Peronismo, izquierda y lucha armada. Balance bibliográfico y perspectivas analíticas sobre las organizaciones armadas peronistas en clave comparada

 

 

 

Peronism, the left and the armed struggle. Bibliographic balance and analytical perspectives on Peronist armed organizations in a comparative perspective

 

 

 

Mora González Canosa

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas;

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales;

 Universidad Nacional de La Plata (Argentina)

gonzalezcanosa@yahoo.com.ar

 

 

 

Mariela Stavale

 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas;

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales;

Universidad Nacional de La Plata (Argentina)

mari_stavale@yahoo.com.ar

 

 

 

Resumen

Este trabajo se propone realizar un análisis comparativo de las principales organizaciones armadas del peronismo revolucionario: FAP, FAR, Descamisados y Montoneros, un heterogéneo espectro que no puede reducirse a esta última pese a la hegemonía que adquirió en el período. Sin embargo, esta ha sido la tendencia en la bibliografía hasta no hace mucho tiempo, invisibilizando la riqueza del peronismo revolucionario. En efecto, un conjunto de clivajes dinamizó los debates en su interior, dividiendo aguas entre “movimientistas”, “tendencistas” y “alternativistas” en torno a aspectos clave como el carácter del movimiento peronista, sus sectores internos y el rol de su líder, la forma de pensar la contradicción principal, el objetivo final del proceso revolucionario y la estrategia para impulsarlo. Estas posiciones produjeron fuertes debates entre las distintas organizaciones del peronismo revolucionario y también al interior de Montoneros, dados los grupos que allí confluyeron y las escisiones que sufrió después.

A partir de esos clivajes, apelando a una estrategia metodológica cualitativa basada en el relevamiento de bibliografía y fuentes escritas, buscamos realizar tanto un análisis comparativo de las organizaciones mencionadas, como un balance de la producción académica sobre ellas, destacando aportes y desafíos pendientes para una agenda de investigación sobre el tema.

 

Palabras Clave

Peronismo Revolucionario; Organizaciones Armadas Peronistas; Movimientismo; Alternativismo; Tendencismo.

 

 

 

Abstract

This work sets out to carry out a comparative analysis of the main armed organizations of revolutionary Peronism: FAP, FAR, Descamisados and Montoneros, a heterogeneous spectrum that cannot be reduced to the latter despite the hegemony it acquired in the period. However, this has been the trend in the bibliography until not long ago, making the wealth of revolutionary Peronism invisible. Indeed, a set of cleavages energized the debates within, dividing waters between "movimientismo", "tendencismo" and "alternativismo" around key aspects such as the character of the Peronist movement, its internal sectors and the role of its leader, the way of thinking about the main contradiction, the final objective of the revolutionary process and the strategy to promote it. These positions produced strong debates between the different organizations of the revolutionary Peronism and also within Montoneros, given the groups that converged there and the splits that it suffered later.

From these cleavages, appealing to a qualitative methodological strategy based on the survey of bibliography and written sources, we seek to carry out both a comparative analysis of the aforementioned organizations, and a balance of academic production on them, highlighting outstanding contributions and challenges for a research agenda on the subject.

 

Keywords

Revolutionary Peronism; Peronist armed organizations; “Movimientismo”; “Alternativismo”; “Tendencismo”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Introducción

 

Este trabajo propone una revisión bibliográfica a partir de la cual trazar las coordenadas para un análisis comparativo de las principales organizaciones armadas de la “tendencia revolucionaria” del peronismo. Dentro del campo de estudios sobre el pasado reciente argentino, los enfoques desde los cuales es posible hacerlo son, por supuesto, múltiples.

Entre los primeros trabajos con sede académica sobre los procesos de politización y radicalización de los sesenta y setenta[1] se encuentran los de Hilb y Lutzky (1986) y Ollier (1986) quienes, sustentados en una concepción de la política fuertemente consensualista, exploraron el período previo a partir de la revalorización de los métodos democrático-parlamentarios propia de la época de la “transición”. Desde dicha óptica, esos trabajos rastrearon las causas de la legitimación social de la violencia en la crisis del sistema político y la “matriz autoritaria” de la cultura política argentina. Además, tendieron a circunscribir lo que llamaron “nueva izquierda” a las organizaciones que propiciaban la lucha armada, enfatizando las diferencias entre su accionar y un vasto movimiento popular de carácter “espontáneo” en que las primeras habrían querido implantarse desde “afuera” y desde “arriba” obstruyendo su carácter democratizador. Esa perspectiva interpretativa, que Oberti y Pittaluga (2006) caracterizaron como “la estrategia democrática”, ha sido recientemente recuperada por Vezzetti (2009), cuyos diversos trabajos -de perfil más bien ensayístico- tienen sin duda importante gravitación en los estudios sobre estos temas. Reivindicando explícitamente la vigencia de la línea de análisis inaugurada en los ochenta, en su trabajo las organizaciones armadas aparecen desligadas del entramado de activación social y política más amplio que atravesó la sociedad argentina por aquellos años. Al mismo tiempo, en el estudio, centrado en analizar la subjetividad y la cultura combatiente, estos militantes aparecen “capturados” por un imaginario de guerra y violencia en cuya configuración sobresalen un conjunto de tópicos y valores que los emparentan de modo directo con el fascismo. De ese modo, el trabajo desplaza rápidamente sus ideas y proyectos al terreno de la irracionalidad, volviendo ininteligibles sus prácticas, cuestión subrayada tanto por Rabotnikof (2009) como por Acha (2013). Operaciones semejantes podemos encontrar en un nuevo libro de Hilb (2013) que recopila viejos ensayos y perspectivas previas. Allí, entre otras cuestiones controvertibles (su posición frente a los juicios por delitos de lesa humanidad, por mencionar uno de los más relevantes), la autora asocia de manera taxativa e inexorable los conceptos de militancia, revolución y lucha armada con los de autoritarismo y totalitarismo[2] .

En polémica con los enfoques arriba señalados, este trabajo se inscribe en la perspectiva analítica sobre la “nueva izquierda” desarrollada por Tortti en diversos trabajos (1999, 2006, 2015). Nuestra tesis es que, de esa manera, la mirada sobre las propias organizaciones armadas, aun cuando el lente se focalice en ellas, cambia sustantivamente. En otras palabras, que de ese modo es posible evitar las derivas de una suerte de “violentología donde la primacía otorgada a la violencia política ocluye la comprensión de un período sumamente complejo, convirtiéndose en el signo de una época considerada como “desquiciada”, “desmesurada” e irracional (Acha, 2013).

En la perspectiva de la autora, el término “nueva izquierda” remite al conjunto de fuerzas sociales y políticas disímiles que desde fines de los sesenta protagonizó un vasto proceso de contestación generalizada que incluyó desde la revuelta cultural y el activismo social, hasta la política revolucionaria y el accionar armado. Un haz de fuerzas heterogéneas que, si bien no logró generar un actor político de límites precisos, fue adquiriendo cierta unidad de hecho al desplegar una serie de discursos y acciones que resultaban convergentes en la manera de oponerse a la dictadura de la “Revolución Argentina”. Y, también, en sus críticas de diverso alcance al “sistema”, que en grados variables combinaban la impugnación a la dictadura con consignas antiimperialistas y socialistas.

En relación con este trabajo, hay dos aportes de esa perspectiva que queremos subrayar por sus implicancias para nuestro objeto de indagación. En primer lugar, que sin desconocer la importancia que la violencia política y el activismo armado adquirieron en el período, invita a una mirada de conjunto, destacando la importancia de explorar los vínculos gestados entre los distintos grupos, movimientos y organizaciones que protagonizaron el fenómeno. Fueron esos nexos -a veces concretados y otras sólo prometidos o imaginados, exitosos o fallidos, de modalidades variadas y no exentos de tensiones- los que, según la autora, contribuyeron a que los diversos actores de la “nueva izquierda” se percibieran y fueran percibidos como parte de una misma trama, la del “campo del pueblo” y la “revolución”, generando una poderosa “sensación de amenaza” en el gobierno y los sectores dominantes. En definitiva, creemos que la indagación empírica de esos nexos, particularmente entre política revolucionaria y protesta social, o entre la militancia política radicalizada y el activismo social y cultural, es central para analizar las características del fenómeno, su envergadura, así como las posibilidades de expansión y las limitaciones que enfrentó.

El otro aporte que queremos subrayar también tiene que ver con complejas confluencias y articulaciones. Se trata de la idea de que la “nueva izquierda” debe entenderse como una suerte de magma resultante de las convergencias entre distintas tradiciones político-culturales, no todas ellas incluidas por otros enfoques sobre el tema. Básicamente: el peronismo, el nacionalismo, el catolicismo y la izquierda. De hecho, las rupturas y transformaciones que cada una de esas tradiciones experimentó en el período y los puentes que esas rupturas posibilitaron entre los grupos, movimientos o partidos ligados a todos ellas, fueron claves a la hora de ensanchar los márgenes de la “nueva izquierda”, constituyendo otro factor central para comprender la envergadura que alcanzó el fenómeno.

