La resistencia antiperonista: clandestinidad y violencia. Los comandos civiles revolucionarios en Argentina, 1954-1955

 

The anti-Peronist resistance: clandestinity and violence. The revolutionary civil comandos in Argentina, 1954-1955

 

Mónica Inés Bartolucci

Centro de Estudios Históricos,

 Facultad de Humanidades,

Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina)

 

Resumen

Este trabajo intenta abordar la conformación de la identidad política antiperonista y revisar la acción clandestina de civiles que decidieron tomar las armas en contra de Perón. El foco se pondrá en el momento de mayor activismo golpista desde noviembre de 1954 hasta septiembre de 1955 y sobre todo en las estrategias de acción llevadas a cabo por uno de estos grupos, el de los nacionalistas católicos, de manera más evidente en la ciudad de Buenos Aires y Córdoba. El trabajo apunta a revisar la formación de los Comandos Civiles Revolucionarios (CCR), sus prácticas y enlaces militares, los modos de organización celular y la introducción de armas de fuego para para promover la caída del segundo gobierno peronista en septiembre de 1955. Estas prácticas marcadas por la clandestinidad serán abordadas a  partir de memorias biográficas y documentos que ellos mismos dejaron. La idea es repensar uno de los muchos proyectos que vía la violencia política se enarbolaron  en nombre de “la patria”, en un contexto histórico revulsivo y de inestabilidad política en la Argentina que corrió entre el exilio y la vuelta de Perón al país.

 

Palabras claves

Comandos civiles, violencia política, clandestinidad, antiperonismo.

 

Abstract

This work tries to illuminate about the conformation of the anti-Peronist political identity and to rethink about the clandestine action of civilians who decided to take up arms against Perón. The focus will be on the moment of greater coup activism from November 1954 to September 1955 and above all in the strategies of action carried out by one of these groups, the Catholic nationalists, most of all in the city of Buenos Aires and Córdoba. The work aims to review the formation of the Comandos Civiles Revolucionarios (CCR), their military practices and liaisons, the modes of cellular organization and the introduction of firearms to promote the fall of the second Peronist government in September 1955. These practices marked by the clandestine will be addressed from biographical memories and documents that they left. The idea is to rethink one of the many projects that via political violence were carried out in the name of "the fatherland", in a revulsive historical context and political instability in Argentina that ran between exile and the return of Perón to the country.

Keywords

Civil commandos, political violence, clandestinity, antiperonism.

Hacia finales del gobierno de Juan Domingo Perón, miembros de diferentes partidos políticos como el radicalismo, socialismo, comunismo, partido conservador, demócratas cristianos y nacionalistas junto a estudiantes universitarios mostraron un decidido grado de violencia contra lo que sentían como un proceso de “peronización compulsiva”. Esa confrontación implicó que un conjunto de hombres jóvenes, y en menor medida mujeres, con buen grado de violencia en los discursos no tardaran en pasar a las acciones conspirativas  las cuales conformaron un sistema de resistencia civil organizada en distintos ámbitos de la vida pública y privada. Unidos y decididos, un grupo de  civiles se juntaron en organizaciones clandestinas en nombre de la libertad y de los valores nacionales”, para enfrentar lo que consideraron un “régimen” y hablar en nombre del apelado “amor a la patria”. [1] 

Aún cuando la conspiración contra el peronismo tuvo distintas etapas, aquí analizaremos los antecedentes  golpistas desde 1951 en adelante. Sin embargo el foco se pondrá en el momento de mayor activismo  desde noviembre de 1954 hasta septiembre de 1955 y sobre todo, en las estrategias de acción llevadas a cabo por uno de estos grupos, el de los nacionalistas católicos, desarrolladas en pequeñas ciudades del interior del país, pero de manera más evidente en la ciudad de Buenos Aires y Córdoba. Así, abordamos un tema que en el marco de las investigaciones de la autodenominada Revolución Libertadora, ha sido mencionado y revisado en aspectos parciales, pero definido como un elemento clave del mundo opositor.[2] Asimismo, la investigación intenta aportar a los estudios relacionados a la identidad antiperonista, o en todo caso, a las identidades en plural, y al análisis del tenor del enfrentamiento peronismo-antiperonismo.[3] Incluso cuando excede a los objetivos de este trabajo, algunos conceptos que recorren este análisis como el de “amor a la patria” u “odio a Perón”, muestran la carga de resentimientos políticos que circularon en esos días.

Ahora bien, si bien el tema aporta a los campos de estudios del antiperonismo  consideramos que analizar la formación y las estrategias clandestinas de los Comandos Civiles Revolucionarios (CCR) durante los años cincuenta podría también iluminar aspectos de un problema más amplio de la historiografía: la relación entre organizaciones, violencia política y la cultura de la clandestinidad. Desde el punto de vista de la historiografía, la frondosa producción sobre violencia política en la Argentina contemporánea ha sido revisada poniendo el eje en la militancia y la lucha armada de los años setenta, en organizaciones armadas o guerrilleras de derechas e izquierdas, en sus semánticas bélicas o sus responsabilidades políticas.[4] Sin embargo, poca atención ha merecido el problema de la clandestinidad como práctica naturalizada de la cultura política argentina, en la que los actores setentistas pudieron haberse insertado, además de sus propias innovaciones ideológicas.[5]  De manera que nos detendremos en un momento de exaltación de esa cultura antiperonista y clandestina, para reconstruir: elencos de los comandos, sus estrategias de reclutamiento de miembros para la causa antiperonista, los modos de difusión de la propaganda anti-oficialista, la naturalización de la muerte frente al enemigo político,  la relación entre civiles y militares golpistas y la organización celular y tabicada a la que acudieron en pos de un objetivo revolucionario, en este caso católico, nacionalista y antiperonista. [6]

La posibilidad de conocer las características de movimientos clandestinos no suele ser abierta y de fácil acceso al investigador. La organización, por su condición clandestina solo puede ser exhumada a partir de recuerdos, memorias personales, sospechas mutuas de participación, definiciones vagas entre compañeros de ruta y por qué no, escenas mitificadas del pasado. Nuestras fuentes primordiales han sido: las memorias biográficas, el conjunto de propaganda política que generaron, las memorias ficcionadas en forma de novelas y ensayos. Por ejemplo, un testimonio personal novelado con el título Operación Rosa Negra, publicado inmediatamente después de los hechos, en 1956, firmado con el seudónimo de José Flores, en el que se omiten también los nombres reales de los compañeros de organización clandestina, propone una posible definición acerca de que significó ser un Comando Civil Revolucionario, sus características y prácticas. Esa obra, fachada de una realidad reciente y escrita en el fragor del triunfo revolucionario, da cuenta de una resistencia civil del tipo nacionalista que se organizó a partir de un grupo de amigos y ex miembros de la Acción Católica.  A partir de esas fuentes, se revisará como esa resistencia antiperonista se extendió, cuáles fueron los mecanismos para que eso pasara, el cursus honorum de quienes decidieron colaborar en la lucha contra el peronismo y el papel de los “enlaces” o mediadores entre los civiles y militares que, de manera conjunta y organizada más o menos informalmente desplegaron sus convicciones a través de las armas.[7]

