Notas sobre la perspectiva binaria de la historia
económica argentina
A country with a suitcase soul?
Notes on the binary perspective of Argentine economic
history
Universidad Nacional de Comahue, (Argentina)
jquintar2004@gmail.com
Resumen
El presente ensayo pretende ser un aporte para repensar la historia
económica argentina, y nuestro presente, en busca de sus continuidades más
profundas y de perspectivas que superen aquellas en las cuales el país real
queda atrapado en un esquema bicolor. El análisis -en términos conceptuales-
toma como fuentes las ideas de Aldo Ferrer en diálogo con otros insumos
provenientes del pensamiento económico argentino, como Marcelo Diamand, de la sociología política, como Ernesto Laclau e inclusive argumentaciones de ensayistas nacionales
como Arturo Jauretche.
Palabras Clave
Políticas económicas argentinas; densidad
nacional; populismo
Abstract
This essay aims to be a
contribution to rethink the Argentine economic history, and our present, in
search of its deepest continuities and perspectives that exceed those in which
the real country is trapped in a two-color scheme. The analysis -in conceptual
terms- takes as sources the ideas of Aldo Ferrer in dialogue with other inputs
coming from Argentine economic thought, such as Marcelo Diamand,
from political sociology, like Ernesto Laclau and
even arguments from national essayists like Arturo Jauretche.
Keywords
Argentine economic policies; national density;
populism
Introducción
En relación a la
forma en que nuestro país puede poner en marcha sus potencialidades ante los
desafíos de la globalización, Aldo Ferrer desarrolló la idea de “densidad
nacional” para referirse al conjunto de circunstancias que determinan la
calidad de las respuestas nacionales hacia mayores niveles de desarrollo
autónomo o de subordinación y atraso. En tal sentido, la experiencia argentina
en la década siguiente a la gran crisis de 2001, inició un proceso donde esas
respuestas nacionales a los desafíos de la globalización, según sus
protagonistas, parecían consolidar esa densidad nacional. A partir de allí
retornó -junto con la discusión en torno al populismo- una imagen de la
historia económica argentina articulada en la tensión entre políticas
nacional-populares y políticas liberal-ortodoxas, tal cual lo había
caracterizado Marcelo Diamand a principios de los
años setenta. Pues bien, la reflexión que aquí se ensaya trata de poner en
discusión esa mirada bipolar sobre la historia económica argentina que la experiencia
populista, al igual que sus detractores, tratan de afirmar. De allí que -en
términos conceptuales- el análisis que aquí se ensaya toma como fuentes las
ideas de autores releídos y resignificados al calor de la experiencia argentina
pos crisis de 2001 como el autor de “Vivir con lo
nuestro”, el mencionado Marcelo Diamand, el sociólogo
Ernesto Laclau y Arturo Jauretche, autores de
incuestionable referencia en las experiencia pos
crisis. De esta manera, el presente ensayo pretende enriquecer la reflexión en
torno a las razones por las cuales las experiencias nacional-populares -tomando
estos autores
valorizados por ellas- quedan atrapadas en su propia lógica y no
pueden consolidar lo que su retórica promete -una política nacional sostenida
en el tiempo- lo que, como efecto contrario, termina afirmando la
excepcionalidad de su experiencia. La reflexión, finalmente, aspira a ser un
aporte para repensar la historia económica argentina, y nuestro presente, en
busca de sus continuidades más profundas y de perspectivas que superen aquellas
en las cuales el país real queda enmascarado en las alternativas binarias.
La mirada de Diamand:
un país con alma de maleta
“Tengo alma de maleta... soy un ir y volver… soy boomerang por
temperamento. Como los criminales,
como los novios, y como los cobradores, regreso siempre”.
Enrique Santos Discépolo
La cosmovisión que respalda la gestión
económica que comenzara en el 2015 pareciera estar afirmando una percepción de
la historia de las políticas económicas argentinas ampliamente asentada en la
sociedad: la idea de que siempre estamos como recién llegados y recomenzando.
