Armas revolucionarias. Discusiones sobre la
violencia en los grupos disidentes de Montoneros en los años setenta[1]
Revolutionary weapons. Discussions on violence in the dissident groups
of Montoneros in the 1970s
Daniela Slipak
Instituto
de Altos Estudios Sociales;
Universidad
Nacional de San Martín;
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
danielaslipak@hotmail.com
Resumen
En este artículo examino los sentidos sobre la violencia que distintas
disidencias grupales de Montoneros desplegaron durante la década del setenta.
¿Fue desestimada por los grupos que rompieron con la organización? ¿Qué
enunciaron sobre la violencia revolucionaria y sus posibilidades en la
coyuntura? ¿Cuáles fueron sus similitudes y distancias? Para dar respuesta a
estos interrogantes, analizo un conjunto de documentos y publicaciones que los
Montoneros Columna José Sabino Navarro de 1972, la Juventud Peronista Lealtad
de 1974, el Peronismo Montonero Auténtico de 1979, y los Montoneros 17 de Octubre de 1980 publicaron en Argentina y en el exilio.
Además, si bien no constituyó una disidencia grupal, tomaré las críticas de
Rodolfo Walsh. Con ello, pretendo realizar tres aportes: a) contribuir a un
área todavía vacante en la bibliografía académica, que es la de los grupos
disidentes que Montoneros tuvo en distintos momentos de su derrotero; b)
brindar elementos para restituir la diversidad de la militancia en los años
setenta; y c) problematizar, desde una perspectiva teórico-política, el vínculo
conceptual entre violencia y política en las identidades insurgentes de la
época.
Palabras Clave
Violencia; Montoneros; disidencias; pueblo.
Abstract
In this article, I
examine the senses about violence that different group dissidents of Montoneros displayed during the seventies. Was it dismissed
by the groups that broke with the organization? What did they say about
revolutionary violence and its possibilities? Which were their similarities and
distances? To answer these questions, I analyze a set
of documents and publications that the Montoneros Columna José Sabino Navarro of 1972, the Juventud Peronista Lealtad of 1974, the Peronismo Montonero Auténtico of 1979, and the Montoneros
17 de octubre of 1980 published in Argentina and in
exile. Besides the fact it was not part of a collective dissidence, I will take
under consideration the criticism of Rodolfo Walsh. With this, I intend to make
three contributions: a) contribute to an area still vacant in the academic bibliography,
which is that of the dissident groups that Montoneros
had at different moments of his course; b) provide elements to restore the
diversity of the militancy in the seventies; and c) problematize, from a
theoretical-political perspective, the conceptual link between violence and
politics in the insurgent identities of the time.
Keywords
Violence; Montoneros; dissidences; people.
Introducción
En la bibliografía académica más clásica sobre los grupos insurgentes
argentinos de los setenta -particularmente en la referida a la organización
Montoneros- suele predominar una clave de lectura que ordena su derrotero bajo
el esquema de dos etapas sucesivas: una política, en donde la violencia tuvo
apoyo de los sectores populares y supuso alianzas con otros actores (así como
trabajo en territorios, fábricas y universidades); y otra militarizada, en
donde la violencia se ejerció bajo el horizonte bélico, se alejó de la política
y se aisló de las tramas sociales. Es decir, una clave de inteligibilidad que
traza el deslizamiento entre dos tipos de violencias, una “popular” y
“revolucionaria” que respondía a la historia y la situación del país, y otra
“militarista” despegada de su contexto político (Gillespie, 1987; Calveiro, 2005; Moyano, 1995; Ollier,
1998; Svampa, 2003).[2]
Quisiera rastrear en las páginas siguientes aquello que los actores
enunciaron al respecto. Es decir, qué sentidos articularon en torno a su
decisión por la violencia. En particular, pondré el foco en un conjunto de
voces disidentes de Montoneros que fueron ignoradas, negadas o reprimidas por
su órgano directivo, la Conducción Nacional, y que han sido sólo parcialmente
abordadas por los estudios académicos. Más que adentrarme en la conformación y
la dinámica que tuvieron dichos espacios en momentos y lugares disímiles, me
interesa delimitar aquí sus argumentaciones en torno a la especificidad de la
práctica armada. Esto supondrá atender, antes que a las características
fácticas de las intervenciones violentas (sean robos, secuestros, asaltos de
establecimientos o asesinatos), a las discusiones enhebradas sobre el tema.
