El internacionalismo latinoamericanista del PC chileno en el mundo
postsoviético (1988-1994)[1]
The Chilean Communist Paryt´s Latin
Americanist internationalism in the post-Sovietic world (1988-1994)
José Ignacio Ponce
López
Universidad de
Santiago de Chile,
Comisión Nacional de Investigación Científica
y Tecnológica, Chile
Resumen
El artículo
trata sobre los cambios en el imaginario político internacionalista del Partido
Comunista chileno, tras el derrumbe de la Unión de República Socialista
Soviética y el inicio de la “transición” a la democracia en su país. Se
sostiene que después de una profunda crisis interna y de sus referentes, el
PCCh reformuló su política internacionalista, enfatizando su perspectiva
latinoamericanista. Si bien esta venía desarrollándose desde antes, en
particular durante los años de la Dictadura de Pinochet, la mantención de Cuba
como un Estado socialista le permitió reafirmar la vigencia de su proyecto
histórico y concretar nuevas formas de solidaridad con otros pueblos del continente.
Ello allanó la posibilidad de que los comunistas chilenos recibieran con
entusiasmo otros procesos anticapitalistas de la región, tal como fue la
rebelión zapatista en México. Aunque nunca plantearon copiarla mecánicamente,
los más importantes dirigentes comunistas tuvieron simpatía y atracción del
proceso encabezado por el EZLN, pues les dio algunas claves de sentido para
enmarcar a escala continental las movilizaciones que impulsaban en Chile contra
las políticas neoliberales.
Esto se
argumenta en base a periódicos, revistas, documentos partidarios y bibliografía
relacionada al tema.
Palabras Clave
Comunismo;
internacionalismo; latinoamericanismo; postsoviético; Chile
Abstract
The article its about the changes in the Chilean Communist Party´s imaginary
political internationalist, after the collapse of the Union of Soviet Socialist
Republic and the beginning of the "transition" to democracy in his
country. It is argued that after a deep internal crisis and its referents, the
Chilean Communist Party reformulated its internationalist policy, emphasizing
its Latin American perspective. Although it had been developed before,
particularly during the Pinochet dictatorship, Cuba's maintenance as a
socialist state allowed it to reaffirm the validity of its historic project and
to establish new forms of solidarity with other peoples of the continent. This
paved the way for the chilean communists to enthusiastically welcome other
anticapitalist processes in the region, as was the Zapatista rebellion in Mexico.
Although they did not propose to copy it mechanically, the most important
communist leaders had sympathy and attraction of the process headed by the
EZLN, because it gave some keys to them to frame to the continental scale the
mobilizations that propelled in Chile against the neoliberal policies.
This is argued based on newspapers, magazines, partisan documents and
literature related to the topic.
Keywords
Communism; internacionalism; Latin Americanism; post-sovietic; Chile
Eric Hobsbawm planteó que uno de
los aspectos característicos del comunismo fue su “internacionalismo”[2]. Sin embargo, la desintegración del
“socialismo real” puso en jaque dicha dimensión del imaginario político de los
Partidos Comunistas (PPCC) a escala mundial. Sumado a los contextos locales, el
fin de la URSS ayudó a la embestida de sus adversarios para cuestionar la
vigencia del proyecto comunista. Pero tras 26 años, algunos PPCC mantienen sus
banderas en alto y han logrado influir en la política de sus respectivos
países, aunque con distintos grados y diversos caminos recorridos.
A pesar de que durante el siglo
XX los estudios sobre el comunismo fueron variados, solo en las últimas décadas
distintos historiadores han intentado posicionarlo como una realidad múltiple y
compleja a lo largo del siglo XX[3]. Estos han permitido comprender al comunismo
no como una experiencia fatalmente destinada al fracaso, sino como un campo
político de diversas trayectorias específicas necesarias de historizar para dar
cuenta de sus derroteros. Perspectivas que han ayudado en abordar de diversas
formas el desarrollo de los PPCC tras la disolución del bloque soviético,
destacando los análisis sobre los casos del PC italiano, PC francés, PC español
y PC uruguayo, entre otros. Como ha resumido un historiador, por ejemplo, si el PCF fue incapaz de recuperarse de la
crisis que golpeó a los PPCC luego del fin del socialismo, quedando en una
marginalidad hasta el día de hoy; el PCI, tras disolver su identidad y
orgánica, se convirtió en un actor democrático incuestionable en la vida
política italiana; mientras que el PCE y el PCU sufrieron desgajamiento y
transformaciones identitarias, pero sin diluir sus denominaciones comunistas,
lograron mantener incidencia en sus países, para luego alcanzar cargos institucionales
importantes, particularmente en Uruguay[4]. Estas diferencias suelen estar vinculadas a
los desarrollos locales y concretos de los PPCC, lo que trae consigo que para
dar cuenta de su trayectoria en el mundo postsoviético, es necesario situarlos en
su contexto, analizar las distintas dimensiones de su accionar y ver los
diferentes cambios y continuidades que experimentaron. Donde uno de los
aspectos que no ha sido investigado en profundidad es la cuestión del
internacionalismo, que en este trabajo trataremos abordar a partir de un caso
concreto: el Partido Comunista de Chile (PCCh).
Un contexto particular vivió el
PCCh hacia fines de la década de 1980 y principios de los noventa. En su país,
la desintegración de la URSS coincidió con la naciente “transición” de la
dictadura de Pinochet a la democracia[5]. Esta última, marcada por un recambio donde
primó una disposición hacia el “consenso” entre las dos principales coaliciones
políticas de la época, cuestión que tenía como una de sus condiciones la exclusión
del PCCh del sistema institucional[6]. Así, desde 1990 los comunistas chilenos
vivieron una experiencia histórica que combinaba un mundo postsoviético con una
postdictadura en su país.
En torno al desarrollo de esta
colectividad durante el periodo analizado, se han sostenido dos tesis
contrapuestas. Por un lado, tras asumir la lucha armada bajo la dictadura, en
1990 habría predominado la ortodoxia ideológica y la incapacidad de entender el
nuevo escenario político chileno, imposibilitando la adaptación del PCCh a este[7]. Desde una posición distinta, otros han
planteado que el PCCh, en el mismo periodo, vivió un particular proceso de
renovación, incluyendo una lenta adaptación proyectual, estratégica e, incluso,
semántica al nuevo contexto democrático[8].
Con este marco de los estudios
sobre la experiencia reciente del comunismo a escala mundial y nacional, el
siguiente artículo indaga cómo el PCCh enfrentó, al calor de su contexto local,
la configuración de un mundo postsoviético y, en particular, qué sucedió con la
dimensión internacionalista de su imaginario político.
Un investigador del comunismo en
Chile, retomando a Cornelius Castoriadis, ha planteado que el quehacer humano
se despliega por medio de “imaginarios sociales” y permiten la apropiación simbólica
de sus acciones. Así, los imaginarios estarían constituidos por tradiciones
culturales y valóricas de una sociedad, además de ser la manera como esta es
representada en determinados momentos históricos. Sumando a Tomás Moulian, esta
propuesta ha propuesto que la creación cognitiva combina deseos, mitos
colectivos, sueños compartidos, conocimiento científico, orientando la acción y
movilizando voluntades, mezclando de esta forma aspectos subjetivos e
irracionales, con otros lógicos y calculados. De allí que estarían constituidos
tanto por la cultura erudita y popular de una sociedad, como por la
construcción de distintos actores políticos, evidenciando su carácter social y
diversificado, siendo articulados de manera específica por cada sujeto[9]. En resumen, los imaginarios orientan las
vidas de las personas y las colectividades, pero a su vez, estas los van
transformando en su devenir, haciéndose necesario historizarlos.
