Cartas
prodigiosas. Juan E. O’Leary y los entresijos de la edición de sus relatos
históricos sobre la Guerra del Paraguay (1919-1929)
Prodigious letters. Juan E. O'Leary and
the in and out of the edition of his historical accounts about the War of
Paraguay (1919-1929)
Liliana
M. Brezzo
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,
Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e
Internacionales,
Nodo Instituto de Historia
y Pontificia Universidad Católica Argentina (Argentina)
lilianabrezzo@gmail.com
lilianabrezzo@conicet.gov.ar
Resumen
Uno de los conjuntos paraguayos de correspondencia
más abundantes de la primera mitad del siglo veinte es el del historiador Juan
Emiliano O’Leary Urdapilleta (1879 -1969). Este acervo inédito permite trazar
una cartografía de las relaciones epistolares familiares, de amistad e
intelectuales. Dentro de la correspondencia intelectual figura la que se
vincula con la gestación y edición de los relatos históricos de O’Leary sobre
la Guerra del Paraguay. Este trabajo resume los resultados de un análisis que
entrecruza esas piezas epistolares con la producción histórica sobre ese
conflicto que publicó entre 1919 y 1929. Con este estudio se pretende
reconstruir la genealogía intelectual de O’Leary y acrecentar el conocimiento
sobre los mecanismos de configuración de un movimiento historiográfico
revisionista sobre la Guerra del Paraguay que trascendió el espacio del Río de
la Plata, y en particular del denominado revisionismo
paraguayo.
Palabras clave
Guerra del Paraguay;
Historiadores; Correspondencia intelectual; Historiografía; Revisionismo
histórico.
Abstract
One of the most abundant Paraguayan correspondence sets of the first half of the twentieth century is that of the historian Juan Emiliano O'Leary Urdapilleta (1879 -1969). This unpublished collection allows us to draw a cartography of family, friendship and intellectual epistolary relationships. Within the intellectual correspondence figure linked to the gestation and edition of the historical production of O'Leary on the War of Paraguay. This work summarizes the results of an analysis that interweaves the epistolary pieces with the historical stories about the war published between 1919 and 1929. It is intended to reconstruct the intellectual genealogy of O'Leary and increase knowledge about the mechanisms of configuration of a revisionist historiographic movement on the War of Paraguay that transcended the space of the Río de la Plata, and in particular of the so-called Paraguayan revisionism.
Keywords
War of Paraguay; Historians; Intellectual correspondence; Historiography; Historical revisionism.
Uno de los conjuntos paraguayos de
correspondencia más abundantes de la primera mitad del siglo veinte es el del
historiador Juan Emiliano O’Leary Urdapilleta (1879-1969). La conversación
mantenida a distancia, desde Asunción y desde los sucesivos destinos diplomáticos,
con amigos, colegas y rivales políticos, dio origen a un voluminoso acervo
epistolar, comprendido entre los años 1899 y 1969, importante no únicamente por
la cartografía de las relaciones familiares, de amistad e intelectuales que
permite reconstruir, sino también por el propio contenido de las cartas, en las
que los interlocutores se extienden sobre sus emociones, sus posturas
políticas, las interpretaciones del pasado, las proyectos personales y
profesionales.. Al
igual que en otros casos de letrados en América Latina, es posible distinguir
distintos significados y funciones en la correspondencia intelectual de
O’Leary: el debate, es decir, la confrontación de puntos de vista opuestos o no
necesariamente coincidentes, provocada muchas veces por uno de los dos
corresponsales; la definición del propio pensamiento o el uso del medio de la
escritura con un destinatario específico para “pasar en limpio” una reflexión
quizás no del todo clara en un primer momento; la justificación a posteriori de
posiciones tomadas que habían alcanzado estado público y la proyección hacia la
posteridad de la propia figura como intelectual, donde las cartas resultan no
solo ser el vehículo vivo de un pensamiento en movimiento sino el registro
permanente del mismo. (Myers, 2014-2015; Myers, 2010; Pita y Marichal, 2019)
El robusto acervo de cartas se explica, en
parte, por la extensa trayectoria político cultural de O’Leary, de sus
actividades como periodista (a partir de su incorporación, en 1900, como
columnista del diario La Patria),
como diplomático (fue Encargado de Negocios en España, 1925-1929; Ministro
Plenipotenciario en España, 1936; Ministro Plenipotenciario en Italia,
1936-1937 y 1947-1948 y Embajador ante la Santa Sede, 1951-1954) y,
fundamentalmente, como historiador, a partir de las publicaciones en la prensa,
desde el año 1902, de la serie conocida como Recuerdos de Gloria, y de la extendida polémica sobre la
interpretación de la historia del Paraguay que sostuviera con Cecilio Báez.
O’Leary integró el grupo de intelectuales
paraguayos que se conoce como la Generación
del 900. Nacidos en su mayoría en la primera década de la posguerra del
Paraguay, entre 1870 y 1880, sus integrantes comenzaron a vehiculizar sus
afanes culturales a través de distintos canales en entre siglos diecinueve y
veinte; el principal fue la prensa, pero también participaron en la gestación y
edición de revistas que tuvieron cierta acogida en el espacio cultural
asunceno, como la Revista del Instituto
Paraguayo, la Revista de la Universidad
Nacional, la Revista de Agronomía y
de Ciencias Aplicadas. La correspondencia de O’Leary da cuenta de esas
aspiraciones colectivas. Con excepción de los intercambios que mantuviera con
el diplomático paraguayo Gregorio Benites, entre los años 1900-1909, los más
antiguos parecen haber sido aquellos con miembros de esa generación: a partir
de 1904 se conservan cartas intercambiadas con Arsenio López Decoud (1904-1927), Fulgencio Moreno (1912-1933), Enrique
Solano López (1910-1914); desde 1920 con Manuel Domínguez (1924-1928), con
Justo Pastor Benítez (1924-1935), y con letrados cercanos a esa promoción
intelectual, como el caso de Juan Natalicio González, a quien O’Leary consideró
como su dilecto discípulo y con quien mantuvo una correspondencia que, con escasas
interrupciones, fue constante entre los años 1920 y 1963.
