La
resistencia antiperonista: clandestinidad y violencia. Los comandos civiles
revolucionarios en Argentina, 1954-1955
The
anti-Peronist resistance: clandestinity and violence. The revolutionary civil
comandos in Argentina, 1954-1955
Centro de Estudios Históricos,
Facultad de Humanidades,
Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina)
Resumen
Este trabajo intenta abordar la conformación de la
identidad política antiperonista y revisar la acción clandestina de civiles que
decidieron tomar las armas en contra de Perón. El foco se pondrá en el momento
de mayor activismo golpista desde noviembre de 1954 hasta septiembre de 1955 y
sobre todo en las estrategias de acción llevadas a cabo por uno de estos
grupos, el de los nacionalistas católicos, de manera
más evidente en la ciudad de Buenos Aires y Córdoba. El trabajo apunta a revisar la formación de los
Comandos Civiles Revolucionarios (CCR), sus prácticas y enlaces militares, los
modos de organización celular y la introducción de armas de fuego para para
promover la caída del segundo gobierno peronista en septiembre de 1955. Estas
prácticas marcadas por la clandestinidad serán abordadas a partir de memorias biográficas y documentos
que ellos mismos dejaron.
La idea es repensar uno de los muchos proyectos que vía la violencia política
se enarbolaron en nombre de “la patria”,
en un contexto histórico revulsivo y de inestabilidad política en la Argentina
que corrió entre el exilio y la vuelta de Perón al país.
Palabras
claves
Comandos
civiles, violencia política, clandestinidad, antiperonismo.
Abstract
This work tries to illuminate about
the conformation of the anti-Peronist political identity and to rethink about
the clandestine action of civilians who decided to take up arms against Perón.
The focus will be on the moment of greater coup activism from November 1954 to
September 1955 and above all in the strategies of action carried out by one of
these groups, the Catholic nationalists, most of all in the city of Buenos
Aires and Córdoba. The work aims to review the formation of the Comandos
Civiles Revolucionarios (CCR), their military practices and liaisons, the modes
of cellular organization and the introduction of firearms to promote the fall
of the second Peronist government in September 1955. These practices marked by
the clandestine will be addressed from biographical memories and documents that
they left. The idea is to rethink one of the many projects that via political
violence were carried out in the name of "the fatherland", in a
revulsive historical context and political instability in Argentina that ran
between exile and the return of Perón to the country.
Keywords
Civil commandos, political violence, clandestinity,
antiperonism.
Hacia finales del gobierno de Juan Domingo
Perón, miembros de diferentes partidos políticos como el radicalismo, socialismo,
comunismo, partido conservador, demócratas cristianos y nacionalistas junto a
estudiantes universitarios mostraron un decidido grado de violencia contra lo
que sentían como un proceso de “peronización compulsiva”. Esa confrontación
implicó que un conjunto de hombres jóvenes, y en menor medida mujeres, con buen grado de violencia en los discursos no
tardaran en pasar a las acciones conspirativas las cuales conformaron un sistema de
resistencia civil organizada en distintos ámbitos de la vida pública y privada.
Unidos y decididos, un grupo de civiles se juntaron en organizaciones
clandestinas en nombre de la libertad y de los valores nacionales”, para
enfrentar lo que consideraron un “régimen” y hablar en nombre del apelado “amor
a la patria”. [1]
Aún cuando la conspiración contra el
peronismo tuvo distintas etapas, aquí analizaremos los antecedentes golpistas desde 1951 en adelante. Sin embargo
el foco se pondrá en el momento de mayor activismo desde noviembre de 1954 hasta septiembre de
1955 y sobre todo, en las estrategias de acción llevadas a cabo por uno de
estos grupos, el de los nacionalistas católicos, desarrolladas en pequeñas ciudades del interior del país, pero de manera
más evidente en la ciudad de Buenos Aires y Córdoba. Así, abordamos un
tema que en el marco de las investigaciones de la autodenominada Revolución
Libertadora, ha sido mencionado y revisado en aspectos parciales, pero definido
como un elemento clave del mundo opositor.[2]
Asimismo, la investigación intenta aportar a los estudios relacionados a la
identidad antiperonista, o en todo caso, a las identidades en plural, y al
análisis del tenor del enfrentamiento peronismo-antiperonismo.[3]
Incluso cuando excede a los objetivos de este trabajo, algunos conceptos que
recorren este análisis como el de “amor a la patria” u “odio a Perón”, muestran
la carga de resentimientos políticos que circularon en esos días.
Ahora bien, si bien el tema aporta a los
campos de estudios del antiperonismo
consideramos que analizar la formación y las estrategias clandestinas de
los Comandos Civiles Revolucionarios (CCR) durante los años cincuenta podría
también iluminar aspectos de un problema más amplio de la historiografía: la
relación entre organizaciones, violencia política y la cultura de la clandestinidad.
Desde el punto de vista de la historiografía, la frondosa producción sobre
violencia política en la Argentina contemporánea ha
sido revisada poniendo el eje en la militancia y la lucha armada de los años
setenta, en organizaciones armadas o guerrilleras de derechas e izquierdas, en
sus semánticas bélicas o sus responsabilidades políticas.[4]
Sin embargo, poca atención ha merecido el problema de la clandestinidad como
práctica naturalizada de la cultura política argentina, en la que los actores setentistas
pudieron haberse insertado, además de sus propias innovaciones ideológicas.[5] De manera que nos detendremos en un
momento de exaltación de esa cultura antiperonista y clandestina, para
reconstruir: elencos de los comandos, sus estrategias de reclutamiento de
miembros para la causa antiperonista, los modos de difusión de la propaganda
anti-oficialista, la naturalización de la muerte frente al enemigo
político, la relación entre civiles y
militares golpistas y la organización celular y tabicada a la que acudieron en
pos de un objetivo revolucionario, en este caso
católico, nacionalista y antiperonista. [6]
La posibilidad de
conocer las características de movimientos clandestinos no suele ser abierta y
de fácil acceso al investigador. La organización, por su condición
clandestina solo puede ser exhumada a partir de recuerdos, memorias personales,
sospechas mutuas de participación, definiciones vagas entre compañeros de ruta
y por qué no, escenas mitificadas del pasado. Nuestras
fuentes primordiales han sido: las memorias biográficas, el conjunto de
propaganda política que generaron, las memorias ficcionadas en forma de novelas y ensayos. Por ejemplo, un testimonio personal
novelado con el título Operación Rosa
Negra, publicado inmediatamente después de los hechos, en 1956, firmado con
el seudónimo de José Flores, en el que se omiten también los nombres reales de
los compañeros de organización clandestina, propone una posible definición
acerca de que significó ser un Comando Civil Revolucionario, sus características
y prácticas. Esa obra, fachada de una realidad reciente y escrita en el fragor
del triunfo revolucionario, da cuenta de una resistencia civil del tipo
nacionalista que se organizó a partir de un grupo de
amigos y ex miembros de la Acción Católica.