A partir de lo anterior, se
propone en este artículo que el PCCh no renunció al internacionalismo como
dimensión de su imaginario político, sino que lo reformuló enfatizando su
latinoamericanismo, en el marco de una transformación más general de su
proyecto partidario. Junto con hacer variaciones a sus apuestas políticas, los
comunistas fueron reconstruyendo un imaginario donde se diluyeron lentamente
sus aspectos soviéticos mientras se profundizó su enraizamiento nacional y
latinoamericano. Si bien esto se acentúo desde 1990 en adelante, era un
fenómeno que venía procesándose al menos desde el golpe de Estado de 1973,
cuando se estrecharon vínculos con Cuba y la experiencia Sandinista. De tal
modo, tras la caída de la URSS, los comunistas latinoamericanizaron su
internacionalismo, tomando como referencia de sus reflexiones otros procesos anticapitalistas
en la región, tal como ocurrió con la rebelión zapatista. Así, después del
desplome soviético y ante una dura exclusión en la postdictadura chilena, los
comunistas vieron a Cuba y su “periodo especial” (1990-1993), como un ejemplo
de resistencia a la ofensiva neoliberal a las puertas del “imperio” y una
evidencia de que no era ineludible la crisis del “socialismo”. Mientras que la
insurrección Zapatista (1994) les permitió procesar una crítica a la
globalización y enmarcar la movilización social contra el neoliberalismo en una
dinámica mundial, a través de la cual, también, emergían nuevos actores
políticos, como los indígenas, tal cual ya se empezaban a expresar en Chile.
Esto también estuvo acompañado por el rescate de un acervo histórico nacional
del Partido y de las luchas populares, el cual hundía -según los comunistas
chilenos- sus raíces en América Latina, expresándose en prácticas y discursos
de los dirigentes de la colectividad.
Para dar cuenta de ello,
analizaremos documentos partidarios, testimonios de dirigentes y prensa del
periodo 1988-1994. La primera parte se enfoca en los vínculos latinoamericanos
del PCCh antes de la caída de la URSS. Luego indaga la forma en que enfrentaron
el derrumbe del “bloque soviético” y cómo reformularon su latinoamericanismo en
torno a la revolución cubana. Posteriormente analizamos la recepción de la
rebelión zapatista y las “enseñanzas” que sacaron los comunistas de dicho
proceso. Terminamos el texto con unas conclusiones respectivas sobre el caso analizado
y en torno a la cuestión del internacionalismo.
El
latinoamericanismo del PCCh antes de la caída de la URSS
Salvo contadas menciones[10], se ha asumido que los lazos internacionales
del PCCh se constituían en torno al Movimiento Comunista Internacional guiado
por la URSS. No obstante esta realidad, tampoco se puede negar los PPCC de la
región tuvieron posturas propias respecto a algunos procesos políticos locales
o continentales, dándose en algunas ocasiones tensiones con la propia URSS[11]. Tal como ha planteado una autora, ello se
explica porque “el locus o espacio
comunista” articuló diferentes pertenencias, donde “sin dudas, se admiraba el
proceso soviético y efectivamente Moscú fue un “centro” del comunismo
internacional, pero su función de centro se remitió más al plano de las ideas
que al control efectivo de las periferias, que en muchos casos resultó
impracticable”[12]. Siguiendo este planteamiento, en esa
periferia estaban los PPCC latinoamericanos, entre los que “en esas
yuxtaposiciones se destacó el rol del Partido nacional, como estructura
organizacional principal”[13]. Por lo mismos, al igual que muchos de sus
símiles latinoamericanos, amplios aspectos del comunismo chileno se definieron
por cuestiones locales y no necesariamente por decisiones geopolíticas de la
URSS. Así, la influencia soviética funcionó más para ratificar o -como han
sostenido otros autores sobre la teoría “marxista ortodoxa” soviética-
legitimar a posteriori la acción del PCCh[14]. De allí que este partido podía tener
simpatías con respecto a otros movimientos populares de la región, sin estar
condicionado de antemano por la política impulsada por la URSS.
Ahora bien, estas dos formas de
relaciones políticas internacionales no estaban exentas de tensiones. El caso
más demostrativo probablemente sea la “revolución cubana”. Los comunistas
chilenos tempranamente simpatizaron con el proceso sin tener claro si tomaría
un “rumbo socialista”, como lo confirmó en 1962, ya que significó un “triunfo
sobre el imperialismo yanqui”. Aunque su solidaridad no fue tan fervorosa como
la de otras corrientes de izquierda de la época, más que por un mandato de la
URSS y por las críticas de los cubanos al “sistema soviético” en los sesenta,
las divergencias del PCCh con la isla tuvieron que ver con las distintas “vías
revolucionarias” impulsadas por cada uno. Es más, incluso después que Cuba se
integró al “campo socialista”, las tensiones de los comunistas con la
“revolución” se mantuvieron, porque esta instaló como posibilidad la
insurgencia en el continente, diametralmente opuesta al camino “no armado” que
impulsaba el PCCh por esos años[15].
De todas formas, los comunistas
chilenos tuvieron cercanía con Cuba “socialista”. Existieron algunas
experiencias que evidencian esta relación. Una fue la vivida por la familia
Pellegrín Friedman. Los padres, dos militantes comunistas arquitectos, viajaron
a colaborar en planes de construcción en la isla durante los sesenta. El golpe
de estado de 1973, los encontró en la isla junto a sus hijos, entre quienes
estaba Raúl Pellegrín. Otra experiencia fue la seguida por un contingente de
jóvenes, dentro de quienes estaba el militante comunista de extracción popular
Galvarino Apablaza, que durante el gobierno de la UP fueron a formarse como
médicos y luego debían volver a contribuir a la “revolución chilena”. Pellegrín
y Apablaza permanecieron en Cuba los años posteriores al golpe, y ambos
engrosarían las filas de los jóvenes comunistas que se formaron en la academia
de oficiales cubanos, tras el ofrecimiento de Fidel Castro a la cúpula del
PCCh. Estos jóvenes pasaron a cumplir la “tarea” militar y fueron parte un
nuevo trayecto del internacionalismo comunista chileno[16].
En efecto, de forma azarosa, fue
este grupo de comunistas el germen de una experiencia tanto práctica como simbólica
del internacionalismo del PCCh. Su exilio y formación militar cubana provocó
que estos comunistas chilenos en la isla, se permearan de un imaginario que
combinaba socialismo con un nacionalismo y latinoamericanismo. Pero más
importante aún, el factor clave para estos jóvenes y el Partido sería su
contribución en la “revolución nicaragüense”. Tras el ingreso a las
instituciones castrenses y las indecisiones del PCCh sobre cómo enfrentar a
Pinochet en Chile, el mismo Fidel propuso que estos jóvenes militares
colaboraran en la lucha del Sandinismo contra Somoza. Luego del derrocamiento
de este último y en el marco de la reconstrucción política de Nicaragua
encabezada por los sandinistas, la importancia alcanzada por los comunistas
chilenos en el proceso se manifestó en su designación para relevantes espacios
políticos, institucionales y militares. Así, esta experiencia de lucha y acción
política se terminó transformando en una forma concreta en cómo los comunistas
habían ayudado a otros procesos emancipatorios. De allí que no fuera extraño
que algunos comunistas chilenos luego se pusieran a disposición y participaran
en las luchas populares Salvadoreñas y Colombianas[17]. A la postre, estas camadas de jóvenes
comunistas serían conocidas en Chile simplemente como los “internacionalistas”.
Una experiencia que no solo mezclaba su perspectiva latinoamericana, sino que
una vinculación con la lucha armada, de allí que un autor lo haya calificado
como el inicio de un internacionalismo
combativo en el PCCh[18].
En esta misma lógica, si el apoyo
de los cubanos hizo que los comunistas estrecharan su sentido de pertenencia
con la isla, la lucha de los chilenos en Nicaragua también transformó a éste
país en otra de sus referencias, no solo por la solidaridad entre pueblos, sino
también como inspiración para la lucha que desplegaban los comunistas contra
otra dictadura en Chile. Más cuando varios de esos internacionalistas tras el
triunfo en Nicaragua, fueron llamados a regresar a su Chile y para ser parte de
la dimensión armada de la Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM) de los
comunistas contra Pinochet. Su experiencia no solo fue una cuestión que cargó
de mística y simbolismo el accionar de los comunistas chilenos, sino que
también nutrió los debates y la acción misma del PCCh durante los ochenta[19]. Por eso, los años 1990 y 1991 no fueron
solo impactantes por el derrumbe de la URSS y la caída del “Muro de Berlín”,
sino que también por la derrota Sandinista en las urnas[20].
