Los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú en la construcción de los estados provinciales, 1820-1831*

 

 

 

The officers of the Auxiliary Army of Peru in the construction of the provincial states, 1820-1831

 

 

 

Alejandro Morea

Grupo de Investigación Problemas y Debates del Siglo XIX,

Centro de Estudios Históricos, Facultad de Humanidades,

Grupo de Investigación en Historia Económica y Social,

Centro de Investigaciones Económicas y Sociales,

Facultad de Ciencias Económicas y Sociales

 Universidad Nacional de Mar del Plata

Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina

alemorea@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

Resumen

El presente artículo busca abordar el rol que tuvieron aquellos hombres que se desempeñaron como oficiales del Ejército Auxiliar del Perú durante las guerras de independencia en la construcción de los estados provinciales en el período de las autonomías provinciales. El objetivo es, por un lado, analizar los roles y funciones específicas que desempeñaron estos oficiales en los gobiernos provinciales tras la crisis del gobierno central, y por otro, a los ejércitos de la revolución como formadores y proveedores de competencias para que aquellos que pasaran por las filas pudieran actuar también como funcionarios del estado. Por esta razón combinaremos una mirada general sobre el cuerpo de oficiales del Ejército Auxiliar del Perú y sobre los ejércitos de la revolución, con el examen de algunas trayectorias individuales que nos permita ejemplificar y arrojar luz sobre este proceso.

 

Palabras clave

Estados provinciales; funcionarios; ejércitos; oficiales, política

 

 

Abstract

This article is looking to aboard the role that men how had served as officers of Auxiliary Army of Perú during the independence war in the construction of the provincial states during the period of autonomy provinces. The main objective is, for one side, analyze the specific functions and roles played by these officers in the provincial governments after crisis of the central governments, and secondly, the armies of the revolution as trainers and provider of skills so those who pass the rows could also act as functionary. For this reason we will combine a general look of the officer corps of Auxiliary Army of Perú, with the examination of some individual trajectories that allow us to illustrated and shed light on this process

 

Keywords

Provincial states; functionary; armies; officers, politics.

 


 

Introducción

 

El inicio del proceso revolucionario significó un gran trastrocamiento de la estructura administrativa y burocrática existente en el período colonial en toda la América Hispánica. Con dificultades y de forma lenta, se fueron produciendo modificaciones y cambios que comenzaron a perfilar las instituciones sobre las que se comenzó a construir el andamiaje de gobierno de los nuevos estados surgidos tras la revoluciones de independencia. Desde hace ya algunos años la historiografía argentina ha demostrado que para el caso rioplatense, por fuera de lo que se había creído, no existió un “vacío institucional” en los estados soberanos en los que se fragmentó las Provincias Unidas de Río de la Plata en 1820. Esto sin embargo no fue incompatible con la existencia de la figura de los gobernadores-caudillos o la existencia de regímenes caudillistas en la mayoría de estos nuevos estados. Sobre todo si planteamos al caudillismo como una forma de dominación social que emergió en el Río de la Plata tras el proceso revolucionario y en un contexto republicano como sostienen Eduardo Míguez y Valentina Ayrolo.[1] Estos hombres se montaron sobre este nuevo entramado institucional y no fueron su antítesis.[2]

Junto a la paulatina adopción de formas republicanas representativas, de la mano de la implementación de textos constitucionales, hubo una preocupación por desarrollar nuevas estructuras administrativas y de gobierno.[3] Este proceso atravesó a todos los estados-provincias surgidos de la desintegración de las Provincias Unidas del Río de la Plata, aunque no con la misma intensidad y profundidad.[4] Al desaparecer el gobierno central y con él las Provincias Unidas del Río de la Plata, cada gobernación intendencia reasumió su soberanía convirtiéndose por lo tanto en provincias-estado. Incluso algunas de ellas se fragmentaron en unidades políticas más pequeñas siguiendo lo planteado por el jusnaturalismo y la retroversión de la soberanía a los pueblos, que era lo que había estado detrás de todo el movimiento juntista a ambos lados del Atlántico y de las tensiones entre Buenos Aires y el proyecto de los Pueblos Libres liderado por Artigas entre 1813 y 1820. 

El ejercicio de esta soberanía se materializó en la necesidad de organización de las fuerzas milicianas[5], en la creación de escuelas, en la estructuración de una policía y de una liturgia política que coadyuvaran  al control de la población[6] y en los intentos por dar estabilidad económica a los nuevos estados a partir de nuevas aduanas e impuestos, etc. En segundo instancia, los nuevos encargados del poder político en los estados provinciales llevaron a cabo un proceso de legitimación de su autoridad y se enfrentaron a diferentes obstáculos en la creación de un orden institucional basado en la división republicana de poderes.[7] En un tiempo de penurias económicas, uno de los mayores desafíos que tuvo que enfrentar este tipo de propuestas fue la alta conflictividad entre las diferentes fracciones de las elites provinciales que además contaban con amplia capacidad de movilización sobre la población.[8] La multiplicación de los hombres en armas tras el final del proceso revolucionario y la imposibilidad de recurrir a un poder que fungiera como árbitro en los conflictos también llevó a que el proceso de militarización de la política se agudizara. Esta cuestión afectó en gran medida la estabilidad de la mayoría de los sistemas políticos provinciales. 

Germán Soprano y Ernesto Bohoslavsky han propuesto que las obras antes mencionadas se ubican dentro de un grupo de textos preocupados por la génesis del Estado ya que abordaban la conformación de diferentes unidades políticas entre la crisis del orden colonial y la década de 1840, reconociendo sus relaciones históricas con la formación posterior del Estado y la nación argentina en la segunda mitad del siglo XIX.[9] En este sentido, nuestro artículo pretende entroncarse con esta tradición analítica y aspira a realizar un aporte a la misma a partir del estudio sobre algunos de los actores que tuvieron la responsabilidad de construir este nuevo entramado estatal o desempeñaron estas funciones en los nuevos estados provinciales.

Si los historiadores han intentado dejar atrás la idea de la anarquía del año veinte para referirse a los sucesos que tuvieron lugar en las Provincias Unidas con la caída del Directorio en 1820, la revisión  de esta idea no quita que en muchas de las provincias se hayan experimentado situaciones complejas y cambiantes en el orden político y social. Esta cuestión sumaba una dificultad mayor al hecho mismo de tener que asumir esa soberanía que revertía o era reapropiada en estas nuevas ciudades-estados de las que nos habla Chiaramonte.[10] Así, quienes tuvieron en sus manos la responsabilidad de construir las nuevas unidades políticas se vieron precisados de hacer frente a la movilización de hombres armados como forma de resolver los conflictos y, a su vez, poner en funcionamiento el entramado institucional y político de los nuevos estados. En este contexto, aquellos hombres que eran portadores de un conocimiento específico o técnico, pasaron rápidamente a integrarse a los nuevos elencos de funcionarios y administradores con los que se buscó robustecer a las nuevas unidades políticas.[11] Nuestro trabajo, entones, estará orientado a tratar de establecer que rol tuvieron aquellos hombres que formaron parte de la oficialidad del Ejército Auxiliar del Perú en la construcción de estas nuevas unidades estatales surgidas a partir de 1820, y en considerar que conocimientos y saberes de los que eran portadores, resultaron importantes en dicha construcción.

La participación de militares como funcionarios o en el ejercicio de cargos políticos no fue una novedad del período. Ya en tiempos coloniales las autoridades habían recurrido a hombres del Ejército de tierra o de la Armada para el desempeño de todo tipo de funciones.[12] Esto tuvo continuidad durante el proceso revolucionario, donde los ejércitos de la revolución aportaron hombres al gobierno para el desempeño de las funciones más diversas e incluso muchos de los oficiales tuvieron la posibilidad de construir en simultáneos carreras militares y políticas.[13] Incluso en la construcción de estas carreras políticas las variantes fueron numerosas. No hubo un solo recorrido posible sino que al ser la actividad política un campo en construcción no existían normas precisas que regularan su ingreso o permanencia.[14] Los hombres del Ejército Auxiliar del Perú no fueron la excepción. Muchos de ellos ejercieron funciones de gobierno durante la revolución y se convirtieron en figuras políticas relevantes del proceso durante su participación en esta fuerza o partir de ella.[15] Muchos otros, sin embargo, lo hicieron en el periodo de las autonomías provinciales y cómo decíamos los recorridos fueron diversos transformándose algunos en las figuras más importantes de esos espacios.[16] Pero por fuera de la construcción de carreras políticas, en esta oportunidad nos interesa centrarnos en aquellos oficiales que no se integraron a estos espacios como grandes figuras políticas o en torno a los cuales se construyeron esos estados como pueden ser los casos de Felipe Ibarra en Santiago del Estero o de Juan Bautista Bustos en Córdoba. Preferimos pensar en aquellos nombres no tan conocidos que se sumaron a la construcción del andamiaje institucional de estas unidades políticas en función de que podían cumplir roles específicos tras su paso por el Ejército Auxiliar del Perú. Para poder analizar lo ocurrido con estos hombres es que hemos recurrido a la idea de “capital cultural” que nos ofrece Pierre Bourdieu.[17]

Al utilizar este concepto de Bourdieu nos referiremos específicamente a los conocimientos que poseen los sujetos y no tanto a sus gustos y preferencias culturales y estéticas que también quedan contempladas dentro de la definición de “capital cultural” desarrollada por el sociólogo francés. El uso de esta noción nos permite entender cómo algunos de estos oficiales lograron abrirse paso e insertarse en los estados provinciales gracias detentar saberes específicos.

