¿Un país con alma de maleta?

Notas sobre la perspectiva binaria de la historia económica argentina

 

 

A country with a suitcase soul?

Notes on the binary perspective of Argentine economic history

 

 

 

Juan Quintar

Universidad Nacional de Comahue, (Argentina)

jquintar2004@gmail.com

 

 

Resumen

El presente ensayo pretende ser un aporte para repensar la historia económica argentina, y nuestro presente, en busca de sus continuidades más profundas y de perspectivas que superen aquellas en las cuales el país real queda atrapado en un esquema bicolor. El análisis -en términos conceptuales- toma como fuentes las ideas de Aldo Ferrer en diálogo con otros insumos provenientes del pensamiento económico argentino, como Marcelo Diamand, de la sociología política, como Ernesto Laclau e inclusive argumentaciones de ensayistas nacionales como Arturo Jauretche.

 

Palabras Clave

Políticas económicas argentinas; densidad nacional; populismo

 

Abstract

This essay aims to be a contribution to rethink the Argentine economic history, and our present, in search of its deepest continuities and perspectives that exceed those in which the real country is trapped in a two-color scheme. The analysis -in conceptual terms- takes as sources the ideas of Aldo Ferrer in dialogue with other inputs coming from Argentine economic thought, such as Marcelo Diamand, from political sociology, like Ernesto Laclau and even arguments from national essayists like Arturo Jauretche.

 

Keywords

Argentine economic policies; national density; populism

 

 

 

 

 

Introducción

 

En relación a la forma en que nuestro país puede poner en marcha sus potencialidades ante los desafíos de la globalización, Aldo Ferrer desarrolló la idea de “densidad nacional” para referirse al conjunto de circunstancias que determinan la calidad de las respuestas nacionales hacia mayores niveles de desarrollo autónomo o de subordinación y atraso. En tal sentido, la experiencia argentina en la década siguiente a la gran crisis de 2001, inició un proceso donde esas respuestas nacionales a los desafíos de la globalización, según sus protagonistas, parecían consolidar esa densidad nacional. A partir de allí retornó -junto con la discusión en torno al populismo- una imagen de la historia económica argentina articulada en la tensión entre políticas nacional-populares y políticas liberal-ortodoxas, tal cual lo había caracterizado Marcelo Diamand a principios de los años setenta. Pues bien, la reflexión que aquí se ensaya trata de poner en discusión esa mirada bipolar sobre la historia económica argentina que la experiencia populista, al igual que sus detractores, tratan de afirmar. De allí que -en términos conceptuales- el análisis que aquí se ensaya toma como fuentes las ideas de autores releídos y resignificados al calor de la experiencia argentina pos crisis de 2001 como el autor de “Vivir con lo nuestro”, el mencionado Marcelo Diamand, el sociólogo Ernesto Laclau y Arturo Jauretche, autores de incuestionable referencia en las experiencia pos crisis. De esta manera, el presente ensayo pretende enriquecer la reflexión en torno a las razones por las cuales las experiencias nacional-populares -tomando estos autores  valorizados por ellas- quedan atrapadas en su propia lógica y no pueden consolidar lo que su retórica promete -una política nacional sostenida en el tiempo- lo que, como efecto contrario, termina afirmando la excepcionalidad de su experiencia. La reflexión, finalmente, aspira a ser un aporte para repensar la historia económica argentina, y nuestro presente, en busca de sus continuidades más profundas y de perspectivas que superen aquellas en las cuales el país real queda enmascarado en las alternativas binarias.

 

 

La mirada de Diamand: un país con alma de maleta

 

Tengo alma de maleta... soy un ir y volver… soy boomerang por temperamento. Como los criminales, como los novios, y como los cobradores, regreso siempre”.