A pesar de esta reformulación que
vivía en la práctica su internacionalismo, los comunistas chilenos mantuvieron
un vínculo estrecho con el “bloque soviético”. Desde el día del golpe de
Estado, también la URSS y la RDA habían prestado su apoyo a los militantes
exiliados del PCCh. Esto confirmó para muchos comunistas chilenos la
solidaridad, hermandad e internacionalismo de dichos países. Una gran cantidad
de militantes de la izquierda chilena sobrevivirían e, incluso, se formarían
profesionalmente en dichos países. Aunque sin mellar las críticas de algunos
comunistas a la realidad social y política que vivieron, los países soviéticos
continuaron jugando una importancia gravitante en el imaginario político de la
colectividad.
Por lo mismo, la Perestroika y la
situación crítica que vivió la URSS hacia finales de los ochenta fueron
reflexionadas por el PCCh. El momento de análisis más consistente de la
organización se dio al calor de su XV Congreso, cuando se hicieron públicas sus
conclusiones sobre las deficiencias de la URSS y apoyaron “con toda decisión la
“revolución dentro de la revolución” impulsada por Mijail Gorbachov.
Estimándolo “el hecho más trascendental en la historia revolucionaria de las
últimas décadas, que debe redundar en más socialismo y más democracia”[21]. Esto, según el PCCh, permitiría “rectificar
errores y desviaciones del período stalinista y de los años de estagnamiento”,
por lo que reafirmaban: “Creemos en la democracia y creemos en el socialismo,
que, a pesar de todos sus problemas, constituye el más grande progreso de los
pueblos y de la humanidad hacia un mundo de justicia social, hacia la creación
de una sociedad más humana”. Así, la Perestroika –para el PCCh- significaba el
desarrollo combinado de socialismo con democracia[22].
No obstante lo positivo de este
proceso de cambios, la Perestroika tenía márgenes de incertidumbre, por lo
mismo que los comunistas chilenos ponían ciertos “cortafuegos” y relativizaban
la “crisis del socialismo”: “la renovación es una necesidad permanente.
Asumirla encierra un deber ineludible para los revolucionarios. Pero ella tiene
expresiones particulares en cada país socialista, acorde con su desarrollo
histórico y sus propias realidades”. Evidenciando cierta limitación para ver la
globalidad del problema en los países del bloque socialista, planteaban los
matices que existían por ejemplo con “la República Democrática Alemana, es una
prueba de la capacidad del socialismo para responder a los grandes desafíos de
la época contemporánea, garantizando a su población un buen nivel de vida y
distinguiéndose por su alta tecnología, por su capacidad productiva y por sus
exitosos índices de desarrollo en diversos campos”. Mientras que otros casos,
como Cuba, “enfrentada a problemas, en gran parte derivados del bloqueo
imperialista de treinta años y a otras causas, emprende un proceso activo de
rectificación encabezado por el Partido Comunista de Cuba”. Su síntesis era:
“los países socialistas atraviesan, sin duda, por dificultades. Pero éstas se
dan en distintas intensidades y formas requiriendo, por lo tanto, diversas
soluciones en concordancia con un principio que consideramos de obligatoria
aplicación práctica: la edificación del socialismo debe llevarse a cabo
teniendo rigurosamente en cuenta las condiciones de cada nación y cada Partido
Comunista debe tener primero en consideración sus propias realidades”[23].
Por tanto, para los comunistas el
intento de “renovación” de los revolucionarios, particularmente bajo los
regímenes del “socialismo real”, era una cuestión a la cual se plegaban. Por lo
mismo apoyaron la Peresotrika impulsada por Gorbachov y los diversos intentos
de “rectificación” en los países socialistas. Más aún, como han dado cuenta
otras investigaciones, también asumieron la tesis de la “renovación
revolucionaria” como un objetivo del Partido para reformular su proyecto
político para Chile[24]. De esta manera, la Perestroika fue asumida
inicialmente como una inspiración para oxigenar el proyecto comunista en la
URSS y Chile, pero que no debía aplicarse como una “copia mecánica”. Sin
embargo, la crisis cada vez más aguda y el derrumbe finalmente de la mayoría de
los países del bloque soviético, derivó en que los comunistas fueran haciendo
precisiones sobre el proceso y su perspectiva para Chile, acercándose hacia la
“revolución cubana” y alejándose de la URSS.
“El
Periodo Especial” del PCCh: la caída de la URSS y la solidaridad con Cuba
El XV Congreso del Partido
Comunista finalizó hacia mediados del 1989. Una de las experiencias de
“socialismo real” que los comunistas rescataban para matizar el incierto camino
que vivía la URSS, era la República Democrática Alemana (RDA). Pero noviembre
de ese mismo año terminaría con la “caída del muro de Berlín” y el inicio de la
reunificación alemana. Ello evidenció la aceleración de la crisis de los
distintos países del “socialismo real”, que el PCCh no desconoció durante el
año 1989, como lo mostraron una serie de Seminarios, libros y reportajes
publicados en sus órganos de prensa para analizar la “crisis del socialismo”[25]. Sin embargo, el contraste de la reflexión
en el informe de 1988 y lo que ocurrió un año después con la RDA, daba cuenta
de lo limitado de la lectura del PCCh sobre los problemas que vivían los países
socialistas.
Este complejo escenario para los
referentes internacionales del PCCh, se combinó a nivel nacional con una crisis
interna del partido, el cual venía atenazado por su exclusión de la transición.
Los adversarios políticos impugnaron al PCCh que los cambios en los
“socialismos reales” evidenciaban el fracaso de su proyecto histórico a escala
planetaria. Antiguos aliados e incluso militantes del partido asumieron la
necesidad de una reestructuración profunda del proyecto socialista, donde la
democracia se volvía central. Algunos militantes del PCCh, además, utilizaron
dicho planteamiento como argumento para legitimar su rechazo a la política que
había aplicado el partido bajo la dictadura y que generó profundas diferencias
internas. Toda esta situación derivó en una diáspora de una buena cantidad de
sus militantes[26]. En fin, tanto la situación internacional
como nacional parecía indicar el declive del proyecto al que apuntaban los
comunistas chilenos.
A pesar de esto, una franja
importante decidió continuar en la organización. Pero los militantes del PCCh
que se mantuvieron en la colectividad no fueron agentes que se negaron a ver la
realidad política que se desplegaba a su alrededor y se encerraron en los
dogmas para sobrevivir. Tal como ya habían anunciado en su XV Congreso, ellos
asumían “renovar” su proyecto político, pero sin bajar las banderas del comunismo.
De allí que apuntaron a una “renovación revolucionaria”, pero gradual. Este aggiornamiento incluyó la reformulación
de su imaginario político, entre ellos, sus referencias internacionales.