 

Los antecedentes 1951-1954

 

Desde 1949 en adelante se registraron las primeras y confusas intentonas de golpes contra el gobierno peronista. Desde ese año, los fanáticos antiperonistas consideraron a la reforma constitucional como el texto madre del autoritarismo político, o los “inconfesables fines dictatoriales” de un régimen, cada vez más opresor.[8]

Uno de los espacios de conspiración era el Casino de la Escuela Superior de Guerra. Allí fue donde se dieron las conversaciones entre dos figuras, el general Eduardo Lonardi, Jefe del Primer Cuerpo del Ejército de Rosario y el general Benjamín Menéndez, un “cerrado nacionalista”, retirado desde 1942 pero con contactos con la oficialidad más joven, a través de sus hijos oficiales de caballería[9]. En realidad, en esa oportunidad no llegaron a ningún acuerdo entre sí dada la lucha interna entre ellos.[10] Los deseos de conspiración, no solo era de los militares sino también de miembros civiles de diferentes partidos políticos. En esos días  actuaron Arturo Frondizi del Partido Radical, Américo Ghioldi dirigente del Socialismo, Reynaldo Pastor del Partido Conservador y Horacio Thedy del Partido Demócrata Progresista, entre muchos otros. En esa ocasión, el Poder Ejecutivo y su policía fue “advertido” del intento y se decretó el estado de guerra interno en una sesión express del Congreso, A Menéndez, se le dio quince años de reclusión después de que la opción por el fusilamiento fuera descartada por el presidente.[11]

Pocos meses más tarde la idea del complot contra el gobierno de Perón llegó más lejos. El objetivo se radicalizó y el resentimiento de varias camarillas antiperonistas los llevó a elucubrar el plan de matar al presidente de la Nación. Poco se sabe de un plan llevado adelante en enero de 1952 organizada por el Coronel José Francisco Suárez, uno de los implicados en el levantamiento de Menéndez, el cual también fue desbaratado antes de perpetrar el ataque. En un rapto de imaginación bélica el coronel (R) José Francisco Suárez preparó camiones blindados para atacar; la residencia presidencial, en Libertador y Tagle, el Departamento Central de Policía, el Correo Central y la red de teléfonos. En esta oportunidad, la participación de civiles fue más activa que en anteriores ocasiones. Grupos de civiles “encuadrados por oficiales retirados cooperarían en las acciones”. Suárez no llegó a concretarlo dado las tareas de inteligencia del gobierno.[12] De modo que el complot fracasó estrepitosamente y condujo a prisión a cincuenta militares retirados, entre ellos al mismo Suarez, el Coronel Toranzo Montero y el Almirante Leonardo Mc Lean. Entre los civiles se encontraban los políticos radicales Alberto Candiotti, César Coronel, Germinal Basso, decididos a conspirar a sangre y fuego.[13]

El antiperonismo se canalizó también en los sectores universitarios, quienes de manera continental, luchaban contra los autoritarismos vigentes, participando de diferentes reuniones y encuentros internacionales.[14] La lucha contra Perón era causa privilegiada entre los estudiantes, demostrada en sucesivas marchas y manifestaciones, pero también en ataques concretos. El 15 de abril de 1953, en un acto convocado por la CGT en Plaza de Mayo y durante el discurso del presidente Perón estallaron dos bombas colocadas por estudiantes; una en la puerta del Hotel Mayo y otra, en la boca del subterráneo. Las bombas generaron muertos y varios heridos.[15] Mariano Castex junto a un grupo de compañeros pertenecientes a FUBA planificaron matar a Perón, en la idea de que el régimen terminaría con la muerte de su líder. Como el mismo Castex recuerda, sus modelos eran los maquis franceses y estaban inspirados en los paracaidistas enviados a Praga en 1942 para matar “al segundo de Hitler”. Así que planearon cargar un jeep con explosivos el 17 de octubre de 1953 y volarlo al paso del presidente por la Avenida Alem. El operativo que estaría integrado por Roque Carranza y Diego Muñiz Barreto entre otros, fracasó cuando este último “largó todo un día de curda” y provocó la captura de los conspiradores, quienes fueron a parar a la Alcaldía de Tribunales.[16] “La conspiración Bebé”, así la llamó Castex, aunque fallida, en todo caso mostró un momento de alta indignación de un conjunto de estudiantes universitarios.[17] Incluso el mismo Castex en 1966 sin salir de su matriz nacionalista pero ya integrada a una red política mucho más amplia, opinaba que “en realidad el peronismo era la doctrina social de la iglesia con una mezcla de fascismo y algunos ribetes de nacionalsocialismo” pero reconocía que “el país no podía funcionar sin peronismo”.[18]

Hacia 1954, a las manifestaciones antiperonistas universitarias, los boicots militares y políticos, se sumaron los duros enfrentamientos entre la Iglesia y el estado peronista. En Córdoba, centro de varios episodios opositores, durante la semana de la primavera de 1954, el “Movimiento Católico de la Juventud”, dirigido por el presbítero Quinto Cargnelutti programó una “Semana de Afirmación Católica en oposición a los festejos oficiales del gobierno.[19] Sobre todo fue una división interna entre distintas facciones en movimientos juveniles. Los adolescentes católicos pugnaban por usar el distintivo del Movimiento Católico de la Juventud y no el de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) que promovía el gobierno. Esta respuesta popular significó la desaprobación enérgica del gobierno respecto de la política social católica, y una serie de persecuciones a un conjunto de prelados de cada provincia del país. El 10 de noviembre de 1954, en un discurso transmitido por cadena nacional Perón dijo que doscientos o trescientos activistas de la FUBA, eran “enemigos del pueblo” y mencionó en ese mismo discurso a distintos obispos. Una adolescente recuerda las disputas entre las chicas de la UES y ellas, las señoritas católicas del Colegio Carbó en Córdoba, declarando que “el brutal discurso del 31 de agosto nos asustó bastante”.[20] La división entre la Iglesia y el peronismo no era nueva y estuvo siempre tensionada entre un gobierno que hizo de la política estatal una religión con sus propios ritos y santos, sus misas laicas y que competían por el espacio simbólico. Y aunque desde el primer momento estaba planteada la antinomia, a finales de 1954 se radicalizó.[21] La experiencia de participación conspirativa de parte de los miembros de los partidos políticos y los antecedentes del golpismo militar hasta aquí planteados fueron claves para esa radicalización y para la difusión de los comandos.