Desde los primeros años del siglo XX
O’Leary buscó el trato epistolar con intelectuales extranjeros como el uruguayo
Luis Alberto de Herrera (1905-1954), cuyos intercambios cubren más de cincuenta
años de acuerdos y desacuerdos políticos e historiográficos; también, desde
1915, con el venezolano Rufino Blanco Fombona (hasta 1939); desde 1926 con el
mexicano Carlos Pereyra (1926-1940), con los argentinos Ernesto Quesada
(1920-1926) y David Peña (1907-1928) y con el uruguayo José Enrique Rodó
(1915), intercambio este último que parece haber abarcado algo más del límite
cronológico que impone la prueba documental.
Con inmigrantes europeos que, al decir de Milda Rivarola, contribuyeron también a “crear el
novecentismo paraguayo” (Rivarola, 2007) fue con el economista ruso Rodolfo Ritter
con quien O’Leary mantuvo una amplia correspondencia (se conservan más de
doscientas cartas intercambiadas entre 1916 y 1946) rebosante de intimidad y de
porfía sobre la vida política y cultural paraguaya; con el naturalista suizo
Moisés Bertoni (1918-1928) a través de cuyas misivas pueden reconstruirse los
inicios de los estudios de agronomía en el Paraguay[1], con el escritor español Viriato Díaz
Pérez que fue, desde su llegada al país
en 1906 y, por algún tiempo, uno de sus más cercanos amigos.. Entre los diplomáticos, sobresale la
conversación epistolar con el Cónsul General de Paraguay en Madrid, Fernando Pignet, incansable corresponsal entre los años 1925 y 1950,
con el diplomático peruano Alberto Rey de Castro (1922-1949), con Ramón
Caballero, Encargado de Negocios del Paraguay en Francia (1925-1961) y,
esporádicamente, con el embajador de España en el Paraguay, Ernesto Giménez
Caballero (1958).
En esa constelación de relaciones
epistolares figuran las que se refieren a la gestación y edición de sus relatos
históricos sobre la Guerra del Paraguay. En este estudio pretendemos examinar
las cartas, inéditas, vinculadas a
tres obras: Nuestra Epopeya.
Guerra del Paraguay (1919), El Mariscal Solano López (1920 y 1925) y El Centauro de Ybicuy. Vida heroica del
general Bernardino Caballero (1929). El examen tiene el propósito de
contribuir a reconstruir la
genealogía intelectual de O’Leary y su discurso histórico conocido, en el argot historiográfico, como revisionismo paraguayo, así como
acrecentar el conocimiento sobre los mecanismos de configuración de un
movimiento historiográfico revisionista sobre la Guerra del Paraguay que
trascendió el espacio del Río de la Plata. Interesa subrayar la operación
política que hace O’Leary con el uso de esas cartas, las que las transforma en
prodigiosas, increíbles, asombrosas.
Si bien O’Leary fue una de las figuras
públicas más relevantes de la primera mitad del siglo XX en el Paraguay, su
correspondencia parece develar que fue su oficio de historiador el que rigió
todas sus demás actividades, es decir, que su actividad vital parece haber sido
indisociable de su función como historiador.
Por ello, la perspectiva que adopta este trabajo se inscribe dentro de
una serie de enfoques recientes situados en el campo de la historia de la
historiografía, cuyos autores concuerdan en subrayar la importancia de lo
personal insertado en el discurso académico e intelectual, conexa a un mundo
científico en el que aumenta incesantemente la necesidad de la auto conciencia,
la representatividad de lo singular y la reflexión epistemológica, las que
requieren nuevas formas de expresión para la comprensión de los procesos de
escritura de la historia. Jeremy Popkin (2005),
Ignacio Peiró Martín (2001) y Jaume Aurell (2008),
entre otros estudiosos, se han interesado en mostrar que el itinerario personal
de los historiadores y sus relaciones familiares, de amistad, intelectuales, no
son un hecho accidental en su carrera profesional, sino que, de un modo
bastante complejo, condiciona el entero proceso de la investigación, de la
elección de los temas y de sus enfoques.
El andamiaje metodológico de la
investigación que resume este artículo ha supuesto, asimismo, el
entrecruzamiento con herramientas provenientes de la crítica literaria,
atendiendo a distintas expresiones del denominado “espacio biográfico”, que
comprende biografías, autobiografías, memorias, testimonios, diarios íntimos,
correspondencias, cuadernos de viajes, borradores, entre otros formatos; una
perspectiva que resalta la
utilidad de las distintas formas de auto-escritura
como fuentes para comprender mejor la manera en que los historiadores
construyen el acceso al conocimiento del pasado, o sea, sus propios textos
históricos. (Aurell, 2014; Peluffo y Maíz, 2018; Costa
Motta y de Souza Fredrigo, 2018).
De este modo,
el estudio de la correspondencia de Juan E. O’Leary puede producir conocimiento
en una doble dirección. Por un lado, en cuanto al análisis del historiador y su
evidente dimensión social, es decir, comprenderlo
mejor en su historia y la historia que él ha narrado y, en otro sentido,
percibir mejor hasta qué punto ha sido moldeado por el contexto en el que
transcurrió su actuación profesional y la aparición de su producción histórica (Halperin Donghi, 2008; Saitta, 2018).
Nuestra
Epopeya
Dentro del ciclo conmemorativo del
cincuentenario de la Guerra del Paraguay (1914-1920), O’Leary dio a conocer dos
obras: Nuestra Epopeya. Guerra del
Paraguay, publicada en 1919, y la primera edición de El Mariscal López, en 1920. Se trata de dos textos de envergadura
si se tiene en cuenta la acotada producción histórica que había dado a conocer
desde el año 1902. Cómo ha sido apuntado más arriba, en el diario La Patria, de Asunción, había publicado
sus primeros escritos históricos bajo el título general de Recuerdos de Gloria. Los artículos tenían como propósito, según sus
propias palabras, “exaltar el heroísmo del pueblo vencido en una lucha
desigual” y “exponer a las nuevas generaciones las hazañas de los héroes de la
Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza” (O’Leary , 2007).