A partir de esas fuentes, se revisará como esa resistencia antiperonista
se extendió, cuáles fueron los mecanismos para que eso pasara, el cursus honorum de quienes decidieron
colaborar en la lucha contra el peronismo y el papel de los “enlaces” o mediadores
entre los civiles y militares que, de manera conjunta y organizada más o menos
informalmente desplegaron sus convicciones a través de las armas.[7]
Los
antecedentes 1951-1954
Desde 1949 en adelante se registraron las primeras y confusas intentonas de golpes contra el gobierno
peronista. Desde ese año, los fanáticos antiperonistas consideraron a la
reforma constitucional como el texto madre del autoritarismo político, o los
“inconfesables fines dictatoriales” de un régimen, cada vez más opresor.[8]
Uno de los espacios de conspiración era el Casino de la Escuela Superior
de Guerra. Allí fue donde se dieron las conversaciones entre dos figuras, el
general Eduardo Lonardi, Jefe del Primer Cuerpo del Ejército de Rosario y el
general Benjamín Menéndez, un “cerrado nacionalista”, retirado desde 1942 pero
con contactos con la oficialidad más joven, a través de sus hijos oficiales de
caballería[9]. En realidad, en esa oportunidad
no llegaron a ningún acuerdo entre sí dada la lucha interna entre ellos.[10]
Los deseos de conspiración,
no solo era de los militares sino también de miembros civiles de diferentes
partidos políticos. En esos días
actuaron Arturo Frondizi del Partido Radical, Américo Ghioldi dirigente
del Socialismo, Reynaldo Pastor del Partido Conservador
y Horacio Thedy del Partido Demócrata Progresista, entre muchos otros. En esa ocasión, el Poder Ejecutivo y su policía fue
“advertido” del
intento y se decretó el estado de guerra interno en una sesión express del Congreso, A Menéndez, se le
dio quince años de reclusión después de que la opción por el fusilamiento fuera
descartada por el presidente.[11]
Pocos meses más tarde la idea del complot contra el gobierno de Perón
llegó más lejos. El objetivo se radicalizó y el resentimiento de varias
camarillas antiperonistas los llevó a elucubrar el plan de matar al presidente de la Nación.
Poco se sabe de un plan llevado adelante en enero de 1952 organizada por el Coronel José
Francisco Suárez, uno de los implicados en el levantamiento de Menéndez, el
cual también fue desbaratado antes de perpetrar el ataque. En un rapto de
imaginación bélica el coronel (R) José Francisco Suárez preparó camiones blindados
para atacar; la residencia presidencial, en Libertador y Tagle, el Departamento Central de Policía, el Correo
Central y la red de teléfonos. En esta oportunidad, la participación de civiles
fue más activa que en anteriores ocasiones. Grupos de civiles “encuadrados por
oficiales retirados cooperarían en las acciones”. Suárez no llegó a concretarlo
dado las tareas de inteligencia del gobierno.[12]
De modo que el complot fracasó estrepitosamente y condujo a prisión a cincuenta
militares retirados, entre ellos al mismo Suarez, el Coronel Toranzo Montero y el
Almirante Leonardo Mc Lean. Entre los civiles se encontraban los políticos
radicales Alberto Candiotti, César Coronel, Germinal Basso, decididos a
conspirar a sangre y fuego.[13]
El antiperonismo se canalizó también
en los sectores universitarios, quienes de manera continental, luchaban contra
los autoritarismos vigentes, participando de diferentes reuniones y encuentros
internacionales.[14]
La lucha contra Perón era causa privilegiada entre los estudiantes, demostrada
en sucesivas marchas y manifestaciones, pero también en ataques concretos. El
15 de abril de 1953, en un acto convocado por la CGT en Plaza de Mayo y durante
el discurso del presidente Perón estallaron dos bombas colocadas por
estudiantes; una en la puerta del Hotel
Mayo y otra, en la boca del subterráneo. Las bombas generaron muertos y
varios heridos.[15]
Mariano Castex junto a un grupo de compañeros pertenecientes a FUBA
planificaron matar a Perón, en la idea de que el régimen terminaría con la
muerte de su líder. Como el mismo Castex recuerda, sus modelos eran los maquis
franceses y estaban inspirados en los paracaidistas enviados a Praga en 1942
para matar “al segundo de Hitler”. Así que planearon cargar un jeep con
explosivos el 17 de octubre de 1953 y volarlo al paso del presidente por la
Avenida Alem. El operativo que estaría integrado por Roque Carranza y Diego
Muñiz Barreto entre otros, fracasó cuando este último “largó todo un día de
curda” y provocó la captura de los conspiradores, quienes fueron a parar a la
Alcaldía de Tribunales.[16]
“La conspiración Bebé”, así la llamó Castex, aunque fallida, en todo caso
mostró un momento de alta indignación de un conjunto de estudiantes
universitarios.[17]
Incluso el mismo Castex en 1966 sin salir de su matriz nacionalista pero ya
integrada a una red política mucho más amplia, opinaba que “en realidad el
peronismo era la doctrina social de la iglesia con una mezcla de fascismo y
algunos ribetes de nacionalsocialismo” pero reconocía que “el país no podía
funcionar sin peronismo”.[18]
Hacia 1954, a las manifestaciones
antiperonistas universitarias, los boicots militares y políticos, se sumaron los duros
enfrentamientos entre la Iglesia y el estado peronista. En Córdoba, centro de
varios episodios opositores, durante la semana
de la primavera de 1954, el “Movimiento Católico de la Juventud”, dirigido por
el presbítero Quinto Cargnelutti programó una “Semana
de Afirmación Católica” en oposición a los festejos oficiales del gobierno.[19]
Sobre todo fue una división interna entre distintas facciones en movimientos
juveniles. Los adolescentes católicos pugnaban por usar el distintivo del
Movimiento Católico de la Juventud y no el de la Unión de Estudiantes
Secundarios (UES) que promovía el gobierno. Esta
respuesta popular significó la desaprobación enérgica del gobierno respecto de
la política social católica, y una serie de persecuciones a un conjunto de
prelados de cada provincia del país. El 10 de noviembre de 1954, en un discurso
transmitido por cadena nacional Perón dijo que doscientos o trescientos activistas
de la FUBA, eran “enemigos del pueblo” y mencionó en ese mismo discurso a
distintos obispos. Una adolescente recuerda
las disputas entre las chicas de la UES y ellas, las señoritas católicas del
Colegio Carbó en Córdoba, declarando que “el brutal discurso del 31 de agosto nos asustó bastante”.[20]
La división entre la Iglesia y el peronismo no era nueva y estuvo siempre
tensionada entre un gobierno que hizo de la política estatal una religión con
sus propios ritos y santos, sus misas laicas y que competían por el espacio
simbólico. Y aunque desde el primer momento estaba planteada la antinomia, a
finales de 1954 se radicalizó.[21] La
experiencia de participación conspirativa de parte de los miembros de los
partidos políticos y los antecedentes del golpismo militar hasta aquí
planteados fueron claves para esa radicalización y para la difusión de los
comandos.
Comandos
Civiles Revolucionarios: una definición
Las memorias biográficas dan cuenta de que
los Comandos Civiles Revolucionarios (CCR) fueron grupos de civiles organizados
clandestinamente, armados y liderados por un jefe o “contact men”, generalmente hombres con vínculos en ámbitos sociales
destacados o con experiencia militante, provenientes de partidos políticos como
el radicalismo, socialismo, conservadorismo. Quienes a su vez, respondían a una
autoridad superior, en general un militar con conocimientos y recursos
materiales y logísticos capaces de promover una conspiración. La organización
de los CCR era celular, formada por grupos entre diez y veinte personas ligados
entre sí, quienes en la mayoría de los casos empleaban identidades falsas o
información tabicada. Estos grupos fueron activos en varias ciudades y pueblos
del país, sobre todo en Córdoba y Buenos Aires. Las fuentes registran a esas
“orgas” extendidas como manchas de aceite en el país e involucradas en una dinámica
de resistencia civil cuyo momento más activo y de mayor decisión se demostró
con la sucesión de hechos entre junio y septiembre de 1955. Los hombres que
participaron en estos comandos tuvieron su propio cursus honorum. Hubieron quienes solo participaron en acciones de
propaganda o apoyo, entre los cuales se registran algunas mujeres oficiando de
impresores de panfletos o correos de ese material y hubieron quienes
referenciándose en los maquis
franceses, se entrenaron en tácticas y en uso de armas y explosivos,
aprendieron a usarlas y se juntaron con conspiradores que les dieron técnicas
de tomas de radio o interrupción de emisiones de ondas radiales, desde varios
meses antes de la autodenominada Revolución Libertadora para llevar adelante el
objetivo de derrocar al gobierno. Los más entusiastas
declararon años después que se alcanzó a tener 30.000 hombres en armas. Otros
más escépticos consideraron que “los de hierro”, nunca fueron más de 3.000 o
4.000. Porque como en toda organización armada solo los más audaces o
convencidos iban, daban el paso a la clandestinidad. Ellos mismos, reconocen
que “adheridos habría 20.000 o más, pero cuando era necesario salir por
diversas causas: miedo, razones familiares o falta de armas, apenas se
alcanzaba a contar con otros 4.000 hombres”.[22]
Los integrantes de los comandos
actuaron como “milicianos a la vista de todos en defensa de los derechos de la
Constitución Nacional” y en contra de lo que consideraban la “tiranía”
peronista.[23]
Esa fue la justificación
ideológica de sus actos y discursos, y los justificativos de buena dosis de
violencia política. Incluso la definición de que significaba ser un comando
civil en relación a sus características y a sus prácticas, es más una auto identificación,
generada a partir de un testimonio personal titulado Operación Rosa Negra, publicado inmediatamente después de los
hechos, en 1956. José Flores, es entonces un seudónimo de quien hoy sabemos que
se llamó José Arnaudo, en el que se omiten también los nombres reales de los
compañeros de organización clandestina.[24]
Jóvenes atléticos en su condición de montañistas, cultos universitarios de las
clases medias y altas metropolitanas, quienes al sentirse agredidos en su condición de católicos, comienzan a reunirse en
típicos bares céntricos o en la sede de una “Sociedad Cultural” donde sus
conversaciones sobre política, el análisis de los rumores y los recuerdos de
sus luchas en la calle contra el gobierno desde 1951, eran sus temas
preferidos. Y su tarea predilecta la de organizar las acciones de resistencia
contra Perón al que consideraban “endemoniado”. [25]
Sin embargo, los nombres que
siguen, no exhaustivos, que surgen de testimonios opacos tanto de los
protagonistas como de allegados, dan cuenta del matiz y la heterogeneidad de
los distintos miembros respecto de su origen social o ideológico.
