Bayamo la ciudad incendiada en Cuba colonial. Condiciones de vida
durante la diáspora poblacional entre 1869-1879
Bayamo the city burned down in colonial Cuba.
Living conditions during the population diaspora among 1869-1879
Diurkis Yarenis Madrigal León
Universidad de Granma, Cuba
dmadrigall@udg.co.cu
Resumen
El presente artículo es el resultado de una
investigación de corte socio histórica que indaga en los acontecimientos
ocurridos después de la quema provocada el 12 de enero de 1869 en la ciudad de
Bayamo, territorio donde se iniciaron y acrisolaron las ideas independentistas
contra el dominio español.
El objetivo consiste en develar las
condiciones de vida experimentadas por los moradores de Bayamo durante la
diáspora poblacional entre 1869 y 1879, después de concretarse la quema de la
ciudad. Para la indagación científica se implementó un profundo trabajo con
documentos propios del período, además de la indagación detallada desde fuentes
de transmisión oral.
Posterior a la quema de la ciudad, la
población se dispersó, desde entonces se estructuró y consolidó un proceso de
emigración poblacional hacia diferentes zonas del oriente de Cuba y países
cercanos. La metrópoli española incrementó severas formas de represión
revestidas de asesinatos y crímenes, fundamentalmente contra las familias de
los patriotas que iniciaron la guerra y el resto de los habitantes que
continuaron el tránsito por las serranías. La ciudad se caracterizó por un
perenne estado de ruinas y la población por un severo desgarramiento emocional
que resultó patente durante las tres últimas décadas del período colonial.
Palabras
clave
Incendio; ciudad de Bayamo; diáspora;
familias; represión.
Abstract
This article is the result of a
socio-historical investigation, which investigates the events that occurred
after the burning that occurred on January 12, 1869 in Bayamo, where the
independence ideas against Spanish rule were initiated and refined.
The objective is to reveal the living conditions experienced by the residents
of Bayamo during the population diaspora, after the burning of the city took
place. For the scientific investigation, a deep work it was implemented with
documents of the period, in addition to the detailed research of other sources
with emphasis on the oral tradition.
The facts reveal that after the burning, a process of population migration to
different areas of eastern Cuba and nearby countries was structured and
consolidated. The testimonies reveal the forms of repression implemented by the
metropolis as mechanisms of subjection, covered with murders and crimes,
fundamentally against the families of the patriots who initiated the war and
the rest of the inhabitants who continued the transit through the mountainous
areas. The city was characterized by a perennial state of ruins and the
population by a severe emotional tear that was evident during the last three
decades of the colony.
Keywords: fire; city of Bayamo; diaspora; families, repression.
Introducción
Bayamo[1]
fue la segunda Villa de la isla de Cuba fundada en 1513, cuya historia
tiene raíces muy antiguas. Los bayameses viven orgullosos de su historia,
fundamentalmente aquella que permitió conocer y elevar el nombre patriótico de
la ciudad[2],
la tierra del Himno Nacional, del mérito insigne por iniciar la Primera Guerra
de Liberación Nacional y ser partícipes de las ideas que acrisolaron y matizaron
el carácter patrio de la nacionalidad cubana.
La gesta
independentista se ha convertido en objeto de estudio para la ciencia
historiográfica nacional regional y local; concretamente las investigaciones se
han concentrado en estudiar el altruismo de los próceres de la independencia que
lideraron la guerra patriótica y el simbolismo que posee este hecho para la historia del país. Sin
embargo, ha quedado en un espacio desierto el protagonismo
ejercido por las personas que residían en el territorio, quienes sacrificaron el
bienestar del hogar como expresión de patriotismo. Al decir del historiador
Enrique Orlando Lacalle: “aquí se inmoló un pueblo y de sus ruinas calcinadas surgió la patria
cubana[3]”
Se trata de una parte de la historia poco privilegiada en la trayectoria
regional y nacional y que por su trascendencia precisan de mayor rigor
investigativo, máxime cuando se desconocen los significativos posicionamientos
que involucran hechos y acontecimientos de la localidad y
sin embargo, han sido ignorados o simplemente inadvertidos por la
historiografía regional.
En ese sentido, conviene indagar en la historia que no ha sido
fundamentada con precisión, específicamente resultan de interés las vivencias y
testimonios de aquellas tantas personas que después de la
quema de la ciudad resultaron protagonistas anónimos en los escenarios de
batalla, y en cambio prefirieron morir en condiciones escalofriantes; unos
alejados de sus hogares y otros separados de riquezas, bienes y comodidades.
Varias
preguntas causan motivación: ¿hacia dónde se dirigieron después del incendio?, ¿cómo sobrevivieron tantas personas que avanzaron sin rumbo?; ¿Cuál fue el destino de aquellos que
estuvieron involucrados en la gesta independentista?
La investigación devela los acontecimientos acontecidos en el Bayamo Insurrecto, en un periodo donde se recrudecen las
medidas por parte de la política española sobre todos los órdenes del sistema
de vida social, y fundamentalmente sobre la población que emigró atravesando las más crueles penurias por los campos del oriente de Cuba,
como parte de la gran diáspora histórica después de la quema gloriosa de la
ciudad.
Hoy la historia
se compromete en develar una realidad difícil de construir, en tanto, no
existen narraciones completas sobre lo acontecido en esos años, principalmente
respecto a las condiciones de vida afrontadas por la población que salió en
masa de la ciudad. Precisamente en ello versa la trascendencia del presente
estudio, en la medida que se exponen nuevos conocimientos que resultaban
enigmas para la historiografía regional y donde obviamente su reconstrucción
implica un análisis cuidadoso que involucra el uso de diversas fuentes
documentales y testimoniales.
Para este caso
se tuvo en cuenta la inclusión cuidadosa de protocolos notariales, documentos del Fondo del
Gobierno Municipal Colonia, actas de matrimonios y nacimientos, censos del
siglo XIX, padrones locales. Para complementar las narraciones fue
imprescindible la revisión de escritos periodísticos de la época, diarios de
campaña, además de la consulta de cartas familiares, canciones y poemarios, incluso la importancia de las entrevistas a descendientes de
familias que vivieron en el período, las cuales intervienen como fuentes
significativas de transmisión oral.
El estudio de esta etapa es
trascendental para comprender la repercusión de los cambios estructurales,
políticos y económicos en la sociedad bayamesa de entonces, además de su
incidencia en la conformación de una definitiva conciencia emancipatoria y la
maduración de un pensamiento antimperialista radical.
Bayamo antes de la quema. Situación socioeconómica y posicionamiento de
su gente
Desde
la fundación de las primeras villas, la isla de Cuba fue valorada como un
territorio único, hasta que por Real Decreto, en 1607,
se dividió en dos provincias, Oriental y Occidental. En 1827 se decretó la
nueva división en tres departamentos occidental, central y oriental y ésta a su
vez en términos municipales. Particularmente la jurisdicción de Bayamo en 1513
ocupó algunos territorios de las actuales provincias de Tunas, Holguín, Granma
y Santiago de Cuba; más tarde, hacia el año 1774 el padrón indica una nueva
delimitación territorial que corresponden a la actual provincia de Granma[4].
Bayamo llegó a ser centro del poder político de la isla, donde radicaban las
fundiciones de oro y punto de abastecimiento de vital importancia para
garantizar la conquista de tierra firme.
En la vida económica de Bayamo la
ganadería ocupó un lugar preponderante durante los siglos XVI y el XVII, ello
hizo posible el desarrollo del latifundio ganadero y posteriormente de las
haciendas comuneras. Al unísono se fomentaba el cultivo del azúcar, aunque a
ritmo lento. De igual modo ocupó un lugar importante el comercio de rescate y
contrabando[5].
El siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX transcurre con mayor auge
económico y cultural. En este período se destacan insignes oradores, poetas,
músicos y escritores que plasmaron un significativo legado a la cultura
nacional[6],
incluso muchos de ellos contribuyeron de forma notable en el desarrollo de la
cultura en países de América[7].
Esta época ha sido considerada como fecunda en la vida socioeconómica
arquitectónica y cultural de Bayamo[8],
de ahí la denominación como “Siglo de Oro bayamés”.
Las razones para la quema de la ciudad:
antecedentes y argumentos
A finales del año 1868, la ciudad
de Bayamo, se había convertido en capital de la República en Armas, se
anunciaba como símbolo de la independencia cubana, en tanto, se habían
germinado y desarrollado las ideas conspirativas que dieron inicio[9]
a la guerra contra el régimen español. Bayamo se había convertido en una
amenaza para la estabilidad y el orden hegemónico de España en la isla de Cuba.
Tales premisas condicionaron el
advenimiento de una intensa represalia militar por parte de la metrópoli,
España había decidido acabar con las influencias independentistas del Bayamo
rebelde. Para impedir la entrada de las tropas españolas y evitar el
sometimiento colonial, los líderes bayameses tuvieron una alternativa: “la
quema de la ciudad por sus propios habitantes el 12 de enero de 1869”.