Se trata, en suma, de un enfoque que, a diferencia de otros, no circunscribe el fenómeno a las experiencias armadas ni tampoco lo reduce a los itinerarios exclusivos de la izquierda, sin incluir sus múltiples hibridaciones con otras tradiciones políticas como el peronismo.

En el marco de esa perspectiva interpretativa y bajo la tesis arriba señalada, este trabajo propone situar la mirada en las principales organizaciones político-militares de la llamada “tendencia revolucionaria” del peronismo[3] (TRP) entre fines de los sesenta y el primer lustro de los setenta: las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Descamisados y Montoneros. Es decir, desde la aparición pública de la primera de ellas (las FAP, en 1968) hasta la fusión de casi todas en Montoneros (incluyendo algunas fracciones de las FAP). Se trata, en definitiva, de un heterogéneo espectro de organizaciones cuya caracterización no puede reducirse a Montoneros, pese a la hegemonía que adquirió en el período. El objetivo es, en primer lugar, realizar una somera revisión de la producción académica sobre la cuestión que, lejos de pretender exhaustividad, toma como referencia investigaciones de largo alcance que dieron lugar a tesis o libros, y excepcionalmente trabajos más puntuales como artículos cuando son los únicos disponibles o resultan sumamente significativos[4]. La idea es basarnos en esa revisión y en otras fuentes para esbozar algunos ejes analíticos que, a modo de coordenadas, trazan una cartografía que permite analizar comparativamente los posicionamientos de las organizaciones armadas más importantes del peronismo durante el primer lustro de los setenta. No se trata, obviamente, de los únicos ejes a partir de los cuales es posible hacerlo, pero argumentaremos la pertinencia y productividad de aquellos que hemos elegido.

Finalmente, en las conclusiones ponemos en juego un balance de la producción académica abordada y los ejes analíticos señalados, destacando aportes y desafíos pendientes para una agenda de investigación sobre el tema.

 

Las organizaciones armadas peronistas: hacia un estado de la cuestión

 

Teniendo en cuenta la perspectiva, objetivos y criterios antes señalados, a continuación analizamos la bibliografía más relevante escrita en clave académica sobre FAP, Montoneros, FAR y Descamisados[5].

 

Las Fuerzas Armadas Peronistas

Las FAP tomaron estado público tras el fracaso del foco guerrillero rural que intentaron establecer en Taco Ralo (Tucumán) en 1968. A pesar de que fueron la primera organización armada peronista del conjunto que aquí estudiamos y que, como veremos, impulsaron un proceso de radicalización política original que dio lugar a una corriente específica dentro de la TRP, no existen muchas investigaciones abocadas a reconstruir esta experiencia.

En parte por ese motivo, no hay coincidencias sobre sus orígenes. Autores como Luvecce (1993), Pérez (2003) o Stavale (2012) vinculan la organización con las primeras FAP, surgidas en 1964 en conexión con el Movimiento Revolucionario Peronista. Por el contrario, Raimundo (2004) distingue ambas experiencias y afirma que el grupo que intentó instalarse en Taco Ralo comenzó a gestarse en 1966. El debate sobre los orígenes es relevante porque remite a uno de los rasgos que distinguen a las FAP del resto de las organizaciones armadas peronistas: haberse forjado básicamente como emergente del proceso de radicalización e “izquierdización” que tuvo lugar dentro de los márgenes del propio movimiento.

En cualquier caso, todos los autores coinciden en que las FAP se habían agrupado en torno a una serie de acuerdos mínimos que no tardaron en entrar en tensión: la consideración del peronismo como Movimiento de Liberación Nacional; el regreso de Perón como objetivo; la identificación del imperialismo y la oligarquía como principales enemigos y la lucha armada como metodología. En principio, la caída en Taco Ralo y luego el Cordobazo generaron un fuerte impacto en la organización, que para responder a la nueva etapa se concentró en la guerrilla urbana y se nutrió tanto de activistas de las juventudes universitarias recientemente radicalizadas como de experiencias sindicales y clasistas. (Luvecce, 1993; Raimundo, 2004; Stavale, 2012). Pero, además, la recomposición de las FAP exigió definiciones político-ideológicas más precisas, tensionando los acuerdos mínimos iniciales y precipitando las discusiones entre dos posturas: los llamados “clasistas” y los “movimientistas” u “oscuros”. El debate estalló en 1971 con el lanzamiento de la Alternativa Independiente (AI) que, a grandes rasgos, postulaba a la clase obrera como sujeto fundamental de la revolución y planteaba la necesidad construir una herramienta política independiente para los trabajadores; una propuesta que, como veremos, se proyectó hacia fuera de las FAP, surcando las discusiones del resto de las organizaciones peronistas. En contraposición, permanecía vigente la visión que consideraba al movimiento como el espacio político propio y a Perón como líder indiscutible, postura que derivó en la escisión de los “movimientistas” (FAP, 1971a, b y c; Pérez, 2003; Raimundo, 2004; Stavale, 2012).

Tras esa ruptura, las FAP iniciaron el llamado proceso de “Homogeneización Política Compulsiva” (PHPC), que tuvo tres características centrales: la crítica del “foquismo” como irradiador de conciencia política, la impronta “basista” como estrategia de construcción política y la identificación de los trabajadores como sujeto de la revolución. En cualquier caso, la consecuencia fue el aislamiento de la organización, que desde entonces y en el contexto de creciente apertura política que siguió al “Gran Acuerdo Nacional” lanzado por Lanusse, rechazó toda participación en las estructuras del movimiento peronista.

El PHPC tuvo por resultado la fractura de FAP en tres grupos, aunque la única fracción que sobrevivió como tal hasta la caída de su dirección nacional en 1979 fue FAP-Comando Nacional, de perfil alternativista y dirigida por Raimundo Villaflor (Stavale, 2012).

Finalmente, otro tema sobre el que existe controversia en la bibliografía tiene que ver con el vínculo entre las FAP y el Peronismo de Base (PB). Para Luvecce (1993) se trata de dos experiencias paralelas, mientras que Pérez (2003), Raimundo (2004) y Stavale (2012) las consideran como dos instancias de una misma organización. En cualquier caso, ninguna de las investigaciones disponibles realiza un análisis diacrónico que dé cuenta de los procesos de formación y articulación entre ambas, sus variaciones en el tiempo, o un análisis comparado de las diversidades regionales de esa articulación. La invisibilización de ese vínculo (o su explicación simplificada) deja vacante un interrogante clave para el abordaje de las organizaciones armadas: el de las relaciones entre el grupo armado y el trabajo político de inserción en el movimiento social más amplio, en este caso, sobre todo, entre sectores populares y obreros.

 

Montoneros

Como señalamos, la hegemonía política de Montoneros al interior de la TRP se ve reflejada en la bibliografía, comparativamente frondosa respecto del resto de las organizaciones armadas peronistas. La primera investigación académica sobre el tema surgió en los tempranos ochenta de la mano del politólogo inglés Gillespie (2008). Una de sus tesis centrales apunta que, para 1970 la organización se reducía al pequeño grupo que mató a Aramburu, un puñado de militantes “de ninguna manera revolucionarios” que provenían del nacionalismo (mayormente de derecha) y el catolicismo (1982: 98). Según el autor, de esos orígenes se desprendía el exacerbado culto por la acción, cierto misticismo irracional y la sorprendente ingenuidad respecto del rol de Perón que caracterizarían a la organización. A la vez, el crecimiento y hegemonía montoneras se explicaban por su capacidad política, su pragmatismo y la instrumentalidad con que encaraban su relación con las agrupaciones de activistas. Se trata de la única investigación que -de modo sumamente documentado para la época-, se propuso abordar de modo integral la historia de Montoneros. A partir de allí, los estudios académicos que siguieron focalizaron el lente en aspectos más específicos.