 

Comandos Civiles Revolucionarios: una definición

 

Las memorias biográficas dan cuenta de que los Comandos Civiles Revolucionarios (CCR) fueron grupos de civiles organizados clandestinamente, armados y liderados por un jefe o “contact men”, generalmente hombres con vínculos en ámbitos sociales destacados o con experiencia militante, provenientes de partidos políticos como el radicalismo, socialismo, conservadorismo. Quienes a su vez, respondían a una autoridad superior, en general un militar con conocimientos y recursos materiales y logísticos capaces de promover una conspiración. La organización de los CCR era celular, formada por grupos entre diez y veinte personas ligados entre sí, quienes en la mayoría de los casos empleaban identidades falsas o información tabicada. Estos grupos fueron activos en varias ciudades y pueblos del país, sobre todo en Córdoba y Buenos Aires. Las fuentes registran a esas “orgas” extendidas como manchas de aceite en el país e involucradas en una dinámica de resistencia civil cuyo momento más activo y de mayor decisión se demostró con la sucesión de hechos entre junio y septiembre de 1955. Los hombres que participaron en estos comandos tuvieron su propio cursus honorum. Hubieron quienes solo participaron en acciones de propaganda o apoyo, entre los cuales se registran algunas mujeres oficiando de impresores de panfletos o correos de ese material y hubieron quienes referenciándose en los maquis franceses, se entrenaron en tácticas y en uso de armas y explosivos, aprendieron a usarlas y se juntaron con conspiradores que les dieron técnicas de tomas de radio o interrupción de emisiones de ondas radiales, desde varios meses antes de la autodenominada Revolución Libertadora para llevar adelante el objetivo de derrocar al gobierno. Los más entusiastas declararon años después que se alcanzó a tener 30.000 hombres en armas. Otros más escépticos consideraron que “los de hierro”, nunca fueron más de 3.000 o 4.000. Porque como en toda organización armada solo los más audaces o convencidos iban, daban el paso a la clandestinidad. Ellos mismos, reconocen que “adheridos habría 20.000 o más, pero cuando era necesario salir por diversas causas: miedo, razones familiares o falta de armas, apenas se alcanzaba a contar con otros 4.000 hombres”.[22]

Los integrantes de los comandos actuaron como “milicianos a la vista de todos en defensa de los derechos de la Constitución Nacional” y en contra de lo que consideraban la “tiranía” peronista.[23] Esa fue la justificación ideológica de sus actos y discursos, y los justificativos de buena dosis de violencia política. Incluso la definición de que significaba ser un comando civil en relación a sus características y a sus  prácticas, es más una auto identificación, generada a partir de un testimonio personal titulado Operación Rosa Negra, publicado inmediatamente después de los hechos, en 1956. José Flores, es entonces un seudónimo de quien hoy sabemos que se llamó José Arnaudo, en el que se omiten también los nombres reales de los compañeros de organización clandestina.[24] Jóvenes atléticos en su condición de montañistas, cultos universitarios de las clases medias y altas metropolitanas, quienes al sentirse agredidos en su condición de católicos, comienzan a reunirse en típicos bares céntricos o en la sede de una “Sociedad Cultural” donde sus conversaciones sobre política, el análisis de los rumores y los recuerdos de sus luchas en la calle contra el gobierno desde 1951, eran sus temas preferidos. Y su tarea predilecta la de organizar las acciones de resistencia contra Perón al que consideraban “endemoniado”. [25]

Sin embargo, los nombres que siguen, no exhaustivos, que surgen de testimonios opacos tanto de los protagonistas como de allegados, dan cuenta del matiz y la heterogeneidad de los distintos miembros respecto de su origen social o ideológico.

 

 

 

Nombre

Origen

Aguirre Cámara, José

Demócrata Cristiano

Alvarez Agustín

Demócrata Progresista.

GOFA (gran Maestre del Gran Oriente Federal Argentino).

Alvear Morales, Miguel Angel

 

Amadeo Mario

Nacionalista Católico

Arnaudo, José

Nacionalista Católico

Beccar Varela Cosme

Nacionalista Católico

Bonardo Augusto (51)

Periodista

Burundarena Carlos

Nacionalista

Católico

Canitrot Adolfo

Radical y FUBA

Carranza, Roque  (53)

Radical y FUBA

Castellanos Tristán

Radical

Corominas Rodolfo

Demócrata Cristiano

De Estrada, Santiago

Nacionalista Católico

De Martini Ciro (h) (51)

Militar (exonerado)

Diaz Colodrero

Nacionalista

Díaz Vieyra, Santiago

Nacionalista

Douek, Rafael  (53)

Radical(FUBA)

Euclides Ventura Cardozo Euclides (51)

Nacionalista

Fernandez Alvariño Próspero Germán

Militar

Gallardo Juan Luis

Soldado conscripto.

Gallo, Vicente

Nacionalista

Ghioldi Américo

Socialismo

Goyeneche, Juan Carlos

Nacionalista

Guevara,JuanF.

Militar

Illia Arturo

Radical

Lamuraglia Raúl (51)

Presidente UIA

Financista UCR

Lastra, Bonifacio

Nacionalista

Ledesma Clodomiro

Nacionalista

Manrique Francisco

Militar (Marina)

Martinez Zemborain Oscar (51)

Radical

Martinez Zemborain, Abel.        (51)

Radical

Otero  “Cacho”

“Comerciante”

Padilla Augusto

Nacionalista

Peltzer Enrique

Nacionalista

Perez Leiróz, Francisco

Socialista

Sanchez Sorondo, Marcelo

Nacionalista

Sanchez Zinny, Adolfo  (51)

Nac. Católico

Seeber Francisco 

Nac. Católico

Tedín Alberto

Nacionalista

Samuel Toranzo Calderón

Militar

Vader Walter (51)

Militar (exonerado)

Vicchi, Adolfo

Demócrata Cristiano

Videla Balaguer,  Dalmiro

Militar

Villada Achaval,

Cuñado del enlace General Guevara.

Nacionalista

 

Zabala Juan Ovidio

FUBA

Zavala Ortiz Miguel Angel

Radical unionista

Fuente: Reconstrucción personal a partir de Memorias, autobiografías y ensayos. El seguimiento de sus trayectorias identifica a muchos de ellos conspirando desde 1951 en adelante.

 

Para 1955, entonces la formación de los CCR no fue solamente una cuestión de jóvenes católicos fanatizados, sino también de civiles provenientes de distintos partidos políticos involucrados con militares que, una vez más desde 1951 intentaban estrategias para hacer caer al gobierno. Como ejemplo de lo dicho, con toda su experiencia conspirativa a cuestas de 1943, 1946, 1951, 1953 el general Juan Francisco Guevara afirma que en 1955 se unió al movimiento golpista a través de dos contactos civiles nacionalistas, como Francisco Seeber y Mario Amadeo, quienes lo relacionaron con el Capitán de Fragata Alberto Saravia Gallac, uno de los Marinos al mando de un comando conspirador. Según Guevara la relación con civiles era bien fluída.[26] Durante los preparativos, los partidos Conservador, Radical y Socialista, mantenían estrechos vínculos y procuraban firmes acuerdos, con los principales cabecillas de la conspiración.[27] Guevara afirma que los partidos opositores estuvieron representados por personas como Adolfo Vicchi, conservador mendocino, Miguel Angel Zavala Ortiz, radical unionista o Américo Ghioldi, socialista ya entrenado desde las primeras conspiraciones y el fanático abogado nacionalista Luis María de Pablo Pardo.[28] Sin embargo, nuestras fuentes permiten descubrir en profundidad las prácticas de uno de esos grupos: los jóvenes católicos.

