Reseñas
bibliográficas
Sven BECKERT. El imperio del algodón. Una historia global. Crítica, Bogotá, 2016,
733 páginas.
El algodón tiene una
presencia constante en nuestras vidas. El lector de estas páginas probablemente
esté vistiendo al menos una prenda elaborada con esa fibra. A la vez,
seguramente durmió envuelto en sábanas de dicho material. Está en los billetes,
los libros, los filtros de café, etc. Esto nos señala Sven
Beckert cuando se propone contar la historia del
capitalismo a través de esta fibra, desde su cultivo hasta la comercialización
de los textiles que con esta se elaboran.
El autor busca poner
en cuestión algunos lugares comunes en torno al origen del capitalismo. Frente
a su supuesta raíz liberal, el autor sitúa en primer plano la importancia de la
dominación imperial y la coerción extraeconómica en su génesis y desarrollo.
Por otra parte, se aleja de las visiones sobre el origen nacional de este modo
de producción, usuales entre los trabajos de historia medieval y moderna[1]. En este sentido, El imperio del algodón se pretende como
una historia global que pone de relieve el desarrollo capitalista a escala
planetaria. El relato siempre gira en torno a esta fibra, logrando abarcar una
multiplicidad de fenómenos: el comercio ultramarino preindustrial, las
plantaciones algodoneras con mano de obra esclava en América, la revolución
industrial en Inglaterra y su posterior difusión, el nacimiento del movimiento
obrero, el colonialismo, entre otros. Esto hace de por sí que el libro sea
sumamente atractivo.
En el primer
capítulo, Beckert narra sucintamente los orígenes
milenarios del cultivo del algodón en diversas regiones del planeta como la
américa precolombina, Egipto, el Oriente Próximo, China y la India,
principalmente. A la vez, destaca la centralidad de la manufactura algodonera
asiática, prácticamente desconocida en Europa hasta finales de la Edad Media.
En el segundo
capítulo, versa sobre la irrupción europea en el mundo del algodón en los
siglos XVI y XVII. En este punto, el autor propone de forma audaz el término capitalismo de guerra para referirse a
esta fase del capitalismo, caracterizada por la expropiación de tierras a los
pueblos indígenas, la expansión imperial y la esclavitud, que será la base de
la acumulación necesaria para la revolución industrial. En este punto, gracias a la coerción estatal,
el capital europeo se hace con el monopolio del tráfico de textiles de la
India, a través de asociaciones como la Compañía Británica de las Indias Orientales.
De esta forma, logra imponer a los tejedores el precio de sus productos. Este
tráfico se ve estimulado por la formación de plantaciones con mano de obra
esclava en América, previa expulsión de los pobladores originarios de la tierra
para establecer latifundios, en tanto los textiles operan como pieza de cambio
fundamental en el tráfico de personas. De esta forma, el algodón aparece
conectando Asia, África, América y Europa, en una red dominada por el capital
europeo en la modernidad.
En paralelo al
tráfico de los textiles de la India, comienza a desarrollarse la producción de
tejidos de algodón europeos, aprovechándose de las tecnologías asiáticas. En
este punto, países como Gran Bretaña y Francia protegerán sus mercados de las
manufacturas indias para estimular la producción local. En este sentido, el capitalismo de guerra permite a los
europeos proteger la producción doméstica y a la vez extraer beneficios de los
tejidos indios, destinados a los mercados africanos y americanos. Así se
sientan las bases para la acumulación de capital que luego financia la
revolución industrial. Los tratantes de Liverpool, que se enriquecen a partir
de la trata de esclavos, por ejemplo, serán fuente de crédito para los
industriales de Lancashire.
Una vez asentado el
dominio europeo del tráfico algodonero, Beckert
pasará a analizar, en el capítulo tres, la revolución industrial que lleva a
Gran Bretaña a una posición hegemónica en la producción textil a nivel mundial.
A partir del enorme desarrollo de las fuerzas productivas, la producción
británica logra a ser competitiva a nivel mundial. A la vez, en el capítulo
seis el autor da cuenta de la difusión de la producción fabril en la Europa
continental y Estados Unidos.