Se señala, casi como un lugar común, que durante una década tenemos “relaciones
carnales” con EEUU y luego comenzamos otra invitando a Fidel Castro a la
asunción de un nuevo presidente, para luego retornar a las relaciones estrechas
con el imperio o, más enfocado en las políticas económicas, una política
proteccionista e impulsora del mercado interno es reemplazada por el
librecambismo y la apertura; el desendeudamiento por el endeudamiento, y así
podríamos seguir con las políticas de seguridad social, de empleo, etc.
Pareciera, según esta percepción, que la Argentina tiene serias dificultades
para construir en forma aditiva, acumulativa, en la línea de lo que los
contadores llaman el interés compuesto, y estamos sometidos a una lógica
histórica de permanentes comienzos, envueltos en ciclos de euforia y decepción,
construcción y deconstrucción, de ilusión y desencanto parafraseando a Llach y Gerchunoff (2015).
La cuestión no es nueva, el cine, la
literatura e inclusive el tango se hacen eco de esa percepción, y el
pensamiento económico no fue ajeno a ello. El tópico, las dificultades para
construir consensos estratégicos y políticas de largo plazo, un proyecto sólido
de país, es lo que llevó a Aldo Ferrer a construir el concepto de densidad
nacional al analizar experiencias nacionales que “en procesos circulares y
virtuosos ampliaron las fronteras del desarrollo y provocaron respuestas
positivas a los desafíos y oportunidades de la globalización” (Ferrer, 2004). No entraremos aquí en
detalles del concepto, donde el autor resalta condiciones de distinto orden y
categorías, baste con señalar que “el desarrollo económico y social puede
entenderse como el despliegue de la densidad nacional” donde convergen cuatro
factores: la cohesión y movilidad social; los liderazgos y su acumulación de
poder; la estabilidad institucional y el pensamiento propio. Ferrer, en tal sentido, ponía el dedo donde dolía y
frente a la inquisitoria respecto a las posibilidades de Argentina para la
consolidación de esa densidad, señalaba que la respuesta por la afirmativa,
entre muchas otras cuestiones, “requiere descartar (o al menos suponer
reparable) la existencia de rasgos de carácter, del ethos colectivo de la
sociedad y de su psicología profunda, que nos inclina inexorablemente a la
fractura, al conflicto y, en definitiva, a la imposibilidad de compartir civilizadamente el espacio” (Ferrer, 2004).
Esas limitaciones para construir esa densidad
nacional, que derivan de nuestra forma de estar en el mundo -aunque Ferrer no
usara esta expresión- no es una observación nueva en el pensamiento económico
argentino. Mucho antes que Ferrer, la cuestión fue analizada por uno de los más
lúcidos analistas económicos del pensamiento industrialista argentino en la
segunda mitad del siglo XX, Marcelo Diamand, casi en
el mismo tiempo en que Ferrer dejaba de ser ministro de economía de la nación.
Ni bien comenzamos la lectura de su “Doctrinas económicas, desarrollo e
independencia”, de 1973, nos encontramos con esta cuestión que, por otro lado,
es la explicitación del ángulo epistémico de la propuesta de Diamand y a la vez su originalidad más destacada que
reiteradamente en forma equívoca es reducida al concepto, ciertamente
importante, de “estructura productiva desequilibrada”. Ya en la primera
página de aquel clásico texto, señalaba cómo este ir y venir en políticas
económicas, este estar siempre llegando, crea una sensación de fracaso abonada
con un importante clima de incertidumbre económica, lo que impacta en las vidas
individuales tanto
como en las pretensiones de desarrollo nacional. Afirmaba -en el
primer capítulo de ese brillante texto- que en la opinión pública las
posiciones sobre política económica son contradictorias e incoherentes, pero
que en la medida que se afina en el análisis de los argumentos de empresarios,
sindicalistas, intelectuales y políticos, esas opiniones tienden a organizarse
en dos esquemas antagónicos de cierta coherencia interna, cada uno con su
diagnóstico, terapia de recuperación e inclusive su genealogía histórica. Esos
dos esquemas que dominan la historia de las políticas económicas, según Diamand, son el liberal u ortodoxo y el “nacional-popular”