En esta línea, un aporte importante es el de Lanusse (2005) quien, discutiendo con Gillespie, profundiza en la cuestión de los orígenes, remontándose hasta la década del sesenta para concluir su investigación en 1971. La investigación desentraña las condiciones y procesos que dieron lugar a que muchos jóvenes católicos pasaran de la “opción por los pobres” a la “opción por las armas”, conjugando un objetivo, el socialismo; con una metodología, la lucha armada; y una identidad, el peronismo. En este sentido, Lanusse afirma que Montoneros no puede reducirse a la radicalización de un grupo aislado de jóvenes católicos y propone abordar su período fundacional a partir de los conceptos de ámbito, círculo y grupo. La tríada le permite identificar “niveles” de militancia, así como diversos momentos en el proceso de radicalización de sectores cristianos. De esta forma, muestra cómo se delinearon círculos de cristianos radicalizados y peronizados y, luego, los “grupos originales” que, convencidos de que la violencia era el único método eficaz para cambiar las estructuras sociales, habían emergido de redes políticas y sociales amplias, producto de la militancia de sus integrantes durante la década del 60´. De allí que, para el autor, los orígenes de Montoneros no pueden reducirse al grupo que mató a Aramburu, ni puede comprenderse la organización por fuera de estas redes de las que emergió.

Otro de los autores que indaga en la cuestión de los orígenes es Donatello (2010), quien, concentrado en historiar el vínculo entre religión y política, también enriquece el debate entablado por las investigaciones de Gillespie y Lanusse al apuntar que el surgimiento de la organización remite a “redes sociales” amplias y difusas, íntimamente vinculadas con la “sociabilidad católica”. Además, debatiendo con la idea de “ruptura” generalmente asociada al surgimiento del “catolicismo contestatario”, el autor enfatiza las continuidades en el vínculo entre religión y política, inscribiendo el fenómeno en una matriz de largo plazo que se remonta a los años treinta. Así, utiliza las categorías de “iglesia” y “secta” como tipos ideales para revisar la experiencia de Montoneros. Su hipótesis es que el pasaje de militantes católicos a una organización político-militar puede comprenderse como “un camino a la secularización”, es decir, un proceso de “recomposición de las creencias” y de “lo sagrado” en el ámbito político, a través de la idea de la “revolución”.

Por su parte, Campos (2016) polemiza con la tesis de la continuidad arriba señalada: el autor analiza la experiencia de la revista Cristianismo y Revolución (CyR) enfatizando en las rupturas y transformaciones acaecidas en el seno de la Iglesia Católica y subrayando el nexo entre catolicismo, marxismo y peronismo revolucionario. De todos modos, su interés no se concentra tanto en el rol que CyR pudo haber tenido en los orígenes de los proto-montoneros sino, más bien, en el proceso de convergencia en la revista de identidades diversas (obrera, cristiana, guerrillera y peronista) y en la emergencia de un proyecto de “hegemonía alternativa” que no podía avanzar sin la conformación de una vanguardia armada. En este sentido, el autor afirma que la experiencia de CyR fue clave para los proto-montoneros, pues gestó un discurso legitimador de la lucha armada como método de resistencia a la dictadura.

La labor con experiencias político-editoriales y la preocupación por el proceso de transformación de las identidades políticas articula, también, el trabajo de Slipak (2015). Con el objeto de “analizar las representaciones, concepciones, relatos y discursos que surcaron el espacio montonero y otorgaron un sentido colectivo a sus acciones” y discutiendo con textos clásicos como el de Sigal y Verón (1988), la autora analiza la identidad política de la organización a partir de sus publicaciones (2015: 10). Desde esas claves, su trabajo discute con dos “diagnósticos repetidos”: el intento de reemplazar a Perón en la conducción del movimiento y la teoría del “desvío militarista”. Para la autora, la primera afirmación oculta que lo que propuso Montoneros fue una (re)construcción de la tradición peronista distinta a la del viejo líder: las revistas evocaron el lugar del sujeto representado (el pueblo) y del representante (fuera Perón o la Conducción Nacional) de manera simultánea, fusionando el liderazgo con el carácter protagónico del pueblo. Respecto del “desvío militarista”, enfatiza que, en realidad, la política montonera surgió desde sus orígenes ligada a un imaginario bélico. Lo cual, implica un claro contrapunto con trabajos como los de Calveiro (2005) o Bartoletti (2011), para quienes Montoneros habría afrontado un creciente “proceso de militarización” (aludiendo al desplazamiento de las definiciones políticas en favor de criterios militares para determinar la orientación de su accionar y al aislamiento político respecto del movimiento social más amplio que ello habría generado) cuyo inicio podría fecharse hacia 1974, con su pasaje a la clandestinidad.

Por su parte, otra línea de análisis desde la que se vienen realizando aportes significativos tiene que ver con la perspectiva de género, enfoque aún inexplorado para el resto de las organizaciones armadas peronistas. En esta clave, investigaciones como las de Grammatico (2011), Viano (2011), Oberti (2015) y Noguera (2018) -las dos últimas abordando también el caso del PRT-ERP- se han interrogado tanto por el rol que asumieron las mujeres a partir de dichas militancias, como por la creación de agrupaciones femeninas e, incluso, por las relaciones de poder al interior de este tipo de grupos que es posible develar a partir de una mirada generizada.

Otras investigaciones recientes también han diversificado el foco de análisis, ya sea recuperando las memorias e imaginarios con que la organización tejió su identificación con el peronismo (Otero, 2019) o bien abordando experiencias prácticamente inexploradas como la “Contraofensiva” (Confino, 2018), aunque esas derivas escapan al período de nuestra de indagación. En el mismo sentido tampoco puede dejar de señalarse la reedición del libro de Gil (2019), donde se aborda no sólo la experiencia de Montoneros -entre otras organizaciones armadas del movimiento- sino la del conjunto de la izquierda peronista entre 1955 y 1974.

Por otra parte, quisiéramos destacar aquí un conjunto de investigaciones sobre diversas agrupaciones de activistas y/o “frentes de masas” filiados genéricamente con la TRP y que se ligaron de modos variables con sus organizaciones armadas, especialmente con Montoneros.

Si bien resta mucho por indagar en esta línea y los avances resultan dispares, contamos con trabajos sobre diversas Juventudes Peronistas locales (Salcedo, 2011; Robles, 2011; Luna et. al, 2007; Maidana, 2009; González Canosa & Murphy, 2019), sobre los orígenes de la Juventud Universitaria Peronista platense (Lanteri, 2009), el Movimiento Villero Peronista (Camelli, 2019), la Agrupación Evita (Grammatico, 2011), la Juventud Trabajadora Peronista (Pacheco, 2015) o análisis de diversas experiencias político-gremiales de trabajadores fabriles y sus vínculos con Montoneros (Lorenz, 2007). En general, reduciendo la escala de análisis, estos trabajos se han enfocado en la militancia de base y en la propia historicidad y dinámica de las agrupaciones estudiadas, analizando desde allí las articulaciones establecidas con la organización armada y rescatando el carácter activo -tanto en sus acuerdos como en sus disidencias- de los sujetos populares que adhirieron a ella. En el mismo sentido, cabe mencionar aquellas investigaciones que han indagado en las prácticas institucionales de militantes de la TRP, generalmente también ligados a Montoneros, en diferentes ministerios del tercer gobierno peronista (Antúnez, 2015; Tocho, 2020). Se trata de una línea de análisis que, aunque desde ópticas divergentes, puede ubicarse en la estela de investigaciones como las de Servetto (2010), sobre las gobernaciones consideradas afines a la “tendencia” en ese período. Vinculado con estas preocupaciones, aunque centrado en Montoneros y en las formas en que asumió la noción de vanguardia en la organización, no puede dejar de señalarse el artículo breve pero relevante de Salas (2007).

Por último, las investigaciones que abordaron las rupturas de Montoneros, como las de Slipak (2015), Seminara (2015) y Pozzoni (2018), son doblemente relevantes: porque reponen la heterogeneidad que siempre caracterizó a la organización hegemónica del peronismo revolucionario y porque visibilizan la importancia que el debate entre “movimientistas” y “alternativistas” tuvo en su interior. Seminara reconstruye la experiencia del grupo Montoneros José Sabino Navarro que rompió en 1972 a partir de su identificación con el “alternativismo” y destaca dos ejes de disidencia: las formas de concebir la lucha armada y de pensar el trabajo político junto con el movimiento obrero. Por su parte, Pozzoni rastrea la escisión “movimientista” que desembocó en la conformación de la Juventud Peronista Lealtad a fines de 1973. Entre ambas, y en línea con su trabajo doctoral, Slipak releva los proyectos editoriales de ambas disidencias: Puro Pueblo y Movimiento, así como los debates con la prensa montonera. A su vez, todos estos trabajos permiten problematizar, entre otras cuestiones, los diversos modos en que Montoneros entendió la violencia, puesto que esa tensión surca también los itinerarios de sus disidencias.  