Protagonizó también, en la prensa asuncena, una polémica trascendente con el
abogado Cecilio Báez. Fue la primera disputa historiográfica que se produjo en
el país referida a determinar, además de otras cuestiones, los orígenes y las
responsabilidades en la Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza.[2] Mientras que Báez los explicó como un
efecto del propio “sistema tiránico” paraguayo de la primera mitad del siglo
XIX, que abarcó los gobiernos de José Gaspar de Francia (1814-1840), de Carlos
A. López (1844-1862) y de Francisco S. López (1862-1870), O’Leary pergeñó un
discurso histórico centrado en un pasado heroico y glorioso, en el que la
sociedad paraguaya vivía feliz y próspera hasta que una serie de causas
exógenas -los imperialismos brasileño y argentino- la habían condenado a su
completa postración. La victoria
retórica frente a Báez supuso, para O’Leary, un fuerte espaldarazo público que
se proyectó más allá de los límites de la ciudad de Asunción y, sobre todo, los
apoyos que recibiera durante los debates dieron cuenta de cierta demanda, por
parte de la sociedad, de su interpretación del pasado (Capdevila, 2008).
Su creciente prestigio en el espacio cultural
y dentro de las filas de la Asociación Nacional Republicana o Partido Colorado
lo prefiguraban, en la primera década del siglo XX, como una figura pública
relevante. En ese contexto debe inscribirse la correspondencia que mantuvo con
el diplomático paraguayo Gregorio Benites entre los años 1900-1909, es decir,
hasta el fallecimiento de este último, que devela los tempranos y mancomunados
esfuerzos para construir en el Paraguay, mediante publicaciones y actos
conmemorativos, una lectura de la guerra. El intercambio epistolar da cuenta,
por ejemplo, de los mecanismos de exaltación desplegados por ambos para ubicar
al jurisconsulto argentino Juan Bautista Alberdi como “prócer paraguayo”
fundándose en la posición intelectual que detentara durante la guerra. Benites,
otrora funcionario de la legación paraguaya en Europa durante el conflicto
bélico, amigo personal de Alberdi, y con quien mantuvo una intensa
correspondencia por más de dos décadas, halló en el joven historiador su
principal aliado en el propósito de exaltación del tucumano. Por parte de
O’Leary, la correspondencia pone de manifiesto la apropiación de la figura de
Alberdi, presentándolo no únicamente
como defensor intelectual de la causa paraguaya durante el conflicto, sino como
“admirador” de Francisco Solano López y de su política en el Río de la Plata (Brezzo, 2012).
Precedido de estos antecedentes en 1919
publicó en Asunción, con el sello editorial La Mundial, el libro Nuestra Epopeya. Guerra del Paraguay,
dentro de la colección “Biblioteca Paraguaya del Centro de Estudiantes de
Derecho” de la Universidad Nacional de Asunción (Caballero
Campos, 2017). La obra, con
una extensión de 651 páginas, consistía en una compilación de textos ya
divulgados por O’Leary en distintos formatos –artículos periodísticos,
folletos, conferencias- que configuraban, según los editores, una “literatura
patria”, cuyo propósito era levantar el espíritu y fortalecer el patriotismo a
la espera de poder dar a conocer su “obra definitiva y monumental sobre la
tragedia americana que sufriera el Paraguay”
En la portada del libro, como subtítulo,
figuraba la leyenda “Juicio de José Enrique Rodó”. En concreto, se trata de una
carta que el filósofo le escribiera a O’Leary en 1915, y que este último
utilizaba como prólogo. El fugaz intercambio epistolar entre O’Leary y Rodó –
sólo se conserva el original de la pieza epistolar en cuestión- se había
iniciado a instancias del historiador uruguayo Luis Alberto Herrera, con quien
el escritor paraguayo cultivaba relaciones epistolares desde 1902. La
conversación a distancia evolucionaría en una sólida amistad que se prolongaría hasta
el fallecimiento de Herrera, en 1959, fogueada, en parte, por la operación
historiográfica en que se empeñarían ambos corresponsales para impulsar y
consolidar, en el ámbito platense, una lectura revisionista de la Guerra de la
Triple Alianza (Reali, 2012). Dentro
de esto último, la comunicación entre Herrera y O’Leary da cuenta de una
estrategia bien definida que apunta a “sumar” a la causa común a otros autores.
Así, por ejemplo, en 1915, diversas cartas de O’Leary nos informan sobre sus
intercambios con intelectuales uruguayos a quienes intenta “convertir” a su
causa, entre los que se halla José Enrique Rodó. En una carta fechada el 24 de
julio de 1915, el autor paraguayo señalaba a ese respecto a Herrera:
“Don Luis Melián Lafinur, cada vez más amable, me ha escrito una segunda
cariñosa carta. El que se me ha callado es Rodó. Más ya lo [desataré] con
cartas, envíos y amabilidades. Tengo que convertirlo. Por cada correo le va
algo mío. Y no desespero de conseguir amansarlo. Una palabra suya, una opinión
favorable sería una gran cosa ¿no es verdad amigazo?”[3]
Algunos días más tarde, en una carta del 7 de agosto, retoma la cuestión
comunicándole a Herrera que:
El gran
Rodó habló, o, mejor dicho, escribió, por fin. Acabo de recibir una notable
carta suya, en la que juzga mi trabajo del álbum gráfico, y me da su opinión
sobre la guerra. El juicio muy amable, la opinión muy ecuánime dentro del
coloradismo de Rodó. El hombre ya no es la fiera aquella que dirigió a un
colega suyo la carta de felicitación que Ud. recordará cuando el famoso debate
sobre aumento de pensión a los veteranos de la defensa y del Paraguay.[4]
O’Leary
enumeraba, a continuación, las principales “conclusiones” a las que, según entendía,
había arribado el filósofo uruguayo: reconocía la responsabilidad de la Triple
Alianza en “el exterminio del pueblo vencido”, destacaba la defensa heroica de
los paraguayos y evocaba el gesto de la “espontánea devolución de los trofeos”
nacida “del seno del Partido político que llevó al Uruguay a la guerra”. Y
agregaba: “Creo que no se puede pedir más. Voy a hacer copiar a máquina la
carta íntegra para mandársela. Puede que la publique, por más que los elogios
