El antifascismo en el Partido
Comunista chileno, 1922-1934
The antifascism in the Chilean Communist Party, 1922-1934
Ximena Urtubia Odekerken
Universidad de Santiago de Chile, Chile
xurtubiaode@gmail.com
Resumen
A los pocos meses de su fundación, para el Partido Comunista de
Chile fue una preocupación la instauración del fascismo en su país. El
antifascismo comunista fue un discurso que se fue construyendo tempranamente y
que correlacionó factores nacionales e internacionales. En este
artículo explicamos el desarrollo histórico de este proceso y su incidencia en
la práctica política del partido desde su fundación hasta la inflexión de las
políticas de "clase contra clase" en 1934. Planteamos que la
construcción del antifascismo comunista estuvo dividida en dos fases. La
primera estuvo marcada por las similitudes y correspondencias que ciertos
actores y coyunturas tuvieron respecto al fascismo europeo, lo que generó un
amplio abanico de recepciones en torno a la relación entre la violencia, el
fascismo y el capitalismo, lo que finalmente les permitió identificar un modus operandi fascista en Chile. Así, la segunda
fase se abocó a la construcción de un discurso identitario y estratégico en
clave defensiva frente a la impronta fascista de los gobiernos y regímenes de
turno de la primera parte de la década de 1930.
Palabras claves
Chile; siglo XX; Partido Comunista; antifascismo; cultura
política; políticas de “clase contra clase”
Abstract
A few months after its founding, it was a concern for the Communist Party
of Chile to establish fascism in their country. Communist antifascism was a discourse
that was built early and that correlated national and international factors. In
this article, we explain the historical development of this process and its
impact on the political practice of the party from its foundation to the
inflection of "class vs. class" politics in 1934. We argue that the
construction of communist antifascism was divided into two phases. The first
was marked by the similarities and correspondences that certain actors and
situations had with European fascism, which generated a wide range of
receptions around the relationship between violence, fascism and capitalism,
which finally allowed them to identify fascist methods in Chile. Thus, the
second phase was devoted to the construction of an identity and strategic
discourse in a defensive code against the fascist imprint of the governments
and regimes of the turn of the first part of the 1930's.
Keywords
Chile; 20th century; Communist Party; antifascism;
political culture; "class vs. class" politics
Introducción
Desde
el momento en que los fascistas comenzaron a adquirir preponderancia en Italia,
para los comunistas chilenos, organizados en el recién fundado Partido
Comunista (en adelante, PCCH), fue una preocupación la instauración del fascismo
en su país. Desde principios de 1922, la prensa partidaria procuró informar
regularmente sobre lo que estaba ocurriendo en Italia y en Alemania. Se leía de
los reiterados ataques cometidos por los fascistas contra las organizaciones
obreras y, en particular, contra comunistas, socialistas y anarquistas:
asesinatos, destrucción de imprentas, asaltos a locales sindicales y
cooperativas, etc. Todo indicaba, a juicio de la Internacional Comunista
(Komintern), que se trataba de un nuevo enemigo al acecho que, a raíz de su
intrínseca vinculación con el capitalismo, podía articularse en otros lugares
del mundo.
El
dilema que la posibilidad de organización del fascismo en Chile significó para
el comunismo era decisivo. Se consideraba crucial que el PCCH advirtiera del
peligro fascista para evitar lo que estaba ocurriendo en Italia: la
instauración de una dictadura capitalista fundamentada en el terror. El
desafío, entonces, era saber qué era el fascismo, quiénes eran los fascistas
chilenos y sus potenciales aliados, cuál era su política frente al movimiento
obrero, y cómo combatirlos. De esta manera, a los pocos meses de la fundación
del PCCH, se fue construyendo un discurso sobre el fascismo que dio sustento a
su contraparte, el antifascismo. Lo que se propone en este artículo es, por
tanto, explicar la construcción del antifascismo comunista y evaluar su impacto
en la práctica política de este partido hasta el último año de vigencia de la
línea estratégica de “clase contra clase”. Desde mediados de 1934, en el marco
de la inflexión de esta línea política, las referencias sobre el fascismo
chileno tienden a desaparecer de la prensa partidaria, a la par de la reducción
de sus páginas y frecuencia. No obstante, a propósito del caso de la colonia
italiana iquiqueña, resulta una excepción notable el diario Justicia de esta región[1].
Desde
distintas miradas, la mayoría de los estudios que han abordado el desarrollo
histórico del PCCH han considerado el antifascismo como un factor internacional
que, en parte, explica el viraje estratégico del Komintern y, en consecuencia,
la formación del Frente Popular en 1936[2]. De esta
manera, el antifascismo se ha entendido a partir de la lucha ideológica mundial
entre el fascismo y la democracia, circunscrita al periodo marcado por el
triunfo de Adolf Hitler en Alemania, el inicio de la Guerra Civil Española y el
término de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, tal como sostiene Andrés
Bisso, si bien el discurso antifascista surgió originariamente en Europa, éste
fue apropiado y reinterpretado por los grupos democráticos latinoamericanos[3]. En ese
sentido, el antifascismo constituyó, según el autor, una herramienta de
operación política que permitió a estas organizaciones, siempre bajo el signo
de la democracia, identificar un enemigo circunstancial en función de sus
diversos intereses políticos.
Considerando
los planteamientos de Bruno Groppo, entenderemos el antifascismo como una
“sensibilidad política” que convocó la confluencia de diversas corrientes
políticas y culturales que sustentaban distintas formas de entender el fenómeno
fascista[4]. Así,
reconocemos que hay varios tipos de antifascismos y que, por tanto, no resulta
suficiente comprenderlos solo desde su oposición a los regímenes fascistas
europeos. En el caso del PCCH, el antifascismo se sustentó en una forma
específica de concebir el fascismo en Chile, cuya construcción histórica
interrelacionó las temporalidades de las coyunturas políticas y los cambios en
los imaginarios colectivos de los comunistas[5]. Asimismo,
éste articuló la defensa de la democracia, además de las reivindicaciones
políticas y económicas del PCCH y el movimiento obrero. De esta manera, no es
posible concebir el antifascismo solo desde su instrumentalización[6].
Nos
resulta relevante, por tanto, entender que la interpretación antifascista
constituyó una forma específica que tuvo el PCCH para mirar no solo lo que
estaba ocurriendo en su país, sino también fenómenos internacionales[7]. A partir de
esto, el PCCH formuló una actividad o una política propiamente antifascista. No
obstante, como se trata de un periodo de formación, los registros disponibles y
–por tanto– este artículo tiende a privilegiar la articulación del antifascismo
como discurso.
Por
consiguiente, es importante tener en cuenta las referencias que el PCCH tuvo
respecto al fascismo en Europa, en particular, las que provenían de Italia y
Alemania. Asimismo, de los informes oficiales y tesis formuladas por el
Komintern sobre este tema. Estas recepciones constituyeron los puntos de
referencia que permitieron a los comunistas comparar y pensar su realidad con
lo que ocurría en otras partes del mundo. De esta manera, era posible evaluar
cómo era el fascismo nacional y si había fascistas en Chile. En términos
metodológicos, realizamos una correlación entre las recepciones del fascismo
europeo, los planteamientos del Komintern, la propia reflexión teórica del PCCH
y todo aquello que haya considerado como fascista. Los registros revisados,
para este propósito, fueron los principales periódicos comunistas del periodo,
además de las comunicaciones entre el PCCH y el Komintern compilados por Olga
Ulianova y Alfredo Riquelme[8].
