos. En 1985 concretaron una reforma en el Plan de estudios destinado a la formación de los cadetes. Fue la primera encarada en democracia por iniciativa del Ejército.[45] Suscitó algunos cuestionamientos internos que, no obstante, no impidieron su concreción.[46] El capitán Mario Luis Chretien, un “profesionalista” que era oficial de Operaciones del Cuerpo de Cadetes en 1985, recuerda que la reforma:

 

Le daba importancia a la parte intelectual, a los idiomas, literatura, historia militar. También hubo cambios importantes en la enseñanza de la táctica: el cadete necesitaba aprender en el primer año cómo es el soldado individual, en el segundo la fracción, en tercero el grupo y en cuarto la sección. En esa época el oficial instructor empezó a dar clases en el aula. Ese año estaba en auge los comandos y los cursos de paracaidistas. Los cadetes querían hacer esos cursos en diferentes ambientes geográficos.[47]

 

También eran clave los cambios en la sociabilidad militar de los cadetes, responsabilidad de los oficiales instructores. Deimundo Piñeiro y Balza eran conscientes que prácticas castrenses legítimas en los tiempos en que fueron cadetes u oficiales instructores, ya no podían ser sustentadas en el presente. Los tenientes primero Oscar Martínez Conti y Antonio Eduardo Serrano, oficiales instructores “profesionalistas” de la Batería de Artillería, cuentan que:

 

Una vez mandamos con Antonio [Serrano] a unos cadetes al cónclave para ver si pasaban de año. Vino Martín [Balza] y nos cagó a pedos porque los habíamos mandado. Quizá nosotros fuimos muy duros. Quizá él se puso más blando y desde la función que tenía como autoridad del Colegio veía cosas que nosotros no percibíamos. Nos dijo que lo que nos habían exigido a nosotros en nuestros tiempos de cadetes ya no era posible de ser exigido, porque la sociedad había cambiado y los jóvenes también. Pensá que era el primer año de la democracia: 1984.[48]

 

Yo había escuchado comentarios de que Martín era duro y hasta arbitrario de joven. Pero la vida lo fue haciendo más ecuánime. Y nos exigía a los oficiales instructores ser ecuánimes con los cadetes […] Venía a los cónclaves para si los cadetes aprobaban el año o iban a ser dados de baja. Cuando los oficiales no fundamentaban por qué un hombre `no puede ser militar´ y con eso se lo pretendía dar de baja, nos preguntaba: ¿Por qué? O nos decía: usted dice que es malo, pero ¿no tiene días de arresto? O: ese cadete puede ser mediocre, pero no necesariamente eso quiere decir que no puede ser militar. Tenía que remar mucho para imponer esos cambios […] Martín nos decía que no teníamos que ser arbitrarios, que teníamos que cambiar esas inculturas.[49]

 

A su vez, los oficiales instructores “nacionalistas” evaluaban críticamente el impacto de la reforma, pues –decían- con ella Balza había “comenzado un proceso de `ablandamiento´ de la disciplina” basándose en su concepción de la “libertad responsable” de los cadetes en ejercicio del estudio académico y actividades militares.[50]

La colaboración entre Deimundo Piñeiro y Balza concluyó cuando el último fue designado inspector de Artillería a comienzos de 1987. Deimundo Piñeiro fue confirmado en cargo de director por un tercer año y permaneció en el mismo hasta inmediatamente después del “levantamiento carapintada” de abril de 1987 cuando se dispuso su pase a situación de retiro. El Colegio Militar de la Nación no fue una unidad en la que se concentraron oficiales durante ese “levantamiento”, pero la conducción del Ejército decidió que era preciso producir cambios en su dirección y en el Cuerpo de Cadetes tras aquellos sucesos.[51]

 

Conclusiones

 

Tras la derrota en la Guerra de Malvinas y con el colapso de los gobiernos del “Proceso”, se abrió una crisis profesional e institucional en el Ejército que eclosionó con el “levantamiento carapintada” de abril de 1987. En este artículo se buscó enfocar cómo esa crisis fue percibida y experimentada por autoridades, oficiales jefes y subalternos en el Colegio Militar de la Nación entre 1984 y 1986, esto es, entre el inicio del gobierno de Alfonsín y los meses previos a la crisis de Semana Santa de 1987. De este modo, procuré ofrecer una contribución sustantiva al estudio de los militares en la historia reciente comprendiendo perspectivas de actores castrenses que no conformaban la conducción superior de las Fuerzas Armadas, situando a esos actores en una institución clave destinada a la formación de los futuros oficiales, y reconociendo diferentes posicionamientos y actitudes de autoridades y oficiales en relación con cambios producidos en las relaciones civiles-militares y en la sociedad en la transición democrática.