Nombre |
Origen |
Aguirre Cámara, José |
Demócrata Cristiano |
Alvarez Agustín |
Demócrata
Progresista. GOFA (gran Maestre del Gran Oriente Federal Argentino). |
Alvear Morales, Miguel Angel |
|
Amadeo Mario |
Nacionalista Católico |
Arnaudo, José |
Nacionalista Católico |
Beccar Varela Cosme |
Nacionalista Católico |
Bonardo Augusto (51) |
Periodista |
Burundarena Carlos |
Nacionalista Católico |
Canitrot Adolfo |
Radical y FUBA |
Carranza, Roque (53) |
Radical y FUBA |
Castellanos Tristán |
Radical |
Corominas Rodolfo |
Demócrata Cristiano |
De Estrada, Santiago |
Nacionalista Católico |
De Martini Ciro (h) (51) |
Militar (exonerado) |
Diaz Colodrero |
Nacionalista |
Díaz Vieyra, Santiago |
Nacionalista |
Douek, Rafael (53) |
Radical(FUBA) |
Euclides Ventura Cardozo Euclides (51) |
Nacionalista |
Fernandez Alvariño Próspero Germán |
Militar |
Gallardo Juan Luis |
Soldado conscripto. |
Gallo, Vicente |
Nacionalista |
Ghioldi Américo |
Socialismo |
Goyeneche, Juan Carlos |
Nacionalista |
Guevara,JuanF. |
Militar |
Illia Arturo |
Radical |
Lamuraglia Raúl (51) |
Presidente UIA Financista UCR |
Lastra, Bonifacio |
Nacionalista |
Ledesma Clodomiro |
Nacionalista |
Manrique Francisco |
Militar (Marina) |
Martinez Zemborain Oscar (51) |
Radical |
Martinez Zemborain, Abel.
(51) |
Radical |
Otero “Cacho” |
“Comerciante” |
Padilla Augusto |
Nacionalista |
Peltzer Enrique |
Nacionalista |
Perez Leiróz, Francisco |
Socialista |
Sanchez Sorondo, Marcelo |
Nacionalista |
Sanchez Zinny, Adolfo (51) |
Nac. Católico |
Seeber Francisco |
Nac. Católico |
Tedín Alberto |
Nacionalista |
Samuel Toranzo Calderón |
Militar |
Vader Walter (51) |
Militar (exonerado) |
Vicchi, Adolfo |
Demócrata Cristiano |
Videla Balaguer, Dalmiro |
Militar |
Villada Achaval, Cuñado del enlace General Guevara. |
Nacionalista |
Zabala Juan Ovidio |
FUBA |
Zavala Ortiz Miguel Angel |
Radical unionista |
Fuente:
Reconstrucción personal a partir de Memorias, autobiografías y ensayos. El
seguimiento de sus trayectorias identifica a muchos de ellos conspirando desde
1951 en adelante.
Para
1955, entonces la formación de los CCR no fue solamente una cuestión de jóvenes
católicos fanatizados, sino también de civiles provenientes de distintos
partidos políticos involucrados con militares que, una vez más desde 1951
intentaban estrategias para hacer caer al gobierno. Como ejemplo de lo dicho,
con toda su experiencia conspirativa a cuestas de 1943, 1946, 1951, 1953 el
general Juan Francisco Guevara afirma que en 1955 se unió al movimiento
golpista a través de dos contactos civiles nacionalistas, como Francisco Seeber
y Mario Amadeo, quienes lo relacionaron con el Capitán de Fragata Alberto
Saravia Gallac, uno de los Marinos al mando de un comando conspirador. Según
Guevara la relación con civiles era bien fluída.[26]
Durante los preparativos, los partidos Conservador, Radical y Socialista,
mantenían estrechos vínculos y procuraban firmes acuerdos, con los principales
cabecillas de la conspiración.[27]
Guevara afirma que los partidos opositores estuvieron representados por
personas como Adolfo Vicchi, conservador
mendocino, Miguel Angel Zavala Ortiz, radical
unionista o Américo Ghioldi, socialista ya entrenado
desde las primeras conspiraciones y el
fanático abogado nacionalista Luis María de Pablo Pardo.[28]
Sin embargo, nuestras fuentes permiten descubrir en profundidad las prácticas
de uno de esos grupos: los jóvenes católicos.
La propaganda
antiperonista
Tal como los recuerdos novelados
lo describen, en 1954 la resistencia católica antiperonista intensificó su
tarea cotidiana, a partir de la impresión clandestina de volantes, en todo el
país. La primera fase del
plan de conspiración civil, fue extender un contradiscurso y propagandizar noticias alternativas a las oficiales. Esto
se logró por
medio de la formación de una red de imprentas clandestinas en diferentes lugares del país, en sótanos caseros, en
parroquias y en imprentas escolares. En esos mimeógrafos repartidos en
diferentes sitios se imprimían volantes y folletos con información alternativa y luego, bajo la estricta vigilancia de la inteligencia y
a riesgo de ser encarcelados y torturados con viejos métodos policiales, como
“fatiga física, plantones, golpes puñetazos, estacazos o manguerazos, picana
eléctrica cuyas brutales descargas ni los más valientes resistían”, muchos de
los jóvenes de la resistencia antiperonista oficiaron de repartidores de
paquetes a puntos claves de distribución.[29]
Los correos se organizaron en forma de encadenamiento de vínculos desconocidos
entre sí, con una información tabicada acerca de datos y apellidos, una típica
organización celular utilizada profusamente por organizaciones armadas y
guerrilleras, una década posterior en la Argentina.