Mientras algunos pudieron hacer gala de poseer un capital cultural institucionalizado, es decir, el reconocimiento al capital adquirido en instituciones de formación y reconocido mediante la posesión de diplomas y títulos, como pueden ser los ingenieros militares, otros se valieron del capital cultural incorporado, es decir, el tiempo invertido para acumular un conocimiento específico que no requiere necesariamente del reconocimiento institucional o no es refrendado con titulaciones.[18] Esta segunda dimensión es muy importante en un contexto de incipiente institucionalización como experimentaron los distintos estados provinciales que reasumieron su soberanía en 1820. La urgencia por incorporar hombres que entendieran las lógicas administrativas o que pudieran encarar la puesta en marcha de nuevas instituciones, agencias, departamentos, volvieron importantes a los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú que poseían un “capital cultural” informal significativo para encarar esta tarea. Nuestro análisis igualmente se extiende hasta 1831. Fundamentalmente por el quiebre que produce la llegada de Juan Manuel de Rosas al gobierno de Buenos Aires. La expansión del federalismo rosista en el interior tras la derrota de la coalición unitaria al mando de José María Paz introducirá cambios en las lógicas de construcción política y a raíz de eso una renovación de los elencos gobernantes y de funcionarios de las unidades estatales. Esto no quiere decir que no haya habido hombres de esta fuerza que se integraron a los estados provinciales a partir de 1831, de hecho hemos constatado que esto ocurrió, pero quizás ya no por lo que hicieron entre 1810 y 1820 en el marco de la revolución, sino a partir de una resignificación de carreras, trayectorias, conocimientos y lealtades en el marco del nuevo contexto político. Por esta razón nos resulta aventurado proyectarnos más allá de esa fecha.

En virtud de lo dicho analizaremos dos tipos de situaciones, una en la que los oficiales del Ejército Auxiliar se destacan por sus conocimientos en el arte de la guerra, pero también tendremos en cuenta aquellas situaciones donde gracias a su pasado como militares también tenían la posibilidad de destacarse como funcionarios y agentes de los nuevos gobiernos. Por cuestiones de espacio dejaremos de lado en esta oportunidad el análisis sobre el rol que desempeñaron aquellos que tenían un capital cultural institucional. Para la realización de este artículo trabajamos con fuentes sobre el Ejército Auxiliar del Perú localizadas en el Archivo General de la Nación, con repositorios del Archivo Histórico de Córdoba, diccionarios biográficos y una serie de Documentos impresos del Archivo Belgrano y del Archivo Pueyrredón del Museo Mitre.   

 

La crisis del poder central y la importancia del saber militar

 

La derrota de los ejércitos del Directorio en la batalla de Cepeda en 1820 ante las fuerzas lideradas por Estanislao López y Francisco Ramírez, gobernadores de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, no trajo calma al inestable contexto político de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Todo lo contrario. En el corto plazo la conflictividad política se incrementó y alcanzó espacios que hasta el momento habían logrado mantenerse relativamente aislados de las disputas entre los partidarios de un estado de corte centralista y quienes defendían formas de organización federal o confederal.[19] Quizás una de las marcas más profundas que dejó la militarización revolucionaria en Sudamérica haya sido la incapacidad de las elites por resolver los conflictos que las atravesaban sin recurrir a la movilización de distinto tipo de fuerzas militares: milicias, ejércitos de línea, montoneras.[20] Esta conflictividad se manifestó como enfrentamientos entre distintos grupo dentro de los mismos estados provinciales pero también en disputas entre las mismas unidades estatales.[21]

Para la mayoría de los nuevos estados provinciales resultó imperioso contar con hombres capaces de formar y conducir a las fuerzas provinciales en el agitado contexto político desatado con la caída del poder central. Por lo tanto no es extraño que los oficiales de esta fuerza militar encontraran espacios donde insertarse gracias a presentarse como los hombres indicados para desarrollar esta tarea. La militarización de la sociedad a raíz del inicio del proceso revolucionario llevó a que fueran numerosos los hombres que abandonaron de forma momentánea o permanente su forma de vida anterior a los sucesos de 1810 y que se volcaron a la actividad guerrera, o que optaron por desarrollar una carrera dentro de los ejércitos. Sin embargo, a pesar de esta cuestión, no todos aquellos que habían formado parte de este proceso de militarización estaban en condiciones de encarar la tarea que implicaba la conflictividad política de los primeros años de la década de 1820.[22]

La mayoría de los hombres al momento de integrarse al Ejército Auxiliar del Perú eran inexpertos, es decir, que no tenían conocimientos militares adquiridos previamente. Más del 40% de los integrantes del cuerpo de oficiales no había participado de ningún tipo de fuerza militar antes de integrarse a este ejército.[23] Incluso aquellos que sí habían participado de las fuerzas milicianas coloniales o quienes habían integrado algunas de las fuerzas veteranas de la corona, en ocasiones tenían un conocimiento superficial sobre todo lo relacionado con la vida militar. Recordemos que para el inicio del proceso revolucionario el aparato defensivo de la corona en el Río de la Plata se encontraba muy debilitado. Las fuerzas veteranas no habían recibido los relevos y reemplazos necesarios en los últimos años por las dificultades que tenía la corona para comunicarse con sus colonias desde fines del siglo XVIII y la reforma miliciana de 1801 experimentó muchas dificultades. Esta cuestión se hizo evidente con las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807.

Por otro lado, los regimientos de milicias surgidos en Buenos Aires al calor de estos eventos funcionaron, luego de esta fecha, más como espacios de sociabilidad política que como lugares de formación e instrucción militar.[24] Esto no significa que las milicias no hayan sido importantes durante el período, todo lo contrario, estas formaciones crecieron durante el periodo y los ejércitos se nutrieron de hombres provenientes de las milicias permanentemente pero esto no significó efectivamente que el paso por la estructura milicianas transformara a aquellos hombres que pasaban por sus filas en militares profesionales. Esta situación puso en jaque más de una vez la idea de dotar a esa fuerza de un cuadro de oficiales profesionales que ejerciera la conducción de la tropa.

Cuestión que se conjugaba con el problema para sostener los espacios de instrucción dentro del mismo ejército ya que los avatares de la guerra hicieron que fuera difícil encontrar los tiempos necesarios para llevar adelante esta tarea. Esta situación se agudizó también por  las dificultades de los distintos gobiernos para reclutar hombres con los conocimientos necesarios para hacerse cargo de la instrucción. No por nada la mayor parte de los gobiernos surgidos al calor del proceso revolucionario en Sudamérica intentaron recurrir a la recluta de oficiales europeos con pasado en las guerras napoleónicas.[25] A raíz de estos es que resulta complejo sostener la profesionalización de esta fuerza militar a partir de alguna fecha en particular.[26]

No obstante, a pesar de todos los contratiempos, no hay dudas que el Ejército Auxiliar del Perú terminó convirtiéndose en una escuela de formación militar para aquellos que pasaron por sus filas. Los hombres que se incorporaron a esta fuerza tuvieron que habituarse a las rutinas de un ejército que efectivamente se preparaba para entrar en combate, aprender lo que se esperaba de ellos en el campo de batalla, pero también desempeñar adecuadamente su función en tiempos de paz: instruir a sus subordinados para que estén listas para el próximo enfrentamiento, aprovisionar a la tropa, mantener y conservar el material bélico, etc.

