Dossier
Nº 22
Historia
de los jóvenes de América Latina
History of the Young people of Latin America
La historia de la juventud como grupo de edad y, por
tanto, como grupo social, se está convirtiendo en una de las áreas de
investigación más dinámicas en la historiografía (entendida como disciplina que
estudia la historia) contemporaneísta de Europa Occidental. A pesar de ello, ha
tenido un desarrollo desigual en los diferentes países, siendo especialmente
importante en el mundo anglosajón y alemán. Sin embargo, ya estamos lejos de la
época en que se consideraba que las culturas juveniles habían aparecido, casi
súbitamente, a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, y que la primera
oleada de movilización juvenil se produjo en torno a los diferentes mayos de 1968. En el año en que se
conmemora el 50 aniversario de éstos, no está de más destacar que
históricamente, la movilización
juvenil en general - y estudiantil en concreto- ya habían adquirido un carácter
internacional y de masas en los años treinta del siglo XX. Así, como
se recoge en el primer artículo que conforma este monográfico, firmado por Sandra
Souto Kustrín, en la actualidad se considera que
“la edad dorada de la juventud, con sus aspectos positivos y negativos, no
comenzó en los años cincuenta, sino (…) en los treinta y primeros cuarenta” y
terminó durante la crisis económica de los setenta.[1] En
el desarrollo de este interés científico en los jóvenes, como se refleja en ese
mismo artículo, ha influido la misma evolución de la historiografía: la
juventud ha pasado a ser objeto de estudio historiográfico, en primer lugar, de
manos de una historia social que amplió su campo de estudio a diferentes grupos
y movimientos sociales y, después, desde las diferentes perspectivas de la
historia socio-cultural o de la nueva historia cultural.
En el ámbito latinoamericano (Argentina, Brasil, México,
Colombia, …) se ha producido también en los últimos años un importante
desarrollo de estudios sobre la juventud. Sin embargo, como se destaca en
varios artículos de este dossier (en concreto, los de Carlos Arturo Reina
Rodríguez y Laura Monacci), probablemente más centrados en la segunda mitad del
siglo XX y en el papel de los jóvenes en los conflictos sociopolíticos que
sacudieron el continente en dicho periodo, destacando el movimiento
estudiantil.[2]
Por esta razón, en este número monográfico nos planteamos
analizar en primer lugar la historiografía sobre la juventud para después
tratar la historia de los jóvenes en diferentes países representativos de los
diversos contextos de América, como Argentina, México, Chile o Colombia, y que,
más allá de las escalas nacionales, pueden contribuir a reflejar las
influencias recíprocas que se dieron entre diversos países y continentes. Estas influencias, junto con las semejanzas
encontradas en los estudios de caso de los diversos países, justifican aún más
la propuesta de estudiar a los jóvenes en un marco comparativo que se realiza
en el primer artículo de este monográfico
Al proyectar teóricamente este dossier, nos planteamos
también la necesidad de que las distintas aproximaciones se centraran en
diferentes periodos históricos y en diferentes aspectos de la realidad juvenil,
para poder exponer diversos aspectos: en primer lugar, el surgimiento de la
juventud como grupo social definido; también su evolución a lo largo de lo que
llamamos edad contemporánea y, finalmente, su relación con los cambios
asociados al desarrollo del capitalismo y de los estados liberales
constitucionales. Frente a visiones
antropológicas y sociológicas, la historia muestra que la conformación de la juventud como grupo social y, por
tanto, como posible actor colectivo, fue un proceso histórico y cultural que se
inició en Europa entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX y que
se puede dar por completado, obviamente no sin matizaciones, en el primer
tercio del siglo XX. Y frente a algunas historias de los jóvenes que hablan de
éstos en otras épocas históricas en función de los límites de edad establecidos
con la contemporaneidad,[3] hay que decir que muchas de las “marcas” que fijan las
fronteras contemporáneas entre niños, jóvenes y adultos y las instituciones que
delimitaron y delimitan al sector juvenil no existían o estaban organizadas de
forma diferente e incluían a sectores mucho más limitados de población, tanto
por edad como por origen social, antes de lo que llamamos modernidad. Esto dificultaba la definición de las características
propias de una edad juvenil y, por tanto, la configuración de una identidad
propia y la organización y actuación de forma independiente de los jóvenes.