Los “panfletos” fueron una
práctica de información e instrucción opositora extendida; escritos anónimos,
impresos en viviendas particulares mediante los que se atizaba la lucha contra
el gobierno y contra su “persecución religiosa”.[30]
Más allá de los allanamientos de la policía peronista, la campaña panfletaria se extendió en
cientos de grupos. Se imprimieron en mimeógrafos
clandestinos o se escribieron a máquina en las casas particulares desde
noviembre de 1954, con el fin de contrarrestar los discursos oficiales. La
Federación Universitaria de Córdoba incluso poseía un mimeógrafo, al que
llamaban “Mimi”, que cambiaba de lugar permanentemente para no ser detectado.[31]
Los panfletos tendrían el objetivo de difundir el mensaje de los católicos para
conseguir la adhesión popular. Las manifestaciones callejeras de los católicos
entre noviembre de 1954 y agosto de 1955, convocadas por estos medios fueron
muchas y numerosas con sus consecuentes encarcelamientos.[32]
La distribución de los volantes, los movimiento de máquinas de rottaprint de un lugar a otro y la
colocación de imprentas en las casas particulares daba frutos. Félix Lafiandra, el recopilador de estos panfletos, lo
confirma, la relación cívico militar del siguiente modo: “la organización de
envíos de panfletos por correo a militares llegó a ser casi perfecta. Cientos
de militares de alta graduación recibían como mínimo uno o dos panfletos por
semana. La mayoría eran panfletos especialmente dedicados a ellos que apelaban
a su patriotismo y dignidad para salvar a la República”.[33]
En los textos de los esos papeles sueltos y desperdigados en el país están los
argumentos de una batalla que consideraban patriótica cuando los civiles les
escribían a los soldados arengándolos a que “el destino de la Patria está en
manos del ejército. ¡Tú y nosotros hombres de armas, bien los sabemos!” La
violencia de las palabras impresas fueron rotundas: se trataba a Perón como un
“hombre minúsculo, débil, oscuro, corruptor de menores de la UES, disociador de
la argentinidad” o de “tirano inmoral que ha hecho naufragar en la hediondez y
las miasmas todo lo noble, valioso y puro que teníamos” y se hacía un
llamamiento a los opositores emulándolos a la figura de un verdadero
combatiente apelando a ellos como “tú camarada, tú soldado, tú argentino”.
La apelación al amor y al odio funcionaron en
paralelo, en ese mundo cruzado por la relación entre el peronismo y el
antiperonismo como lo demuestran las palabras de José Luis De Imaz, un joven
nacionalista con una participación opositora clara, aunque limitada por tal
motivo, no llegó a armarse contra Perón. Dice De Imaz: “fueron los meses más
decisorios que en mi vida me tocó vivir y en los que estuve absorbido hasta la
médula”. Y recuerda haberle dicho al padre Wagner: “Padre, yo no sé si me puedo
confesar porque le voy a decir que siento el deseo de enmendarme pero no es
así. Yo odio, lo odio al presidente y una vez que me retire del confesionario,
no le puedo prometer que dejaré de sentir odio”.[34]
Sin embargo, las trayectorias personales y las identidades políticas
deben ser analizadas en relación a un contexto que las transforman más de una
vez. Ese odio, como suele suceder en la dinámica política en hombres que a su vez
estaban en plena transformación vital, un año después se convirtió en otra cosa
cuando en 1956, Imaz fundaba el Centro de Abogados Pro Imperio del Derecho, a
raíz de la necesidad de denunciar la muerte de Manchego, “un ex empleado de la
vicepresidencia de Perón, el cual fue golpeado, posiblemente, por los comandos
civiles, pero hicimos un escándalo terrible, la revolución había prometido
desterrar las torturas, símbolo del abominable régimen”.[35]
En el panfleto número 100
titulado ¡Estudiante! Se dieron instrucciones
precisas a los más jovencitos para que supieran plegarse a una huelga
estudiantil y que se tomasen todos los recaudos propios de los movimientos
secretos. Concretamente se instruía: “el día del comienzo de la huelga se te
hará conocer por los delegados locales. Durante la huelga, para no ser
delatado, debes quedarte en tu casa y no merodear por los alrededores del
colegio, donde los alcahuetes de la UES o de la CGU, servirán de auxiliar a la
policía. La patria lo espera todo de la Juventud,…por Dios por la Patria y por
la libertad!”
Este sistema de “correos”, que
para el mes de abril de 1955 “había adquirido caracteres impresionantes” según
Lafiandra, donde participaban cientos de personas, entre ellos algunas mujeres,
un mismo clima emocional de conspiración civil. Según el autor de Operación Rosa Negra casi nadie contaba
todavía con información real acerca de la dinámica del ala militar que en forma paralela, organizaban el derrocamiento. El 9
de julio, un panfleto escrito en nombre de los jóvenes presos en la Escuela de
Mecánica de la Armada y en la Policía Federal, hace un culto a la muerte al
decir que “si hemos de pagar tal satisfacción con nuestras vidas, liviano
habría sido el pago porque hemos triunfado. Te desafiamos tirano. Jugamos
nuestra aparente impotencia contra tu falso poder”.[36]
Tanto el recuerdo de los testigos como los escritos en formas de proclamas o
incluso poemarios populares que exaltaban la civilidad y la entrega de la vida
haciendo referencia a la noción de un patriotismo cotidiano.
¡A
las armas en contra de Perón!
No eran solo palabras. Flores, en
Operación Rosa Negra confiesa que un
grupo de jefes de las fuerzas armadas, convencidos de que no había otra
solución posible, comenzaban a planear una revolución y entre las muchas
estrategias llevadas a cabo una de ellas fue entrar en contacto con los jóvenes
más fanatizados. Una vez integrados en algún grupo o una red clandestina de
correos, los más comprometidos con la causa antiperonista, los más audaces o
los que se convirtieron en experimentados en refriegas de defensa de los
símbolos católicos que los peronistas atacaban, lo primero que hicieron fue
conseguir un “enlace”. [37]
Este enlace tenía la función de incorporarlos al mundo de la conspiración,
proveerles de armas, enseñarles sobre el armado de explosivos o entrenarlos en
alguna toma de medios de comunicación oficialista para producir las proclamas
revolucionarias, soliviantar a los rebeldes y expandir los principios. Los
estudiantes, los políticos locales, los civiles, se juntaban con hombres
experimentados, expatriados, o militares que organizaban a los novatos que debían
“procurarse un arma y juntarse con cuatro o cinco amigos”.[38]
De tal manera, uno a uno fueron acercando compañeros para las diferentes causas
y creando células de veinte personas cada una, tabicados entre sí y reportando
a un jefe. Es decir, pasar de propagandista a revolucionario implicaba no solo
una transformación en las identidades políticas sino en las relaciones
vinculares y de sociabilidad. La decisión de entrar a un comando los hacía
ingresa en mundos alternativos al de sus vidas. De hecho, en la mencionada
novela de ficción autobiográfica uno de los personajes, “Federico”, se ve
imposibilitado de participar de lleno en el movimiento clandestino por estar
involucrado en la acción partidaria. Por esa razón le pide a Flores que lo
suplante en su misión conspiradora, para
lo cual debería ver a “Marquez Siri un experimentado en resistencia
antiperonista, un ex expatriado en Montevideo”, que lo ingresaría al mundo de los
comandos.[39]
La red de grupos expandidos por distintas
ciudades del país, no hubiera sido posible sin los enlaces o mediadores con los
organizadores de sectores militares.
Las armas de
fuego al servicio de la política eran una tradición. Pero ahora y como
donativos a la causa antiperonista comenzaron a naturalizarse en manos de
jóvenes que no tenían costumbre en el uso de las mismas. Los modos de
conseguirlas fueron diversas: préstamos, compra de usados, viejos recuerdos
familiares, formaron un menú de posibilidades para hacerse de ellas. Alguna
vez, uno de los defensores del golpe en la ciudad de Córdoba contó que las
armas se las adquirían a dirigentes sindicales “que vendían sus Thompson y sus
Berretas (sic) después de haberles roto el percutor”, dato “increíble”. Incluso
las prácticas de resistencia de milicianos informales se recortan en recuerdos
de los testigos. Un ex militante antiperonista evoca a un vecino suyo, “Don
Pedro Morales Díaz”, llegando ansioso a tocar la puerta de la casa en búsqueda
de algún arma con la que apoyar a la revolución en la calle. La justificación
era temeraria: un grupo de civiles del comité Seccional de la Unión Cívica
Radical había decidido tomar por asalto la comisaría local, pero necesitaban
armas. La familia del testigo le entregó a “Don Pedro” el arma del padre de la
familia, un revólver calibre 32 largo y una docena de balas. En realidad, la
pasión y el ímpetu de pelea quizás fueron mayores que los hechos concretos
teniendo en cuenta que la comisaría, a dos cuadras de su casa, mostró silencio
y tranquilidad durante toda la noche. El valor de la anécdota nos permite
vislumbrar acerca de la resistencia informal contra el peronismo, que en los
últimos días antes del derrocamiento, combina la figura del miliciano con armas
que combate a cara descubierta proclamando su enfrentamiento abierto al poder
en comandos mejor organizados.