En la práctica, el paso por esta fuerza les permitió obtener los conocimientos militares suficientes para ser considerados hacia 1820 como “oficiales profesionales” por sus contemporáneos. Sobre todo si tenemos en cuenta el contexto del que partieron, pero también en comparación con aquellos que no fueron enlistados. Lo cierto es que algunos de los hombres que fueron incorporados al Ejército Auxiliar del Perú permanecieron hasta nueve años en él y en ese tiempo, muchos recorrieron todo el escalafón militar.[27] Una estancia tan prolongada, aunque haya estado plagada de inconvenientes, con defectos e insuficiencias en la formación y conducción del ejército, repercute en los hombres, en sus conocimientos y capacidades. ¿Qué quiere decir que sean profesionales entonces? Que luego de pasar un parte importante de su vida dentro de la milicia no solo conocían mínimamente la estructura de funcionamiento, las ordenanzas que regían la vida militar, o lo que se esperaba de ellos en combate, sino que también eran capaces de transmitir este conocimiento a sus subordinados o de conducirlos en el campo de batalla sin que por esto se convirtieran en el prototipo de hombres descriptos por las ordenanzas.[28]

Si bien fueron muchos los hombres que formaron parte de la oficialidad del Ejército Auxiliar del Perú no todos se ajustan a esta breve caracterización que realizamos, pero algunos de ellos sobresalieron y lograron posicionarse, incluso más allá del mismo ejército, como hombres capaces, como “buenos oficiales”. Repasemos algunas trayectorias concretas de aquellos que aprovecharon las oportunidades que ofrecía el caótico contexto político e institucional tras las caída del poder central, para hacerse un lugar en los nuevos estados gracias a su pasado militar y las credenciales de buenos oficiales.

 

Un porteño y dos mendocinos en la puja por la conducción de las tropas de Mendoza

 

Francisco Fernández de la Cruz, José León Domínguez y Bruno Morón formaban parte del Ejército Auxiliar del Perú al momento de producirse el motín de Arequito.[29] No solo eso, ocupaban lugares de mucha relevancia dentro de la estructura de mando de esa fuerza militar. El coronel mayor Fernández de la Cruz era el general en jefe tras la salida de Manuel Belgrano, el coronel Domínguez estaba al mando del Regimiento de Infantería Nº 9 y el coronel Morón ejercía la comandancia del Regimiento de Infantería Nº 2. Estos dos últimos hombres, además, formaron parte del pequeño grupo de oficiales que sostuvo la autoridad de Fernández de la Cruz ante la sublevación que encabezó el coronel Juan Bautista Bustos en la posta santafesina. Tras el retroceso del Ejército Auxiliar del Perú a la provincia de Córdoba y su desintegración progresiva, estos militares se trasladaron a la provincia de Mendoza y en ella tuvieron la oportunidad de ofrecer sus servicios al gobierno local en la difícil coyuntura de los años veinte. 

La sublevación del Batallón de Cazadores de Los Andes en San Juan, que había tenido lugar en simultáneo a los sucesos de Arequtio, fue lo que llevó a que las autoridades cuyanas buscaran la experiencia y conocimientos de estos hombres. El temor a que la insubordinación se extendiera a los cuerpos de Granaderos a Caballo y de Cazadores a Caballo que se encontraban situados en Mendoza, impulsó al coronel Alvarado, jefe de esta fuerza, a decidirse a traspasar la cordillera para evitar que se sumaran a sus compañeros, y de esta forma conservar estas fuerzas para el Ejército de Los Andes. Pero esta decisión de Alvarado dejó a Mendoza sin un jefe competente y sin la tropa necesaria para hacer frente a la amenaza que representaban los Cazadores sublevados.[30] Ante el peligro, el gobierno de Mendoza rápidamente movilizó a las milicias y para asegurarse un manejo adecuado de estas fuerzas y salir airoso ante el desafío que representaba este movimiento de tropas, decidió convocar a estos oficiales del Ejército Auxiliar del Perú ya que dicha fuerzas carecías de mandos competentes.

No es extraño que las autoridades hayan procedido de esta manera. Fernández de la Cruz tenía una extensa carrera militar que se había iniciado en los regimientos de milicias surgidos con las invasiones inglesas y durante las guerras de independencia había alcanzado posiciones de mando muy importantes.[31] Dentro del Ejército Auxiliar del Perú se había desempeñado como mayor general con las conducciones de José de San Martín, José Rondeau y Manuel Belgrano. Obtuvo el reconocimiento por parte de sus superiores, subordinados y también de las autoridades. José de San Martín fue quien había recomendado al gobierno en 1814 que designaran a Fernández de la Cruz como su segundo porque lo creía un hombre capaz de llenar los cometidos que implicaba esta función. Destacaba sus conocimientos militares, su contracción al trabajo, su bajo perfil y su correcto comportamiento y subordinación.

 

…El empleo es uno de los que tiene más influencia en la organización de los Ejércitos y para desempeñarlo se necesita una contracción, aplicación e inteligencia, sino que es necesario un carácter de primera que lo distinga: estas circunstancias, en mi concepto, se hallan reunidas en Dn. Francisco Fernández Cruz…[32]

 

Pero su capacidad no se limitaba solo a sus virtudes como organizador, también había sobresalido en la conducción de las tropas en combate. Durante la caótica gestión militar de José Rondeau, fue el encargado de comandar al Ejército Auxiliar en la batalla de Puesto del Marques, la única victoria obtenida por las fuerzas de la revolución durante esa desastrosa campaña en el Alto Perú.  

No resulta difícil de entender entonces, que el gobernador de Mendoza le haya solicitado que se pusiera al mando de las fuerzas milicianas de la provincia y que marchara a enfrentar a las tropas sublevadas y restaurara el orden. Tampoco que además se recurriera a Bruno Morón y José León Domínguez, quienes además eran oriundos de Mendoza. Quizás cueste más entender los fundamentos o las razones que llevaron a la elección del hombre que debía secundar a Fernández de la Cruz en esta empresa. Estando disponibles los coroneles Domínguez y Morón, la elección recayó en este último. Ambos tenían una extensa y basta carrera militar además del reconocimiento de sus pares, como para aspirar a ese lugar dentro de la cadena de mando. En el caso de Bruno Morón, en varias ocasiones sus superiores dentro del Ejército Auxiliar del Perú le confiaron diversas tareas vinculadas a la instrucción de la tropa y de los propios oficiales.[33] Inclusive, el mismo Morón manifestó en más de una oportunidad su preocupación por corregir la conducta de aquellos oficiales a su mando que no tenían un comportamiento adecuado a su posición dentro de la estructura del ejército. El coronel Manuel Pueyrredón quien lo acompañó en el enfrentamiento contra las fuerzas de José Miguel Carrera que invadieron la provincia de Mendoza en 1820 lo recordaba de la siguiente manera:

…El general Morón, natural de Mendoza, era un joven muy distinguido del ejército del Perú. Después de la maldita sublevación de Arequito, hecha por el coronel Juan Bautista Bustos y los comandantes José M. Paz y Alejandro Heredia, Morón fue uno de los jefes fieles a su deber, no queriendo tomar parte en ella, se retiró a su país natal (…) Era de una educación escogida, de maneras cultas, amable por carácter, sumamente bondadoso, era además un valiente y completo caballero (…) Cuando se escriba la historia de las guerras del Perú, el general Morón ocupará un lugar distinguido en ella…[34]

 

Los méritos de Domínguez no eran menores. Había formado parte del Ejército Auxiliar en dos oportunidades. Fue además, quien lideró la partida que capturó a Liniers y Gutiérrez de la Concha en 1810, y había participado de algunos de los primeros enfrentamientos en los que se vio envuelto el Ejército Auxiliar del Perú. Así se refería a sus servicios el propio Fernández de la Cruz:

 

…En la mayor parte me son constantes los servicios hechos por el coronel graduado Don José León Domínguez a que se refiere en la presente solicitud, unos por notoriedad y otros por haberlos presenciado; pero de los que puedo hablar más particularmente es de los prestados en el tiempo que ha estado desde fines del año 15 en el Exto. Auxiliar del Perú baxo mis órdenes: su conducta, su contracción y el desempeño puntual de quanto se ha puesto a su cargo ha sido el mas distinguido, y propio de un Geje de honor, su adhesión al orden y subordinación que siempre había acreditado lo envolvieron en las mismas desgracias y mal tratamiento que cupo a todos los Gefes de dicho Exto. en la revolución del mismo 10 de enero del año 20…[35]

 

  Aunque ambos hombres tuvieron un largo recorrido en el Ejército Auxiliar del Perú, las autoridades parecen haber preferido la figura de Morón. Es probable que en esta decisión hayan pesado las relaciones personales de uno y de otro con las autoridades. La decisión parece haber sido la acertada ya que según Beatriz Bragoni el pasado de Morón y su perfil militar, resultó idóneo para modificar la fisonomía de las milicias provinciales y dotarlas de una nueva cohesión y de un sentido de lealtad al gobierno que resultó fundamental en las acciones posteriores.[36] Aunque las fuerzas formalmente quedaron bajo el mando de Fernández de la Cruz, el rol de Bruno Morón en la instrucción y formación de las fuerzas de Mendoza fue central. Esto no quiere decir que Domínguez se haya mantenido al margen de la contienda militar, ya que conformó una división de 200 hombres con los que se sumó a las fuerzas que quedaron al mando de Morón y Fernández de la Cruz. Sin embargo, esta decisión del gobernador de Mendoza, Tomás de Godoy Cruz, terminó teniendo consecuencias en el futuro.