El incendio. La diáspora[10]
familiar y el curso palpable de la tortura y la muerte
La historia relata que la ciudad
fue presa de las llamas por varios días. La obra Anales de la guerra de Cuba, de Antonio Pirala,
recoge el siguiente testimonio de un soldado español:
Aun habían algunas casas que eran presa
de las llamas; en cambio la mayor parte ofrecían tan solo las cenizas aun
calientes del incendio o los ruinosos escombros del desplome.
Seguimos avanzando lentamente, un silencio sepulcral cerraba los labios
de todo el mundo, todos pensábamos, contemplábamos las puertas de las casas en
el suelo [...]
¿Qué se habrá hecho nos decíamos unos a otros, de las dos mil familias
que habitaban este pueblo? ¿A donde están los
enfermos, los ancianos y los niños? Horror causa la respuesta [...][11]
Más de tres días ardió la ciudad,
se desplomaron casas, muros, establecimientos, se deterioraron plazas y calles
que alargaban la permanencia de una atmosfera irrespirable. Así declara el
bayamés Juan Jerez Villarreal[12]:
Aplican la tea devastadora a las casas del Zaguán propio donde
nacieron (…) Los templos de altares lujosos (…) son pasto del incendio; los
almacenes del próspero comercio, las tiendas de ropas, las farmacias, las
sociedades, las escuelas tórnase ascua viva.
Abajo, tiznados los rostros aplopégicos y sudorosos, heridos los brazos y manos, la
legión destructora prosigue embriagada por el genio del exterminio, la terrible
faena de acabar de una vez.
Todavía sienten las frentes
altivas, en el pulso que no tembló (…) pero no vuelven las caras (…) sonríen
(…) la voz de mando metálica y dura grita ¡A paso largo! Y como tropel
fantástico de centauros, se pierden en las tinieblas que avanza.
Los que salieron el nueve y el
diez, los que durmieron sus pesadillas al desamparo de la noche, tirados en la
húmeda esterilla del espartillal, los que tuvieron
por almohada la raíz saliente de un árbol amigo, entumecidos aún por el frío
mañanero, contemplan la lejana fragua llameante donde acaso se esté forjando la
Patria Nueva. Para ellos, de la que fue prez y orgullo, sólo resta, en el
horizonte mudo, un resplandor rojizo[13].
En el primer mes del nuevo año,
la ciudad de Bayamo avizoraba el comienzo de un largo período de abatimiento
progresivo. La destrucción era palpable en todos los ámbitos de la vida
económico social, decae la producción comercial, y agropecuaria, la instrucción
educacional y sanitaria, desaparece la fuerza artístico cultural e intelectual
del territorio.
El desplazamiento poblacional
inicia dos o tres días antes de producirse el incendio, principalmente
comenzaron a salir de la ciudad los comerciantes que veían amenazados sus
bienes y la tranquilidad de sus negocios. En declaraciones de algunos
comerciantes al gobierno de la ciudad consta:
Siete días antes de la invasión
salieron para Santiago los comerciantes Don Jaime Hill y Don Antonio Tasis a manifestar
al comandante los peligros que los amenazaban, los tres meses de Revolución se
transformaron en un martirio, no podían hablar contra la Revolución del mambí[14].
Con un tiempo prudencial, también
salieron las familias de los principales líderes que condujeron el estallido de
la Revolución y la gran masa de estratos humildes (esclavos, negros y mulatos
libres, campesinos, hombres de oficio) con la firme posición de acatar el
refugio del monte y la solidaridad de campesinos cercanos. Una de las narraciones
recogidas durante la campaña contempla:
Se trasladó a un lugar seguro a
los ancianos e inválidos y prestar ayuda en su retirada a mujeres y niños,
gritos y lamentaciones por todas partes unos maldiciendo a los españoles y
otros censurando a los patriotas por no impedir la aproximación enemiga[15].
Otra parte de los propietarios
que se quedaron hasta el último momento de estallar el fuego, se desplazaron
hasta las proximidades más seguras en las afueras de la ciudad. Así relatan Don
José y Vicente Más: “No pudiendo salvar
nada tuvimos que salir precipitadamente para ocultarnos en las montañas con la
familia compuesta por doce personas”[16].
La diáspora
La ciudad quedó
desierta, la tenacidad del fuego había dado un vuelco contundente al espíritu
de vida anterior, tras la pérdida de sus propiedades, casas comerciales,
panaderías, ferreterías, ganados, cultivos se vieron obligados a emigrar de la
ciudad. Sobre el incidente apuntan: “En
el estado de ruinas en que ha quedado la población, todos los peninsulares que
allí habitamos, tenemos que emigrar forzosamente, para buscar en otra parte los
medios de satisfacer nuestras primeras necesidades”[17].
Desde ese momento comienza una
etapa denominada diáspora poblacional,
donde la dispersión adquirió matices elevados. Comienza un período de movilidad
geográfica y social, la cual estuvo generada por un proceso de emigración en
círculos expandidos hacia zonas rurales, montañosas e incluso el exilio como
forma más segura para la población. El exilio tomó el matiz de medida
gubernamental que significaba el destierro, confinamiento y expatriación de
cada persona confinada como traición al gobierno español.
En tales circunstancias se
agudizaron las represalias contra la población civil a partir de la política
represiva del gobierno español, revestida de persecución, crímenes y asesinatos
contra familias enteras, sin concesiones de clase, edad o sexo. Entre los años
1869 y 1871 los bayameses afrontaron en los montes las más grandes miserias: “(…) casados como lobos huían a los
distritos más salvajes buscando refugio en los bosques más espesos (…)”[18].
Las leyes y disposiciones de la
nueva jefatura colonial influyeron en el proceso extensivo de movilidad
geográfica y social. Si bien la emigración se tornó efectiva hacia los campos
más cercanos, paulatinamente se fue extendiendo hacia zonas montañosas e
incluso hacia lugares inhóspitos, inhabitables e inaccesibles, al convertirse
en espacios inseguros tras la persecución del cuerpo de voluntarios al servicio
del gobierno español. De ahí que ese movimiento alcance matices progresivos
desde la ciudad hasta el campo, las serranías y finalmente el exilio. Ese
proceso de emigración se mantuvo con mayor fuerza entre los primeros cinco años
de la guerra, pero nunca se detuvo.
Las familias acogidas al exilio también afrontaron
momentos agobiantes. Las leyes coloniales habían decretado a partir de octubre
de 1871 la salida de la Isla en el término de diez días a todas aquellas
personas comprendidas entre las viejas y patrióticas familias[19]
de la ciudad. La estipulación condicionó la emigración hacia el extranjero de
las familias de los principales dirigentes de la Revolución para exiliarse en
EE.UU., México, Panamá, Colombia, Costa Rica, Guatemala y fundamentalmente en
Jamaica. Es el caso de las familias: Carlos Manuel de Céspedes, denominado por
todos los cubanos como “Padre de la Patria”, a quien pertenece el evento
glorioso de iniciar las luchas por la independencia de Cuba; Pedro Felipe Figueredo y Cisneros (Perucho) autor
del Himno Nacional de Bayamo, actualmente Himno Nacional de Cuba; Francisco
Vicente Aguilera y Tamayo, patriota bayamés que encabezó el primer Comité
Revolucionario Cubano.
La fuerza de
las disposiciones coloniales se arraigaron con pujanza hacia las familias de los patriotas que iniciaron la
guerra; Francisco Vicente Aguilera[20] fue uno de los próceres que marcó una página
importante en la historia de Cuba. Para Aguilera el costo de la libertad
implicó la renuncia y el abandono voluntario de sus bienes. Generalmente
actitudes como estas resultan incomprensibles para quienes no abrazan la patria
como parte intrínseca del propio ser.
¿Qué sentido tenía desechar,
desistir y separarse de la riqueza, la opulencia y el bienestar familiar? ¿Por
qué la virtud de abrazar la adversidad, las privaciones y las angustias de los
días sin límites, ni fecha para la paz? Aguilera sabía las implicaciones de sus
palabras: “Todo está perdido para mí,
mientras no tenga patria. Los españoles están ahí se apoderaran
de Bayamo y de sus bienes, y nosotros no podremos defenderlos; yo renuncio a
los míos”[21]
En las
cartas familiares de Francisco V. Aguilera se narran elementos importantes del
proceso de partida después de producirse el incendio de la ciudad. En una
carta, una de sus hijas comenta: “En
Manzanillo[22]
están botando a todos los cubanos residentes allí,
aquí han venido cuatro goletas cargadas, en fin esta
todo Bayamo [...] dicen que todos los
días hay fuego en esa Villa”[23].
La familia de Aguilera soportó
implacables persecuciones por los campos orientales, aproximadamente estuvieron
tres años atravesando los montes, descalzos y hambrientos, perseguidos y
acosados como bestias; parecería una alucinación asumir que los anteriores
tiempos de pulcritud y riqueza se transformaran en tribulaciones y tormentos.[24] En Kingston Jamaica, soportaron depauperantes condiciones de vida; los niños más pequeños
fueron enviados a instituciones de caridad[25]. Las hijas mayores Anitica,
Leonita y Magdalena, se dedicaron a preparar dulces
además del desempeño en el oficio de la costura a cambio de un pequeño saldo
monetario que jamás fue suficiente, ni con el incremento de la remesa irregular
enviada por parientes maternos desde Santiago de Cuba.