Entre los cambios que favorecieron la conformación de la
juventud como grupo social destacan la concentración de la población en las
ciudades, la regulación del acceso al mercado laboral y de las condiciones de
trabajo de niños y adolescentes, el establecimiento de un periodo de educación
obligatoria que se fue ampliando con el paso del tiempo y que se hizo cada vez
más importante para el acceso al trabajo y el ascenso social, la formación de ejércitos nacionales a través del
servicio militar obligatorio -que se empezó a establecer en toda Europa tras la
guerra franco-prusiana (1870-1871)- la regulación del derecho de voto, la
creación de sistemas judiciales específicos para los jóvenes delincuentes, o
los diversos cambios culturales provocados por la modernización. En cuanto a
estos últimos, destaca el desarrollo del ocio comercial que se dirigió
principalmente hacia los jóvenes y dio lugar a grandes ansiedades sociales por
la supuesta degradación moral de la
juventud que provocaban ya desde finales del siglo XIX.[4] Algunos análisis antropológicos sugieren
que la existencia de un mercado de consumo juvenil o la internacionalización de
las culturas juveniles fueron procesos desarrollados después de la segunda posguerra
mundial.[5]
Frente a ellos, los estudios historiográficos muestran que las nuevas formas de
ocio comercializadas, surgidas desde mediados del siglo XIX, se dirigieron principalmente hacia los
jóvenes, y que ya en el periodo de entreguerras se desarrollaron bandas
juveniles obreras y culturas juveniles que se extendieron por diferentes países
-el ejemplo del jazz sería en este sentido paradigmático, con el movimiento swing en Alemania o los zazous en Francia.[6]
Sin embargo, la definición de la juventud como grupo
social tuvo diversos ritmos y cronologías en los distintos países occidentales. Hubo también importantes diferencias
entre el mundo rural y el urbano, entre las diferentes clases sociales y entre
los géneros y etnias o razas. La juventud surgió en primer lugar como un fenómeno urbano, de clases medias y altas
y masculino. Y esto se refleja en los artículos
sobre Colombia de Carlos Reina Rodríguez y Luisa Fernanda Cortés.
El artículo
de Carlos Reina nos plantea el desarrollo y la ampliación de los grupos juveniles
en Colombia desde inicios del siglo XIX hasta finales del siglo XX. Se destaca el rol de los jóvenes ilustrados y de clase alta en la llamada “juventud
noble del reino”, que protagonizaría la independencia del dominio español, y el
de los jóvenes reclutados para los ejércitos que se enfrentaron en el convulso
siglo XIX colombiano. Pero este siglo vería también el surgimiento del
“estudiante”, que participó activamente en
la llamada “Guerra de las Escuelas” (1876) pero que tuvo un ascendiente mucho mayor como factor de
movilización social y en el mundo cultural a lo largo del siglo XX, cuando se
celebraron los primeros congresos de estudiantes colombianos (1909 y 1910); y surgieron
diversos grupos de jóvenes en torno a revistas, coincidiendo con el desarrollo del movimiento estudiantil
inspirado en el Cordobazo de 1918 en Argentina y que dio inicio a las
actividades de un estudiantado organizado a partir de 1920. El movimiento
estudiantil jugaría también un papel importante
en la caída de la dictadura de los años 50 y en el movimiento que llevaría a la
reforma constitucional de 1986.Las organizaciones juveniles vinculadas a los
partidos políticos florecieron en los años treinta y, posteriormente, destacaría
el peso de los jóvenes en las guerrillas, surgidas a la vez que se
desarrollaban contraculturas juveniles, mientras que los más excluidos
socialmente se convertirían en los sicarios de los carteles de la droga y
llevarían a una gran preocupación por la juventud.