El cambio que vivió el imaginario
político del PCCh, podríamos decir, combinó dos aspectos centrales:
“nacionalización” de su historia y “latinoamericanización” de sus referencias
políticas internacionales[27]. Ambos elementos venían sedimentándose desde
hace un tiempo atrás. El primer venía planteándose como reflexión política y
estaba profundamente engarzado con los postulados de un sector de los
“renovadores” del PCCh, que asumían que la política del partido históricamente
había estado condicionada por la realidad del país y no por las definiciones de
agentes internacionales. En tal sentido, un amplio espectro de la organización
cambio la fecha de fundación del PCCh de 1922 -cuando había asumido el nombre
de Partido Comunista- a 1912, instalando que la historia de la organización
partía con la fundación del Partido Obrero Socialista, al alero del obrero Luis
Emilio Recabarren[28]. Esto no era menor, pues permitía a los
comunistas dotarlos de una historicidad propia y que respondía a la historia de
Chile, distinta a los derroteros de la Revolución Rusa y los que había seguido
el régimen soviético. De allí que no fuera extraño cuando en junio de 1990, al
momento de desarrollarse la Conferencia Nacional partidaria para salir de la
crisis y la “discusión ensimismada”, el PCCh cerrara sus conclusiones con que
“hoy más que nunca tiene sentido retornar a nuestras raíces históricas y
reconocer como fecha de nacimiento de nuestra organización el 4 de junio de
1912”[29]. En el acto de cierre de la Conferencia,
realizado a solo un par de días del 4 de junio, Volodia Teitelboim -a la sazón
Secretario General- dejaba entrever el espíritu de esta decisión: “El Partido
no se va a diluir, no se va a dividir”, agregando “el hecho que se establezca
como fecha de fundación del Partido el 4 de junio de 1912 no es un acto
simbólico. Tiene un profundo sentido político, ideológico, humano, chileno, latinoamericano”[30]. Se
situaba así, el inicio de la historia del PCCh ya no en la Revolución Rusa,
sino que en la realidad de las luchas populares chilenas y latinoamericanas.
Mientras se desataba en toda su
magnitud la crisis de los “socialismos reales” europeos, los comunistas optaron
por llevar a cabo uno de las ideas que circuló fuertemente en el XV Congreso, a
saber, “debemos afianzar la disposición de nuestro Partido a mantener y
estrechar relaciones con todas las fuerzas revolucionarias y democráticas latinoamericanas”[31]. Por un lado, el PCCh aportó en la
mantención de las redes de los PPCC latinoamericanos, participando en
conferencias, reuniones y actos de solidaridad conjuntos[32]. Pero también, por otro, entre enero y
agosto de 1990, se hicieron cada vez más presentes las referencias a
Latinoamérica y Cuba en los discursos y medios de comunicación del PCCh.
Volodia Teitelboim hizo especial referencia a los pueblos de Martí y Sandino
–léase Cuba y Nicaragua- en su discurso en el Estadio Santa Laura de enero de
1990, donde los comunistas salían oficialmente a la luz pública en un acto de
miles de personas, todavía bajo la dictadura de Pinochet. La venida de Silvio
Rodríguez en marzo de 1990, durante los primeros días del naciente gobierno de
Aylwin, referenció todavía más la cultura cubana en el imaginario de la
izquierda chilena y, en especial, de los comunistas. En tal sentido, “la
Conferencia Nacional reiteró la necesidad de que nuestro Partido desarrolle en
profundidad una política latinoamericanista
que, asentándose en nuestras raíces históricas, dé mayor contenido y
particularidad a nuestra gesta liberadora, humanista y democrática, en la
perspectiva del socialismo que queremos para Chile”[33]. Lo cual cobró más relevancia cuando se
ratificó un diagnostico que venía planteándose un año antes: “el Tercer Mundo,
América Latina en particular, somos las mayores víctimas del modelo de
funcionamiento del capitalismo”, que solo se podía “enfrentar y derrotar tales
designios con la unidad de sus pueblos asentada en la herencia común de
Bolívar, O´Higgins y Martí, de Sandino, Mariátegui, Recabarren y Allende”.
Remarcando que “el espíritu de Cuba es un ejemplo para América Latina. Hoy, una
vez más, es objeto de una tremenda presión del imperialismo, ante lo cual
renovamos nuestra decidida solidaridad con el pueblo cubano y su Partido
Comunista”[34]. De tal manera, en el marco de una de sus
mayores crisis como partido y cuando los socialismos europeos comenzaban a derrumbarse,
el PCCh retomó su historia nacional y las luchas populares del continente como
referencias de su imaginario.
Fue en los meses de julio y
agosto de 1990 cuando los comunistas chilenos prendieron las alarmas sobre la
crisis de la URSS y definieron solidarizar totalmente con el pueblo cubano. A
través de sus medios de comunicación aparecieron permanentemente tanto
reportajes en torno a la vida cotidiana en Cuba, sobre figuras emblemáticas
(como el Che) o hechos significativos (el 26 de julio), como entrevistas a
intelectuales cubanos, dirigentes de la isla y del PCCh, además de reproducir
los principales discursos de Fidel Castro. El intento por difundir lo que
pasaba en Cuba llegó a tal punto, que los comunistas distribuyeron el periódico
cubano “Granma” en Chile.
Las muestras de apoyo también
fueron presenciales, participando con una delegación encabezada por las
principales figuras del PCCh, Volodia Teitelboim y Gladys Marín en la
conmemoración del 26 de julio en Cuba. A su regreso, Gladys dio una entrevista
que sería publicada en la edición de agosto de “Pluma y Pincel”, donde partía
sentenciando y endosándole una centralidad estratégica a la isla: “yo creo que
en Cuba se está jugando, a nivel mundial, la opción del socialismo”[35]. En paralelo, el periódico “El Siglo”
publicó un reportaje de Juan Andrés Lagos, donde se citaba una parte del
discurso de Fidel Castro, donde reflexionaba sobre la crisis del socialismo:
“¿Y ante esto, cuál debe ser la actitud de nuestro pueblo?...¿Cuál
debe ser la actitud de nuestro partido, de los militantes revolucionarios, de
los comunistas, de los patriotas, de los millones de mujeres y hombres de
honor?¡LA DE LUCHAR, LUCHAR, LUCHAR, LA DE RESISTIR, RESISTIR!”.
Agregando: “porque EL SOCIALISMO NO ES UNA OPCIÓN COYUNTURAL…EL SOCIALISMO ES UNA
NECESIDAD HISTÓRICA INSOSLAYABLE”. Rematando con la consigna:
“socialismo o muerte” [36].
No tenemos la certeza qué
provocaron estas palabras de Gladys Marín y Fidel Castro en la militancia
comunista chilena en aquellos complejos días de julio y agosto de 1990. Cuando
se difundieron estos planteamientos se desplegaban los momentos más agudos de
la crisis del PCCh, donde la incertidumbre sobre el devenir de la colectividad
se tomada el partido. Probablemente a quienes se mantuvieron en el PCCh, las
palabras de Fidel y Gladys debieron hacerles sentido. Al menos para la
Dirección comunista chilena las palabras de Fidel ratificaban la necesidad de
ir a contrapelo de lo que decían sus adversarios históricos en el país,
otorgándole un discurso y algunas respuestas para sobrellevar la crisis
política, proyectual y orgánica en la cual estaba sumergida la colectividad. El
ejemplo de Cuba, la misma isla que les permitió sobrevivir en el exilio y
formar a jóvenes para enfrentar a Pinochet, les daría respaldo para mantener la
bandera del socialismo en alto, enfatizando la inserción latinoamericana de la
historia del PCCh. Por ello, si los cubanos habían podido resistir 30 años la
agresión norteamericana a solo kilómetros de esta potencia geopolítica, ¿por
qué no podrían resistir los comunistas en Chile el avance de sus adversarios?
Tras la migración de varios
militantes del Partido y su juventud, los comunistas se embarcaron en desplegar
su “renovación revolucionaria” y su política latinoamericanista. En tal
sentido, buscaron las raíces de la historia de lucha popular en el continente.
Tomando como referencia la conmemoración de los 500 años de la invasión
española, el PCCh a través de su revista “Pluma y Pincel” dedicó decenas de
artículos, reportajes y columnas al análisis de la historia y actualidad del
continente. Textos de intelectuales de la talla de Noam Chomsky, Heinz
Dietrich, Adolfo Sánchez Vásquez, Mario Benedetti y Eduardo Galeano, entre
otros, reflexionaban sobre dichos tópicos en la publicación. Uno de los
ejercicios más interesantes fue, siguiendo a Sánchez Vásquez, relevar a los
marxistas y pensadores críticos de América Latina. En tal tarea destacó el
militante del PCCh y filósofo, Osvaldo Fernández, quien difundió el marxismo de
Mariátegui. Otro aspecto fue la importancia que le dieron los comunistas
chilenos a las luchas de los pueblos indígenas, por lo que rescataron desde su
resistencia al imperio español y lo vincularon con las luchas actuales que
estos pueblos mantenían en distintas partes del continente.