Por distintos motivos, ninguno de estos personajes tuvo una continuidad muy importante al servicio de Mendoza, ni se transformaron en figuras relevantes de la política cuyana una vez contenidas las fuerzas rebeldes. Fernández de la Cruz luego de obtener la victoria y de desarmar a los sublevados, dejó su puesto de general en jefe y se dirigió a Buenos Aires, de donde era oriundo. Un rumbo similar siguió Domínguez, quien también partió hacia dicha provincia. Solo Bruno Morón se mantuvo al frente de las fuerzas de Mendoza y quedó encargado de enfrentar a las fuerzas de los hermanos Carrera que, habiendo cruzado Córdoba, se dirigían hacia Cuyo. No obstante, este general tampoco tuvo un recorrido muy largo. Tuvo un trágico final en el combate de Río Cuarto donde cayó muerto y las fuerzas, por él conducidas, fueron derrotados por José Miguel Carrera.[37]

En el caso de Domínguez, la situación fue más compleja. Tras haber colaborado con el gobierno en detener el avance de las tropas del Batallón de Cazadores de Los Andes, se vio involucrado en una extraña situación que tuvo lugar con posterioridad. En junio de 1821, el gobierno de Mendoza había decidido movilizar parte de sus milicias hacia San Luis. La intención era reforzar las tropas de esa provincia que se preparaban para enfrentar a las fuerzas de Carrera, y el coronel Domínguez fue puesto al mando de esta partida. Sin embargo fue separado del mando poco después y se inició un sumario en contra suyo porque fue acusado de “alentar” la deserción entre sus propias tropas para que se pasaran a las del militar chileno.[38] Esta conducta, muy alejada de lo que había sido hasta ese momento una foja de servicios casi impecable y un comportamiento que siempre priorizó el respeto y la obediencia a las jerarquías, no dejó de llamar la atención. Beatriz Bragoni ha sugerido que para entender lo sucedido no alcanza con remitirse a celos y pujas profesionales.[39] Sin embargo su frustrada llegada al gobierno de Mendoza, para el cual había sido considerado luego de la renuncia de Toribio Luzuriaga, y su postergación dentro de la estructura militar provincial detrás de la figura de Fernández de la Cruz y sobre todo de Morón, son cuestiones a tomar en cuenta. Quizás Domínguez consideraba que en ese estado de cosas su carrera política en Mendoza no iba a progresar, y que lo mejor era promover un cambio en la situación. No obstante, de lo que no hay dudas, es que este episodio marcó el final de su vinculación con su provincia natal. En 1822 se radicó en la provincia de Buenos Aires y hasta su muerte, en 1833, se mantuvo dentro de las fuerzas de dicha provincia, habiendo tenido una breve participación en la Guerra del Brasil.[40]

Fernández de la Cruz capitalizó su imagen de un oficial profesional que conocía en profundidad su oficio y al que se le podía confiar tareas relacionadas a la organización y conducción de los ejércitos y de la guerra. Por eso logró convertirse en una figura a tener en cuenta por aquellos que fueron los encargados de conducir los destinos políticos de las Provincias Unidas y de la Provincia de Buenos Aires en las décadas del veinte y del treinta. Si su trayectoria en el Ejército Auxiliar del Perú fue lo que llevo a las autoridades mendocinas, su actuación contra las fuerzas federales que comenzaban a surgir en las provincias cuyanas terminó de consolidar su reputación militar.

Esta última acción, además, ayudó a corroborar su identificación con aquellos que impulsaban una forma de organización política centralizada, de lo que ya había dado muestras durante su paso por el Ejército Auxiliar. No es extraño entonces encontrarlo revistando como una figura político-militar importante de este grupo a mediados de la década de 1820 en una función diferente como veremos a continuación.

 

De militares a funcionarios

 

Los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú, como decíamos, adquirieron muchos de sus conocimientos sobre la guerra en el mismo ejercicio de su profesión. Pero a la par de este aprendizaje práctico se esperaba que aquellos que accedían a la oficialidad también le dieran importancia a su formación teórica. Al ser una buena síntesis de las tradiciones militares españolas y de las mejoras e innovaciones producidas en las principales potencias militares europeas, los ejércitos revolucionarios durante las guerras de independencia continuaron utilizando las Ordenanzas Militares de Carlos III. Esta reglamentación distribuía funciones militares y administrativas entre los oficiales y suboficiales, y se esforzaba en definir roles para cada uno de los integrantes del ejército, buscando la formación de un funcionario militar moderno.[41] El intento de profesionalización y burocratización de las tropas españolas tuvo un fuerte impacto en la estructura de gobierno colonial español. Michel Bertrand ha señalado que con la creación de las Intendencias en 1785 se dio una mayor integración de las estructuras militares al resto del sistema administrativo civil con la intención de tener un control más estrecho de las realidades locales. Los nuevos funcionarios eran reclutados en el ejército y sobre todo en la infantería. Según Bertrand, esto ocurrió así porque el ejército tras el proceso de reforma impulsado por Carlos III se transformó en el principal formador y proveedor de competencias para los funcionarios coloniales.[42]

La desaparición de muchas de las viejas corporaciones y estructuras burocráticas de la monarquía transformaron al ejército en una de las pocas instituciones que no solo sobrevivieron a las llamadas Guerras de Independencia sino que se vieron fortalecidas. Tulio Halperin Donghi ha sostenido que los militares se convirtieron en el primer estamento del naciente estado, desplazando en importancia a comerciantes, magistrados o integrantes del cabildo. Al quedar ligado el éxito de la revolución a la suerte de la guerra, los jefes militares consolidaron su lugar protagónico en el proceso revolucionario.[43] Por otro lado, el desmembramiento del viejo aparato burocrático de la corona y la debilidad del nuevo estado transformaron a los oficiales del ejército en el cuerpo de funcionarios más importante de la revolución, como ha señalado Gabriela Tío Vallejo.[44] No es extraño entonces que los primeros gobiernos revolucionarios hayan continuado con esta práctica que señalaba Bertrand para el período colonial.[45] Esta situación hizo más atractiva la carrera militar para muchos jóvenes. El lugar de preeminencia y la posibilidad de construir una carrera dentro del estado que además podía transformarse en una carrera política, llevó a que muchos jóvenes se volcaron masivamente a la milicia por motivos que trascendían la búsqueda de gloria y prestigio en batalla.

Sin embargo, la conformación de militares con ese perfil de funcionariado moderno no resultó sencilla. Como ya dijimos, la mayor parte de los hombres que se incorporaron al cuerpo de oficiales de esta fuerza lo hizo sin ningún tipo experiencia militar, por lo que desconocían su oficio. La mayoría de los que habían recibido algún tipo de instrucción militar la habían obtenido en las fuerzas milicianas formadas a raíz de las Invasiones Inglesas. Estas milicias, conformadas por fuera del Reglamento de Milicias Disciplinadas de 1801, habían estado muy poco apegadas a lo establecido en las ordenanzas de Carlos III para los ejércitos, por lo que aquellos hombres que pasaron por estos regimientos milicianos tampoco tuvieron un conocimiento mucho más amplio que sus compañeros sin pasado militar.

El problema central fue que la revolución no contaba con fuerzas de línea como las descriptas por las ordenanzas y la construcción de los ejércitos, como por ejemplo el Ejército Auxiliar del Perú, se hizo a partir de las unidades de milicias existentes. La transformación de las fuerzas milicianas en tropa veterana, no alcanzó para que se comportaran como fuerzas regulares.[46] El bajo nivel de formalización administrativa de las milicias, acompañado de funciones y roles muy poco delimitados, era el principal problema para realizar esta transformación de manera exitosa.[47] Raúl Fradkin señaló el carácter híbrido que tuvieron las fuerzas revolucionarias, inclusive en aquellas unidades militares que se conformaron durante la revolución.[48] Está cuestión representó una gran dificultad para los gobiernos revolucionarios que buscaron profesionalizar la conducción de la guerra y como ya dijimos el Ejército Auxiliar no fue la excepción.[49] En simultáneo es posible sostener que muchos de los hombres que participaron del Ejército Auxiliar del Perú se transformaron en profesionales de la guerra, al menos para el contexto rioplatense. Es decir, que adquirieron los rudimentos de la actividad. Lo que nos interesa de esta cuestión en particular, es aquello que tiene que ver con la administración de los regimientos, batallones y compañías. Lo que en las ordenanzas aparece como la “economía de los regimiento” y que en la práctica tenía que ver con el día a día de los hombres dentro del ejército. Los oficiales eran los responsables de administrar los recursos económicos de los hombres a su mando, de repartir los equipos, el material bélico, los uniformes pero también de llevar al día el registro de altas y bajas, de informar sobre el desempeño de sus subordinados, de comunicar las órdenes, etc.