Enrique Santos Discépolo

 

La cosmovisión que respalda la gestión económica que comenzara en el 2015 pareciera estar afirmando una percepción de la historia de las políticas económicas argentinas ampliamente asentada en la sociedad: la idea de que siempre estamos como recién llegados y recomenzando. Se señala, casi como un lugar común, que durante una década tenemos “relaciones carnales” con EEUU y luego comenzamos otra invitando a Fidel Castro a la asunción de un nuevo presidente, para luego retornar a las relaciones estrechas con el imperio o, más enfocado en las políticas económicas, una política proteccionista e impulsora del mercado interno es reemplazada por el librecambismo y la apertura; el desendeudamiento por el endeudamiento, y así podríamos seguir con las políticas de seguridad social, de empleo, etc. Pareciera, según esta percepción, que la Argentina tiene serias dificultades para construir en forma aditiva, acumulativa, en la línea de lo que los contadores llaman el interés compuesto, y estamos sometidos a una lógica histórica de permanentes comienzos, envueltos en ciclos de euforia y decepción, construcción y deconstrucción, de ilusión y desencanto parafraseando a Llach y Gerchunoff  (2015).

La cuestión no es nueva, el cine, la literatura e inclusive el tango se hacen eco de esa percepción, y el pensamiento económico no fue ajeno a ello. El tópico, las dificultades para construir consensos estratégicos y políticas de largo plazo, un proyecto sólido de país, es lo que llevó a Aldo Ferrer a construir el concepto de densidad nacional al analizar experiencias nacionales que “en procesos circulares y virtuosos ampliaron las fronteras del desarrollo y provocaron respuestas positivas a los desafíos y oportunidades de la globalización” (Ferrer, 2004). No entraremos aquí en detalles del concepto, donde el autor resalta condiciones de distinto orden y categorías, baste con señalar que “el desarrollo económico y social puede entenderse como el despliegue de la densidad nacional” donde convergen cuatro factores: la cohesión y movilidad social; los liderazgos y su acumulación de poder; la estabilidad institucional y el pensamiento propio. Ferrer, en  tal sentido, ponía el dedo donde dolía y frente a la inquisitoria respecto a las posibilidades de Argentina para la consolidación de esa densidad, señalaba que la respuesta por la afirmativa, entre muchas otras cuestiones, “requiere descartar (o al menos suponer reparable) la existencia de rasgos de carácter, del ethos colectivo de la sociedad y de su psicología profunda, que nos inclina inexorablemente a la fractura, al conflicto y, en definitiva, a la imposibilidad de compartir  civilizadamente el espacio” (Ferrer, 2004).

Esas limitaciones para construir esa densidad nacional, que derivan de nuestra forma de estar en el mundo -aunque Ferrer no usara esta expresión- no es una observación nueva en el pensamiento económico argentino. Mucho antes que Ferrer, la cuestión fue analizada por uno de los más lúcidos analistas económicos del pensamiento industrialista argentino en la segunda mitad del siglo XX, Marcelo Diamand, casi en el mismo tiempo en que Ferrer dejaba de ser ministro de economía de la nación. Ni bien comenzamos la lectura de su “Doctrinas económicas, desarrollo e independencia”, de 1973, nos encontramos con esta cuestión que, por otro lado, es la explicitación del ángulo epistémico de la propuesta de Diamand y a la vez su originalidad más destacada que reiteradamente en forma equívoca es reducida al concepto, ciertamente importante, de “estructura productiva desequilibrada”. Ya en la primera página de aquel clásico texto, señalaba cómo este ir y venir en políticas económicas, este estar siempre llegando, crea una sensación de fracaso abonada con un importante clima de incertidumbre económica, lo que impacta en las vidas individuales tanto  como en las pretensiones de desarrollo nacional. Afirmaba -en el primer capítulo de ese brillante texto- que en la opinión pública las posiciones sobre política económica son contradictorias e incoherentes, pero que en la medida que se afina en el análisis de los argumentos de empresarios, sindicalistas, intelectuales y políticos, esas opiniones tienden a organizarse en dos esquemas antagónicos de cierta coherencia interna, cada uno con su diagnóstico, terapia de recuperación e inclusive su genealogía histórica. Esos dos esquemas que dominan la historia de las políticas económicas, según Diamand, son el liberal u ortodoxo y el “nacional-popular” o simplemente populista (así lo llama él, y no en sentido peyorativo). De una u otra manera, más o menos acentuado -según los actores que se elija escuchar- esa es la situación dilemática. Veamos brevemente en qué consistía esa oposición esquemática que creía desnudar Diamand:

 

Propuesta liberal – ortodoxa

Propuesta nacional – popular

Diagnóstico

Deficiencias internas:

·       Incapacidad del estado como administrador (déficit e inflación)

·       Falta de disciplina y laboriosidad de la población

·       Industria “costosa”, ineficiente y mantenida en forma artificial

Diagnóstico

·       Hostilidad externa asociada a la clase dirigente

·       La causa del estancamiento son los bajos salarios (demanda insuficiente).