Siguiendo esta línea, me interesa problematizar la violencia no tanto en su
carácter de instrumento (como un medio de obtención de determinados fines),
sino remitirme al plano de los símbolos, concepciones e identidades articulados
en torno de ella.[3] Examinaré,
entonces, las representaciones sobre la violencia que distintas disidencias
grupales de Montoneros hicieron circular durante la década del setenta. ¿Fue
desestimada por los espacios que se escindieron de la organización? ¿Qué
enunciaron sobre la violencia revolucionaria y sus posibilidades en la
coyuntura? ¿Cuáles fueron sus similitudes y distancias? Para dar respuesta a
estos interrogantes, analizaré un conjunto de documentos y publicaciones que
los Montoneros Columna José Sabino Navarro de 1972, la Juventud Peronista
Lealtad de 1974, el Peronismo Montonero Auténtico de 1979, y los Montoneros 17
de Octubre de 1980 publicaron en Argentina y en el
exilio. Además, si bien no constituyó una disidencia grupal, tomaré las
críticas de Rodolfo Walsh. Con ello, pretendo realizar tres aportes: a)
contribuir a un área todavía vacante en la bibliografía, que es la de los
grupos disidentes que Montoneros tuvo en distintos momentos de su derrotero; b)
brindar elementos para restituir la diversidad de la militancia en los años
setenta; y c) problematizar, desde una perspectiva teórico-política, el vínculo
conceptual entre violencia y política en las identidades insurgentes de la época.[4]
Voces disidentes
en Argentina
La Columna José
Sabino Navarro constituyó uno de los tempranos grupos que se distanciaron de la
organización, antes de la apertura electoral que desembocó en el gobierno de
Héctor Cámpora en mayo de 1973. A través de los vínculos trazados en la cárcel
entre un conjunto de militantes, y con sostén en redes de Córdoba y Santa Fe,
fueron la primera voz disidente con relativa circulación. Si, al principio,
mediante el llamado “Documento Verde”, buscaron articularse como una
autocrítica para permanecer en el ámbito montonero, con el tiempo se
convirtieron en un espacio con dinámica propia. Además de un pequeño circuito
armado, tuvieron presencia en fábricas, barrios y universidades. A través de la
agrupación Peronismo Descamisado, desplegaron frentes barriales y sindicales en
Córdoba. Entre sus militantes estuvieron Ignacio Vélez, Carlos Soratti, Luis
Losada, Jorge Cottone, Antonio Riestra, Carlos
Figueroa, José Fierro y Luis Rodeiro. Para sentar su posición entre los distintos
grupos insurgentes y persuadir militantes, sostuvieron una permanente política
de comunicación y prensa, con documentos y cuadernillos (muchos de ellos vieron
la luz en las revistas Nuevo Hombre y
Militancia Peronista para la Liberación)
y con la edición de la revista Puro
Pueblo (Venceremos) (Seminara, 2015; Rodeiro, 1996, 2006 y 2015; Inchauspe y Noguera, 2011 y
2015).
Las críticas que
efectuaron a Montoneros se resumieron en las siguientes cuestiones: por un
lado, se oponían a los intercambios de la cúpula montonera con otros sectores
del Movimiento Peronista, fundamentalmente durante el proceso de apertura
electoral y de conformación del Frente Justicialista de Liberación (es decir,
impugnaban su movimientismo, para utilizar las categorías
de la época); por el otro, reclamaron la falta de lo que consideraban era el
trabajo político con los sectores populares. Advirtieron que la Conducción
Nacional pretendía sustituirlos en el proceso revolucionario. Finalmente, sobre
el punto que me interesa en estas páginas, afirmaron:
“Los hechos focos que se propusieran como punto
de partida de su tarea como pretendida vanguardia, ante la amplia recepción
popular que motivó un triunfalismo sin análisis, pasaron a convertirse en
concepción totalizadora de guerra, dando rienda suelta a nuestro ‘foquismo’, a
nuestro ‘aparatismo’, a nuestro ‘militarismo’. […]
Nosotros creemos que el objetivo del Ejército Popular no está puesto en
cuestión, sino enmarcado en una estrategia de guerra popular prolongada que
parte de abajo hacia arriba. […] O sea, no se trata de abandonar los ‘fierros’,
se trata de darles la orientación que las circunstancias históricas, nuestros
objetivos políticos, nuestra estrategia de poder, determinan en esta concepción
revolucionaria que abrazaremos, si somos capaces de autocriticarnos leyendo en
la realidad la verdad histórica.”[5]
Más que detenerme en las
concepciones provenientes de la tradición marxista que esta disidencia
articuló, quisiera subrayar que una de sus impugnaciones más importantes hacia
la Conducción Nacional se orientó a los modos de la violencia. Argumentaban que
la cúpula montonera la valoraba por demás, y que idealizaba la figura del
militante armado. Según su
perspectiva, las armas sólo debían ser aceptadas siempre y cuando se conjugaran
con una militancia “de superficie”, “desde las bases, desde la inmersión en
ellas”[6]. Si no, se
caía en “foquismo”, “militarismo”, “aparatismo”.