Aguilera conocía de las
limitaciones que enfrentaba su familia en la más sumida miseria. En una de las
cartas a su esposa Ana Kindelán comentó: “Me
ha entristecido mucho la noticia […] las escaseces que estaban pasando, sobre
todo cuando no puedo mandarte nada porque nada tengo”[26].
De modo profético estaban
vigentes aquellas palabras que recalcó cuando se le comentó sobre el sacrificio
de la guerra: “nada tengo mientras no
tenga patria”[27]. Una vez lo mejor de la ética del pensamiento
emancipador cubano salía a relucir. El desinterés y el desprendimiento humano
son consustanciales al ideario del patriota, y son esos los valores que inculca
a sus hijos. En sus cartas siempre
recalcaba:
“Acepten este sacrificio no con
resignación, sino con orgullo porque cuando se trata de la patria todos los
sacrificios son pequeños. Ustedes tienen que dar el ejemplo de laboriosidad
constante. Cuando tenga el gusto de abrazarlas me enorgulleceré” [28]
Si resultó cuantiosa la pérdida
de tantos millones, balanceados en incalculables dotaciones de esclavos,
ingenios y extensiones de tierra expandidos por toda la llanura del Cauto, ¿qué
significado tendría la exposición de la familia, primero ante la guerra, el
exilio y la pobreza después? La posición vertical ante la defensa de la
libertad, implicó para el patriota posturas difíciles.
Entre tantas vicisitudes, ocupaban
menor escala la exposición a la muerte, el embargo de sus bienes y la
abstención a las comodidades y propiedades ampliamente reconocidas en toda la
región oriental. Difícil resultó la decisión de separarse de los seres más
queridos, a pesar del alto sentido de responsabilidad familiar. Esa acción se
convirtió en la prueba más aguda de quebranto y aflicción. Al decir de su hijo
Eladio Aguilera: “Tenía una espina que
laceraba su alma, el pensamiento en su numerosa familia, a quien iba a
abandonar en país extranjero, sin recursos, sumida en
la miseria, sin otro amparo que la Providencia Divina”[29].
De forma paulatina otras familias
de los patriotas de la guerra decidieron incorporarse al exilio, se presentaban
en el camino sosteniendo una banderilla blanca y ante el grito de ¡quién vive¡ debían de responder con un esfuerzo doloroso ¡España!
En una de las cartas familiares de F.V. Aguilera, se corrobora el acto cargado
de tan enorme sacrificio, cuando se produce el viaje desde el campo insurrecto
hasta el pueblo de Manzanillo:
Por el camino cerca de un
campamento nos dijeron ¡Quien vive! Y otras familias que se habían reunido con
nosotros en el camino dijeron ¡España! eran los de Pancho Estrada. Ellos tienen
la costumbre de dejar muchos días en sus campamentos a las familias presentadas[30].
La familia de Perucho Figueredo[31] enfrentó similares condiciones de penuria.
Calculada por más de veinte personas incluyendo a los criados y su antigua
servidumbre atravesó los campos de Tunas y de la región oriental de Camagüey,
en condiciones nómadas y semisalvaje de vida, castigados por el sol, la sed y
el hambre, alarmados, perseguidos todo el tiempo hasta el día de su captura, de
la cual escaparon sus hijos Candelaria, Luz y el pequeño Ángel[32]. La familia de Máximo Gómez Báez[33] afrontó un destino parecido. En su diario de
campaña comenta:
Las familias están sufriendo de
una manera terrible y es muy difícil poder atender a su seguridad y
subsistencia, al fin tendré que hacer el sacrificio más doloroso de hacerla
presentar a los españoles –para que así, aunque allá (Jamaica) se vea acosada
de miseria– por lo menos con menos sobresalto”[34].
Semejantes
condiciones relata Jorge
Carlos Milanés[35] en su diario de campaña: “Embarco para Jamaica mi mujer y mis hijos, sufriendo las miserias y
la amargura de la emigración cubana”[36].
El número elevado
de familias que llegaron a Jamaica, hizo posible estrechar viejas relaciones
entre parientes y conocidos; no obstante, la situación miserable que muchas de
ellas tuvieron que afrontar también fue considerable. Sobre la pobreza que
atravesaban las familias en Jamaica, escribe una de las hijas de Aguilera:
Si
este pueblo no fuera tan pobre lo hubiéramos ido a ver, ya que a usted le ha
sido imposible venir, trabajaríamos hasta reunir el pasaje, pero no hay
absolutamente en que ganar dinero; la mayor parte de la emigración cubana está
en el último estado de miseria, sosteniéndose con cinco o seis chelines
semanales que le pasa la beneficencia. Los cubanos que cuentan con algunos
recursos ya se están marchando, en el mes pasado solamente salieron treinta y
cuatro familias[37].
De acuerdo con la
tradición oral de la familia Tamayo Saco, sus antepasados no escaparon a la
agobiante situación de esa etapa. Una de sus descendientes relata:
Cuando
se produce el incendio, mi familia se asienta en la Sierra Maestra, hacia la
zona de Bueycito, donde son hechos prisioneros, más tarde logran negociar su
huida hacia Colombia. Cuando deciden retornar a Bayamo después del Pacto del
Zanjón, el señor Francisco Esteban
Tamayo
González Ferraguer, quien fuera Fiscal de la
República de Cuba en Armas, se mantuvo en un periodo de demencia temporal,
producto al desastre que presenció en la ciudad[38].
El exilio
constituyó uno de los factores para la separación entre los miembros de las
familias, se distanciaron hijos y padres, esposos y esposas, madres e hijos,
hermanos y hermanas; lógicamente, los hombres habían quedado en el campo de
batalla. Se desarrolló en Jamaica una comunidad de emigrados que no cesó hasta
finales de la guerra. Kingston fue un lugar seguro para evitar las
consecuencias de la guerra, pero no contra el hambre y la miseria, solo
aquellos que conseguían algunos recursos lograron el traslado hacia otros
destinos. De tal magnitud era el grado de penuria que el Comité de
Beneficencia para Inmigrantes
Cubanos, ofrecía semanalmente a las familias entre 5 o 6 chelines para cubrir
parte de la subsistencia.
La presencia palpable de la tortura y
la muerte
En la realidad
bayamesa del año 1869, las condiciones políticas ocuparon un lugar central en
la vida de la ciudad, se desencadenaba la primera guerra de liberación nacional
y las consecuencias propias de todo enfrentamiento de similar naturaleza.
Aunque la guerra no sólo afectó a Bayamo como región, el hecho denota una
especificidad en la vida de sus habitantes, al sumarse otras consecuencias con
el incendio de la ciudad y el recrudecimiento de la política colonial sobre
todos aquellos que decidieron abandonar sus casas y refugiarse en el campo.
En numerosos
diarios y cartas familiares se recogen las adversidades que pasaron las
familias en los campos. Como generalidad comentan la presencia constante de
bohíos en ruinas, que habían sido las moradas de las familias al principio de
la guerra y luego convertidos en refugio para escapar del terrible azote de la
guerra[39].
Para perpetuar el poder colonial se ajustaron leyes que justificaron nuevas
formas de represión.
Es conocida
campaña de reconcentración liderada por el Conde de Valmaseda y el jefe de
operaciones Valeriano Weyler[40],
famosa por los crímenes y torturas que se llevaron a cabo para tratar de
obtener noticias de los infidentes, mediante el sacrificio de sus familiares.
El 14 de abril del año 1869 se promulgó la circular que daría cumplimiento a
tales propósitos, se trataba de un conjunto de medidas que lejos de reglamentar
el orden, influyeron para justificar los asesinatos y crímenes posteriores,
entre ellas se encuentra la siguiente:
Serían
pasados por las armas, todo hombre desde la edad de 15 años en adelante que
esté fuera de su finca, así como incendiado todo caserío inhabitado o carente
de un lienzo blanco en proclama de paz. Serían reconcentradas las mujeres que
estuviesen fuera de sus respectivas fincas[41].
El cumplimiento de estas disposiciones
fue estricto. Sin embargo, las afectaciones mayores recayeron sobre los
miembros más vulnerables de la familia: las mujeres y los niños. En testimonios
recogidos por José Maceo Verdecia[42],
se esboza:
Asesinan
a mujeres y niños, ancianos, saquean, ponen fuego, violan a la esposa en
presencia del esposo, degüellan al hijo delante de la madre, y las mujeres
reconcentradas son destinadas para pasatiempo sin respetar el dolor de la
madre, la esposa, o la hermana[43].
En lo que respecta a los asesinatos,
revestidos de barbarie y monstruosidad, no está todo dicho. En las memorias
inéditas del coronel Benjamín Ramírez Rondón, se recogen sucesos que describen
eventos sádicos:
Los
cadáveres de las jóvenes los habían puesto boca arriba, con los vestidos
remangados hasta el estómago prueba inequívoca de que habían usado con ellas
las mas refinadas maldades. Los cadáveres de las
mujeres se hallaban en completo desorden, las cabezas de algunas jóvenes
estaban separadas del resto del cuerpo[44].