Gran parte de esta actividad cotidiana obligaba a los oficiales a llevar un registro muy detallado de las unidades a su mando y estar en conocimiento de las cadenas de mando, de responsabilidad y los distintos trámites y procedimientos burocráticos establecidos en las ordenanzas. Pero además los ponía en contacto con distintos funcionarios y dependencias del ejército pero también con otros actores del estado, lo que les daba un conocimiento sobre la administración en general mucho mayor que la que podían tener otros de sus contemporáneos.  

No es extraño entonces que hayan tenido un rol importante hombres de este ejército en el ejercicio de otro tipo de funciones. Cómo señalamos previamente, Fernández de la Cruz logró destacarse y proyectar su figura más allá de lo ocurrido en Mendoza. Desde su llegada a Buenos Aires en 1822 desarrolló una importante trayectoria política ligada a lo que luego será conocido como el unitarismo. En el transcurso de la tercera década del siglo XIX tuvo destacadas actuaciones como ministro, secretario y representante político del gobierno de la provincia de Buenos Aires. Sobresalió sobre todo por su desempeño en la secretaría de Guerra en la gobernación de Martín Rodríguez, durante la llamada “feliz experiencia” y en los roles de Ministro de Guerra y Marina durante la presidencia de Bernardino Rivadavia después. Durante la “feliz experiencia” debió lidiar con la reforma militar implementada en esos años y con la expedición contra las poblaciones indígenas ubicadas al sur del salado. Ya como ministro tuvo a su cargo la fatigosa tarea de preparar, de organizar el ejército que debía enfrentar al Imperio del Brasil en el conflicto que involucró a ambos por el control de la Banda Oriental.[50]

La buena tarea de Fernández de la Cruz nos da pie también para hablar de otros oficiales, que sin ocupar cargos de tanta responsabilidad, se desempeñaron como funcionarios de gobierno, como agentes de los nuevos estados provinciales gracias a ese capital cultural informal adquirido durante las guerras de independencia vinculada con “la economía de los regimientos”.

Tras el motín de Arequito es posible ver que a Juan Gualberto Echeverría se le abrieron nuevas posibilidades. En 1821, Juan Bautista Bustos, el nuevo gobernador de la provincia de Córdoba lo designó como Comandante de la Frontera Sur de la provincia. En el nombramiento de Echeverría para este cargo influyó una combinación de cuestiones y de situaciones.

Observando su trayectoria dentro del Ejército Auxiliar del Perú es claro que Echeverría logró capitalizar los vínculos establecidos con Juan Bautista Bustos para obtener ese nombramiento como comandante militar. Este vínculo entre ambos se sustentaba no solo en las numerosas ocasiones en que estuvo a las órdenes de Bustos en el Ejército Auxiliar, sino también en el importante rol que tuvo en la movilización de los soldados en los que se apoyó Bustos para desafiar la autoridad de Fernández de la Cruz y amotinar al ejército en la posta de Arequito. Pero además de esto, Echeverría era un hombre del sur de la jurisdicción de Córdoba, había nacido en La Carlota, sede de la Comandancia, en 1793 y su familia pertenecía a la elite local y era de vieja raigambre en el lugar.[51]

Pero igualmente importante, dentro de los elementos a considerar a la hora de comprender la elección de Juan Gualberto Echeverría, se encuentra su propio desempeño como militar en el Ejército Auxiliar del Perú. Sus nueve años de pertenencia a esta fuerza le habían permitido incorporar conocimientos militares que no habían estado al alcance de otros hombres de la zona. Tras haber ingresado como soldado y recorrido todo el escalafón hasta el grado de capitán, había logrado transformarse en un buen oficial a los ojos de sus pares. Este individuo, en algún punto, representa el prototipo de “buen oficial” al que referíamos anteriormente. Así se refería Manuel Belgrano, comandante en jefe del Ejército Auxiliar del Perú en 1817 sobre la figura de Echeverría en una proclama a todo el ejército luego de un amotinamiento dentro de las tropas de ese ejército que estaban operando sobre Santiago del Estero:

 

…Soldados: La Nación necesitó de vuestro auxilio para restablecer el orden en Córdoba, y me fué preciso enviar al capitán Lima con 50 dragones á Santiago del Estero para el caso de exigirse mayores fuerzas (…) El ningún amor á la patria, su cobardía, y sobre todo la falta de subordinación y de voluntad á vosotros mismos, los condujo horrendo atentado de amotinarse contra su capitán á 30 de ellos (…) Pero Dios, que vela por nuestra causa a permitido que hayan sido víctimas, los unos á balas y los otros ahogados (…). El teniente don Juan Gualberto Echavarría, teniente de dragones, con otros de nuestros mismos hermanos los atacó en el punto jurisdicción de Santiago del Estero, é hizo que pagasen un delito que vosotros ciertamente no cometeréis...[52]

    

De esta forma, además de fustigar la deserción, ponía como ejemplo de conducta a Echeverría quien además sería promovido a capitán luego de este accionar. A esto se sumaba que desde el año 1820, la Frontera Sur de Córdoba experimentaba una situación política y militar compleja que puso de relevancia la necesidad de destinar a este espacio un jefe que fuerza capaz de reestablecer el sistema defensivo y la tranquilidad de la zona. La Comandancia Sur era un lugar de mucha importancia ya que se encontraba a mitad de camino entre Cuyo y Buenos Aires. Por esta razón los hermanos Carrera, en su intento por trasladarse a Chile y disputar el liderazgo de la revolución en Chile, incursionaron en la zona en 1820. Su presencia no pasó inadvertida y obligó a la movilización de las milicias locales para hacer frente al saqueo y tratar de expulsar a estos hombres de la zona. Sin embargo, Carrera derrotó al Gobernador Bustos y lo obligó a refugiarse en el fuerte de La Carlota. Incluso el militar chileno salió victorioso en el enfrentamiento con las tropas de Mendoza que habían llegado en auxilio de las fuerzas de Córdoba. Solo con posterioridad fue detenido en su avance.

En su paso por la frontera sur de Córdoba Carrera, además logró la adhesión de algunas de las parcialidades indígenas de la zona que luego de intervenir a su lado en los conflictos con las fuerzas de Bustos, aprovecharon la debilidad del sistema miliciano cordobés para incursionar en distintos puntos de la frontera y obtener ganado. En este contexto es que Juan Gualberto Echeverría fue designado para hacerse cargo de la comandancia con el encargo principal de fortalecer el sistema defensivo.[53] Desde fines del siglo XVIII, esta frontera había sido una de las más conflictivas y donde más enfrentamientos y problemas se habían suscitado entre los pobladores hispano-criollos y las parcialidades indígenas.         

La figura de Echeverría representaba para Bustos la posibilidad de destinar a la frontera a un hombre con un prestigio militar importante, con los conocimientos técnicos necesarios para recomponer la capacidad defensiva como podemos ver en esta cita, un poco extensa, donde a través de una orden general impartida en 1822 se puede observar las disposiciones tomadas pero también los conocimientos militares adquiridos en su paso por los ejércitos de la revolución:

 

Ordn. Gral. Del 18. De abril de 1822

1º De la Campa. de las Hachiras, se destacaran, y seran relevados cada quinse días, seis yndividuos. milicianos en el fuerte de San Fernando; ygual diliga ,practicara, la compa. De Tegua en el de Santa Catalina-

2º Todas las familias de dos fuertes, qe teniendo sus haciendas en los puntos indicados, (y) recidiesen en esta villa, u otros destinos, serán obligados. ó a sacarlas, ó á ocupar el lugar en el termino presiso pa. su viaje: bien entendido qe. los hombres son los presisos, pa. guardar sus propios intereses.

3º Todos los yndividuos qe se hallan bajo lista en los puntos abansados al sud, no seran ocupados en otra cosa mas qe en los consernientes a servo. de Indios, esto es, los del Tala, Chemeco, Ranqueles, orgta, hta el puesto de Dn. Jose Luis Soria, deviendo entenderse pa. estos actos el Comandante. de la Consepcion con el comisionado nombrado á este fin Dn. Juan Bautista Basqz. 

4º Sobre la Sucsecion del mando no habrá otro ordn. qe. e qe. esta prescripto. pr. Las ordenanzas del Exto.