El
planteamiento central de este estudio es que, a fines de la política de “clase
contra clase”, la construcción del antifascismo comunista estuvo marcada por
las similitudes y correspondencias que ciertos actores y coyunturas tuvieron
respecto al fascismo europeo. Si bien este proceso en sus inicios se mostró con
importantes grados de dispersión, las tesis de la Internacional Comunista jugaron
un rol gravitante en la sistematización y conceptualización de las recepciones
comunistas. Sin embargo, más que imponer una interpretación del fenómeno
fascista, estas tesis permitieron que las ideas y relaciones que el PCCH tenía
sobre el fascismo adquirieran mayor sentido y articulación en una primera fase.
A
partir de lo anterior, la segunda fase de construcción del antifascismo
comunista estuvo marcada por su afinidad a la línea estratégica de “clase
contra clase”, que el PCCH, en particular su fracción oficial[9], comenzó a
implementar desde 1931, bajo la supervisión directa de los emisarios del Buró
Sudamericano (BSA) del Komintern. Según las directrices del VI Congreso
komintereano, frente al advenimiento del colapso definitivo del capitalismo mundial,
los partidos comunistas debían formar el “frente único por abajo”, es decir, a
partir de organizaciones obreras de base. Esta tesis tuvo como elemento central
la teoría social-fascista, la cual definía a la social-democracia y, en
particular, su ala izquierda como más peligrosa que la derecha. Por esta razón,
en la constitución del frente único, se excluían las posibles alianzas con las
cúpulas de la social-democracia y con otros grupos reformistas. Mostraremos
cómo las recepciones sobre el fascismo y los fascistas generaron, en el PCCH,
una construcción identitaria y estratégica marcada por la diferenciación y el
aislamiento respecto a los demás sectores de la izquierda chilena. Este
discurso se articuló en clave defensiva frente al advenimiento de dictaduras
fascistas y la “fascistización” del Estado, para referirse a la impronta de los
gobiernos y regímenes de turno de la primera parte de la década de 1930.
La
estructura de este trabajo se divide en cuatro partes, además de un apartado de
conclusiones finales. La primera aborda los años iniciales en que los
comunistas se abocaron a conocer lo que era el fascismo y la lucha
antifascista. En esta fase, es posible apreciar las primeras
conceptualizaciones sobre el fascismo chileno. La segunda parte se dedica a la
sistematización y profundización de la reflexión sobre el fascismo en su
vínculo con el capitalismo. En particular, nos enfocamos en la interpretación
antifascista, basada en esta teoría, que el PCCH tuvo para mirar la política
del gobierno hacia el mundo sindical. En un tercer momento, la reconstrucción
se centra en la reflexión antifascista que el PCCH tuvo sobre los gobiernos y
dictaduras que marcaron la coyuntura nacional durante la década de 1930.
Finalmente, y considerando la política estratégica y de alianzas del PCCH en
clave antifascista, la última parte se centra en quienes los comunistas
consideraron como los posibles cómplices y aliados del fascismo chileno.
1. Conociendo al enemigo (1922-1923)
Meses antes que las camisas negras lograran llevar a
su líder, Benito Mussolini, al poder, el PCCH se preocupó de informar sobre la
situación en Italia. Las primeras noticias publicadas en la prensa partidaria
fueron decisivas en la manera en que los comunistas entendieron lo que era el fascismo
y cómo operaban políticamente los fascistas.
En mayo de 1922, en la periódico comunista El Despertar de los Trabajadores se leía
–sin mayores explicaciones– que los fascistas habían atacado a un grupo de
obreros, siendo calificándo como un acto vandálico[10]. Al mes siguiente, el mismo medio informaba que, en Bolonia, los
fascistas habían generado daños de 6 millones de libras a cooperativas
socialistas y comunistas[11]. De esta manera, la prensa del PCCH inauguraba una serie de denuncias
sobre la violencia sistemática ejercida por los fascistas contra las
organizaciones obreras y, en particular, contra sus camaradas italianos,
socialistas y anarquistas. Al respecto, los comunistas categorizaban la
violencia fascista como algo propio de su cultura. Así lo dio a entender una
nota titulada “Cultura fascista”, donde se denunciaba que, en el matrimonio
entre el diputado comunista Pietro Rabezzana y su pareja, ellos fueron insultados
y golpeados por un grupo de fascistas que irrumpieron en el salón donde estaban[12].
No obstante lo anterior, pronto la sistematicidad de
estos hechos fue vinculada a la burguesía italiana. En octubre del mismo año,
se difundió por la prensa un informe sobre la situación política de Italia.
Este informe fue elaborado unos meses antes por los komintereanos José Penelón
y Juan Greco en su visita a Roma, quienes se entrevistaron con Umberto
Terracini, miembro del Comité Ejecutivo del Partido Comunista de ese país. El
referido documento, publicado en los principales periódicos del PCCH, sintetiza
y analiza esta conversación.
El informe, en general, caracteriza el fascismo como
una ofensiva capitalista. Se trataría de la reacción represiva de la burguesía
frente a la seria amenaza de sus privilegios de clase. La burguesía, por ello,
subsidiaba a bandas fascistas compuestas por “profesionales de la violencia,
gente que no le gusta trabajar y sin domicilio, delincuentes, enfermos
maleantes dispuestos a matar por un salario”[13]. En ese sentido, el fascismo se articuló, porque los dirigentes
sindicales habrían cometido el error de confiar en las promesas patronales y
del gobierno, razón por la cual llamaron a la desmovilización de sus bases.
Asimismo, el informe da cuenta que los principales líderes del fascismo eran
antiguos dirigentes sindicales y, en particular, Mussolini, provenía del ala
izquierda del Partido Socialista Italiano.
Si bien desconocemos que este informe haya llegado a
manos de los comunistas chilenos antes de octubre, resulta interesante destacar
que ya se vislumbraba una lectura semejante. Un articulista apodado
“Libertario” escribió que los gobiernos capitalistas y los fascistas –sin
ahondar en esta relación– realizaban actos criminales para frenar la lucha de
los comunistas. Sin embargo, un desarrollo más profundo sobre este tema es solo
posible de encontrar a partir de 1924 en la prensa partidaria.
Otros aspectos relevantes de las recepciones del PCCH
sobre el fascismo italiano, se generaron una vez que Mussolini llegó al
gobierno producto de la llamada “Marcha sobre Roma”. Ya los comunistas habían
destacado el afán de los fascistas por la toma del poder. Se leía en la prensa
partidaria sobre cómo Mussolini progresivamente iba instaurando una dictadura:
que la reforma electoral que estaba impulsando restringía el derecho de las
minorías y –según el parecer comunista– era el preludio a la disolución del
congreso italiano; que se aplicaban restricciones a la libertad de prensa; y
que la persecución a la oposición era implacable.
Por otro lado, los comunistas informaban que la
relación entre los fascistas y el rey Víctor Manuel III era estrecha: decían
que “el fascismo declaró que la monarquía era un símbolo sagrado, glorioso y
tradicional de la patria; la ha fortificado”[14]. Contemporáneamente, esta idea de la afinidad entre el fascio y la
monarquía era reforzada por lo que se informaba sobre Alemania. Los fascistas
alemanes, según la prensa, eran la organización militar de los monarquistas,
quienes –en conjunto– defendían la instauración de un imperio bajo el reinado
del kaiser Guillermo II. Al igual que en Italia, se producían enfrentamientos
violentos entre los comunistas y fascistas alemanes.
Un último elemento que el PCCH decía del régimen de
Mussolini era su vínculo con la Iglesia Católica. Al igual que con la
monarquía, se denunciaba que el fascismo había aumentado el prestigio de la
religión y la Iglesia. Esta idea, finalmente, fue ratificada por la prensa
partidaria al informar, en noviembre de 1924, que Mussolini reconocería los
títulos nobiliarios otorgados por el Vaticano y que dejaría de considerar al
Papa como un soberano extranjero. Esta particularidad del fascismo italiano fue
tan relevante para el PCCH que, entre sus primeras conceptualizaciones,
identificó a los católicos como fascistas. Así lo dio a entender a través de
una nota titulada “El fascismo en Antofagasta”, para dar cuenta de la
realización de una conferencia del círculo católico de la región[15].