 

Fuerzas Armadas Revolucionarias

Sobre las FAR no existían trabajos académicos hasta los realizados por González Canosa, quien se propuso abordar sus orígenes e itinerarios a través de su tesis doctoral y de un proyecto de investigación de largo aliento (2013, 2015a y c, 2017, 2018a y c). Según la autora, los grupos fundadores de la organización rompieron con el Partido Comunista (PC) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria-Praxis (MIR-Praxis) a inicios de los sesenta, intentaron ligarse a la guerrilla del “Che” Guevara en Bolivia y, tras su muerte, a la continuación de su proyecto continental. Ya como FAR, se presentaron públicamente en 1970 con la toma de la localidad bonaerense de Garín y, un año después, asumieron el peronismo como identidad política propia desde una perspectiva marxista y un proyecto político cuyo objetivo final era el socialismo. A su vez, durante 1971 comenzaban a plantearse cómo articular su accionar más orgánicamente con grupos de activistas a nivel barrial, estudiantil y sindical, al tiempo que intentaban converger con FAP, Montoneros y Descamisados en una instancia de coordinación común e iban creando sus propias regionales en distintos lugares del país, como Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Santa Fe y Mendoza (González Canosa, 2013). Además, por esos años, entablaron con el “Ejército Revolucionario del Pueblo” uno de los debates político-intelectuales más importantes dentro del campo de las organizaciones armadas argentinas, sobre el que se han escrito diversos trabajos (Campos, 2012 y 2013; González Canosa, 2018b). Finalmente se fusionaron con Montoneros en 1973.

Desde la perspectiva de González Canosa, la relevancia de estudiar a las FAR radica en que la organización expone un conjunto de problemáticas más amplias que fueron claves en el período analizado: la peronización de importantes sectores de la izquierda, la legitimación de la violencia como forma de intervención política y la opción por la lucha armada. Como es posible observar, el itinerario de FAR es inverso al de las FAP y diferente al de Montoneros y, como veremos, al de Descamisados. Así, la organización expresa un “cauce de radicalización política” diferente, que se vincula con las re-configuraciones operadas en la cultura política de las izquierdas argentinas (González Canosa, 2017). Desde esas claves, la autora analiza los orígenes y el itinerario de las FAR a partir de dos ejes: uno de orden político-ideológico, atento al proceso de identificación con el peronismo; el otro de orden político-organizativo, que remite a sus prácticas políticas y dinámicas de funcionamiento.

La autora afirma que la constitución de la organización implicó que sus fundadores transitaran un proceso de “doble ruptura”: tanto respecto de sus formas de hacer política, como de las tradiciones político-ideológicas de origen, deudoras del pensamiento liberal y sumamente críticas del peronismo. Pero la investigación no solo rastrea cambios sino, también, continuidades. Así identifica ciertas “huellas de origen” en las concepciones y el estilo de accionar de las FAR, básicamente: el rol del marxismo como prisma de interpretación del fenómeno peronista (un tipo de marxismo especialmente sensible a la “cuestión nacional” y situado exclusivamente en el lugar de la teoría) y el legado guevarista como impronta para pensar los vínculos con el movimiento social más amplio. Estas aristas le permiten afirmar que las FAR expresaron un “estilo de peronización” marcado por las huellas de la cultura de izquierdas, que se distingue de otros estilos, como el de la peronización de núcleos cristianos o incluso la “izquierdización” de militantes peronistas (2013, 2017). Finalmente, dado que el perfil distintivo de las FAR no permaneció indemne frente a la dinámica nacional, la autora analiza los cambios que experimentaron sus planteos en la coyuntura electoral y su acercamiento a las posturas de Montoneros, organización con la que terminaría de fusionarse en octubre de 1973 (2018a).

 

Descamisados

Del conjunto de organizaciones peronistas, Descamisados es sin dudas la menos estudiada. En efecto, sólo disponemos de una investigación que, al reconstruir el itinerario de Norberto Habegger, dirigente de Descamisados, aborda tangencialmente el trayecto de la organización (Castro & Salas, 2011).

Castro y Salas afirman que los militantes descamisados provenían, en su mayoría, de la militancia católica; tanto en agrupaciones universitarias como en la Democracia Cristiana. La organización, más pequeña en comparación con el resto, tuvo sin embargo una importante inserción territorial, sobre todo en barrios del gran Buenos Aires, al tiempo que muchos de sus miembros fueron luego destacados dirigentes montoneros.

La organización surgió en 1969, cuando varios militantes comenzaron a plantearse la cuestión de la lucha armada para combatir al gobierno de Onganía. Según los autores, la reunión definitoria en la que se discutió la formación de los Descamisados fue un encuentro de grupos, centros de estudiantes y coordinadoras del seminario católico de Devoto. Los debates giraron en torno a dos ejes: la definición de la contradicción principal -imperialismo-nación o burguesía-proletariado- y el rechazo del “foquismo”, por considerar que implicaba desestimar el trabajo político en los “frentes de masas”. En efecto, y como rasgo diferencial de esta organización, Castro y Salas afirman que Descamisados se caracterizó por no abandonar nunca los frentes políticos que había desarrollado.

Por su parte, Campos (2012) ha indagado puntualmente en la transición de sectores laicos del catolicismo postconciliar hacia la guerrilla peronista, concentrándose en los comienzos de Descamisados. Tomando distancia de las interpretaciones que vieron en los orígenes religiosos de Montoneros y Descamisados un síntoma de irracionalismo político integrista y mesiánico, el autor propone pensar dicho pasaje como parte del proceso de secularización y modernización que atravesaron grupos cristianos en vías de peronización y en diálogo con otros sectores de la “nueva izquierda”. En este sentido, polemizando con la tesis de Donatello, el autor enfatiza menos en las continuidades con la cosmovisión religiosa tradicional que en aquellos elementos que permiten pensar las rupturas producidas en la historia política de los movimientos armados, en particular el proceso de descristianización de la militancia católica.

A modo de cierre, y como forma de captar las tendencias que se esbozan considerando las investigaciones aún en proceso, si miramos las ponencias presentadas durante los últimos seis años en diversas mesas de los eventos académicos más importantes del área, como las Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente (JTHR), las Jornadas Interescuelas, los Congresos de la Red de Estudios sobre el Peronismo o las Jornadas de Sociología de la UNLP, se confirman las tendencias ya delineadas pero también aparecen algunas novedades. Por un lado, persiste el privilegio del estudio sobre Montoneros, ya sea a través de investigaciones que reponen su estructura organizativa y el vínculo con la lucha armada, como a partir de trabajos que empiezan a profundizar sus nexos con diferentes “frentes de masas” (sindical, estudiantil, intelectual o barrial e incluso la inserción institucional de sus militantes). También se destacan ponencias sobre las rupturas montoneras, aunque de las autoras ya citadas. Como novedad, puede destacarse cierta tendencia a reducir la escala de análisis para abordar las diversas realidades regionales tanto de Montoneros como de las agrupaciones de activistas con que se ligó, y el abordaje de temas variados y no muy transitados, como los vínculos entre amistad y militancia, las relaciones con las Fuerzas Armadas o la experiencia de fusilamientos al interior de la organización. Finalmente, siguen sin observarse avances de investigación sobre FAP o Descamisados.

 

 

Coordenadas para una cartografía de las organizaciones armadas de la “tendencia revolucionaria” del peronismo.

 

En base al relevamiento bibliográfico realizado, a continuación, proponemos un conjunto de ejes analíticos que nos parecen productivos para pensar de modo comparativo el perfil distintivo de cada una de estas organizaciones.

 

 

Los orígenes: diversos cauces de radicalización política.

Hemos dicho que la “nueva izquierda” puede pensarse como una suerte de magma resultante de las confluencias entre distintas tradiciones político-culturales. De hecho, las investigaciones analizadas permiten considerar específicamente a las organizaciones armadas del peronismo en esa clave. Como hemos visto, a trazos muy gruesos, los estudios sobre las FAP y Montoneros han mostrado que la primera organización fue emergente del proceso de radicalización del propio campo peronista, mientras que la segunda lo fue, principalmente, de las transformaciones ocurridas en el mundo del nacionalismo y los cristianos postconciliares. Por su parte, la mayoría de los integrantes de Descamisados provenía, también, de la militancia católica. Mientras que las FAR, cuyos grupos fundadores procedían mayormente de escisiones del PC y el MIR-Praxis, fueron emergente de las reconfiguraciones operadas en la cultura política de la izquierda argentina.

En primer lugar, como han subrayado las investigaciones de Lanusse (2005) y González Canosa (2013), creemos que este eje analítico, el de los orígenes o itinerarios previos, permite pensar a estas organizaciones como emergentes de tramas de activación social y politización más amplias. Es decir, contextualizar su surgimiento mostrando aquellos procesos sociales y políticos de los cuales fueron resultante y que despertaron un conjunto de interrogantes, dilemas y expectativas que, más allá de los diversos modos en que fueron afrontados, atravesaron también a amplios sectores de la sociedad.