Pero además de estos elementos
más reivindicativos de orden históricos, los comunistas chilenos tomaron como
una de sus principales banderas el apoyo y la solidaridad con el pueblo cubano.
Una expresión fue la petición al gobierno de Aylwin de restablecer las
relaciones diplomáticas con la isla, que si bien no rindió frutos, se mantuvo
varios años como una reivindicación del PCCh. Otra forma fue la defensa
irrestricta en 1991 de Cuba, cuando se terminó por derrumbar la URSS. En efecto,
tras la entronización de Yeltsin y el fin de las relaciones de este país con la
isla, el PCCh estableció como elemento central de su internacionalismo la
defensa de la revolución cubana. Con la crisis soviética se decretó el “periodo
especial en tiempo de paz” en la isla, lo que se agudizó por las presiones de
EEUU y el nuevo embargo aplicado en 1992. Al ver esto, los comunistas chilenos
sostuvieron que la solidaridad debía “pasar a la concreta”, planteando que
“cuando el hostigamiento imperialista a Cuba se torna cada día y cada hora más
peligroso, nuestra solidaridad con el pueblo y el Gobierno cubano constituye un
deber moral de primer orden”. Por lo mismo y en consonancia con lo que sucedía
en otros países, impulsaron una serie de “Comités de Amigos” o “Casas de la
Amistad” con Cuba en distintas ciudades del país, que desplegaron
movilizaciones, denunciaron la “agresión yanqui” y recolectaron insumos de
primera necesidad para enviar a la isla. Finalmente, los comunistas
interpelaron al gobierno chileno que apoyara ante la ONU, la OEA y otras
instancias, el fin al bloqueo de Cuba[37].
Aunque sin mayores réditos, los
comunistas chilenos estrecharon sus vínculos ideológicos y morales con la isla,
que además les sirvió para materializar en acciones concretas el
internacionalismo latinoamericanista de la colectividad. Aunque, al menos desde
los ochenta se venía fraguando una perspectiva internacionalista más enraizada
en el continente, fue tras el derrumbe de la URSS en 1991 cuando se expresó de
manera práctica. Si 1989 y 1990 sirvió para que los comunistas chilenos
pudieran mantener algunas banderas políticas e ideológicas en torno a su
proyecto socialista, tomando como ejemplo de lucha, resistencia y rectificación
a la experiencia cubana; desde 1991 en adelante, las acciones de solidaridad
hicieron material ese imaginario internacionalista. De esta manera, la crisis
política del PCCh y de su referente histórico la URSS, permitió abrir la puerta
hacia un imaginario latinoamericanista de los comunistas, el cual se profundizó
con otros procesos políticos posteriores, tales como la rebelión
zapatista.
¡Zapata
vive! El PCCh y la rebelión zapatista.
Aunque el PCCh vivió a inicio de
1990 su “propio periodo especial en tiempo de paz”, marcado por una crisis
orgánica, política y proyectual, entre 1992 y 1993 trató de salir lentamente de
la posición arrinconada en la que se encontraba. Excluidos de la
institucionalidad por el sistema electoral y la marginación de las principales
alianzas políticas, los comunistas desplegaron su accionar en los movimientos
sociales. En tal sentido, a fines de 1991 el PCCh pasó de una independencia
crítica a la oposición del gobierno de Aylwin, impulsando diferentes
movilizaciones para intentar incidir en el escenario nacional. Para ello,
recuperó posiciones en las principales organizaciones sociales del país,
particularmente entre los trabajadores y el estudiantado universitario. El
correr de los años demostró que fue una estrategia con cierto rédito, ya que a
mediados de la década el PCCh encabezó algunas de las principales
organizaciones sindicales[38] y estudiantiles[39]. Sin embargo, a nivel político electoral los
frutos fueron bastante escasos, puesto que el frente de izquierda que
intentaron reconstituir si bien tuvo cierto avance en las municipales de 1992,
cayó drásticamente en las presidenciales y parlamentarias de 1993[40]. De esta manera, los comunistas chilenos aun
cuando recuperaron parte de influencia social, no habían podido romper la
exclusión del sistema político binominal. De allí que las coaliciones políticas
hegemónicas vieran con cierta indiferencia al PCCh durante estos años.
Empero, los comunistas chilenos
seguían tratando de adecuarse al nuevo contexto político y reconstruir su
proyecto. Ello abarcó -entre otras cosas- el desarrollo de un análisis
político-social del neoliberalismo y la elaboración de una estrategia para
“rebelarse” a él. En dicho marco, el movimiento zapatista que emergió en México
al iniciarse 1994, otorgó algunas claves de sentido a la acción que impulsaban
los comunistas chilenos por esos años.
El PCCh manifestó sus primeras
grandes reflexiones sobre el mundo postsoviético de cara a su XVI Congreso de
1994. En el Informe a esta instancia se identificó como “neoliberalismo” al
modelo económico, social y político impulsado en gran parte del planeta, al
alero de la expansiva influencia de EE.UU. El Consenso de Washington, la
Conferencia de Santa Fe II, el acuerdo del NAFTA, junto a los incipientes
Tratados de Libre Comercio, para los comunistas, reflejaban que “en la
actualidad el enemigo principal es el capital transnacional, los grandes grupos
económicos internos aliados o fundidos a él y el poder militar, que actúa a
través de un conjunto de medidas de fuerza, por medios políticos, económicos,
comunicacionales para imponer y mantener su dominación”[41]. El nuevo reparto del mundo producto de
esto, hundía al continente en una enorme desigualdad, pues si en el norte
estaba la principal potencia mundial, “América Latina forma parte de ese Tercer
Mundo cuya situación se torna cada vez más aflictiva”, generando “un clima de
descontento masivo, que estalla en alzamientos callejeros”. Y aun cuando las
clases dominantes “ante el incremento de la indignación de los movimientos
reivindicativos y la extensión de la protesta de los pobres responden con más y
más mistificaciones a través de los medios de comunicación, sumadas a la
represión diaria”, había cierta cuota de esperanza para los comunistas, ya que
“el mundo no se detiene. Una de sus manifestaciones es la emergencia de bloques
progresistas en diversos países. Se constituyen tanto en Europa Occidental como
Oriental, en América Latina, Asia, África. Se reorganizan los comunistas y las
fuerzas de avanzada”. Demostrándose en las elecciones que se realizarían en
Brasil y México, donde “grandes movimientos populares aspiran allí al poder.
Algo semejante acontece en Uruguay con el Frente Amplio. En Argentina una
coalición nueva, el Frente Grande, obtiene -hecho inédito- a buena distancia la
primera mayoría en Buenos Aires y avanza en otras regiones del país. Centro
América no es extraña a este proceso de recuperación de fuerzas populares. Ahí
están el Frente Farabundo Martí en El Salvador y el Sandinismo en Nicaragua”.
Con sus particularidades, los comunistas concluían que crecían las corrientes
progresistas, ya no solo como movimientos testimoniales, pues representaban
“clases sociales, la inmensa marea dispersa que se va organizando gradualmente
y entra al combate desde México hasta Chile, formando parte de ese sector mayoritario
de la humanidad que está mal, reclama un cambio a su situación miserable y se
esfuerza por lograrlo”, donde “un importante denominador común para todos los
pueblos de América Latina es la defensa de su soberanía e identidad”[42]. A partir de esto último, terminaban por
rescatar la emergencia de las luchas campesinas e indígenas en Guatemala,
Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil y, sobre todo, la rebelión zapatista
de México. Desde su perspectiva, estos últimos habían confrontado directamente
el poder transnacional que pretendía consolidarse con el TLCAN. Esto explicaba
porque, en abril de 1994, los comunistas calificaron a la rebelión zapatista
como la primera revolución del siglo XXI.