Como lo acabamos de adelantar, a través de las
referencias que hemos señalado, el PCCH evaluó la posibilidad de articulación
del fascismo en su país. A fines de 1922, en un artículo se señalaba que esto
“se trata nada menos que de organizar en Chile esas hordas de salvajes
contemporáneos, residuos del fanatismo y la barbarie medievales que han
conquistado fama –afortunadamente de las peores– con el nombre de fascismo”[16]. Sin embargo, para el autor, era poco probable que fuese una emulación
del fenómeno italiano y, menos aún, una respuesta de la burguesía al avance del
movimiento obrero. Le era más verosímil pensar que, en caso de organizarse, ese
grupo tendría la osadía de tomar el poder “sin mayor orientación que la sed de
riquezas”. Por su parte, otros articulistas destacaban la violencia ejercida
por estos grupos, incluso en alianza con el gobierno, contra las organizaciones
obreras. En definitiva, era posible la organización del fascismo en Chile y,
desde la mirada comunista, había pequeños grupos operando de forma marginal.
No obstante lo anterior, si bien las referencias
comunistas coinciden en caracterizar a los fascistas chilenos como sujetos
violentos y fanáticos (al límite de lo patológico), es posible apreciar una
cierta dispersión si consideramos –además– a los católicos. A nuestro parecer,
como se trata de una primera fase en la construcción del conocimiento sobre el
fascismo, no es posible aun apreciar una definición del todo articulada del
“otro” fascista. Dicha dispersión se explica si consideramos la heterogeneidad
de las referencias que el PCCH tuvo sobre fascismo italiano y, en menor medida,
el alemán.
En virtud de lo anterior, y de las prioridades
estratégicas abogadas por el PCCH durante estos años[17], los comunistas no desplegaron durante este periodo una actividad que
haya calificado como antifascista. Sin embargo, este partido tenía referencias
sobre la forma en que sus camaradas italianos y alemanes enfrentaban a sus
adversarios. Una de las alternativas era constituir grupos armados,
considerando que el terreno de la violencia era el principal donde operaban los
fascistas. Otra opción era la unión de los sectores amenazados por el fascismo
y, en general, de las fuerzas democráticas a través de los llamados “Frentes
Únicos”. Al respecto, la prensa partidaria destacó los distintos intentos de
comunistas italianos por constituir una plataforma común con los socialistas y
así hacer frente al fascismo en el terreno electoral y parlamentario. En menor
medida, también se pensó en la lucha ideológica, es decir desenmascarar el carácter
reaccionario y capitalista del fascismo[18]. Como veremos más adelante, varios de estos elementos fueron retomados
en el momento de evaluar qué hacer frente al peligro inminente.
2. El fascismo como táctica burguesa
(1924-1926)
En enero de 1924, un artículo de la prensa comunista advertía que en el mundo se estaba
produciendo una fuerte reacción capitalista, en especial, en Italia, España y
Alemania. Esto se expresaba, según la misma nota, en el paso a la
clandestinidad de varios partidos comunistas, la censura de la prensa obrera,
la vigilancia de las reuniones de los sindicatos revolucionarios, etc. En este
contexto, el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti en junio del
mismo año confirmó, a los ojos del PCCH, el ímpetu salvaje de las hordas
fascistas y su intrínseca relación con la burguesía italiana[19].
A los pocos días de conocida la noticia, el PCCH
organizó un mitin de protesta[20]. Por otro lado, el asesinato de Matteotti también impactó en la mirada
comunista sobre la afinidad entre el fascismo y el capitalismo. Un articulista
apodado Jean Valjean reflexionaba que la violencia tenía un rol gravitante en
el mantenimiento del régimen de Mussolini y, en general, del fascismo[21]. Esto explicaba su carencia de un programa de acción y principios. Los
teóricos del fascismo, en palabras del autor, estaban obligados a “teorizar
sobre la violencia privada, los crímenes individuales, las condiciones reales
que nacen del avance, cada día más atrevido, de la plutocracia, de la banca, de
la gran industria”[22]. Así, sentenció: “el fascismo puede pensar lo que quiera; pero tiene
que hacer lo que ellos –la industria, la banca, la plutocracia– le imponen”[23]. Por su parte, otro artículo trataba a los fascistas como el ejército
enceguecido del capitalismo y que, consiguientemente, buscaban perseguir y
asesinar a quienes “propagan ideas de emancipación”[24]. Ciertamente, esta mirada profundiza la reflexión que se vislumbró en
el periodo anterior. Como veremos más adelante, esta idea se irá complejizando,
una vez que las referencias sobre el fascismo también consideraron el problema
sindical.
En virtud de esto, cuando en julio se anunció que
arribaría una embarcación de la embajada italiana a las costas chilenas[25], inmediatamente se encendieron las alarmas y algunos especularon sobre
la propagación del fascismo en Chile, “porque el gobierno ve en él una medida
salvadora”[26]. Esto motivó la realización de un par de mitines, uno en la plaza
Condell de Iquique, donde participaron importantes dirigentes como Salvador
Barra Woll y Braulio León Peña. El carácter antifacista de esta manifestación
era claro: “para protestar por los crímenes que el actual gobierno de fuerza
había cometido y seguía cometiendo para contener los esfuerzos que el
proletariado italiano hacía por la conquista de mayor libertad”[27].
Estas primeras intervenciones antifascistas que
realizó el PCCH, por cierto, buscaron pronunciarse respecto al fascismo
extranjero. Esto se explica si entendemos que aún la definición del fascismo
chileno era amorfa. En ese sentido, ¿cómo enfrentar una amenaza que todaví no
logra personificarse con claridad? No obstante, no pasaron muchos meses antes
que los comunistas interpretaran ciertos fenómenos nacionales como fascismo.
En septiembre de 1924, los jóvenes oficiales del
Ejército manifestaron su descontento en el recinto del Congreso nacional,
logrando la rápida aprobación de un proyecto de ley que mejoraba las
remuneraciones de las Fuerzas Armadas y el despacho de los proyectos de
legislación social que habían sido –hasta entonces– bloqueados por la oposición
al gobierno. A la constitución de una Junta Militar tras la renuncia del
presidente Arturo Alessandri, le siguió acciones de acercamiento entre el
movimiento militar y las organizaciones obreras. Esto, junto a un discurso anti-oligárquico
y de tinte reformista, provocó, según Sergio Grez, esperanzas en varios
sectores de los trabajadores. Para el PCCH, no obstante, el movimiento militar
generaba desconfianza y, tras emplazar a los militares a cumplir sus promesas,
este partido optó por mantenerse expectante al desarrollo de esta coyuntura[28].
Una de las alternativas que los comunistas vieron en
el movimiento militar fue la de su derivación hacia el fascismo, semejante a lo
sucedido en Italia. Manuel Montenegro expresó, en un artículo del diario Justicia, que el hecho que los militares
presionen al Poder Legislativo podía llevar a que “más tarde anularán el
Parlamento y lo sustituirán por un Espadón que suba las gradas de la Moneda
haciendo sonar sus espolines”[29]. Así, el autor proponía entender la dictadura militar como otro tipo
más de fascismo. Por su parte, Luis Víctor Cruz señaló, en una manifestación en
el teatro O’Higgins de Santiago que, si ello ocurría, la clase trabajadora
debía prepararse para la revolución[30]. Pese a que el PCCH no insistió en esta conceptualización, resulta
relevante destacar este episodio por los paralelismos que tiene con el fascismo
y el antifascismo europeo.