En este
último caso, en cambio, las armas eran provistas por los mismos militares que
cumplieron la función de organizadores. Una vez que los enlaces contactaban con
miembros dispuestos a entrar a un grupo, y se le destinaba las tareas- como
ejemplo asaltar el local de la Alianza Libertadora Nacionalista o el local de
las CGT de alguna localidad- estos garantizaban el suministro de armas para
realizar las acciones. Nuevamente, la ficción memorialística nos ilumina sobre
esta cuestión cuando se refiere: “los militares han ofrecido proveernos de
fusiles, ametralladoras, granadas de mano y balas luminosas para señales”.
Incluso para los recién ingresados al movimiento se ofrecieron “conferencias
sobre balísticas” y ventas de armas en forma particular entre los
conspiradores. Junto con el estudio de la logística de cada acción de sabotaje,
se garantizaba la entrega de las armas que se necesitaban para ello.
La formación
del equipo necesitaba de hombres jóvenes y ágiles, que supieran manejar,
correr, trepar. Que sean furiosos antiperonistas y fueran capaces de “meter
bala con tranquilidad”. Debían ser siempre cuatro por auto, pues “los expertos
en gangsterismo han demostrado el quinto hombre molesta para subir y bajar del
coche con rapidez”. Los consejos que recibían les eran ajenos a los que habían
recibido antes como muchachos de buenas familias. Se les decía “proba las armas
que vas a llevar” “no amenaces de lejos, dejálo acercar y encañoná en el pecho”
o “carga toda la nafta que puedas”.[40]
El ingeniero Carlos Burundarena, por su parte, les daba clases exhaustivas de
sabotajes a las radios emisoras que replicaban la palabra oficial. En su
“moderno y confortable departamento” céntrico en Buenos Aires les enseñaba los
cables que debían cortar o hacer volar el “machín” de las emisoras[41]
Los muchachos universitarios y antiperonistas convertidos por el contexto en
milicianos en nombre de “la libertad” estaban cada vez más preparados para los
ataques. Algunos, sin embargo, demasiado jóvenes e inexpertos. Sobre esas
experiencias alguien comenta:
El fusil me pesaba más que nunca.
Junto con varios civiles y numerosos soldados custodiábamos el Cabildo cuando
el General Lonardi tomaba el Juramento al
Interventor de Córdoba, General Dalmiro Videla Balaguer. Serían aproximadamente
las siete cuando mi guardia finalizó. Cansado, volví a casa de mis tíos después
de varios días y varias noches de trabajo intenso, como centinela y patrullero.
La
causa no les pesaba tanto como las guardias o las mismas armas y la vida diaria
se mezclaba con la convicción de derrocar a Perón. La revista Nosotros Los Muchachos era una revista
católica mensual editada en la provincia de Córdoba destinada a la juventud, da
cuenta en una extensa nota que rememora las acciones de los jóvenes católicos y
los exalta a la categoría de heroicos resistentes, patriotas de corta edad, nos
sirve para identificar la jerarquía interna dentro de la organización y de la
paradójica convivencia entre violencia y religiosidad si se trataba de luchar
contra “la tiranía” o incluso sus defensores. La división interna de un comando
era jerárquica y además de los jefes del Comando Revolucionario militar, los
hombres se organizaban según sus funciones: los grupos de choque, el grupo de
secuestro y detención de personas, los dinamiteros, el de movilidad de grupos
técnicos. Solo en Córdoba se contaban más de tres mil quinientos hombres.
La
violencia rebelde no fue siempre organizada desde arriba. También asumió una
forma de violencia civil improvisada, donde puede verse la intimidad de las
relaciones entre los insurgentes. En ese sentido, es que deben ser rescatados
los recuerdos de un protagonista, Rodríguez Isleño, quien recuerda la mañana
del 16 de septiembre de 1955 en una zona de Alta Córdoba, en el que la policía
se acuartelaba y el vecindario compraba provisiones por unos días y las calles
se vaciaban, mientras los aviones de bombardeo volaban a baja altura. Aunque durante esos
días, la radio cordobesa emitía una serie de mensajes confusos. Sin embargo, la
Secretaría de Prensa y Difusión, a través de la cadena oficial intentaba
tranquilizar a la población hablando de hechos aislados, otra señal de radio
opositora la Voz de la Libertad “argumentaba que la ciudad
estaba controlada por los rebeldes”. Esa contradicción muestra la importancia de
los medios de comunicación y el hecho de que radios y
diarios fueron botines de guerra para todos.
Las anécdotas atravesadas por la memoria personal de quien las evoca, registra
un tono de heroicidad civil, cuando en Losada a 25 kilómetros del sur de la
ciudad, las autoridades leales al gobierno ordenaron la detención de dirigentes
radicales en calidad de rehenes. Los recuerdos quizás exagerados o teñidos retrospectivamente
evocan la reacción vecinal de un grupo de pueblerinos
ante la detención de uno de sus referentes, “el Dr. Cid”, quienes impidieron con un corte de vías férreas, el paso de un convoy que
conducía a las tropas leales de Río Cuarto hacia Alta Gracia, haciendo caminar las tropas unos 15 kilómetros hasta su
destino.[42]
Según
los testigos involucrados en el golpe a Perón, las radioemisoras cordobesas en
medio del fuego, “constituyeron la voz constante de la revolución” y un locutor
improvisado dispuesto a “decir la verdad” el Dr. Eduardo Aguiar, fue tomado con
el “héroe de la radio revolucionaria”.[43]
La comunicación radial era fundamental para los revolucionarios. De modo que en
la mañana del 16 de septiembre, cuando el golpe había sido planteado por
decisión militar entraron en acción los civiles tomando por la fuerza a tres
antenas de radiodifusión LV2, LV1, LV3, la cual quedó destruida por la
resistencia policial.
Las tomas se hicieron en medio de
una ciudad situada, en la cual era necesario conocer salvoconductos para
desplazarse por sus calles. Los recuerdos personales, otra vez, dibujan los
piquetes y el modo informal que en ocasiones se conformaron:
la primera visión revolucionaria
que tuve fue frente al Automóvil Club Argentino. Allí se encontraba custodiando
las preciosas reservas de combustible el Sr. Mammana y su figura solitaria se
recortaba en la penumbra de la playa de la estación de servicios. Tenía en sus
manos una escopeta de grueso calibre y un cinturón calzado con todos sus
cartuchos Mi hermano decidió unirse a ellos. (…) A mi hermano le proveyeron de
vestimenta y equipo militar para que en caso de ser detenido no fuera fusilado,
fue asignado a la defensa del Palacio de Justicia y sede gubernamental,
ocupando un puesto avanzado sobre el Paseo Sobremonte.[44]
La escena da cuenta de la
práctica de los CCR y de la convivencia entre cierta informalidad o encuentros
fortuitos con personas con las mismas pasiones conspiradoras, con grupos más
organizados, con armamentos y enlaces militares que entrenaban a sus
integrantes.
Los hechos militares en defensa
del gobierno mostraban las diferencias de fuerzas entre el gobierno y la tarea
de represión a cargo del General Epifanio Sosa Molina en nombre de su jefe, el
general Franklin Lucero. Nueve unidades de combate rodeaban a Córdoba. La radio
LV2 realizó una labor de difusión de la revolución y a juzgar por las crónicas
contemporáneas, fue un transmisor clave para la exaltación de la combatividad.
