Las historiografías
desarrollistas en Argentina. Consideraciones desde las producciones de Aldo
Ferrer y Rogelio Frigerio[1]
The developmental historiographies in Argentina.
Considerations since the productions of Aldo Ferrer and Rogelio Frigerio
Federico Hernán Reche
Centro de Investigaciones María Saleme
Burnichon,
Facultad de
Filosofía y Humanidades,
Universidad
Nacional de Córdoba;
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
rechefederico@gmail.com
Resumen
En el presente trabajo realizamos un acercamiento crítico a las
historiografías surgidas en Argentina de la mano de las ideas desarrollistas
que tuvieron su incorporación, auge y desarrollo durante los años posteriores a
la caída del peronismo. Específicamente, analizamos cómo los diagnósticos
económico-políticos elaborados por dos importantes economistas argentinos -Aldo
Ferrer y Rogelio Frigerio- fundamentan la tarea historiográfica que llevan a
cabo con un explícito afán de intervención política. Así, como parte de sus
intervenciones en el acalorado debate en torno a los modelos de desarrollo de
aquellos años, realizaron aportes significativos a la historiografía económica
nacional, aunque sus producciones se desarrollaron al margen, pero en dialogo
con las de los historiadores renovadores profesionalizados. Sostenemos que la tesis
del agotamiento del modelo de industrialización por sustitución de
importaciones que formulan y la necesidad de justificar sus propuestas
económico-políticas de desarrollo, constituyen el fundamento de sus empresas de
producción historiográfica.
Palabras Clave
Desarrollismo; Historiografía económica; Industrialización; Tesis del
agotamiento.
Abstract
In this paper we realize a critical approach to the
historiographies arisen in Argentina from the hand of the developmental ideas
that had their incorporation, boom and development during the years after the
fall of Peronism. Specifically, we analyze how the economic-political diagnoses
elaborated by two important Argentine economists -Aldo Ferrer and Rogelio Frigerio- base the historiographic task that they carry out
with an explicit eagerness of political intervention. Thus, as part of their
interventions in the heated debate around the development models of those
years, they made significant contributions to the national economic
historiography, although their productions were developed on the margins, but
in dialogue with those of the professionalized historians renewers.
We maintain that the thesis of the exhaustion of the industrialization model by
substitution of imports that they formulate and the need to justify their
economic-political proposals of development, constitute the foundation of their
companies of historiographic production.
Keywords
Development; Economic Historiography; Industrialization; Exhaustion
thesis.
Introducción
En el marco de la complejización
creciente del mapa historiográfico de los años ‘60, y como parte de las nuevas
historiografías que pretendían ofrecer relatos más sintonizados con los tiempos
que corrían (Devoto & Pagano, 2010), algunos destacados economistas
argentinos elaboraron reconstrucciones historiográficas apuntalando la
conformación del campo de investigaciones del “desarrollo del subdesarrollo”.
Estas historiografías artífices de múltiples hermenéuticas del pasado -al igual
que la historiografía de las izquierdas- se inscriben sin duda en el proceso de
renovación historiográfica al que aportó no solo la naciente sociología
científica, sino, además, la economía política con la que varios historiadores
pretendían dialogar. La contribución que produjo a la renovación historiográfica
el ensanchamiento de la economía en el país -de la mano de los debates sobre el
desarrollo‒ implicó la influencia de nuevas perspectivas, autores y ámbitos
institucionales que anudaban incluso aceitados vínculos internacionales.
Estas producciones historiografías
elaboradas por un conjunto de intelectuales entre los que podemos destacar a
Aldo Ferrer, Rogelio Frigerio, Guido Di Tella o Marcelo Diamand,
y a las que en el presente artículo proponemos considerar como “historiografías
desarrollistas”, ponen de relieve los esfuerzos de reconstrucción histórica en
los que se involucraron algunos de los más sobresalientes economistas de la
época. Sin dudas, se presentaba con extremada fuerza una agenda política que
moldeaba las miradas sobre el pasado y las proyectaba sobre la
contemporaneidad, marcando estrategias, tareas y empresas (Rougier & Odisio, 2017: 222 y ss.). Aun cuando sus producciones
historiográficas constituyeron solo uno de los espacios o ámbitos donde se
expresan sus visiones de mundo, la recepción de estas producciones por parte de
los historiadores, y los debates acaecidos respecto de la aplicación de los
modelos económicos construidos por las teorías del desarrollo y la
modernización, dan cuenta de la relevancia de estas producciones que requieren
ser indagadas en el marco de una historia de la historiografía económica
argentina.
El abordaje crítico de estas
historiografías, contemporáneas e influyentes en el proceso de renovación, pero
a la vez ajenas al campo de los historiadores renovadores profesionalizados,
permite ponerlas de relieve en el acalorado debate en torno a los modelos de
desarrollo para el país que se desenvolvía en esos años. Con este fin, en el
presente artículo abordamos los análisis elaborados por Ferrer y Frigerio
respecto de la situación económico-política de la Argentina de los años posperonistas, destacando que es sobre la base de estos
diagnósticos y en la necesidad de fundamentar sus propuestas económicas de
desarrollo, que llevan adelante su tarea historiográfica.
Así, con un explícito afán de
intervención política y bajo la propuesta de profundizar la industrialización
en curso, sus interpretaciones del proceso económico que justifican la tarea
historiográfica comparten el diagnóstico
del agotamiento del proceso de industrialización por sustitución de
importaciones que se había desarrollado hasta esos años. Aunque de estas
controversias participaron también acérrimos opositores a la industrialización
e intelectuales marxistas que cuestionaron la capacidad de ésta para revertir
los problemas económicos y sociales latinoamericanos, los primeros críticos de
la ISI fueron los propios economistas preocupados por los problemas del
desarrollo y fieles promotores de la industrialización latinoamericana: Ferrer
y Frigerio, pero también Guido Di Tella y Marcelo Diamand
entro otros (Bellini, 2017; Rougier & Odisio,
2017)
Resulta a primera vista paradójico que
intelectuales decididamente “pro-industrialistas”,
como Ferrer y Frigerio, se refirieran al agotamiento de la sustitución de importaciones.
Sin embargo, el hecho de que efectivamente lo que se ha dado en llamar la
“tesis del agotamiento”[2] pueda
ser rastreada en las historiografías desarrollistas o incluso en autores como Prebisch o Furtado (Belini, 2017:
354 y ss.), obliga a una indagación respecto de los sentidos sociopolíticos que
la tesis adquirió en aquellas particulares condiciones políticas y económicas.
Esta tarea, a la que se enfrenta nuestro trabajo busca aclarar los supuestos
teóricos que constituyen el basamento de la “tesis del agotamiento” tal como se
presentan en las producciones de Ferrer y Frigerio, y que permite diferenciarla
de otras formas de esta tesis que surgirán con posterioridad.