A principios de 1925, José Santos Córdova advirtió de
la organización de un movimiento contrarrevolucionario de conservadores ligados
a la Iglesia Católica, que “lleva envuelto en sí un claro propósito de
reacción, el advenimiento del fascismo, acaso”[31].
La articulación de la reacción contra los avances y conquistas del movimiento
obrero en Chile fue percibida, primero, desde su carácter represivo,
asociándola a un partido específico –el conservador– y a los intereses de la
Iglesia. La relación entre el fascismo, el conservadurismo y la Iglesia, tal
como lo vimos antes, fue una percepción de los comunistas que encontró eco al
mirar cómo se estaba constituyendo el régimen fascista en Italia. Al respecto,
un artículo afirmaba que el fascismo “apoya todo lo viejo, todo lo rancio, para
sostener el régimen de la clase privilegiada y prolongar el calvario del
proletariado”[32]. Por su parte, en Justicia,
se señaló la equivalencia de los intereses entre los fascistas y la iglesia
católica en cuanto a “la implantación de sus dogmas y supremacías”[33].
Al poco tiempo, el PCCH interpretó el pacto político
entre conservadores y radicales en apoyo al gobierno de Alessandri como la
formación del fascio, sirviente del capitalismo y defensor de las instituciones
burguesas[34]. Esta
idea sobre la afinidad entre el fascismo, el capitalismo y el gobierno
encontró, a fines de 1926, una mayor sistematización, gracias a la publicación
de las reflexiones teóricas sobre el fascismo en el comunismo internacional.
Hasta aquí, las percepciones sobre el fascismo, si
bien mantienen elementos comunes, tienden a estar desarticuladas. Este nivel de
dispersión, como lo señalamos antes, explica que el PCCH no haya desarrollado
una política declaradamente antifascista y que, incluso, las reacciones frente
a la posibilidad del fascismo en Chile hayan sido divergentes. Para quienes
pensaban que éste se estaba organizando muy embrionariamente, sostuvieron que
no debía ser motivo de preocupación para el Partido Comunista. Otros, en
cambio, llamaron a la formación de guardias rojas.
Este panorama, como adelantamos, cambió notablemente a
partir de diciembre de 1926. En ese momento, se publicó en la prensa partidaria
un artículo del comunista francés Henri Barbusse y la conocida Carta Abierta
del Secretariado Sudamericano (SSA) del Komintern, enviada para influir en el
desarrollo del próximo congreso nacional del PCCH a realizarse a fines de año[35]. El
fascismo, según estos documentos, provenía del capitalismo. Se trataba de una
dictadura de la burguesía, un medio para mantener y consolidar su posición de
clase, cuando la democracia ya no podía garantizarlo. Sin embargo, tenía una
particularidad: buscaba apoyarse en las masas a través de una política
demagógica.
Esta tesis permitió al PCCH entender una serie de
estrategias de la burguesía como “métodos fascistas”, las cuales estaban
dirigidas a sofocar la lucha obrera; a saber: la represión, la demagogia y el
sindicalismo legal. Sin embargo, el uso de estas estrategias no era razón
suficiente para conceptualizar el gobierno de Alessandri como fascista. En ese
sentido, aun no es posible advertir una personificación del fascismo chileno,
sino que a lo más se percibe un modus
operandi fascista.
a. Demagogia y sindicalismo legal
Durante la década de 1920, el PCCH mantuvo posiciones
que oscilaron entre la aceptación y el rechazo a la legislación social, a
propósito de sus compromisos con las reivindicaciones de los trabajadores y su
desconfianza hacia la clase dominante[36]. En este contexto, tal como señaló Sergio Grez, los comunistas
decidieron aprovechar esta legislación sin renunciar a sus objetivos
revolucionarios. Esta posición fue concomitante con el interés que manifestaron
de participar en espacios institucionales y su negativa, por otro lado, a
contribuir en la elaboración y la promulgación de leyes sociales desde su
bancada parlamentaria[37].
Es necesario señalar que la legilación laboral,
aprobada en 1924 y codificada en 1931, impactó significativamente entre los
trabajadores. Según Jorge Rojas, la progresiva proliferación de los “sindicatos
legales” respondió a las expectativas generadas por los mecanismos legales e
institucionales en torno a la posibilidad de mejorar las condiciones laborales[38].
Si bien la legislación social fue presentada por la
clase dominante como la gran solución a la crisis social, desde la perspectiva
del antifascismo comunista, esta política resultaba demagógica.
La política sindical impulsada por Mussolini,
informaba Justicia, consistió en
generar un acuerdo entre los sindicatos fascistas y patronales, definiéndolos
como los únicos organismos representantes de obreros y patrones respectivamente[39]. Este
nuevo sindicato, según declaraciones del Duce, era anti revolucionario, pues
estaban supeditadas al Partido Fascista y al ministro de Corporaciones[40]. A juicio
del PCCH, este afán por controlar los sindicatos para apaciguar su combatividad
hacía que la legislación laboral chilena fuese equivalente a la italiana: no
había libertad de discusión en las asambleas sindicales (dado que todo era
controlado por los patrones), las condiciones de trabajo habían empeorado, no
había derecho a huelga y era permanente la amenaza del despido[41]. De ahí
que a los sindicatos que reconocían la legislación laboral[42], fuesen llamados “sindicatos fascistas” por los comunistas.
A fines de 1926, a la idea de la funcionalidad del
sindicalismo legal a los intereses de los industriales y el gobierno, se agregó
un nuevo elemento. Una vez que el PCCH advirtió del advenimiento de una
dictadura fascista, la del ese entonces ministro coronel Carlos Ibáñez, se
denunció que los sectores reformistas utilizaban la misma demagogia que los
fascistas y que hacían oídos sordos frente a lo inminente[43].
Esta idea, como veremos más adelante, será desarrollada en correspondencia a la
tesis social-fascista, aprobada por X Pleno del Comité Ejecutivo del Komintern
(1929).
b. Represión
Las referencias sobre el uso de la violencia contra la
oposición, en particular contra los comunistas y los trabajadores en Chile,
Italia y Alemania, es significativa. Definitivamente, es uno de los tópicos que
se aborda con más frecuencia en la prensa partidaria, lo que no deja de ser
casual. La represión y la violencia política fueron las primeras referencias
que el PCCH tuvo del fascismo europeo.
Según Hugo Frühling, desde 1925, la legislación
chilena fue otorgando a los militares una creciente participación en la
mantención del orden público frente a la posibilidad de subversión interna[44]. Asimismo, señala el autor, los gobiernos tendían a recurrir a
instrumentos legales de carácter extraordinario frente a conflictos políticos y
sociales, como una forma de frenar la influencia de la izquierda chilena.
Siguiendo esta línea, Elizabeth Lira y Brian Loveman sostienen que, durante
gran parte del siglo XX, se creó y aplicó sistemáticamente una legislación
destinada a reprimir a organizaciones populares y partidos de izquierda, bajo
el entendido que sus demandas por cambios radicales constituían amenazas a la
gobernabilidad y la estabilidad política[45]. Frente a esto, el PCCH denunció sistemáticamente que los comunistas
estaban siendo perseguidos y que en Chile se estaba articulando la reacción
contra las fuerzas revolucionarias.
Para el PCCH, el asesinato de Matteotti por las hordas
fascistas fue, en este marco, un hecho ejemplar de la persecución a la
oposición. La absolución de los asesinos del diputado socialista por los
tribunales italianos confirmó la complicidad del gobierno con estos atentados.
A partir de ese momento, las publicaciones sobre los crímenes del fascismo
italiano tuvieron mayor regularidad. En particular, una vez publicada la tesis
del SSA sobre de la inminencia de la reacción[46],
este tipo de informaciones aumentó sustancialmente. Estos documentos dieron
cuenta de la persecución contra opositores, para lo cual también se recurrió al
montaje (a propósito del atentado contra Mussolini), el encarcelamiento
arbitrario y asesinato de cientos de trabajadores organizados, además de la
censura de la prensa. Siguiendo esta línea, se llegó a sostener que Italia era
el país donde las libertades estaban coartadas y la justicia era un mito[47].