Además, es posible pensar esos itinerarios como cauces de radicalización política de los cuales las organizaciones armadas del peronismo fueron expresión. Cauces forjados al calor de las rupturas, puntos de intersección y reconfiguración de las distintas tradiciones político-culturales mencionadas, los cuales, a su vez, de acuerdo a sus diversas hibridaciones adoptaron o bien la forma de la “peronización” (en términos generales, Montoneros, Descamisados y FAR) o bien, para el caso de quienes ya se ubicaban dentro de los márgenes del movimiento, de la “izquierdización” del peronismo (mayormente las FAP). Se trata de itinerarios a lo largo de los cuales esos militantes fueron forjando y transformando sus prácticas y concepciones políticas, atribuyéndole al peronismo, en todos los casos, potencialidades revolucionarias a partir de acentuar su carácter de movimiento popular y antiimperialista y/o de identidad política mayoritaria de la clase obrera. Y, al mismo tiempo, considerando a la lucha armada como la vía adecuada para alcanzar las transformaciones buscadas. Más precisamente, como ha propuesto González Canosa (2017) para el caso de las FAR, la indagación de esos itinerarios permite rastrear tanto cambios como continuidades en las concepciones político-ideológicas y en las formas de hacer política de estos militantes. Y, también, aunque advirtiendo contra toda concepción teleológica, intentar captar las huellas que tales cauces de radicalización política imprimieron en las concepciones y el estilo de accionar de estas organizaciones, contribuyendo -en parte y de diversos modos- a delinear sus perfiles distintivos.

 

 

Alternativismo”, “movimientismo” y “tendencismo”.

A su vez, para tratar de captar de modo comparativo tales perfiles distintivos, es decir, la impronta particular de cada una de ellas dentro del campo de las organizaciones armadas del peronismo, nos parece productivo distinguir una serie de tópicos de orden político-ideológico que en la época resultaban decisivos para estas organizaciones. Nos referimos a las diversas posiciones articuladas en torno a 1) la forma de pensar la contradicción principal y el objetivo final del proceso revolucionario, 2) el carácter del movimiento peronista, sus sectores internos y el rol de su líder y, en estrecha vinculación con ello, 3) las posibilidades de apelar o no a las instancias de participación, inserción y movilización del movimiento peronista para impulsar el proceso revolucionario buscado.

La combinación de diversas posturas en torno a esos clivajes nos permite recoger, al tiempo que sistematizar con el lente del analista, un conjunto de posiciones integradas en una suerte de tipología. Nos referimos al “alternativismo”, denominación derivada del lanzamiento de la AI por parte de las FAP; al “movimientismo”, otra categoría nativa de uso corriente entre la militancia de la época, y al “tendencismo”, una suerte de postura intermedia propuesta por Lanusse (2005). Estas posiciones, que sistematizaremos a continuación, deben considerarse como “tipos ideales” a la manera weberiana. Como tales, son simplificadores y raramente se dieron en estado puro en la realidad, dada la heterogeneidad interna de las organizaciones en cuestión y la variación de sus planteos a lo largo del tiempo (González Canosa, 2015a). Aun así, y con todos los matices del caso, la bibliografía analizada y multiplicidad de fuentes sobre el tema muestran su utilidad como herramientas heurísticas, al reunir clivajes que fueron sumamente operativos en la época para caracterizar a estas organizaciones, sus alianzas y disputas, así como sus tendencias internas e incluso las fracturas que sufrieron[6].

En principio, fue la evolución de las FAP, con el lanzamiento de la AI en 1971 y sus diversas escisiones, la que marcó el tono de estas discusiones entre el resto de las organizaciones, contribuyendo a la polarización entre “alternativistas” y “movimientistas”, posturas que se definían una en contraposición con la otra y que se extendieron para caracterizar también a grupos de la izquierda peronista no armada.

La postura “alternativista” planteaba al socialismo como objetivo final de su lucha, a la clase obrera como único sujeto revolucionario y la imposibilidad de toda alianza con la burguesía nacional. En consonancia con esa línea, desde una perspectiva clasista y sin abandonar la identidad peronista, consideraban que existían contradicciones irreconciliables al interior del movimiento. A su vez, si bien no se lo solía plantear abiertamente, Perón ya no era concebido como un líder revolucionario, aunque podría conducir al menos parte del proceso de liberación nacional en la marcha al socialismo. En virtud de esa caracterización, la estrategia era la construcción de una herramienta política autónoma para la clase obrera peronista, independiente de “burócratas” y de estrategias “reformistas”, “electoralistas” o “golpistas”. En este sentido, se proponían reorientar su práctica hacia la profundización del trabajo de base entre los trabajadores, rechazando toda participación en las “estructuras formales” del movimiento, ya sea las político-partidarias como las sindicales. Este énfasis en la organización de los trabajadores “desde las bases” pretendía ser una vía para superar el “foquismo” que, según se consideraba, había signado la práctica de la mayor parte de las organizaciones armadas del peronismo en sus comienzos. Con esta postura podemos identificar a las FAP desde 1971, a la organización Montoneros Sabino Navarro, el Movimiento Revolucionario 17 de Octubre (MR-17), el Frente Revolucionario Peronista (FRP), el Frente Revolucionario 17 de Octubre (FR-17) y, por fuera ya de las organizaciones armadas, al PB y a otros grupos del activismo sindical ligados de diversos modos a aquellas, como los restos de la CGT-A (Ongaro, Di Pascuale), la “Organización Política 17 de octubre” (OP-17) y el “Movimiento de Bases Peronistas” (MBP)[7].

Por su parte, la postura “movimientista” caracterizaba al imperialismo y la oligarquía como los principales enemigos y ponía el énfasis en la liberación nacional como objetivo, sin concebirla como un proceso que necesariamente conducía al socialismo. Se consideraba a Perón el líder indiscutido de ese proceso y al movimiento peronista como revolucionario en su conjunto, por lo que no se hacían mayores distinciones en su interior. En este sentido, si bien se denunciaba la existencia de “traidores”, las diferencias con ellos eran puestas en segundo plano en nombre de la unidad del movimiento. En la misma línea, allí cuando hubo posibilidad y se creyó oportuno, los sectores identificados con esta postura fueron los más proclives a militar en las distintas instancias de participación, inserción y movilización del peronismo. Con esta posición podemos identificar claramente a fracturas de las FAP como la de los “oscuros”, a Descamisados, a sectores internos de Montoneros y disidencias de esa organización como la Juventud Peronista-Lealtad. En la época también fue usual atribuirla a otro tipo de grupos como “Guardia de Hierro”, cuyo referente era Alejandro Álvarez, o al “Frente Estudiantil Nacional” liderado por Roberto Grabois.

Ahora bien, si desde el espectro “alternativista” Montoneros solía ser considerada tout court como una organización “movimientista”, parece más adecuado ubicarla en un lugar intermedio entre ambas posiciones polares, tal como propone Lanusse. Según el autor, esta tercera postura, que denomina “tendencista”, sostenía que dentro del movimiento peronista existían diferencias irreconciliables en términos de objetivos estratégicos, aunque se le atribuían potencialidades revolucionarias y se llamaba a dar el combate en su interior. La idea era conformar una “tendencia revolucionaria” que representara los intereses de la clase obrera y hegemonizara el movimiento, transformándolo en una herramienta política capaz de producir cambios radicales. De allí que, a diferencia de la postura “alternativista”, no se rechazara de plano la participación en las estructuras del movimiento. En esta visión, los “burócratas” también eran considerados enemigos, aunque se toleraba la convivencia “táctica” con ellos. A su vez, y a diferencia en este caso de la perspectiva movimientista, se asumía que Perón, caracterizado como líder antiimperialista, aunque no necesariamente revolucionario, se inclinaría hacia posturas de ese tenor si la “tendencia” lograba hegemonizar el movimiento. (Lanusse, 2005: 255-256).

De todos modos, si pensamos en la organización Montoneros en particular, debe tenerse en cuenta tanto la variación de sus planteos en el tiempo como sus diferencias internas. Según destaca el propio Lanusse, los primeros escritos del grupo denotan una posición claramente “movimientista”. Sin embargo, ya en el documento interno “Línea político-militar” de fines de 1971 se proclamaba la liberación nacional y social como objetivo final, entendiendo por ello la “destrucción total del sistema capitalista” a través de la “socialización de los medios de producción” y la “construcción de un sistema socialista” (Montoneros, 1971: 249-250 y 262). De hecho, este documento y otros elementos de análisis le permitieron a Salcedo (2011) refutar una idea corriente en las memorias montoneras: aquella que afirma que la introducción del análisis marxista y el objetivo socialista fueron producto, únicamente, de la influencia que las FAR ejercieron sobre Montoneros tras su fusión en 1973. Con todo, y dada la heterogeneidad interna que hemos señalado, algunos sectores de Montoneros siempre se autodefinieron como “movimientistas”, por lo que sus lazos con quienes venían de Descamisados eran particularmente estrechos y se mostraban refractarios al “izquierdismo” y el “guevarismo” que le atribuían a las FAR (Amorín, 2005).

