La ‘liberación’ del Campo de
Concentración de Castuera: rebelarse a través del espacio
Castuera Concentration Camp ‘liberation’: a rebelion through the space
Sergio González García
Universidad Complutense de Madrid,
Grupo de Investigación de la Universidad
Complutense de Madrid “Espacio y poder” (GIEP), España
Resumen
Castuera es un municipio
de la provincia de Badajoz, en la Extremadura española, cuya historia no puede
escapar de la existencia en su territorio, a finales de los años treinta, de un
Campo de Concentración. La existencia de este campo y la evolución de sus
restos, una vez desmantelado, permiten ver cómo el control y la violencia
ejercida por el régimen franquista en España tras el fin de la Guerra Civil no
sólo se impuso a través de la represión sistemática sino también por medio del
dominio del espacio público. En este artículo se va a considerar fundamental el
proceso por el cual el franquismo trató de imponer una forma de usar el espacio
público y de controlar el relato del pasado a través de las marcas,
materialidades y rituales que resultaban aceptables en el mismo y aquellas que
eran proscritas. El proceso de democratización trató de pacificar este dominio
por medio de la imposición de una narrativa de consenso y superación, la cual
se vería alterada por una práctica concreta que se rebelaría contra este
espacio y discurso hegemónico: la marcha de homenaje al campo de concentración.
Palabras claves
Espacio; Memoria; Campo de
Concentración; Práctica; Contrahegemonía.
Abstract
Castuera
is a town in Badajoz province, in Extremadura (Spain), whose history can’t
scape of the existence of a Concentration Camp in its territory at the end of
the thirties. This camp and the evolution of its ruins, when it was dismantled,
allows to see how the francoist control and violence after the end of Spanish
Civil War not only was imposed through repression but also by the public space
control. In this article, the process by which the francoist regime tried to
impose a way to use the public space and control the narrative of the past
through marks, materialities and rituals which were acceptables and which were
forbidden, is going to be considered as fundamental. The democratization
process tried to pacify this control by the imposition of a narrative of
consensus and overcoming, which was altered by a specific practice that would rebel
against this space and hegemonic narrative: the commemoration march to the
concentration camp.
Keywords
Space; Memory; Concentration Camp; Practice;
Counterhegemony.
Anualmente, durante el mes de
Abril y en fechas cercanas –según la disponibilidad del calendario- a la
conmemoración del 14 de Abril –día de proclamación de la II República española-
la Asociación Memorial Campo de Concentración de Castuera (AMECADEC) organiza
un fin de semana de actividades en torno a la recuperación de la memoria y como
proyección de las demandas del movimiento memorialista en Extremadura y a nivel
Estatal. Dichas jornadas, que suelen ocupar tres días, están compuestas por
charlas, visionado de documentales y, por último, la organización de una marcha
de homenaje desde el municipio hasta los cercanos restos del Campo de
Concentración. Esta práctica, anual y conmemorativa, recorre los pasos que
realizaban los presos de posguerra por el municipio hasta llegar al campo. La
finalidad pasa por el homenaje y actualización de ese relato del pasado y por,
fundamentalmente, dar visibilidad a una memoria colectiva que durante años
estuvo privatizada y a una forma de entender el espacio público diferente a la
hegemónica que viene a señalizar lugares emblemáticos en el municipio
vinculados con el recuerdo y el homenaje. La finalidad simbólica para los
organizadores se centra en recordar, reparar y “liberar” simbólicamente el
campo de concentración. Por lo tanto, supone una práctica que debe entenderse
como una rebelión contra el discurso memorial imperante, que como se verá tiene
elementos que se mantienen desde el franquismo, y contra una concepción del
municipio únicamente vinculado a lo rural, lo agrícola y lo artesanal.
Como las ideas anteriores
esbozan, la investigación de la que parte este artículo ha tomado en
consideración la necesidad de entender la relación entre el proceso de
producción del espacio y la configuración de los relatos sobre el pasado. Se ha
entendido que memoria y espacio se entrelazan en una compleja red de prácticas,
significados y discursos que se deben analizar con detenimiento para entender
cómo y con qué objetivo se produce el espacio o se señalizan lugares
emblemáticos en el mismo. Estos lugares, en este caso el Campo de Concentración
de Castuera, deben ser entendidos como procesos conflictivos sometidos a una
disputa constante entre relatos e imaginarios contrapuestos que los señalizan
–o los relegan- y los dotan de significados diferenciados. Así, lo fundamental
está en entender que los lugares están en constante elaboración y que la
memoria está espacialmente constituida viéndose ésta reflejada en el espacio y
existiendo a su vez una memoria del mismo. Por lo tanto, este artículo asume la
idea de Karen Till que expone que los grupos piensan el pasado como una forma
de conocimiento espacial de su mundo al mismo tiempo que fijan éste en el
espacio como una forma de apropiación, uso y control del mismo estableciendo
que la memoria se conforme como una relación espacio temporal[1].
Partiendo de esta idea, el
espacio actúa como un elemento a partir del cual los grupos se disputan los
relatos del pasado y ponen en juego su identidad[2]. Así la resistencia, y las prácticas de
rebeldía asociadas a la misma, se espacializan, tal y como la marcha de
homenaje que se realiza anualmente en Castuera nos permite ver. Espacialización
de las resistencias y de las memorias que muestra la conflictividad ligada a la
existencia de memorias débiles y fuertes[3], oficiales y subalternas, hegemónicas y
contrahegemónicas que se relacionan con formas diferenciadas de concebir,
entender, usar y vivir el espacio. De esta manera, la resistencia aparece desde
un contraespacio cargado de una contramemoria que entra en disputa con los
intentos de imponer una memoria oficial y de pacificar el espacio a través de
las que Meyer ha denominado politics of
history[4].