 

La propaganda antiperonista

Tal como los recuerdos novelados lo describen, en 1954 la resistencia católica antiperonista intensificó su tarea cotidiana, a partir de la impresión clandestina de volantes, en todo el país. La primera fase del plan de conspiración civil, fue extender un contradiscurso y propagandizar noticias alternativas a las oficiales. Esto se logró  por medio de la formación de una red de imprentas clandestinas en diferentes lugares del país, en sótanos caseros, en parroquias y en imprentas escolares. En esos mimeógrafos repartidos en diferentes sitios se imprimían volantes y folletos con información alternativa y luego, bajo la estricta vigilancia de la inteligencia y a riesgo de ser encarcelados y torturados con viejos métodos policiales, como “fatiga física, plantones, golpes puñetazos, estacazos o manguerazos, picana eléctrica cuyas brutales descargas ni los más valientes resistían”, muchos de los jóvenes de la resistencia antiperonista oficiaron de repartidores de paquetes a puntos claves de distribución.[29] Los correos se organizaron en forma de encadenamiento de vínculos desconocidos entre sí, con una información tabicada acerca de datos y apellidos, una típica organización celular utilizada profusamente por organizaciones armadas y guerrilleras, una década posterior en la Argentina.

Los “panfletos” fueron una práctica de información e instrucción opositora extendida; escritos anónimos, impresos en viviendas particulares mediante los que se atizaba la lucha contra el gobierno y contra su “persecución religiosa”.[30] Más allá de los allanamientos de la policía peronista, la campaña panfletaria se extendió en cientos de grupos. Se imprimieron en mimeógrafos clandestinos o se escribieron a máquina en las casas particulares desde noviembre de 1954, con el fin de contrarrestar los discursos oficiales. La Federación Universitaria de Córdoba incluso poseía un mimeógrafo, al que llamaban “Mimi”, que cambiaba de lugar permanentemente para no ser detectado.[31] Los panfletos tendrían el objetivo de difundir el mensaje de los católicos para conseguir la adhesión popular. Las manifestaciones callejeras de los católicos entre noviembre de 1954 y agosto de 1955, convocadas por estos medios fueron muchas y numerosas con sus consecuentes encarcelamientos.[32] La distribución de los volantes, los movimiento de máquinas de rottaprint de un lugar a otro y la colocación de imprentas en las casas particulares daba frutos. Félix Lafiandra, el recopilador de estos panfletos, lo confirma, la relación cívico militar del siguiente modo: “la organización de envíos de panfletos por correo a militares llegó a ser casi perfecta. Cientos de militares de alta graduación recibían como mínimo uno o dos panfletos por semana. La mayoría eran panfletos especialmente dedicados a ellos que apelaban a su patriotismo y dignidad para salvar a la República”.[33] En los textos de los esos papeles sueltos y desperdigados en el país están los argumentos de una batalla que consideraban patriótica cuando los civiles les escribían a los soldados arengándolos a que “el destino de la Patria está en manos del ejército. ¡Tú y nosotros hombres de armas, bien los sabemos!” La violencia de las palabras impresas fueron rotundas: se trataba a Perón como un “hombre minúsculo, débil, oscuro, corruptor de menores de la UES, disociador de la argentinidad” o de “tirano inmoral que ha hecho naufragar en la hediondez y las miasmas todo lo noble, valioso y puro que teníamos” y se hacía un llamamiento a los opositores emulándolos a la figura de un verdadero combatiente apelando a ellos como “tú camarada, tú soldado, tú argentino”.

La apelación al amor y al odio funcionaron en paralelo, en ese mundo cruzado por la relación entre el peronismo y el antiperonismo como lo demuestran las palabras de José Luis De Imaz, un joven nacionalista con una participación opositora clara, aunque limitada por tal motivo, no llegó a armarse contra Perón. Dice De Imaz: “fueron los meses más decisorios que en mi vida me tocó vivir y en los que estuve absorbido hasta la médula”. Y recuerda haberle dicho al padre Wagner: “Padre, yo no sé si me puedo confesar porque le voy a decir que siento el deseo de enmendarme pero no es así. Yo odio, lo odio al presidente y una vez que me retire del confesionario, no le puedo prometer que dejaré de sentir odio”.[34] Sin embargo, las trayectorias personales y las identidades políticas deben ser analizadas en relación a un contexto que las transforman más de una vez. Ese odio, como suele suceder en la dinámica política en hombres que a su vez estaban en plena transformación vital, un año después se convirtió en otra cosa cuando en 1956, Imaz fundaba el Centro de Abogados Pro Imperio del Derecho, a raíz de la necesidad de denunciar la muerte de Manchego, “un ex empleado de la vicepresidencia de Perón, el cual fue golpeado, posiblemente, por los comandos civiles, pero hicimos un escándalo terrible, la revolución había prometido desterrar las torturas, símbolo del abominable régimen”.[35]

En el panfleto número 100 titulado ¡Estudiante! Se dieron instrucciones precisas a los más jovencitos para que supieran plegarse a una huelga estudiantil y que se tomasen todos los recaudos propios de los movimientos secretos. Concretamente se instruía: “el día del comienzo de la huelga se te hará conocer por los delegados locales. Durante la huelga, para no ser delatado, debes quedarte en tu casa y no merodear por los alrededores del colegio, donde los alcahuetes de la UES o de la CGU, servirán de auxiliar a la policía. La patria lo espera todo de la Juventud,…por Dios por la Patria y por la libertad!”

Este sistema de “correos”, que para el mes de abril de 1955 “había adquirido caracteres impresionantes” según Lafiandra, donde participaban cientos de personas, entre ellos algunas mujeres, un mismo clima emocional de conspiración civil. Según el autor de Operación Rosa Negra casi nadie contaba todavía con información real acerca de la dinámica del ala militar que en forma paralela, organizaban el derrocamiento. El 9 de julio, un panfleto escrito en nombre de los jóvenes presos en la Escuela de Mecánica de la Armada y en la Policía Federal, hace un culto a la muerte al decir que “si hemos de pagar tal satisfacción con nuestras vidas, liviano habría sido el pago porque hemos triunfado. Te desafiamos tirano. Jugamos nuestra aparente impotencia contra tu falso poder”.[36] Tanto el recuerdo de los testigos como los escritos en formas de proclamas o incluso poemarios populares que exaltaban la civilidad y la entrega de la vida haciendo referencia a la noción de un patriotismo cotidiano.

 

¡A las armas en contra de Perón!