Se identificó en el Colegio Militar de la Nación a una minoría de oficiales autodefinidos “nacionalistas” que desde una concepción católica e integrista se reconocían críticos de la “ideología liberal” del “Proceso”, de la conducción superior del Ejército por no proteger a camaradas juzgados por su participación en el combate a la “subversión”, y del gobierno de Alfonsín por desplegar una campaña contra las Fuerzas Armadas y ser sospechado de encarnar una renovada manifestación de la “subversión”. También vimos que había oficiales que no asumían definiciones claramente programáticas, pero eran tenidos como “simpatizantes” de los “nacionalistas”; y que unos y otros tenían fuerte presencia en el Batallón de Infantería. Asimismo que las autoridades del Colegio y oficiales que cuestionaban las ideas y actitudes de los “nacionalistas”, los rotulaban como “politizados” o “ideologizados”, en tanto que ellos se definían como oficiales “profesionales”. Además se observó que algunos de estos últimos compartían con los primeros críticas al “generalato” y el “gobierno radical” y les preocupaba el juzgamiento de camaradas por causas por derechos humanos; pero entendían que esas críticas no podían explicitarse públicamente ni emplearse para estimular un “estado de deliberación” que violentara la disciplina y el ejercicio del mando, pues ello acabaría con el Ejército como institución. Al tiempo que se señaló que entre los “nacionalistas” y sus “simpatizantes” había oficiales hijos de jerarcas militares de la dictadura que no se reconocían críticos del “Proceso”.

Existía también un extendido consenso en torno de la reivindicación de la “lucha” o “guerra contra la subversión” en la década de 1970. Sin embargo, para algunos oficiales como el general de brigada Deimundo Piñeiro, esa reivindicación coexistía con el reconocimiento de la necesaria promoción de importantes cambios, especialmente en la educación de los oficiales, para que el Ejército se adecue a las inéditas transformaciones sociales, políticas y culturales en democracia. Así pues, la defensa de una educación basada en el “amor a dios y la libertad”, esto es, católica y alineada con los principios liberales de Occidente, no presuponían la atribución de una excepcionalidad social y moral que erigiera a los militares en únicos garantes de los intereses y valores de la Nación argentina en el escenario de la Guerra Fría. Si esa tradicional concepción había sido invocada durante décadas como fundamento de la tutela castrense sobre la ciudadanía, aquel director del Colegio representaba a los oficiales como “hombres” y “ciudadanos” cuya singularidad residía en las funciones que cumplían como “soldados” para el Estado y la sociedad nacional. En correspondencia, enfatizaba además la subordinación castrense a los principios de la Constitución Nacional y al poder político civil. Por último, se señaló que la reforma educativa hizo foco no sólo en cambios en contenidos curriculares sino en la sociabilidad de los cadetes promoviendo una relación instructor-cadete menos autoritaria y el ejercicio de la “libertad responsable” de estos últimos en el desempeño de sus estudios y actividades cotidianas. Esta reforma comenzó su implementación en los años 1985-1986, encontrando resistencias dentro de la corporación militar. En qué medida tuvo buen suceso o no entre 1987-1990, es una pregunta a responder en otro trabajo donde intentaremos enlazar los resultados alcanzados en este artículo con investigaciones sobre educación militar desde la década de 1990 -con la creación de los Institutos Universitarios de las Fuerzas Armadas- hasta el presente.

 

 

 

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Recibido: 23/08/2016

Evaluado: 01/10/2016

Versión Final: 19/11/2016

 



[1] Guillermo O´Donnell. “Introducción a los casos latinoamericanos”, en Guillermo O´Donnell, Philippe Schmitter y Laurence Whitehead, (editores). Transiciones desde un gobierno autoritario. Paidós, Barcelona, 1994, pp.15-36, vol.2

[2] Esta afirmación no desconsidera, tal como han observado acertadamente Claudia Feld y Marina Franco, la comprensión de los primeros años de la denominada transición democrática como un proceso que fue percibido y experimentado por una diversidad de actores sociales –incluidos los militares- como una época de incertidumbre cuyos resultados en modo alguno estaban definidos de antemano. Claudia Feld y Marina Franco. “Introducción”, en Claudia Feld y Marina Franco, (directoras). Democracia, hora cero. Actores, políticas y debates en los inicios de la postdictadura. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2015, pp.9-22.