Luisa Fernanda Cortés Navarro nos acerca a los sectores políticos juveniles
organizados en los clubes Escuela
Republicana, de carácter liberal, y Sociedad
Filotémica, abiertamente conservadora, durante las reformas políticas de
mediados del siglo XIX en la Nueva Granada. Nos muestra también las influencias
de las corrientes europeas generadas en torno a las revoluciones de 1848, en lo
que se puede considerar inicios de la primera
globalización: los jóvenes liberales hasta adaptarían elementos del
socialismo utópico francés. Estos clubes
integraron a jóvenes estudiantes (hombres) de las grandes ciudades, procedentes
de las clases altas y de sectores aristocráticos. Estas ideas y estos
clubes brindaron a sus miembros una nueva identidad –muchas veces en contraste
con sus familias- y fomentaron su reconocimiento como actor autónomo. Los
jóvenes conservadores, a pesar de sus diferencias, tuvieron varios puntos de
convergencia con los liberales, en aspectos importantes como la abolición de la
esclavitud, la mejora de la educación, la desarticulación del militarismo y, sobre todo, su interés en situar a la juventud
como la esperanza y bastión fundamental para el establecimiento de la nueva
nación. Como nos muestra la profesora Cortés Navarro estos grupos tenían no
solo un carácter de edad, sino que la clase y la ideología eran factores
importantes de cohesión. La autora también resalta que fueron idealizados por
algunos y vistos con preocupación por otros, por su defensa de la realización
de reformas en el sistema político. Sin embargo, con su ascenso al poder, su
reformismo radical, reflejado en su alianza con el pequeño artesanado típico de
una sociedad todavía no industrializada como era la colombiana de ese momento,
se diluiría.
Tanto el texto de Carlos Reina como el de Luisa Fernanda Cortés
Navarro muestran que, prácticamente en todo el mundo los primeros movimientos
juveniles independientes surgieron en el ámbito de la enseñanza superior: en
Alemania se empezaron a crear
organizaciones estudiantiles universitarias a principios del siglo XIX, tras
las guerras napoleónicas, que destacarían en la conformación del nacionalismo
alemán y en la unificación de este país. En Francia, la primera tentativa
estudiantil asociativa conocida se remonta a 1828, aunque la legislación
francesa mantuvo limitaciones especiales para el asociacionismo estudiantil
hasta 1883.[7]
En muchos casos, estas asociaciones de estudiantes fueron
el origen de la movilización política juvenil y de movimientos de protesta más
amplios. Tanto el surgimiento de los
movimientos juveniles independientes entre los estudiantes como el importante
papel de éstos en la movilización juvenil más general se deben, en primer
lugar, al carácter desigual del desarrollo de la juventud como grupo social, a
la concentración de jóvenes en los centros educativos -lo que facilita la
difusión de ideas y la organización-, y a la mayor libertad de que disfrutan de
las tutelas familiares. Además, los estudiantes, por su educación, pueden ser
más receptivos a las ideologías entendidas en sentido amplio. También pueden llegar
a considerarse, como en el caso colombiano, una élite intelectual que debe
inspirar la regeneración de la sociedad o a la realización de los cambios que
se considere que esta requiere. Hay que destacar, además, que, en sus orígenes en
una universidad muy elitista, la protesta estudiantil era difícil de tratar por
parte de gobiernos y fuerzas de orden público: el estudiantado pertenecía “casi
en exclusiva a los estamentos pudientes de la sociedad”, que se enfrentaba a la
protesta de “sus hijos”, por lo que podía reaccionar con menos dureza que
contra otros movimientos de protesta, lo que facilitaba la acción estudiantil.[8]
Y, como cita Luisa Fernanda Cortés Navarro, “la palabra
Europa significaba, más que un ámbito geográfico, un ámbito cultural”:[9] las costumbres políticas y económicas
modernas de Francia e Inglaterra daban a las élites latinoamericanas otros
referentes para construir o redefinir una identidad nacional mientras que París
se consideraba el primer centro cultural del mundo. Esto queda claramente
reflejado en el texto de Tatiana Jiménez Bustos, que nos muestra el desarrollo
de las entonces llamadas pensiones chilenas (subvenciones educativas para jóvenes estudiantes
–por tanto, de clases altas- en
Europa) desde mediados del siglo XIX hasta
inicios del siglo XX, poniendo especial atención en cómo se fueron
implementando con el paso de los años, bajo la influencia de diferentes
factores. Estas pensiones se dieron a conocer en 1841, casi en coincidencia
con la creación de instituciones educativas en todo el país. Aunque los pensionados fueron pocos en los primeros años y fueron
principalmente ingenieros y artistas –se valoraba especialmente el dibujo como
medio de inmortalizar y reforzar la construcción de la nueva nación-, a partir
de 1886 su número se incrementó diversificándose sus áreas de estudio
(arquitectura, medicina, educación o leyes, por ejemplo). Y una inmensa mayoría
iría a Francia.