El día 21 de septiembre corrió el rumor de que los leales al gobierno habían
roto la tregua, razón por la cual desde LV2 se escuchó ¡todos a las armas de
nuevo! ¡si usted sabe que su vecino no escuchó este llamado vaya golpéele la
puerta! ¡Avísele! Por la radio La voz de
la Libertad, el jefe de la Revolución general Lonardi le hablaba “al pueblo
argentino y a los soldados de la patria por el honor de un pueblo sojuzgado” y
que los argentinos “sí tienen derecho de armarse en defensa de la Constitución
y las leyes”.[45]
En la comisaria de Alta Gracia, lo habían comprendido los civiles mejor que
nadie. Los rebeldes eligieron para defenderla a Pata de Plomo un vecino conocido por todos y aficionado al tiro al
blanco y, un joven nacionalista y aficionado a la caza, revoltoso y ex alumno
de la Escuela de Aviación Militar. A partir de ellos, se organizarían
barricadas y los demás “actuarían como guerrillas desde las azoteas”.
La organización celular y
clandestina de los correos se mejoró con los comandos armados. Oscar Martínez
Zemborain, había sido víctima de la tortura de la Sección Especial de la
policía peronista, como quedó retratado en el film Los torturados donde él mismo representó su propio papel. Varios años después de
la caída del peronismo, exteriorizó que formó parte de un comando rebelde de
Córdoba y que cada grupo civil tenían veinte miembros cada uno, un jefe y un
subjefe y que se entrenaban en tiro allí donde podían. Zemborain comentó acerca
del esfuerzo que supuso conseguir autos, camionetas, con los cuales conspirar,
como así también la búsqueda de fondos económicos con los cuales movilizar el
mecanismo.[46]
Las resistencias informales
fueron guiadas por jóvenes militares que proveyeron armas y daban instrucciones
de “hostigar al enemigo sin enfrentarlo”, y enseñaban a no tomar decisiones
apresuradas pues “en la guerra siempre hay suficiente tiempo para actuar con
eficacia”. Tanto organizados en vínculos formales o informales y en combinación
entre civiles y militares, un grupo de la población resistente y rebelde hacía
frente al gobierno instituido.
El grado de exacerbación que
circuló por esos días de derrocamiento son tangibles, a través del testimonio
de Juan Luis Gallardo, un joven de 20 años que en 1954 cumplía su servicio
militar como conscripto en el Regimiento Motorizado Buenos Aires. Al mismo
tiempo que revistaba como soldado del ejército argentino pertenecía un Comando
Civil revolucionario, junto a otros desconocidos entre sí, pero dependientes,
todos, “de un capitán de apellido Palma”. En su testimonio se evidencia la tensa relación del
olvido, los silencios o los recuerdos que dejan a salvo la actuación de los
actores en los hechos concretos. De su paso por esa organización clandestina,
dice recordar una orden superior que no ejecutó, por haberla considerado un
disparate y por el entonces sabio consejo del Mayor Guevara que le mandó decir
que no se le ocurriera realizar esa tarea ni cumpliera con esa “orden
demencial”. Porque en realidad a Gallardo y a otros integrantes de un comando
se le había encargado visitar a un general de la Nación cuyo nombre desconocía
y, una vez abierto la puerta de su domicilio debería “clavarle un cuchillo para
mandarle a otro mundo”. Años más tarde, ese nombre negado en su oportunidad, se
le reveló como el General Maglio, jefe del Colegio Militar.
Los ataques personales podían
formar parte de los planes, pero como en Córdoba, el plan madre de los CCR, y
quizás su participación más visible, fue tomar los medios de comunicación con
el fin de paralizar el aparato estatal de propaganda. La toma de las radios
locales, la destrucción de los sistemas de transmisión o la disminución de la
potencia de onda, fue un arma clave. Para lograrlo en la ciudad de Buenos Aires
un equipo de técnicos a cargo del ingeniero Carlos Burundarena planificaron, el
“silencio de radio” en plantas como Pacheco, Florida, Ciudadela y Hurlingham
entre otras. Los civiles revolucionarios fueron convocados con la colaboración
de radioaficionados y a través de llamadas telefónicas y la utilización de las
típicas “santos
y señas” de las organizaciones clandestinas.[47]
La
organización en células, además de tabicar identidades de compañeros hizo que
no siempre supieran la función que les tocaba cumplir, aunque una vez decididos
los sabotajes, los mismos protagonistas recuerdan haberlos hecho con “coraje y
recio espíritu de sacrificio”.[48]
La colocación de explosivos era fundamental y las tareas se dividían. Las
escenas de los ataques a las radios de Buenos Aires recuerda a grupos de a diez
hombres jóvenes, apiñados en autos prestados, con gran cantidad de armas
largas, fusiles ametralladoras y cartuchos de gelinita que debían hacer explotar con mechas. La
operación en la Radio Belgrano fue
exitosa en medio de una noche oscura. Sin embargo al volver, y luego de haberse
dispersado, un grupo fue detenido en un retén en Avenida Madero y San Martín,
al hallarse un revólver olvidado en el coche. Los detenidos fueron a engrosar
las listas del grupo de civiles en Hospital Naval Central.
Aquellos quienes participaron de
esos hechos, todavía en 1963, no se atrevían a dar sus nombres. Primera Plana
les hacía algunas preguntas para reconstruir la visión que tenían de sí mismos.
Un médico que “aprendió a manejar la PAM sobre la marcha”, opinaba que eran un
efecto de la renuncia de los militares a defender los principios democráticos y
permitir el gobierno de Perón. Otro, abogado de mayor experiencia fue más
severo aún. Acusaba a los militares no haber apoyado suficientemente a los
Comandos de Buenos Aires, como si se había hecho en Córdoba. “Los civiles
tuvimos que poner lo que le faltó a los uniformados” dijo otro, en un acto de
mitificación patria. Todos coincidieron en aquel reportaje de 1963, que “el
enemigo”, ya no era tanto el peronismo. El enemigo es el comunismo y en la
medida en que este sea un peligro, los Comandos, no morirán”.
Algunas
conclusiones
El estudio de la formación de
diferentes grupos unidos en la literatura histórica como Comandos Civiles
Revolucionarios (CCR) que actuaron entre 1954 y 1955 en la Argentina, permite
revisar las estrategias conspirativas de los ciudadanos comunes, la clandestinidad
de los grupos comandos durante los años cincuenta y la organización celular de organizaciones
armadas, en pos de un objetivo revolucionario y nacional, durante los
últimos años del gobierno peronista. Lo que fue considerado un “régimen”,
despertó reacciones de un conjunto de civiles de radicales, conservadores,
comunistas, socialistas y demócratas cristianos, y sobre todo coaguló con el
fanatismo en los sectores juveniles provenientes del catolicismo, todos ellos
apoyados por sectores militares golpistas quienes no dudaron en acudir a las
armas en pos de su objetivo.
El estudio de esta organización civil algo oscurecida por su
tipología clandestina muestra un sistema de resistencia cotidiana en una
sociedad civil cargada por un discurso nacionalista y dispuesta a armarse, aún
cuando muchos de los integrantes no estuvieran familiarizados con ese tipo de prácticas. En la lucha contra lo
que consideraron un régimen, se vio una organización en la que no faltaron ritos
y juramentos de iniciación nacionalistas, construcción de imprentas caseras
para propagandizar un discurso revolucionario, un sistema de correos
organizados en forma celular con información tabicada y enlaces militares que
instruyeron en operaciones logísticas contra los medios de difusión y
adiestraron para la lucha cuerpo a cuerpo.
Incluso, el acercamiento al lenguaje
utilizado en los panfletos revolucionarios, dan buena cuenta de la lucha en la
que creían. Roger Griffin recomienda respecto del caso de los fascistas
europeos, verlos y analizarlos en sus propias lógicas y comprender lo que ellos
creían que estaban haciendo. En ese sentido, para los CCR, la libertad y el fin
de la tiranía de una violencia desde arriba, la entrega por la patria, el culto
a la muerte heroica, fueron valores que los movilizaron.