Estos fueron los elementos que permitieron a los
comunistas chilenos caracterizar su lucha frente a la inminente “dictadura
militar fascista” del coronel Ibáñez. El Comité Ejecutivo del PCCH declaró que
“si en las actuales circunstancias y con el ejercicio del Parlamento se puede
relajadamente gozar de algunas libertades públicas, derechos de organización y
expresar sus ideas, derechos indispensables para la clase trabajadora, con el
establecimiento de la dictadura militar fascista todos los derechos enumerados
serían coartados brutalmente”[48]. De ahí
que el PCCH privilegiaría la defensa de las libertades civiles, además de sus
conquistas producto de las luchas de antaño[49].
3. El fascismo como régimen político
(1927-1934)
Desde 1927, el fascismo fue percibido por el PCCH como
régimen político. La dictadura de Ibáñez fue considerada como un gobierno
fascista por el Komintern y su sección chilena, estableciéndola como modelo
para comprender el fenómeno del fascismo en Chile. Bajo esta referencia, la
prensa comunista juzgó los gobiernos de Juan Esteban Montero, la República
Socialista y la dictadura de Carlos Dávila, definiendo las características
específicas de la dictadura fascista, además de su relación con los militares y
el golpismo fomentado por el llamado Frente Único Civil Fascista (FUCF). No
obstante, el retiro de los militares del gobierno y la elección de Alessandri en
1932 inauguró una segunda fase de la lectura antifascista, la progresiva
fascistización del Estado.
a. Dictadura militar fascista y golpismo, 1927-1932
La dictadura de Ibáñez coincidió con el momento en que
los contactos entre el Komintern y su sección chilena fueron más estrechos, a
diferencia de la intermitencia del periodo anterior. Según Olga Ulianova, las
condiciones de adversidad que generó el paso a la clandestinidad, facilitó
finalmente la bolchevización del PCCH. Este hecho explica la continuidad entre
el diagnóstico del Komintern para los años 1927-1931 sobre la situación
chilena, y las percepciones de los comunistas chilenos sobre el fascismo para
los años siguientes.
De acuerdo al Komintern, en una carta enviada al PCCH
en marzo de 1927, la dictadura militar fascista de Ibáñez instauró un régimen
de terror y fue producto de un golpe de Estado de los salitreros[50]. Esta
tesis se apoyó en la idea que ésta fue la forma en que la burguesía del salitre
estaba afrontando la crisis, procurando estabilizar la economía a costa de las
libertades políticas y de la organización de la clase trabajadora. En ese
sentido, otra carta enviada en agosto de 1929 al partido señaló que el aparato
estatal se fue adaptando a la penetración imperialista[51].
Los métodos utilizados por la dictadura para lograr estos fines fueron, además
de la persecución sistemática y el espionaje, la sindicalización legal forzosa,
la creación del Instituto de Cooperación Obrera y la cooptación de dirigentes
obreros[52].
Básicamente, a propósito de lo que señalamos antes, el Komintern dio cuenta a
su sección chilena del perfeccionamiento de los llamados métodos fascistas.
Para el PCCH, estos fueron una parte importante de los referentes para señalar
la continuidad del fascismo en Chile.
En la prensa comunista posterior a la caída de la
dictadura ibañista (julio de 1931), los comunistas identificaron que había una
continuidad entre los gobiernos de Montero y Dávila, además de la República
Socialista, con la dictadura de Ibáñez. Como adelantamos, una parte consistió
en los métodos fascistas. Al respecto, los comunistas denunciaron la demagogia
para conquistar a las masas, además del carácter fascista del Código del
Trabajo y la legislación represiva (Leyes de Seguridad del Estado, Estado de
Sitio y la Ley Marcial). Por otro lado, se referían a la relación entre la
burguesía y la oficialidad militar.
La insurrección de la Marinería y la ola de huelgas
que le sucedió, según el PCCH a fines de 1931, generaron alarma. Frente a la
radicalización de las masas, las clases dominantes y los altos mandos del
Ejército (generales ibañistas) buscaron imponer una dictadura[53]. Desde su
perspectiva, el fascismo nuevamente se estaba organizando a partir de esta
complicidad, la cual fue inaugurada con Ibáñez y ahora renovada bajo un
gobierno que se decía “civilista”. Si bien el FCUF denunciaba el peligro de un
golpe militar, según Bandera Roja, lo
que menos le interesaba era defender la Constitución. Para salvaguardar el
sistema capitalista, a la burguesía le era imprescindible el militarismo[54]. En ese
sentido, su complicidad con la oficialidad militar se percibió como el eje
medular de una dictadura fascista, cuya particularidad era la desconfianza
hacia marineros y carabineros. Esto justificaba, desde su perspectiva, que el
gobierno creara huestes civiles o llamara a la intervención del Ejército. Bajo
estos referentes, los comunistas acusaron a Montero y a Dávila de querer
instaurar el fascio, porque creaban las condiciones para que se diera un golpe
militar. De esta manera, la República Socialista también fue considerada como una
dictadura fascista.
b. Hacia la “fascistización” del Estado,
1933-1934
El segundo gobierno de Alessandri no lo persiguió el
fantasma del militarismo en su fase golpista, sino la acción represiva. En
noviembre de 1932, el periódico Bandera
Roja denunció que “los criminales que ejecutaron esas espantosas masacres
de Coruña, San Gregorio, Vallenar y Copiapó, están impunes y los que no gozan
de pensión de retiro desempeñan puestos de confianza en el gobierno
alessandrista. Ya esos crímenes debe agregarse los cometidos en la Alameda el
25 y en Osorno el 27, donde han caído atravesados por balas de carabineros
numerosos hombres, mujeres y niños”[55].
A esta política de represión le siguió,
denunciaba la prensa partidaria, un refinamiento de los mecanismos coercitivos,
como forma de paliar la agudización de la lucha de clases. En este marco, el
PCCH consideró que las Milicias Republicanas, si bien todavía ilegales, jugaba
un rol crucial para el gobierno en su propósito de frenar los avances del
movimiento obrero[56]. La crítica sistemática a estas organizaciones se realizó una vez que
éstas se consolidaron legalmente en mayo de 1933. Antes de esa
fecha, sólo se denunció su organización. Según el periódico El Comunista, el surgimiento de las
milicias civiles, entendiéndolas como “guardias blancas”, también apuntaban a
sofocar una posible subversión de soldados y carabineros[57].
Frente a la radicalización de las masas y
la ampliación estratégica del PCCH hacia la adhesión de marineros, soldados y
carabineros tras la sublevación de la Marinería, las milicias republicanas
cumplieron una labor netamente contrarrevolucionaria: atacaron organizaciones
obreras, disolvieron huelgas y guardias rojas, entre otras acciones. A esto se
sumaban las denuncias de persecuciones y flagelaciones. Para los comunistas,
éste era el primer paso hacia la implantación del fascismo en Chile, lo que
encontró su correlato en las referencías que tenían de la Alemania de Adolf
Hitler.
Las percepciones de la Alemania nazi se
enfocaron en la represión sistemática que se ejerció contra el avance
revolucionario, además de las tareas del Partido Comunista alemán en su lucha
contra el régimen. En marzo de 1933, El
Comunista informaba que el régimen nazi buscó salvar del caos a la clase
capitalista imponiendo el peso de la crisis económica sobre los obreros a
través del terror. Para ello, Hitler organizó “hordas de asesinos”, tropas
creadas para “asesinar en masa a obreros descontentos con su pésima situación”[58]. A esto
se sumaba la realización de montajes, como el incendio del Reichstag, para
justificar la persecución de comunistas y obreros alemanes[59].