A propósito
del desarrollismo argentino
El desarrollismo como corriente política,
ideológica o económica, e incluso como tendencia de análisis sociológico,
adquirió una enorme complejidad en los países latinoamericanos. En ellos, a
mediados de los años ’50 cuajó como “un programa de compromiso elaborado dentro
de una matriz de restricciones y oportunidades nacionales e internacionales” (Sikkink, 2009: 24), en el cual se cruzan tensiones y
miradas respecto a las historias nacionales, las perspectivas económicas y los
posicionamientos políticos, con aristas significativas en torno a la política
interna y externa latinoamericana.
En Argentina, el término “desarrollismo”
pone de manifiesto una diversidad de cuestiones distintas, que en ocasiones se
tornan contradictorias si se decide observarlo desde un aspecto particular: la
forma que adquirió el movimiento político denominado desarrollismo.
Ciertamente, las programáticas de Frigerio, Ferrer, Di Tella o Diamand asumen una perspectiva
desarrollista que busca un crecimiento económico y social de la comunidad
observable cuantitativamente y que pretende la configuración de una sociedad
con rasgos típicos y particulares de las naciones “desarrolladas” del norte
occidental; en todos los casos, el progreso industrial resulta significativo a
los efectos de advertir este “avance” social (Di Tella, Chumbita,
Gajardo, & Gamba, 2008).[3]
Que el término desarrollismo haya
sintetizado una particular experiencia política en el marco nacional no debe
restringir nuestra mirada respecto de las amplias formas en que las ideas de la
economía del desarrollo surgieron, ingresaron y se extendieron en Argentina y
América Latina. Siguiendo a Altamirano (2007), es posible pensar en un ciclo de
debates intelectuales en torno a la idea de desarrollo iniciado con la
“Revolución” de 1955, más específicamente a partir de la presentación del
informe preliminar conocido como Plan Prebisch.[4]
Estas polémicas deben ser abordadas intentando advertir la multiplicidad de
perspectivas que desde el pensamiento económico tematizaron la idea de
desarrollo en el país.
Al respecto, “[tanto] el informe Prebisch
como su discusión posterior dejaron ver tempranamente varios de los temas en
torno a los cuales se alinearían las posiciones en la escena pública”
(Altamirano, 2007: 73). Este conjunto de tópicos, relativos a las tensiones
entre “lo agrario” y “lo industrial”, la función del Estado y el papel de la
iniciativa privada y del capital extranjero, dominarán los debates
intelectuales de los años siguientes. En este sentido, la idea de una época del
desarrollismo permite liberarnos de la restricción que implica la conocida
asociación del desarrollismo de manera exclusiva y excluyente con la propuesta
y gobierno de Frondizi y Frigerio y, de esta forma, ampliar la búsqueda de
explicaciones y sentidos en el conjunto amplio, pero específico, de debates
económico-políticos que tuvieron lugar en esas circunstancias históricas. De
otra manera: se trata de asumir que, aunque el desarrollismo “tuvo en la
Argentina una evolución singular[, e]xistió aquello
que denominamos desarrollismo genérico, transversal a muchos espacios políticos
(radical popular, liberal tecnocrático o militar autoritario) y que en términos
generales coincidía con las postulaciones de la CEPAL” (Jáuregui, 2016: 3).
[5]
Este “consenso epocal”
en relación con las características de la industrialización y la necesidad de
superar las dificultades profundizándola, por distintas vías y con diferentes
estrategias (Rougier y Odisio, 2017) tuvo origen
cuando la caída del peronismo reinstaló el debate público sobre la dirección
que debía tomar el capitalismo argentino (Llach, 1984). En aquel polémico
documento, el propio jefe de la CEPAL afirmaba: “la Argentina atraviesa por la
crisis más aguda de su desarrollo económico” (Prebisch,
1955: 11). Fuera de las discrepancias y polémicas específicas que se
desarrollaron alrededor de la argumentación del informe preliminar,
difícilmente se pueda negar la profundidad con que caló el argumento de la
existencia de una insondable crisis económica en el país.
Sin la intransigencia del planteo de Prebisch, que no daba lugar a dudas respecto de los daños
hechos por la política económica peronista, la idea de una crisis de
dimensiones sin precedentes se instalaba para plantear la necesidad de un
redireccionamiento de la política económica argentina. Esta marca de origen
permanecerá como una constante de los discursos desarrollistas de la época, que
asumieron una novedosa dramatización en el ámbito público. Definidos como
elementos centrales de la vida política nacional, “las reformas que exigía el
desarrollo no sólo eran necesarias, eran impostergables y acuciantes, su
cumplimiento apenas si dejaba ya tiempo” (Altamirano, 2007: 76-77).
Las perspectivas desarrollistas
presentaron además como singularidad, la pretensión de rediscutir la caracterización
de la economía argentina en el marco de las tipificaciones sobre el desarrollo
que habían comenzado a surgir en aquellos años. Especificar la posición del
país en torno al eje desarrollo-subdesarrollo se constituirá en parte de la
polémica. Tanto si observamos hacia adentro como si dirigimos la mirada al
exterior del desarrollismo, la querella por el carácter subdesarrollado o no,
por el nivel o “grado” de subdesarrollo e incluso por la explicación de las
razones del subdesarrollo del país, inspirará investigaciones, intervenciones y
reflexiones de diversa índole.
Las múltiples interpretaciones en disputa
de la realidad económica motivaron así reconstrucciones historiográficas de la
economía argentina que buscaban justificar la comprensión de un presente
conflictivo y un futuro promisorio para el desarrollo industrial nacional.
Devoto & Pagano (2010) han comentado la recepción de estas producciones de
economistas por parte de los historiadores profesionalizados, y los debates
acaecidos respecto de la aplicación de los modelos económicos construidos por
las teorías del desarrollo y la modernización implicadas. Así, plantean que “la
colaboración en el terreno de la historia económica encontraba cultores de las
dos disciplinas. Entre los economistas, dos autores destacaron por el énfasis
que pusieron en reconstruir el pasado económico argentino: Guido Di Tella y
Aldo Ferrer” (Devoto & Pagano, 2010: 418). Y aunque según su perspectiva
los economistas fueron “bastante poco influyentes entre los historiadores salvo
como objetivo polémico”, para nosotros su importancia parece notable cuando
observamos la forma en que estas y otras reconstrucciones históricas realizadas
por economistas de la época fueron retomadas en el marco de la renovación
historiográfica en curso.
El carácter “militante”, en el sentido
planteado por Devoto & Pagano (2004)[6], de
estas producciones historiográficas ajenas al campo de los historiadores
profesionalizados, parece caracterizarse por la existencia de un eje
articulador de los discursos programáticos de los intelectuales desarrollistas
que se sitúa en la urgencia y necesidad de profundizar la industrialización de
la economía argentina, dando respuesta a los problemas que hasta allí había
tenido el desarrollo argentino.