 

No eran solo palabras. Flores, en Operación Rosa Negra confiesa que un grupo de jefes de las fuerzas armadas, convencidos de que no había otra solución posible, comenzaban a planear una revolución y entre las muchas estrategias llevadas a cabo una de ellas fue entrar en contacto con los jóvenes más fanatizados. Una vez integrados en algún grupo o una red clandestina de correos, los más comprometidos con la causa antiperonista, los más audaces o los que se convirtieron en experimentados en refriegas de defensa de los símbolos católicos que los peronistas atacaban, lo primero que hicieron fue conseguir un “enlace”. [37] Este enlace tenía la función de incorporarlos al mundo de la conspiración, proveerles de armas, enseñarles sobre el armado de explosivos o entrenarlos en alguna toma de medios de comunicación oficialista para producir las proclamas revolucionarias, soliviantar a los rebeldes y expandir los principios. Los estudiantes, los políticos locales, los civiles, se juntaban con hombres experimentados, expatriados, o militares que organizaban a los novatos que debían “procurarse un arma y juntarse con cuatro o cinco amigos”.[38] De tal manera, uno a uno fueron acercando compañeros para las diferentes causas y creando células de veinte personas cada una, tabicados entre sí y reportando a un jefe. Es decir, pasar de propagandista a revolucionario implicaba no solo una transformación en las identidades políticas sino en las relaciones vinculares y de sociabilidad. La decisión de entrar a un comando los hacía ingresa en mundos alternativos al de sus vidas. De hecho, en la mencionada novela de ficción autobiográfica uno de los personajes, “Federico”, se ve imposibilitado de participar de lleno en el movimiento clandestino por estar involucrado en la acción partidaria. Por esa razón le pide a Flores que lo suplante en su misión  conspiradora, para lo cual debería ver a “Marquez Siri un experimentado en resistencia antiperonista, un ex expatriado en Montevideo”, que lo ingresaría al mundo de los comandos.[39] La red de grupos expandidos por distintas ciudades del país, no hubiera sido posible sin los enlaces o mediadores con los organizadores de sectores militares.

Las armas de fuego al servicio de la política eran una tradición. Pero ahora y como donativos a la causa antiperonista comenzaron a naturalizarse en manos de jóvenes que no tenían costumbre en el uso de las mismas. Los modos de conseguirlas fueron diversas: préstamos, compra de usados, viejos recuerdos familiares, formaron un menú de posibilidades para hacerse de ellas. Alguna vez, uno de los defensores del golpe en la ciudad de Córdoba contó que las armas se las adquirían a dirigentes sindicales “que vendían sus Thompson y sus Berretas (sic) después de haberles roto el percutor”, dato “increíble”. Incluso las prácticas de resistencia de milicianos informales se recortan en recuerdos de los testigos. Un ex militante antiperonista evoca a un vecino suyo, “Don Pedro Morales Díaz”, llegando ansioso a tocar la puerta de la casa en búsqueda de algún arma con la que apoyar a la revolución en la calle. La justificación era temeraria: un grupo de civiles del comité Seccional de la Unión Cívica Radical había decidido tomar por asalto la comisaría local, pero necesitaban armas. La familia del testigo le entregó a “Don Pedro” el arma del padre de la familia, un revólver calibre 32 largo y una docena de balas. En realidad, la pasión y el ímpetu de pelea quizás fueron mayores que los hechos concretos teniendo en cuenta que la comisaría, a dos cuadras de su casa, mostró silencio y tranquilidad durante toda la noche. El valor de la anécdota nos permite vislumbrar acerca de la resistencia informal contra el peronismo, que en los últimos días antes del derrocamiento, combina la figura del miliciano con armas que combate a cara descubierta proclamando su enfrentamiento abierto al poder en comandos mejor organizados.

En este último caso, en cambio, las armas eran provistas por los mismos militares que cumplieron la función de organizadores. Una vez que los enlaces contactaban con miembros dispuestos a entrar a un grupo, y se le destinaba las tareas- como ejemplo asaltar el local de la Alianza Libertadora Nacionalista o el local de las CGT de alguna localidad- estos garantizaban el suministro de armas para realizar las acciones. Nuevamente, la ficción memorialística nos ilumina sobre esta cuestión cuando se refiere: “los militares han ofrecido proveernos de fusiles, ametralladoras, granadas de mano y balas luminosas para señales”. Incluso para los recién ingresados al movimiento se ofrecieron “conferencias sobre balísticas” y ventas de armas en forma particular entre los conspiradores. Junto con el estudio de la logística de cada acción de sabotaje, se garantizaba la entrega de las armas que se necesitaban para ello.

La formación del equipo necesitaba de hombres jóvenes y ágiles, que supieran manejar, correr, trepar. Que sean furiosos antiperonistas y fueran capaces de “meter bala con tranquilidad”. Debían ser siempre cuatro por auto, pues “los expertos en gangsterismo han demostrado el quinto hombre molesta para subir y bajar del coche con rapidez”. Los consejos que recibían les eran ajenos a los que habían recibido antes como muchachos de buenas familias. Se les decía “proba las armas que vas a llevar” “no amenaces de lejos, dejálo acercar y encañoná en el pecho” o “carga toda la nafta que puedas”.[40] El ingeniero Carlos Burundarena, por su parte, les daba clases exhaustivas de sabotajes a las radios emisoras que replicaban la palabra oficial. En su “moderno y confortable departamento” céntrico en Buenos Aires les enseñaba los cables que debían cortar o hacer volar el “machín” de las emisoras[41] Los muchachos universitarios y antiperonistas convertidos por el contexto en milicianos en nombre de “la libertad” estaban cada vez más preparados para los ataques. Algunos, sin embargo, demasiado jóvenes e inexpertos. Sobre esas experiencias alguien comenta:

 

El fusil me pesaba más que nunca. Junto con varios civiles y numerosos soldados custodiábamos el Cabildo cuando el General Lonardi tomaba el Juramento al Interventor de Córdoba, General Dalmiro Videla Balaguer. Serían aproximadamente las siete cuando mi guardia finalizó. Cansado, volví a casa de mis tíos después de varios días y varias noches de trabajo intenso, como centinela y patrullero.

 

La causa no les pesaba tanto como las guardias o las mismas armas y la vida diaria se mezclaba con la convicción de derrocar a Perón. La revista Nosotros Los Muchachos era una revista católica mensual editada en la provincia de Córdoba destinada a la juventud, da cuenta en una extensa nota que rememora las acciones de los jóvenes católicos y los exalta a la categoría de heroicos resistentes, patriotas de corta edad, nos sirve para identificar la jerarquía interna dentro de la organización y de la paradójica convivencia entre violencia y religiosidad si se trataba de luchar contra “la tiranía” o incluso sus defensores. La división interna de un comando era jerárquica y además de los jefes del Comando Revolucionario militar, los hombres se organizaban según sus funciones: los grupos de choque, el grupo de secuestro y detención de personas, los dinamiteros, el de movilidad de grupos técnicos. Solo en Córdoba se contaban más de tres mil quinientos hombres.