Después del incendio, la guerra
prácticamente se concentró contra las mujeres y los niños. Al respecto comenta
Francisco Estrada[45] en
una de sus cartas familiares:
Allí se ven ancianos respetables
y encorvados, débiles niños e infelices mujeres en un estado casi completo de
desnudez con los pies ensangrentados. No sabes las infamias que cometen estos
bárbaros, aquí violan a todas las mujeres que cogen, hay niñas de ocho a diez
años que las dejan a muerte. Es necesario mandarlas en camillas porque no
pueden caminar[46].
A lo largo de los diez años de
lucha, son recurrentes los casos de asesinatos, fundamentalmente por parte de
la camarilla del cuerpo de voluntarios[47] a cargo del famoso asesino Lolo Benítez,
quien transitó por los montes orientales, para dejar huellas sanguinarias en
los familiares de los mambises y el resto de personas inocentes. De acuerdo con
las narraciones de campaña, se ilustran señales visibles que permanecen como
fenómenos sádicos en el historial de la guerra en este período.
[…] vimos desde la orilla del
abierto una mujer al parecer estaba sentada […] ni contestaba ni se movía,
mandé á reconocerla y me dieron aviso que la mujer
estaba muerta […]La mujer había sido ahorcada y clavada en un tronco de mije
que levantaba del suelo cerca de una vara, y que habían introducido por las
partes genitales de la muerta, cuyo tronco le llegaba por el interior del
vientre á mi parecer hasta el pecho […] todos quedamos horrorizados de este
espectáculo, cuya acción no se le ocurre ni á los
bandidos más infames del mundo[…][48].
No fueron limitadas las ocasiones
para hacer patente las crueldades por parte de la famosa camarilla de
voluntarios al servicio del gobierno español. El nombrado Lolo Benítez, utilizó
todas las formas posibles para amedrentar los grupos de familias que
permanecían en los campos. Una de las historias sádicas en extremo las realizó
a una señora en gestación avanzada, quien suplicaba su libertad por causa de su
embarazo, y por ser madre de familia al cuidado del resto de sus niños
pequeños; la respuesta cruel y brutal avanzó sin escrúpulos hacia el grupo de
familias prisioneras:
[…] y dicho Lolo se puso a mofar
de la suplicante, hasta que al fin tirando éste de un cuchillo le dijo; vas á parir por la obra del Espíritu Santo, y le tiró una
cuchillada estando la pariente parada, que le abrió el vientre desde el
estómago hasta la vejiga, de donde descendieron los intestinos y la criatura18.
Los actos
crueles acaecidos en las serranías del oriente del país muestran las
barbaridades que muchas veces acontecen y se justifican en medio de la guerra;
se trata de personas comunes, campesinos, gente de pueblo, que no tuvieron
participación directa en la quema, ni en el movimiento insurrecto, simplemente
resultaron víctimas por estar en el lugar y el momento equivocado.
Las familias. Nuevos modos de vida
durante la dispersión en los campos del Oriente de Cuba
Las personas
que logran sobrevivir en medio de las condiciones infrahumanas y la vida áspera
propias de los montes, fueron participes de la asimilación de determinados
patrones de vida, asumidos por la necesidad de subsistencia.
La alimentación
Las adversidades afrontadas en las
serranías acaparaban el accionar de todos los actos cotidianos, por muy
insignificantes que pudieran parecer. Los hábitos alimenticios sufrieron
variaciones, ante la escasez se vieron obligados a tomar los aseguramientos naturales
del monte. Las aves resultaron el tipo de carne más consumido, quizás por ser
frecuentes en el hábitat de las serranías orientales. Según el diario de
campaña del Coronel Benjamín, concurrían los tejones, palomas torcazas y
guaneras, la perdiz, el perico y la camá, además de
jutías pequeñas que vivían en palos y huecos[49].
Sobre otras formas de lograr provisiones en medio de situaciones adversas
comenta:
Los recursos de alimentación
estaban muy escasos y muchos días los pasábamos comiendo cañas y carne de jutía
sin sal […] 3.
[…] pués
solo habíamos comido en dos días algún poco de miel de castilla con palmito […]
4.
Al siguiente día, salí en marcha
para Jiguaní […] nos desayunamos con unos panales de miel de abeja y un
sancocho de yerba mora, hojas de calabazas y retoño de bejuco de boniatos […] 5.
Las
familias que vivían por aquellos lugares se mantenían con jaibas con una especie de camarones que
llaman viejas, viandas y miel de abejas
y como grasas manteca de coco […] 6.
El consumo de
sal para sazonar las carnes, constituyó
una de las tantas necesidades
indispensables, para resolverla no faltaron las innovaciones. Sobre este
aspecto relata:
[…] se hacían calderos con agua
del mar que se hervía, dejándola luego
hasta que cuajaba. Operación que se
practicaba de noche por temor de que el humo de las hogueras fuese visto por
los tripulantes de las lanchas cañoneras que vigilaban la costa […][50].
Obtener la sal a partir de las plantas
del campo, resultó otra de las variantes concretadas con frecuencia. En la obra
Recuerdo de la Guerra de los Diez Años,
José María Izaguirre[51]
relata una de las alternativas muy utilizada en ese período de guerra: “Se cogen dos troncos de macaca como de cinco
cuartas de largo, sobre ellos se asientan rajas de leñas y se le da fuego hasta
reducirlos a cenizas, se le echa agua, se hierve y se convierte en sal de
espuma”[52].
Una de las novedades apreciable en la
guerra, resultó la forma utilizada para innovar un tipo de bebida a la cual
llamaron “cerveza de fruta de jagua”. Sobre este particular comenta:
[…]Este consistía en un poco de
cerveza de fruta de jagua y embazada en unos canutos de caña de bambú. La
cerveza era muy buena, pues al quitar el tapón de cedro fermentaba y tenía el
amargo natural de la cáscara de la fruta de jagua y además un olor agradable, y
creo que si se estableciese una fábrica de cerveza de esa fruta con buenos
aparatos habia de competir con todas las cervezas del
mundo 11.
Igualmente, tuvieron la necesidad de
establecer sembrados denominados “cultivo de subsistencias”, fundamentalmente
basados en la siembra de viandas como boniatos, yucas y malangas. Estos
alimentos tienen como característica su reproducción bajo la tierra, ello
permitía la recuperación parcial de los alimentos, en caso de que el enemigo
llevara a cabo la tea incendiaria en sus sembrados.
El vestuario
En la misma medida el vestuario sufrió
cambios. Los años de sacrificio por los campos orientales, sin morada fija, ni
condiciones para mantener una higiene correcta agudizaban el logro de
alternativas cotidianas.
Por otra parte, se encontraba la
realidad característica de esos espacios geográficos, situados en las cercanías
de la Sierra Maestra, cadena montañosa insertada en la región suroriental del
país. Obviamente en tales circunstancias se acrecentaron las dificultades, por
la recurrencia de caminos inaccesibles, marcados por continuos desfiladeros,
precipicios y manigüeros de espinas punzantes que imposibilitaban el tránsito a
pie y fundamentalmente a caballo.
De igual modo, prevalecían otras
incidencias como la lejanía de las zonas pobladas, donde resultaría oportuna la
presencia de establecimientos destinados para el comercio; estas realidades
corroboran la presencia de un sinnúmero de irregularidades para el andar diario
que imposibilitaba la adquisición de nuevas prendas para vestir. Las
circunstancias trajeron como consecuencia el deterioro de ropas y zapatos, y por ende, la necesidad de enfrentar la realidad de acuerdo
con las condiciones inmediatas. No resultaría extraño que las mujeres
anduviesen semidescubiertas, con los vestidos ajados
y rotos. Sobre este particular narra el diario de guerra:
[…] las
noches eran obscuras […] las mujeres podían hacer velas con pábilo de jaguey cuyas mechas daban buen resultado […] muchas veces
los vi vestidos con cáscaras de jagüey o guacacoa de
cuyas cáscaras machacadas hacían camisas, pantalones, hamacas y frazadas […]
Esta clase de ropa se acostumbraba mucho obligado por la necesidad, sobre todo,
en la clase civil y en los enfermos y rezagados militares también se hacían
especies de alpargatas de majagua para calzado. Muchas mujeres y niños se
vestían también con esa clase de vestidos, a fin de no andar desnudos. La pluma
más elocuente no es capaz de describir las miserias y vicisitudes
experimentadas por los patriotas cubanos[53].
Los grupos insurrectos también
presentaban necesidades impresionantes, no solo por las condiciones en el
vestuario y calzado, a ello se suman las debilidades por causa del hambre y las
enfermedades. Sin embargo, tales vicisitudes no resultaron obstáculo para
continuar la guerra.
Las fuerzas insurrectas en
general estaban casi desnudas y descalzas. La mayor parte de nuestros soldados
cubrían sus carnes con un pantalón que no le llegaba más que a la rodilla, por
haber utilizado la parte de abajo para remendar el resto. Otros iban cubiertos
con un pedazo de lienzo viejo amarrado por la cintura, llevando la parte
superior del cuerpo desnuda. Los jefes y oficiales iban muchos cubiertos con
harapos; todos estábamos infestados de caránganos y piojos, cuyos insectos se
pasaban de unos á otros por la falta de aseo […]
13.