La implementación de las pensiones fue un proceso
paulatino y diversificado en las áreas de conocimiento que se precisaban y no fueron ordenadas hasta un decreto
de 1888, con un reglamento que se fue modificando en función de la experiencia
práctica. Su objetivo era formar el
capital humano que necesitaba el país con el propósito de que, a su regreso,
contribuyeran a su avance gracias a los conocimientos adquiridos y así
contrarrestar la falta de mano de obra cualificada nacional. Y la contribución de
los pensionados de Bellas Artes, medicina, farmacia, ingeniería y arquitectura,
música o instrucción pública, como se indica en el artículo, muestra que el
sistema fue decisivo para el proyecto de modernización del país, mejorando el
hacer nacional en las diferentes
disciplinas y permitiendo la circulación de ideas y conocimientos europeos. La
conformación de la juventud como grupo social fue acompañada por el desarrollo
de políticas hacia ella tanto desde los gobiernos como desde diversas
instituciones, con intereses y objetivos variados.
Desde otra perspectiva temática y temporal se
estudian los estudiantes latinoamericanos en Europa en el artículo de Gloria
Lisbeth Graterol Acevedo, pero Francia sigue mostrando su rol de referente
cultural de las élites latinoamericanas. La Asociación General de Estudiantes
Latinoamericanos (AGELA) se creó en 1925 -al parecer después de varios intentos e iniciativas
fallidas- como soporte y defensa
de los estudiantes de América Latina que se encontraban en la Universidad de la
Sorbona (París). Buscaba proporcionarles información fidedigna sobre la
documentación necesaria para comenzar los estudios y el funcionamiento o los
procedimientos académicos de la institución de acogida. Estaba formada por
estudiantes de entre 20 y 30 años, provenientes de diversos países, como Cuba,
Guatemala, Uruguay o Perú. En su mayoría formaban parte de una clase media y
clase media alta que tenía el interés y los recursos económicos familiares para
completar su formación en Europa, pero había también algunos becados y otros
que trabajaban para cubrir sus estudios y así disfrutar del mundo cultural y
bohemio que ofrecía en aquel momento la capital francesa.
Pero esta asociación les permitió posicionarse con
perspectiva crítica sobre la realidad latinoamericana y establecer relaciones con intelectuales de Europa y
América Latina que promovían el ideal unionista y antiimperialista
latinoamericano. Así, buscaron hacer conocer en París la situación de América y
velar por la defensa de la integridad territorial y de la soberanía política de
los países latinoamericanos”, en un contexto en que Estados Unidos, tras haber
sido visto como modelo a seguir durante casi todo el siglo XIX, se había ya
empezado a considerar una amenaza. Aunque había diversidad de ideales e intereses y se
produjeron algunos enfrentamientos ideológicos internos, se idealizó una América
Latina unida. La AGELA fue una etapa relevante para la formación
política de los jóvenes que allí se congregaron, algunos de los cuales fundaron
partidos políticos al regresas a sus países.