La violencia rebelde no fue siempre organizada desde arriba. También asumió una forma de violencia civil improvisada, donde puede verse la intimidad de las relaciones entre los insurgentes. En ese sentido, es que deben ser rescatados los recuerdos de un protagonista, Rodríguez Isleño, quien recuerda la mañana del 16 de septiembre de 1955 en una zona de Alta Córdoba, en el que la policía se acuartelaba y el vecindario compraba provisiones por unos días y las calles se vaciaban, mientras los aviones de bombardeo volaban a baja altura. Aunque durante esos días, la radio cordobesa emitía una serie de mensajes confusos. Sin embargo, la Secretaría de Prensa y Difusión, a través de la cadena oficial intentaba tranquilizar a la población hablando de hechos aislados, otra señal de radio opositora la Voz de la Libertad argumentaba que la ciudad estaba controlada por los rebeldes”. Esa contradicción muestra la importancia de los medios de comunicación y el hecho de que radios y diarios fueron botines de guerra para todos. Las anécdotas atravesadas por la memoria personal de quien las evoca, registra un tono de heroicidad civil, cuando en Losada a 25 kilómetros del sur de la ciudad, las autoridades leales al gobierno ordenaron la detención de dirigentes radicales en calidad de rehenes. Los recuerdos quizás exagerados o teñidos retrospectivamente evocan la reacción vecinal de un grupo de pueblerinos ante la detención de uno de sus referentes, “el Dr. Cid”, quienes impidieron con un corte de vías férreas, el paso de un convoy que conducía a las tropas leales de Río Cuarto hacia Alta Gracia, haciendo caminar las tropas unos 15 kilómetros hasta su destino.[42]

Según los testigos involucrados en el golpe a Perón, las radioemisoras cordobesas en medio del fuego, “constituyeron la voz constante de la revolución” y un locutor improvisado dispuesto a “decir la verdad” el Dr. Eduardo Aguiar, fue tomado con el “héroe de la radio revolucionaria”.[43] La comunicación radial era fundamental para los revolucionarios. De modo que en la mañana del 16 de septiembre, cuando el golpe había sido planteado por decisión militar entraron en acción los civiles tomando por la fuerza a tres antenas de radiodifusión LV2, LV1, LV3, la cual quedó destruida por la resistencia policial.

Las tomas se hicieron en medio de una ciudad situada, en la cual era necesario conocer salvoconductos para desplazarse por sus calles. Los recuerdos personales, otra vez, dibujan los piquetes y el modo informal que en ocasiones se conformaron:

 

la primera visión revolucionaria que tuve fue frente al Automóvil Club Argentino. Allí se encontraba custodiando las preciosas reservas de combustible el Sr. Mammana y su figura solitaria se recortaba en la penumbra de la playa de la estación de servicios. Tenía en sus manos una escopeta de grueso calibre y un cinturón calzado con todos sus cartuchos Mi hermano decidió unirse a ellos. (…) A mi hermano le proveyeron de vestimenta y equipo militar para que en caso de ser detenido no fuera fusilado, fue asignado a la defensa del Palacio de Justicia y sede gubernamental, ocupando un puesto avanzado sobre el Paseo Sobremonte.[44]

 

La escena da cuenta de la práctica de los CCR y de la convivencia entre cierta informalidad o encuentros fortuitos con personas con las mismas pasiones conspiradoras, con grupos más organizados, con armamentos y enlaces militares que entrenaban a sus integrantes.

Los hechos militares en defensa del gobierno mostraban las diferencias de fuerzas entre el gobierno y la tarea de represión a cargo del General Epifanio Sosa Molina en nombre de su jefe, el general Franklin Lucero. Nueve unidades de combate rodeaban a Córdoba. La radio LV2 realizó una labor de difusión de la revolución y a juzgar por las crónicas contemporáneas, fue un transmisor clave para la exaltación de la combatividad. El día 21 de septiembre corrió el rumor de que los leales al gobierno habían roto la tregua, razón por la cual desde LV2 se escuchó ¡todos a las armas de nuevo! ¡si usted sabe que su vecino no escuchó este llamado vaya golpéele la puerta! ¡Avísele! Por la radio La voz de la Libertad, el jefe de la Revolución general Lonardi le hablaba “al pueblo argentino y a los soldados de la patria por el honor de un pueblo sojuzgado” y que los argentinos “sí tienen derecho de armarse en defensa de la Constitución y las leyes”.[45] En la comisaria de Alta Gracia, lo habían comprendido los civiles mejor que nadie. Los rebeldes eligieron para defenderla a Pata de Plomo un vecino conocido por todos y aficionado al tiro al blanco y, un joven nacionalista y aficionado a la caza, revoltoso y ex alumno de la Escuela de Aviación Militar. A partir de ellos, se organizarían barricadas y los demás “actuarían como guerrillas desde las azoteas”.

La organización celular y clandestina de los correos se mejoró con los comandos armados. Oscar Martínez Zemborain, había sido víctima de la tortura de la Sección Especial de la policía peronista, como quedó retratado en el film Los torturados donde él mismo representó su propio papel. Varios años después de la caída del peronismo, exteriorizó que formó parte de un comando rebelde de Córdoba y que cada grupo civil tenían veinte miembros cada uno, un jefe y un subjefe y que se entrenaban en tiro allí donde podían. Zemborain comentó acerca del esfuerzo que supuso conseguir autos, camionetas, con los cuales conspirar, como así también la búsqueda de fondos económicos con los cuales movilizar el mecanismo.[46]

Las resistencias informales fueron guiadas por jóvenes militares que proveyeron armas y daban instrucciones de “hostigar al enemigo sin enfrentarlo”, y enseñaban a no tomar decisiones apresuradas pues “en la guerra siempre hay suficiente tiempo para actuar con eficacia”. Tanto organizados en vínculos formales o informales y en combinación entre civiles y militares, un grupo de la población resistente y rebelde hacía frente al gobierno instituido.

El grado de exacerbación que circuló por esos días de derrocamiento son tangibles, a través del testimonio de Juan Luis Gallardo, un joven de 20 años que en 1954 cumplía su servicio militar como conscripto en el Regimiento Motorizado Buenos Aires. Al mismo tiempo que revistaba como soldado del ejército argentino pertenecía un Comando Civil revolucionario, junto a otros desconocidos entre sí, pero dependientes, todos, “de un capitán de apellido Palma. En su testimonio se evidencia la tensa relación del olvido, los silencios o los recuerdos que dejan a salvo la actuación de los actores en los hechos concretos. De su paso por esa organización clandestina, dice recordar una orden superior que no ejecutó, por haberla considerado un disparate y por el entonces sabio consejo del Mayor Guevara que le mandó decir que no se le ocurriera realizar esa tarea ni cumpliera con esa “orden demencial”. Porque en realidad a Gallardo y a otros integrantes de un comando se le había encargado visitar a un general de la Nación cuyo nombre desconocía y, una vez abierto la puerta de su domicilio debería “clavarle un cuchillo para mandarle a otro mundo”. Años más tarde, ese nombre negado en su oportunidad, se le reveló como el General Maglio, jefe del Colegio Militar.