o simplemente populista (así lo llama él, y no en sentido peyorativo). De una u
otra manera, más o menos acentuado -según los actores que se elija escuchar-
esa es la situación dilemática. Veamos brevemente en qué consistía esa
oposición esquemática que creía desnudar Diamand:
Propuesta liberal – ortodoxa |
Propuesta
nacional – popular |
Diagnóstico Deficiencias
internas: · Incapacidad
del estado como administrador (déficit e inflación) · Falta
de disciplina y laboriosidad de la población · Industria
“costosa”, ineficiente y mantenida en forma artificial |
Diagnóstico · Hostilidad
externa asociada a la clase dirigente · La causa
del estancamiento son los bajos salarios (demanda insuficiente). · La
extranjerización de la economía · El
cierre de mercados para nuestras exportaciones · Monopolios
extranjeros. |
Genealogía:
Sarmiento y Alberdi. |
Genealogía:
El federalismo y Mariano Fragueiro. |
Antagonismos
entre los dos esquemas: |
|
· Desarrollo
agropecuario vs desarrollo industrial · Industrias
eficientes para exportar vs industrialización de base para el mercado interno · La
estabilidad como pre condición para el desarrollo vs el desarrollo como pre
condición para la estabilidad · El
sacrificio de las mayorías para facilitar la acumulación vs incremento del
consumo para que traccione la inversión · Desarrollo
en base a la atracción de capitales extranjeros vs “vivir con lo nuestro” · Mercado
y regulación: Menor regulación vs mayor regulación |
Puestas las cosas de esta manera, parecería
que ya en aquellos años el fundador de Tonomac
advertía la existencia de cierta “grieta” en las políticas económicas como en
las ideas que las respaldaban. Sin citarlo directamente, esta percepción
dilemática pareció vitalizarse en la primera década del siglo XXI con la
experiencia peronista que se iniciara con la gestión de Eduardo Duhalde. Los
gobiernos post crisis se estructuraron estableciendo una serie de criterios
que, en general, se presentaron como en las antípodas de los que dominaron
hasta entonces, recuperando la
experiencia del peronismo clásico en la idea de tratar de compatibilizar
crecimiento con distribución; en la necesidad de articular decisiones
nacionales autónomas con países vecinos en función de una también autónoma
inserción internacional; la explicitación de ciertos clásicos conflictos de
intereses (con los terratenientes, por ejemplo); la permanente afirmación de
aspiraciones emancipatorias o el personalismo. Son todos aspectos que
indudablemente remiten a la experiencia del peronismo clásico (1945-1955) que
comenzaba a ser recuperado por quienes habían protagonizado la versión más
extrema de neoliberalismo en América Latina. Quizá fuera simplemente el efecto
de la crisis que hace que, tal como lo señala John Higgs
|
Para Diamand, la
cuestión era que “las sociedades pueden cometer dos tipos de errores: los
primeros y más obvios consisten en optar por términos equivocados en las
disyuntivas que se les plantean. Los segundos, mucho más sutiles, estriban en
plantearse disyuntivas falsas, en las cuales ninguna de las dos constituye
realmente una solución” (1973). Aquí es donde Diamand
abre una puerta interesante para pensar la Argentina, sus políticas económicas
y la forma en que los decisores construyen soluciones a nuestros problemas de
desarrollo. Imaginemos a un enfermo -decía este lúcido economista- con una
pierna infectada, y a su familia dividida por un gran dilema: por un lado,
esperar a que la infección pase, poniendo en peligro la vida del enfermo por
una gangrena, o amputar la pierna, eliminando el peligro sin poner en riesgo la
vida pero perdiendo una extremidad. El dilema sería
real si no existieran los antibióticos, decía. Pero la disponibilidad de la
penicilina no es la solución, porque por más que ésta esté disponible ello no
significa que se vaya a usar o siquiera que se la considere. Puede que en la
controversia dilemática actúen diferentes cuestiones morales, religiosas o de
simple antagonismo que hagan que la discusión sea lo suficientemente acalorada
como para que no se piense en esa solución, que Diamand
llamaba salida lateral. “En tal caso la discusión seguirá girando en
torno del falso dilema planteado e impedirá alcanzar la solución real” (1973).