5º Los ofes. qe. se hallan empleados en las Comps. de milicias, y residiesen en esta villa, concurriran los jueves, y Domings. en la noche á casa del Sargto. Mor del Cuerpo, a concordar el ordn. Económico qe. deve haber enlas Comps. como igualmente. á instruirse sobre los diferentes puntos , qe. ofresen a alga. duda. 

6º Se escojeran dos ó tres yndividuos   de cada compa. pa.  qe. se instruyan en los prims. rudimentos de la Tactica militar de Caballa. asistiendo precisamte. todos los ofes. con la formaliad devida, p. qe. al mismo tpo. qe. se enseñan estos se enteren practicamte. de las vases, de mando, y de la execucion/de ellas.

7º Se dara principio a la obra qe. determinan en los dos artículos anteriores desde el 1º del sigte. mes de mayo.

8º Para el servo. de Guards . Patruyas, y Partids. no se empleara otra jente qe. la qe. esta bajo lista y spre. seran citados pr. el conducto qe. corresponde , salvo los casos de apuro.

9º Ningn. yndividuo de la milicia será Penado con azotes, mientras no sea confirmada pr. mi la sentencia.

10º Los yndividuo qe. pr. su mala conducta no devn permaneser á las inmediaciones de los hasendads. seran destinado á la Carlota con sus familias pa. de alli ponerlos en parte donde sean mas útiles á la frontera.

11º Se circularan estas ordns. á todos los Capitanes deviendo conservarlas en su poder , y dando el devido cumplimto. Á qto. todo se ordena.

Echeverría[54]

 

Pero al elegir a Echeverría también elegía un hombre con un amplio conocimiento de la zona y con vínculos importantes en ella gracias a sus relaciones familiares. Su familia pertenecía a la elite local y era de vieja raigambre en el lugar.[55] La presencia de los Echeverría en la frontera sur cordobesa se remonta a mediados del siglo XVIII, cuando el abuelo de Juan Gualberto, el Maestre de Campo Ventura Echeverría, tras desempeñarse como comerciante en la ciudad de Córdoba, se instaló en Punta del Sauce en 1765.[56] Este hombre nacido en Buenos Aires, parece haberse vinculado rápidamente con la estructura de poder de Córdoba lo que le permitió ocupar varios cargos y funciones en esta zona entre 1761 y 1799. En este período desempeñó numerosas actividades militares, desde funciones en el Presidio de Punta del Sauce hasta el cargo de comandante de milicias de Villa de la Concepción.[57]

Igualmente, dentro de este panorama, lo que más destaca es su nombramiento como comandante de la Frontera Sur de Córdoba en 1765, 1771 y de forma continuada desde 1777.[58] Su actuación pública no concluye ahí. Ya como residente de la Villa de la Concepción fue designado, por el Gobernador Intendente de Córdoba del Tucumán, Marqués de Sobre Monte, para repartir solares que facilitaran la instalación de familias en la villa y, en 1799, fue elegido síndico procurador del cabildo de este mismo pueblo. María Rosa Carbonari identifica a la familia Echeverría como parte del grupo de familias propietarias de tierras que resultó fundamental en la fundación de la Villa de la Concepción, y que se constituyó en la elite que ocupo los cargos políticos en el cabildo.[59] Aunque el padre de Juan Gualberto no parece haberse destacado tanto como su abuelo, igualmente era considerado como uno de los hombres más acaudalados de Villa de la Carlota. No obstante, para 1810, la estrella familiar parecía haberse empezado a apagar..[60]

No resulta extraño entonces que el gobernador haya pensado en la figura de Echeverría para el cargo de Comandante de la Frontera Sur. La posibilidad de recurrir al capital social construido por su abuelo, y en menor medida, por su padre en tiempos anteriores, podrían llegar a resultar claves a la hora de asegurarse el control de un lugar de tanta relevancia. Pero además, tenía la virtud de que se había mantenido alejado de la conflictividad política local y las disputas entre los principales vecinos del lugar y las autoridades militares. Estos enfrentamientos habían sido una constantes en los años anteriores.[61]

Su accionar en este espacio tenía un objetivo militar de importancia, sin embargo su accionar no se redujo a esta cuestión. Si bien era una zona de frontera, experimentó un rápido crecimiento económico en los años siguientes gracias a la expansión de la actividad ganadera, por lo que la actividad de Echeverría también incluyó el control político y civil de una población en aumento.[62] Este relativo crecimiento generó muchos conflictos entre los pobladores de vieja data y los recién llegados pero también tensiones entre el gobierno de la provincia y la población por la misma seguridad de la frontera, por los impuestos, por las contribuciones para sostener las milicias y las fuerzas de frontera.

Sin embargo, Echeverría parece haber respondido bien a las presiones de su nueva tarea ya que se mantuvo en su cargo hasta el año 1829, teniendo momentos de mayor afinidad y otros de tensión con el gobernador y con los pobladores de la Frontera Sur. Fue su decisión de apoyar a José María Paz en la lucha establecida entre este y Juan Bautista Bustos por el gobierno de la provincia de Córdoba lo que marcó el final de su servicio en la provincia mediterránea.[63] Si el conocimiento de la zona y ser oriundo de la misma pueden haber colaborado en su desempeño, su paso por el ejército le permitió adquirir un capital cultural vinculado con la administración de recursos y el manejo de las relaciones personales que le fue de mucha utilidad a la hora de desempeñar la función de Comandante de Frontera con relativo éxito.

 

A modo de cierre

La desaparición del Directorio y del Congreso puso fin a la centralización política que había tenido lugar desde el inicio mismo de la revolución. Las viejas gobernaciones intendencias reasumieron su soberanía y se transformaron en estados soberanos autónomos ligados entre sí por una serie de pactos. Incluso algunos de ellos sufrieron un proceso de fragmentación al interior dando paso a más de un nuevo estado. Este cambio implicó que las elites locales tomaran en sus manos la responsabilidad de designar a los encargados de conducir los destinos de las nuevas provincias-estados surgidos de la crisis de las Provincias Unidas y de dotar a estas nuevas formaciones estatales de los recursos, instituciones y personal necesarios para ejercer dichos atributos soberanos.

En este contexto, los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú supieron sacar provecho de los conocimientos militares adquiridos durante las guerras de independencia y de su paso por esta fuerza, para abrirse camino en las estructuras de poder y de gobierno provinciales a partir de 1820. Y en esta cuestión vimos que resultaron de importancia diferentes factores y procesos que tienen que ver con el desarrollo mismo de las guerras de independencia en el Río de la Plata, pero también a cuestiones vinculadas con la impronta que le quiso dar Carlos III a los ejércitos reales a fines del siglo XVIII.

Que el ejército se haya convertido en la única estructura del estado que se fortaleció durante la revolución y que éste tuviera una configuración burocrática bien marcada ayuda a entender en parte este proceso. Si durante la revolución el paso por los ejércitos revolucionarios les dio a los hombres que se sumaron a las filas la posibilidad de construir una carrera política en un contexto muy cambiante y caótico, lo cierto es que también los dotó de un perfil muy particular. Cómo señalábamos previamente, las reformas militares de Carlos III, y las Ordenanzas militares por él implementadas habían intentado no solo mejor el desempeño militar de sus fuerzas sino también convertir a los oficiales del ejército español en funcionarios modernos. Por esta razón, es que para muchos de los principales mandos políticos en América la corona terminó destinando hombres de su ejército de tierra. El planteo era que por la forma en que estaba estructurado y por sus normativas, el ejército era el principal formador y proveedor de competencias para los funcionarios coloniales.

Durante la revolución continuó la idea de conformar un funcionariado moderno en el marco de los batallones y regimientos ya que la mentada profesionalización de los ejércitos independentistas, indispensable para hacer frente a la guerra, llevaba implícita la idea de perfeccionar la organización y administración de los ejércitos. La mejor forma de conseguir esto era a partir de mejorar la formación de oficiales, y en a la implementación de las ordenanzas y reglamentos militares. Si el objetivo de la profesionalización estuvo lejos de cumplirse y muchos de estos hombres que se convirtieron en oficiales en el marco de la revolución no fueron los militares descriptos en las ordenanzas, muchos otros alcanzaron un cierto conocimiento de la actividad militar.

Estos oficiales, los que aprovecharon el tiempo pasado bajo bandera, para obtener saberes vinculados con el arte de la guerra pero también con la organización y funcionamiento del estado o de una estructura burocrática, aquellos que lograron adquirir este “capital cultural” específico, lograron aprovechar las oportunidades que ofrecía el contexto en 1820 para convertirse en los nuevos encargados de las fuerzas militares provinciales o desempeñarse como funcionarios o agentes de esos mismos estados. Durante el período de las autonomías provinciales los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú se convirtieron en figuras que resultaron fundamentales para la construcción del entramado institucional de los nuevos estados provinciales y, con posterioridad del futuro estado nacional, a partir de ser los poseedores de un “saber estatal” aprendido en los ejércitos de la revolución.