Así, la firmeza con que se asume el
diagnóstico compartido respecto del agotamiento de la estrategia de
industrialización por sustitución de importaciones desarrollada durante los
gobiernos peronista constituye la base sobre la que se funda la necesidad de
reorientar de la política económica. A partir de las propuestas formuladas y
como ejercicio de comprensión del denominado agotamiento, es que se elaboraron
reconstrucciones históricas que justificaban el diagnóstico y orientaban la
interpretación sobre los problemas y soluciones que requería la economía
argentina.
Rogelio
Frigerio: desarrollo industrial y capital extranjero
Frigerio, promotor desde el Semanario Qué de la candidatura presidencial de
Frondizi, será el teórico de la política impulsada por éste en el gobierno
(Rouquié, 1975; Altamirano, 1998). Formulará una perspectiva en la que se
asocia patriotismo a industrialismo y, desde el profundo reconocimiento del
desarrollo producido bajo el peronismo, pretenderá distinguirse de la
estrategia de desarrollo peronista a partir del convencimiento de que es
necesario observar y profundizar la producción, antes que la distribución.
Un documento significativo en este
sentido es Desarrollo y desarrollismo
(1969), obra colectiva en la que destacan los nombres de Alonso Aguilar y
Rogelio Frigerio,[7]
en el que los autores se encuentran embarcados en descifrar los elementos
estructurales de las recurrentes crisis provenientes del estrangulamiento
externo y proponer estrategias tendientes a su necesaria superación. En este marco
se presenta la idea de agotamiento del proceso sustitutivo como
diagnóstico de la difícil situación económica que es necesario revertir,[8]
reimpulsando el desarrollo nacional por medio de nuevas estrategias que
profundicen la industrialización. Según se destaca en la introducción a cargo
de Aguilar (1969), “[l]os años de euforia que acompañaron a la segunda guerra
mundial han quedado definitivamente atrás” (13). Significativamente todos los
índices marcan un comprobable estancamiento relativo que, sin menosprecio de
los datos positivos de 1963-64, caracterizan la economía latinoamericana y dan
cuenta de la fortaleza de los obstáculos al desarrollo presentes en la región
(Aguilar, 1969).
Sin embargo, frente a los límites
estructurales que plantea el subdesarrollo, Frigerio descree de la propuesta de
Prebisch basada en la cooperación externa y los
acuerdos logrados en el ámbito del comercio internacional[9] que solo apelan a la buena
voluntad de las naciones desarrolladas para que, por distintos mecanismos
comerciales y compensatorios, devuelvan, “derramen”, parte de esa “plusvalía
del comercio” (Frigerio, 1969: 133) a los países subdesarrollados. Si bien la
aportación de las potencias no era voluntaria, en su opinión, sí existía la
necesidad histórica, el devenir ineluctable de una competencia económica –de
los bloques en pugna que se habían dividido el mundo en áreas de control e
influencia– por la cual les resultaba necesario estimular al desarrollo de los
países subdesarrollados (Altamirano, 2007).
La salida propuesta por Frigerio no
resulta tan importante como su defensa basada en la idea de que una nueva
estrategia es necesaria en la medida que Argentina es un país “detenido en su
crecimiento” (Frigerio, 1969: 115). Así, en la discusión en torno a la
pertenencia a la categoría de países desarrollados o subdesarrollados, su
opinión radica en que Argentina no se ubica entre el global de los países
subdesarrollados ni entre los países industriales que figuran como potencias
mundiales (Aguilar, 1969). Pero esta coincidencia de diagnóstico con otros
desarrollistas tales como Di Tella o Ferrer no nos permite hacerlos avanzar
juntos mucho más. Sus diferencias son notables y no solo sus textos se encuentran
llenos de críticas de unos a otros, sino que el análisis de los elementos
estructurales de la economía argentina y sus propuestas de política resultantes
son verdaderamente opuestas. Las críticas y contraposiciones cruzadas son
notables y los autores parecen esforzarse en expresar el grado de originalidad
y, por supuesto, certeza de sus programáticas.
Para Frigerio, la clave para el
desarrollo era sin lugar a duda la industrialización del país, pero esta tenía
un significado de totalidad y completitud respecto de las actividades y ramas,
y de integralidad territorial y espacial. Se pretendía una industrialización
general que conformara un espacio económico integrado, física y culturalmente.
Por esto, y como parte de las discrepancias entre los intelectuales
desarrollistas, para Di Tella (1973) el esquema teórico del frondizismo
hace la máxima “combinación de los inconvenientes del esquema clásico y del
esquema autárquico” (38) en la medida que infiere la necesidad de desarrollar todas las industrias -con la consecuente
reducción de la eficiencia general de la economía- y asume la gran dependencia
del capital extranjero. Esta habitual crítica al esquema frigerista
se encuentra justificada en la profundización de las industrias capital
intensivas que tensionan aún más la necesaria utilización “armoniosa” de los
factores.
Pero, según la opinión de Frigerio
(1969), lo que define indefectiblemente el subdesarrollo es la incapacidad de
un país de generar “los recursos necesarios para un crecimiento sostenido de la
economía nacional” (119). Esta incapacidad de financiar el desarrollo con el
producto de las exportaciones se encuentra en el corazón de su idea de
subdesarrollo (Frigerio, 1968; 1979), de manera que el financiamiento exterior
del progreso industrial resulta crucial (Frigerio, 1959). La noción de
subdesarrollo así formulada por el desarrollismo frigerista,
parece intentar suplantar discursivamente, según Rouquié (1975: 111) la
oposición de clase: “la oposición nueva es la oposición entre desarrollo y
subdesarrollo”; quienes quieren el desarrollo son revolucionarios y para
conseguirlo es necesaria la unidad nacional. La justicia social de la sociedad
de la abundancia vendrá como corolario del crecimiento, que la transformará por
medio de una verdadera revolución industrial en los países subdesarrollados.
Así, es posible convertir a Argentina en una gran potencia que aporte a la
pretendida integración y concepción del mundo como comunidad.
En su acalorado discurso, el desarrollo
parece remplazar al progreso (Altamirano, 2007) y pretender una marcha
ininterrumpida de Argentina y la humanidad (Rouquié, 1975) de la mano del
capitalismo. En términos de la economía política del desarrollo, la perspectiva
frondizista no dudaba que las fuerzas sociales de la
transformación que se proponía llevar adelante radicaban en los trabajadores y
empresarios. En la programática del “desarrollismo argentino” era necesario
entonces una alianza nacional-popular. En este sentido, la posibilidad de
fundar un nuevo modelo de desarrollo económico no puede desconocer al conjunto
de los actores opuestos a los intereses de la oligarquía agroexportadora;[10]
y los sectores ligados al nacional-industrialismo que deberían formar parte de
esta alianza son, para Frigerio, el ejército, la iglesia y los sindicatos. De
aquí, puede comprenderse que la alianza con los sectores peronistas se
encuentra fundada en las “circunstancias”, en la coincidencia respecto de la
lectura histórica del desarrollo nacional y el juego de fuerzas sociales y políticas
que ponen a cualquier proyecto que pretenda redireccionar el modelo
sustitutivo, profundizando la industrialización en detrimento de los intereses
de los “enemigos históricos” del peronismo.