Enfrentamiento a las enfermedades
La carencia, unida a la necesidad de
sobrevivir, posibilitó el desarrollo de ciertas prácticas de sabiduría popular, como el empleo de métodos e innovaciones a
partir de las plantas para curar enfermedades. Por supuesto, comenzaba a jugar
su función la herencia de la cultura popular arraigada por los ancestros y
trasmitida hacia los nuevos descendientes.
Fue de gran utilidad la miel de abejas
como antibacteriano, la majagua como coagulante ante grandes heridas, la resina
de copal con miel para los estados gripales, así como los cocimientos de caña
santa, importantes para equilibrar la presión arterial. Para los problemas
estomacales era muy utilizada la agrimonia, para la anemia la cañadonga con
miel y el jengibre como estimulante. El parasitismo se trataba con apasote y
raíz de paraná; por otra parte, los resfriados fueron
potencialmente combatidos con hojas de salvia[54].
En medio de tantas problemáticas
para afrontar la vida sobresalen acontecimientos traumáticos que muestran el
curso de las enfermedades en un estado desgarrador. Debido a la carencia de
recursos y unido a la necesidad de sobrevivir se utilizaron alternativas
disímiles, aunque muchas veces resultaron inexactas y desatinadas al punto de
no considerarse adecuadas para suplir las complicaciones de las heridas y
traumas internos que presentaban los lesionados. Ello condujo a incontables
bajas del Ejército Mambí por causa del fallecimiento o por formar parte de los
grupos de paralíticos, mutilados e impedidos físicos visiblemente
imposibilitados para continuar la guerra. Aspectos tan deprimentes en esta
esfera son comunes en las narraciones del Coronel
Benjamín: lisiados
También
dimos baja á varios enfermos de úlceras que estaban
ya imposibles, todos para caminar […] la enfermedad de llagas entre nosotros se
hacía temible, pues, unos morían por falta de recursos, y otros de los
que se sanaban quedaban lisiados 14.
[…]
y como la fetidez que despedían los heridos no, nos dejaba estar tranquilos,
los puse á que se lavasen bien las heridas, haciéndole lavar
también la parte de ropa que los cubría y que estaba impregnada de humor.
[…]
me quedé horrorizado al verle la gusanera que tenían en las heridas […] nos
pusimos, […] con unas paleticas á flor de agua á sacarles los gusanos. En esa operación tuvimos largo
rato; pero eran tantos los bichos que no era posible quitárselos todos y
entonces determiné que nos pusiéramos á rayar la corteza de las naranjas verdes
y […] ponerle la resina que no se cayese y entonces se me ocurrió sacar unas
cáscaras de guamá y hacerlas pedazos al tamaño de las heridas y amarrarlas con
majagua […] 15.
Más tarde, el Coronel
Benjamín Ramírez Rondón[55] sufrió en carne propia la epidemia de
los insectos llamados aradores. La picazón y el desasosiego le hicieron idear
por sí mismo una forma de curarse; sobre la cual relata:
[…] Luego
tomé tres purgantes; pero á todo esto los aradores y
la picazón se me aumentaban más y más y un día desesperado hice, que Joaquín
Toro le sacara á diez cápsulas de mi remito la
pólvora y la echara en una jiguera exprimiéndole unos
cuantos limones y después de bien batidas estas sustancias puse que […] me
untara por las espaldas nalgas y piernas, mientras tanto yo me embarraba el
cuello, la cara y demás partes delanteras. Concluida esta operación […] empezó á secarse la untura […] y aumentaba el ardor y el fuego
parecerme estar metido en un volcán. […] salí casi sin juicio […] y fui á dar á la costa del rio […]
desnudo en pelota […] cesó el ardor […] 16.
Con el transcurso de los años, el tránsito por montes y serranías,
posibilitaron el establecimiento de una conciencia de vida cotidiana en
campaña, que aunque fuese una alternativa funcional,
marcaría la psiquis humana con un efecto severo de desgarramiento,
fundamentalmente desde el punto de vista emocional, debido a la presencia
perenne de la tortura y de la muerte en sus diversas variedades.
En esas condiciones proliferó con
arraigo la asimilación de recursos religiosos, como forma de consuelo, refugio y
justificación sobre realidades inexplicables que constantemente afloraban en
todos los espacios. En circunstancias como estas se expresan disímiles
emociones: amor, odio, compasión, desprecio, nostalgia, repugnancia y
lógicamente los deseos desproporcionados de venganza unido a raíces de amargura
y resentimiento. Todos emergen como respuestas a la perenne incertidumbre
vivenciada en la guerra, ante el hecho de comprender la fragilidad de la vida y
corroborar que la muerte podía ser tan real.
Normas de comportamiento
cultural
Las
adversidades no significaron un obstáculo para el continuo fomento de ciertas
particularidades culturales. Los patrones propios de la cultura, aprendidos y
asumidos desde la cuna familiar, se manifestaron continuamente como mecanismos
establecidos desde el punto de vista conductual. Evidencia de ello lo expone
Máximo Gómez Báez en su Diario de
Campaña:
[...] reunimos las familias de Gómez y
Cisneros; se le dio una comida y se pasó la noche un tanto divertida; todo con
mucho orden y moralidad. Algunas horas pasé contemplando nuestra agreste
reunión, debajo de las palmeras, pues había mucho de poesía
pero de aquella poesía sublime que se siente en el alma y que habla al corazón.
Nadie mas que nosotros
mismos que sobrellevamos la vida azarosa de una guerra, como la que hace cinco
años venimos sosteniendo, puede formarse una idea de cómo se regeneran las costumbres
de un pueblo por medio de una guerra que lo haga independiente.
Como se nota que cada individuo se
respeta así mismo y el orden y la moralidad que reina en el seno de la familia
consolida el bienestar de la sociedad, y en la reunión de que hago mención todo
esto se podía estudiar. Sí porque debajo de unas palmeras en medio de un
bosque, un grupo de hombres y mujeres se conducían como si fuese un salón de
refinada etiqueta[56].
Otros parámetros
de la vida cotidiana también mostraron su curso. Se fomentaron uniones
maritales y los consecuentes partos en la manigua, aunque en reiteradas
ocasiones madres e hijos estuviesen en peligro de muerte, a causa de las
difíciles condiciones de vida[57].
Sin embargo, significativo resulta el empeño de las familias para proseguir con
las reglas culturales, tal es el caso de la costumbre de bautizar a los recién
nacidos, con la correspondiente designación de padrinos y madrinas y el agua de
socorro.
Tales costumbres se mantenían con un
significado especial. Las familias que decidieron resistir los rigores de la
guerra se enfrentaron a ciertos cambios culturales, pero al mismo tiempo
trataron de revivir aquellos indicadores conductuales que formaron parte de sus
normas, hábitos, e idiosincrasia socializada e internalizada desde el plano
familiar.
De esta manera,
puede considerarse la coexistencia de dos modelos en el comportamiento
cultural: por un lado el mantenimiento de algunos
patrones y por el otro, la incorporación de nuevos hábitos para conservar la
vida. El primer modelo estuvo determinado por el sostén de ciertas pautas de
conductas, como forma evidente de comprender que las normas y las reglas del
comportamiento no cambian de forma drástica, a pesar de la exposición del ser
humano ante cambios traumáticos en el cotidiano de vida. En un segundo caso, se
destaca la incorporación de formas de vida influenciadas por la necesidad de
subsistencia. Fue preciso asumir nuevos mecanismos para suplir las necesidades
de alimentación, vestuario y curar las enfermedades, que dado el tiempo
transcurrido fueron adoptados como hábitos oportunos dentro del sistema
cotidiano.
Indudablemente,
mantener el orden y la moralidad entre los grupos familiares, constituía un
patrón demasiado arraigado en el acervo cultural de los moradores del siglo
XIX. En virtud de ello, tales concepciones no podían cambiar de forma brusca
frente a las nuevas realidades.
La inestabilidad
de la vida en las serranías, las plagas (roedores, mosquitos y jejenes), los
brotes de enfermedades (cólera, tifus), el déficit alimenticio, la persecución
constante de las tropas españolas y de voluntarios, entre otras cuestiones;
condujeron a la decisión de numerosas familias de salir de los montes. Tenían
dos posibles variantes; el exilio o acogerse a las exigencias del gobierno
español en la ciudad arrasada.
La
ciudad arruinada
La desarticulación
de la ciudad después del incendio fue evidente. De acuerdo con los datos
censales, en la primera etapa de la contienda bélica (1868-1878), la reducción poblacional fue intensa. En
1870, existía un total de 24 592 habitantes; esta cifra, comparada con 33 673
que era el número de moradores en el año 1862, denota una reducción de más de
9000 vecinos. En los años sucesivos continuó el descenso hasta 1877, a partir
de esta fecha, se evidencia un incremento poblacional, el cual se mantuvo con
cierta estabilidad hasta el fin de la época colonial[58].