·       La extranjerización de la economía

·       El cierre de mercados para nuestras exportaciones

·       Monopolios extranjeros.

Genealogía: Sarmiento y Alberdi.

Genealogía: El federalismo y Mariano Fragueiro.

Antagonismos entre los dos esquemas:

·       Desarrollo agropecuario vs desarrollo industrial

·       Industrias eficientes para exportar vs industrialización de base para el mercado interno

·       La estabilidad como pre condición para el desarrollo vs el desarrollo como pre condición para la estabilidad

·       El sacrificio de las mayorías para facilitar la acumulación vs incremento del consumo para que traccione la inversión

·       Desarrollo en base a la atracción de capitales extranjeros vs “vivir con lo nuestro”

·       Mercado y regulación: Menor regulación vs mayor regulación

 

             

Puestas las cosas de esta manera, parecería que ya en aquellos años el fundador de Tonomac advertía la existencia de cierta “grieta” en las políticas económicas como en las ideas que las respaldaban. Sin citarlo directamente, esta percepción dilemática pareció vitalizarse en la primera década del siglo XXI con la experiencia peronista que se iniciara con la gestión de Eduardo Duhalde. Los gobiernos post crisis se estructuraron estableciendo una serie de criterios que, en general, se presentaron como en las antípodas de los que dominaron hasta entonces, recuperando  la experiencia del peronismo clásico en la idea de tratar de compatibilizar crecimiento con distribución; en la necesidad de articular decisiones nacionales autónomas con países vecinos en función de una también autónoma inserción internacional; la explicitación de ciertos clásicos conflictos de intereses (con los terratenientes, por ejemplo); la permanente afirmación de aspiraciones emancipatorias o el personalismo. Son todos aspectos que indudablemente remiten a la experiencia del peronismo clásico (1945-1955) que comenzaba a ser recuperado por quienes habían protagonizado la versión más extrema de neoliberalismo en América Latina. Quizá fuera simplemente el efecto de la crisis que hace que, tal como lo señala John Higgs

Daniel Paz - www.danielpaz.com.ar

, “en los períodos más turbulentos algunos individuos puedan pasar de ser conservadores a convertirse en radicales peligrosos, y después en reaccionarios, sin cambiar de ideas ni una sola vez” (Higgs, 2016). Algo del carácter de esa metamorfosis expresaba el humor de Daniel Paz en Página 12, en esos mismos años. La crisis tenía un efecto fuerte pero, como sabemos, no sería perdurable. Lo cierto es que de ahí en más, durante toda una década, se fortaleció la mirada dilemática que señalaba Diamand a principio de los setenta, más aún, terminada la década e iniciada la gestión de Mauricio Macri, en los discursos oficiales, como entre los analistas, la perspectiva no dejó de consolidarse. Por ejemplo Claudio Scaletta, reconocido comentarista económico de Página 12, habla en los mismos términos de Diamand cuando señala el retorno del “péndulo argentino” (Scaletta, 2017), aunque el ingeniero/economista argumentaba sobre este dilema desde un ángulo fuertemente crítico, no en favor de uno u otro polo del dilema, sino en la línea de la superación del mismo, para lo cual promovió una perspectiva de pensamiento diferente, un ángulo epistémico -diríamos hoy- superador, pero que hasta ahora no ha tenido muchos seguidores en la gestión de las políticas económicas.