Este elemento, que había aparecido ya
antes del triunfo electoral de Frondizi, resulta una continuidad en el
pensamiento de Frigerio. El fervor industrialista une históricamente a una
diversidad de actores sociales y económicos que sigue resultando central
aglutinar alrededor de una perspectiva clara y coherente. Esta promoverá la
liberación nacional como resultado de la completitud de la transformación
económica requerida que a su vez logrará romper la dependencia,[11]
cristalizada en la sistemática necesidad de divisas para financiar el aparato
productivo del país.
En la estrategia desarrollista de
Frigerio se reserva, por supuesto, un lugar central al Estado que debe
garantizar la política de desarrollo por medio del mantenimiento del
proteccionismo, la garantía a la libre empresa y la atracción de capitales
extranjeros. Con ellos se irá formando un “capitalismo nacional”, un
neocapitalismo social y moderno fundado en una industria técnicamente avanzada.
Sin embargo, el papel del Estado en la articulación y el mantenimiento de la
política de desarrollo se distancia de la planificación socialista en boga, por
la “decisión” de no realizar el ahorro sobre los grandes sacrificios de los
trabajadores (Frigerio, 1963).
En todo caso, el Estado desarrollista
debía ser el cerebro, el agente del desarrollo, que como Estado programador
definiera las prioridades con arreglo a la meta de alcanzar el desarrollo pleno
de la Nación. Sin embargo, esto no hacía perder importancia a la iniciativa
privada, sino que pregonaba el requerimiento de la inversión y/o incorporación
de capitales que ayudarían a profundizar, acelerar y garantizar el desarrollo
industrial que ‒caso contrario‒ continuaría estancado u operando en niveles
cercanos al estancamiento.
Esta colaboración del capital extranjero
asumirá cada vez mayor relevancia y urgencia a medida que los ensayos y
experiencias de la larga década se vean frustrados en su capacidad de
garantizar el crecimiento económico y la estabilidad política. Esta aportación
resultará nodal para conseguir mayor independencia económica toda vez que se vincula
estrechamente con la efectiva posesión de una industria pesada de envergadura
que ha pasado a formar parte del núcleo básico de los objetivos nacionales.
Sin dudas, debe tenerse en cuenta que
estamos aquí frente a otro punto de disidencia respecto de la perspectiva cepalina a la que considera “conformista” o “vagamente
industrialista” por aceptar la financiación lenta y gradual del desarrollo. La
opinión del cofundador del Movimiento de Integración y Desarrollo -MID-,
opuestamente, tiende a considerar la urgencia de la transformación que, para
realizarse vertiginosamente, requeriría de una inyección de capital que no
resulta posible adquirir por la buena voluntad de otros gobiernos o de
organismos internacionales.
Inicialmente, el “modelo frondizista” propone compatibilizar desarrollo y
democracia, y esta unión constituye un rasgo distintivo de su propuesta
(Frigerio, 1963). Pero la correspondencia del desarrollo con la democracia, que
habían sostenido en su etapa de gobierno, será abandonada luego de los
reiterados fracasos entre 1955-66 y la disociación entre estos dos términos
implicará que la democracia deje de figurarse como condición política del
desarrollo (Forcinito, 2013: 91). Esto explica que
Frondizi no se negara a apoyar la vía autoritaria del Onganiato
cuando los regímenes semidemocráticos de la época parecieron incapaces de
garantizar la sostenibilidad de la estrategia desarrollista.
Y en verdad, cuando llegó la alternativa
de la modernización por vía autoritaria a mediados de los años sesenta, el
desarrollismo se dispuso a explorar lo que sería uno de sus últimos intentos
serios. Con el golpe de Estado de 1966,
“la idea
de un gran cambio, es decir no de un simple golpe de Estado, que pusiera a la
nación por encima de sus facciones, se fijó así en el horizonte de una sociedad
bloqueada entre fuerzas que no podían vencer ni acordar principios comunes
acerca de cómo gobernarse”. (Altamirano, 2007: 108).
El notable fracaso de esta alterativa
afectó la forma en que el desarrollismo fue interpelado en adelante. A partir
de entonces, los debates se polarizarán de otra manera con relación a la
posibilidad del desarrollo, en términos políticos específicos nacionales, y en
términos económicos y teóricos generales. El intento frustrado de la Revolución
Argentina, evidente desde 1969, radicalizará las críticas: los desarrollistas,
se fortalecerán en la idea de la necesidad de un redireccionamiento estratégico
de la política económica que lograra empujar hacia adelante a un país que
parecía definitivamente estancado; los sectores liberales continuarán negando
con más fuerza la mutación de la idea de progreso por la de desarrollo en que
no dejaba de insistir el país; y, también bajo la crítica marxista al
desarrollismo que se estaba produciendo en el contexto regional, sectores
detractores asumirán la impugnación de un régimen económico y político que, a
sus ojos, no lograba consolidarse y sobrevivía a los tumbos en una situación de
crisis permanente.
Afrontar
esa crisis cada vez más aguda, proponer alternativas para profundizar la
industrialización y encontrar las razones del agotamiento constituyeron razones
mas que suficientes para encarar reconstrucciones
historiográficas como las realizadas por Frigerio (1969; 1979). Estas
“historias económicas” constituían además armas de combate en un presente de
disputa, incluso al interior del desarrollismo.
Aldo Ferrer: nacionalismo y
estructuralismo
La perspectiva de Ferrer se encuentra
articulada en algunos textos fundamentales de su profusa obra entre los cuales
se destaca La economía argentina (1963)[12]
que es quizás uno de los libros más visitados de historia económica argentina
(Fernández López, 2001).[13]
En él, Ferrer asume la tarea de elaborar un cuadro general del proceso
formativo de la economía de manera que sintetiza los rasgos característicos y
las formaciones estructurantes que en cada momento ‒desde el siglo XVI hasta la
actualidad‒ definen sus notas distintivas y problemas contemporáneos. La
definición de etapas históricas que ordenan su trabajo responde al planteo
realizado por Celso Furtado (1962) para el caso de la economía brasileña. La
suposición que aparece como base del esfuerzo es que, tal como había propuesto
el método histórico-estructural de la Comisión Económica para América Latina
(CEPAL),[14]
la descripción del proceso de desarrollo a partir de las definidas etapas
históricas que se remontan hasta los “orígenes” de las formaciones sociales
analizadas, permite “penetrar en profundidad en el análisis de las causas de la
situación presente y ver como se fueron desenvolviendo con el correr del tiempo
hasta llegar a la actualidad” (Ferrer, 2000 [1973]: 13).