Entendiendo que la configuración
de los relatos del pasado, las memorias que se convierten en fuertes, y la
concepción del espacio oficial responden a decisiones políticas e ideológicas y
no a meros procesos técnicos, será desde los espacios de la experiencia
cotidiana, donde las memorias colectivas se configuren ligadas al espacio
vivido, desde donde aparecerá la impugnación y las prácticas de rebeldía. Un
conjunto de relaciones entre la concepción y la vivencia del espacio a través
de prácticas diferenciadas (planes, proyectos, manifestaciones, marchas,…) que
se pueden apreciar siguiendo los planteamientos de Henri Lefebvre[5]. Planteamientos que exponen la necesidad de
entender la totalidad del espacio, analizando por lo tanto tres momentos en
constante relación, el espacio concebido de los técnicos, urbanistas e
instituciones que pretende dar apariencia neutral y objetiva a sus decisiones
normativas, el espacio vivido ligado a la vida cotidiana y la experiencia
diaria que marca determinados lugares y dota de significados y valores al
mismo, y, por último, el espacio percibido que se materializa a través de las prácticas
a través de las cuales la concepción y la vivencia entran en disputa[6]. Así, entendiendo ese conflicto, entre el
espacio concebido por el franquismo, con extensión en la etapa democrática, y
la vivencia del mismo, se podrá analizar que la marcha del homenaje en Castuera
no sólo señalizará el campo de concentración y lo hará visible sino que, por un
lado, aparecerá como forma de materializar una forma concreta de vivir el
espacio opuesta a los reconocimientos institucionales y, por otro lado, definirá
un nuevo espacio desde la memoria que había sido silenciada y sus lugares
emblemáticos.
El municipio de Castuera se
encuentra en la comarca de La Serena, una amplia región de la provincia de
Badajoz en España. La Guerra Civil marcaría al pueblo no sólo por la
importancia estratégica que tendría durante la contienda sino también por la
ubicación en el mismo de estructuras de represión franquistas que influirían su
evolución histórica. Una de estas estructuras represivas, se podría decir que
la fundamental por los efectos que tuvo sobre el municipio y sobre toda la
región, fue el Campo de Concentración que se instaló a las afueras del casco
urbano.
Los restos del Campo de
Concentración que quedaron una vez que éste fue desmantelado en 1940 han
supuesto en estos últimos años un punto de reclamación y demanda de
recuperación de la memoria ante el proceso de obliteración[7] impuesto tanto durante la dictadura como en
el período democrático. Esto ha dado lugar a una disputa entre el relato del
pasado del municipio vinculado a la represión y al miedo creado por el
franquismo, la visión del mismo desde la óptica de la superación del pasado, la
neutralidad y el olvido y la recuperación de la memoria dentro de un discurso
de homenaje, reparación y defensa de los Derechos Humanos. Posiciones que han
derivado en prácticas y construcción de imaginarios y relatos contrapuestos
dentro de una situación durante la etapa democrática de hegemonía del Partido
Socialista Obrero Español (PSOE) en el gobierno municipal.
El Campo fue construido en los
momentos finales de la guerra para ser lugar de encarcelamiento y clasificación
del alto volumen de prisioneros republicanos tras la toma de la
región por parte de las tropas franquistas. Las instalaciones represivas del
Campo de Concentración estaban situadas a una distancia prudencial del casco
urbano del municipio para mantenerse lejos de cualquier tipo de intromisión
incómoda o indiscreta[8] por parte de vecinos y transeúntes pero a su
vez en un espacio lo suficientemente limítrofe al mismo que permitía proyectar
la presencia simbólica represiva del campo dentro del pueblo. Además, dicha
presencia se veía reforzada por la existencia en el casco urbano de lugares
vinculados a la represión como eran diversos establecimientos penitenciarios
desde los que se establecía una conexión directa con el Campo a través de las
cuerdas de presos. El principal acceso al Campo de Concentración durante su
actividad y a los restos actuales del mismos discurre por un camino que pasa al
lado del cementerio municipal, lugar vinculado estrechamente a la represión y a
los asesinatos extraoficiales de las llamadas ‘sacas’ falangistas.
Mapa 1: Ubicación del Campo de Concentración de
Castuera. Fuente: Elaboración propia a partir de imagen de Google (Imágenes
@2016 Cnes/Spot Image, Digital Globe, Instituto de Cartografía de Andalucía,
Landsat, Datos del Mapa @2016 Google, Inst. Geogr. Nacional).
Las instalaciones del campo
contaban con un conjunto de barracones alineados a lo largo de ocho calles con
una plaza central presidida por una cruz donde se realizaban actos,
conmemoraciones y misas de obligada asistencia. También contaba con una zona de
letrinas, lavaderos, zona de incomunicados, una bandera en la zona exterior,
como elemento simbólico del control efectivo del territorio por parte del franquismo,
y la casa del jefe del Campo[9].
Mapa 2: Mapa del Campo de Concentración de Castuera con dependencias señaladas:
1. Mina de La Gamonita. 2. Entrada principal al campo. 3. Barracones. 4.
Letrina. 5. Patio central. 6. Cruz. 7. Lavaderos. 8. Bandera. 9. Zona de
incomunicados. 10. Casa del Jefe del Campo. Fuente: Elaboración propia a partir de imágenes en José Ramón González Cortes,
Guillermo León Cáceres, et al. Catálogo
de la Exposición ‘El sistema de Campos de Concentración franquistas, el campo
de concentración de Castuera’. Castuera, AMECADEC, 2009 y Guillermo León
Cáceres, Antonio Rodríguez López, et al.
“El Campo de Concentración de Castuera: del olvido forzado a lugar de memoria y
recurso didáctico”. Revista de Estudios
Extremeños, Vol. LXVII, Nº 2, Badajoz, 2011.
Instalaciones que crearían una
atmósfera de represión, arbitrariedad y terror a través de los asesinatos por
medio de las “sacas” falangistas, las palizas, los periodos de incomunicación y
todo el proceso de aniquilación y exterminio en búsqueda de esa “cura” del
cuerpo social que pretendía la dictadura[10]. Represión unida a unas condiciones de vida
caracterizadas por el hambre, el hacinamiento y la insalubridad. Se creaba con
todos estos elementos un relato negro sobre el campo que tendría como punto
fundamental las historias sobre la represión por la “cuerda india” en la
bocamina de La Gamonita en las inmediaciones del recinto. Estos elementos
creaban una situación de represión constante que se unía a la labor de
reeducación ideológica que trataba de llevar a cabo el Estado franquista[11] a través de las misas, los actos y la
violencia sistemática que buscaba imponer por el terror nuevos modelos de
conducta “correcta”[12].