El análisis sobre la “rebelión en
Chiapas”, se nutría del acercamiento concreto que tuvo Gladys Marín en México
con el proceso encabezado por el EZLN. En febrero de 1994, se dio una reunión
de varios PPCC del continente, en la cual participó la dirigente en
representación del partido chileno. Su viaje incluyó un recorrido por el Estado
Chiapas. Probablemente la irrupción del movimiento zapatista le recordó a
Gladys, y a toda una generación de comunistas, su lucha al calor de la PRPM.
Esta experiencia explica porque, en el marco de una reunión continental de
Partidos Comunistas y Obreros para discutir “La lucha ideológica y los Pueblos
en América Latina ante el siglo XXI”, ella se vio como la única que cuestionó
que dichas colectividades no discutieran como tema central la sublevación
zapatista. Gladys Marín recordó así esta situación años más tarde: “Esto era
una locura, estar discutiendo temas tan “profundos” a espaldas de la realidad.
Planteé mi opinión en la reunión y los compañeros del Partido Socialista
Popular de México, que tenían una posición crítica al fenómeno de Chiapas, sin
embargo me facilitaron un viaje a ese Estado”[43]. No era extraño que los PPCC fueran reacios
a una forma de lucha armada, pues históricamente pusieron reparos a este tipo
de acciones en la región. Lo menos común era que una dirigente comunista
mostrara tal interés, como fue el caso de Marín en dicha ocasión.
Gladys Marín escribió algunas de
sus apreciaciones al calor de su viaje por Chiapas y que fueron publicadas en
el periódico partidario “El Siglo”. En sus escritos de la época sentenció que
los zapatistas habían “irrumpido para mostrar que la política neoliberal ha
traído más miseria, más desigualdad”. Ello no podía continuar, sosteniendo la
dirigenta “que hay que levantarse y luchar. La exigencia de democracia y
libertad tiene que levantar a los pueblos en nuevas revoluciones”[44]. Así, la lucha del naciente EZLN revitalizó
la posibilidad de la revolución y “clavó el grito de dignidad y estremeció al
neoliberalismo mexicano y continental”[45]. Pero evidenciando el aprendizaje del pasado
y cierta heterodoxia sobre las experiencias que parecían exitosas, una Editorial
del periódico oficial del PCCh, sentenció: “Sin duda alguna, los tiempos de la
copia, de imitar modelos, de seguir políticas a ojos cerrados se terminaron, y
felizmente nunca más volverán. Esa misma libertad y a la vez exigencia, es lo
que nos compromete de razón y sentimiento, de solidaridad y convicción
histórica a escudriñar a fondo en Chiapas, a conocer, analizar, y actuar”[46]. Este sentido de solidaridad, pero ante todo
analítico de la experiencia zapatista puede explicar porque los escritos de
Gladys y las reflexiones del PCCh se centraron en dar cuenta de las causas del
proceso y las formas organizativas de las comunidades en Chiapas, pero sin el
objetivo de copiarlas mecánicamente, como reiteraban de forma permanente.
Pero esto no solo fue una
atracción coyuntural, pues años más tarde –cuando se distanció más el EZLN de
los partidos de izquierda mexicanos- Gladys sostuvo planteamientos similares.
En forma retrospectiva, Marín a inicios de la década del 2000, cuando ya
llevaba casi 10 años como máxima dirigente del PCCh, rescató distintas
“enseñanzas” de la sublevación zapatista. En primer lugar, para ella, “los
hechos de Chiapas dejaron al desnudo la frivolidad y ridiculez de los
gobernantes de América Latina que proclamaron como un éxito el “ingreso de
México al Primer Mundo”. En tiempos donde muchos dejaban de creer en el
socialismo o incluso en un proyecto distinto al neoliberalismo, para Gladys,
“Chiapas es una respuesta a tanto oportunista, a tanto demagogo, a tanto
pontífice de la renovación, del modernismo que creen que la pobreza y la
desigualdad no existen o, si existe, son para montar shows en torno a la
superación de una pobreza que ellos mismos agudizan cada día”.[47]
Segundo, sostenía Marín, para los
movimientos revolucionarios y progresistas Chiapas dejó en claro que “la fuerza
es el elemento central de toda nueva opción política”, la cual se construía
“con organización y muchas luchas, que se van concatenando y conducen, a medida
de su profundización, a crisis políticas que provocan rupturas del sistema”.
Además de esta concepción procesual de la lucha política, Gladys Marín
remarcaba el elemento subjetivo para la acción: “en la crisis está implícito
entender que hay condiciones objetivas para ella…. pero no bastan. Tienen que
estar la voluntad de los que encabezan los sindicatos, los partidos políticos,
de cambiar esta situación. Tenemos que saber aprovechar los momentos que se
crean para provocar una ruptura en el sistema, para que entren los elementos
democráticos y pueda haber un cambio”. Esta actitud voluntariosa, según Marín,
“nos demuestra también que, cuando sucede un hecho importante, se crea de
inmediato un nuevo escenario político”. En base a esta lógica e invocando
claramente la piedra angular de la PRPM del PCCh, no era ajeno que rematara:
“por último, nos enseña que todas las formas de lucha son válidas”. Estas
nociones de fuerza, acción voluntaria y ruptura política (no necesariamente
armadas), que habían sido los supuestos de la PRPM[48], se mantuvieron en la base de la política de
“Revolución Democrática” que el PCCh consagró en su Congreso de 1994, justo
meses después de desatarse la “rebelión en Chiapas”[49].
Una tercera lección de los
zapatistas fue el rescate de la movilización y presión social: “Chiapas nos
enseña que a los gobiernos, a los parlamentos, a los empresarios, se les obliga
y no se les suplica; se los obliga a cumplir con promesas y programas, a
respetarnos en nuestra condición social o ideológica”. Si lo trasladamos al
Chile de la época, era un claro guiño crítico a la disposición al “consenso”
político que imperó en el país y la reivindicación de la lucha social para el
avance de los movimientos populares. Además, sumaba la impugnación de los
comunistas a la institucionalidad política, cuestión que se entiende en el
marco de la exclusión que vivían en Chile: “nos muestra que los procesos
electorales, en la mayoría de los países, son viciados, porque hay fraudes
encubiertos o descarados, o porque son excluyentes y no reflejan el verdadero
sentir de un pueblo”. Finalmente, en tiempos donde todos se consideraban de
“clase media” y se negaba la relevancia de los sectores populares, Gladys los
reivindicaba: “Chiapas nos da una lección de identidad, de pobres que se
reconocen como pobres y que son capaces de levantarse en defensas de sus
derechos”[50]. Por todo esto, en base a la rebelión
zapatista, Gladys sentenciaba “en este siglo las luchas no hacen más que
comenzar y el desenlace depende de la voluntad y de la actitud combativa de los
pueblos. América Latina tiene un papel en la historia y tiene una deuda con sus
raíces, con los pueblos originarios, que nunca han dejado de darnos grandes
lecciones”. Estas reflexiones evidenciaban claramente un espíritu similar -al
menos retóricamente- en el cual se desarrolló el “internacionalismo combativo”[51] y “latinoamericanista” de los comunistas en
los ochenta. La importancia para Marín sobre el proceso, la principal líder
comunista en la postdictadura, sintetizando que “llegar a Chiapas dejó en mí
una impresión de por vida”[52].