 

 

 

 

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Recibido: 10/09/2016

Evaluado: 15/11/2016

Versión Final: 10/12/2016



* Este trabajo fue realizado como parte de mi formación postdoctoral realizada en el marco del programa de Pos Graduación en Historia del Instituto Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Federal de Río Grande do Soul, Brasil. Mi estadía en Porto Alegres fue posible gracias al Proyecto SPU-Argentina/Capes-Brasil “Redes Intelectuales y Espacios de Frontera: Traspasando los límites del Estado- Nación” dirigido por el Dr. Claudio Maíz y la Dra. Claudia Wasserman.

[1] Valentina Ayrolo y Eduardo Míguez, "Reconstruction of the Socio-Political Order after Independence in Latin America. A Reconsideration of Caudillo Politics in the River Plate", Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas , Nº 49, 2012.

[2] Ibid., 122-24.

[3] Noemí Goldman y Ricardo Salvatore, "Introducción", en Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (Editores) Caudillismo Rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema,  Buenos Aires, Eudeba, 2005, pp. 22-23.

[4] José Carlos Chiaramonte, Ciudades, Provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina 1800 - 1846 Buenos Aires, Ariel, 1997.

[5] Flavia Macías, "Poder ejecutivo, militarización y organización del Estado Provincial. Tucumán en los inicios de la Confederación Rosista", Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani 32,  2010, pp. 69-106.

[6] Eugenia Molina, "Orden, seguridad y justicia en los comienzos de la autonomía provincial: delitos y política en Mendoza, 1820-1829", en  Osvaldo Barreneche y Ricardo Salvatore (Editor), El delito y el orden en perspectiva histórica. Nuevos aportes a la historia de la justicia penal y las instituciones de seguridad en Argentina, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2013, pp. 25-45; Ana Cristina Wilde, "Representaciones de la política posrevolucionaria. Un acercamiento a la liturgia republicana (1810-1853)", en Gabriela Tío Vallejo (Compiladora) La república extraordinaria. Tucumán en la primera mitad del siglo XIX, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2011, pp. 79-145.

[7] Valentina Ayrolo, "La construcción de un sistema político alternativo: Córdoba durante el gobierno de Juan Bautista Bustos, 1820, 1829", en Jaime Peire (Editor) Actores, Representaciones e Imaginarios. Homenaje a Francoise- Xavier Guerra, Buenos Aires, EDUNTREF, 2007; Noemí Goldman, "Legalidad y legitimidad en el caudillismo. Juan Facundo Quiroga y La Rioja en el interior rioplatense (1810-1835)", Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani", 3, Nº 7, 1993, pp. 31-58; Marcela Ternavasio, "Construir poder y dividir poderes. Buenos Aires durante la “feliz experiencia” rivadaviana", Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani  Nº 26, 2004, pp.7-45; Gabriela Tío Vallejo, Antiguo Régimen y Liberalismo, Tucumán, 1770-1830, Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán, 2001.

[8] Gustavo Paz, "Reordenando la campaña: la restauración del orden en Salta y Jujuy, 1822-1825", en Raúl Fradkin (Compilador) ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008; Gabriela Tío Vallejo, "Campanas y fusiles, una historia política de Tucumán en la primera mitad del siglo XIX", en Gabriela Tío Vallejo (Compiladora), La república extraordinaria. Tucumán en la primera mitad del siglo XIX, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2011.

[9] Ernesto Lázaro Bohoslavsky y Germán Soprano, Un Estado con rostro humano: funcionarios e instituciones estatales en Argentina (desde 1880 a la actualidad), Prometeo Libros, 2010, p. 6.

[10] José Carlos Chiaramonte, Mercaderes del litoral: economía y sociedad en la Provincia de Corrientes, primera mitad del siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, 1974, p. 37.

[11] Para ver algunos de estos proceso en distintos espacios se puede consultar los trabajos de Goldman, "Legalidad y legitimidad en el caudillismo. Juan Facundo Quiroga y La Rioja en el interior rioplatense (1810-1835)"; Jorge Gelman, Un funcionario en busca del Estado. Pedro Andrés García y la cuestión agraria bonaerense, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997; Valentina Ayrolo, "La construcción de un sistema político alternativo: Córdoba durante el gobierno de Juan Bautista Bustos, 1820, 1829"; Magdalena Candioti,  "Los jueces de la Revolución: pertenencia social, trayectorias políticas y saberes expertos en los encargados de hacer justicia en Buenos Aires (1810-1830)" en Mónica Alabart, María Alejandra Fernández y Mariana Pérez (Editores), Buenos Aires, una sociedad que se transforma. Entre la colonia y la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2011.

[12] Michel Bertrand, "Faire carrière aux Indes de Castille? Les aléas du rêve colonial chez les officiers du roi en Nouvelle Espagne (XVIIe-XVIII esiècles)", Histoire, économie et société 23, n.o No4, 2004.

[13] Tulio Halperin Donghi, Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 1972, p. 221.

[14] Valentina Ayrolo, Ana Laura Lanteri, y Alejandro Morea, "Repensado la “Carrera de la Revolución”. Aportes a la discusión sobre las trayectorias políticas entre la Revolución y la Confederación (Argentina. 1806-1861)", Estudios Históricos – CDHRP, n.o 7, 2011.

[15] Hemos analizado esta cuestión en Alejandro Morea, "Soldados para la Independencia. Algunas notas sobre las características del cuerpo de oficiales del Ejército Auxiliar del Perú", Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], 2013, tp://nuevomundo.revues.org/65195 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.65195.

[16] Valentina Ayrolo, "La construcción de un sistema político alternativo: Córdoba durante el gobierno de Juan Bautista Bustos, 1820, 1829"; Alejandro Morea, "El legado de la guerra. La carrera política de los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú: Abraham González y el gobierno de Tucumán (1816-1821)", Anuario IHES 31, 2016, http://anuarioiehs.unicen.edu.ar/Files/2016%201/03%20Anuario%20IEHS%2031(1)%20Morea.pdf; Norma Pavoni, El Noroeste Argentino en la época de Alejandro Heredia, vol. I, Tucumán,  Ediciones Fundación Banco Comercial del Norte, 1981; Gabriel Di Meglio, Manuel Dorrego. "Vida y muerte de un líder popular", Buenos Aires, Edhasa, 2014.

[17] Pierre Bourdieu, "Los tres estados del capital cultural", en Pierre Bourdieu, Las estrategias de la reproducción social, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2011, pp. 213-15.

[18] Ibid.

[19] Beatríz Bragoni, "Al acecho del orden sanmartiniano. Cuyo después de 18202, en Raúl Fradkin y Jorge Gelman (Editores), Desafíos al Orden. Política y sociedades rurales durante la Revolución de Independencia,  Rosario, Prohistoria Ediciones, 2008, pp. 103-29.

[20] Eduardo Míguez, "Guerra y Orden social en los orígenes de la Nación Argentina, 1810 - 1880", Anuario IHES, Nº 18, 2003, pp.17-38.

[21] Anthony MacFarlane, "Guerra e Independencias en las Américas", en María Teresa Calderón y Clément Thibaud (Editores), Las Revoluciones en el Mundo Atlántico, Bogotá, Taurus, 2006, p. 437; Juan Luis Ossa Santa Cruz, "La actividad política de Francisco Antonio Pinto: 1823-1828.  Notas para una revisión biográfica", Historia (Santiago) Vol. 40, N.o 1, 2007, pp. 91–128; José Iran Ribeiro, O Império e as revoltas. Estado e nação nas trajetórias dos militares do exército imperial no contexto da Guerra dos Farrapos, Rio de Janeiro, Arquivo Nacional, 2013.

[22] Como parte de nuestra tesis doctoral hemos abordado la composición del cuerpo de oficiales del Ejército Auxiliar del Perú entre 1810 y 1820.La caracterización que realicemos sobre estos hombres está sustentada en este trabajo. La fragmentación de la información en los registros documentales impidió que pudiéramos reconstruir el universo total de los hombres que integraron esta oficialidad pero sí nos bastó para conformar una muestra con la cual establecer sus rasgos principales: lugar de nacimiento, formación militar, edad, permanencia en el Ejército, trayectoria dentro de la fuerza, etc. Este trabajo igualmente ha sido publicado en diferentes artículos que iremos citando oportunamente. Alejandro Morea, "De militares a políticos. Los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú y la carrera de la revolución, 1816-1831",  Tesis de Doctorado, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN), 2013.