Para Diamand, la cuestión era que “las sociedades pueden cometer dos tipos de errores: los primeros y más obvios consisten en optar por términos equivocados en las disyuntivas que se les plantean. Los segundos, mucho más sutiles, estriban en plantearse disyuntivas falsas, en las cuales ninguna de las dos constituye realmente una solución” (1973). Aquí es donde Diamand abre una puerta interesante para pensar la Argentina, sus políticas económicas y la forma en que los decisores construyen soluciones a nuestros problemas de desarrollo. Imaginemos a un enfermo -decía este lúcido economista- con una pierna infectada, y a su familia dividida por un gran dilema: por un lado, esperar a que la infección pase, poniendo en peligro la vida del enfermo por una gangrena, o amputar la pierna, eliminando el peligro sin poner en riesgo la vida pero perdiendo una extremidad. El dilema sería real si no existieran los antibióticos, decía. Pero la disponibilidad de la penicilina no es la solución, porque por más que ésta esté disponible ello no significa que se vaya a usar o siquiera que se la considere. Puede que en la controversia dilemática actúen diferentes cuestiones morales, religiosas o de simple antagonismo que hagan que la discusión sea lo suficientemente acalorada como para que no se piense en esa solución, que Diamand llamaba salida lateral. “En tal caso la discusión seguirá girando en torno del falso dilema planteado e impedirá alcanzar la solución real” (1973). Entonces, lo que Diamand señalaba, ya desde entonces, es que los problemas económicos argentinos “están condenados de antemano al fracaso ya que, tal como se lo ha planteado, no admite respuestas concretas” (1973), es decir, no permite plantearse “salidas laterales. Nuevamente aquí el tema de la densidad nacional que planteara Ferrer, si quisiéramos completar esa idea con el aporte de Diamand podríamos señalar que la misma es la cualidad de mantener las controversias en un nivel de debate que nos permita poder ver la disponibilidad y aplicabilidad de la “penicilina” o, dicho en sus términos, la densidad nacional está directamente relacionada con la capacidad de vislumbrar y buscar la salida lateral en las contradicciones y tensiones que generan las políticas económicas o, por decirlo de otra manera, en la capacidad de las dirigencias de plantear esas controversias en una forma que permita vislumbrar esas salidas laterales.

El tema de la necesidad de consensos de largo plazo, en economistas que han pensado políticas económicas nacionales, no es menor. Puede rastrearse en el siglo XX desde las reflexiones de Alejandro Bunge y, obviamente, en Raúl Prebisch o inclusive en ensayistas como Arturo Jauretche. Pero esa demanda no tuvo mayor eco y, más aún, a décadas de aquel brillante texto de Diamand, parecería evidente que la visión del “péndulo argentino” –como “él dilema” que ha signado nuestra historia económica- insiste en instalarse y consolidarse con mas fuerza política que certezas históricas.

En el sentido de lo comentado, luego de una década de políticas organizadas en torno a una retórica donde “el proyecto nacional y popular” ocupaba un lugar articulador -como lo fue a principios del presente siglo- cabe la pregunta acerca de si esas experiencias nacional-populares realmente tendieron a consolidar la densidad, en cuanto a su capacidad de generar un proyecto duradero y amplio de economía heterodoxa. Es decir, el final de esas experiencias, en 1955 o 2015, ¿nos dejó más cerca de consensos estratégicos, de largo plazo?; en definitiva, visto desde el discurso propio de esas experiencias, ¿en qué medida esas experiencias populistas construyen un proyecto nacional y tienden por tanto a superar la visión dicotómica de la historia que estaba en sus orígenes?

 

Laclau y la esperanza populista

 

Mi pueblo es un mar sereno / bajo un cielo de tormenta

laten en su vida lenta / los estrépitos del trueno

pudo engendrar en su seno / las montoneras de otrora

y cuando llegue la hora / mañana, también podrá

clavar a su voluntad / mil estrellas en la aurora.

 

Alfredo Zitarrosa – 1974

Diez décimas de saludo al pueblo argentino

 

Poco antes de dejarnos, Aldo Ferrer abordó la cuestión de las limitaciones económicas y políticas de las experiencias populistas en América Latina y, respecto a las primeras, decía, con un enorme poder de síntesis, “que los gobiernos nacional-populares caen en la idea redistribucionista y pierden el control estratégico en ese camino…ha habido en ese sentido (se refería puntualmente a la experiencia del peronismo a partir del 2002) una política de redistribución pero sin generar un modelo de largo plazo”. Pero el problema, advertía, no estaba en los saberes técnicos ni en la teoría económica, “todos sabemos ya lo que es una política heterodoxa, nunca fue problema para nosotros la desarticulación teórica del neoliberalismo” (Ferrer, 2016), el problema está justamente en la gestión de la política económica. Desde ahí entonces abordaba estas experiencias, desde la dimensión política de sus limitaciones, ya que se trataría del “viejo problema de la Argentina, el de las dificultades para armar un frente lo suficientemente sólido, amplio y sostenible en torno a una política económica heterodoxa” (Ferrer, 2016) y, desde allí, retomaba entonces la cuestión de la densidad nacional. Y hasta ahí llegaba Ferrer, es decir, no alcanzaba más que a esbozar el  problema. En tal sentido, buscando enriquecer las respuestas, y tratando de poner en evidencia esas dificultades en los momentos nacional-populares, uno de los más agudos analistas del populismo latinoamericano, Ernesto Laclau, que se constituyera además en referencia intelectual del peronismo entre 2002 y 2015, aportó algunas explicaciones respecto a la cuestión.