En la base de su motivación para realizar
este análisis de las “raíces históricas” de la situación de que es
contemporáneo, se encuentra ‒por supuesto, al igual que en Frigerio‒ la
intención de proponer una estrategia de desarrollo que permita superar la crítica
situación que surge de sus evaluaciones. En su análisis se presenta una
reivindicación de las capacidades y potencialidades nacionales para lograr un
desarrollo acelerado y autosuficiente, característico de los países
“desarrollados”, aunque paradójicamente se evidencia que el país habría sido
incapaz de realizar a tiempo los ajustes necesarios para adaptarse a las
condiciones y características del desarrollo histórico contemporáneo. Así, de
las cuatro etapas perfectamente diferenciables para la mirada del autor, el
profundo análisis de la cuarta, inaugurada en 1930 y definida por el carácter semi-industrial dependiente[15] de la economía, permite
llegar a “la conclusión de que el sistema ha entrado en una crisis definitiva
que frena su posterior evolución y crecimiento” (Ferrer, 2000 [1973]: 14-15).
Al mismo tiempo que se produce este
diagnóstico, el autor destaca la intención de elaborar propuestas que permitan
salir de la situación de estancamiento económico que vive el país. Así lo
afirma cuando escribe:
“frente
a esta crisis de desarrollo, procuro identificar los distintos rumbos
alternativos que procuran las fuerzas sociales operantes en la realidad
argentina. Sostengo, además, la tesis de que el crecimiento futuro de la
economía nacional y la elevación de los patrones de vida, materiales y
culturales, de la población solo puede ser logrado mediante la integración de
la estructura económica, esto es, la formación de una economía industrial
avanzada.” (Ferrer, 2000 [1973]: 15).
Frente a su diagnóstico de crisis de desarrollo, la salida se
encuentra en reorientar el proceso de desarrollo, para ayudar a la maduración
económica. El diagnóstico del agotamiento[16] de
aquella etapa histórica, que es al mismo tiempo un modelo a los fines de la
interpretación, supone la existencia de un freno al crecimiento de la economía
nacional pero no niega la posibilidad de la continuidad del desarrollo
industrial. Su intención declarada es entonces señalar las condiciones y
establecer las bases para un nuevo modelo y etapa del desarrollo social. Sin
lugar a duda, la explícita influencia de Furtado encuentra rápidamente su
límite en este punto y Ferrer se mantiene más cercano al optimismo de Prebisch, su antiguo maestro.[17]
Sin embargo, al igual que en el planteo
de Furtado el agotamiento se expresa en la tendencia secular a la baja
de la tasa de crecimiento per cápita, las recurrentes crisis cíclicas y las
altas tasas de desempleo. De esta manera la argumentación de Ferrer coincide
tanto en el enfoque histórico-estructural como en la manera de dar cuenta del
“agotamiento”, que para ambos se evidencia en las pobres tasas de crecimiento
del producto per cápita y las recurrentes restricciones externas (Ferrer, 2000
[1973]; Furtado, 1962). Pese a esto, no encontramos puntos en común tan
importantes al momento de exponer las causas del agotamiento, ni al analizar
las características estructurales y orgánicas de las sociedades dependientes.
Más allá de las evidentes diferencias entre el modelo brasileño y la particular
configuración de la economía argentina ‒que ya el mismo trabajo del brasilero
había dejado fuera de su análisis‒, es notable la diferencia dada por la clave
política a ambas exposiciones. El término dependencia
en Ferrer parece presentarse solamente a los fines de identificar una economía
no integrada o avanzada, es decir, como oposición a la estructuración
socioeconómica de los países desarrollados. Este juego de oposición resulta más
una continuidad de la endíadis centro-periferia cepalina
que de la construcción dependentista de la que Ferrer
es contemporáneo.[18]
En este sentido, la clave política de lectura de Ferrer ‒compartida con otros
desarrollistas argentinos‒ lo distancia del pesimismo de Furtado. En el
economista argentino, el análisis del agotamiento está signado por la
positividad provista a la formulación de una estrategia de desarrollo que
permita continuar el proceso de
industrialización y consolide un camino de crecimiento
autónomo, que jamás se duda posible.
Retomando el análisis de las etapas
históricas propuestas por Ferrer, al momento de concentrarse sobre aquella que
se encuentra en crisis en su presente histórico, enfatiza que para la
comprensión de los principales cambios en la dinámica del sistema económico se
requiere de una precisa descripción que permita advertir los puntos de
saturación y colisión entre fenómenos de carácter estructural que tienen
presencia en la economía semi-industrial dependiente
argentina. Centralmente, se pueden distinguir la modificación en el
comportamiento de la demanda global, el proceso de sustitución de
importaciones, la estructura y dinámica industrial y agropecuaria y el papel
desempeñado por el Estado.
La inspección de estos cambios permite
distinguir dos subperíodos al interior de la etapa iniciada con la crisis de 1929.
Según su propia expresión: “conviene destacar dos subperíodos dentro de las
últimas cuatro décadas, o sea, a partir de la clausura de la etapa primaria
exportadora”. El primero abarca desde 1930 hasta fines de la década de 1950,
“…dentro de este primer subperíodo se consuma en la argentina el proceso
sustitutivo de importaciones en la industria tradicional y la mecánica y
química livianas. El segundo subperíodo desde 1950 hasta la actualidad”, en que
los hechos más importantes son “la profundización del proceso de
industrialización y el surgimiento de obstáculos crecientes a la formación de
una economía industrial avanzada” (Ferrer, 2000 [1973]: 192).
En realidad, la periodización surge
justificada por la dinámica de las transformaciones internacionales que
reconoce dos unidades distinguibles hasta y desde la segunda posguerra. Pero
rápidamente queda imbricada con la dinámica interna en un criterio
suficientemente economicista como para dejar dividido en dos a la experiencia
del peronismo histórico y resaltar el carácter de continuidad que adquiere su
primera etapa, de claro crecimiento, de una segunda etapa vinculada al momento
en que comienza la crisis que se ubicaría “cerca de 1950”. Posteriormente, este
corte pasará a la historiografía con fecha 1949.
Una precisión destacable que se justifica por medio de un “dato relevante” que
da cuenta del agotamiento del proceso[19] sustitutivo[20]: la disminución del
coeficiente de importaciones. Esta disminución había sido importante desde los
años veinte y para 1949 el coeficiente se encontraba en torno a 10%. A partir
de 1950, se estabilizará y mantendrá este nivel durante el período siguiente.
Según la opinión de Ferrer, aunque es
evidente que esta fuerte reducción generó inconvenientes en el proceso de
acumulación de capital,
“la
economía de divisas generada por la sustitución de importaciones permitió
enfrentar la declinante capacidad de pagos externos. A partir de 1950, en
cambio, la estabilización del coeficiente de importaciones vinculó
estrechamente el crecimiento de la actividad productiva al nivel de los
abastecimientos importados” (Ferrer, 2000 [1973]: 195)
dando lugar al surgimiento de
desequilibrios crónicos de la balanza de pagos.