Entonces, lo que Diamand señalaba, ya desde entonces,
es que los problemas económicos argentinos “están condenados de antemano al
fracaso ya que, tal como se lo ha planteado, no admite respuestas concretas”
(1973), es decir, no permite plantearse “salidas laterales”. Nuevamente aquí el tema de la densidad nacional que planteara
Ferrer, si quisiéramos completar esa idea con el aporte de Diamand
podríamos señalar que la misma es la cualidad de mantener las controversias en
un nivel de debate que nos permita poder ver la disponibilidad y aplicabilidad
de la “penicilina” o, dicho en sus términos, la densidad nacional está
directamente relacionada con la capacidad de vislumbrar y buscar la salida
lateral en las contradicciones y
tensiones que generan las políticas económicas o, por decirlo de otra manera,
en la capacidad de las dirigencias de plantear esas controversias en una forma
que permita vislumbrar esas salidas laterales.
El tema de la necesidad de consensos de largo
plazo, en economistas que han pensado políticas económicas nacionales, no es
menor. Puede rastrearse en el siglo XX desde las reflexiones de Alejandro Bunge
y, obviamente, en Raúl Prebisch o inclusive en
ensayistas como Arturo Jauretche. Pero esa demanda no tuvo mayor eco y, más
aún, a décadas de aquel brillante texto de Diamand,
parecería evidente que la visión del
“péndulo argentino” –como “él
dilema” que
ha signado nuestra historia económica- insiste en instalarse y
consolidarse con
mas fuerza política que certezas históricas.
En el sentido de lo comentado, luego de una
década de políticas organizadas en torno a una retórica donde “el proyecto
nacional y popular” ocupaba un lugar articulador -como lo fue a principios del
presente siglo- cabe la pregunta acerca de si esas experiencias nacional-populares
realmente tendieron a
consolidar la densidad, en cuanto a su capacidad de generar un proyecto
duradero y amplio de economía heterodoxa. Es decir, el final de esas
experiencias, en 1955 o 2015, ¿nos dejó más cerca de consensos estratégicos, de
largo plazo?; en definitiva, visto desde el discurso propio de esas
experiencias, ¿en qué medida esas experiencias populistas construyen un
proyecto nacional y tienden por tanto a superar la visión dicotómica de la
historia que estaba en sus orígenes?
Laclau y la esperanza populista
Mi pueblo es un mar
sereno / bajo un cielo de tormenta
laten en su vida
lenta / los estrépitos del trueno
pudo engendrar en
su seno / las montoneras de otrora
y cuando llegue la
hora / mañana, también podrá
clavar a su
voluntad / mil estrellas en la aurora.
Alfredo Zitarrosa – 1974
Diez décimas de
saludo al pueblo argentino
Poco antes de dejarnos, Aldo Ferrer abordó la
cuestión de las limitaciones económicas y políticas de las experiencias
populistas en América Latina y, respecto a las primeras, decía, con un enorme
poder de síntesis, “que los gobiernos
nacional-populares caen en la idea redistribucionista
y pierden el control estratégico en ese camino…ha habido en ese sentido (se
refería puntualmente a la experiencia del peronismo a partir del 2002) una
política de redistribución pero sin generar un modelo de largo plazo”. Pero el
problema, advertía, no estaba en los saberes técnicos ni en la teoría
económica, “todos sabemos ya lo que es una política heterodoxa, nunca fue
problema para nosotros la desarticulación teórica del neoliberalismo” (Ferrer,
2016), el problema está justamente en la
gestión de la política económica. Desde ahí entonces abordaba estas
experiencias, desde la dimensión política de sus limitaciones, ya que se trataría
del “viejo problema de la Argentina, el de las dificultades para armar un
frente lo suficientemente sólido, amplio y sostenible en torno a una política
económica heterodoxa” (Ferrer, 2016) y, desde allí, retomaba entonces la
cuestión de la densidad nacional. Y hasta ahí llegaba Ferrer, es decir, no
alcanzaba más que a esbozar el problema. En tal sentido, buscando
enriquecer las respuestas, y tratando de poner en evidencia esas dificultades
en los momentos nacional-populares, uno de los más agudos analistas del
populismo latinoamericano, Ernesto Laclau, que se
constituyera además en referencia intelectual del peronismo entre 2002 y 2015,
aportó algunas explicaciones respecto a la cuestión.