Al llegar Gladys de México, “El
Siglo” dedicó varias páginas a la rebelión zapatista. No solo se publicaron sus
columnas escritas mientras recorría Chiapas, sino que también editoriales del
PCCh y reportajes centrales del proceso. Se rescató, además, la figura de Emiliano
Zapata como uno de los luchadores populares de la historia del continente que
los comunistas reconstruían en su desplazamiento cada vez más acentuado hacia
el “latinoamericanismo”. La misma tónica siguió “Pluma y Pincel”, donde se hizo
una entrevista a Gladys Marín sobre el tema, que se sumó a los análisis de
importantes intelectuales y militantes de izquierda sobre la realidad de la
izquierda Latinoaméricana tras la acción del EZLN. Los comunistas llegaron al
punto de publicar un libro que recopilaba los discursos del “Subcomandante
Marcos” con reflexiones de su ya Secretaria General sobre la rebelión. Con esta
clara política de acercamiento de los comunistas al proceso encabezado por el
EZLN, no fue extraño que los militantes quisieran conocerlo, incluyeran a
“Marcos” dentro de sus referentes icónicos, usaran poleras con su imagen,
colgaran fotos con los zapatistas caminando en la Selva Lacandona o viajaran
–como buena parte de los izquierdistas de todo el planeta- a conocer Chiapas,
la cuna de la rebelión contra el neoliberalismo. Ya los comunistas no solo
tenían a Cuba como referente latinoamericano, sino que los zapatistas habían
mostrado caminos para que los revolucionarios avanzaran en el siglo XXI, pero
tal como dijera José Carlos Mariátegui, no como calco y copia, sino como
creación heroica.
Conclusiones
El fin del siglo XX fue un
escenario complejo para los comunistas chilenos. La llegada de un régimen
político democrático por el cual habían luchado durante 17 años, los terminó
marginando de la institucionalidad por un sistema electoral excluyente y unas alianzas
políticas que lo vetaban. Esto vino acompañado por la crisis de sus principales
referentes internacionales, entre ellos la URSS, la RDA, la tambaleante
situación que vivió Cuba y la derrota electoral del Sandinismo en Nicaragua.
Así, se hundió en el cuestionamiento de la vigencia misma de su proyecto.
Muchos comunistas chilenos dejaron de militar por diferentes motivos, pero
otros se mantuvieron en la colectividad.
Ante esta situación, el PCCh
reformuló gradualmente su proyecto, incluyendo su imaginario político, donde la
dimensión internacionalista jugaba un rol importante. Situaron el derrumbe de
los “socialismos reales” en Europa del Este y no necesariamente en todo el
planeta, permitiéndoles rescatar la experiencia cubana como una expresión de la
vigencia del socialismo. Reforzando los lazos que habían desarrollado en los
setenta y ochenta, desplegaron su solidaridad con la revolución cubana,
ayudándola en lo que pudieron para mantenerla con vida en los años del “periodo
especial”. A través de ella, reflotaron certezas y retomaron aspectos que no
habían profundizado lo suficiente en su trayectoria como partido: el rescate de
su historia nacional y sus vínculos con Latinoamérica. En ese marco optaron por
transformar una serie de referencias simbólicas y prácticas para reformular su
internacionalismo, pero ahora acentuando su clave latinoamericanista. Así se
acercaron más al pasado y presente del continente. Por lo mismo, entre 1993 y
1994 se allanó el camino para que los comunistas chilenos vieran con mucho
entusiasmo la rebelión zapatista. Pero también, este imaginario
latinoamericanista ayudó a los comunistas a enfrentar sus propias coyunturas
nacionales. Con ello, hacia mediados de la década de 1990, el PCCh tuvo una
política internacional latinoamericanista y una perspectiva en su imaginario
político bastante consistente, que reemplazaba sus antiguas referencias
soviéticas por otros del continente, permitiéndoles creer que durante el siglo
XXI otro mundo socialista podía ser posible.
Sobre esta experiencia quedan aún
varias interrogantes por indagar. Por un lado, cuáles fueron los discursos y
prácticas que desplegó el PCCh en torno a otros procesos latinoamericanos, como
la revolución bolivariana o el altermundismo que emergió hacia finales de la década
de 1990. Por otro, cómo se fueron configurando nuevas lecturas sobre “lo
político” y “lo social” que emergieron de esas experiencias, y cómo influyeron
la práctica política de los PPCC en el siglo XXI. Pero además de ello, cómo se
desplegaron sus lazos y redes con otros PPCC de la región desde los noventa en
adelante, y si entre ellos se pudo configurar una política “internacionalista”
en conjunto tras el derrumbe soviético, por solo nombrar algunos aspectos.
En tal sentido, esta primera
aproximación al internacionalismo latinoamericanista del PCCh en una época
postsoviética releva algunas cuestiones de esta dimensión. Estudiar el
internacionalismo comunista, tal como ha señalado una autora, que articula
“espacios nacionales, regional latinoamericano, local e internacional, debe
tener en cuenta que un punto de mira transnacional no es excluyente sino
compatible y complementario de los estudios culturales nacionales” [53]. Con esto se pueden flexibilizar y
relativizar las lógicas esquemáticas donde los PPCC nacionales aparecían como
“periferias” pasivas del “centro” soviético”. Si las historias locales de los
PPCC han contribuido a cuestionar profundamente estas ópticas, la historización
de fenómenos transnacionales y las formas de apropiación de los comunistas a
nivel local de los sucesos en otras partes del orbe, pueden consolidar como
campo de estudio el problema del internacionalismo. Por lo que dar cuenta de
los conflictos, contradicciones y flujos de influencia y desarrollo de este
aspecto, pueden volverse parte de un campo fértil para la historiografía del
comunismo en el siglo XXI.
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Periódicos y revistas
El Siglo, 1989-1994
Pluma y Pincel, 1988-1994
Recibido: 06/06/2017
Evaluado: 23/07/2017
Versión
Final: 15/08/2017
[1] Este artículo es producto del proyecto
Fondecyt n° 1150583. El autor agradece a los integrantes de dicho proyecto
Rolando Álvarez, Fernando Pairicán, Jorge Navarro, Raquel Aranguez y Ximena
Urtubia, por las discusiones, fuentes y manuscritos facilitados. Además,
agradecemos los comentarios de los evaluadores para precisar diferentes
elementos de la versión inicial.
[2] Eric Hobsbawm, “Problemas de la
historia comunista”, en Revolucionarios.
Ensayos contemporáneos. Barcelona, Crítica, 2010.
[3] Una reflexión en este sentido en
Elvira Concheiro, Massimo Modonesi y Horacio Crespo, (coordinadores), El Comunismo: otras miradas desde América
Latina. México, México, UNAM–CEIICH, 2007.
[4] Un resumen de esta bibliografía en
Rolando Álvarez, Hijas e hijos de la
rebelión. Una historia social y política del Partido Comunista de Chile en
postdictadura (1990-2000). [Manuscrito Inédito], 2017. Para el caso español
se puede ver Luis Fernández, Cambio y
adaptación en la izquierda. La evolución del Partido Comunista de España y de
Izquierda Unida (1986-2000), CIS-Siglo XXI, 2004. Para uruguay, Adolfo
Garcé, La política de la fe. Apogeo,
crisis y reconstrucción del PCU (1985-2012), Montevideo, Fin de Siglo,
2012.
[5] Es extensa la literatura sobre la
“transición” en Chile. Un trabajo compilatorio en Paul Drake e Ivan Jaksic, El modelo Chileno. Democracia y Desarrollo
en los noventa, Santiago, LOM, 1999.
[6] Luis Corvalán M., Del Anticapitalismo al Neoliberalismo en Chile¸ Santiago,
Sudamericana, 2004.
[7] Alfredo Riquelme, Rojo atardecer. El comunismo chileno entre dictadura y democracia,
Santiago, DIBAM, 2009.
[8] Rolando Álvarez, Hijas e hijos…..op. cit.; Cristina Moyano, “El Partido Comunista y
las representaciones de la crisis del carbón: La segunda renovación” en Tiempo Histórico, n° 2, Santiago:
Universidad Academia de Humanismo Cristiano, 2011, pp. 27-42.
[9] Véase Rolando Álvarez, Hijas e hijos….op. cit.
[10] Véase Claudio Pérez, “De la guerra
contra Somoza a la Guerra contra Pinochet. La experiencia internacionalista revolucionaria
en Nicaragua”, en Claudio Pérez y Pablo Pozzi (ed.), Historia oral e Historia Política¸ Santiago, LOM, 2012; Viviana
Bravo, ¡Con la razón y la fuerza
venceremos!, Santiago, Ariadna, 2010. Una mención del tema también en
Carmelo Furci, El Partido Comunista de
Chile y la vía chilena al socialismo, Santiago, Ariadna, 2008.