Es particularmente
interesante el tratamiento que hace sobre la movilización de la mano de obra
fabril en el capítulo siete. En este punto, destaca que el recurso constante a
la coerción extraeconómica por parte del Estado es un requisito fundamental,
más allá de que la mano de obra sea jurídicamente libre y se encuentre
desposeída. Es un hecho conocido que la burguesía industrial tuvo que apoyarse
en la violencia estatal para convertir el trabajo de hombres mujeres y niños en
mercancía: los cercamientos y las leyes de pobres británicas operan ese
sentido. De ahí que el capital llegara a este mundo “(…) chorreando sangre y
lodo, por todos los poros”[2]. Sin embargo, el autor acierta
en señalar que la coerción extraeconómica sobre la clase obrera trasciende a la
génesis del sistema fabril, pudiendo extenderse hasta fines del siglo XIX o
principios del XX, dependiendo de la región. Por caso, en Inglaterra el
incumplimiento del contrato laboral por parte de los trabajadores fue
considerado delito penal hasta 1875, mientras que en Alemania lo fue hasta
1918. En este sentido, el autor pone en tela de juicio la idea de un origen
liberal del capitalismo, destacando que el “empleo a voluntad” no constituye un
requisito para su formación, sino que consiste en una conquista del movimiento
obrero.
En el capítulo cinco
el autor desarrolla una de las tesis centrales de su obra: la existencia de un
vínculo intrínseco entre el capitalismo industrial y la esclavitud americana.
En este sentido, el autor señala que el capitalismo
de guerra garantiza el abastecimiento de algodón para la producción fabril
europea hasta 1860. Para esto, Estados Unidos, particularmente el sur, cuenta
con una cantidad de tierra ilimitada en virtud de la expansión constante hacia
el oeste, lo que implica la expropiación a los pueblos originarios
norteamericanos. Este proceso violento es producto de la iniciativa privada de
los plantadores, muchas veces adelantándose al propio Estado. Por otra parte,
el autor señala como el capital y el gobierno británico está directamente
involucrado en la expansión territorial norteamericana, financiándola. Por
caso, el banquero Thomas Baring otorgó el crédito
necesario para la compra de Luisiana, para lo cual necesitó la autorización del
gobierno inglés.
A la vez, Beckert no duda en postular el carácter capitalista de las
plantaciones algodoneras, más allá de que se apoyen en mano de obra no libre[3]. Las haciendas están altamente
capitalizadas, al requerir grandes inversiones para ponerlas en marcha, como es
el caso de aquellas situadas en el delta del Misisipi. A la vez, las enormes
ganancias son reinvertidas en pos de aumentar la
productividad, por ejemplo importando semillas para desarrollar nuevas
variedades de algodón. Esto contradice abiertamente las tesis clásicas sobre la
esclavitud norteamericana que postulan que los plantadores participan de una
lógica señorial y paternalista, eminentemente precapitalista, motorizada
únicamente por el consumo suntuario y ajena a la reproducción del capital[4].
En los capítulos
nueve y diez el autor examina la reorganización de la industria algodonera tras
la guerra civil norteamericana que pone fin a la esclavitud. En este punto, el
autor dará cuenta de cómo los Estados y el capital se enfrentan al problema de
movilizar para la producción algodonera a los negros libres en Estados Unidos y
al campesinado de Egipto y la India, en tanto estos tienden a privilegiar
cultivos de subsistencia antes que comerciales. En todos los casos, será
fundamental el recurso a la coerción extraeconómica para alterar las prácticas
agrarias de los sectores subalternos. En ciertos contextos, las presiones
estatales se conjugan con la dominación colonial, como es el caso de la India.
Con mucha lucidez, Beckert destaca como el
capitalismo industrial se apoya en distintas formas de explotación de la mano
de obra, en este caso en diversos sistemas de mano de obra familiar, como antes
lo hizo en la esclavitud.
Los capítulos
finales están destinados a examinar la reorganización de la producción
algodonera entre el último cuarto del siglo XIX y el comienzo del siguiente. En
este punto se trata la expansión colonial de los Estados europeos sobre Asia y
África en busca de nuevos suministros de esta materia prima. Por último, el
autor examina cómo durante el siglo XX, la creciente organización de la clase
obrera de los centros industriales tradicionales genera que el capital traslade
la producción textil a regiones del planeta con menores costos laborales;
proceso que se da en paralelo a la pérdida de dinamismo de esta industria en
relación a la producción de base.