En cuanto a las FAR, quedaron en medio de la polarización de estas posturas, coincidiendo inicialmente con las FAP para acercarse, ya en el contexto de la coyuntura electoral planteada hacia 1972, al “tendencismo” de Montoneros. En efecto, durante 1971 -año del que datan sus documentos más conocidos (FAR, 1971a, b y c)- las FAR tendieron a coincidir en gran medida con las FAP en su visión sobre el movimiento peronista, lo cual explica buena parte de sus diferencias iniciales con Montoneros y su recelo frente a Descamisados. Si bien aquellos documentos no expresan una perspectiva estrictamente clasista, presentan rasgos coincidentes con el planteo de la AI, que además por entonces aún se estaba perfilando. Básicamente, la importancia otorgada al marxismo como prisma para el análisis de la realidad nacional y una clara definición por el socialismo; el recelo ante la posibilidad de alianzas con la burguesía nacional; el señalamiento de fuertes contradicciones al interior del peronismo, las reticencias frente a la participación en las “estructuras formales” del movimiento y la desconfianza solapada sobre el papel de Perón como conductor del proceso revolucionario que impulsaban. De este modo, los planteos de una organización de izquierda que se había “peronizado” -FAR- tendían a converger con la progresiva “izquierdización” del peronismo que realizaba una organización surgida, predominantemente, desde las propias filas del movimiento -FAP-.

Ahora bien, aún en aquel momento de máximo acercamiento había un aspecto en que ambas organizaciones no coincidían: el carácter “basista” que las FAR entreveían en el planteo de la AI no era a su juicio la estrategia más adecuada para la construcción de un ejército revolucionario; al tiempo que para las FAP tales consideraciones expresaban el “foquismo” que las FAR no terminaban de abandonar (González Canosa, 2015a).

 

Entre la política revolucionaria y la protesta social: vínculos entre las organizaciones armadas y sectores sociales movilizados más amplios.

Lo anterior se liga con una cuestión que creemos oportuno incorporar en este punto al análisis: las formas en que estas organizaciones pensaron sus ligazones con sectores más amplios del movimiento social, lo cual tendió a entrelazarse con ciertos sentidos atribuidos al ejercicio de la violencia política. Se trata de aspectos en parte relacionados con los debates suscitados en torno al eje 3) de la tipología -las posibilidades de apelar o no a las instancias de participación, inserción y movilización del movimiento peronista para impulsar el proceso revolucionario buscado-, pero no totalmente subsumibles en él. Ello es así porque, como en una suerte de intersección en la teoría de conjuntos, las estrategias políticas de las organizaciones armadas -incluyendo el modo en que en ellas se proyectaba la cuestión de la violencia y sus ligazones con sectores sociales más amplios- se definían en relación con las orientaciones del movimiento peronista -las directivas de su líder, el rol y las derivas de sus “estructuras formales”-, pero no pueden reducirse a ellas, dado el margen de autonomía que varias de estas organizaciones reclamaban para trazar tanto sus métodos de acción política como sus propios objetivos estratégicos[8]. El rechazo de varias de estas organizaciones a considerarse como mero “brazo armado” del peronismo -esto es, renunciar a dar también una disputa política e ideológica por los sentidos del movimiento-; a asumir para sí el rol de “formaciones especiales” que les adjudicaba Perón -es decir, un simple instrumento táctico al servicio de una estrategia más amplia que no controlaban-; así como el impulso de crear nuevas estructuras de movilización dentro y fuera del movimiento, o el intento de hegemonizar las ya existentes, dan cuenta de estas pretensiones de autonomía.

Quizás sea preciso enfatizar aquí que el debate sobre este tipo de cuestiones se tornó especialmente acuciante frente a la encrucijada política que terminó por delinearse entre 1971 y 1972. Para las organizaciones armadas del peronismo, esa encrucijada se articuló a partir de dos factores centrales. Por un lado, el avance de las tratativas en torno a la apertura electoral, proceso a través del cual Lanusse entreveía la posibilidad de evitar la convergencia entre protesta social y política revolucionaria. Por otro, la estrategia de Perón, quien en ese contexto impulsaba una ofensiva política tendiente tanto a la reorganización del propio movimiento como a la ampliación de sus alianzas políticas y sociales. Alianzas que excedían largamente a los sectores juveniles del movimiento y a la clase obrera, los actores que concitaban las expectativas de las organizaciones armadas. Ambos factores contribuyeron a configurar uno de los mayores desafíos que experimentaron las organizaciones armadas peronistas: cómo ampliar sus bases de sustentación para evitar el aislamiento respecto del peronismo y el movimiento social más amplio al que parecía conducirlas la nueva coyuntura.

En efecto, hacia 1971 tanto los documentos de Montoneros, como los de FAP y FAR enfatizaban, de uno u otro modo, la necesidad de trascender una etapa en que habrían funcionado como “focos” relativamente aislados de la población y las dificultades que ese proceso de “extensión de la guerra” -como lo denominaban varias de ellas- implicaba[9].

Para retomar el lenguaje de la época, la tipología ya esbozada (que distingue entre “alternativistas”, “tendencistas” y “movimientistas”) permitía que los actores -en términos seguramente no del todo adecuados y mediante categorías que también estaban en disputa- alinearan a las organizaciones armadas del peronismo en un espectro ideológico que iba de la izquierda a la derecha al interior de la TRP. Ó, en términos también muy caros a la época, de la revolución al reformismo[10]. Entretanto, la forma en que concebían sus vínculos con sectores más amplios del movimiento social y, junto con ello, ciertos modos de pensar las funciones y sentidos de la violencia política, remiten a otros clivajes. Recuperando también categorías nativas, esos clivajes las ordenaban de acuerdo a una gradación que oscilaba entre dos posturas polares: de un lado las organizaciones a las que se les atribuía un carácter “basista” o que, de algún otro modo, también estaban especialmente interesadas en el trabajo político territorial o sectorial; del otro, aquellas identificadas con concepciones de tipo más bien “foquista”[11], entendiendo por ello la enorme importancia otorgada a la acción político-militar como forma de generar conciencia entre las masas acerca de la posibilidad del cambio revolucionario. En este sentido, las FAP alternativistas eran sin dudas ejemplo de “basismo”, al igual que “los Sabino”. Al mismo tiempo, aunque desde otro lenguaje y perspectiva, Descamisados, que de acuerdo a los pocos estudios disponibles conjugaba su postura movimientista” con un marcado interés por el trabajo político de inserción territorial (Castro & Salas, 2011; Ollier, 1986: 118), se alejaba igualmente de la impronta “foquista”. Lo mismo cabría decir de los sectores de Montoneros que más impulsaron la articulación de la organización con distintos “frentes de masas”, sobre todo desde 1972, aunque resta indagar en profundidad el tipo de nexos entablados y los diversos sentidos que les atribuyeron. Por su parte, las investigaciones empíricas sugieren que la visión de la acción armada como “foco” irradiador de conciencia entre las masas adquirió mayor pregnancia en las FAR que en el resto de las organizaciones armadas peronistas (González Canosa, 2015a).

En cualquier caso, y más allá del uso que se hizo de estas categorías nativas en la época, si consideramos el modo en que las organizaciones armadas peronistas pensaron sus vínculos con sectores más amplios del movimiento social como un eje analítico relativamente independiente de la tipología, se abren múltiples líneas de indagación, tanto en relación con cada organización en particular, como para su análisis comparativo.

Por citar algunos ejemplos, entre esas líneas seguro se encuentra la indagación de los diseños organizativos de estos grupos, que incluyeron instancias intermedias entre el nivel armado y no armado, cuyo fin era oficiar de nexo con las agrupaciones de base. Tal fue el caso de las “Unidades Básicas Revolucionarias” (UBR) en el caso de Montoneros y de los “comandos de apoyo” en el caso de las FAR, aunque estos últimos no parecen haber tenido una realidad práctica muy extendida. A su vez, a diferencia de las UBR, que buscaban convertirse en “conducción táctica” de la movilización popular, la función que las FAR les atribuían a estos comandos era aún más instrumental: básicamente contribuir al fortalecimiento de la organización armada a partir del apoyo logístico y la realización de operativos de poca envergadura. En efecto, si bien ambas organizaciones afirmaban la importancia de todas las formas de lucha, difícilmente la acción armada no fuera considerada la central si el objetivo principal era la construcción de un Ejército Popular. En esa clave se articuló, por ejemplo, la crítica que “los Sabino” le dirigieron a Montoneros en 1972 cuando les reprochaban ver en las UBR y en los “frentes de masas” meras canteras de reclutamiento de combatientes y recursos logísticos para consolidar el grupo armado, entreviendo allí cierta tendencia “militarista”, es decir, una lógica que tendía a subordinar lo político a lo militar (Seminara, 2015).