Con la idea de dilucidar la emergencia del populismo, Laclau señalaba que las personas normalmente vehiculizan sus demandas a través de las instituciones, lo que él llamaba funcionamiento o articulación vertical de la sociedad que, en un extremo, significaría la desaparición de la política reemplazada por la administración. Por otro lado, las demandas insatisfechas por esa vía vertical buscan otras formas de vehiculizarse, estableciendo ciertas “equivalencias” entre unas y otras y creando lazos de solidaridad entre problemas y demandas no satisfechas. Una y otra lógica -vertical y horizontal- en distintas proporciones, son parte de la dinámica de las sociedades, en esa línea, habría sociedades más verticales que otras, mas institucionalizadas que otras, pero su argumentación iba en la línea de que cuanto menos funciona esa verticalidad, más se desarrolla la lógica horizontal o equivalencial. Cuanto menos responde la organización institucional a las demandas de la sociedad, más tienden a estructurarse lazos de solidaridad entre esas demandas insatisfechas y, por tanto, hay un mayor predominio de la lógica equivalencial. Si esa lógica horizontal comienza a prevalecer y a construir símbolos comunes que le dan identidad y si, más aún, aparece un liderazgo que exprese ese movimiento, se ha completado el “combo” que da forma al momento de la ruptura populista: “Éste es el momento en que el populismo emerge, asociando entre sí estas tres dimensiones: la equivalencia entre las demandas insatisfechas, la cristalización de todas ellas en torno de ciertos símbolos comunes y la emergencia de un líder cuya palabra encarna este proceso de identificación popular” (Laclau, 2006) en un proceso de polarización y negación de la experiencia anterior. Esa es la coyuntura del 2001 en la Argentina que se hace posible gracias a una degradación del funcionamiento institucional y una expansión de la lógica horizontal, como consecuencia del predominio neoliberal.

Ahora bien, en la línea de las cuestiones que venimos señalando, Laclau argumenta que “la prevalencia de una lógica sobre otra nunca puede ser total”, esto es: ni lo institucional hará desaparecer lo político en pos de la administración, ni la lógica popular disolverá lo institucional en pos de un liderazgo eterno. Más aún, haciendo referencia explícita a las experiencias nacional-populares de principios del siglo XXI, señalaba que “el real desafío en lo que concierne al futuro democrático de las sociedades latinoamericanas es crear Estados viables, que solo pueden serlo si el momento vertical y el horizontal de la política logran un cierto punto de integración y de equilibrio” (Laclau, 2006) y, detalles más detalles menos, en este punto es donde dejó las cosas Laclau que ponía las esperanzas en una redefinición del liderazgo populista hacia un funcionamiento más institucionalizado, menos polarizado y personalizado de la política. En pocas palabras, esperaba un cambio de hegemonías que implicara dejar atrás el momento de la ruptura populista para construir un nuevo régimen con instituciones funcionando en una nueva modalidad. En términos de Ferrer, ello implicaría lograr construir consensos de largo plazo consolidando la densidad nacional, lo que habría significado que, en algún momento, se desplegara cierta disponibilidad para buscar esas “salidas laterales” que superaran la dicotomía dilemática propia de la ruptura populista.

Pero la historia no jugó a favor de esas esperanzas y esa etapa superadora nunca llegó o, más aún, lejos de caminar hacia esa resolución pareció profundizar esa situación dilemática que se presenta en la fractura populista. Es decir, volviendo a la expresión de Ferrer, el viejo problema de las dificultades para la creación y sostenimiento de un frente con “una estrategia propia, consensuada, para una economía de mercado, abierta al mundo y con inclusión social”, en estas experiencias nacional-populares, a pesar de su retórica, queda irresuelto y, peor aún, profundizado. ¿Porqué?