La prensa, asimismo, enfatizó tanto la masividad de los asesinatos de trabajadores,
que llegó a plantear que la guerra que preparaba el régimen apuntaba a ese
objetivo[60]. No
obstante, todo era encubierto por una política demagógica. Frente a esto, el PC
alemán debía desenmascarar a Hitler y constituir un Frente Proletario Antifascista.
Esta estrategia seguía los lineamientos del Komintern, y ese fue el énfasis que
dio la prensa comunista chilena a las informaciones que difundía.
Desde fines de 1932, los comunistas
percibieron elementos de continuidad que se remontaban al primer gobierno de
Alessandri. Además de las Milicias Republicanas y el uso de Facultades
Extraordinarias, la demagogia, el Código Laboral y la legislación social fueron
los principales elementos que articularon la interpretación antifascista que el
PCCH tuvo durante este período.
Pese a múltiples similitudes identificadas
por los comunistas, ¿por qué aún no consideraban el gobierno de Alessandri como
un régimen fascista? Porque Alessandri no basó su régimen en la oficialidad
militar. Esta carencia distanció significativamente a Alessandri de Hitler,
Ibáñez y Mussolini. De ahí que, para el PCCH, la inminencia del régimen
fascista radicó en la reanudación de la complicidad entre los imperialistas y
los militares ibañistas. Por esta razón, este partido llegó a sostener –en
junio de 1933– que el fascismo como régimen estatal se estaba instalando y,
consiguientemente, llamó a la constitución de un Frente Antifascista[61].
4. Los cómplices de la vía fascista
Desde la instauración de la dictadura de Ibáñez hasta
la inflexión de la política sectaria de “clase contra clase” a mediados de
1933, hubo una diversificación de quienes fueron considerados por el PCCH como
cómplices de la burguesía y de su vía fascista. Esta diversificación desplazó
el eje de las críticas desde los partidos “traidores” que apoyaron a Ibáñez en
1926 a la disidencia comunista y, en general, a los demás sectores de la
izquierda chilena.
A fines de octubre de 1926, Carlos Contreras Labarca
declaró ante la Cámara de Diputados que, además de la derecha, la Unión Social
Republicana de Asalariados de Chile y el Partido
Demócrata eran cómplices del –entonces– ministro Ibáñez en su disputa con el
Congreso, siendo este conflicto un pretexto para asentar una dictadura fascista[62].
A partir de 1931 esta percepción cambió radicalmente,
una vez que la fracción que obtuvo la dirección del Partido Comunista adscribió
a la teoría social-fascista. Según Fernando Claudín, esta teoría adoptó la
perfecta asimilación entre fascismo y socialdemocracia. Esta tesis enfatizó la
equivalencia de los fines entre ambos sectores políticos, si bien se
diferenciaban en consignas y métodos. El ala izquierda del social-fascismo,
según esta tesis, tenía la misión de manipular las consignas de los sectores
revolucionarios y por otro lado, su desarrollo inevitablemente la llevaría al
“fascismo puro”. Por esta razón, este sector sería considerado más peligroso
que la derecha.
En virtud de lo anterior, la fracción oficial
desarrolló campañas que buscaron desenmascarar el supuesto carácter social-fascista
de los disidentes comunistas, anarquistas y socialistas. De esta manera, Manuel
Hidalgo, uno de los principales dirigentes de la fracción comunista disidente,
fue acusado de reformista y haberse adaptado a la política de la dictadura de
Ibáñez, además de haber preferido sus vínculos con Alessandri, Montero y los
elementos “contrarrevolucionarios” (trotskistas, anarquistas y demócratas
ibañistas). A los demás disidentes se les acusó de colaborar con el
imperialismo y el grovismo, al desarrollar un trabajo sindical inscrito en el
marco legal. A varios se les acusó –sin evidencias– de haber entregado
información durante la dictadura. Después que este grupo fundó la Izquierda
Comunista en marzo de 1933, el PCCH declaró que su trotskismo era la ideología contrarrevolucionaria
que buscaba aplastar, junto a la burguesía, a los “verdaderos luchadores por
las reivindicaciones obreras”[63].
Como es posible apreciar, el argumento del PCCH
oficial se basó en la premisa del carácter contrarrevolucionario de todo sector
no-comunista y, consiguientemente, denunció sus supuestas motivaciones en
querer engañar a las clases trabajadoras a través de un discurso de tinte
reformista o revolucionario. Para los comunistas, el mejoramiento de las
condiciones inmediatas de los obreros por medio de la legislación social
encubría un fin perverso: el retroceso del movimiento revolucionario. En
definitiva, esto justificaba su actitud hacia los demás sectores de la
izquierda chilena.
A nuestro parecer, esta actitud hacia otras formas de
trabajo sindical es necesario entenderla en el marco de la disputa por la
hegemonía del movimiento obrero. En ese sentido, para el PCCH fue conveniente
plantear una posible colaboración entre estas organizaciones y la burguesía,
bajo el entendido que no se admitían términos medios. En consecuencia, estas
acusaciones estuvieron respaldadas por hechos y apreciaciones que respondían a
su forma particular de entender el fascismo en Chile, a saber: a colaborar con
la represión, o realizar un trabajo sindical bajo el marco legal, o manifestar
algún vínculo –como los grovistas– con la oficialidad militar. A partir de
esto, el PCCH declaró que su principal enemigo era el grovismo, dada su
relación con la República Socialista y el coronel Marmaduke Grove.
Estas percepciones se correspondieron a la tesis
planteada por el Komintern. Como señalamos, la asimilación de la social
democracia al social-fascismo ratificó finalmente el carácter sectario de las
políticas de “clase contra clase”. De esta manera, la estrategia del “Frente
Único por abajo” excluyó el pacto político con la social-democracia y otros
partidos reformistas. Así, el PCCH desarrolló compañas de desprestigio que
apuntaban a desenmascarar la complicidad de estos sectores con el fascismo.
En este marco, la lucha de los comunistas alemanes
frente al régimen nazi llamó la atención del PC chileno. A fines de 1932, Bandera Roja informaba, de forma
optimista, que el PC alemán se estaba fortaleciendo y que, consiguientemente,
las masas se estaban alejando del nazismo[64].
El triunfo de los alemanes, el cual se atribuyó al cumplimiento de la línea
política del Komintern, demostraba que los comunistas no requerían establecer
pactos con los dirigentes social demócratas, y que, por otro lado, la
estrategia planteada por el trotskismo estaba equivocada. Por su parte, en
agosto de 1933, El Comunista recalcó
nuevamente que el PC alemán no necesitaba pactar con los social-demócratas,
quienes eran –además– considerados traidores por haber apoyado a Hitler en su
ascenso al poder[65].
Siguiendo con esta línea, y ratificando la radicalidad de la tesis del “Frente
Único por abajo”, se publicaron las resoluciones del XIII Comité Ejecutivo de
Komintern, tituladas “O la toma del poder por el proletariado o la implantación
del fascismo para salvar en parte el capitalismo”[66].
En este contexto, resulta notable que una de las
iniciativas antifascistas más relevantes (y de la que se tiene mayor registro),
desde la caída de la dictadura de Ibáñez, fue la constitución del santiaguino
Frente Antifascista (FAF) en junio de 1933, cuyo comité estuvo formado por la
Izquierda Comunista, la anarquista Confederación General de Trabajadores (CGT),
el PCCH y su sección juvenil, entre otras organizaciones. En su Conferencia
Nacional del mes siguiente, los comunistas justificaron su participación ante
los emisarios del BSA presentes, resolviendo que entendían que dicha plataforma
podían utilizarla para disputar la base social de las demás organizaciones del
FAF[67].