Con la idea de dilucidar la emergencia del
populismo, Laclau señalaba que las personas
normalmente vehiculizan sus demandas a través de las instituciones, lo que él
llamaba funcionamiento o articulación vertical de la sociedad que, en un
extremo, significaría la desaparición de la política reemplazada por la
administración. Por otro lado, las demandas insatisfechas por esa vía vertical
buscan otras formas de vehiculizarse, estableciendo ciertas “equivalencias”
entre unas y otras y creando lazos de solidaridad entre problemas y demandas no
satisfechas. Una y otra lógica -vertical y horizontal- en distintas
proporciones, son parte de la dinámica de las sociedades, en esa línea, habría
sociedades más verticales que otras, mas
institucionalizadas que otras, pero su argumentación iba en la línea de que
cuanto menos funciona esa verticalidad, más se desarrolla la lógica horizontal
o equivalencial. Cuanto menos responde la
organización institucional a las demandas de la sociedad, más tienden a
estructurarse lazos de solidaridad entre esas demandas insatisfechas y, por
tanto, hay un mayor predominio de la lógica equivalencial.
Si esa lógica horizontal comienza a prevalecer y a construir símbolos comunes
que le dan identidad y si, más aún, aparece un liderazgo que exprese ese
movimiento, se ha completado el “combo” que da forma al momento de la ruptura
populista: “Éste es el momento en que el populismo emerge, asociando entre sí
estas tres dimensiones: la equivalencia entre las demandas insatisfechas, la
cristalización de todas ellas en torno de ciertos símbolos comunes y la emergencia
de un líder cuya palabra encarna este proceso de identificación popular” (Laclau, 2006) en un proceso de polarización y negación de
la experiencia anterior. Esa es la coyuntura del 2001 en la Argentina que se
hace posible gracias a una degradación del funcionamiento institucional y una
expansión de la lógica horizontal, como consecuencia del predominio neoliberal.
Ahora bien, en la línea de las cuestiones que
venimos señalando, Laclau argumenta que “la
prevalencia de una lógica sobre otra nunca puede ser total”, esto es: ni lo
institucional hará desaparecer lo político en pos de
la administración, ni la lógica popular disolverá lo institucional en pos de un liderazgo eterno. Más aún, haciendo referencia
explícita a las experiencias nacional-populares de principios del siglo XXI,
señalaba que “el real desafío en lo que concierne al futuro democrático de las
sociedades latinoamericanas es crear Estados viables, que solo pueden serlo si
el momento vertical y el horizontal de la política logran un cierto punto de
integración y de equilibrio” (Laclau, 2006) y,
detalles más detalles menos, en este punto es donde dejó las cosas Laclau que ponía las esperanzas en una redefinición del
liderazgo populista hacia un funcionamiento más institucionalizado, menos
polarizado y personalizado de la política. En pocas palabras, esperaba un
cambio de hegemonías que implicara dejar atrás el momento de la ruptura
populista para construir un nuevo régimen con instituciones funcionando en una
nueva modalidad. En términos de Ferrer, ello implicaría lograr construir
consensos de largo plazo consolidando la densidad nacional, lo que habría
significado que, en algún momento, se desplegara cierta disponibilidad para
buscar esas “salidas laterales” que superaran la dicotomía dilemática propia de
la ruptura populista.
Pero la historia no jugó a favor de esas
esperanzas y esa etapa superadora nunca llegó o, más
aún, lejos de caminar hacia esa resolución pareció profundizar esa situación
dilemática que se presenta en la fractura populista. Es decir, volviendo a la
expresión de Ferrer, el viejo problema de las dificultades para la creación y
sostenimiento de un frente con “una estrategia propia, consensuada, para una
economía de mercado, abierta al mundo y con inclusión social”, en estas experiencias
nacional-populares, a pesar de su retórica, queda irresuelto y, peor aún,
profundizado. ¿Porqué?