Siguiendo esta línea, criticaron la declaración de pase a la clandestinidad
anunciada a comienzos de septiembre de 1974 durante el gobierno de María Estela
Martínez de Perón.
Para esta disidencia,
debía repensarse de otra manera la articulación entre política y violencia, así
como los elementos de la identidad militante. Pero ello no significaba
descartar la violencia como modo de intervención pública ni la gramática bélica
como horizonte de sentido de la práctica política; tampoco en tiempos de los
gobiernos constitucionales que siguieron (de hecho, como mencioné, “los sabino” mantuvieron un circuito armado reducido, aunque
supeditado a las decisiones de los dirigentes políticos). De lo que se trataba,
antes bien, era de pensar esa violencia en articulación con el trabajo barrial
y sindical.[7] Sólo así
podría desplegarse el camino a la mentada revolución, orientándola en la
dirección de dos sujetos de permanente evocación
aunque de difícil identificación en la coyuntura: el “pueblo y la clase
obrera”.
Como puede verse, la Columna José Sabino
Navarro anticipó así el tono de las discusiones que vendrían en los años
sucesivos, y lo hizo bastante antes del proceso de militarización usualmente
identificado para mediados de la década del setenta. Más allá de que las
acciones armadas crecieron en ese entonces, en un contexto de elevada represión
legal e ilegal por parte de un entramado estatal y paraestatal, lo cierto es
que el debate respecto del exceso de lo militar por sobre lo político (que no
implicaba el abandono de la idea de violencia ni de la de guerra) ya había sido
planteado tiempo atrás. Desde luego, la Conducción Nacional nunca debatió las
críticas de “los sabino”, ni cuando pretendían
pertenecer al ámbito montonero ni cuando se consolidaron como un grupo
alternativo. Lejos de ello, los mandó a estudiar el “pensamiento nacional”,
primero, y los acusó de “contrarrevolucionarios”, después (Rodeiro,
1996, pp. 96-97)[8].
No muchos meses más tarde, durante el último gobierno de Juan Domingo
Perón, se produjo otra ruptura al interior de las redes montoneras, de modo
menos orgánico aunque con mayores implicancias
cuantitativas y cualitativas. En ese entonces, Montoneros se había convertido
en una cuantiosa organización político-militar, con redes en universidades,
colegios, barrios, fábricas, y villas de emergencia, a las que se sumaba el
núcleo militar. En el marco de las crecientes tensiones con Perón, desde
inicios hasta mediados de 1974, distintas columnas, unidades básicas e
integrantes del circuito armado y de la llamada Tendencia Revolucionaria (de
las Juventudes Peronistas Regionales, de la Juventud Trabajadora Peronista, de
la Juventud Universitaria Peronista, de la Unión de Estudiantes Secundarios,
del Movimiento Villero Peronista) decidieron desligarse sucesivamente de la
Conducción Nacional. Así se conformaron los Montoneros Soldados de Perón, la
Juventud Peronista Lealtad, la Unión de Estudiantes Secundarios Lealtad, la
Juventud Universitaria Lealtad, y la Juventud Trabajadora Peronista Lealtad,
con redes en Capital Federal y provincia de Buenos Aires, en Santa Fe, en
Corrientes, en Neuquén y en algunas localidades del sur del país. Entre sus
dirigentes estuvieron Eduardo Moreno, Alejandro Peyrou,
Enrique Padilla, Nicolás Giménez,
Norberto Ivancich, Ernesto Villanueva, Jorge Obeid,
Patricio Jeanmaire, los sacerdotes Jorge Galli y
Jorge Goñi. Además,
existió una Coordinadora Provisoria de la JP
Lealtad integrada por Horacio González, Edmundo
González, José
R. Canalls, Ricardo Gómez,
Mario Maidovani, Norberto Ivancich,
Mario Cisneros, Enrique H. Vallejos, Roberto Hyon y Víctor Espinosa. Conjugaban, al igual que su
“organización madre”, espacios armados con ámbitos legales (Salcedo, 2011; Pozzoni, 2017; Montero, 2009;
Peyrou, 2010; Duzdevich, Raffoul y Beltramini, 2015).