En uno de sus primeros manifiestos, el FAF declaraba
que su constitución obedecía a la “defensa de las organizaciones, de los
salarios y de las mejores condiciones de vida de clases trabajadoras”[68]. Si bien reconocía que aún no se organizaba el fascismo en Chile,
justificaba su constitución argumentando que el Estado burgués se estaba
transformando en una máquina reaccionaria frente a las conquistas del
movimiento obrero. En función de esto, se habían formado “guardias
republicanas” en tanto guardias de asalto. Por esta razón, era necesaria la
unidad sin importar las diferencias ideológicas. El programa que defendía el
FAF era la disolución de las Milicias Republicanas, la derogación de la
legislación represiva y la ampliación de las libertades. Asimismo, las
reivindicaciones por la jornada de seis horas y el aumento de las
remuneraciones, la prohibición de lanzamientos de arrendatarios, la derogación
de los impuestos a los artículos de primera necesidad, etc. La incorporación de
estos tipos de reivindicaciones nos expresa que la actividad antifascista
proyectaba, en general, demandas que derivaban de la relación
represión-capitalismo-fascismo y, por tanto, de la particular forma de enteder
–desde el comunismo– el fenómeno fascista en Chile. Consiguientemente, cuando
la CGT decidió marginarse del FAF, el PCCH acusó a los anarcosindicalistas de
abandonar a los obreros a las garras del fascismo, lo que demostraba que eran
cómplices de la burguesía[69].
Si bien el PCCH justificó su participación apelando a
las políticas de “clase contra clase”, como lo ha señalado Rolando Álvarez, las
iniciativas unitarias desarrolladas por el PCCH y su plataforma sindical, la
Federación Obrera de Chile, fueron parte del proceso de reunificación del
movimiento sindical que finalmente culminó con la fundación de la Confederación
de Trabajadores de Chile en 1936. En ese sentido, la retórica beligerante de
“clase contra clase” constituyó una estrategia de diferenciación del comunismo
respecto a los demás sectores de la izquierda chilena, en el marco de la
disputa por la hegemonía del movimiento sindical y la amenaza que significó la
represión contra la subsistencia del partido. Esto demuestra que, si bien el
PCCH suscribió formalmente a la línea política komintereana, su implementación
respondió, como lo sostiene Álvarez, al sentido común de una militancia que
transitaba por una experiencia de represión y a la necesidad del PCCH en
rearticular su tejido social.
En este marco, el FAF podía coexistir con el discurso
sectario, incluso cuando las referencias sobre la lucha antifascista alemana
eran de ese tenor. De esta manera, la política antifascista desarrollada por
los comunistas no fue una emulación. Se trató de una política que, a partir de
una categorización propia sobre lo fascista, agrupó el repertorio estratégico
que el PCCH articuló durante estos años: la defensa de la democracia y las
libertades civiles, además de programa de reivindicaciones inmediatas del
movimiento sindical.
Conclusiones
Los hechos de violencia cometidos por los fascistas en
Italia y en Alemania no dejaron indiferentes a los comunistas chilenos. A los
pocos meses de su fundación, el Partido Comunista se abocó a difundir
informaciones sobre quienes estaban figurando como un nuevo enemigo del
movimiento comunista internacional y, en general, de los movimientos por la
emancipación social. Así, una vez que Benito Mussolini llegó al gobierno
italiano, la prensa partidaria puso especial atención para identificar las
características de un régimen fascista. De esta manera, el PCCH fue agrupando
referencias que le permitió definir qué era el fascismo, cuál era la política
de los fascistas y cómo había que desarrollar la lucha antifascista. En este
marco, el informe sobre la experiencia italiana, redactado por los
komintereanos José Penelón y Juan Greco jugó un rol relevante para
conceptualizar estas referencias a partir de la relación entre el fascismo y el
capitalismo. Así, surgió la posibilidad de reproducción de la experiencia
italiana en otros lugares del mundo. Esto, ciertamente, significó un dilema
para el PCCH y de ahí su necesidad de evaluar si el fascismo se estaba
organizando en Chile o si llegaría desde el extranjero.
En la medida que se fue desplegando el régimen de
Mussolini, los comunistas advirtieron que no había tantas diferencias con los
gobiernos chilenos. La legislación del mundo del trabajo y la represión
sistemática, siendo las principales preocupaciones del PCCH a la hora de
evaluar su influencia en el movimiento sindical, fueron conceptualizadas como
un modus operandi fascista.
Posteriormente, se consideraron otros elementos como la relación mantenida con
los militares o la creación de tropas paramilitares. En esta reflexión, como lo
señalamos, contribuyó significativamente las tesis del Komintern, en la medida
que profundizó la reflexión teórica sobre la relación entre el fascismo, el
capitalismo, los gobiernos burgueses y la social-democracia. De esta manera, no
era necesario que ciertas organizaciones se reivindicaran como fascistas, para
que en Chile hubiera fascismo.
Estas percepciones sobre el fascismo europeo, por
cierto, encontraron en el PCCH un terreno fértil en la medida que este partido
se enfrentaba a la impronta represiva que caracterizó a los gobiernos de turno.
Como se sabe, desde 1925, en Chile se empezó a crear e implementar una legislación
destinada a reprimir a las organizaciones populares y a sofocar la influencia
de la izquierda en el mundo del trabajo. De ahí que las referencias sobre los
fascistas europeos y las tesis del Komintern hayan sido tan relevantes para la
lectura de la realidad chilena en clave antifascista.
Como es posible apreciar, la política antifascista
transitó por los cambios que experimentó la reflexión sobre el fascismo y, en
particular, sobre el caso chileno. Desde la oposición a los regímenes fascistas
del mundo, el eje se desplazó hacia la lucha por la democracia, las libertades
públicas y las reivindicaciones históricas del movimiento sindical, en suma, al
programa estratégico del PCCH. Este desplazamiento, por supuesto, también se
inscribió en las tensiones generadas entre la adscripción a una línea política
sectaria y la necesidad del PCCH en rearticular su tejido social a partir de
sus tradicionales prácticas políticas. De esta manera, la política antifascista
constituye un ejemplo de la intersección entre lo local y lo internacional en
el comunismo. Así, una política construida a partir de la experiencia
internacional e impulsaba bajo las directrices del Komintern, adquirió en Chile
un contenido y una significación marcada por la impronta local.
El antifascismo comunista lograría constituirse como
un elemento identitario importante en la cultura política del PCCH durante su
fase más sectaria, para establecer sus diferencias respecto a los demás
sectores de la izquierda chilena. No obstante, como es posible proyectar, en el
marco del viraje hacia la política frente-populista y hacia el “sindicalismo
legal” en lo partidista y sindical respectivamente, el antifascismo se
posicionará como un espacio común de convergencia política, cuya culminación
será –finalmente– la constitución del Frente Popular en 1936.
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Recibido: 08/05/2017
Evaluado: 27/07/2017
Versión Final: 24/08/2017
[1] Damián Lo, “Entre el fascismo y la
guerra: elementos para una historia política de la colonia italiana de Iquique,
1927-1943” (inédito). Mis agradecimientos al autor por facilitarme el
manuscrito.
[2] Hernán Venegas, “El Partido Comunista de Chile y sus políticas aliancistas: del Frente
Popular a la Unión Nacional Antifascita, 1935-1943”, Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Vol. XIV, Nº 1,
Santiago, 2010, p. 92; Boris Yopo, “Las relaciones internacionales del Partido
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[3] Andrés Bisso, “El antifascismo
latinoamericano: uso locales y continentales de un discurso europeo”, Corea. Revista de Estudios de América Latina,
Nº 3, 2000, pp. 91-116.
[4] Bruno Groppo, “El antifascismo en la
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Crespo (coordinadores), El comunismo:
otras miradas desde América Latina, México, UNAM, Centro de Investigaciones
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2007, p. 94.