Este déficit
poblacional influyó en los movimientos socio demográfico de la región,
fundamentalmente en lo que respecta a la nupcialidad. Teniendo en cuenta la
revisión de las actas matrimoniales, se comprueba que entre los años 1870 a
1877, se reporta un bajo número de matrimonios. En siete años sólo se registran
veinticinco casos, aumentando a treinta y tres a finales de la década.
De igual forma sucedieron los
nacimientos. Según las actas resultaron frecuentes las inscripciones de niños,
reconocidos por vía materna y declarada como hijos naturales. Como generalidad
formaban parte de familias de madres solteras que asumieron el cuidado y
protección de sus hijos, sin la presencia paterna[59].
Evidentemente este
comportamiento tuvo su base en la realidad del ambiente sociopolítico, el cual
acaparó la atención de los moradores, sin permitir entre los habitantes de la
comarca la normalidad cotidiana. Pasarían muchos años para la presencia de
oportunidades significativas en función del habitual desenlace de los procesos
cotidianos en la región.
Igualmente aparecen solicitudes
de personas que reclaman sus derechos por la residencia que ocupan, exigen el
certificado de bienes no embargados por el tiempo que llevan en su uso personal
y no en manos de los infidentes. Estamos en presencia de necesidades
insatisfechas, tener un hogar constituye un elemento de primer orden para
llevar a cabo la supervivencia familiar, probablemente determinado número de
familias permanecieron hacinadas con parientes y amistades o quizá durmiendo
junto a los escombros y a la intemperie, hasta lograr con el paso del tiempo un
espacio donde pernoctar.
Mientras tanto en la arruinada
ciudad, el Gobierno Superior Civil instauró medidas para repoblar la zona. En
marzo de 1870 y nuevamente en el año 1871 se dispusieron órdenes para
distribuir solares y terrenos embargados a todas aquellas personas dispuestas a
trabajar a pesar de las ruinas y el fuerte debilitamiento del sistema económico
y comercial. Sin embargo, tales alternativas no fueron suficientes para atraer
la totalidad de los grupos de familias que en masa vagaban por los montes, ni
aquellos que permanecían en el exilio.
Existían razones marcadas que
detenían el regreso espontáneo de los hijos de Bayamo: El aborrecimiento hacia
el régimen colonial, el severo desgarramiento emocional por tanta destrucción y
muerte de seres queridos y la cruel devastación económico social que paralizó
la actividad económico-comercial, la vida social, instructiva, educativa y cultural
en el más amplio sentido del significado. Los protocolos del Ayuntamiento
exponen actas que evidencian ese proceso; por ejemplo, con fecha del 31 de
octubre de 1872 se expresa:
D. Juana Samarra Roget agradece al Gobierno de Bayamo por haberle facilitado
en un barco pasaje a ella y su familia para trasladarse del Cauto hasta
Manzanillo donde permanecerá hasta que pueda volver a la ciudad ya que carece
de todo recurso[60].
Una gran parte de las familias
que emigraron hacia Jamaica –principalmente las familias de los patriotas de la
guerra– se trasladaron hacia otros destinos como New York y Europa; por otra
parte, aquellas familias –en menor medida comprometidas con la guerra– se
mantuvieron en Kingston como estancia temporal hasta concluir la etapa de
emergencia bélica, para luego regresar a Bayamo.
Los protocolos del Ayuntamiento
recogen documentos sobre las transacciones legales que realizaron algunas
familias[61]
que permanecían en Jamaica. Tales grupos otorgaban poderes a residentes de la
ciudad para que realizaran todo tipo de negociación económica o judicial
(ventas de propiedades, administración de sus bienes, entre otros fines).
En otras circunstancias se
encontraban aquellos que iniciaron un retorno paulatino para acogerse al sistema
de leyes y ordenanzas del gobierno español, principalmente se trataba de
personas pobres, sin recursos, labradores, negros y mulatos acosados por la
barbarie y el desasosiego que por años experimentaron en la manigua.
La vida citadina
se transformó en un ambiente ruralizado, no sólo
debido a la reconstrucción de viviendas desde modelos campesinos, también se
insertaron estilos de vida caracterizados por prácticas agrarias para
satisfacer las necesidades humanas de primer orden. En ese caso resultó
apropiada la construcción de pequeñas parcelas de cultivo, ideales para sembrar
algunos productos (viandas) destinados a la supervivencia cotidiana.
De forma constante las actas del
Ayuntamiento expresaban la triste situación del vecindario reducido a escombros
y la solidaridad de algunas familias que alojaban en sus casas a los habitantes
que retornaron de los campos, cansados y asolados por epidemias, descalzos,
hambrientos y carentes de vestuarios[62].
En la ciudad se hizo desesperante
la carencia de alimentos, esta constituyó la más urgente de las necesidades,
aunque no fue la única. Hacia el año 1871 reiteraban las solicitudes del
gobierno local al Departamento Oriental reclamando providencias para el socorro
de las familias enfermas. Se multiplicaban los inválidos e incluso los enfermos
con lepra, sarna, úlcera, entre formas malestares causados por fiebres agudas.
Las camas del hospital civil eran insuficientes para socorrer el número de
heridos y enfermos que constantemente arribaban a la ciudad.
Hacia el año 1874 el gobierno
municipal ya contaba con planillas para relacionar el número de personas
interceptadas en los caminos y pueblos cercanos, generalmente se trataba de
familias que aludían la necesidad de buscar alimentos en terrenos rurales.
Una de las alternativas que el
gobierno propuso fue la construcción de un asilo provisional para recluir a los
diversos grupos de familias pobres y sin hogar que vagaban por las calles[63].
Surgió así la idea de levantar barracones compuestos por embarrado y guano que
tendrían el doble propósito de hospital y refugio, de esa manera, los
necesitados podrían ejercer algunos trabajos con el yarey al tiempo que
estarían vigilados por los delegados de la autoridad[64].
También es contundente el elevado
número de mujeres que asumieron la posición de cabezas de familias con la
responsabilidad de mantener hijos, enfermos, ancianos, inválidos, huérfanos
entre otras personas y parientes necesitados. Los pocos casos donde se hace
referencia al amparo de hombres adultos, eran justificados por la presencia de
enfermedades o la incapacidad de movilidad física, debido a su estado senil.
Esta relación nominal fue más constante en el Dátil, Laguna Blanca, El Horno,
el Partido del Naranjo y Guisa[65].
La realidad social
y cultural donde estuvo inmersa la población, reveló el fuerte peso del estado
de deterioro. En la cotidianidad social se manifestaban irregularidades en el
orden público, por la permanencia de menesterosos, vagos, borrachos y rateros[66].
Esta problemática persistió hasta el fin de la época colonial, existen
reiteradas notificaciones de patrullajes nocturnos en los campos, por los
constantes robos, pleitos, bandolerismo, querellas públicas, crímenes y
secuestros lo cual trajo consigo varias solicitudes para reforzar el funcionamiento
fiscal en protección de las familias desamparadas.
En medio de ese clímax se
aceleraron actos de fraude como indicadores de una corrupción generalizada, a
tal punto que bajo el amparo de la ley de embargo se justificaban las faltas e
infracciones contra líderes del levantamiento en armas. La ley permitía
utilizar las casas de los infidentes para tomar provecho a través de su
alquiler además de cualquiera de sus pertenencias, terrenos y esclavos.
Obviamente aumentaron las formas
para hacer fortuna a partir de la malversación, el fraude y la estafa de
algunos dueños de establecimientos que tomaron provecho de los sucesos. Una de
las medidas más desvergonzadas fue el robo de los materiales que pertenecían a
las viviendas de los insurrectos, utilizados para reconstruir casas y
establecimientos privados.
El desorden generalizado también
influyó sobre el movimiento interno de la gran masa de esclavos residentes en
la localidad. El hecho de no contar con documentos legales trajo consigo
disputas judiciales por parte de los dueños de esclavos que solicitaban su
devolución, el resto se mantenían hacinados en el llamado “Depósito de
Esclavos” para ser alquilados por cuentas del gobierno, hasta que los patrones,
quienes estaban ausentes en ese momento, hicieran solicitud formal como parte
de sus bienes económicos.
En medio de tales circunstancias,
no faltaron las reclamaciones de negros y mulatos que manifestaban su condición
de emancipados mucho antes de estallar la guerra, mientras que otra gran parte
de esclavos pertenecientes a líderes del levantamiento e insurrectos
continuaban como prófugos en diversas zonas de oriente y el centro del país[67].
En el año 1878, la guerra llegó a
su fin y con ello nuevas medidas en función del reordenamiento del sistema
socioeconómico bajo las condiciones de paz. Entre los días 3 y 4 de julio del
mismo año se rectificó la fuerza legal de la circular emitida el pasado 28 de
noviembre de 1877 por el Gobierno Superior Civil, la que establecía la entrega
de bienes a herederos de los infidentes[68].
En días sucesivos se incrementó
el desplazamiento poblacional amparado por el decreto de nuevas leyes. Las
estipulaciones admitían el reparto de terrenos públicos y la eximición de toda
contribución y gravamen a las fincas urbanas existentes o de nueva
construcción, además de liberar de contribuciones por el término de cinco años
a las fincas de todo género que habían sido arruinadas por causa de la guerra e
incluso exonerar del pago por tres años a todas las industrias y comercios de
los Departamentos Oriental y Central[69].