El imperio del algodón es sin lugar a dudas un libro atractivo. No
solo por la audacia de sus tesis que llevan a que el lector se plantee una
variedad de interrogantes, sino también por su alcance geográfico y temporal.
Al tratarse de una investigación original, el autor se vio obligado a visitar archivos
a lo largo y ancho del planeta: Bombay, El Cairo, Buenos Aires, Osaka,
Barcelona, París, Londres, Manchester, Boston, Nueva York, entre otros. En una
época en la que los estudios monográficos sobre pequeñas regiones son la regla,
la lectura de una obra de tamaña magnitud nos recuerda que existen otras formas
de hacer historia.
Mauro Fazzini
Universidad
de Buenos Aires,
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Sandra Gayol y
Gabriel Kessler (eds.), Muerte, política y sociedad en la Argentina,
Buenos Aires, Edhasa, 2015, 336 páginas.
Hablar
de una historia de la muerte o de una sociología de la muerte es casi tan
difícil como hablar de una historia o una sociología de “la vida”. Cercana y
lejana al mismo tiempo, cotidiana, ubicua y universal, la muerte supone un
campo de investigación sumamente amplio y complejo. Como señalaba Michel de
Certeau, todo “discurso sobre el pasado tiene como condición ser el discurso
del muerto.”[5]
Estudiar la muerte implica una especial atención a esta relación equívoca que
se entreteje entre “lo mismo” y “lo otro”, entre lo público y lo privado, entre
temporalidades largas y cortas, entre distintos ámbitos de la vida social.
El
libro editado por Sandra Gayol y Gabriel Kessler, y publicado por Edhasa
en 2015, surge como una respuesta colectiva ante la complejidad de esta tarea,
gestada en el marco de un proyecto común que reúne a historiadores y sociólogos
de las universidades de La Plata (UNLP) y de General Sarmiento (UNGS), con el
propósito de poner en dialogo diferentes trabajos abocados al estudio de la
muerte en la Argentina. Sin ninguna pretensión totalizadora, pero con un
profundo rigor metodológico y conceptual, Gayol y Kessler nos presentan un conjunto de trabajos que abordan
distintos aspectos de la relación entre muerte, política y sociedad a lo largo
de diferentes momentos de la historia argentina.
Una
característica común aúna las muertes analizadas en esta obra: en todos los
casos, a excepción del último capítulo, se trata de acontecimientos
“excepcionales”, que no califican dentro del modelo tradicional de “muerte natural”. Atentados,
ejecuciones, crímenes, guerras, epidemias, se dan cita en esta obra. La figura
de la “muerte violenta” y la compleja relación que se establece entre lo
público y lo privado atraviesan este libro, que se estructura en doce
capítulos, distribuidos en tres grandes apartados, organizados temáticamente.
Bajo
el título “Personajes públicos y panteones”, los editores nos ofrecen en el
primer apartado un conjunto de trabajos que proponen distintos análisis en
torno a los usos y significaciones políticas que adquieren ciertas muertes
públicas en determinados contextos históricos.
Dentro
de esta sección, el capítulo de María Alejandra Fernández explora el
significado político-pedagógico que adopta la muerte en el contexto
revolucionario de 1810. La figura de la muerte heroica, asociada a la idea de
Patria, como así también su contracara, en la ejecución de los
contrarrevolucionarios cordobeses de 1810 y los conspiradores de 1812, es
objeto de un riguroso y original análisis por parte de la autora.
En
otro capítulo, Sandra Gayol y Mercedes García Ferrari
abordan la muerte violenta del jefe de policía Coronel Ramón Falcón, víctima de
un atentado perpetrado en vísperas del centenario por el joven anarquista Simón
Radowitzky. Las autoras analizan el significado
político que adquiere la muerte de Falcón, hacia dentro y hacia fuera de la
institución policial, en diferentes momentos y contextos históricos.
El
artículo de Federico Lorenz, por su parte, reconstruye la historia del
cementerio de guerra argentino en las islas Malvinas, analizando las pujas y
tensiones que se suscitan en torno a la construcción de una memoria colectiva
de la guerra. A través de ciertos episodios, como la discusión por la
identificación de los restos, Lorenz analiza las diferentes visiones que se
juegan en relación al significado de la guerra y las posiciones que adoptan los
distintos actores intervinientes, como el estado argentino o las organizaciones
de familiares y ex combatientes.