Así como lo había hecho la disidencia
anterior, argumentaron el porqué de su ruptura en diversos comunicados y
declaraciones. También existió una revista, Movimiento para la
Reconstrucción y Liberación Nacional, pero en este caso no fue orgánica,
sino que buscaba difundir los debates que se sucedían en estos sectores no
alineados con la cúpula montonera.[9] Las
explicaciones de la escisión anidaron en las siguientes cuestiones: por un
lado, y a diferencia de la crítica de “los sabino”, se impugnaba la falta de
vínculos con el resto de los sectores del Movimiento Peronista, y, sobre todo,
el enfrentamiento explícito con Perón (es decir, se demandaba no menos sino más
movimientismo y obediencia a las directivas del
presidente); por otro lado, y acá sí en sintonía con la disidencia precedente,
se cuestionaba la falta de representatividad de la cúpula montonera respecto de
las reivindicaciones de los sectores populares; finalmente, acusaban a la
Conducción de desviarse de la doctrina peronista y acercarse a los esquemas del
marxismo-leninismo (sobre todo, a partir de la fusión formal en octubre de 1973
con las Fuerzas Armadas Revolucionarias y la circulación del documento que se
conoce como “Mamotreto”). Sobre el punto que me interesa, decían:
“Mientras en la etapa
anterior las acciones de desgaste contra el régimen señalaban la necesidad de
dar prioridad a la formación de cuadros capaces de dar esa batalla, en la
actual etapa de gobierno las formas de organización político-militar deben
variar radicalmente. En esta etapa aparece como prioritaria la consolidación de
las fuerzas propias a través de una política de expansión hacia las masas,
tendiendo a amplificar el campo de organización del pueblo. La juventud debe
‘velar las armas’ y centrar su esfuerzo en la ampliación del campo organizativo
del pueblo.”[10]
“…hubo en nuestra patria
una violencia justa que –desde los caños
obreros de la resistencia a los más altos niveles de organización popular- se
insertaba en la estrategia de nuestro conductor por recuperar el poder. Es el
contexto lo que califica a una y otra forma de violencia; es el proyecto
político al que objetivamente sirven
lo que las diferencia de contrarrevolucionaria y revolucionaria. […] Ninguna
forma de violencia podrá pretenderse ‘revolucionaria’ cuando se dirige contra
las estructuras de un gobierno y el desarrollo de un proceso que cuenta con el
voto masivo del pueblo. […] No hay
violencia revolucionaria si ésta no se inserta a la propuesta política de las
masas.”[11]
La disidencia de “los leales”
fue una de las rupturas que más rechazó la violencia como modo de intervenir en
la coyuntura, y acusó a la Conducción Nacional de “matonismo” y “fierrerismo”.[12] Siguiendo esta línea, cuestionó el
asesinato del secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci,
de septiembre de 1973 (por cierto, una de las operaciones más condenadas dentro
del derrotero de la organización, ya sea por críticos o simpatizantes).[13] Además,
según algunos testimonios, un sector de la disidencia realizó, a pedido de
Perón, una voladura simbólica de algunas armas en la zona del Delta
escenificando su abandono (Salcedo, 2011, p. 270). No obstante, como se ve en
sus documentos y como lo patenta el mantenimiento de un circuito militar dentro
de sus tramas (Pozzoni, 2017), la disidencia no fue
tan lineal. Adujo que la violencia
ciudadana sí había sido “justa” desde 1955 hasta la apertura electoral de 1973
en el marco de “la estrategia de
[Perón] por recuperar el poder”, y que, en
cambio, se convertía
en “contrarrevolucionaria” cuando se ejercía en el marco o contra de un
“gobierno popular”.[14] Con este
criterio, apoyó a los gobiernos del periodo y cuestionó las intervenciones de
la izquierda armada, así como también la de los grupos paraestatales que en ese
momento intensificaban su accionar. Al hacerlo, sostuvo que la “unidad
nacional” se encontraba amenazada por dos violencias, una “subversiva”
proveniente de los grupos insurgentes, y otra impulsada por la “ultraderecha y
parapolicial”.[15] Coadyuvó
así a una narración bipolar sobre la violencia que circuló antes -y no sólo
después, como tiende a creerse al impugnar la teoría de los dos demonios- de la
instauración del terrorismo estatal, y que, al tiempo que equiparaba dichos
polos, desconocía sus múltiples vasos comunicantes con el resto de la sociedad
y del gobierno de ese entonces y de tiempos pasados (Franco, 2012 y 2015; Slipak, 2015).