Jauretche en auxilio de Laclau
“El país necesita eso: una política nacional.
Eso no puede ser obra de un gobierno […] habrá tal vez medidas de gobierno con
“carácter nacional”, pero no habrá una política constructiva con posibilidades
integralmente emancipadoras si ella no surge de un estado de opinión,
apasionado y combatiente, más fuerte que cualquier interés creado y con
perdurabilidad suficiente para sobrevivir a los resquebrajamientos que la
empresa ocasione”
Arturo
Jauretche, 1943.
Tal como lo hemos resumido, al punto de que
pueda resultar insuficiente o incompleto, Laclau
argumentaba en torno a las crisis que dan origen a las rupturas populistas pero no alcanzó a desarrollar una argumentación
respecto a las limitaciones para lograr ese cambio de régimen, aunque asumía
que ése era el real desafío para el populismo latinoamericano. Ahora bien,
reflexionar sobre las limitaciones para que esas experiencias
nacional-populares construyan un reequilibrio entre las lógicas verticales y
horizontales -en términos de Laclau- suele significar
enfrentarse a defensas del populismo que hacen referencia al poder de los
medios de comunicación; la capacidad del imperio y sus aliados domésticos; la
volatilidad electoral de las clases medias, y a una serie de factores externos
al movimiento popular que ciertamente son parte del problema, pero quien
suscribe este ensayo estima que se enriquecería la comprensión abordando la
modalidad de construcción política propia del populismo y qué aspectos de ella
dificultan el paso a esa otra instancia de reequilibrio. Quizá un complemento
más lúcido para las argumentaciones de Laclau podría
llegar desde adentro de la dinámica nacional-popular, para lo cual habría que
dar la palabra a miradas críticas que habitaron en él como la de Arturo
Jauretche, cuya perspectiva puede ser muy útil en esta ocasión.
La crítica de Jauretche al populismo deriva
del personalismo con el que se articula esa experiencia, y apunta directamente
a las consecuencias que ello tiene respecto a lo que señalaba Ferrer: las
limitaciones para crear un amplio frente nacional que sostenga las políticas
económicas heterodoxas en el tiempo. El autor de El medio pelo comenzaba
señalando que ese tipo de conducción es un “sistema que tiene la propiedad de
permitir la maniobra rápida pero anula la posibilidad
de nucleamiento alrededor de cada uno de los tantos hombres capaces que tiene
el movimiento” (Cichero, 1992). Pero
además, ese personalismo tenía otras consecuencias con las que Jauretche tenía
problemas: “los alcahuetes” -o el “coro de aplaudidores”, como solía decir- y
la propaganda. Efectivamente, “los adulones son una cosa terrible, porque
destruyen, porque no ayudan, no informan y engañan. Lo alerté a Perón del mal
que le causarían los obsecuentes, así como lo contraproducente que resulta una
propaganda machacona y personalista” (Cichero, 1992).
El argumento que desplegaba se acercaba a lo que otros analistas posteriormente
llamarían “tendencias hegemónicas del Peronismo”, que Jauretche señaló clara y
tempranamente como un aspecto que enervaba a las clases medias y posibilitaba
la creación progresiva de un bloque opositor cada vez más sólido. Se trata de una
dinámica que parecía dejar poco lugar a la disidencia creativa dentro del
movimiento: “Perón no dejó margen para los no peronistas que eran nacionales.