Además, dada la cercanía del
campo al casco urbano del municipio, se producía una extensión de la atmósfera
de terror más allá de los limites del espacio represivo. La presencia de los
presos que iban desde los centros penitenciarios de la Prisión del Partido
Judicial del municipio hasta el campo de concentración -como una forma de
violencia y humillación más-, las “sacas” falangistas en las inmediaciones del
cementerio, las detenciones en el municipio, la violencia sistemática contra
los militantes de izquierdas y la presencia de familiares en el camino al campo
para poder ver a sus familiares, crearon una atmósfera total de represión,
miedo y terror. Se creaba una conexión entre el municipio y el campo que
permitía una visibilización de la violencia que se extendía más allá de los
lugares de represión[13] . Todos estos elementos marcarían la
Castuera de la posguerra donde el franquismo buscaba la eliminación, represión
y reeducación del enemigo.
El campo fue clausurado en los
primeros meses de 1940. Su cierre y desmantelamiento supuso un abandono de los
terrenos donde se encontraban las instalaciones llegando a nuestros días como
una propiedad privada. A partir de ese momento se produjo un proceso alrededor
del relato de lo que había sido el campo de concentración que se articuló sobre
dos elementos, por un lado, el miedo inoculado por la estrategia de represión
y, por otro, la creación de un relato negro sobre el campo que se vertebró en
torno a un proceso de obliteración[14], impuesto por el franquismo que negaría la
existencia del mismo, y la creación de una memoria privatizada que daría lugar
a la creación de relatos inconexos, fragmentarios y alejados del espacio
público. La búsqueda del franquismo, a partir de un determinado momento, de una
conversión de la legitimidad de origen de la victoria en la guerra en una
legitimidad de ejercicio reforzó está idea de eliminación de la memoria del
campo por considerarse no necesaria para la sociedad. Así, el mismo régimen que
en un primer momento proyectó la presencia del campo como forma de extensión
del miedo, el castigo y un estado de guerra permanente, pasó posteriormente a
eliminar el relato y enclaustrar el mismo al ámbito privado. De esta manera, el
lugar no retomó ningún tipo de uso o actividad, algo que contribuiría a la
conservación de los restos que todavía se pueden observar en el terreno.
Imagen 1: El terreno que ocupaba el Campo de Concentración de Castuera en la
actualidad. Fuente: Autor.
Por lo tanto, no se recordaba el
campo porque era algo que no se podía recordar políticamente y, además, era
algo vinculado al miedo y al terror creado en los primeros años. La existencia
de ese recuerdo, de esa memoria privada y fragmentada sin una articulación
social visible, hace evidente que el relato del campo no fue olvidado sino que
se obligó a que no fuera recordado.
“Silencio total. La gente sabía
que había habido un campo de concentración, que había habido montones de
desaparecido de fusilados pero el miedo era latente.”[15]
Se producía entonces un proceso
de privatización de la memoria que impedía cualquier tipo de posibilidad de
creación de una memoria colectiva al margen de la memoria oficial franquista.
El franquismo eliminó cualquier tipo de expresión de la memoria de los vencidos
por medio de su erradicación del espacio público y de la imposición de un
relato del pasado que impedía la interpelación a lugares o acontecimientos
vinculados a una narrativa alternativa reduciendo esta memoria al ámbito
privado como único espacio de resistencia generacional[16]. Por lo tanto, el campo de Concentración de
Castuera fue sometido a un desconocimiento inducido aunque el miedo impuesto
durante la existencia del mismo permanecía.
De alguna manera, no se articulaba
o no se organizaba esa memoria, pero no se organizaba esa memoria porque
realmente todos los mecanismos estaban desconectados, es decir, la gente vivía,
los que habían sufrido la represión en al campo, esa memoria en su casa (…)
estamos hablando siempre de una memoria personal, una memoria íntima.[17]
Aún con este intento, la propia
presencia de una instalación represiva de estas características, con una
intención inicial de reforzar la idea de represión y el terror buscado por el
franquismo, propició una reconfiguración del espacio social simbólica y
materialmente en Castuera, algo que hizo imposible que el proceso de olvido y
silenciamiento fueran totales[18]. El campo de concentración quedaría fijado
dentro del imaginario colectivo de posguerra en Castuera. Todo lo cual supone
que el intento de eliminación inconcluso y la privatización de la memoria
estaban sujetas a una correlación de fuerzas dadas en la posguerra y a una
imposición política por parte del nuevo régimen que impedía hacer visible el
recuerdo pero no existía un trauma colectivo que socialmente imponía el
silencio. No se hablaba porque no se podía hablar y porque existía un miedo
real a hacerlo pero existían grietas de la memoria en el ámbito privado que
posibilitaban que el relato inconcluso y fragmentario se transmitiera a lo
largo del tiempo a través de voces, imágenes, ideas e historias privadas
cargadas de emociones, sensaciones y significados subjetivos a nivel local o
familiar[19]. Se producía entonces una imposibilidad de
construcción de un relato colectivo, una memoria colectiva, dentro de un grupo
porque estos elementos estaban desconectados, aislados y no podían formar un
grupo autoreconocido como tal en un espacio público dominado por el franquismo.
Estas grietas de la memoria, esta posibilidad de transmisión a un nivel
privado, la existencia de ese imaginario de posguerra vinculado al campo e,
incluso, los restos del mismo y las huellas materiales de la represión,
supusieron la permanencia de remanentes[20] que hicieron imposible que el franquismo
pudiera completar ese proceso de obliteración.