Pero lo que quisiera
resaltar aquí es otra cosa: si bien la Lealtad se opuso de modo enfático a la
violencia ejercida por los grupos insurgentes desde la asunción de Héctor
Cámpora en mayo de 1973, lo cierto es que en dicho rechazo convivían de modo
imbricado dos criterios. El primero desechaba la violencia como práctica de
intervención durante cualquier gobierno constitucional, sea del signo
partidario que sea; el segundo la desechaba como opción durante un gobierno
peronista o “popular”. Uno respondía a la formalidad jurídica que sanciona el
monopolio de la violencia estatal por parte de un gobierno constitucional; el
otro a un tipo de legitimidad sustantiva respecto de quién y dónde está el
“pueblo”. Uno proponía un criterio novedoso en la historia de las disidencias
montoneras; el otro se acercaba un poco más, aunque sin haberse producido mucho
diálogo, a las argumentaciones de “los sabino”,
quienes demandaban la articulación de la violencia con la organización de los
sectores populares.
Por su parte, la
Conducción Nacional desestimó una vez más las críticas. Según los testimonios,
al producirse la ruptura de la Lealtad, la organización amenazó con sanciones
que incluían la muerte. Sin embargo, no se conocen asesinatos de leales bajo
imputación de disidencia, aunque sí numerosas amenazas de “ajusticiamiento”
acompañadas con acusaciones de “traición”. También encierros en “cárceles del
pueblo” con la exigencia de realizar autocríticas, o “traslados” a otros
lugares del país (Duzdevich, Raffoul
y Beltramini, 2015, p. 225; Salcedo, 2011;
entrevistas realizadas por la autora con fechas 19/5/2011, 2/6/2011, 15/7/2011,
y 19/4/2012).[16] En todo
caso, más allá de la respuesta de la Conducción Nacional, lo cierto es que esta
última disidencia previa a su exilio duró poco en el escenario político, no
mucho más de 1974, tanto por la creciente represión estatal y paraestatal así
como por el carácter desarticulado y descentralizado de la experiencia.