En el momento que el coeficiente de
importaciones se ha reducido lo suficiente y se estabiliza, la sustitución se
ha frenado de hecho como proceso. Es que la clave se encuentra en que, antes de
llegar a la autarquía económica, se desencadena una crisis difícil de resolver
por la complejidad de la estructuración económica que ha ido apareciendo a
partir de las profundas mutaciones que implica el propio desarrollo industrial.
De esta forma, la imposibilidad de integración dada por el desfasaje entre el
avance manufacturero y el progreso técnico, que se produjo en las industrializaciones
“clásicas”, abandona al país a una situación de semi-industrialización.
Aunque la sustitución de importaciones
‒en los países de desarrollo industrial tardío como Argentina‒ involucra un
proceso clave para adecuar la estructura de la producción, aumentar el ingreso
y modernizar el sistema productivo haciendo un uso más eficaz del trabajo, “no
se consuma en la autarquía, sino que entra en crisis mucho antes” (Ferrer, 2000
[1973]: 201). Tanto es así que “la compresión del coeficiente de importaciones más
allá de ciertos límites … se paga en términos de desarrollo económico” (184).
Nuevamente se presenta el corte que el autor identifica, además, como
modificatorio de la política económica[21] y de la evolución del
ingreso nacional.[22]
Finalmente, la alternativa propuesta
frente al diagnóstico elaborado busca continuar y profundizar el desarrollo
económico por medio de la industrialización y la modificación del patrón y
composición de exportaciones, garantizando la participación creciente de los
sectores que están liderando el desarrollo. Solo promoviendo esta atención a
las manufacturas será posible avanzar en la integración productiva y la
formación de una economía avanzada (Ferrer, 2000 [1973]; 1983). Pero revertir
el perfil de inserción internacional del país resulta una consecuencia de una
serie de transformaciones que deben ser producidas a partir de un programa de
movilización del potencial interno que articule “la utilización del ahorro
interno, la ruptura del estrangulamiento del balance de pagos, la política de
cambio tecnológico y la integración territorial” (Ferrer, 2000 [1973]: 274). La
posibilidad de caminar en esta dirección supone una serie de condiciones que
necesariamente se deben cumplir. Estas revelan la trascendencia otorgada por el
autor a la dimensión sociopolítica en la evaluación y planificación del
desarrollo. Sin la “nacionalización” y democratización del Estado, la
“argentinización” de la estructura productiva, la reforma de la organización
productiva y la asunción del poder político por las mayorías –combatiendo la
ideología dependiente de las minorías hegemónicas– no será posible articular
ningún programa de desarrollo económico y social en Argentina.
Respecto de la condición de subdesarrollo
y la posibilidad de despegue económico, el economista sostiene que el país se
encuentra en un lugar relevante y con potencial suficiente para revertir su
dependencia. Así, comparte el entusiasmo con Frigerio, Di Tella y Diamand, pero diferenciándose al considerar al
subdesarrollo como resultado de elementos estructurales del complejo sistema
económico mundial. De acuerdo con la opinión de Ferrer (2000 [1973]), Argentina
cuenta con recursos, diversificación de la oferta, capacidad productiva y una
extensión territorial y de mercado interno que le permite distinguirse de la
mayoría de los otros países latinoamericanos dependientes. En este sentido,
urge revertir la crisis que se está experimentando ya que, aunque “no implique
una fractura inminente, reflejada en la alteración de las relaciones sociales
subyacentes” (267), el modelo vigente “frustra la movilización del enorme
potencial económico argentino, genera fracturas en las estructuras productivas
y entre grupos sociales, profundiza los desequilibrios espaciales y articula
una relación dependiente frente al resto del mundo” (268).
Notas
Finales
El contexto de crisis que implicó el
fracaso del Plan Krieger Vassena (1967-1969) habilitó
una nueva etapa en el pensamiento desarrollista en la cual se profundizó el
pesimismo respecto de los problemas del desarrollo argentino y se multiplicó el
diseño de estrategias alternativas que pretendían superar dicha situación sobre
la base de la idea de que la economía argentina experimentaba un verdadero
agotamiento del modelo ISI. Las producciones de Ferrer y Frigerio analizadas en
este trabajo, posteriores a 1969, resultan reveladoras y expresivas de los
debates de “época” en que emergió la diagnostico del agotamiento. Los
“economistas”, que habían adquirido ya desde hacía algunos años una palabra
privilegiada en el debate nacional (Plotkin & Neiburg 2014), redoblaron sus esfuerzos por construir
explicaciones de los fenómenos que vivía la turbulenta Argentina de aquellos
días.[23]
Justificar las razones del agotamiento y
proponer alternativas que profundicen la industrialización en curso motivó a
los desarrollistas argentinos a elaborar reconstrucciones historiográficas en
las que se plasmaron múltiples hermenéuticas del pasado. Estas reconstrucciones
a las que hemos denominado “historiografías desarrollistas” comparten con las
historiografías de las izquierdas que emergieron por aquellos mismos años un
explicito afán de intervención política y una rica producción realizada, en
ocasiones, desde los márgenes de la historiografía académica.
Los autores que abordamos en este texto
han insistido en sus esfuerzos intelectuales por dar cuenta del lugar, entre
distintivo y excepcional, de Argentina en el concierto de países. Mientras para
Frigerio, Argentina devendría indefectiblemente en potencia económica a partir
de la inversión extranjera, para Ferrer la posibilidad del desarrollo radicaba
en la integración de los factores económicos del país. Para reevaluar los
objetivos nacionales que deben siempre sustentar la estrategia de desarrollo a
partir de una clara conciencia de las potencialidades y limitaciones, era
necesario advertir correctamente el punto de inicio, así como el posible rol en
el concierto internacional. Con este fin es que se vuelve necesario, para
Ferrer y para Frigerio partir de una evaluación y un diagnóstico certero sobre
las condiciones para el desarrollo, tal como este se ha configurado
históricamente. Así, la necesidad que motiva la tarea historiográfica que
llevan a cabo estos intelectuales ubicados en el exterior del campo de la
historiografía profesionalizada, tienen la pretensión de lograr un
reconocimiento de sus propuestas para superar el agotamiento de la ISI que
ellos mismos advierten; cada vez con mas fuerza
mientras se suceden los fracasos políticos de aquellos críticos años.
La posición distintiva de Argentina
respecto de las naciones sumidas en la pobreza y el estancamiento habilita un
ejercicio de doble distinción y autorreconocimiento que constituye un elemento
decisivo en la singularización del pensamiento desarrollista. Como hemos
mostrado en este trabajo, el diagnostico pesimista desde el que se formula la
tesis del agotamiento parte de la evaluación que realizan de la economía de su
presente y del análisis histórico que, a la luz de este, formulan del proceso
de industrialización sustitutiva.