En este sentido, sin dudas, otra línea de indagación central tiene que ver con la reconstrucción empírica del vínculo que las organizaciones armadas establecieron con agrupaciones de activistas de actuación en diversos ámbitos sociales, como el barrial, sindical, estudiantil, cultural, intelectual e incluso institucional, allí cuando militantes de estas organizaciones o sus simpatizantes se involucraron en tareas de gestión en el período en que el peronismo fue gobierno. Básicamente, nos referimos al análisis de los alcances y modalidades que asumieron esos nexos, las funciones que estas organizaciones les otorgaron en sus estrategias políticas y, sobre todo, los sentidos que les atribuyeron los propios activistas. En esta dirección también se encuentra la reconstrucción y análisis, aún pendiente, del vínculo entre las FAP y el PB, organización política que desarrolló la propuesta de la AI a nivel fabril en diferentes zonas del país. Lo mismo cabe decir de la tarea, realmente extensa y aún parcial y desigualmente avanzada, de reconstruir y analizar las agrupaciones creadas por Montoneros en el marco de sus denominados “frentes de masas”, como la estructura de la Juventud Peronista-Regionales, la Juventud Trabajadora Peronista, la Juventud Universitaria Peronista, la Unión de Estudiantes Secundarios, la Agrupación Evita, el Movimiento Villero Peronista y el Movimiento de Inquilinos Peronistas, por mencionar las más conocidas.

Para finalizar, resta destacar que en las memorias montoneras no sólo se tiende a atribuir la impronta marxista y la perspectiva socialista a la sola influencia de las FAR. También se suele afirmar que las derivas “militaristas” que le atribuyen a Montoneros se debieron a tales influencias “izquierdistas”[12]. En este sentido, un análisis más complejo, capaz de distinguir diversos niveles de análisis -como al que esperamos contribuir- debería destacar que si el movimiento peronista fue -y es- extremadamente heterogéneo, lo mismo cabe decir de las diversas tradiciones de la izquierda argentina. En este sentido, si puede pensarse que las FAR reunieron la impronta marxista con cierta pregnancia de la visión de la acción armada como “foco” irradiador de conciencia entre las masas, también debe subrayarse que las FAP alternativistas o “los Sabino”, igualmente “izquierdistas”, se alejaron -y criticaron tempranamente- aquellas formas de pensar sus ligazones con sectores más amplios del movimiento social, incluso antes que escisiones “movimientistas” como la de la JP-Lealtad.

 

 

Consideraciones finales

 

En este trabajo hemos buscado realizar una breve revisión de la bibliografía sobre las principales organizaciones armadas de la “tendencia revolucionaria” del peronismo y proponer una serie de ejes que, a modo de coordenadas, nos parecen productivos para trazar una cartografía que permita analizar comparativamente sus posicionamientos.

Para todo ello, hemos comenzado por inscribir el trabajo en la perspectiva interpretativa de la “nueva izquierda”, con la tesis de que, aun cuando nos centremos en las organizaciones armadas, ello incide sustancialmente en el modo de abordarlas.

En efecto, Tortti (2015: 19) ha afirmado para todo el campo de estudios sobre los procesos de activación, politización y radicalización de los sesenta y setenta cierta tendencia, que viene revirtiéndose pero aún prevalece en buena parte de la bibliografía, a realizar un “doble recorte”, concentrándose en los acontecimientos y actores más resonantes. Es decir, la tendencia a considerar sólo los últimos tramos de esa historia -simplificando así el encadenamiento de conflictos que envolvió al país tras la caída del peronismo-, y a privilegiar el estudio de los “partidos armados”, invisibilizando de ese modo buena parte de los actores -políticos, sindicales, culturales, religiosos- que dieron densidad al movimiento de oposición del cual las organizaciones armadas formaron parte. Creemos que algo semejante podemos decir en relación con los estudios sobre las organizaciones armadas en particular: aun cuando el lente se focalice en ellas, la inscripción en esa perspectiva nos permite subrayar la importancia de mirar “hacia atrás” y “hacia el costado”, habilitando la construcción de objetos de investigación que de otro modo no serían posibles y cuya indagación, como hemos visto, se encuentra en gran medida pendiente o ha avanzado de modo muy desigual. Con mirar “hacia atrás” nos referimos a la necesidad de reconstruir y analizar los orígenes de este tipo de organizaciones, mostrando los procesos sociales y políticos de los cuales fueron emergentes y que despertaron un conjunto de interrogantes, dilemas y expectativas que atravesaron también a amplios sectores de la sociedad. Es la dirección emprendida por algunas investigaciones para los casos de Montoneros y FAR. La otra dirección a la que aludimos con la imagen de mirar “hacia el costado” tiene que ver con las formas en que estas organizaciones pensaron y efectivamente entablaron vínculos con el movimiento de protesta social más amplio, de los cuales cabría a su vez registrar diversas modalidades, intensidades y sentidos atribuidos por dirigentes y activistas de acuerdo a la organización y al período considerado. Se trata del camino emprendido por Robles (2011), Salcedo (2011), Pacheco (2015), Grammatico (2011) o Camelli (2019) por mencionar sólo algunos de los trabajos que hemos considerado.

Desde estas claves, uno de los datos más salientes del relevamiento bibliográfico realizado es la ausencia de estudios de este tipo sobre las FAP y Descamisados, lo cual no es extraño pues se trata de organizaciones sobre las que aún carecemos de investigaciones empíricas de largo aliento que permitan analizar de modo integral sus experiencias. Sobre las FAP existen unos pocos trabajos que, con diferentes alcances e hipótesis disímiles, han explorado parcialmente el itinerario de la organización mirando “hacia atrás” (Luvecce, 1993, Stavale, 2012, Pérez, 2003) o “hacia el costado” (Raimundo, 2004), mientras que sobre Descamisados la carencia es aún más notable ya que sólo es analizada tangencialmente por la bibliografía disponible.

Estas líneas de investigación pendientes en mayor o menor medida para cada una de las organizaciones armadas peronistas se vinculan, a su vez, con los diversos ejes analíticos que hemos propuesto para pensarlas de modo comparativo.

Recapitulando, entre dichos ejes en principio nos hemos referido a las tradiciones político-culturales de origen de esas organizaciones, sus diversas hibridaciones y las huellas que esos itinerarios previos dejaron en la impronta de cada una de ellas. En segundo lugar, a ciertos clivajes político-ideológicos que les resultaron decisivos: 1) la forma de pensar la contradicción principal y el objetivo final del proceso revolucionario, 2) el carácter del movimiento peronista, sus sectores internos y el rol de su líder y 3) las estrategias para impulsar el proceso revolucionario buscado, sobre todo en términos de las posibilidades de apelar, con esos fines, a las instancias de participación, inserción y movilización del movimiento peronista. Como hemos argumentado, las posiciones en torno a esos clivajes, cuya articulación permite trazar una suerte de tipología que, al modo weberiano, distingue entre “movimientistas”, “tendencistas” y “alternativistas”, fueron sumamente operativas en la época para caracterizar organizaciones, definir alianzas y disputas, promover tendencias internas e incluso las fracturas que sufrieron. Por último, como ya señalamos, también hemos llamado la atención sobre la necesidad de indagar las formas en que estas organizaciones buscaron vincularse con sectores sociales más amplios, considerando tangencialmente la asociación de todo ello con ciertos sentidos atribuidos a la violencia política.