que me prodiga podían hacer creer que hay un poco de vanidad de mi parte”.[5]
Un
examen del texto completo de la carta de Rodó nos permite restituir algunos de
los términos desglosados por O’Leary a Herrera. Para comenzar, el filósofo
uruguayo escribió:
He considerado siempre que la guerra
entre la Triple Alianza y el Paraguay es uno de los hechos más complejos de la
historia sudamericana y en algunas de sus relaciones, uno de los que imponen al
crítico desapasionado y leal mayores torturas de conciencia para completar un
juicio cabal y seguro que, sin olvido de ninguno de sus antecedentes y
circunstancias con que se vincula aquella inmensa tragedia, en la vida interna
e internacional, de los cuatro pueblos que fueron sus actores, permita
distribuir con justicia las tremendas responsabilidades que ella envuelve y
fijar, a su respecto, el veredicto histórico. (República del Paraguay, Biblioteca Nacional del Paraguay, Colección Juan
E. O’Leary, Correspondencia privada y oficial (en adelante BNP – CJO). Carpeta
XXXIV. Carta de José Enrique Rodó a Juan E. O’Leary, Montevideo, 27 de julio de
1915)
En
cuanto a la responsabilidad de los vencedores Rodó escribía que “la devastación
y el exterminio del pueblo vencido en esa guerra son un horror que, aunque no
entró, sin duda, en el plan deliberado de los vencedores, determina para ellos
grave responsabilidad, y se sobrepone, como efecto moral de la victoria, al
propósito de liberación sincera en algunos –no ciertamente en todas– de las
voluntades que prepararon la Alianza, o la aceptaron, o la dirigieron en la
guerra”.[6]
El
texto de la carta-prólogo impresa en 1919 y el manuscrito original enviado por
Rodó a O’Leary, en 1915, son idénticos. De modo que O’Leary no seleccionó
algunos fragmentos de la misiva para insertarla en Nuestra Epopeya, así como lo hiciera al comentar su contenido en la
carta a Herrera referida más arriba; antes bien, la decisión de incluirla en el
libro puede asociarse a su convicción de que había logrado que Rodó adoptase su
interpretación sobre la guerra, una persuasión que el fallecimiento del
uruguayo, en 1917, dos años antes de la publicación, habría contribuido, sin
más, a cristalizar.
Las biografías de Francisco Solano López
La
publicación de la primera edición de la biografía de Francisco Solano López que
O’Leary diera a luz en 1920 tuvo, a juzgar por la correspondencia, más de una
década de gestación. De acuerdo a su propio testimonio, a comienzos del año
1907 compró en Asunción, en la
librería de Jordán y Villamil, “a 30 pesos”, el texto sobre Juan Facundo
Quiroga que compilaba las quince conferencias que el argentino David Peña había
dictado en Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, y que tuvieron amplia resonancia por la defensa
que en ellas hacía del caudillo riojano(Brezzo y Micheletti, 2016; Micheletti, 2015). Poco
después, O’Leary le remitió a
Peña una carta en la que, luego de presentarse, le manifestaba la
identificación con sus ideas, con el espíritu que, según entendía, había
inspirado el estudio sobre el caudillo argentino:
Años hace que me consagro a una obra
semejante desde las columnas de la prensa de mi país. No le asombre, pues, mi
actitud, que ella es hija del entusiasmo que no puede menos que producirme esta
afinidad entre su pensamiento y el mío. Cuan pocos son los hombres que, como
usted, se atreven a desafiar los prejuicios en nombre de la justicia histórica.
Yo que he combatido por todas partes en mi país brego en defensa de las glorias
de mi patria, aprecio en su justo valor su actitud. Yo sé las luchas, los
trabajos, las amarguras que importa este noble apostolado. Créame, pues, su
admirador y cuénteme en el número de los que le acompañan en su cruzada de
vindicación iniciada con el monumento al más grande argentino -Alberdi- y
meritoriamente continuada en su último libro. (BNP- CJO.
Diario de Juan E. O’Leary. Cuaderno Nº 1. San
Lorenzo, 3 de enero de 1907)
Se trasunta la admiración de O’Leary hacia
el autor argentino en cuyas ideas puede filiar su propia posición
historiográfica; se hace nítido el claro sentido de exaltación patriótica que
pretende conferir a su labor como historiador del Paraguay, y la operación que
ha puesto en marcha para trasformar a Francisco Solano López en héroe máximo y
mártir sacrificado de la nación paraguaya.
El inicio del contacto epistolar con Peña,
que tendrá expresiones intermitentes en los años siguientes, parece funcionar
como ante-texto de la obra que daría a conocer trece
años después con el título El Mariscal López. Según le escribiera a Peña, su propósito principal consistía en
reivindicar la actuación del presidente paraguayo durante la guerra y demostrar
la injusticia de los atributos de bárbaro, déspota y sanguinario con
los que las lecturas clásicas sobre el conflicto, asociadas a la tradición
historiográfica liberal, caracterizaban a López hasta entonces. (Baratta, 2014; Reali, 2012).
En ese propósito de rehabilitación
histórica, O’Leary publica la biografía de López, en 1920, con una extensión de
374 páginas y una tirada de 2000 ejemplares que, según el testimonio del autor,
“se vendieron en dos semanas sin que hubiera tiempo de difundirla fuera de la
capital”. De modo que poco después inició la preparación de una segunda edición
para la cual redactó un nuevo capítulo -la de 1920 abarcaba 26 capítulos, la
segunda estaría compuesta por 27 capítulos - al que tituló “La glorificación
del vencido”, e invitó al escritor venezolano Rufino Blanco Fombona para que
redactara el prólogo.
O’Leary y Blanco Fombona –este último
residía desde hacía algunos años en Madrid- mantenían correspondencia desde
mediados de la década de 1910; consta que O’Leary acompañaba sus cartas con
publicaciones de su autoría y que conversaron, incluso, sobre la posibilidad de
una segunda edición, aunque resumida, del libro Nuestra Epopeya, con el sello de la Editorial América que fundara y
dirigiera Blanco Fombona en Madrid, si bien, finalmente, la edición madrileña
no se concretó.