[3] A los efectos de un estudio sobre las relaciones civiles-militares en la “transición democrática”, sigo a Daniel Mazzei cuando señala que la represión por parte de la conducción del Ejército al “levantamiento carapintada” del 3 de diciembre de 1990 marcó el fin de ese proceso transicional en la medida que desde entonces supuso la subordinación castrense a la conducción política civil. Daniel Mazzei. “Reflexiones sobre la transición democrática”, PolHis Año 4 Nº7, 1º semestre 2011, pp.8-15. Sobre los “levantamientos carapintada”: Ernesto López. El último levantamiento. Buenos Aires, Legasa, 1988. Marcelo Sain. Los levantamientos carapintada. 1987-1991 Buenos Aires. Centro Editor de América Latina, 1994.

[4] El foco de análisis en la trayectoria profesional de Martín Antonio Balza tiene que ver con la inscripción de este trabajo en una investigación histórica y etnográfica sobre liderazgos militares en la Argentina desde 1983 al presente. Asimismo, entiendo que mediante la producción de entrevistas que busquen reconocer perspectivas y experiencias de militares en la “transición democrática”, es posible abordar el estudio de las Fuerzas Armadas desde un punto de vista que comprenda sus vivencias y memorias sobre aquel proceso.

[5] Esta investigación es parte mi labor como investigador del CONICET centrada en el estudio histórico y etnográfico de la educación, profesión y liderazgos militares en la Argentina, y como director del PICT2015-1428 Profesionales, intelectuales y Estado. Análisis comparado de trayectorias y configuraciones sociales en la Argentina.

[6] Oficiales superiores: generales y coronel; oficiales jefes: teniente coronel y mayor; oficiales subalternos: capitán, teniente primero, teniente, subteniente. Para el período de la transición democrática disponemos de investigaciones sobre concepciones ideológicas y actitudes políticas de las conducciones de las Fuerzas Armadas. Ernesto López. Ni la ceniza ni la gloria. Actores, sistema político y cuestión militar en los años de Alfonsín. Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1994. Paula Canelo. “La descomposición del poder militar en la Argentina. Las Fuerzas Armadas durante las presidencias de Galtieri, Bignone y Alfonsín (1981-1987)”, en Alfredo Pucciarelli, (compilador). Los años de Alfonsín ¿El poder de la democracia o la democracia del poder? Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2006, pp.65-114. Carlos Acuña y Catalina Smulovitz. “Militares en la transición argentina: del gobierno a la subordinación constitucional”, en Anne Pérotin-Dumon, (directora). Historizar el pasado vivo en América Latina. Santiago, Universidad Alberto Hurtado, 2007, pp.3-94.

[7] Máximo Badaró. Militares o ciudadanos. La formación de los oficiales del Ejército Argentino. Buenos Aires, Prometeo, 2009. Sabina Frederic. Las trampas del pasado. Las Fuerzas Armadas y su integración al Estado democrático en Argentina. Buenos Aires, Sudamericana, 2013. Germán Soprano. ¿Qué hacer con las fuerzas armadas? Educación y profesión de los militares argentinos en el Siglo XXI. Buenos Aires, Prometeo, 2016.

[8] Ejército Argentino. Legajo Personal del Teniente General Martín Antonio Balza (duplicado).

[9] Elaboración propia con información de: Abelardo Figueroa. Promociones egresadas del Colegio Militar de la Nación. Buenos Aires, Edivérn, 2001.

[10] Hemos realizado un análisis de posicionamientos y actitudes de todos los oficiales destinados en el Colegio Militar de la Nación entre 1984 y 1986, reconociendo a aquellos autodefinidos como “nacionalistas” y los rotulados como “politizados” o bien “profesionalistas”, conforme a entrevistas y el estudio de sus trayectorias profesionales y políticas. Por razones de espacio sólo haré referencia a los nombres de algunos protagonistas, la mayoría pertenecientes a las compañías de infantería.