Dentro de los
patrones culturales, las familias experimentaron determinados cambios. En sus
memorias, el coronel Benjamín Ramírez hace alusión en su regreso a la ciudad
con un doloroso sentir:
Tendí
mi vista a mi alrededor y divisé llanuras, donde antes habían
edificios, tropezaron mis ojos con las Sierras [...] lagrimas brotaron a mis
ojos.
Las
costumbres habían sufrido también una metamorfosis completa. La generosidad y
la honradez (cualidades propias de los hijos de Bayamo) habían sido desplazadas
por la avaricia y la malignidad. Aquellos sublimes cantos liberales que antes
entonaban sus habitantes [...] habían sido sustituidos por cantos serviles y
aduladores.
La
música como expresión de la realidad, afirmaba el decaimiento de ánimos de los
moradores, no se escuchaban las serenatas de los jóvenes enamorados, en su
contrapartida se elevaban pequeños órganos nocturnos o grupos de asiduos a las
tabernas donde entonaban canciones como la malagueña y la jota[70].
A partir de esta fecha comenzó un
movimiento poblacional mucho más intenso hacia Bayamo; se trataba de una etapa
en la cual una gran parte de los moradores de la ciudad regresaban con el
objetivo de ocupar sus domicilios y propiedades abandonadas después del
incendio. El hacinamiento de familias resultó tan intenso que el Comandante
General de Bayamo solicitó ayuda al Gobernador Político de Oriente, para
atenuar el curso de las nuevas necesidades primarias que surgían como resultado
de las aglomeraciones de la población; el acuerdo exigía la competencia de
guardias municipales para velar por el orden y la limpieza pública[71].
También retornaron algunos de los
insurrectos en unión de sus familias quienes resistieron la contienda en las
serranías. Una expresión detallada la expone en sus memorias el coronel
Benjamín Ramírez Rondón el día de su regreso:
Llegada la hora de las sombras apareció la población ante mi
vista, semejante a un osario cubierto de negro crespón, en donde se interrumpía
a veces el silencio nocturno por la música de algún organillo que dado al
estado de decaimiento de ánimo en que me hallaba sumido llegaba a mis oídos
produciendo un sonido fatídico cual el de las de la noche.
Para colmo de mis desgracias me hallé también que mis
condiscípulos y amigos de la juventud así como mis
compañeros de armas habían desaparecido quedando solamente un quince por ciento
de aquellos que habían salido para la guerra[72].
Si
bien, diez años después del incendio de la ciudad resultaron siglos para los
bayameses que albergaban esperanzas, ilusiones y sueños; estos jamás fueron
congruentes con la realidad que divisaron cuando finalizó la guerra. Desde
entonces el sentir de los hijos de Bayamo se hizo notable, la población en su conjunto
sufrió los avatares de la destrucción, de alguna manera todas las familias
vivenciaron y experimentaron vicisitudes, pérdidas y cambios en diversas
magnitudes.
Consideraciones
Finales
En
Bayamo después de la quema de la ciudad, se produjeron cambios en el sistema de instituciones propios de la
época, en el comercio, la economía, la salud y la vida educacional. La
situación se tornó más difícil, en la medida que se recrudecieron las medidas
del gobierno español contra los bayameses que regresaron de forma paulatina. De
igual modo, al interior de la ciudad destruida por el incendio, se produjeron
transformaciones en los estilos, conductas y comportamientos, la vida ciudadana
se desdibujó en función de la subsistencia.
El incendio de la ciudad selló en
Bayamo un nuevo período; más allá de consecuencias políticas, socio-económicas,
culturales y de otra índole, marcó comportamientos, sentimientos, emociones y
todo un conjunto de posicionamientos subjetivos que desde entonces se han expresado
como comportamientos nostálgicos por el pasado glorioso de la ciudad.
Culminó la contienda bélica en
1898 y con ella las traumáticas situaciones que afloraron con el incendio, la
devastación y la guerra. La ciudad de Bayamo no fue la misma, sus casas,
calles, plazas estaban muy distantes del esplendor pasado. Entre emigraciones,
exilios, desapariciones y muertes, la población tampoco resultó igual, las
personas que legaron epopeyas en el escenario cultural ya no estaban, familias
enteras habían desaparecido sin margen preciso para tejer las genealogías del
árbol familiar. Bayamo se convirtió en un nuevo reflejo de cambios
significativos. La nueva centuria trajo
otros objetivos que acapararon la mirada de los bayameses, la lucha por la vida
atesoró la atención de toda la comarca, el deseo por revertir su figura
arruinada y estancada en sus propios límites se convirtió en un espejismo
obsesionado.
El nuevo siglo fue partidario de
una férrea pelea por su reconstrucción, las ansias por la restauración de la
añorada ciudad se arraigaron en el espíritu de sus gentes; poemas, canciones,
libros, versos, baladas, trovas, escritos periodísticos y todo tipo de
expresiones comenzaron a ser notables hacia todas las latitudes. El grito
apasionado por el renacer del Bayamo amado, se elevó como parte de una deuda
contraída con el pasado heroico y que desde entonces simbolizó la resistente
lucha por lograr el renacimiento de la ciudad.
Bibliografía
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Revolución de Cuba de 1868, La Moderna Poesía, La Habana, 1909, p.60.
Céspedes Argote, Onoria, Cartas
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libro, La Habana, 1968.
Izaguirre, José
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Jerez Villarreal,
Juan, Gesta de Bravos. Episodios inéditos
de la Revolución de 1968, Talleres tipográficos de cuba intelectual, La
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Lacalle y Zauquest E. O, Cuatro siglos de historia de Bayamo.
Proyecto Memoria, Bayamo. Ediciones Bayamo, 2010.
Maceo Verdecia, José, Bayamo,
Editorial El Arte, Manzanillo, 1936.
Mari Aguilera, Idelmis, Bayamo en el último tercio del siglo XIX,
Editorial Bayamo, Bayamo, 1999.
OKelly James, La
Tierra del Mambí, Instituto del Libro, Habana, 1968.
Pirala, Antonio, Anales de la guerra de Cuba, (S.E.),
Madrid, 1896.
Recibido:
20/10/2017
Evaluado:
15/11/2017
Versión
Final: 25/01/2018
[1] El nombre de
Bayamo tiene dos orígenes posibles: una tendencia apunta a que cogió el calificativo del nombre del Cacique que
lideraba en la zona, y la otra indica la existencia del, árbol Bayam,
importante por su sabiduría, frondoso y de buena sombra.
[2] La declaración de Bayamo con el título
de ciudad acontece en el año 1836
[3] Lacalle y Zauquest E. O. 2010. Cuatro
siglos de historia de Bayamo. Proyecto Memoria. Bayamo. Ediciones Bayamo
[4] Lago
Vieito Ángel: Bayamo en el Crisol de la Nacionalidad Cubana. p.10 Con respecto
a éstos límites el autor señala su carácter aproximado de acuerdo con la observación del mapa confeccionado por José M. de la Torre en
1841
[5] El
comercio de contrabando estaba tan generalizado en la población bayamesa que se
decía que hasta los negros practicaban
el contrabando. Entre los artículos para el comercio figuraban: cueros, quesos y otros derivados del ganado.
El comercio fue activo con países europeos, ingleses, holandeses y
principalmente con Francia.
[6] Bayamo fue el territorio donde
sucedieron los hechos narrados en la primera obra literaria cubana, “Espejo de Paciencia”; se escribió y
cantó la primera canción romántica de Cuba, “La bayamesa”. Cuna natal de poetas y escritores
de la talla de Juan Clemente Zenea, José Antonio Saco, José Fornaris, José
Joaquín Palma, Tristán de Jesús Medina, entre otros.
[7] Es el
caso del bayamés José Joaquín Palma Lasso. Fue poeta, profesor, diplomático y
periodista. Escribió la letra del Himno Nacional de Guatemala.
[8] La pérdida de una gran parte de fuentes
documentales por causa del fuego; ha impedido mostrar datos y detalles
importantes sobre la vida en la ciudad antes de producirse la quema.
[9] Meses
antes del incendio, el 10 de octubre de1868, el bayamés Carlos Manuel de Céspedes, conocido como “Padre de la Patria”, inició el
movimiento independentista que decretó el camino independentista en Cuba.
[10] Toda la
población se dispersó por la imposibilidad de sobrevivir frente a las llamas y
el posterior asedio por parte de las
autoridades españolas.
[11] Pirala, Antonio, Anales de la guerra de Cuba, (S.E.),
Madrid, 1896, p. 393.
[12] Juan Jerez Villarreal: Escritor y periodista, nacido en Bayamo, Cuba el 18 de julio de 1890
[13] Jerez
Villarreal, Juan, Gesta de Bravos.
Episodios inéditos de la Revolución de 1968, Talleres tipográficos de cuba
intelectual, La Habana, 1926, pp. 34-37.
[14] (CNC) Casa de la Nacionalidad Cubana,
Sala de Información, Fondo Colonia, Reclamación de posesiones, Documento
inédito, p.1.