Es decir, desde los recuerdos o
autobiografías de los protagonistas y desde las crónicas producidas
inmediatamente después del derrocamiento de Perón, se analizó un modo de acción
política clandestina en la Argentina de los cincuenta. Los integrantes de los
CCR se mostraron cómodos con vínculos golpistas y cuajaron fácilmente en una
cultura política donde fue fundamental luchar “por la patria “vencer al
enemigo” o “morir por ella”, marcas de la cultura política que florecieron en
la década siguiente, aunque con ideologías diversas.
Bibliografía
AAVV. Así cayó Perón: crónica del
movimiento revolucionario triunfante. Buenos Aires, Lamas, 1955.
Alejandro Quiroga y Ferrán Archilés. A. Ondear la nación. Nacionalismo banal en
España. España, Comares, 2018.
Almaraz, R.; Corchón,
M. y Zemborain, R. ¡Aquí FUBA! Las luchas
estudiantiles en tiempos de Perón (1943-1955). Buenos Aires, Planeta, 2001.
Benedict Anderson. Comunidades
imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo.
México, FCE, 1991.
Cristhian Buchrucker. Los
nacionalistas y el peronismo. Buenos Aires, Sudamericana, 1987.
Daniel Lvovich. El
nacionalismo de derecha de sus orígenes a tacuara. Buenos Aires, Capital
Intelectual, 2006.
Daniel Rodríguez Isleño.
Las Tres Revoluciones del 16 de
septiembre de 1955. Córdoba, Universita, 2005.
Donatella Della Porta. “Patterns of
radicalization in political activism”, en Social
movements, political violence, and the state: a comparative of Italy and
Germany. Cambridge, Cambridge University Press, 2006, pp. 136-155.
Eduardo González Calleja. Asalto al Poder. La violencia política
organizada y las ciencias sociales, España, Siglo XXI, 2017.
Enrique Zanchez Zinny. El Culto a la Infamia, Historia documentada
de la segunda tiranía argentina. Buenos Aires, Ediciones Gure, 1958.
Estela
Spinelli. “La Revolución Libertadora. Una ilusión antiperonista”. Prohistoria, (9), 185-189, 2005.
Estela
Spinelli. Los vencedores vencidos. El
antiperonismo y la “revolución libertadora”. Buenos Aires, Biblos, 2005.
Federico Finchelstein. Orígenes
ideológicos de la “guerra sucia”: fascismo, populismo y dictadura en la
Argentina del siglo XX. Buenos Aires: Sudamericana.
Félix Lafiandra. Los
panfletos su aporte a la revolución libertadora. Buenos Aires,
Itinerarium,1955.
Félix Luna. Perón y su tiempo. La comunidad organizada,
1950-1952. T. II. Buenos Aires, Sudamericana, 1985.
Fernando Devoto. Nacionalismo,
fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia. Buenos
Aires, Siglo XXI, 2002.
Gerado Aboy Carlés y Paula Canelo. Dossier Identidades,
tradiciones y élites políticas. Introducción. Papeles de Trabajo, 5, (8), 2011, pp. 8-12.
Hugo
Gambini. Historia del peronismo. El poder
total 1943-1951, T. I. Buenos Aires, Ediciones B, 2016.
Humberto Cucchetti y Valeria Galván. Militancia
nacionalista en la era posperonista: las organizaciones Tacuara y sus vínculos
con el peronismo. En: Mundos Nuevos,
Nuevos Mundos. 2013.
Humberto Cucchetti.
“¿Derechas peronistas? Organizaciones militantes entre nacionalismo, cruzada
anti-montoneros y profesionalización política”, En revista: Mundos Nuevos, Nuevos Mundos, 2013.
J. Francisco Guevara.
Argentina y su sombra. Buenos
Aires, Ediciones del autor,1970.
Jesús Casquete. Nazis a pie de
calle: una historia de las SA en la República de Weimar. Madrid, Alianza,
2017.
José Flores. Operación
“Rosa Negra”. Buenos Aires, Errele, 1956.
José Luis De Imaz. Promediados
los cuarenta. Buenos Aires, Sudamericana, 1977.
José Zanca ¿Primos o hermanos?
Nacionalismo, integralismo y humanismo cristiano en la Argentina de los años
sesenta. En revista: Entre Dieu et le
Siècle. Religion, politique et société à l’époque contemporaine. 2012
Juan Lusi Besoky.
“El nacionalismo populista de derecha en Argentina: la Alianza Libertadora
Nacionalista, 1973-1975”. En revista: MediaÇôes,
19 (1) 61-83, 2014.
Juan Pedro Denaday. “Comando de organización: un peronismo
plebeyo, combativo y nacionalista (1961-1976)”. En: Quinto Sol, 20, (1), 1-21. 2016.
Julio Meinvielle. Política Argentina 1949-1956. Buenos
Aires, Trafac,1956.
Laura Ehrlich. “Nacionalismo y arquetipo heroico en la
juventud peronista a comienzos de la década del ‘60”. En: Anuario IEHS, (28), 37-57, 2013.pp. 37-57.
Lila Caimari. Perón y la Iglesia católica. Religión,
Estado y sociedad en la Argentina (1943-1955). Buenos Aires, Ariel
Historia, 2001.
Loris Zanatta. Perón y el mito de la nación católica. Buenos
Aires, Sudamericana, 2013.
Michael Billig. El
nacionalismo banal. Madrid, Capitán Swing, 2014. Fernando Molina Aparicio. La nación desde
abajo. Nacionalización, individuo e identidad nacional. En: Revista Ayer, (90), Madrid, 2013, pp.
39-63.
Michael Goebel. El apogeo del revisionismo: el
nacionalismo, la violencia política y la política de la historia 1966-1976. En:
La Argentina partidaria: nacionalismos y
políticas de la historia. Buenos Aires, Prometeo, 2013, pp. 183-225
Miranda Lida. Historia del catolicismo en Argentina: entre
el siglo XIX y el XX. Buenos Aires, Siglo XXI, 2015
Mónica Bartolucci. La juventud maravillosa: la
peronización y los orígenes de la violencia política 1958-1972. Sáenz Peña,
Eduntref, 2018
Pablo Giori. Factores de nacionalización:
nacionalismo, sociedad civil y prácticas culturales. Rubrica Contemporánea, VI, (11), 2017.
Pilar Calveiro. Política y/o violencia: una
aproximación a la guerrilla de los años 70. Buenos Aires, Norma, 2005.
Robert Potash, El ejército y la política en la Argentina
(II). 1945-1962 de Perón a Frondizi. Buenos Aires, Hyspamerica,1981.
Vera Carnovale. Los
combatientes: historias del PRT-ERP. Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2011.
Waldo
Ansaldi y Verónica Giordano (coords.) América
Latina: tiempos de violencias. Muchos hablan de ella, pocos piensan en
ella. Una agenda posible para explicar la apelación a la violencia política en
América Latina. Buenos Aires, Ariel, 2014.pp.27-45.
Recibido: 15/10/2018
Evaluado: 16/11/2018
Versión Final: 19/12/2018
[1] Billig, Michael. “El nacionalismo banal y la reproducción de la
identidad nacional”. En: Revista Mexicana de Sociología,
Vol. 60, No. 1 (Jan.-Mar., 1998), pp. 37-57. Molina Aparicio, Fernando. “La
nación desde abajo. Nacionalización, individuo e identidad nacional”. En: Revista Ayer, Nº 90. Madrid: Asociación de Historia
Contemporánea y Marcial Pons, 2013, pp. 39-63.
[2]
Cesar Tcatch, Sabattinismo y
peronismo. Buenos Aires, Biblos, 2006. Estela Spinelli. “La Revolución
Libertadora. Una ilusión antiperonista”. Prohistoria,
(9), 185-189, 2005. Estela Spinelli. Los
vencedores vencidos. El antiperonismo y la “revolución libertadora”. Buenos
Aires, Biblos, 2005.