El escritor venezolano, a quien la
invitación de O’Leary le llegó en circunstancias familiares dolorosas por el
fallecimiento de su hijo pequeño, declinó la propuesta. La carta que le dirigió
al historiador paraguayo para justificar su decisión reviste interés por los
juicios que desenvuelve sobre el Mariscal López y sobre el lugar de O’Leary en
la historiografía paraguaya:
El encargo que Ud. me da de prologar
su libro sobre nuestro gran Solano López es de lo más lisonjero que he recibido
en la vida, pero ¡ay! es también de los más arduos. Para hablar de la actuación
y del alma de Solano López hay que prepararse debidamente. Yo carezco de esa
preparación y como no me conformaría con cuatro palabras para salir del paso me
niego a aceptar el altísimo honor que usted me discierne, ya que por el momento
me es imposible dedicarme a otras tareas que interrumpan las que tengo entre
manos. Yo he hecho, dentro de mis medios, lo posible porque esta gran figura
americana, oscurecida por el odio de dos pueblos fuertes y ricos resplandezca
en nuestro horizonte. Aun haré más. No crea, pues, que mi negativa, que es la
negativa a aceptar un honor que no me creo en capacidad de merecer obedezca
sino a las expuestas razones. Ud., además, querido O’Leary, ha llegado a una
altura en que no necesita que nadie le tienda la mano ¿No es verdad? (BNP-CJO.
Correspondencia oficial y privada. Carpeta XXXVI. Madrid, 21 de julio de 1921)
Las razones de Blanco Fombona no inhibieron
a O’Leary. Por el contrario, cuatro años después transcribirá el texto completo
de esta misiva y la publicará, a manera de carta-prólogo, en la segunda edición
de su biografía sobre López a la que titulará El Mariscal Solano López. O’Leary usó la carta de Blanco Fombona, a
quien define como “el más alto escritor de América en nuestros días”, al igual
que hiciera con la de Rodó, para su propia legitimación como autor y, en este
caso, bien puede sostenerse, para la rehabilitación de su biografiado.
El
Centauro de Ibicuy
Pero quizás las cartas más prodigiosas,
increíbles o asombrosas, son aquellas vinculadas
a la edición de la biografía del general Bernardino Caballero que O’Leary
publicó en Paris en 1929.
Desde el año 1925 O’Leary se hallaba en
Madrid, acreditado como Encargado de Negocios del Paraguay, aunque pasaba
varios meses al año en Paris, ciudad en la que residía Ramón Caballero, hijo
del general Bernardino Caballero, que encabezaba la legación de Paraguay en
Francia.[7] En la capital española O’Leary cultivaba
relaciones de amistad con el escritor mejicano Carlos Pereyra, con el
venezolano Laureano Valenilla Lanz y con el ya
mencionado Rufino Blanco Fombona, entre otros intelectuales latinoamericanos
residentes en Europa y que aparecen aglutinados en torno a la Editorial América que, como ha sido
mencionado, fundara Fombona en Madrid.[8]
La correspondencia de O’Leary da cuenta que
en el mes de abril de 1927 había finalizado la redacción de la obra titulada El Centauro de Ybicuy.
Vida heroica del general Bernardino Caballero en la Guerra del Paraguay. La
biografía del militar paraguayo, uno de los hombres más cercanos al Mariscal
López, era relatada en el transcurso de veinte capítulos que abarcaban desde el
momento en que se presentó en el campamento de Cerro León, en vísperas del
inicio de las acciones militares, hasta su presencia en Cerro Corá y su posterior experiencia en la condición de
prisionero, en Río de Janeiro.
Fue a instancias de Ramón Caballero que O’Leary
hizo llegar al jefe del Estado Mayor italiano, Mariscal Pietro Badoglio –con
quien Caballero socializara en el ambiente diplomático- una copia del
manuscrito y una invitación a redactar el prólogo. El 1 de agosto de 1927,
desde Roma, Badoglio escribió a Caballero una extensa carta en la que concluía
que “luego de haberlo leído y releído con mucha atención [la biografía del
general Bernardino Caballero] he llegado a la conclusión, para mí dolorosa, que
no me es posible escribir el prefacio”.[9] Comenzaba por manifestar que consideraba
indispensable que quien escribía un prefacio “debe aprobar en todo la sustancia
y la forma del libro. Diré casi algo más: el presentador del libro se debe
transformar en heraldo de las ideas de su contenido y deberá ser, por lo tanto,
una especie de propagandista. Así lo entiendo al prefacionista”. Y, aunque la
personalidad de O’Leary, a quien no conocía personalmente, le resultaba
“notablemente simpática y su alto patriotismo no podía sino apreciarse”, no
veía posible acceder a la solicitud.
Una lectura atenta de la extensa carta nos
permite razonar que la imposibilidad residía en el profundo disenso de Badoglio
respecto del enfoque adoptado por O’Leary para relatar la biografía:
La
figura de ese purísimo héroe se impone por sí mismo a la admiración de todos
aquellos que aman una Patria. Después de cinco años de lucha, Caballero se alza
sobre todos por su ardiente amor patrio, por la fidelidad a su jefe supremo,
por el valor sobrehumano, por la genialidad de sus acciones guerreras. El
pintor que lo debe presentar al público tiene una sola misión: reproducirlo
como fue, simple y grande, sin ningún artificio, sin ninguna alteración. Alguna
pincelada que busque algún efecto especial no es apropiada a este cuadro. Y así,
escribiendo la historia del héroe, esta debe ser como sus acciones:
profundamente serena, humana, simple, aquella debe ser una historia verdadera.[10]
Se desprende pues, que, para Badoglio, la
obra consistía en una “biografía inventada”, y que la razón de esa deformación
había que buscarla en la función que el escritor paraguayo otorgaba a la
escritura de la historia de la guerra:
…el
ánimo ardiente y apasionado de O’Leary, excitado por la santa misión que se ha
impuesto de exaltar las grandes gestas del heroico Paraguay no ha podido
trazarse límites muy bien definidos en su exposición y si los ha trazado, el
fuego lo ha casi siempre llevado fuera de aquellos. Su libro, por lo tanto, no
es una historia, sino más bien una polémica continua. Y esa polémica, no
siempre serena, también es injusta y a menudo alcanza un resultado, ciertamente
no buscado por el autor, a saber, es contraproducente, como dicen los
portugueses.[11]
Ese estilo combativo, más ensayístico que
erudito, determinaba que la obra adoleciese de la correspondiente rigurosidad.