Este artículo nos pone en contacto con el desarrollo de
una plétora de organismos supranacionales e internacionales durante el periodo
de entreguerras: el avance de los medios de comunicación y transporte y de las
relaciones entre los diferentes países hicieron cobrar importancia a los
contactos internacionales y dieron lugar también a influencias recíprocas entre
las organizaciones juveniles de diferentes países –como muestra la influencia
de la Juventud Obrera Católica belga en la creación de otros organismos
similares. Fue en el periodo de entreguerras cuando se sentaron las bases de
las organizaciones estudiantiles internacionales. En 1919 se formó la
Confederación Internacional de Estudiantes, que se expandió hasta incluir no
sólo a los países europeos sino también a algunos latinoamericanos, como México
y Brasil. Su carácter “apolítico” llevó al desarrollo de organizaciones
estudiantiles vinculadas a diferentes opciones ideológicas. En 1926 se formó la
Federación Internacional de Estudiantes Socialistas, que durante la guerra
civil española se unió al Secretariado Internacional de Estudiantes Comunistas
en la llamada Alianza Internacional de Estudiantes por el Socialismo. Habría
también, por ejemplo, una Unión Mundial de la Juventud Judía, otra de la
juventud católica o una Federación de Mujeres Universitarias Católica. Y muchos
de estos organismos, al igual que la AGELA, apenas han sido estudiados.[10]
Más allá de los estudiantes, tras la Gran Guerra la participación
política de la juventud alcanzó el carácter propio de la nueva sociedad de
masas, dando lugar a lo que probablemente fuera la primera gran oleada de
movilización juvenil. Es un lugar común decir que la Gran Guerra creó una
“nueva generación” en Europa y fue tras éste que en Alemania la idea de
generación se equiparó a la de juventud.[11] Pero
el texto de Laura Monacci nos
muestra que Argentina tampoco estuvo exenta de este proceso y proliferaron agrupaciones
juveniles de diversas tendencias políticas, especialmente en los complejos años
treinta y cuarenta en el que las problemáticas locales se verían exasperadas
por el contexto internacional.
El artículo se basa en periódicos nacionalistas
argentinos que muestran la activa
participación en política de la juventud a través de movimientos de diferentes
ideologías y cómo los jóvenes eran interpretados como actores autónomos y se
confrontaban de igual a igual con sectores de la política anteriormente
detentados exclusivamente por sus mayores. El artículo destaca, además, cómo los
jóvenes nacionalistas tomaron las riendas de la acción directa, convirtiéndose
en el brazo armado de sus agrupaciones, en tensión con sus coetáneos de otras
posturas ideológicas. A lo largo de la que Daniel Lvovich llama “la larga
década del nacionalismo” (1932-1943),[12] se
expandió un nuevo movimiento nacionalista que endureció sus posiciones tras el
comienzo del segundo conflicto bélico mundial y que vio en los jóvenes a los
verdaderos defensores de la patria y depositarios del futuro
nacional, especialmente moral, pero
también a los más vulnerables a las ideas de izquierda en sentido amplio. Esto les
llevó también a mostrar su desconfianza
hacia los espacios educativos y recreativos, especialmente la universidad y los llamados “hipócritas de la FUA”, de forma no muy
diferente a como ya se había expresado en España, desde Religión y Cultura, revista
de los padres agustinos que tenía su sede en el simbólico monasterio de El
Escorial, ante la movilización estudiantil contra la dictadura del general
Miguel Primo de Rivera: la “nueva juventud” no estaba todavía “bien definida”,
y “amparados por el pabellón de la juventud nueva, vegeta (…) una serie de
majaderetes (sic), de incircuncisos y
vividores”, por lo que “urge precisar los términos y los ideales renovadores de
la nueva juventud, de la juventud auténtica, legítima, selecta, y separar la
ganga de la juventud apócrifa, (y) parasitaria”[13].
Igualmente, las dificultades puestas a la participación
de los jóvenes por los partidos “tradicionales”, que la autora ejemplifica,
para el caso argentino, en el Partido Radical, se pueden relacionar con los
problemas que la búsqueda de autonomía por parte de la juventud provocó en la
Europa de entreguerras entre partidos y organizaciones juveniles en países
diversos y en sectores políticos variados, desde Checoslovaquía al Reino Unido,
y desde la organización juvenil del Partido Radical francés a las Juventudes de
Acción Popular, la organización juvenil de la Confederación Española de
Derechas Autónomas.[14]
Y se habla de jóvenes (hombres) porque en las páginas de los periódicos que
utiliza Monacci, no se hace mención a las mujeres jóvenes, como destaca la
misma autora: las mujeres nacionalistas ocupaban un rol doméstico, acompañando
a sus hombres en cenas de camaradería o cumpliendo funciones de benefactoras
sociales… Y si bien es cierto que las organizaciones de derechas fomentaban en
todo el mundo el papel tradicional de la mujer, la incorporación de la mujer
joven a la movilización juvenil fue también más tardía y, en gran medida, se le
dieron funciones secundarias, aunque hubiera algunas (pocas) excepciones. El
papel adquirido por las mujeres durante la Primera Guerra Mundial o el
desarrollo de asociaciones como la Federación Internacional de Mujeres
Universitarias no fue acompañado por la ocupación de puestos importantes en las
organizaciones políticas en la Europa de entreguerras. Hay que tener en cuenta,
además, que el carácter militar de la extensión del uso del uniforme o el
carácter fundamentalmente masculino de muchos deportes, favorecían valores como
la dureza, la disciplina y la camaradería, pero también lo que se podría
denominar dominación masculina.[15]
Por último, Bettina Favero nos pone en contacto con las
opiniones y actitudes de los jóvenes ante cuestiones de la vida democrática, a
partir de una encuesta titulada “Opiniones y actitudes de la población urbana
frente a las elecciones generales del 7 de julio de 1963”. Se contrastan y
comparan los datos y la información de esta encuesta, conservada en la
Universidad de San Andrés y realizada por el grupo encabezado por José Enrique
Miguens, sociólogo católico y defensor de los proyectos políticos de las fuerzas
armadas, con los de otra encuesta realizada por Gallup Argentina por las mismas
fechas.