Para finalizar, teniendo en cuenta varios de los ejes analíticos propuestos, quisiéramos sugerir algunas preguntas animadas por la mirada comparativa a la que busca contribuir este trabajo. Se trata de preguntas que, bajo el cuidado expreso de evitar cualquier tipo de determinismo de los orígenes, buscan enfatizar la dimensión procesual de los itinerarios de gestación y desarrollo de estas organizaciones, llamando la atención sobre las huellas o marcas que tales trayectorias -con sus rupturas y continuidades-  imprimieron en sus perfiles distintivos. No se trata de considerar a las organizaciones como entidades homogéneas, totalmente determinadas por los itinerarios previos de sus diversos afluentes, e indemnes a las distintas contingencias de la historia; sino de tratar de hurgar en los lentes con que leyeron las diversas encrucijadas políticas de la época. Desde esas claves, y considerando los diversos cauces de radicalización política de los que estas organizaciones fueron expresión, sus múltiples hibridaciones y mestizajes, cabría preguntarse por la existencia de distintos estilos de peronización -o bien de izquierdización del peronismo-, cuya caracterización sin dudas debería contemplar, entre otros, los ejes de la tipología que hemos referido[13]. Es decir, podríamos preguntarnos, en diálogo con la bibliografía más amplia sobre estos temas: ¿cómo se “peronizan” los militantes que provienen del cristianismo posconociliar? ¿es posible destacar en esa configuración algún acento particular? ¿y los que vienen del nacionalismo? ¿y aquellos socializados políticamente en el mundo de las izquierdas? O, también, la más clásica y estudiada, válida sobre todo para el caso de las FAP: ¿cómo se “izquierdiza” el peronismo? Y, comenzando a especificar un poco más: ¿qué concepciones sobre el movimiento peronista, sus sectores internos y el rol de Perón podrían considerarse afines a tales estilos de peronización o de izquierdización del peronismo? ¿Con qué clase de concepciones sobre el tipo de vínculos que debían mantener las organizaciones armadas con sectores sociales más amplios fue usual que se filiaran? ¿Tuvieron afinidad con alguna posición particular sobre la política a adoptar frente a las instancias de participación, inserción y movilización del movimiento peronista? ¿Y con los modos en que se pensó la cuestión de la violencia política?

En cualquier caso, no se trata del afán por rastrear una suerte de purismo genealógico allí donde reinaba el mestizaje. Si tiene sentido indagar la impronta distintiva de esos diversos estilos de peronización o de izquierdización del peronismo es para aportar matices y complejidad a ese magma resultante de las convergencias de distintas tradiciones político-culturales que fue la “nueva izquierda” en general y el campo de las organizaciones armadas peronistas en particular.

 

 

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Documentos citados:

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Recibido: 15/06/2020

Evaluado: 21/07/2020

Versión Final: 26/08/2020



[1] Un análisis sobre los usos y sentidos de los términos activación social, politización y radicalización en la bibliografía sobre el período puede verse en Chama y González Canosa (2018).

[2] Una valiosa intervención polémica sobre el libro de Hilb puede verse en Starcenbaum (2013). Además de los textos ya citados, se encuentran interesantes reflexiones críticas sobre este tipo de narrativas sobre los sesenta y setenta en Pittaluga y Oberti (2016), Sorgentini y Chama (2017) y Starcenbaum (2019).

[3] Se trata de una “categoría nativa” que a comienzos de los setenta fue sumamente operativa como forma de autoidentificación, al tiempo que también es muy utilizada en la bibliografía académica sobre el período, donde ha sido revisada y sistematizada (Lenci, 1999). El término remite a un contingente heterogéneo de fronteras lábiles, que no puede reducirse a las organizaciones político-militares mencionadas. Incluye también a grupos de menor cuantía donde la violencia se asocia a estrategias más bien insurreccionales (como el Movimiento Revolucionario-17 de Octubre dirigido por Gustavo Rearte, por ejemplo), a los denominados “frentes de masas” y agrupaciones de activistas del ámbito barrial, sindical, universitario, intelectual o artístico e incluso, actores individuales como dirigentes políticos y personajes del mundo de la cultura que se sentían parte del ala izquierda del movimiento peronista y adherían a lo que genéricamente designaban como “socialismo nacional”. Existen otras denominaciones posibles para aludir a este contingente heterogéneo, como la de “izquierda peronista”, cuyo uso en la bibliografía ha sido revisado de modo sugestivo por Caruso et. al. (2017). Por su parte, otro término usual en la época fue el de “peronismo revolucionario”, que Bozza (2015) utiliza para remitir “al conjunto de organizaciones, grupos y líderes que desarrollaron su práctica en el interior o en los márgenes del movimiento peronista” hacia fines de los sesenta, reservando el vocablo “izquierda peronista” para designar un “campo ideológico -o más vastamente cultural-” en que fueron inscriptos por el propio Perón y por otros actores dentro y fuera del movimiento.

[4] No incorporamos en este análisis la nutrida bibliografía escrita en clave testimonial sobre las organizaciones armadas consideradas. Si bien a nuestro juicio se trata de un corpus sumamente valioso, por la información empírica que brinda y por las interpretaciones y resignficaciones que ofrecen sus autores, las propias reglas de ese género requieren formas de interpelación diferentes a las aquí propuestas.

[5] Pueden consultarse revisiones interesantes sobre la producción académica relativa a las organizaciones armadas en general (no solamente las peronistas) en Seminara (2018), Rot (2016) y Mangiantini (2015). 

[6] En efecto, el modo en que presentamos los clivajes y las tres posturas señaladas implica un diálogo entre términos nativos -fundamentales para comprender cómo los actores ordenaban su mundo, pensaban la política y tramitaban sus formas de identificación, agrupamiento y ruptura- y sistematización conceptual, considerando temas y problemas centrales para las disciplinas sociales que estudian este conflictivo tramo del pasado reciente argentino. En Soprano (2007) puede verse un excelente trabajo en que nos inspiramos, donde el autor recoge la vocación antropológica por gestar formas de interlocución entre las perspectivas nativas y sus formas de actualización en prácticas sociales, y el estudio de problemas y objetos ligados a la teoría y tradición disciplinar, sobre todo para el estudio de la política.

[7] La OP-17 incluía un núcleo de activistas de la Juventud Peronista de Vicente López (ex militantes del “Partido de Vanguardia Popular”), el equipo de la JP de Buenos Aires y la Lista Marrón del sindicato Telefónico, FOETRA, encabezada por Julio Guillán. El MBP fue formado en Mar del Plata por ex militantes de “Acción Revolucionaria Peronista”, grupo político liderado en los sesenta por J.W. Cooke (Pérez, 2003).

[8] Lógicamente, los sectores “movimientistas” fueron tanto los más proclives a participar de las estructuras de participación, inserción y activación del movimiento peronista, como los que menos tendieron a reclamar tal autonomía para definir sus métodos y objetivos.

[9] Ese era, de hecho, el diagnóstico que aquellas trazaban sobre su propia práctica. Por entonces, Montoneros afirmaba que se abría un nuevo período para la organización: “el comienzo de la transición entre el ‘foco’ guerrillero como método y la ‘infección’ generalizada del mismo en el seno del pueblo” (Montoneros, 1971: 370). Para las FAP se trataba de “pasar de la etapa del foco como generador de conciencia a la etapa de la guerra popular prolongada”, objetivo que, de hecho, luego las impulsaría al lanzamiento de la AI (FAP, 1971a: 227). Por su parte, las FAR declaraban que “la superación de la etapa en que la guerrilla opera como foco relativamente aislado de las masas no se decreta de palabra”, subrayando las dificultades que tal proceso entrañaba (FAR, 1971b: 3).

[10] Se entiende que términos como “derecha” o “reformista” eran utilizados de modo relativo al interior de la TRP, espacio donde ningún actor era considerado, per se, de ese modo. Es decir, se usaban en forma relacional para señalar que determinada organización tenía posiciones “más de derecha” o “más reformistas” en comparación con otra del mismo espacio. Al mismo tiempo, se trata de categorías que denotan la posición de quien las utiliza. En este sentido, generalmente quien dice que un actor se sitúa a la “derecha” de determinado espacio es porque se ubica a sí mismo más hacia la izquierda; del mismo modo que ningún actor se caracteriza a sí mismo como “izquierdista”, término que de algún modo denota ya la consideración de un exceso. Por eso decimos que las propias categorías utilizadas por los actores en la época eran también objeto de disputas.

[11] En el mismo sentido que en la nota anterior, difícilmente alguna organización se considerara a sí misma como “foquista”, pues el término, que también denota la consideración de un exceso, era utilizado como un calificativo de por sí peyorativo.

[12] Trasladar sin más este imaginario propio de las memorias montoneras como lente de análisis de la bibliografía académica, conlleva uno de los riesgos que sistematiza Soprano (2007) al considerar el siempre complejo intento de interlocución entre categorías nativas y disciplinares para el conocimiento de lo social. Nos referimos al riesgo de “comprar la teoría nativa”, reproduciendo de modo acrítico la perspectiva de los actores, sin situarla en un contexto histórico donde intervienen múltiples determinaciones que pueden escapar a su reconocimiento y/o resultar disruptivas para su forma de entender el mundo. El otro riesgo tiene que ver con los análisis excesivamente apriorísticos, que reducen el material empírico a la mera confirmación de los presupuestos teóricos del investigador o la investigadora, o bien de los prejuicios políticos y morales de su grupo social de pertenencia.

[13] Consideraciones sobre el estilo de peronización de las FAR, pensadas específicamente en esta clave, pueden verse en González Canosa 2015b y c y 2017.