Badoglio desciende a los contenidos de algunas secciones del relato en las
cuales se hacía más flagrante esa debilidad. Así, respecto al Capítulo IX del
libro que narraba el asalto a Tuyutí,
producido en el mes de noviembre de 1867, O’Leary escribía lo siguiente:
Tuyutí
era entonces una pequeña ciudad alegre y confiada en la que nada faltaba de los
refinamientos y comodidades de la vida social. En 18 meses de ocupación, aquel
ingrato arenal había visto surgir casas, teatros, iglesias…Su población
femenina era considerable. Las más hermosas meretrices del Plata iban allí, en pos del Pacto imperial, convirtiendo en muelle Cápua aquel inmenso cementerio, empapado de sangre. En sus
contornos se hizo agricultura…Sus pobladores hacían vida regalada, dejando que
corriera el tiempo, convencidos de que este era su mejor aliado. Pero aquella
holgura sibarita tenía que quebrantar la moral del enemigo y minar la
disciplina. Caxias intentó una reacción, explicable
en sus años, contra los excesos de la prostitución y las repugnantes
manifestaciones de todos los vicios. Nada consiguió y hubo de apresurar la
salida de su ejército de aquel antro pestilente.[12]
En relación a este tramo, Badoglio le
objetaba a O’Leary que “declarar, en
un inciso, que el Duque de Caxias se mostró severo
para tratar de abolir o al menos disminuir el número de las prostitutas en
Tuyutí sólo porque siendo él viejo no podía más aprovechar de similares distracciones es una afirmación no
serena”. En igual sentido, en el Capítulo XIII, dedicado al relato de Ytororó, O’Leary describía la acción del general brasileño
Manuel Osorio quien, según su versión, viendo la férrea defensa de los paraguayos,
decidió tomar un camino que podía llevarle, sin ser sentido, a la retaguardia
de sus enemigos, pero el guía se perdió y “Osorio no pudo llegar a tiempo para
intervenir con eficacia en la batalla”. El militar italiano despliega sus
reparos a esta interpretación del modo siguiente:
El
tachar de deslealtad a Osorio porque en Ytororó
buscaba de aggirare la posición para caer sobre la
retaguardia de Caballero, es injusto. El calificar a todos los generales
brasileños, argentinos y orientales como ineptos y temerosos y a toda la tropa
enemiga como casi siempre cobarde, es contraproducente. Evidentemente vale más
vencer a un enemigo hábil y valeroso que vencer a un adversario torpe y con
marcada tendencia a la fuga.[13]
Estas impugnaciones de Badoglio no eran
incompatibles, empero, con la admiración por el espíritu que había guiado a
O’Leary en la redacción del relato:
¿Cómo
querer, él me responderá, que un paraguayo puede ser sereno al narrar todo el
martirio de su pueblo? ¿Cómo pretender objetividad y calma de exposición cuando
la más despiadada crítica cayó contra López y contra sus soldados,
calificándolo al primero, de bárbaro tirano y a los segundos como una masa de
esclavos más aterrorizados por aquel jefe que por el enemigo? ¿Cómo podremos
escribir nosotros la historia verdadera y serena cuando aquella no es escrita
por los vencedores? Comprendo, mi buen O’Leary, vero bardo de tu pequeño gran
país, comprendo muy bien tu estado de ánimo. Comprendo que tú quieras gritar a
todo el mundo que el pueblo paraguayo es valeroso y que si ha salido vencido ha
sido por el número no por defecto de sus defensores ¡Comprendo que tú quieras
de una buena vez demoler todas las leyendas de barbarie, de actos desleales, de
procedimientos inicuos, que hacen recaer todos juntos la miseria del vencido! ¡Vae Victis! Sí, todo esto lo
comprendo y como soldado que he dado cuanto he podido por la Patria mía, te
aplaudo de corazón y le auguro al Paraguay una completa resurrección material y
moral.[14]
El Mariscal italiano advertía en la nota a
Ramón Caballero que acompañaba la respuesta a la invitación de O’Leary:
“Quiera, vuestra Excelencia, perdonar mi decisión y hacerme perdonar por
O’Leary. Escriba él, que sabe y puede, la historia humana de Bernardino
Caballero y yo estaré con él”. De modo que Badoglio no ponía en duda las
condiciones militares y el heroísmo de Caballero, hechos que no le merecían
reservas, sino la forma en que el autor había construido al biografiado, esto
es, como un militar que a lo largo de toda la obra aparecía, invariablemente,
como “bueno, hermoso y casto”.