Esta lógica, que proyectó el
miedo y la represión en un primer momento a todos los rincones del cuerpo
social y que posteriormente intentó eliminar cualquier tipo de referencia al
campo y a su propia existencia para proyectar otro tipo relato en el municipio,
no renunció a producir un espacio en función de unos objetivos políticos, a
saber, la reconstrucción de la memoria, la eliminación del relato histórico
opuesto y la creación de un nuevo discurso en función de un nuevo relato, unos
nuevos valores y una ideas políticas concretas. Así, en todo el territorio
estatal y, también, en Castuera, se proyectó un espacio cargado de símbolos y
lugares que “cumplían una función clave en el proceso de socialización política
y en los intentos de legitimación del poder”[21]. Un espacio que se concebía para imponer una
determinada moral y unas formas de uso a través de conmemoraciones, monumentos,
cruces, memoriales, cambios en el nombre de las calles,… Un espacio representado
en base a una intencionalidad política marcada. Así en Castuera se erigió un
monumento a los “Caídos por Dios y por España” formado por una cruz y una placa
colocadas en la plaza principal del municipio y en la fachada de la Iglesia[22]. Se creaba así un espacio sacralizado por
medio de marcas perdurables alrededor de las que se celebraban conmemoraciones
y ceremonias a través de las que se proyectaban los valores franquistas y la
identidad nacionalcatólica[23]. Una santificación que creaba una conmemoración
de buscaba simbolizar que “las víctimas morían por una causa y la causa, más
que las víctimas, estimula la santificación”[24]. De esta manera, con los cambios físicos, la
ocupación simbólica y el dominio del relato que se buscaba imponer, la
apropiación del espacio público por parte del relato de los vencedores fue
total. Se concebía un espacio basado en la sacralización del franquismo, cuyo
ejemplo más efectivo era el monumento de homenaje –la cruz y la placa-, y el
silenciamiento de todo lo relacionado con el bando derrotado, simbolizado en el
abandono y eliminación del relato de la represión y del campo de concentración.
Se seleccionaba así qué memoria y por medio de qué representación podía
aparecer en el espacio público de Castuera. De esta manera se hicieron
constantes los homenajes y las conmemoraciones en el monumento a los caídos, se
fijó como celebración la toma del municipio por los franquistas, se realizaron
desfiles y se utilizó el espacio público como lugar de escarnio y humillación
de los presos que eran conducidos al campo[25]. Todo este conjunto de prácticas
configuraban un espacio público articulado en torno a la división entre
vencedores y vencidos, entre sacralización y represión. Así, el espacio público quedó simbólicamente
privatizado en manos de un único grupo con capacidad efectiva de representarlo
y expresar una única memoria que permitía su vertebración identitaria,
configurándose así una memoria excluyente[26]. Por lo tanto, un elemento central en el
conflicto posterior por la recuperación de la memoria del campo sería la
posibilidad de visibiliazación de los relatos silenciados y de sus lugares
emblemáticos. Estas actuaciones permiten analizar la importancia de la
correlación de fuerzas y las relaciones de poder en la construcción de la memoria
política y la producción del espacio.
…a los familiares de los
izquierdistas asesinados no se les toleraba expresar su dolor en el espacio
público (…) no se podían poner monumentos de homenaje como hacían ‘los otros’[27].
La llegada de la etapa
democrática no alteró esta situación y la memoria de la represión tuvo que
esperar hasta 2005 para aparecer en el espacio público en forma de primer
homenaje a las víctimas del campo de concentración. No se produjo en el
municipio ningún tipo de movilización social ni política institucional de
recuperación del relato silenciado. El pacto transicional no incluyó un
cuestionamiento de la memoria de la guerra civil y la dictadura aunque, según
Paloma Aguilar, el recuerdo de la contienda sí estaba presente en forma de
“nunca más una guerra”[28] motivando la ausencia de cualquier política
pública de recuperación o reparación. En el caso de Castuera, el análisis de la
realidad del municipio muestra la permanencia de ese relato vinculado al miedo
y el mantenimiento del discurso construido durante el franquismo en forma de
permanencia de lugares, nombres de calles, olvido del campo de concentración y
memoria privatizada. Tras el proceso de democratización se habría impuesto una
buena memoria no conflictiva basada en el consenso, la equiparación y el mito
de la transición ejemplar. Así, la democracia “se limitó a decretar socialmente
superado cualquier pasado conflictivo, cualquier pasado de confrontación”[29] que supondría, en municipios como el estudiado,
que en el espacio público se siguiera imponiendo la memoria de los vencedores y
las víctimas quedaran fuera de cualquier tipo de reconocimiento.
Entonces tampoco invita a que, bueno, se exprese en el espacio
público todo ese sentimiento y que se recuerde en el espacio público a la
víctima.[30]
Pilar Calveiro analiza que los
campos de concentración sólo son posibles en sociedades que deciden “no ver”[31], y en el caso de Castuera el período
democrático supuso la elección de mantener al margen del relato del pueblo la
existencia del campo y la decisión de “vivir de espaldas a ese testimonio”[32] no trasladando esa parte de la historia por
los mecanismos de socialización pública básicos manteniendo ese
“desconocimiento inducido”[33]. No se hacía referencia al campo a ningún
nivel del ámbito público. Silencio, privatización y actuaciones institucionales
estuvieron marcadas por el clima de consenso y pacificación que serían la causa
principal de la ausencia de cualquier tipo de homenaje hasta el año 2005. A
nivel institucional el Ayuntamiento, gobernado por el PSOE, únicamente realizó,
en todos sus años de hegemonía en el gobierno municipal, ligeras modificaciones
del espacio público heredado del franquismo. La cruz a los “caídos” fue
trasladada del municipio a la puerta del cementerio cuando en 1990 se realizó
la modificación de la plaza con la intención de configurar el espacio público
acorde a los valores de reconciliación y consenso de la transición para “la
superación plena de pequeños o grandes conflictos de división de las llamadas
dos Españas”[34]. Traslado visto como acción administrativa
que no suponía un vaciamiento del significado del monumento sino que tenía como
intención “un deber moral para la buena convivencia de los ciudadanos”[35]. También se eliminaron algunas calles de
origen franquista pero se mantuvieron otras creando un callejero donde se
producía una yuxtaposición y convivencia de nombres provenientes de relatos
diferenciados creando un espacio basado en las ideas de consenso, pacificación
y reconciliación. De esta manera, se mantenía la calle Mártires de la Cruzada
conviviendo con la calle de la Constitución o Miguel Hernández o estatuas
erigidas a Salvador Allende con esculturas de homenaje a las Fuerzas Aéreas[36].