Caímos cuando pusimos lo partidario por encima de lo nacional” (Cichero, 1992). Jauretche llevaba el argumento al
punto de señalar, con múltiples ejemplos, que ése era el fenómeno que
posibilitaba la degradación del frente político y social que había dado forma
al peronismo al entorpecer las relaciones con la clase media y la burguesía:
“El ‘genio de la conducción’ se olvidó de los
factores de poder que están excepcionalmente en el campo de los trabajadores
pero que de manera permanente reposan en la clase media y la burguesía. Éramos
el partido con todas las condiciones deseadas por los teóricos de la revolución
nacional, proletariado unido a las clases progresistas, es decir, a los
sectores del capitalismo vinculados al desarrollo del mercado interno. El
‘conductor’ hizo cuenta electoral: los trabajadores me dan un millón de votos
de diferencia votando sólo los hombres, votando las mujeres me darán dos
millones. Puedo prescindir de los sectores burgueses y de las clases medias que
lo único que hacen es crearme problemas y discutirme la unidad de mando que
requiere 'mi genio'. Se dedicó entonces, a destruir sistemáticamente al sector
político, que era el que impedía la unidad total de las otras clases en su
contra; después le metió al problema de la Iglesia. El resultado fue el lógico;
unificó alrededor de sus adversarios todas las clases que son factores de
poder, enervando a lo poco que se quedó de ellas que es el caso nuestro. Cuando
las clases estuvieron unificadas en su contra, lo voltearon y los trabajadores
no sirvieron para defenderlo” (Cichero, 1992).
Las argumentaciones de Jauretche, si bien en
su mayoría realizadas en la intimidad epistolar con John William Cooke, hacen
referencia a la primera experiencia peronista clásica, pero no es difícil
llevar esas argumentaciones a otros momentos de ruptura populista, y aporta una
perspectiva diferente que va en la línea de echar luz sobre su dinámica,
poniendo sobre la mesa cierto ADN que lo limitaría para conquistar sus propios
objetivos: una política económica nacional o, en términos de Ferrer, el
sostenimiento de ese frente político que pueda mantener una política económica
heterodoxa en el largo plazo. El promotor de FORJA nunca habló de densidad
nacional, claro, pero hacía referencia a ello cuando argumentaba en favor de
una política nacional que vaya “más allá de los gobiernos de turno, más fuerte
que cualquier interés creado y con perdurabilidad suficiente para sobrevivir a
los resquebrajamientos que la empresa ocasione”; nunca habló de salidas
laterales, a la manera de Diamand, pero era
evidente que hablaba de ello al señalar -a partir de determinado momento de la
experiencia populista- las dificultades para incorporar pensamiento autónomo.
Más esperanza que conclusiones
No era extraño que la interpretación de la
historia económica que se intentara legitimar a partir de 2002 fuera en el
sentido del enfrentamiento histórico entre dos proyectos de nación o entre dos
políticas económicas, porque esa mirada sobre el pasado era parte de los
múltiples dispositivos de legitimación de una experiencia nacional-popular
emergente en un proceso de dicotomización del espacio
social (propio de las rupturas populistas) por el cual los actores se ven a sí
mismos como participes de uno u otro de dos campos enfrentados. Además, como
sabemos, toda organización del poder tiene su relato histórico, su organización
del pasado que le da sentido, que resignifica y revaloriza porciones de la
experiencia colectiva sistemáticamente negadas o postergadas por las dinámicas
políticas que se intentan dejar atrás. Esa visión dilemática de la historia
económica que, como se ha visto, tiene su expresión más elaborada y crítica en
Marcelo Diamand, es fortalecida desde entonces por
unos, a partir del 2002, y por otros, a partir del 2015. Pero se trata de una
construcción equívoca en la medida que no se presenta con un gran respaldo histórico
ya que, por el contrario, no parece haber sido esa dicotomía lo que ha marcado
la zigzagueante historia de las políticas económicas. Si seguimos el derrotero
de las mismas, no se hace visible esa afirmación ya que, en una mirada rápida a
la historia, esa política nacional-popular, tal cual la caracterizara Diamand y se mantiene en los discursos dominantes, sólo
tuvo lugar en una oportunidad durante todo el siglo XX, con el peronismo
clásico, a mediados de los años '40; y luego con las políticas del peronismo en
la primera década del siglo XXI (sin estar del todo convencido de esta última
caracterización). Es decir que, históricamente, y siempre pensando en las
políticas económicas como resultado de la puja entre fuerzas, la sociedad
argentina parece haber buscado sus soluciones preferentemente dentro de cierto
tipo de políticas y que lo que se plantea como una política nacional-popular, o
populista, fue algo sólo viable en forma excepcional. Inclusive si tomáramos en
cuenta esa breve experiencia de Ber Gelbard, el
panorama no cambia. Para decirlo sin tapujos, estamos ensayando sobre la idea
de que la Argentina tendría un consenso histórico importante y que sólo bajo la
fuerza de profundas crisis estaría dispuesta a salir de él, pero en forma
provisoria. Es decir que la perspectiva dilemática de Diamand
sólo podría sostenerse forzando la historia al punto de desfigurarla, ya que al
parecer no tendríamos una oscilación entre una y otra política, lo que no
conduce necesariamente a hablar de estabilidad, por supuesto, pero si a pensar
que ese carácter zigzagueante y turbulento en la trayectoria de las políticas
económicas podría ser de otro orden y naturaleza, lo cual excede las
posibilidades de este ensayo.