[23] Alejandro Morea,Morea, "Soldados para la Independencia. Algunas notas sobre las características del cuerpo de oficiales del Ejército Auxiliar del Perú".

[24] Halperin Donghi, "Militarización revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1815",  en Tulio Halperin Donghi (Editor), El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, ed. Tulio Halperin Donghi, Buenos Aires, Sudamericana, 1978; Gabriel Di Meglio, "Soldados de la Revolución. Las tropas porteñas en la guerra de independencia (1810-1820)", Anuario IHES 18, 2003; Fabián Harari, Hacendados en Armas. El cuerpo de Patricios, de las Invasiones Inglesas a la Revolución (1806-1810), Buenos Aires, Ediciones R y R, 2009.

[25] Patrick Puigmal y Raúl Núñez Muñoz, "La imagen de Chile y los chilenos a través de los escritos de la oficialidad napoleónica durante la independencia: 1817-1830", ALPHA Nº 31, 2010; Clément Thibaud, República en Armas, Los Ejércitos bolivarianos en la guerra de Independencia en Colombia y Perú Perú, Instituto Francés de Estudios Peruanos-Planeta, 2003.

[26] Hemos abordado esta cuestión en Alejandro Morea, "El proceso de profesionalización del Ejército Auxiliar del Perú durante las guerras de independencia", Revista Quinto Sol 15, n.o 2 2011, pp.73-96.

[27] Alejandro Morea, "Soldados para la Independencia. Algunas notas sobre las características del cuerpo de oficiales del Ejército Auxiliar del Perú".

[28] Alejandro Morea, "Perfil de los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú en el contexto revolucionario rioplatense, 1810-1820", Hib: Revista de Historia Iberoamericana 8, n.o 2, 2015, pp. 102-31, doi:10.3232/HIB.2015.V8.N2.05.

[29] Entre la noche del 8 y la madrugada del 9 de enero 1820 el coronel mayor Juan Bautista Bustos, mayor general del Ejército Auxiliar del Perú, encabezó un motín en la posta de Arquito dentro del ejército en contra de su general en jefe, Francisco Fernández de la Cruz y en desacuerdo con las órdenes recibidas por parte del Director José Rondeau. Los sublevados se resistían a que ese ejército tuviera participación en el enfrentamiento con las fuerzas federales encabezadas por Francisco Ramírez y Estanislao López y planteaba que su objetivo debía ser el enfrentamiento a las tropas realistas en el Alto Perú. El motín sustrajo a esta fuerza de la órbita del poder central que debió hacer frente a la fuerzas de las provincias del litoral muy debilitado y terminó siendo derrotado en la Batalla de Cepeda. Dicha derrota marcó el final del Directorio, del Congreso y de las Provincias Unidas del Río de la Plata pero también del Ejército Auxiliar del Perú que tras su llegada a Córdoba, comenzó su disgregación Alejandro Morea, "El Ejército Auxiliar del Perú y la gobernabilidad del interior, 1816-1820", ProHistoria, Año XV, Nº 18, 2012, pp.26-49.   

[30] Alejandro Rabinovich, "La maquina de guerra y el Estado: el Ejército de Los Andes tras la caída del Estado Central en el Río de la Plata en 1820", en  Juan Carlos Garavaglia y Eduardo Zimmermann (Editores) Las fuerzas de guerra en la construcción del Estado.  América Latina, siglo XIX, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2012, p. 215.

[31] Jacinto Yaben, Biografías argentinas y sudamericanas, vol. 4, Buenos Aires, Metrópolis, 1939, pp. 585-86.

[32] Carta de San Martín al gobierno citada por Ibid., 4:586.

[33] Alejandro Morea, "Perfil de los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú en el contexto revolucionario rioplatense, 1810-1820",  Revista de Historia Iberoamericana",  p. 117.

[34] Manuel Pueyrredón, Escritos Históricos, Editor Julio Suárez-Librería Cervantes, 1929, p. 41.

[35] Escrito de Fernández de la Cruz citado por Yaben. Yaben, Biografías argentinas y sudamericanas, 4, p. 162.

[36] Beatríz Bragoni, "Fragmentos de poder. Rebelión, política y fragmentación territorial en Cuyo (1820)", Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani", Tercera Serie, Nº 28, 2005,  p.51.

[37] Esta situación aceleró la búsqueda de oficiales capacitados para hacerse cargo de las fuerzas sanjuaninas que llevó a la incorporación de otros oficiales del ejército Auxiliar del Perú como Pérez de Urdinenea Alejandro Morea. De militares a políticos. Los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú y la carrera de la revolución, 1816-1831,  Tesis de Doctorado, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN), 2013, p. 346..

[38] Beatriz Bragoni, "Al acecho del orden sanmartiniano. Cuyo después de 1820", p. 119.

[39] Ibid., p. 121.

[40] Jacinto Yaben, Biografías argentinas y sudamericanas, 4, p.163.

[41] Alejandro Rabinovich, "Obedecer y comandar. La formación de un cuerpo de oficiales en los ejércitos revolucionarios del Río de la Plata, 1810-1820", Estudios Sociales,  2011, p.5.

[42] Michel Bertrand, "Faire carrière aux Indes de Castille? Les aléas du rêve colonial chez les officiers du roi en Nouvelle Espagne (XVIIe-XVIII esiècles)", p. 532.

[43] Tulio Halperin Donghi, "Militarización revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1815", p. 124.

[44] Gabriela Tío Vallejo, Antiguo Régimen y Liberalismo, Tucumán, 1770-1830, p. 261.

[45] Alejandro Morea, "Soldados para la Independencia. Algunas notas sobre las características del cuerpo de oficiales del Ejército Auxiliar del Perú".

[46] Alejandro Rabinovich, "Obedecer y comandar. La formación de un cuerpo de oficiales en los ejércitos revolucionarios del Río de la Plata, 1810-1820", p. 7.

[47] Alejandro Rabinovich, "Venturas y desventuras de un reformador militar: Ramón de Cázeres y el difícil establecimiento de procedimientos burocráticos en los ejércitos del Rio de la Plata. 1810-1830", en Administrate, serve the Power(s), serve the State. The Americas and Eurasia, X-XIX, Barcelona, Universitat Pompeu Fabra/State Building Project, 2012, p. 12.

[48] Raúl Fradkin, "Tradiciones militares coloniales. El Río de la Plata antes de la revolución", en Flavio Heinz (Compilador) Experiências nacionais, temas transversais: subsídios para uma história comparada da América Latina, São Leopoldo, Editora Oikos, 2009.

[49] Alejandro Rabinovich, "Venturas y desventuras de un reformador militar: Ramón de Cázeres y el difícil establecimiento de procedimientos burocráticos en los ejércitos del Rio de la Plata. 1810-1830".

[50] Jacinto Yaben, Biografías argentinas y sudamericanas, 4, p.589.

[51] Ibid., 4, p. 277.

[52] Museo Mitre, Documentos del Archivo de Belgrano. Buenos Aires, Coni Hermanos, 1917, p. 124.

[53] Víctor Barrionuevo Imposti, Historia de Río Cuarto., vol. 2, Buenos Aires, Gráfica Hornos S.A., 1988 p.27.

[54] Archivo del Brigadier General Juan Facundo Quiroga, Tomo II (1821-1822), Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Argentina, Pp. 192-193. 

[55] Jacinto Yaben, Biografías argentinas y sudamericanas, 4, p.277.

[56] María Rosa Carbonari y Iván Baggini, "Población y Familias en la región del  Río Cuarto. Fines del siglo XVIII", Quarto Río. Revista de la Junta Municipal de  Historia, s. f., p. 14.

[57] Ibid.

[58]  Victor Barrionuevo Imposti, Historia de Río Cuarto, vol. 1, Buenos Aires, Impresión TIPENC S.R.L., 1986, p. 54.

[59] María Rosa Carbonari, "La elite riocuartense en tiempos del corrimiento fronterizo" Segundas Jornadas Nacionales de Historia Social, La Falda, Córdoba, 2009, p.4.

[60] Jacinto Yaben, Biografías argentinas y sudamericanas, 4, p. 277.

[61] Victor Barrionuevo Imposti, Historia de Río Cuarto., 2, pp. 151-67.

[62] María Rosa Carbonari, "La elite riocuartense en tiempos del corrimiento fronterizo", en Segundas Jornadas Nacionales de Historia Social, La Falda, Córdoba, 2009.

[63] En 1822 José María Paz se distanció del gobernador Bustos y a raíz de la conocida amistad de Echeverría con el primero se habían generado sospechas y se puso en duda su lealtad al gobierno, sin embargo logró disipar las sospechas.  Barrionuevo Imposti, Historia de Río Cuarto., 2, p.30.