[3] Silvana Ferreyra “Junta Consultiva y Comisiones Investigadoras en
la Provincia de Buenos Aires: usos de la escala para pensar el conflicto
peronismo-antiperonismo”, Revista Páginas, Facultad de Humanidades y Artes,
Universidad Nacional de Rosario, N° 16, 2016, pp. 44-60. Leandro Lichtmajer
¿Una crisis de crecimiento? La expansión de la Unión Cívica Radical de Tucumán
durante la “Revolución Libertadora” Revista Páginas, Facultad de Humanidades
y Artes, Universidad Nacional de Rosario, N° 16, 2016, pp. 25-43.
[4]
Solo como ejemplo
citaremos a Vera Carnovale. Los
combatientes: historias del PRT-ERP. Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2011.
Pilar Calveiro. Política y/o
violencia: una aproximación a la guerrilla de los años 70, Buenos Aires, Norma, 2005. Humberto Cucchetti. “¿Derechas
peronistas? Organizaciones militantes entre nacionalismo, cruzada
anti-montoneros y profesionalización política”, En: Mundos Nuevos, Nuevos Mundos, 2013.
Daniel Lvovich. El nacionalismo de derecha de sus orígenes a tacuara. Buenos
Aires, Capital Intelectual, 2006.
[5] Para este tema véase Bartolucci, Mónica. La juventud Maravillosa. Peronización y orígenes de la Violencia
Política, EDUNTREF, Buenos Aires, 2017.
[6] Sobre las
tipologías de violencia política véase, Eduardo González Calleja. Asalto al Poder. La violencia política organizada y las ciencias
sociales, España, Siglo XXI, 2017.
[7] Donatella Della Porta.
“Patterns of radicalization in political activism”, en Social movements, political violence, and the state: a comparative of
Italy and Germany. Cambridge, Cambridge University Press, 2006, pp. 136-155.
[8]
Enrique Zanchez
Zinny. El Culto a la Infamia, Historia
documentada de la segunda tiranía argentina. Buenos Aires, Ediciones Gure,
1958.
[9] Ídem p. 157.
[10] Ídem p. 158.
[11]Félix Luna. Perón y su tiempo. La comunidad organizada,
1950-1952. T. II. Buenos Aires, Sudamericana, 1985, p. 163 refiere que
Raúl Margueirat le aseguró que Perón estaba de acuerdo con la pena de muerte
hasta que se convenció de lo negativo de crear un mártir de la oposición.
[12]
Ídem
[13] Gloria y decadencia de los conspiradores
¿por qué nadie organiza ahora un verdadero complot? (Anónimo, 1965). En: Panorama, revista de nuestro tiempo. Sobre este episodio Luna
da una cifra distinta, cerca
de seiscientas personas, bien diferente a la que se publicaba en la prensa unos
años después de los sucesos.
[14] Una excepción fue la gremial
oficial de Estudiantes Peronistas para neutralizar a la FUBA y FUA con locales
en el interior de las facultades, creando la CGU identificado con el Sindicato
Estudiantil Universitario de la universidad franquista. Sobre estos temas Véase Almaraz; Corchón y Zemborain ¡Aquí FUBA! Las luchas estudiantiles en tiempos de Perón (1943-1955). Buenos
Aires, Planeta, 2001.
[15] En relación a la cantidad de
muertos hay disidencias entre los testigos. Antonio Cafiero, entonces al frente
de la cartera de Comercio Exterior, presente esa tarde declara que hubo siete
muertos mientras que Hugo Gambini habla de cinco. Cafiero, Antonio “La tarde del
15 de abril de 1953”. La Nación, 3 de junio de 2003 y Hugo
Gambini. Historia del peronismo. El poder
total 1943-1951, T. I. Buenos Aires, Ediciones B, 2016.
[16] Véase “En la mente de Mariano Castex”- El identikit. Recuperado <www.elidentikik.com>
[17] Es interesante el caso de
Muñiz Barreto por sus posteriores vínculos con el peronismo Pérez, A. (2017). “El caso de Diego Muñiz
Barreto. Un acercamiento desde el análisis de redes egocentradas”. Ponencia
presentada en Mar del Plata: Interescuelas
XVI. Facultad de Humanidades, UNMdP.
[18] Ídem
[19]
Daniel Rodríguez
Isleño. Las Tres Revoluciones del 16 de
septiembre de 1955. Córdoba, Universita, 2005, pp. 64-65.
[20] Revista Nosotros Los Muchachos, Setiembre de
1955, p. 27
[21] Lila Caimari. Perón y la Iglesia católica. Religión, Estado y sociedad en la
Argentina (1943-1955). Buenos Aires, Ariel Historia, 2001. Loris Zanatta. Perón y el mito de la nación católica. Buenos
Aires, Sudamericana, 2013.
[22] Primera
Plana, 27 de agosto de 1963.
[23]
Daniel Rodríguez Isleño. Las Tres
Revoluciones del 16 de septiembre de 1955. Córdoba, Universita, 2005, p.
76.
[24]
José Flores. Operación
“Rosa Negra”. Buenos Aires, Errele, 1956.
[25]
Ídem.
[26] J. Francisco Guevara. Argentina y su sombra. Buenos Aires,
Ediciones del autor,1970, p. 62.
[27] Ídem, p. 70.
[28] Ídem, p. 73.
[29] Ídem, p. 99.
[30]
Flores dice que en el caso de la publicación que ellos llevaban adelante La
verdad necesitaban extender una red que pudiera distribuir alrededor de 20.000
ejemplares. Ídem.p. 53.
[31] Daniel Rodríguez
Isleño. Las
Tres Revoluciones del 16 de septiembre de 1955. Córdoba, Universita,
2005,p. 69.
[32] Se contabilizan 13
manifestaciones en esas fechas. Félix Lafiandra. Los panfletos su aporte a la revolución libertadora.
Buenos Aires, Itinerarium, 1955, pp. 11-12.
[33] Ídem, p. 19.
[34]
José Luis De Imaz. Promediados los
cuarenta. Buenos Aires, Sudamericana, 1977, p. 100.
[35] Imaz dice que semanalmente
utilizaron las páginas de Azul y Blanco
para denunciar ´golpeados y torturas del nuevo gobierno. Ídem p. 114.
[36] Félix Lafiandra. Los panfletos su
aporte a la revolución libertadora. Buenos Aires, Itinerarium, 1955, p. 244.
[37] Acerca de la función de mediadores políticos en otros contextos
véas Hunt, Lynn. “Outsiders: intermediarios culturales y redes políticas”, en Política, cultura y clase durante la
Revolución Francesa. Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 2008e.
[38]Acerca de la importancia de lazos sociales y redes para conformar
organizaciones véase Donatella Della Porta. “Patterns of radicalization in political activism”, en Social movements, political violence…Op/
Cit. pp. 136-155.
[39]
José Flores. Operación
“Rosa Negra”. Buenos Aires, Errele, 1956, p. 136.
[40]
Ídem p. 226.
[41] Carlos Burundarena había formado el
Movimiento Sindical Nacionalista en 1949 como una escisión de la Alianza
Libertadora Nacionalista, al respecto véase Besoky (2014).
[42]
Ídem, p.
[43] Ídem p. 97.
[44] Daniel Rodriguez Isleño. Las Tres
Revoluciones del 16 de septiembre de 1955. Córdoba, Universita, 2005, pp. 79-94.
[45] Ídem, p.102.
[46] Gloria y decadencia de los conspiradores
¿por qué nadie organiza ahora un verdadero complot? (Anónimo, 1965). En: Panorama, revista de nuestro tiempo. Un dato a tener en cuenta es que en 1956 Oscar Martínez Zemborain a partir de su propia experiencia, fue partícipe
de la película Los Torturados,
dirigida por Du Bois y filmada como denuncia a los abusos de la Sección
Especial Peronista.
[47] AAVV. Así cayó Perón: crónica del
movimiento revolucionario triunfante. Buenos Aires, Lamas, 1955
[48] Ídem, p. 56.