Exactamente un mes después, el 2 de
setiembre de 1927, O’Leary respondía a la carta para explicar el “tono”
adoptado en su relato. Si bien algo extensa, nos parece necesario ofrecer la
cita completa:
Respecto
al tono de mi libro, le diré que es el que corresponde a una obra de combate,
llamada a vindicar a un héroe calumniado. Está Ud. en un error al creer que el
Mariscal López es el único calumniado de nuestra historia. El general Caballero
ha sido igualmente maltratado. Se le ha negado todo mérito, se le ha presentado
como un hombre torpe y cobarde, se le ha llamado el general de las “eternas
derrotas”, el “general avestruz”, se le ha desconocido sistemáticamente el
valor militar de su acción guerrera. Y yo hago obra de combatiente, entro a
luchar con sus denigradores -que son los denigradores de mi patria y de sus
héroes- con todo el fuego del hijo que defiende a su madre. A mi modo doy las
últimas batallas de la guerra del 65, que no terminó en Cerro Corá, que sigue todavía, ya que después de aniquilar
materialmente al Paraguay han pretendido aniquilarlo moralmente, negándole
hasta la gloria de su vencimiento heroico. Y no creo que mi libro sea
contraproducente, por el contrario creo que su
sinceridad y hasta la pasión con que está escrito –santa y respetable pasión-
ha de conmover a todas las almas generosas y hasta conquistar las simpatías de
todos los que aman a su tierra y son capaces de comprender nuestro dolor.[15]
Agregaba que:
Yo, mi
querido Mariscal, no niego valor a los caudillos enemigos. Eso sí, no disimulo
la indudable cobardía de los que lo fueron en realidad. Admiro y reconozco el
heroísmo de un Osorio y de un Portoalegre, pero
castigo a los pusilánimes que después de temblar ante nuestra bandera nos han
presentado como esclavos que íbamos a las batallas bajo el látigo de un tirano,
peleando por temor a un amo cruel e iracundo, no por amor a nuestra patria. Si
usted conociera toda la literatura de esa guerra, justificaría, tenga por
seguro, mi actitud.[16]
Y, por otra parte, O’Leary no creía en un
relato riguroso:
Por lo
demás, la historia objetiva no es posible, es pura hipocresía, la historia es y
debe ser espejo animado de la vida, no cementerio de estatuas. Es resurrección,
como dijo Michelet. En ella deben chocar de nuevo las pasiones que forman la
trama de nuestra existencia. El historiador es, ante todo, un hombre, que se
transporta al pasado, que agita el mar muerto de lo que fue, que interviene en
el drama fenecido, participando de las inquietudes de sus actores. No es un
Dios que contempla su obra desde lo alto y la reproduce por imperio de su
voluntad omnipotente. No. En él revive el pasado y él mismo es una simple
prolongación del pasado. El historiador de una guerra es así, siempre, un
combatiente, un actor más de la lucha, un último sobreviviente que habla por
todos los que murieron. Desde Jenofonte hasta Thiers no se ha dado ni se dará
el historiador “imparcial”, el historiador “sereno”, el que hago lo que se ha dado
en llamar “historia objetiva”. El señor Mariscal lo sabe demasiado.[17]
Cabe recordar aquí que O’Leary había
conocido al general Bernardino Caballero desde 1904 y cultivado una cercana
amistad hasta el año 1912, cuando este último falleció. De modo que, muy
probablemente, disponía, al momento de acometer la redacción de su biografía,
de un testimonio en primera persona, de un manojo de recuerdos que,
seguramente, habrían discurrido en ocasión del trato personal. Incluso la
cercanía con Caballero, fundador de la Alianza Nacional Republicana, había sido
decisiva para que O’Leary se afiliara a esa agrupación política. Sin embargo,
en la biografía no es posible hallar ningún rastro “documental” que remita al
testimonio del biografiado.
Hacia el final de la respuesta a Badoglio,
O’Leary vuelve a retomar uno de los argumentos que sostuviera en 1902, cuando
publicara los Recuerdos de Gloria y
durante la polémica con Cecilio Báez, para enfatizar su visión del pasado del
Paraguay, esto es, su condición de excepcionalidad:
El caso
de nosotros, los paraguayos, es excepcional. Nadie ha sufrido como nosotros.
Nuestro infortunio no tiene igual en el mundo ni en el tiempo. Porque no se ha
visto nunca el degüello de todo un pueblo, durante cinco años, ni una crueldad
igual para difamarlo. Hemos sufrido y sufrimos un tormento que escapó al Dante.
Somos los condenados de un “dolor sin esperanza”. Sangra nuestro corazón… Por
lo demás, señor Mariscal, está en su derecho el querer permanecer neutral en
esta contienda. Tal vez hice mal en pretender unir mi oscuro nombre al suyo
resplandeciente. Me arrepiento y le pido me perdone. En realidad, yo no
pretendí romper su neutralidad, sólo aspiré a que el héroe moderno de Italia,
tuviera una palabra de simpatía para el héroe de mi libro, compañero de un
héroe italiano. Yo creí que le hubiera sido posible hablar como técnico de la
actuación militar de Caballero, sin inmiscuirse en lo que podemos llamarla
parte política de la guerra.[18]
Badoglio se mantuvo firme en su decisión.[19] Esto condujo a O’Leary a invitar a Carlos
Pereyra para que se encargase del prólogo. A mediados del mes de marzo de 1928
el escritor mejicano le aseguraba que: “Hice un prólogo que no me gustó. Estoy
haciendo otro que acaso no me disguste. Ya sabe usted que el asunto y el autor,
sobre todo, me interesan extraordinariamente. Dios me conceda salir como lo
desea, pues nada deseo más que un desempeño digno de quien me lo encomendó,
haciéndome una distinción inmerecida”.[20]
Y, en una misiva siguiente, le confirmaba:
“por fin ya tengo eso listo… Mañana o pasado mañana se lo enviaré. Perdóneme.
Necesito de toda su indulgencia por un retardo que es absolutamente
involuntario, pues me llovieron las exigencias más apremiantes”.[21]
Juan O’Leary le respondía poco después para
manifestar su satisfacción:
He
recibido su generoso prólogo. No sé cómo expresarle mi gratitud y la de mi
Patria. No esperaba menos de su amistad y de su grande y justiciero corazón.
Sus palabras valdrán más, mucho más que todo mi libro…Gracias, mil, un millón,
infinitas gracias. Estoy muy contento y muy orgulloso. Ud. ha colmado mis
deseos. Y me figuro la impresión que van a causar sus palabras en mi país.
Ahora sí que se le va a querer en el Paraguay, con ser ya mucho lo que se le
quiere y admira. Tomo buena nota de lo que me dice en su carta.[22]
De modo que, en los primeros meses de 1929,
con el sello Le Livre
Libre, de Paris, vio la luz de la imprenta la biografía en español de El Centauro de Ybycui.
La correspondencia da cuenta que, en los años siguientes, O’Leary y Ramón
Caballero iniciaron diligencias para imprimir también una edición en francés.
Encomendaron a Jean Tild, un traductor de Rennes, la
preparación del manuscrito y, si bien existe documentación que prueba que las
gestiones se extendieron hasta muchos años después, no se ha hallado, de
momento, confirmación de la edición en lengua francesa.[23]
Conclusiones
La correspondencia examinada devela la
estrategia de Juan E. O’Leary de solicitar a reconocidos letrados u hombres
públicos que prologasen sus obras sobre la Guerra del Paraguay como una búsqueda de aliados dentro de la
región platense y en Europa para consolidar una lectura revisionista de ese
conflicto, así como para legitimar su propio quehacer intelectual. En esos
propósitos puede situarse el temprano contacto epistolar que el autor paraguayo
buscó con el argentino David Peña, figura clave de la
revisión de la lectura clásica de diversos procesos del pasado argentino,
incluida la Guerra del Paraguay, y en la que aparece la mayoría de los tópicos
que desarrollará in extenso el revisionismo posterior..En
el mismo objetivo se inscriben los intercambios intelectuales y las solicitudes
para prologar sus relatos sobre la guerra al escritor venezolano Rufino Blanco
Fombona y al mejicano Carlos Pereyra.