Imagen 2: Cruz de homenaje a los “caídos” en la puerta del cementerio municipal. Fuente: Autor.
Imagen
3: Calle Mártires (anteriormente
Mártires de la Cruzada). Fuente: Autor.
Se mantenía todavía fuera del
espacio público cualquier referencia al pasado represivo y, debido al
mantenimiento de los lugares y su significado, persistía la impunidad del
pasado dictatorial. Se concebía un espacio donde el relato del pasado
franquista sólo era omitido –trasladado de lugar- y no eliminado en la búsqueda
de la pacificación y el consenso. El primer acto de conmemoración y
recuperación del pasado del campo en 2005 fue fruto de un proceso de varios
años y diversos acontecimientos que conformaron una verdadera revuelta de la
memoria[37] que permitió la aparición en el espacio
público de ese relato privatizado. Momento en el que esos relatos inconexos y
fragmentados pudieron autoreconocerse como un grupo con una memoria colectiva
común que ahora se hacía visible. Se produciría, a partir de ese momento, esa
unión entre memoria y grupo que anunciaba Maurice Halbwachs en su obra[38].
Los acontecimientos que habían
marcado esa revuelta de la memoria comenzaron con la aparición a nivel estatal
en el año 2000 de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica
que había introducido la recuperación del pasado represivo en la agenda pública
e iniciado un debate que movía los pactos de la transición más allá de la idea
de la reconciliación[39]. A nivel local, en Castuera, la emisión del
documental “La pesadilla de Castuera” en un programa de la televisión pública
marcó un antes y un después en el mantenimiento de ese silencio impuesto en el
municipio. Además, la aparición de estudios académicos que se centraban en la
represión en Extremadura y que incluían análisis del campo de concentración
también permitieron la apertura del debate y “contribuyeron a la movilización
de ex prisioneros, familiares, historiadores y organizaciones sociopolíticas”[40]. Todo esto unido a, como hemos mencionado
anteriormente, la existencia de grietas de la memoria que posibilitaron que
ciertos relatos de la represión y la existencia del campo fueran transmitidos
de manera velada, inconclusa o a través de objetos que actuaban como
repositorios de la memoria[41].
…pues yo lo conocía a través de
mecanismos informales, de mi propia curiosidad y del antecedente familiar, que
tenía pues el gusanillo, ya me lo había, mi abuela materna, me lo había ya
sembrado, ese semilla por el interés por la represión de mi propio abuelo y de
lo que había sucedido más allá[42].
En Abril de 2005, desde la
asamblea local de Izquierda Unida, se convocaron unas jornadas republicanas que
terminaron con un homenaje en los terrenos del campo de concentración. A partir
de ese momento esa contramemoria apareció de forma visible en el espacio
publico configurando un grupo cohesionado que demandaba su recuperación y que
establecía un contraespacio que señalaba los lugares emblemáticos del pueblo
asociados a la represión y los convertía en lugares de homenaje. Un forma de
entender el espacio desde su experiencia que entraba en conflicto con la
representación institucional del municipio basada en el consenso, la
pacificación y la proyección del mismo asociado a la agricultura, la ganadería
y la artesanía. Esta práctica iniciaría la celebración de homenajes periódicos
que resignificarían el campo de concentración como lugar convocante de
homenaje, recuperación y no vinculado al
silencio y la represión. Se hacía visible así el conflicto entre una concepción
y una vivencia del espacio que dotaban de significados diferenciados a estos
lugares emblemáticos y a los elementos que el municipio debía proyectar.
La marcha de homenaje recorre el
municipio desde la plaza de España hasta los terrenos del campo donde se
realiza el izado de una bandera republicana, se lee un manifiesto y se dejan
flores en forma de conmemoración en la peana donde se ubicaba la cruz del
patio. El recorrido por los más de dos kilómetros se realiza en ambiente serio
donde proliferan banderas y símbolos de partidos de izquierdas y elementos
vinculados al bando republicano. La marcha también se convierte en una suerte
de manifestación que exige la recuperación de la memoria republicana y las
reclamaciones del movimiento memorialista de verdad, justicia y reparación. El
punto de partida se ubica en la plaza por ser el punto donde se encontraba la
Prisión de Partido y por lo tanto la marcha recorre el mismo trayecto que
realizaba la cuerda de presos republicanos al finalizar la contienda. Además,
se pasa por delante del cementerio que queda también simbolizado como un lugar
vinculado al relato de la represión en el municipio.
Mapa 3: Mapa del recorrido de la marcha de homenaje. Fuente: Elaboración propia a partir de imágenes
obtenidas de Google Maps (@2016 Google, Inst. Geogr. Nacional).
La marcha de homenaje tendría dos
consecuencias directas inmediatas. Primero, la visibilización de la memoria
privatizada que aparecía ahora en el espacio público en forma de una memoria
social contestataria. Visibilidad que iría asociada a la necesidad de difusión
y pedagogía que daría lugar a la proliferación de recursos didácticos sobre el
campo[43]. La segunda de estas consecuencias fue la
resignificación y reapropiación del campo mediante su “liberación”. La lectura
del manifiesto y el izado de la bandera republicana suponían un proceso de
apropiación simbólica que señalizaba el campo como un lugar de conmemoración
republicana, es decir, un lugar de memoria que permitía hacer público el
recuerdo. El campo dejaba de estar asociado a la represión y al olvido y
quedaba vinculado a la conmemoración, el homenaje y la reparación. Ya no era un
lugar franquista, era un lugar republicano de homenaje. De esta manera se iban
sedimentando en el campo distintas capas de significado.