Volviendo al planteo de Diamand,
y a sus reformulaciones más renovadas y actuales, más que bipolaridad,
alternancias o péndulo, esos dos esquemas podrían quizá expresar distintos
momentos de la historia de las políticas económicas argentinas, uno de
“excepcionalidad”, y otro de “normalidad”. Si así fuera, permitiéndonos jugar
con esa idea, cabrían algunas preguntas a la historia económica y, por qué no,
a nuestro presente. Ya hemos esbozado algunas posibilidades de reflexión
respecto a las dificultades y limitaciones por la cual esa “excepcionalidad” no
ha podido convertirse
en “norma”. ¿Pero cuáles serían las razones por las que ha sido posible esa
otra “normalidad”?; ¿cuáles los factores y dinámicas
que la hicieron –y hacen- posible y sostenible? ¿cuáles son los rasgos más
sobresalientes de ese supuesto “consenso”? ¿Sus límites, contornos y
horizontes? Ese hilo conductor, si es posible enhebrarlo, ¿expresa un modelo de
país? Más allá de estas cuestiones, finalmente, la historia económica argentina
–desde esa dimensión dilemática- conduce a otras reflexiones que escapan a este
simple ensayo ya que, por si no ha quedado claro al comienzo de estas notas, la
concepción binaria de la historia es hija, además, de una pesadumbre generada
por la sucesión de frustraciones y reconstrucciones, de un permanente recomenzar
que hace que, en definitiva, se instale una percepción, una sombra constante,
la del fracaso. Quizá sea parte del ser nacional, del ethos argentino, como le
gustaba decir a Ferrer o de nuestra identidad tanguera, como parecía gustarle a
Osvaldo Soriano cuando afirmaba que “nosotros nos degradamos en casa o morimos
en el extranjero. Como San Martín, Rosas o Carlos Gardel. Cuando logramos
sobrevivir a la desgracia o a la indiferencia, nos cuesta salir del asombro y
nos preparamos para fracasar con estruendo. Nadie es del todo argentino sin un
buen fracaso, sin una frustración plena, intensa, digna de una pena infinita”
(Soriano, 1987). Quizá así sea, pero si bien
el autor de este ensayo confía en la percepción de artistas e intelectuales, no
se postula aquí la insoslayable persistencia del fracaso. La aspiración es la
de aportar a una común autorreflexión frente al espejo de nuestra zigzagueante
historia económica y abrir algunas preguntas que nos puedan llevar por otros
caminos, en busca de sus continuidades más profundas y de perspectivas que
superen aquellas en las cuales -como señalaba Graciela Scheines
(1991) “el país real queda enmascarado por un esquema, por un mapa bicolor que
se impone con la prepotencia de las alternativas binarias. La compleja trama
con que está tejido el país, la tela de incontables hilos multiconectados,
pasa desapercibida (…). El ruido de las polémicas interminables que producen
estos esquemas binarios (...) silencia las voces de los argentinos de carne y
hueso que no encajan en ningún casillero”.
Bibliografía
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Recibido: 20/04/2019
Evaluado:
15/05/2019
Versión Final: 30/07/2019