Más sinuoso aparece el uso que hace O’Leary
de la carta que le remitiera José Enrique Rodó y en la que se extiende sobre su
interpretación sobre la Guerra del Paraguay, publicada después del
fallecimiento del uruguayo, y a la que presentaría como una prueba de adhesión
a su visión de la guerra.
El estudio cruzado de la correspondencia y
de la producción histórica de O’Leary resumido en este trabajo parece otorgar
mayor nitidez al proceso de gestación de sus relatos sobre la Guerra del
Paraguay. El uso de la carta como ante-texto,
producido en la esfera privada para luego reelaborar los contenidos dirigidos a
la esfera pública encuentra en la carta enviada a David Peña trece años antes
de la publicación de la biografía de Solano López el ejemplo más
representativo.
Las cartas analizadas develan, asimismo, la
operación política de O’Leary en el sentido de desentenderse de la objetividad
histórica y de la compulsa documental en su lectura sobre la Guerra del
Paraguay. En este sentido, las que rodean a la edición de la biografía del
General Bernardino Caballero son las más características.
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Recibido: 13/01/2019
Evaluado:25/02/2019
Versión Final: 15/04/2019
[1] Además de las
piezas epistolares inéditas de Moisés Bertoni conservadas en la Colección de
Juan E. O’Leary, se han dado a conocer otros rastros de la correspondencia
entre O’Leary y Bertoni, como en la biografía producida por Danilo Baratti y
Patrizia Candolfi. Vida y obra del sabio
Bertoni. Asunción, Servilibro, 2019, pp. 286-293.
[2] Polémica sobre la Historia del Paraguay. Compilación y
edición de los textos a cargo de Ricardo Scavone Yegros y Sebastián Scavone
Yegros. Estudio preliminar de Liliana M. Brezzo. Asunción, Tiempo de Historia,
(2008) 2012, pp. 11-65.
[3] Carta de Juan E. O’Leary a Luis A. de Herrera, Asunción, 24 de Julio
de 1915. Reproducida en Liliana M. Brezzo y María Laura Reali. Combatir con la pluma en la mano. Dos
intelectuales en la Guerra del Chaco: Juan E. O’Leary y Luis Alberto de
Herrera. Asunción, Servilibro, 2017, p.38.
[4] Carta de Juan E. O’Leary a Luis A. de Herrera, Asunción, 24 de Julio
de 1915, p.38.
[5] Carta
de Juan E. O’Leary a Luis A. de Herrera, Asunción, 7 de agosto de 1915, p.39.
[6] Carta de Juan E. O’Leary a Luis A. de Herrera, Asunción, 7 de agosto
de 1915, p.39.
[7] Ramón Caballero era hijo del general
Bernardino Caballero y de María Concepción Díaz de Bedoya. Residió muchos años
en Europa, ocupando diversos cargos diplomáticos en representación del
Paraguay. Se casó con una parisina, Martha Cohen (1893-1988).
[8] La biblioteca de
O’Leary, recientemente catalogada, contiene los principales títulos de la
Editorial América. Véase Catálogo
bibliográfico de la Colección Juan E. O’Leary. Asunción, Secretaría
Nacional de Cultura, 2019.
[9] BNP-CJO,
Correspondencia pública y privada, Carpeta LXI.
[10] BNP-CJO,
Correspondencia pública y privada, Carpeta LXI.
[11] BNP-CJO,
Correspondencia pública y privada, Carpeta LXI.
[12] BNP-CJO,
Correspondencia pública y privada, Carpeta LXI.
[13] BNP-CJO,
Correspondencia pública y privada, Carpeta LXI.
[14] BNP-CJO,
Correspondencia pública y privada, Carpeta LXI.
[15] BNP- CJO,
Correspondencia oficial y privada. Carpeta LXII. Paris, 2 de setiembre de 1927.
[16] BNP- CJO,
Correspondencia oficial y privada. Carpeta LXII. Paris, 2 de setiembre de 1927.
[17] BNP- CJO,
Correspondencia oficial y privada. Carpeta LXII. Paris, 2 de setiembre de 1927.
[18] BNP- CJO,
Correspondencia oficial y privada. Carpeta LXII. Paris, 2 de setiembre de 1927.
[19] Diez años después
Pietro Badoglio accedió a redactar el prólogo a la obra del general italiano
Rodolfo Corselli, La guerra americana de
la Triplice Alleanza contro el Paraguay, Módena, 1938, 614 páginas.
[20] BNP- CJO.
Correspondencia oficial y privada. Carpeta LXIII. Villa de las Acacias, Madrid,
15 de marzo de 1928.
[21] Ibídem. Villa de
las Acacias, Madrid, 10 de abril de 1928.
[22] BNP- CJO.
Correspondencia oficial y privada. Carpeta LXII. París, 17 de abril de 1928.
[23] Ibídem. Carpetas LXXXVII y LXXXVIII. Ha sido
posible localizar, en el archivo epistolar de Juan O’Leary, un presupuesto
mecanografiado para la impresión de “La vida Heroica del General Caballero”,
fechado en noviembre de 1948, por 500 ejemplares (260.000 francos) y por 1000
ejemplares (320.000 francos), que confirma este propósito. Asimismo, el 2 de
diciembre de 1949 Ramón Caballero le escribía a Juan O’Leary una carta
anunciándole que estaba en proceso la impresión “su libro sobre mi padre” y que
“con mil dólares estaremos satisfechos. El gobierno -huelga invocar las
razones- debiera publicarlo. Sería una plata bien empleada. Puede que, en
cambio, tendría que mandar menos diplomáticos trashumantes, que vienen -no hay
otro objeto valedero- a hacerse piné porá”.