Las marchas permitían crear una
comunidad, un grupo de pertenencia, con pasados comunes vinculados a la represión
en el campo, tanto personal como de familiares. En los actos aparecían personas
con fotos de familiares que contaban en público sus relatos permitiendo que esa
memoria individual que había estado circunscrita al ámbito doméstico se
convirtiera en una memoria social[44] que portaba experiencias que trascendían el
horizonte temporal del individuo por ser un relato que se transmitía dentro de
un colectivo. Con el conjunto de acciones que la asociación AMECADEC, fundada
en 2006, puso en acción (marcha, jornadas, exposición, seminarios,…), el
conjunto de valores y los aspectos fundamentales de las reivindicaciones de
este grupo aparecieron en el espacio público de forma permanente. Así, se
configuraba un espacio vivido, un espacio de representación como lugar de la
resistencia como anunciaba Lefebvre[45], que señalaba lugares de homenaje,
reivindicaba políticamente la memoria de la II República y de los vencidos y
reclamaba la recuperación institucional de este relato del pasado impugnando la
narrativa de equiparación, consenso y superación. La marcha permitía la
materialización y localización de ese espacio vivido que señalaba puntos
simbólicos a través del recorrido, los cuales sacaban a la luz un relato
silenciado, una memoria social subalterna, que por medio de la propia práctica
se transmitía. Se creaba, por lo tanto, un nexo intergeneracional a través de
la práctica.
Dwyer y Alderman exponían que los
lugares de memoria se podían analizar desde tres metáforas que marcan los
elementos que se destacan en el análisis, la metáfora del texto, la arena y la
performance[46]. Estableciendo una relación entre estas tres
formas de acercarse a la realidad de los lugares de memoria, en el caso de
Castuera, con la marcha de homenaje anual, se ponía de relieve que el campo
habría sido resignificado por medio de una reescritura de los valores y el
relato del pasado que proyectaba (texto) donde entraban en conflicto distintas
interpretaciones y significados (arena), los cuales, por último, se ponían en
juego a través de diversas prácticas (performance). Por lo tanto, esta
performatividad resultaba básica, en nuestro análisis, para entender cómo se
hacía visible y se materializaba la resistencia al discurso oficial y a la
forma que se producía el espacio en el municipio.
Imagen
4: Marcha de homenaje a su llegada
al campo de concentración. Fuente: Autor.
La marcha no sólo resignificaba
el campo sino también señalaba y marcaba como lugares emblemáticos otra serie
de localizaciones que estaban vinculadas a la represión, por ejemplo, el
cementerio y la mina de La Gamonita. Así, a través de acciones como pintadas
que pedían el recuerdo y la ruptura con el mensaje de conciliación, o como la
acción “flores contra el olvido” que marcaba con flores estos lugares, se
conseguía una resignificación y una reapropiación en el sentido de crear el
“habitar” lefebvriano[47] adaptándolo y usándolo para crear esos
lugares y centros afectivos, es decir, para “verter sobre él la afectividad del
usuario”[48], en este caso el grupo militante.
A través de estas acciones
performativas se generaban situaciones que tenían como consecuencias
fundamental la ruptura de la normatividad impuesta sobre el espacio[49], una normatividad que se expresaba a través
del reconocimiento patrimonial institucional de lugares como el Museo del
Turrón, la Iglesia parroquial, las casas más representativas de la arquitectura
rural, la Ermita de San Benito y algunos yacimientos arqueológicos, que
proyectaban un imaginario del municipio alejado de cualquier recuerdo a la
memoria de la represión y la guerra. Así, con el reconocimiento como Bien de
Interés Cultural del campo de concentración por parte de la Junta de
Extremadura en 2009 se generaba una política de conservación que no implicaba
ningún tipo de homenaje. Por lo tanto, aun con esta conservación formal el
campo sólo obtuvo una reconocimiento patrimonial que lo situaba dentro de una
figura de planeamiento urbanístico que no generaba ningún tipo de
reconocimiento simbólico institucional. Al no existir una práctica simbólica y
conmemorativa oficial el campo simplemente quedaba vinculado a una parcela más
con un grado de protección institucional dentro de las distintas figuras de
planeamiento urbanístico que quedaban relegadas al ámbito técnico y formal.
Mapa 4: Plano de ordenación urbanística del área que comprende el campo de
concentración del Castuera donde se aprecian las distintas categorías urbanas
de las parcelas. Fuente: Plan Municipal de Castuera. Tomo III Planos de
Ordenación Urbana. Plano OE.10 Clasificación del suelo. Obtenido de la página http://www.castuera.es/plantilla.php?enlace=planos_ordenación
No existía ni una señalización
patrimonial clara, visible y accesible por parte del Ayuntamiento ni ningún
tipo de acción conmemorativa institucionalizada. Por lo tanto, la ausencia de
actos performativos por parte de las instituciones, en forma de homenaje o
conmemoración, impedían que de la protección se pasara a la creación de una
memoria del campo que pudiera trascender del grupo de familiares-militantes y
que tuviera un reconocimiento y proyección pública a nivel oficial. La memoria
oficial se mantenía dentro de la idea de neutralidad, equiparación y
pacificación puesto que el reconocimiento no pasaba del nivel administrativo.
Sólo la marcha organizada por AMECADEC y los familiares rompía esta lógica del
“museo sincrético” del que hablaba Vinyes para la expresión de la memoria en la
etapa democrática donde se mantenía la idea de conciliación, reconciliación y
equiparación por el uso ahistórico del pasado[50].
De esta manera, la recuperación
informal del campo estaba sujeta a las acciones y reclamaciones de AMECADEC,
los familiares y el grupo de militantes memorialistas. Un grupo que tenía como
objetivos la reparación simbólica, el homenaje, el apoyo a los familiares, la
recuperación de la memoria y la proyección del campo de concentración y de los
lugares vinculados a la represión en Castuera como elementos pedagógicos en la
defensa de los Derechos Humanos.