Los ataques personales podían formar parte de los planes, pero como en Córdoba, el plan madre de los CCR, y quizás su participación más visible, fue tomar los medios de comunicación con el fin de paralizar el aparato estatal de propaganda. La toma de las radios locales, la destrucción de los sistemas de transmisión o la disminución de la potencia de onda, fue un arma clave. Para lograrlo en la ciudad de Buenos Aires un equipo de técnicos a cargo del ingeniero Carlos Burundarena planificaron, el “silencio de radio” en plantas como Pacheco, Florida, Ciudadela y Hurlingham entre otras. Los civiles revolucionarios fueron convocados con la colaboración de radioaficionados y a través de llamadas telefónicas y la utilización de las típicas santos y señas” de las organizaciones clandestinas.[47]

La organización en células, además de tabicar identidades de compañeros hizo que no siempre supieran la función que les tocaba cumplir, aunque una vez decididos los sabotajes, los mismos protagonistas recuerdan haberlos hecho con “coraje y recio espíritu de sacrificio”.[48] La colocación de explosivos era fundamental y las tareas se dividían. Las escenas de los ataques a las radios de Buenos Aires recuerda a grupos de a diez hombres jóvenes, apiñados en autos prestados, con gran cantidad de armas largas, fusiles ametralladoras y cartuchos de gelinita que debían hacer explotar con mechas. La operación en la Radio Belgrano fue exitosa en medio de una noche oscura. Sin embargo al volver, y luego de haberse dispersado, un grupo fue detenido en un retén en Avenida Madero y San Martín, al hallarse un revólver olvidado en el coche. Los detenidos fueron a engrosar las listas del grupo de civiles en Hospital Naval Central.

Aquellos quienes participaron de esos hechos, todavía en 1963, no se atrevían a dar sus nombres. Primera Plana les hacía algunas preguntas para reconstruir la visión que tenían de sí mismos. Un médico que “aprendió a manejar la PAM sobre la marcha”, opinaba que eran un efecto de la renuncia de los militares a defender los principios democráticos y permitir el gobierno de Perón. Otro, abogado de mayor experiencia fue más severo aún. Acusaba a los militares no haber apoyado suficientemente a los Comandos de Buenos Aires, como si se había hecho en Córdoba. “Los civiles tuvimos que poner lo que le faltó a los uniformados” dijo otro, en un acto de mitificación patria. Todos coincidieron en aquel reportaje de 1963, que “el enemigo”, ya no era tanto el peronismo. El enemigo es el comunismo y en la medida en que este sea un peligro, los Comandos, no morirán”.

 

Algunas conclusiones

 

El estudio de la formación de diferentes grupos unidos en la literatura histórica como Comandos Civiles Revolucionarios (CCR) que actuaron entre 1954 y 1955 en la Argentina, permite revisar las estrategias conspirativas de los ciudadanos comunes, la clandestinidad de los grupos comandos durante los años cincuenta y la organización celular de organizaciones armadas, en pos de un objetivo revolucionario y nacional, durante los últimos años del gobierno peronista. Lo que fue considerado un “régimen”, despertó reacciones de un conjunto de civiles de radicales, conservadores, comunistas, socialistas y demócratas cristianos, y sobre todo coaguló con el fanatismo en los sectores juveniles provenientes del catolicismo, todos ellos apoyados por sectores militares golpistas quienes no dudaron en acudir a las armas en pos de su objetivo.

El estudio de esta organización civil algo oscurecida por su tipología clandestina muestra un sistema de resistencia cotidiana en una sociedad civil cargada por un discurso nacionalista y dispuesta a armarse, aún cuando muchos de los integrantes no estuvieran familiarizados con  ese tipo de prácticas. En la lucha contra lo que consideraron un régimen, se vio una organización en la que no faltaron ritos y juramentos de iniciación nacionalistas, construcción de imprentas caseras para propagandizar un discurso revolucionario, un sistema de correos organizados en forma celular con información tabicada y enlaces militares que instruyeron en operaciones logísticas contra los medios de difusión y adiestraron para la lucha cuerpo a cuerpo.

Incluso, el acercamiento al lenguaje utilizado en los panfletos revolucionarios, dan buena cuenta de la lucha en la que creían. Roger Griffin recomienda respecto del caso de los fascistas europeos, verlos y analizarlos en sus propias lógicas y comprender lo que ellos creían que estaban haciendo. En ese sentido, para los CCR, la libertad y el fin de la tiranía de una violencia desde arriba, la entrega por la patria, el culto a la muerte heroica, fueron valores que los movilizaron.

Es decir, desde los recuerdos o autobiografías de los protagonistas y desde las crónicas producidas inmediatamente después del derrocamiento de Perón, se analizó un modo de acción política clandestina en la Argentina de los cincuenta. Los integrantes de los CCR se mostraron cómodos con vínculos golpistas y cuajaron fácilmente en una cultura política donde fue fundamental luchar “por la patria “vencer al enemigo” o “morir por ella”, marcas de la cultura política que florecieron en la década siguiente, aunque con ideologías diversas.

 

 

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Recibido: 15/10/2018

Evaluado: 16/11/2018

Versión Final: 19/12/2018



[1] Billig, Michael. “El nacionalismo banal y la reproducción de la identidad nacional”. En: Revista Mexicana de Sociología, Vol. 60, No. 1 (Jan.-Mar., 1998), pp. 37-57. Molina Aparicio, Fernando. “La nación desde abajo. Nacionalización, individuo e identidad nacional”. En: Revista Ayer, Nº 90. Madrid: Asociación de Historia Contemporánea y Marcial Pons, 2013, pp. 39-63.

[2] Cesar Tcatch, Sabattinismo y peronismo. Buenos Aires, Biblos, 2006. Estela Spinelli. “La Revolución Libertadora. Una ilusión antiperonista”. Prohistoria, (9), 185-189, 2005. Estela Spinelli. Los vencedores vencidos. El antiperonismo y la “revolución libertadora”. Buenos Aires, Biblos, 2005.

[3] Silvana Ferreyra “Junta Consultiva y Comisiones Investigadoras en la Provincia de Buenos Aires: usos de la escala para pensar el conflicto peronismo-antiperonismo”, Revista Páginas, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, N° 16, 2016, pp. 44-60. Leandro Lichtmajer ¿Una crisis de crecimiento? La expansión de la Unión Cívica Radical de Tucumán durante la “Revolución Libertadora” Revista Páginas, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, N° 16, 2016, pp. 25-43.