[11] Estos términos entrecomillados corresponden a expresiones de actores sociales.

[12] Loris Zanatta. Del Estado Liberal a la Nación Católica. Iglesia y ejército en los orígenes del peronismo, 1930-1943. Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1996. Humberto Cuchetti. “Algunas lecturas sobre la relación iglesia/peronismo (1943-1955): entre el mito de la `nación católica´ y la `iglesia nacional´. Revista Confluencia, año 1 Nº1, 2003. Martín Obregón. Entre la cruz y la espada. La Iglesia Católica durante los primeros años del ‘Proceso’. Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2005. Elena Scirica. “Ciudad Católica-Verbo: Discurso, redes y relaciones en pos de una apuesta [contra] revolucionaria”. Ponencia presentada en IV Jornadas Nacionales Espacio, Memoria e Identidad. Rosario, Universidad Nacional de Rosario, 2006. Miranda Lida. “Los orígenes del catolicismo de masas en la Argentina, 1900-1934”. Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, 46, 2009, pp.345-370. Mario Ranalletti. “Contrainsurgencia, catolicismo intransigente y extremismo de derecha en la formación militar argentina. Influencias francesas en los orígenes del terrorismo de Estado (1955-1976)”, en Daniel Feierstein, (compilador). Terrorismo de estado y genocidio en América Latina. Buenos Aires, Prometeo, 2009, pp.249-281. Facundo Cersósimo. “El tradicionalismo católico argentino: entre las Fuerzas Armadas, La Iglesia Católica y los nacionalismo. Un estado de la cuestión”. PolHis, Año 7 Nº14, 2014, pp.342-374. Fortunato Mallimaci. El mito de la Argentina laica. Catolicismo, política y Estado. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2015.

[13] Marcelo Sain. Los levantamientos carapintada... op.cit.

[14] Entrevista al teniente general VGM (R) Martín Antonio Balza. 2 de noviembre de 2016. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[15] Héctor Simeoni y Eduardo Allegri. Línea de fuego. Historia oculta de una frustración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991. pp.80-81.

[16] Ibídem.p.82.

[17] Ibídem.p.84.

[18] Ibídem.p.85.

[19] Entrevista al teniente general VGM (R) Martín Antonio Balza. 2 de noviembre de 2016. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[20] Entrevista al teniente general VGM (R) Martín Antonio Balza. 19 de octubre de 2016. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La nómina de oficiales y sus cargos en el Colegio Militar de la Nación ha sido confeccionada en base a información tomada del Libro Histórico de esa academia militar de 1984, 1985 y 1986. En la caracterización de los posicionamientos y actitudes “politizadas” o “profesionales” me oriento principalmente por testimonios de Balza y otros oficiales. Pero también me he servido de trabajos de científicos sociales y periodistas –citados en este texto- que estudiaron los “carapintada”.

[21] El teniente primero Luis Alejandro Candia.

[22] El teniente primero José Alberto Guidobono y el mayor médico Mario Caponnetto.

[23] Laura Graciela Rodríguez.  “Los nacionalistas católicos de Cabildo y la educación durante la última dictadura en Argentina”. Anuario de Estudios Americanos, Vol. 68, 1, 2011, pp. 253-277. Jorge Saborido. “El nacionalismo argentino en los años de plomo: la revista Cabildo y el proceso de reorganización nacional (1976-1983). Anuario de Estudios Americanos, volumen 62, Nº 1, 2005, pp.235-270. Patricia Orbe. “Entre mitines y misas. La revista Cabildo y la red de sociabilidad nacionalista católica (1973-1976). Ponencia presentada en IV Jornada de Historia Política. Bahía Blanca. Universidad Nacional del Sur / Programa Buenos Aires de Historia Política.

[24] Germán Ferrari. Símbolos y fantasmas. Las víctimas de la guerrilla: de la amnistía a “justicia para todos”. Buenos Aires, Sudamericana, 2009, p.179.

[25] Laura Graciela Graciela.  “Los nacionalistas católicos de Cabildo… op.cit. p.255.

[26] Entrevista al teniente general VGM (R) Martín Antonio Balza. 4 de mayo de 2016. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[27] El teniente Enrique Alfredo Ferraris.

[28] El capitán Leopoldo Guillermo Quintana.