…que esto trasciende, que esto
trasciende el plano local, también el comarcal, el provincial, el regional y,
yo me atrevería a decir, el nacional, porque los campos de concentración,
porque un campo de concentración es un lugar donde conmemorar y promover los
valores democráticos.[51]
Estos se convierten en los
objetivos fundamentales de la lucha por la visibilización y resignificación del
campo. En función de esto, la marcha, como práctica que se rebela contra un statu quo que mantiene oculta la memoria
represiva y que configura un espacio que proyecta los valores de la
pacificación y la neutralidad, se convierte en el eje en torno al cual gira
toda la plasmación de ese conjunto de significados y discursos sobre el campo. Una
práctica que constituye la materialización de la existencia de ese espacio
vivido militante y de familiares donde el campo se convierte en un lugar
convocante a señalizar y recuperar. La marcha aparece como elemento diferencial
que permite contrastar dos formas de relacionarse con el pasado represivo. Por
un lado el simple reconocimiento administrativo que no implica ningún tipo de
recuperación memorial y mantiene un discurso pacificado del espacio público, y
por otro lado, la performatividad asociada a la conmemoración y la recuperación
de la memoria con la intención de proyectar Castuera como lugar de recuperación
del pasado, de homenaje y de defensa de los Derechos Humanos. Un homenaje que,
como se analiza, es eminentemente performativo y se basa en la señalización y
la reapropiación.
La marcha es, de esta manera, una
práctica que permite ver la apropiación total del espacio público al suponer un
conjunto de gente ocupando el mismo durante el recorrido de un punto a otro.
Esta ocupación dibuja y reactualiza un imaginario colectivo donde distintos
puntos del espacio urbano quedan conectados enmendando el uso normativo del
mismo[52]. Así, no sólo el punto de partida y el de
llegada quedan vinculados a los presos y la represión sino que todo el
recorrido queda vinculado con el pasado, el cementerio con la existencia de las
“sacas” falangistas y la necesidad de honrar a los asesinados, la mina de La
Gamonita con el recuerdo de los que allí murieron y la peana de la cruz con el
izado de la bandera republicana y la “liberación” del campo para conmemorar.
Un elemento fundamental reside en
entender cómo la memoria se recupera a través de la perfomatividad que
representa la marcha y que a su vez evidencia la existencia de una forma
alternativa de entender el espacio público del municipio. La marcha pone de
manifiesto dos tipos de memorias, por un lado aquella que se pretende
visibilizar y reparar, es decir, la memoria silenciada de la represión
vinculada al bando derrotado, y por otro lado, la memoria asociada con la propia
marcha como práctica ritual anual que permite el autoreconocimiento entre los
actores y la articulación de una identidad colectiva, una memoria peregrina[53]. El recuerdo de las marchas pasadas, como
forma propia de reivindicación, como acontecimiento repetido de homenaje, que
hunde sus raíces en el recuerdo del primer homenaje en el año 2005 como suceso
fundacional, catártico y de revelación de lo que estaba silenciado, se
convierte en una práctica que define al grupo y permite la reactivación de la memoria
del pasado[54]. Algo que se consigue con la presencia de
las mismas personas y los mismos símbolos año tras año lo cual permite la
autoidentificación del colectivo a lo largo del tiempo. La marcha, por lo
tanto, funciona como una práctica espacial y de memoria que gracias a su
periodicidad permite proyectar a futuro la recuperación del relato de la
represión y al colectivo que la reclama.
Esto añade capas de significado a la memoria y establece la forma
hegemónica de conmemoración, en este caso no por medio de placas y monumentos,
sino por la puesta en práctica de una performance. Entonces, el espacio público
de Castuera no sólo es apropiado por el colectivo sino que también éste lo
construye, lo dota de significados y lo proyecta a futuro.
La investigación y un análisis de
la práctica arroja una primera idea a destacar de este artículo. Con la marcha,
la memoria silenciada, que transporta otra forma de entender y vivir el espacio
público señalando sus lugares emblemáticos y la representación que quieren
proyectar, consiguió atribuir un significado conmemorativo al campo que la
concepción oficial del espacio por parte de las políticas institucionales no le
daban. La marcha se convirtió así en la expresión más clara del conflicto entre
la forma de mirar al pasado oficial y la memoria subalterna impugnadora de ese
relato las cuales producían formas de entender y usar el espacio público
diferenciadas. Así, las acciones concretas como la marcha, las pintadas, las
“flores contra el olvido” y las visitas guiadas al campo se convirtieron en
materializaciones específicas de una forma de vivir el espacio en la
experiencia diaria que impugnaba la concepción oficial.
La marcha conseguía una
actualización constante del pasado y una vertebración continuada del grupo que
se reconocía y se identificaba como un colectivo cohesionado a través de la
práctica. Al núcleo de la asociación AMECADEC y los familiares se le unían
militantes memorialistas y otros ciudadanos de la comarca que tenían relatos
familiares vinculados al campo de concentración. En la marcha, ese grupo
disperso, se encontraba y se vinculaba de nuevo a una reclamación común. Un
grupo con una memoria colectiva y una práctica que la hacía visible y les
permitía rebelarse a través del espacio.
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Recibido: 08/09/2017
Evaluado: 27/10/2017
Versión Final: 24/12/2017
[1] Karen Till.
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[2] Karen Till. “Places
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[5] Henri Lefebvre. La
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[6] Ídem, p.100-102.
[7] Kenneth Foote. Shadowed Ground. America’s Landscapes of
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[8] Guillermo León Cáceres, Antonio Rodríguez López, et al. “El Campo de Concentración de
Castuera: del olvido forzado a lugar de memoria y recurso didáctico”. Revista de Estudios Extremeños, Vol.
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[9] Antonio López Rodríguez. Cruz,
bandera y caudillo. El Campo de Concentración de Castuera. Badajoz,
CEDER-La Serena, 2006, p.191.
[10] Guillermo León Cáceres, Antonio Rodríguez López, et al. “El Campo
de Concentración…”, Op. Cit, p. 547.
[11] José Ramón González Cortes, Guillermo León Cáceres, et al. Catálogo de la Exposición ‘El sistema de
Campos de Concentración franquistas, el campo de concentración de Castuera’. Castuera,
AMECADEC, 2009, p. 29.
[12] Antonio López Rodríguez. Cruz,
bandera y caudillo…, Op. Cit. p. 274.
[13] Antonio López Rodríguez. “Cárceles en el Partido Judicial de
Castuera. Antecedentes, contexto y permanencia en el tiempo”, Revista de Estudios Extremeños, Vol. LXVII, Nº 2, Badajoz,
2011, p. 891.