 

Jauretche en auxilio de Laclau

 

El país necesita eso: una política nacional. Eso no puede ser obra de un gobierno […] habrá tal vez medidas de gobierno con “carácter nacional”, pero no habrá una política constructiva con posibilidades integralmente emancipadoras si ella no surge de un estado de opinión, apasionado y combatiente, más fuerte que cualquier interés creado y con perdurabilidad suficiente para sobrevivir a los resquebrajamientos que la empresa ocasione”

 

 Arturo Jauretche, 1943.

             

Tal como lo hemos resumido, al punto de que pueda resultar insuficiente o incompleto, Laclau argumentaba en torno a las crisis que dan origen a las rupturas populistas pero no alcanzó a desarrollar una argumentación respecto a las limitaciones para lograr ese cambio de régimen, aunque asumía que ése era el real desafío para el populismo latinoamericano. Ahora bien, reflexionar sobre las limitaciones para que esas experiencias nacional-populares construyan un reequilibrio entre las lógicas verticales y horizontales -en términos de Laclau- suele significar enfrentarse a defensas del populismo que hacen referencia al poder de los medios de comunicación; la capacidad del imperio y sus aliados domésticos; la volatilidad electoral de las clases medias, y a una serie de factores externos al movimiento popular que ciertamente son parte del problema, pero quien suscribe este ensayo estima que se enriquecería la comprensión abordando la modalidad de construcción política propia del populismo y qué aspectos de ella dificultan el paso a esa otra instancia de reequilibrio. Quizá un complemento más lúcido para las argumentaciones de Laclau podría llegar desde adentro de la dinámica nacional-popular, para lo cual habría que dar la palabra a miradas críticas que habitaron en él como la de Arturo Jauretche, cuya perspectiva puede ser muy útil en esta ocasión.

La crítica de Jauretche al populismo deriva del personalismo con el que se articula esa experiencia, y apunta directamente a las consecuencias que ello tiene respecto a lo que señalaba Ferrer: las limitaciones para crear un amplio frente nacional que sostenga las políticas económicas heterodoxas en el tiempo. El autor de El medio pelo comenzaba señalando que ese tipo de conducción es un “sistema que tiene la propiedad de permitir la maniobra rápida pero anula la posibilidad de nucleamiento alrededor de cada uno de los tantos hombres capaces que tiene el movimiento” (Cichero, 1992). Pero además, ese personalismo tenía otras consecuencias con las que Jauretche tenía problemas: “los alcahuetes” -o el “coro de aplaudidores”, como solía decir- y la propaganda. Efectivamente, “los adulones son una cosa terrible, porque destruyen, porque no ayudan, no informan y engañan. Lo alerté a Perón del mal que le causarían los obsecuentes, así como lo contraproducente que resulta una propaganda machacona y personalista” (Cichero, 1992). El argumento que desplegaba se acercaba a lo que otros analistas posteriormente llamarían “tendencias hegemónicas del Peronismo”, que Jauretche señaló clara y tempranamente como un aspecto que enervaba a las clases medias y posibilitaba la creación progresiva de un bloque opositor cada vez más sólido. Se trata de una dinámica que parecía dejar poco lugar a la disidencia creativa dentro del movimiento: “Perón no dejó margen para los no peronistas que eran nacionales. Caímos cuando pusimos lo partidario por encima de lo nacional” (Cichero, 1992). Jauretche llevaba el argumento al punto de señalar, con múltiples ejemplos, que ése era el fenómeno que posibilitaba la degradación del frente político y social que había dado forma al peronismo al entorpecer las relaciones con la clase media y la burguesía:

 

El ‘genio de la conducción’ se olvidó de los factores de poder que están excepcionalmente en el campo de los trabajadores pero que de manera permanente reposan en la clase media y la burguesía. Éramos el partido con todas las condiciones deseadas por los teóricos de la revolución nacional, proletariado unido a las clases progresistas, es decir, a los sectores del capitalismo vinculados al desarrollo del mercado interno. El ‘conductor’ hizo cuenta electoral: los trabajadores me dan un millón de votos de diferencia votando sólo los hombres, votando las mujeres me darán dos millones. Puedo prescindir de los sectores burgueses y de las clases medias que lo único que hacen es crearme problemas y discutirme la unidad de mando que requiere 'mi genio'. Se dedicó entonces, a destruir sistemáticamente al sector político, que era el que impedía la unidad total de las otras clases en su contra; después le metió al problema de la Iglesia. El resultado fue el lógico; unificó alrededor de sus adversarios todas las clases que son factores de poder, enervando a lo poco que se quedó de ellas que es el caso nuestro. Cuando las clases estuvieron unificadas en su contra, lo voltearon y los trabajadores no sirvieron para defenderlo” (Cichero, 1992).