[4] Solo como ejemplo citaremos a Vera Carnovale. Los combatientes: historias del PRT-ERP. Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2011. Pilar Calveiro. Política y/o violencia: una aproximación a la guerrilla de los años 70, Buenos Aires, Norma, 2005. Humberto Cucchetti. “¿Derechas peronistas? Organizaciones militantes entre nacionalismo, cruzada anti-montoneros y profesionalización política”, En: Mundos Nuevos, Nuevos Mundos, 2013. Daniel Lvovich. El nacionalismo de derecha de sus orígenes a tacuara. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2006.

[5] Para este tema véase Bartolucci, Mónica. La juventud Maravillosa. Peronización y orígenes de la Violencia Política, EDUNTREF, Buenos Aires, 2017.

[6] Sobre las tipologías de violencia política véase, Eduardo González Calleja. Asalto al Poder. La violencia política organizada y las ciencias sociales, España, Siglo XXI, 2017.

[7] Donatella Della Porta. “Patterns of radicalization in political activism”, en Social movements, political violence, and the state: a comparative of Italy and Germany. Cambridge, Cambridge University Press, 2006, pp. 136-155.

 

[8] Enrique Zanchez Zinny. El Culto a la Infamia, Historia documentada de la segunda tiranía argentina. Buenos Aires, Ediciones Gure, 1958.

[9] Ídem p. 157.

[10] Ídem p. 158.

[11]Félix Luna. Perón y su tiempo. La comunidad organizada, 1950-1952. T. II. Buenos Aires, Sudamericana, 1985, p. 163 refiere que Raúl Margueirat le aseguró que Perón estaba de acuerdo con la pena de muerte hasta que se convenció de lo negativo de crear un mártir de la oposición.

[12] Ídem

[13] Gloria y decadencia de los conspiradores ¿por qué nadie organiza ahora un verdadero complot? (Anónimo, 1965). En: Panorama, revista de nuestro tiempo. Sobre este episodio Luna da una cifra distinta, cerca de seiscientas personas, bien diferente a la que se publicaba en la prensa unos años después de los sucesos.

[14] Una excepción fue la gremial oficial de Estudiantes Peronistas para neutralizar a la FUBA y FUA con locales en el interior de las facultades, creando la CGU identificado con el Sindicato Estudiantil Universitario de la universidad franquista. Sobre estos temas Véase Almaraz; Corchón y Zemborain ¡Aquí FUBA! Las luchas estudiantiles en tiempos de Perón (1943-1955). Buenos Aires, Planeta, 2001.

[15] En relación a la cantidad de muertos hay disidencias entre los testigos. Antonio Cafiero, entonces al frente de la cartera de Comercio Exterior, presente esa tarde declara que hubo siete muertos mientras que Hugo Gambini habla de cinco. Cafiero, Antonio La tarde del 15 de abril de 1953. La Nación, 3 de junio de 2003 y Hugo Gambini. Historia del peronismo. El poder total 1943-1951, T. I. Buenos Aires, Ediciones B, 2016.

[16] Véase “En la mente de Mariano Castex”- El identikit. Recuperado <www.elidentikik.com>

[17] Es interesante el caso de Muñiz Barreto por sus posteriores vínculos con el peronismo Pérez, A. (2017). “El caso de Diego Muñiz Barreto. Un acercamiento desde el análisis de redes egocentradas”. Ponencia presentada en Mar del Plata: Interescuelas  XVI. Facultad de Humanidades, UNMdP.

[18] Ídem

[19] Daniel Rodríguez Isleño. Las Tres Revoluciones del 16 de septiembre de 1955. Córdoba, Universita, 2005, pp. 64-65.

[20] Revista Nosotros Los Muchachos, Setiembre de 1955, p. 27

[21] Lila Caimari. Perón y la Iglesia católica. Religión, Estado y sociedad en la Argentina (1943-1955). Buenos Aires, Ariel Historia, 2001. Loris Zanatta. Perón y el mito de la nación católica. Buenos Aires, Sudamericana, 2013.

[22] Primera Plana, 27 de agosto de 1963.

[23] Daniel Rodríguez Isleño. Las Tres Revoluciones del 16 de septiembre de 1955. Córdoba, Universita, 2005, p. 76.

[24] José Flores. Operación “Rosa Negra”. Buenos Aires, Errele, 1956.

[25] Ídem.

[26] J. Francisco Guevara.  Argentina y su sombra. Buenos Aires, Ediciones del autor,1970, p. 62.

[27] Ídem, p. 70.

[28] Ídem, p. 73.

[29] Ídem, p. 99.

[30] Flores dice que en el caso de la publicación que ellos llevaban adelante La verdad necesitaban extender una red que pudiera distribuir alrededor de 20.000 ejemplares. Ídem.p. 53.

[31] Daniel Rodríguez

 Isleño. Las Tres Revoluciones del 16 de septiembre de 1955. Córdoba, Universita, 2005,p. 69.

[32] Se contabilizan 13 manifestaciones en esas fechas. Félix Lafiandra. Los panfletos su aporte a la revolución libertadora. Buenos Aires, Itinerarium, 1955, pp. 11-12.

[33] Ídem, p. 19.

[34]  José Luis De Imaz. Promediados los cuarenta. Buenos Aires, Sudamericana, 1977, p. 100.

[35] Imaz dice que semanalmente utilizaron las páginas de Azul y Blanco para denunciar ´golpeados y torturas del nuevo gobierno.  Ídem p. 114.

[36] Félix Lafiandra. Los panfletos su aporte a la revolución libertadora. Buenos Aires, Itinerarium, 1955, p. 244.

[37] Acerca de la función de mediadores políticos en otros contextos véas Hunt, Lynn. “Outsiders: intermediarios culturales y redes políticas”, en Política, cultura y clase durante la Revolución Francesa. Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 2008e.

[38]Acerca de la importancia de lazos sociales y redes para conformar organizaciones véase  Donatella Della Porta. “Patterns of radicalization in political activism”, en Social movements, political violence…Op/ Cit. pp. 136-155.

[39] José Flores. Operación “Rosa Negra”. Buenos Aires, Errele, 1956, p. 136.

[40] Ídem p. 226.

[41] Carlos Burundarena había formado el Movimiento Sindical Nacionalista en 1949 como una escisión de la Alianza Libertadora Nacionalista, al respecto véase Besoky (2014).

[42] Ídem, p. 

[43] Ídem p. 97.

[44] Daniel Rodriguez Isleño. Las Tres Revoluciones del 16 de septiembre de 1955. Córdoba, Universita, 2005, pp. 79-94.

[45] Ídem, p.102.

[46] Gloria y decadencia de los conspiradores ¿por qué nadie organiza ahora un verdadero complot? (Anónimo, 1965). En: Panorama, revista de nuestro tiempo. Un dato a tener en cuenta es que en 1956 Oscar Martínez Zemborain a partir de su propia experiencia, fue partícipe de la película Los Torturados, dirigida por Du Bois y filmada como denuncia a los abusos de la Sección Especial Peronista.

[47] AAVV. Así cayó Perón: crónica del movimiento revolucionario triunfante. Buenos Aires, Lamas, 1955

[48] Ídem, p. 56.