[11] Una mirada sobre somera sobre esto en
el ensayo de Manuel Caballero, “Tormentosa historia de una fidelidad. El
comunismo latinoamericano y la URSS” en Nueva
Sociedad, N° 80, Caracas, NUSO, 1985, p. 78-85. Disponible en: http://nuso.org/media/articles/downloads/1335_1.pdf
[12] Laura Prado, “Partido Comunista:
Problematizar el internacionalismo”, Ponencia presentada en VII Jornadas de Sociología de la ULP¸ 5
al 7 de diciembre 2012, La Plata. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.2197/ev.2197.pdf, p. 5.
[13] Ibídem.
[14] Luis Corvalán M. “Las tensiones entre
la teoría y la práctica en el Partido Comunista en los años 60 y 70” Manuel
Loyola y Jorge Rojas (comp.) Por un rojo
amanecer: Hacia una historia de los comunistas chilenos, Santiago, Valus
Editores, 2000.
[15] Carmelo Furci, op. cit, p. 135 y ss.
[16] Los trabajos testimoniales sobre el
tema son variados, para este trabajo hemos utilizado Tita Friedmann, Mi hijo Raúl Pellegrín. Comandante José
Miguel, Santiago, LOM, 2008 y Javiera Olivares, Guerrilla: Combatientes Chilenos en Colombia, El Salvador y Nicaragua,
Santiago, CEIBO, 2017. Una investigación histórica sobre el tema en Claudio
Pérez, “De la guerra..op. cit. Para
un trabajo que mezcla lo testimonial con la investigación histórica, véase Luis Rojas Núñez, De
la rebelión popular a la sublevación imaginada. Antecedentes de la historia
política y militar del Partido Comunista de Chile y del FPMR, 1973-1990,
Santiago, LOM, 2011.
[17] Aunque no se ha tratado
historiográficamente en profundidad la participación comunista en estos
procesos, algunas referencias aparecen en Luis Rojas Núñez, De la rebelión…op. cit. y Javiera
Olivares, Guerrilla..op. cit.
[18] Luis Rojas Núñez, De la rebelión..op. cit. En particular, véase la segunda parte de
su trabajo.
[19] Viviana Bravo, ¡Con la razón… op. cit.; Rolando Álvarez, Arriba los del mundo, Santiago, LOM, 2011.
[20] Javiera Olivares, Guerrilla..op. cit.
[21] Partido Comunista de Chile, Informe XV Congreso del Partido Comunista de
Chile, Santiago, El Siglo Editores, p. 15.
[22] Ibídem.
[23] Ibíd., p. 37
[24] Rolando Álvarez, Arriba los... op. cit.
[25] Véanse, VV.AA, Crítica y socialismo: una reflexión desde Chile, Santiago,
Ediciones CISPO, 1989; VV.AA, Crisis y
renovación, Ediciones Medusa-ICAL, 1990.
[26] Es imposible cuantificar la “crisis”
del PCch durante 1990. Se ha señalado que, si bien al Comité Central del
Partido renunciaron solo 3 integrantes de un total de 40 y otros 2 fueron
sancionados, en la JJCC el impacto fue más grande: el 40% de su CC renunció. De
todas maneras, hay coincidencia que el mayor vaciamiento del PCch se dio en su
base. Eso sí, la colectividad hacia finales de 1990 logró las 60.000 firmas de
apoyo para legalizarse, duplicando el mínimo exigido por la ley. Un detalle de
la crisis en Rolando Álvarez, Hijas e
hijos…op. cit.
[27] Un estudio sobre esto en las JJCC, en
Fernando Pairican, “La gran crisis: Las Juventudes Comunistas de Chile
defendiendo su identidad en tiempos de transición y renovación democrática,
1989-1992”, en Izquierdas, N° 30,
octubre 2016, pp. 124-160. Disponible en: http://www.scielo.cl/pdf/izquierdas/n30/art05.pdf
[28] Una investigación detallada sobre esto
en Jorge Navarro, “Volviendo a los orígenes. La reconfiguración
política-cultural del Partido Comunista de Chile y el rescate de los fundadores
(1988-1990)”, [Artículo Inédito], 2017.
[29] Partido Comunista de Chile, Conferencia Nacional, 1990, Santiago, El
Siglo Editores pg. 59.
[30] Pluma
y Pincel, 7 de junio de 1990, p. 6. Cursivas nuestras.
[31] Partido Comunista de Chile, Informe al XV Congreso, op. cit, p. 41.
Subrayado nuestro.
[32] Para el caso del PCCh, el apoyo de los
otros PPCC en años del exilio fue clave para articular una infraestructura
política en países cercanos que ayudarán a la reorganización en el interior y
exterior. Si bien no hay estudios, los lazos con el PC argentino se estrecharon
de manera sustantiva, dado el establecimiento de muchos chilenos y chilenas
entre los setenta y ochenta en su país vecino. Algunas referencias
testimoniales de esto en el libro de Javiera Olivares, Guerrilla…op. cit.
[33] Partido Comunista de Chile, Conferencia Nacional..op. cit, p. 58.
[34] Ibídem.
[35] Pluma
y Pincel, agosto de 1990, p. 4.
[36] El
Siglo, 29 de julio al 4 de agosto de 1990, p. 12. Negritas y mayúsculas en
el original.
[37] El
Siglo, 6-12 de octubre, 1991, p. 5.
[38] José Ponce y Rolando Álvarez,
“¿Comunismo después del fin del comunismo? La política sindical del Partido
Comunista de Chile en la postdictadura chilena (1990-2010)”, en Nuestra Historia, Fundación de
Investigaciones Marxistas, Madrid, 2016, pp. 100-115. Disponible en: https://revistanuestrahistoria.files.wordpress.com/2016/12/nh_n1_2016_autorinvitado.pdf
[39] Luis Thielemann, “Hijos de Recabarren,
hijos de la transición. Sobre las JJCC y la anomalía estudiantil de los ’90. En
Rolando Alvarez y Manuel Loyola, Un
trébol de cuatro hojas. Las Juventudes Comunistas de Chile en el siglo XX.
Santiago, Ariadna-América en Movimiento, 2014
[40] Sobre la trayectoria electoral del
PCch en la posdictadura véase: José Ponce, “Adaptación e inclusión de la
Izquierda revolucionaria en las transiciones democráticas de Uruguay, Chile y
Argentina. Una mirada desde el desempeño electoral, 1983-2009”, en Izquierdas, N° 18, 2013. Disponible en: https://revistanuestrahistoria.files.wordpress.com/2016/12/nh_n1_2016_autorinvitado.pdf
[41] Todas las citas en Partido Comunista
de Chile, Informe al XVI Congreso del
Partido Comunista de Chile, Santiago, El Siglo Editores, 1994, p. 19-21. En
un inicio el Congreso siguió la numeración desde que pasó a llamarse Partido
Comunista (1921), pero al final la instancia sumó los congresos del POS,
convirtiéndose en el XX Congreso.
[42] Partido Comunista de Chile, Informe al XVI Congreso..op. cit., p.
21-22.
[43] Gladys Marín, La vida es hoy, Santiago, Don Bosco, 2002, p. 231.
[44] El
Siglo, del 26 de marzo al 1 de abril, 1994, p. 3.
[45] Ibídem.
[46] Ibídem.
[47] Gladys Marín, La vida es… op. cit. pg. 240
[48] Véanse los trabajos de Rolando
Álvarez, Arriba los pobres..op. cit;
y Viviana Bravo, ¡Con la razón…op. cit.
[49] Sobre esta política, véase Rolando
Álvarez, Hijas e hijos de….op. cit.
[50] Gladys Marín, La vida es….op. cit., pg. 234.
[51] Luis Rojas, De la rebelión…op. cit.
[52] Ibídem.
[53] Laura Prado, “Problematizar el…. op.
cit. p. 8.