Así, aunque el diagnóstico del
agotamiento aparezca sin dudas tempranamente en estas producciones su
intencionalidad difiere de las tesis formuladas años después tanto por quienes
se declaraban acérrimos opositores a la industrialización argentina como por
aquellos que encontraban inviable pensar el desarrollo al interior de la
dinámica de industrialización que el capitalismo global de la segunda posguerra
había “habilitado” en los países latinoamericanos. En los desarrollistas
argentinos, y especialmente al interior de sus producciones historiográficas,
la tesis del agotamiento del modelo de industrialización por sustitución de
importaciones -al que desde su labor demarcan por primera vez- intenta poner
sobre el debate los nuevos modelos de industrialización que cada uno de ellos
propone. Las diferencias en la propuesta programática de los autores, produce,
en una proyección hacia el pasado, jerarquizaciones de los fenómenos y
problemas económicos donde esas diferencias terminan por expresarse. La tesis del agotamiento del modelo
sustitutivo, tal como es planteada por los desarrollistas argentinos aparece
como un diagnóstico que condiciona la política económica, en tanto la obliga a
repensarse y reimpulsarse, pero en absoluto reclama la existencia de límites
estructurales a la posibilidad del desarrollo económico y social de la nación.
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Recibido: 31/05/2019
Evaluado:
13/06/2019
Versión Final: 01/08/2019
[1] El presente artículo es parte de una
investigación más amplia desarrollada bajo la dirección de Silvia Morón y Ruben Caro. Agradezco los comentarios y críticas que
realizaron, a versiones previas de este trabajo, Claudio Belini
y Damián Antúnez; por último, a los evaluadores propuestos por la revista que,
sin duda, han contribuido a la mejora de este trabajo.
[2] La
tesis del agotamiento porta una larga historia que nos permite encontrarla
desde los años ‘60 hasta la década del ’90 del siglo XX en un desenvolvimiento
que implica cambios en los sentidos sociopolíticos de su enunciación y
diversidad de supuestos teóricos. En efecto, variados autores de distintas
tradiciones intelectuales, campos disciplinares y orientaciones
político-ideológicas distintas puede ser asociados a esta idea. Una lista
extensa, aunque no completa, de autores que han formulado y sostenido esta
perspectiva, en diferentes contextos desde hace 50 años, incluiría a Aldo
Ferrer, Marcelo Diamand, Rogelio Frigerio y Guido Di
Tella, Raúl Prebisch o Celso Furtado, pero también a
Oscar Braun o Juan Carlos Portantiero, y en una perspectiva disímil, gran parte
de la literatura de orientación liberal. En efecto, por paradójico que resulte,
en los años ‘60 y ‘70 participaron de la controversia sobre el desempeño de la
ISI, decididos opositores a la industrialización e intelectuales marxistas que
descreían de la viabilidad del desarrollo capitalista en la región. Luego de
1976, la reformulación y expansión de esta idea ha sido notable y ha desbordado
disciplinas y perspectivas en las que se encontraba acotaba previamente. Con
connotaciones y alcances notablemente diferentes algunos de sus variados
promotores han sido José Nun y Juan Carlos
Portantiero, Halperín Donghi, Juan Carlos De Pablo,
Juan José Llach, Pablo Gerchunoff, Marcos Novaro, Vicente Palermo, Julio Cesar Neffa o Roberto Cortes
Conde. Un desarrollo exhaustivo de las tesis del agotamiento y sus críticas
puede consultarse en Reche (2015)
[3] Forcinito
(2013), analizan algunos debates que Ferrer, Di Tella y Diamand
tuvieron en relación con “la estrategia desarrollista”, considerando a ésta
como la promovida por la política del gobierno de Frondizi. Esta acepción del
desarrollismo en sentido restringido y asociado a una experiencia de gestión
económica, por de más usual en las ciencias sociales argentinas, acota la
definición más amplia que estamos proponiendo. En efecto, la propia autora
utiliza, cuando su mirada no está centrada exclusivamente en Argentina una
referencia al desarrollismo en términos más precisos y generales. El
desarrollismo implica, para Forcinito (2013: 91), el
“consenso reformista del capitalismo que surgió como respuesta a la ausencia de
crecimiento económico en conjunción con mejoras relativas en el nivel de vida
de las clases subalternas, característico de la mayor parte del mundo
capitalista hasta entonces”. Este incluye una variedad de perspectivas y
posiciones entre los que se encuentra, sin dudas, la CEPAL (Forcinito,
2016: 69). No podría ser de otra manera, ya que la formulación de la propia
CEPAL constituye un impulso fundamental para la construcción del desarrollismo
latinoamericano, que “en cada país (…) adquirió trazos singulares por las
diferencias previas de formación económica y cultural” (Jáuregui, 2016: 2)
[4] En verdad, el llamado Plan Prebisch fue el
resultado de una serie de tres documentos distintos que se publicaron entre
fines de 1955 y comienzos de 1956. Los tres documentos ‒ “Informe preliminar
acerca de la situación económica” (1955), “Moneda sana o inflación
incontenible” (1956a) y “Plan de restablecimiento económico” (1956b) ‒ fueron
publicados por la Secretaría de Prensa de la Presidencia de la Nación. El Plan
sufrió fortísimas críticas y los focos más relevantes fueron “la influencia del
anti-peronismo de Prebisch
en el evidente pesimismo del diagnóstico y el contraste de las sugerencias de
política económica con las ideas pregonadas por Prebisch
desde la CEPAL” (Fiszbein, 2010:
s/p).
[5] Sobre las diferencias entre el
desarrollismo cepalino y frigerista,
que no profundizaremos aquí, puede consultarse García Bossio (2013) y Forcinito (2013). Jáuregui (2016: 3) plantea, luego de
mencionar algunas diferencias centrales entre estas perspectivas, que “de todas
maneras había más coincidencias de las que le gustaba reconocer. Ellas
provenían de la inscripción genérica en la “economía del desarrollo” y por ende
en el keynesianismo. En su concepción, el progreso histórico sólo podía
alcanzarse a través del avance de la ciencia y de la técnica”.
[6] Si bien toda
operación historiográfica posee un carácter decididamente político, Devoto
& Pagano (2004; 2010) llaman “historiografías militantes” a un conjunto de
producciones elaboradas en ocasiones en los márgenes del ámbito académico, por
intelectuales que no se desempeñan como historiadores profesionalizados y en
las que el afán de intervención política de las producciones cristaliza en un
particular vinculo pasado-presente.
[7]Sobre Frigerio, puede consultarse el capítulo VI de Rouquié (1975);
también, García Bossio (2008) y Jáuregui, Cerra y Yazbek, (2015).
[8] También en un texto posterior Frigerio
(1979) afirma, para comenzar a analizar el período iniciado en 1955, que “el
agotamiento del impulso dado al país por el proceso de sustitución de
importaciones gravitó en el deterioro de la situación social y política” (103).