Damián
Corral aborda las reacciones e interpretaciones que suscita, a fines del
período menemista, la muerte del influyente empresario postal Alfredo Yabrán.
Caratulado oficialmente como suicidio, el fallecimiento de Yabrán constituye
para Corral el arquetipo de un modelo de muerte característico de los años '90,
la llamada “muerte dudosa”, estrechamente relacionada al desarrollo de las
nuevas “mafias” ligadas al estado y a los “negocios de la política”.
En
el segundo apartado se reúnen diferentes trabajos que estudian los mecanismos a
través de los cuales ciertos crímenes y muertes ligadas al delito adquieren una
dimensión pública y se articulan en función de problemas y demandas sociales,
sobre todo ligadas al reclamo por la “seguridad”.
María
Florencia Gentile y María Carolina Zapiola analizan la relación entre crimen y
“minoridad”, proponiendo un recorrido que se centra en distintos asesinatos
perpetrados por jóvenes y menores de edad, desde principios del siglo XX hasta
comienzos del XXI. Las autoras identifican en cada uno de los casos analizados
las diferentes estrategias que se ponen en juego y a través de los cuales
distintos actores sociales buscan investir de significado estos hechos,
presentados en un principio como ininteligibles y contrarios al “orden social”.
En
otro capítulo, Carolina Schillagi realiza un análisis
comparativo entre dos muertes resonantes que devinieron en causas públicas: el
asesinato de José Luis Cabezas en 1997 y el de Axel Blumberg en 2004. Lo que
interesa a Schillagi son los complejos mecanismos
mediante los cuales ciertas muertes en particular, como las de Blumberg y
Cabezas, abandonan el plano de lo privado-individual y pasan a simbolizar
reclamos y demandas sociales más amplias.
Gabriel
Kessler y Santiago Galar
abordan las repercusiones públicas y políticas del llamado “caso Piparo”, ataque sufrido por una mujer embaraza de nueve
meses a la salida de un banco en julio de 2010 y que concluye en la
hospitalización de la madre y en la muerte del niño. Los autores analizan la
conmoción generada por este hecho en distintos ámbitos de difusión y la
incidencia que tiene el caso en la implementación de nuevas políticas públicas
en materia de “seguridad bancaria”.
Brenda
Focás indaga las representaciones de la muerte que se
efectúan en el marco del consumo de noticias vinculadas a hechos de
“inseguridad”. El trabajo de Focás se basa en una
serie de entrevistas llevadas a cabo por la autora en un barrio con altos
índices de temor al delito y aborda los complejos mecanismos de recepción y
resignificación de estas noticias por parte de los diferentes miembros de esta
comunidad.
Un
último grupo de trabajos se nuclea en torno a la muerte como expresión de
ciertos “riesgos sociales” que aquejan a determinadas poblaciones y al papel
asumido por el estado a través de la definición de políticas públicas y de
distintos mecanismos de “gestión de los cuerpos”.
Maximiliano
Fiquepron aborda las representaciones de la muerte
desarrolladas en el marco de las epidemias de cólera y fiebre amarilla en
Buenos Aires y la incidencia de estas crisis en la redefinición de las
actitudes y prácticas fúnebres. Según el autor, las epidemias que se suceden
entre 1856 y 1886 favorecen la institucionalización de nuevos procedimientos de
gestión de los cuerpos, como así también la resignificacion
de ciertas figuras públicas, fallecidas durante la crisis, en función de un
discurso estatal de reparación y superación de la catástrofe.
El
estado también se encuentra en el centro del trabajo de Mariana Luzzi, que analiza las políticas de reparación económica
ofrecidas por la gestión menemista a los ex presos políticos y familiares de
desaparecidos durante la última dictadura militar. Luzzi
estudia el impacto de estas políticas y la recepción y reacciones que
suscitaron, tanto a nivel individual como colectivo, profundizando en la
compleja relación entre muerte y dinero.