Miguens consideraba jóvenes a los menores de 30 años y su
encuesta muestra que éstos eran los que tenían una actitud más democrática y
que eran más optimistas sobre el resultado electoral, siendo los más dispuestos
a aceptar dichos resultados, es decir, que mostraban una mayor lealtad
democrática. Estos resultados se pueden comprender por la correlación entre
instrucción recibida y lealtad electoral y democrática, dado que los jóvenes
habían tenido más acceso a la educación que sus padres. También estaban entre
los que veían más negativo el papel de las Fuerzas Armadas, y se mostraban
contrarios a la proscripción de partidos políticos. Eran, como concluye la
autora, una “inmensa minoría”, que era la que le daba mayor importancia le daba
a la vida democrática y republicana. Esto nos pone en contacto con la idea de
algunos sociólogos de que uno de los objetivos fundamentales de una parte importante
de los movimientos juveniles desarrollados en el mundo contemporánea ha sido la
lucha por la ciudadanía, a pesar de la existencia de organizaciones juveniles
de signo contrario.[16]
En último término, como plantean Carlos Reina Rodríguez y
Luisa Fernanda Cortes Navarro, y apoya Laura Monacci, es más adecuado hablar de
“juventudes" en plural al emprender estudios sobre ellas. Y es que los
jóvenes no han formado nunca un todo homogéneo, sino que han reflejado las divisiones
económicas, sociales y políticas existentes en la sociedad.[17] Por
esto, no siempre los conflictos en los que participan los jóvenes tienen un
carácter generacional, y más allá del uso del término de generación equiparado
al de grupo de edad, como hacen algunos participantes en este monográfico, es
difícil aceptar la idea de generación tal y como fue desarrollada desde la
Europa de entreguerras, que tendía a verlo como un grupo de edad caracterizado por un conjunto amplio de creencias
y respuestas ante problemas comunes. Aunque exista un contexto generacional
uniforme en el sentido de un conjunto de problemas compartidos,[18]
las respuestas pueden ser muy variadas en función de las demás divisiones
sociales y la interacción entre los grupos de edad puede incluir no solo el
conflicto sino también la solidaridad entre ellos. Y hay que insistir en que la
conformación de los jóvenes como grupo social es un fenómeno cultural e histórico,
y, por tanto, sus características probablemente sigan transformándose: Incluso
en una fecha tan reciente históricamente como 1997 se podía decir que “para una
gran proporción de la población joven mundial la idea de juventud como un
estadio universal de desarrollo era y sigue siendo un concepto inapropiado”.[19]
Solo nos queda dar las gracias al Consejo de
Redacción de la revista por aceptar la propuesta de publicación de este
monográfico, a su secretaria, Natalia Alarcón, por todo el trabajo llevado a cabo para su publicación, y
especialmente, a los participantes, por haber aceptado sin ninguna duda
contribuir en él y por la novedad e interés de los trabajos que presentan.
Sandra Souto Kustrín
Instituto de Historia,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
CSIC, Madrid
Marcela Lucci
Universitat de Girona e Instituto de Historia de
España
Pontificia Universidad Católica Argentina
luccim@gmail.com
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