 

Las argumentaciones de Jauretche, si bien en su mayoría realizadas en la intimidad epistolar con John William Cooke, hacen referencia a la primera experiencia peronista clásica, pero no es difícil llevar esas argumentaciones a otros momentos de ruptura populista, y aporta una perspectiva diferente que va en la línea de echar luz sobre su dinámica, poniendo sobre la mesa cierto ADN que lo limitaría para conquistar sus propios objetivos: una política económica nacional o, en términos de Ferrer, el sostenimiento de ese frente político que pueda mantener una política económica heterodoxa en el largo plazo. El promotor de FORJA nunca habló de densidad nacional, claro, pero hacía referencia a ello cuando argumentaba en favor de una política nacional que vaya “más allá de los gobiernos de turno, más fuerte que cualquier interés creado y con perdurabilidad suficiente para sobrevivir a los resquebrajamientos que la empresa ocasione”; nunca habló de salidas laterales, a la manera de Diamand, pero era evidente que hablaba de ello al señalar -a partir de determinado momento de la experiencia populista- las dificultades para incorporar pensamiento autónomo.

 

Más esperanza que conclusiones

 

No era extraño que la interpretación de la historia económica que se intentara legitimar a partir de 2002 fuera en el sentido del enfrentamiento histórico entre dos proyectos de nación o entre dos políticas económicas, porque esa mirada sobre el pasado era parte de los múltiples dispositivos de legitimación de una experiencia nacional-popular emergente en un proceso de dicotomización del espacio social (propio de las rupturas populistas) por el cual los actores se ven a sí mismos como participes de uno u otro de dos campos enfrentados. Además, como sabemos, toda organización del poder tiene su relato histórico, su organización del pasado que le da sentido, que resignifica y revaloriza porciones de la experiencia colectiva sistemáticamente negadas o postergadas por las dinámicas políticas que se intentan dejar atrás. Esa visión dilemática de la historia económica que, como se ha visto, tiene su expresión más elaborada y crítica en Marcelo Diamand, es fortalecida desde entonces por unos, a partir del 2002, y por otros, a partir del 2015. Pero se trata de una construcción equívoca en la medida que no se presenta con un gran respaldo histórico ya que, por el contrario, no parece haber sido esa dicotomía lo que ha marcado la zigzagueante historia de las políticas económicas. Si seguimos el derrotero de las mismas, no se hace visible esa afirmación ya que, en una mirada rápida a la historia, esa política nacional-popular, tal cual la caracterizara Diamand y se mantiene en los discursos dominantes, sólo tuvo lugar en una oportunidad durante todo el siglo XX, con el peronismo clásico, a mediados de los años '40; y luego con las políticas del peronismo en la primera década del siglo XXI (sin estar del todo convencido de esta última caracterización). Es decir que, históricamente, y siempre pensando en las políticas económicas como resultado de la puja entre fuerzas, la sociedad argentina parece haber buscado sus soluciones preferentemente dentro de cierto tipo de políticas y que lo que se plantea como una política nacional-popular, o populista, fue algo sólo viable en forma excepcional. Inclusive si tomáramos en cuenta esa breve experiencia de Ber Gelbard, el panorama no cambia. Para decirlo sin tapujos, estamos ensayando sobre la idea de que la Argentina tendría un consenso histórico importante y que sólo bajo la fuerza de profundas crisis estaría dispuesta a salir de él, pero en forma provisoria. Es decir que la perspectiva dilemática de Diamand sólo podría sostenerse forzando la historia al punto de desfigurarla, ya que al parecer no tendríamos una oscilación entre una y otra política, lo que no conduce necesariamente a hablar de estabilidad, por supuesto, pero si a pensar que ese carácter zigzagueante y turbulento en la trayectoria de las políticas económicas podría ser de otro orden y naturaleza, lo cual excede las posibilidades de este ensayo.