[9] Se refiere a la política promovida
desde la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo
-UNCTAD, por su nombre en inglés-. Esta línea de trabajo impulsada por Prebisch coincide con los años que estamos abordando en el
análisis de las reflexiones de nuestros autores.
[10] El nacionalismo económico identifica
como enemigos internos a los sectores con intereses “agro-importadores”. Véase
Frigerio (1963), Franco (1969) y Rouquié (1975).
[11] Conviene advertir que el uso de
ciertas expresiones, por caso “dependencia” o “liberación nacional” no tiene,
evidentemente, el mismo significado con que leemos, generalizando, que fueron
planteadas en ese tiempo. Probablemente ciertas preferencias por temas, debates
y perspectivas recuperadas por la historiografía simplifican la variedad de
significaciones que determinados vocablos del lenguaje político tuvieron. En
este caso, las expresiones mencionadas aparecen en Frigerio como parte de un
universo discursivo con significaciones muy fuertes, aunque diferentes a las
que estamos acostumbrados a reconocer.
[12] Si bien la versión original del texto es de 1963, bajo el mismo nombre
fue publicada en 1973 una edición actualizada en la que se modificó la cuarta
parte el libro y se agregó una quinta incorporando los desarrollos más
recientes y lo acontecido en esa década, que es de nuestro especial interés.
Entre una y otra emerge el debate sobre el agotamiento del modelo ISI. Así, a
pesar de que el texto que ha sido reeditado un sinnúmero de veces hasta la
actualidad, hemos utilizado la versión correspondiente a al texto revisado y
ampliado de 1973.
[13]La secuencia se completa con Crisis y alternativas de política
económica en Argentina (1977), Nacionalismo y orden
constitucional (1983), El capitalismo
argentino (1998) y Vivir con lo
nuestro (2012).
[14] Al respecto véase Pinto (1970).
[15] Esta se caracteriza centralmente por la presencia de una estructura económica
y social diversificada, comparable a las economías avanzadas. Sin embargo,
prevalece una insuficiente integración de las fases de la producción
manufacturera, junto a los altos precios relativos de los bienes industriales
‒como rasgo distintivo del carácter semi-industrial‒
y a la “inmadurez del desarrollo” alcanzado. Mas adelante, tendremos
oportunidad de profundizar la caracterización de la etapa post-1930. Por
cierto, el nombre y caracterización de esta etapa varia en las diferentes
versiones (previas y posteriores) de su libro. Estas son expresivas de momentos
intelectuales signados, tanto por preocupaciones y debates diferentes, como por
desplazamientos del autor. Al respecto véase Forcinito
(2016: 116).
[16] En un trabajo reciente Forcinito (2016: 136) destaca que Ferrer no plantea el
agotamiento de la estrategia sustitutiva de importaciones hacia los años
sesenta. Sin embargo, sus afirmaciones se encuentran dirigidas a distinguir el
planteo de Ferrer respecto del neoestructuralismo
latinoamericano. En esta reelaboración de la CEPAL, liderada por Fanjzylber, se presenta la tesis del agotamiento desde
supuestos y con significaciones realmente distintas a las presentes en el
desarrollismo argentino de los fines de los años ‘60 y ’70. Además, la dureza
con que se desarrollan las críticas a la ISI varía en las diferentes versiones
del texto analizado y de la producción de Ferrer en general. En efecto, cuando
la tesis del agotamiento se expanda y tienda a justificar el abandono de la
política de industrialización, en los últimos años ’70, Ferrer se convertirá en
un claro polemista de esta idea.
[17] Sobre el vínculo de Ferrer con Prebisch puede consultarse Fernández López (2001) y García
Bossio (2013).
[18] Reforzando lo planteado en la nota 9,
quisiéramos remarcar a fin de evitar confusiones que el término dependencia se
propagó más rápidamente en los estudios latinoamericanos que la concepción
propuesta como clave de relectura de las sociedades latinoamericanas por los dependentistas. Así, aparecerá un sinnúmero de veces a los
fines de indicar exclusiva y excluyentemente la condición periférica de un
país; despojado, aunque interpretado variadamente, del carácter que le otorga
la formulación de la crítica más radical al desarrollo capitalista
latinoamericano.
[19] Destacamos proceso sustitutivo de importaciones en el marco de las
distinciones formuladas por Reche (2019). De acuerdo
con lo planteado por el autor es posible identificar la existencia de al menos
tres sentidos o usos habituales de la expresión Industrialización por
Sustitución de Importaciones. El primero de ellos refiere a una práctica
económico-productiva; el segundo, a un período histórico de la economía
nacional; el tercero, a una programática económico-política como estrategia de
desarrollo. La mención a un agotamiento del “proceso sustitutivo” referiría,
según nuestra interpretación, a la primera de estas acepciones.
[20] Según apunta Ferrer (2000 [1973]) la sustitución de importaciones no es un proceso estático que refiere
exclusivamente a la “producción interna de una determinada cantidad de bienes
anteriormente importados (…) sino que abarca dinámicamente la satisfacción de
la mayor y cambiante demanda que se va creando como consecuencia del
desarrollo” (182) vinculado la expansión del ingreso y el progreso técnico. En su
carácter profundamente transformador, que amplía y modifica la demanda, el
proceso sustitutivo se obliga a sí mismo a continuar. ¿Hasta qué punto?
[21] No nos involucraremos aquí con el
campo referido a las políticas económicas, aunque es interesante señalar que
Ferrer advierte como coincidencia que alrededor del punto de corte se establece
un cambio también en la política económica; esta fluctuará a partir de ese
momento entre las inspiradas por perspectivas más liberales o más
desarrollistas. Esta “alternancia” es destacada con fuerza en todas las
perspectivas desarrollistas y llega a su formulación mas
explicita con la idea del péndulo de Diamand.
[22] Al igual que otras interpretaciones
con gran presencia en el pensamiento económico latinoamericano, respecto del
crecimiento del producto, resulta significativo el peso otorgado al hecho de
cómo este tiende a estancarse en relación con el aumento de la población. Según
Ferrer (2000 [1973]), “el aumento de la producción a partir de 1948 apenas ha
alcanzado para compensar el incremento de la población del país y las
condiciones de vida de amplias capas sociales no ha experimentado ningún avance
o, aún más, se han deteriorado” (11).
[23] Véase Rapoport
(2013), donde se presentan los principales debates económico-políticos
argentinos; además, el autor esboza breves biografías y apretadas síntesis de
las interpretaciones de algunos de los más importantes economistas argentinos.
Por su parte, en Navarro (2007), y con motivo del 50° aniversario de la
Asociación Argentina de Economía Política, se puede encontrar un importante
repaso por los desarrollos de la teoría económica en Argentina, los avances
metodológicos y las producciones historiográficas más relevantes. En Neiburg & Plotkin (2004), las
referencias son más generales, ya que abarca a las ciencias sociales en
general.