[14] Kenneth Foote. Shadowed Ground. America’s Landscapes…, Op.
Cit. p. 24.
[15] Extracto entrevista realizada a informante durante el trabajo de
campo de la investigación.
[16] Ricard Vinyes. “La memoria del Estado” en Ricar Vinyes (ed.), El Estado y la Memoria: Gobiernos y
ciudadanos frente a los traumas de la historia, Barcelona, RBA Libros,
2009.
[17] Extracto entrevista realizada a informante durante el trabajo de
campo de la investigación.
[18] Pamela Colombo. “Espacio y desaparición: los campos de
concentración en Argentina”. Isegoría,
Revista de Filosofía Moral y Política, Nº45, 2011, p.639.
[19] Francisco Ferrándiz. El
pasado bajo tierra. Exhumaciones contemporáneas de la Guerra Civil. Barcelona, Anthropos,
2014, p. 87-88.
[20] Karen Till. “Urban
remnants: Place, Memory and Artistic practice in Berlín and Bogotá”. Encounters, Nº1, 2010, p. 77.
[21] Paloma Aguilar Fernández. Políticas
de la memoria y memorias de la política. Madrid, Alianza Editorial, 2008,
p. 145.
[22] Guillermo León Cáceres, Antonio Rodríguez López, et al. “El Campo
de Concentración…”, Op. Cit, p. 554.
[23] Zira Box Varela. La
fundación de un régimen. La construcción simbólica del franquismo. Tesis de
Doctorado. Madrid. Universidad Complutense de Madrid. 2008.
[24] Kenneth Foote. Shadowed Ground.
America’s Landscapes…, Op. Cit. p. 10.
[25] Guillermo León Cáceres, Antonio Rodríguez López, et al. “El Campo
de Concentración…”, Op. Cit, p. 552.
[26] Andrés Alberto Scagliola Díaz. “Cambio en las políticas públicas
de la memoria en Cataluña: el pasado como problema”. Entelequía. Revista Interdisciplinar, Nº 7, 2008, p. 307.
[27] Extracto entrevista realizada a informante durante el trabajo de
campo de la investigación.
[28] Paloma Aguilar Fernández. Políticas
de la memoria y…, Op. Cit. p. 416.
[29] Ricard Vinyes. “La memoria del…”, Op. Cit., p. 35.
[30] Extracto entrevista realizada a informante durante el trabajo de
campo de la investigación.
[31] Pilar Calveiro. Poder y
desaparición. Buenos Aires, Calihue, 1998, p. 26.
[32] Extracto entrevista realizada a informante durante el trabajo de
campo de la investigación.
[33] Extracto entrevista realizada a informante durante el trabajo de
campo de la investigación.
[34] Acta del Pleno del Ayuntamiento de Castuera del 31 de Marzo de
1995.
[35] Ricard Vinyes. “La memoria del…”, Op. Cit., p. 25.
[36] En el año 2001, el gobierno municipal del PSOE erigió en una de
las rotondas de entrada al municipio una escultura de homenaje a las Fuerzas
Áreas en forma de un avión de combate real situado en una peana. Esta decisión
fue muy controvertida en el municipio puesto que identificaba al pueblo con la
presencia de un símbolo bélico. El avión fue retirado en el año 2012 por el
nuevo gobierno municipal del Partido Popular (PP) a petición de Izquierda
Unidad (IU).
[37] Manuel Loff. “Estado, democracia e memoria: políticas públicas e
batalhas pela memoria da ditadura portuguesa (1974-2014)” en M. Loff, F.
Piedade y L. Castro Soutelo (eds.), Ditaduras e revoluçao. Democracia e políticas
da memoria, Coimbra, Almedina, 2015, p. 87.
[38] Maurice Halbwachs. La
memoria colectiva, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004
(1978).
[39] Georgina Blakeley.
“Politics as usual? The trials and tribulations of the law of historical memory
in Spain”, Entelequia. Revista
Interdisciplinar, Nº 7, 2008,
p. 316
[40] Guillermo León Cáceres, Antonio Rodríguez López, et al. “El Campo
de Concentración…”, Op. Cit, p. 549.
[41] Francisco Ferrándiz. El
pasado bajo tierra…, Op. Cit., p. 88.
[42] Extracto entrevista realizada a informante durante el trabajo de
campo de la investigación.
[43] José Ramón González Cortes. Unidad
didáctica. El sistema de campos de concentración franquista. El campo de concentración de Castuera, Mérida, 2011.
[44] Aleida Assmann.
“Memory, individual and collective” en R. Goodin y C. Tilly (eds), The Oxford Handbook of Contextual Political
Analysis, New York, Oxford University Press, 2006, p.213-215.
[45] Henri Lefebvre. La
producción del…, Op. Cit. p. 98-100.
[46] Owen Dwyer y Derek
Alderman. “Memorial landscapes: analityc question and metaphors”, GeoJurnal, Nº 73, 2008, p. 101-138.
[47] Henri Lefebvre. La
producción del…, Op. Cit. p. 100.
[48] Emilio Martínez Gutiérrez. “Ciudad, espacio y cotidianidad en el
pensamiento de Henri Lefebvre” en Henri Lefebvre, La producción del espacio, Madrid, Capitán Swing Libros, 2013, p.
45.
[49] Manuel Trufó. “Descentralizar la memoria. Dos lógicas de
intervención sobre el espacio urbano en la ciudad de Buenos Aires”, Universitas Humanística, Nº70, 2010, p.
125.
[50] Ricard Vinyes. “Hacer las paces. Sobre símbolos y monumentos: la
construcción del museo sincrético”, Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de
estudios sobre memoria. Nº 2, 2014, p. 18.
[51] Extracto entrevista realizada a informante durante el trabajo de
campo de la investigación.
[52] Laura Cecilia Mombello. “Neuquén, la memoria peregrina” en
Elizabeth Jelin (ed), Monumentos,
memoriales y marcas territoriales, Madrid, s.XXI, 2003, p. 152
[53] Laura Cecilia Mombello. “Neuquén, la memoria peregrina…, Op.
Cit., p. 151.
[54] Ídem, p. 161.