[5] De ahí que el marco temporal de este
artículo se sitúe fuera del “periodo del antifascismo”, a propósito del estado
de la cuestión que hemos esbozado.
[6] François Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, España, FCE, 1995, caps. 7 y 8.
[7] Joaquín Fernández, “En lucha contra el
‘pulmón de la conspiración fascista en América Latina’. Los comunistas chilenos
ante el proceso político argentino y el Gobierno de la Revolución de Junio
(1943-1946)”, Historia, Vol. XI, Nº
48, Santiago, 2015, pp. 435-463. Del mismo autor, “Orígenes de un desencuentro:
el Partido Comunista de Chile ante el Movimiento Nacionalista Revolucionario y
la dictadura de Villarroel en Bolivia (1943-1946)”, Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Vol. XIX, Nº 19,
Santiago, 2015, pp. 9-39.
[8] Ulianova, Olga y Alfredo Riquelme
(editores). Chile en los archivos
soviéticos, 1922-1991. Tomo I: Komintern y Chile, 1922-1931, Santiago,
DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2005.
[9] El proceso de bolchevización, iniciado
en 1926, significó la división del PCCH en dos fracciones. Desde 1931,
aparecieron a la luz pública, después de años en la clandestinidad producto de
la dictadura de Carlos Ibáñez, dos “Partidos Comunistas de Chile (sección
chilena de la Internacional Comunista)”: una fracción oficial, apoyada por el
Komintern y su secretariado o buró para América Latina; y otra disidente que,
en 1933, terminaría por adscribir al movimiento de oposición internacional de
izquierda y reafirmar sus posiciones trotskistas. Véase: Olga Ulianova, “El PC
chileno durante la dictadura de Carlos Ibáñez (1927-1931): la primera
clandestinidad y bolchevización estaliniana”, Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº111, Santiago,
2002, pp. 385-436; Sergio Grez, “Un episodio de las políticas del “Tercer
Periodo” de la Internacional Comunista: elecciones presidenciales en Chile,
1931”, Historia, Vol. II, Nº48,
Santiago, 2015, pp.465-503; Ximena Urtubia, Hegemonía
y cultura política en el Partido Comunista de Chile: la transformación del
militante tradicional, 1924-1933, Santiago, Ariadna Ediciones, 2016.
[10] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 25/05/1922.
[11] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 22/06/1922.
[12] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 01/071922.
[13] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 14/10/1922.
[14] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 20/11/1923.
[15] El
Comunista, Antofagasta, 04/05/1923.
[16] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 26/12/1922.
[17] Véase: Sergio Grez, Historia del comunismo en Chile. La era de
Recabarren. 1912-1924, Santiago, Lom Ediciones, 2011.
[18] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 4/09/1923.
[19] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 19/06/1924.
[20] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 29/06/1924.
[21] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 21/06/1924.
[22] Ibídem.
[23] Ibídem.
[24] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 11/07/1924.
[25] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 07/07/1924.
[26] Ibídem.
[27] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 13/07/1924.
[28] Para un análisis más detallado de las
posiciones del PCCH respecto al movimiento militar, véase: Sergio Grez, Op.
Cit., cap. 16.
[29] Justicia,
Santiago, 07/09/1924.
[30] Citado en Sergio Grez, Op. Cit., p.
306.
[31] El
Comunista, Antofagasta, 13/02/1925.
[32] El
Despertar de los Trabajadores, Iquique, 17/02/1924.
[33] Justicia,
Santiago, 26/02/1926.
[34] El
Comunista, Antofagasta, 20/03/1925.
[35] Justicia, Santiago, 14/09/1926 y 29-30/11/1926.
[36] Sergio Grez, “El escarpado camino
hacia la legislación social: debates, contradicciones y encrucijadas en el
movimiento obrero y popular (Chile: 1901-1924)”, Cuadernos de Historia, Nº 21, 2001, p. 47.
[37] Grez, Historia del comunismo…, Op. Cit., p. 273; Urtubia, Op. Cit., pp.
100-101; Rolando Álvarez, “La matanza de la Coruña”, Contribuciones Científicas y Tecnológicas, Vol. XXV, Nº 116, 1997,
p. 84.
[38] Jorge Rojas, La dictadura de Ibáñez y los sindicatos (1927-1931), Santiago,
DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1993, pp. 85-102.
[39] Justicia,
Santiago, 29/09/1925.
[40] Justicia,
Santiago, 02/01/1926.
[41] El
Comunista, Antofagasta, 31/10/1926; Justicia, Santiago, 07/10/1926.
[42] En particular, las leyes que
establecían los requerimientos para la constitución y funcionamientos de
sindicatos, además de las instancias gubernamentales para la resolución de
conflictos laborales.
[43] Justicia, Santiago, 07/12/1926 y 03/11/1926.
[44] Hugo Frühling, “Fuerzas Armadas, orden
interno y Derechos Humanos”, en Hugo Frühling, Carlos Portales y Augusto Varas
(eds.), Estado y fuerzas armadas,
Chile, Stichting Rechthulp Chili, FLACSO, 1982, p. 36.
[45] Elizabeth Lira y Brian Loveman, Poder judicial y conflictos sociales (Chile:
1925-1958), Santiago, Lom Ediciones, 2014.
[46] Justicia,
Santiago, 20-21/01/1926.
[47] El
Comunista, Antofagasta, 21/08/1926.
[48] Justicia, Santiago, 21/11/1926.
[49] Rolando Álvarez, “El Partido Comunista
de Chile en la década de 1930: Entre “clase contra clase” y el Frente Popular”,
Pacarina del Sur, Nº 31, Año VIII,
2017.
[50] “Carta del Secretariado Sudamericano
de Komintern al PC chileno, 19.03.1927”, en Ulianova y Riquelme (eds.), Op. Cit., p. 265.
[51] “Carta del Secretariado Sudamericano
de Komintern al Comité de Santiago del PCCH y a todos los miembros del
partido”, ídem, p. 406.
[52] “Proyecto de la carta del Comité
Ejecutivo de la IC al Comité Central del PC chileno, preparado por J.
Humbert-Droz, 27.04.1928”, ídem, p. 322.
[53] Bandera
Roja, Santiago, 16/12/1931.
[54] Bandera
Roja, Santiago, 20/08/1931.
[55] Bandera
Roja, Santiago, 26/11/1932.
[56] Sobre las milicias republicanas,
véase: Verónica Valdivia, La milicia
republicana. Los civiles en armas. 1932-1936, Valparaíso, Editorial América
en Movimiento, Segunda edición, 2016.
[57] El
Comunista, Antofagasta, 02/08/1933.
[58] El
Comunista, Antofagasta, 13/03/1933.
[59] El
Comunista, Antofagasta, 02/04/1934.
[60] El
Comunista, Antofagasta, 28/02/1934.
[61] El
Comunista, Antofagasta, 30/08/1933.
[62] El
Comunista, Antofagasta, 03/12/1926.
[63] El
Comunista, Antofagasta, 17/04/1933 y 10/05/1933.
[64] Bandera
Roja, Santiago, 12/11/1933.
[65] El
Comunista, Antofagasta, 02/08/1933.
[66] El
Comunista, Antofagasta, 30/03/1934 y 2-8/04/1934.
[67] Hacia
la formación de un verdadero partido de clase. Resoluciones de la Conferencia
Nacional del Partido Comunista realizada en julio de 1933, Santiago, Taller
Gráfico Gutenberg, 1933, pp. 36-37.
[68] Archivo Histórico Nacional, Fondo de
Intendencia de Santiago, Vol. 838, “¡Pie contra el fascismo!”, proclama adjunta
a documento Nº 3063.
[69] Justicia,
Iquique, 03/09/1933.