Marina
Luz García, por otro lado, se basa en un trabajo de campo llevado a cabo en un
barrio pobre del conurbano bonaerense y aborda, a partir de una serie de
entrevistas, la relación que se establece en ese contexto urbano entre
violencia, delito, consumo de drogas y “muerte joven”. A través de las voces de
los personajes y la reconstrucción de algunas de sus biografías, García plantea
que la “muerte joven”, presentada por los entrevistados en términos de
inevitabilidad, forma parte de una trama barrial mucho más compleja, atravesada
por múltiples lazos de solidaridad y dentro de la cual la violencia no es el
único recurso disponible.
Finalmente,
Carla del Cueto y Juan Ignacio Piovani desarrollan
otro aspecto relativo a la “gestión de los cuerpos”, ligado tanto a la acción
del estado como al de las empresas privadas: la conformación de un “mercado de
la muerte” centrado en el desarrollo de cementerios privados, especialmente
desde de los años '90. A partir de un detallado análisis de las características
arquitectónico-paisajísticas, de la distribución y de las estrategias de
comercialización de estas empresas, los autores dan cuenta de la constitución
de un nuevo conjunto de actitudes, valores y prácticas sociales ligadas al
fenómeno de la muerte.
Aunque
la propuesta metodológica del libro consiste en “pensar por casos”, la mayoría
de los capítulos se sitúa en un constante ir y venir entre lo particular y lo
general, entre lo propio del tema estudiado en su especificidad y las
reflexiones que éste habilita en términos teóricos más amplios. Los autores
manifiestan una especial vocación por pensar la muerte desde distintos ángulos
y disciplinas, contrastando modelos teóricos y marcos interpretativos diversos.
La hipótesis central que recorre todo el libro consiste en pensar la muerte
como un fenómeno social complejo, que no puede ser reducido a una única
dimensión de la vida humana. Muchas de estas reflexiones ponen en entredicho
algunos de los supuestos más tradicionales de la historia de la muerte, como la
lentitud de los cambios y la existencia de un tabú en las sociedades
contemporáneas. Aunque algunas de estas interpretaciones ya venían siendo
revisadas desde los años '90, sobre todo a partir de la crítica a la historia
de las mentalidades y especialmente al trabajo de Philippe Ariès[6],
la obra reseñada constituye un aporte fundamental en el marco de una apertura a
nuevas aproximaciones teóricas y metodológicas.
La
organización y presentación de los trabajos también merece ser destacada. Los
diferentes capítulos se ensamblan muy coherentemente en el libro y dan cuenta
del trabajo conjunto y las múltiples interacciones que se establecen entre los
distintos apartados. El dialogo que mantienen los diferentes artículos entre sí
y la coherencia general de la obra, una virtud no siempre presente en un
trabajo colectivo de estas características, es uno de sus rasgos más
distintivos y meritorios.
El
libro editado por Sandra Gayol y Gabriel Kessler no pretende ofrecer una única clave de
interpretación ni una visión univoca o totalizadora de la muerte, sino plantear
a los lectores nuevos interrogantes, nuevas problemáticas y perspectivas. En
definitiva, Muerte, política y sociedad
en la Argentina constituye una obra clave en la conformación de este campo
de estudios dentro de nuestro país, y una lectura obligada para todos aquellos
interesados en la temática.
Facundo Roca
Universidad
Nacional de La Plata, Argentina
facundo.roca@yahoo.com.ar
[1] Por ejemplo Dobb, Maurice. Estudios sobre el
desarrollo del capitalismo. México, Siglo XXI, 1994.
[2] Marx, Karl. El Capital. Tomo I, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, p.950.
[3] Para este fenómeno es útil la distinción
que realiza Jairus Banaji
entre relaciones de producción y forma de explotación. En este sentido, se
puede concebir que el capitalismo puede albergar en su seno diversas formas de
organización de la mano de obra que trascienden al trabajo asalariado, como la
esclavitud o la producción familiar de las unidades domésticas campesinas. Banaji, Jairus. Theory
as history. Essays on Modes of Production and Exploitation. Leiden y
Boston, Brill, 2010.
[4]
Genovese, Eugene. The World the
Slaveholders Made: Two Essays in Interpretation, New York, Pantheon Books,
1969
[5] Michel de Certeau. La escritura de la historia. México, Universidad Iberoamericana, 2006,
p. 62.
[6] Phillippe Ariès. El hombre ante la muerte. Madrid, Taurus, 1984.