Volviendo al planteo de Diamand, y a sus reformulaciones más renovadas y actuales, más que bipolaridad, alternancias o péndulo, esos dos esquemas podrían quizá expresar distintos momentos de la historia de las políticas económicas argentinas, uno de “excepcionalidad”, y otro de “normalidad”. Si así fuera, permitiéndonos jugar con esa idea, cabrían algunas preguntas a la historia económica y, por qué no, a nuestro presente. Ya hemos esbozado algunas posibilidades de reflexión respecto a las dificultades y limitaciones por la cual esa “excepcionalidad” no ha podido  convertirse en “norma”. ¿Pero cuáles serían las razones por las que ha sido posible esa otra “normalidad”?; ¿cuáles los factores y dinámicas que la hicieron –y hacen- posible y sostenible? ¿cuáles son los rasgos más sobresalientes de ese supuesto “consenso”? ¿Sus límites, contornos y horizontes? Ese hilo conductor, si es posible enhebrarlo, ¿expresa un modelo de país? Más allá de estas cuestiones, finalmente, la historia económica argentina –desde esa dimensión dilemática- conduce a otras reflexiones que escapan a este simple ensayo ya que, por si no ha quedado claro al comienzo de estas notas, la concepción binaria de la historia es hija, además, de una pesadumbre generada por la sucesión de frustraciones y reconstrucciones, de un permanente recomenzar que hace que, en definitiva, se instale una percepción, una sombra constante, la del fracaso. Quizá sea parte del ser nacional, del ethos argentino, como le gustaba decir a Ferrer o de nuestra identidad tanguera, como parecía gustarle a Osvaldo Soriano cuando afirmaba que “nosotros nos degradamos en casa o morimos en el extranjero. Como San Martín, Rosas o Carlos Gardel. Cuando logramos sobrevivir a la desgracia o a la indiferencia, nos cuesta salir del asombro y nos preparamos para fracasar con estruendo. Nadie es del todo argentino sin un buen fracaso, sin una frustración plena, intensa, digna de una pena infinita” (Soriano, 1987). Quizá así sea, pero si bien el autor de este ensayo confía en la percepción de artistas e intelectuales, no se postula aquí la insoslayable persistencia del fracaso. La aspiración es la de aportar a una común autorreflexión frente al espejo de nuestra zigzagueante historia económica y abrir algunas preguntas que nos puedan llevar por otros caminos, en busca de sus continuidades más profundas y de perspectivas que superen aquellas en las cuales -como señalaba Graciela Scheines (1991) “el país real queda enmascarado por un esquema, por un mapa bicolor que se impone con la prepotencia de las alternativas binarias. La compleja trama con que está tejido el país, la tela de incontables hilos multiconectados, pasa desapercibida (…). El ruido de las polémicas interminables que producen estos esquemas binarios (...) silencia las voces de los argentinos de carne y hueso que no encajan en ningún casillero”.

 

 

Bibliografía

Cichero, M. (1992): Cartas peligrosas: la correspondencia entre Perón, Hernán Benítez, Jauretche y Cooke.  Planeta.

Diamand, M. (1973) Doctrinas económicas, desarrollo e independencia. Paidós.

Ferrer, A. (2004): La densidad nacional: el caso argentino, CAPIN.

Godoy, J. (2016): La prensa Forjista y la cuestión nacional. En Perspectivas Metodológicas nº18/Vol. II.

Higgs, J. (2016): Historia Alternativa del siglo XX. Taurus.

Laclau, E. (2006): La deriva populista y la centroizquierda latinoamericana. Nueva Sociedad.

Quintar, J.; Perren, J (2016): El gran desafío argentino. Entrevista a Aldo Ferrer. En Revista H-Industri@. Año 10, nro 18.

Quintar, J (2007) Pensar con estaño: el pensamiento de Arturo Jauretche. EDUCO

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Scheines, G. (1991): Las metáforas del fracaso. Casa de las Américas.

Soriano, O. (1987): Rebeldes, soñadores y fugitivos. Planeta.

 

Recibido: 20/04/2019

Evaluado:  15/05/2019

Versión Final: 30/07/2019