[15] Izaguirre, José María, Recuerdo de la Guerra de los Diez Años,
(S.E.), (S.L.), (S.A.), p.19.
[16] (CNC) Casa de la Nacionalidad Cubana, Ob.Cit., p.2.
[17] (CNC) Casa de la Nacionalidad Cubana, Ob.Cit., p.3.
[18] OKelly
James, La Tierra del Mambí, Instituto
del Libro, Habana, 1968, p. 17.
[19] Familias enteras eran partícipes de las
ideas conspirativas contra el dominio español. De ahí su trascendencia
patriótica, en tanto, estaban convencidos de la necesidad de la lucha armada
para lograr la independencia de Cuba.
[20] Francisco Vicente Aguilera y Tamayo: patriota bayamés que encabezó el
primer Comité Revolucionario Cubano en las luchas por la independencia de Cuba.
[21] Céspedes
Argote, Onoria, Cartas familiares de
Francisco Vicente Aguilera, Ediciones Bayamo, Bayamo, 1991, p.8.
[22] Manzanillo: Actualmente segunda ciudad
importante en la provincia de Granma
[23] Céspedes, Onoria, 1991, Ob.Cit., p. 16.
[24] Céspedes, Onoria, 1991, Ob.Cit., p. 9.
[25] Aguilera
Rojas, Eladio, Francisco Vicente Aguilera
y la Revolución de Cuba de 1868, La Moderna Poesía, La Habana, 1909,
p.60.
[26] Céspedes, Onoria, 1991, Ob.Cit.,
p. 21.
[27] Céspedes, Onoria, 1991, Ob.Cit.,
p. 5.
[28] Céspedes, Onoria, 1991, Ob.Cit.,
p.13.
[29] Aguilera Rojas,
Eladio, 1909, Ob.Cit., p.60.
[30] Céspedes, Onoria,
1991, Ob.Cit., p. 15.
[31] Pedro
Felipe Figueredo y Cisneros: bayamés independentista cubano, autor
del Himno Nacional de Bayamo, actualmente Himno Nacional de Cuba.
[32] Figueredo y Cisneros, Pedro, Discursos,
Imprenta El Siglo XX, República del Brasil, 1924, p. 86.
[33] Máximo
Gómez Báez: estratega militar que participó y compartió la dirección en las
Guerras de Independencia en Cuba, durante la etapa colonial.
[34] Gómez Báez Máximo, Diario de
Campaña, Instituto del libro, La Habana, 1968, p. 5.
[35] Jorge
Carlos Milanés: patriota bayamés que formó parte del proceso independentista
contra el colonialismo español.
[36]
Milanés
Jorge Carlos, Diario de Guerra, (CNC)
Casa de la Nacionalidad Cubana, Documento
Inédito. p. 18.
[37] Céspedes, Onoria, 1991, Ob.Cit.,
p. 15.
[38] Entrevista
realizada a descendientes de la familia Tamayo Saco, ubicados en el árbol
genealógico de Francisco V. Aguilera.
[39] OKelly James, 1968, Ob.Cit.,
p. 126.
[40] Valeriano, Weyler: Designado Jefe
del Estado Mayor al mando del Conde Valmaseda, tenía la misión de recuperar la
ciudad de Bayamo del poder de los independentistas.
[41] Maceo Verdecia, José, Bayamo, Editorial El Arte, Manzanillo,
1936, p.26.
[42] José Maceo Verdecia nació en Bayamo, el
15 de abril de 1891. Fue escritor, autor del libro “Bayamo” donde relata la
destrucción de la ciudad y el poco interés que muestran los sucesivos gobiernos republicanos por reconstruirla.
Proviene de una familia de estirpe revolucionaria, fue su abuelo paterno, Pedro
Maceo Infante, licenciado en farmacia, quien fuera el primero que prendió fuego
a su propia casa el 12 de enero de 1869. A partir de aquí otros patriotas
continuaron la misión de incendiar la ciudad completa.
[43] Maceo Verdecia, José, 1936, Ob.Cit., p.26.
[44] Ramírez
Rondón Benjamín, Memorias de la guerra de
1868, (CNC) Casa de la Nacionalidad Cubana, Documento Inédito p. 26.
[45] Francisco Estrada: Participó de forma
activa en la guerra de los diez años, donde realizó
importantes contribuciones militares. Su familia (esposa e hijos) se
exiliaron con la finalidad
de
sobrevivir.
[46] Estrada
Francisco, Cartas Familiares, (CNC)
Casa de la Nacionalidad Cubana, Documento Inédito, fecha 6 de mayo 1876, p 89.
[47] Cuerpo de
voluntarios: Tropa de hombres de nacionalidad cubana y española dirigidos por
el gobierno español, para combatir al Ejército Mambí y la población civil
relacionada con los infidentes.
[48] Ramírez Rondón Benjamín, Ob.Cit.,
p. 89.
[49] Ramírez, Rondón Benjamín, Ob.Cit., p. 252.
[50] Ramírez,
Rondón Benjamín, Ob.Cit., p.
253.
[51] José María Izaguirre: patriota y pedagogo, nacido en Bayamo 14 de mayo de 1828. Fue
general del Ejército Libertador de Cuba
durante la Guerra de los Diez Años. Tuvo la misión de
viajar a Jamaica y luego a Estados Unidos
para recaudar fondos para la lucha y contactar a los
exiliados cubanos a favor de la unidad. Publicó un libro llamado "Asuntos
Cubanos", el cual
narra sucesos de la Guerra Grande
(1868-1878).
[52] Izaguirre, José María, (S.F.), Ob.Cit., p. 99.
[53] Ramírez
Rondón Benjamín, Ob.Cit., p. 208.
[54] Datos
extraídos de la conferencia “El campesinado y su vinculación con la lucha
revolucionaria en la región del Valle del Cauto” dictada por Víctor Marrero en
la Casa de la Nacionalidad Cubana, durante la 8va edición de la Fiesta de la
Cubanía.
[55] Benjamín Ramírez Rondón: nacido en
Bayamo, en el seno de una familia acomodada. Adquirió el grado de Coronel
durante su participación activa en la guerra de los diez años. Escribió
importantes notas y apuntes sobre la guerra, que más tarde formaron parte del
documento inédito “Memorias de la guerra de 1868” donde se detallan numerosos
acontecimientos experimentados durante la etapa bélica.
[56] Gómez Báez, Máximo, Diario
de Campaña, La Habana, Instituto del Libro, 1968, p.8.
[57] Milanés,
Jorge Carlos, Diario de Guerra, (CNC)
Casa de la Nacionalidad Cubana, Documento Inédito, p.12.
[58] Mari Aguilera, Idelmis, Bayamo
en el último tercio del siglo XIX, Editorial Bayamo, Bayamo, 1999,
pp.44-45.
[59] El hecho de prevalecer este tipo de inscripciones, sugiere la
probabilidad de un alto número de madres solteras, tal vez, mujeres que vivían
en relaciones consensuales o vinculadas con hombres casados que mantenían
relaciones extramatrimoniales.
[60] (CNC) Casa de la Nacionalidad Cubana, Sala de Información, Fondo
Colonia, Protocolos del Ayuntamiento 1872.
[61] Entre las personas que vivían en Jamaica no solo se destacan las
familias de los patriotas que iniciaron la guerra, también se encontraban
familias adineradas y otras con menores recursos que se decidieron por el
exilio como forma de protección hasta concluir la guerra. No existen datos
cuantitativos sobre el número de familias que se exilió en Jamaica ni en otros
países; las evidencias estudiadas afloraron desde fuentes orales.
[62] (AHP)
Archivo Histórico Provincial, Fondo Colonia, Acuerdos del Ayuntamiento 5 de
marzo 1870.
[63] No es posible contabilizar el número de
personas que fueron acogidas por las medidas
gubernamentales, en tanto no existen datos exactos contabilizados en la
época.
[64]
(AHP) Archivo Histórico Provincial, Fondo Colonia, Leg. 1-14, Acuerdos
del Ayuntamiento
1871.
[65] (AHP)
Archivo Histórico Provincial, Fondo Colonia, Leg. 2, Expte.32, 33, 34, 35,
36,37, Acuerdos del Ayuntamiento 1874.
[66] (AHP) Archivo Histórico Provincial, Fondo Colonia, Leg.152, Expte. 2627,
Acuerdos del Ayuntamiento 1874.
[67] (AHP) Archivo Histórico Provincial,
Fondo Colonia, Leg. 4 y 5, Acuerdos del Ayuntamiento
1874.
[68] (AHP) Archivo Histórico Provincial, Fondo Colonia, Actas del
Ayuntamiento año 1878.
[69] (AHP) Archivo Histórico Provincial,
Fondo Colonia, Actas del Ayuntamiento año 878.Leg. 63,
Expte.1103; leg. 66, Expte. 1153
[70] Ramírez Rondón Benjamín, Ob.Cit.,
p. 232.
[71] (AHP) Archivo Histórico Provincial, Fondo Colonia, Acuerdos del
Ayuntamiento 10 de abril de
1878, p.6.
[72] Ramírez Rondón Benjamín, Ob.Cit.,
p. 281.