[29] El teniente Enrique Alfredo Ferraris.

[30] Héctor Simeoni y Eduardo Allegri. Línea de fuego… op.cit. p.80-81.

[31] Entrevista al teniente general VGM (R) Martín Antonio Balza. 19 de octubre de 2016. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[32] Ernesto López. El último levantamiento… op.cit. Marcelo Sain. Los levantamientos carapintada... op.cit.

[33] Sobre la persistencia de discursos militares reivindicando la “lucha” o “guerra contra la subversión”, véase: Valentina Salvi. “Guerra, subversivos y muertos. Un estudio sobre las declaraciones militares en el primer año de democracia”, en Claudia Feld y Marina Franco, (directoras). Democracia, hora cero… op.cit. Germán Soprano. “El Ejército Argentino en democracia: de la `doctrina de la seguridad nacional´ a la definición de las `nuevas amenazas” (1983-2001)”, Revista Universitaria de Historia Militar, Nº7 vol.4, Cádiz, 2015, pp.86-107.

[34] Como sostiene Paula Canelo, la “reivindicación de la lucha contra la subversión” constituyó un factor decisivo de cohesión profesional de las Fuerzas Armadas. Paula Canelo. El Proceso en su laberinto. La interna militar de Videla a Bignone. Buenos Aires, Prometeo, 2008.

[35] El 22 de octubre de 2014 en una nota publicada por el periodista Danilo Albin en el sitio web del diario español Público mencionó a Deimundo Piñeiro como un oficial que realizó tareas de inteligencia sobre exiliados argentinos entre 1976 y 1977 cuando estuvo destinado en la Escuela de Guerra del Ejército de ese país. http://www.publico.es/politica/torturadores-argentinos-recibieron-cursos-instituciones.html Consultado en línea el 15 de octubre de 2016.

[36] Libro Histórico del Colegio Militar de la Nación. Año 1986. Foja 69.

[37] Ibídem. Foja 68-69.

[38] Ibídem. Foja 70. No debemos olvidar asimismo que la Constitución Nacional hasta que fue reformada en 1994 prescribía que el presidente de la Nación debía profesar la religión Católica, Apostólica Romana.

[39] Ibídem. Foja 60.

[40] Véase: editoriales de Cabildo correspondientes a los números 70 y 71 (segunda época), publicados en los meses de noviembre y diciembre de 1983.

[41] Libro Histórico del Colegio Militar de la Nación. Año 1986. Foja 71.

[42] Ibídem. Foja 72.

[43] Ibídem. Fojas 71-72.

[44] Cuando Balza era jefe de Cuerpo de Cadetes en 1984, en conversaciones con oficiales y suboficiales –no sólo del Ejército sino de otras Fuerzas Armadas- coincidían en críticas a lo actuado por la dictadura en relación con el accionar represivo y la violación a los derechos humanos. Entrevista al teniente general VGM (R) Martín Antonio Balza. 14 de diciembre de 2015. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[45] No he podido hallar copia del Plan de Estudios. Algunos de los cambios académicos y en la sociabilidad militar introducidos con el Plan fueron reconstruidos por testimonios de militares destinados entonces en el Colegio Militar de la Nación.

[46] Entrevista al teniente general VGM (R) Martín Antonio Balza. 14 de diciembre de 2015. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[47] Entrevista al general de división (R) Mario Luis Chretien. 19 de noviembre de 2015. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[48] Entrevista al general de brigada VGM (R) Oscar Martínez Conti. 9 de diciembre de 2015. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[49] Entrevista al general de brigada (R) Antonio Eduardo Serrano. 26 de noviembre de 2015. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[50] Héctor Simeoni y Eduardo Allegri. Línea de fuego… op.cit. p.80-81.

[51] Entre quienes se sumaron al “levantamiento militar” encabezado por Aldo Rico en la Escuela de Infantería se encontraban oficiales que fueron instructores del Colegio Militar de la Nación entre 1984-1986: Luis Alejandro Candia, Juan Bautista Sasiain, Jorge Guillermo Villarreal, Ernesto Hanse Larramendi, Martín Eduardo Sánchez Zinny, Jorge Raúl Daura, Ricardo Alfredo Morici, Pablo Andrés Oliva, Enrique Alfredo Ferraris y Andrés Máximo Maisano.