Voces disidentes en el exilio
Dada la intensidad
represiva que estaba adquiriendo el terrorismo estatal, a fines de 1976 el
Consejo Nacional de Montoneros decidió e implementó la salida del país de los
cuadros de mayor jerarquía. Esto se sumaba, desde luego, a los exilios que, a
título individual, habían realizado algunos militantes desde 1974, momento en
que había empezado a recrudecer la represión legal e ilegal (Franco, 2008 y
2012; Yanquelevich, 2010; Jensen, 2010; Jensen y
Lastra, 2014). Desde mediados de 1976 hasta comienzos de 1977, Rodolfo Walsh,
oficial del sector de Informaciones y director de la Agencia Clandestina de
Noticias, apuntó una serie de escritos cuyo tono contrastaba con el de los
boletines oficiales. Aunque no provocaron ninguna ruptura en particular, vale
la pena detenerse en ellos porque enhebran los esquemas propuestos por las
disidencias precedentes con los que desplegarían las del exilio. Walsh impugnó
el “militarismo” de la Conducción, su ausencia de trabajo político, su
alejamiento respecto de las “masas”, su negación de la realidad, y su intento
por imponerle esquemas propios. A su vez, marcó los inconvenientes de las
transformaciones organizacionales propuestas en los últimos meses, y criticó la
pretensión de abandonar la tradición del peronismo y de reemplazarla por el montonerismo.[17] Advirtió,
además, los problemas de la “personalización” en torno al líder de la
Conducción Nacional, Mario Firmenich, y la “desconfianza” y el “malestar” que
todo esto generaba en la militancia. Finalmente, sentenció que en 1976 la
organización había sufrido una “derrota militar que amenazaba convertirse en
exterminio”.[18]
Si bien las críticas fueron múltiples y contundentes,
lo cierto es que los sentidos sobre la violencia presentaron un vaivén que no
era tan novedoso. Walsh reclamaba el abandono de la “ofensiva” y de una
estrategia de guerra contra la dictadura militar (que, en verdad, en la jerga
montonera de ese entonces, asumía el nombre de etapa de “resistencia” dentro de
la “defensiva estratégica”)[19] y
afirmaba que era necesaria una declaración de “tregua” y de “paz”, y el
reconocimiento de la “derrota militar”. Sin embargo, aducía que, tras su
probable rechazo por parte de las Fuerzas Armadas, debía desplegarse una fase
de “resistencia” (entendida como una “forma de guerra diluida”) que cuestionara
“los efectos inmediatos del orden social, incluso por la violencia”, y que
utilizara “las armas solamente en defensa de la vida o la libertad”. Para él,
la “resistencia” incluía acciones militares pero
“ligada[s] en forma directa inconfundible con un interés inmediato de las
masas”. Y agregaba que esta etapa sería sólo hasta que “aparezca una nueva
posibilidad de apostar al poder”, es decir, una puerta para volver a declarar
la guerra.[20] Por
tanto, podría decirse que, en continuidad con “los sabino” y “los leales”,
aunque en otra instancia del derrotero montonero así como del panorama del
país, resurgía el argumento respecto de los inconvenientes del exceso de lo
militar y de la violencia por sobre lo político, pero sin desarticular del todo
la creencia en las armas y el horizonte bélico.[21]
Aunque la Conducción Nacional distribuyó en el exilio la conocida
carta de denuncia de Walsh a la dictadura militar,[22]
obvió toda esta documentación. Fue recién dada a conocer por una disidencia
tardía de Montoneros, el Peronismo Montonero Auténtico de 1979, que se separó
justo antes de implementarse la primera fase de la última operación
político-militar de envergadura, la Contraofensiva Estratégica (Confino, 2018).
En ese entonces, la organización ya tenía buena parte de su militancia
detenida-desaparecida o asesinada por el terrorismo estatal. Esta escisión fue
impulsada por un conjunto de militantes que habían tenido tensiones con la
Conducción Nacional mientras formaban parte de la Columna Norte en los inicios
de la dictadura (Sadi,
2009; Caballero y Larraquy,
2000), a los que se sumaron exiliados disconformes con el
diagnóstico que la
cúpula proponía de la coyuntura argentina. Amparada en el
último código
disciplinario (el “Código de Justicia Penal
Revolucionario”), en marzo de 1979
la Conducción Nacional acusó a los disidentes de
“deserción”,
“insubordinación”, “conspiración”
y “defraudación”, y solicitó “la
aplicación
del máximo rigor que corresponda a la imposición de las
penas por los delitos
de que son acusados”.[23]
La pena máxima no se cumplió pero, desde luego,
condicionó el transitar de los disidentes durante un tiempo. No obstante, el 29
de mayo de 1979, se hizo la presentación de la Mesa Promotora del flamante
Peronismo Montonero Auténtico en París. Entre sus integrantes estuvieron
Rodolfo Galimberti, Juan Gelman, Pablo y Miguel Fernández
Long, Patricia y Julieta Bullrich, Marcelo Langieri,
Arnaldo Lizaso, Héctor Mauriño,
Raúl Magario,
Victoria Vaccaro, Claudia Genoud y Silvia Di Fiorio. Efectuó luego operativos de retorno a la Argentina
para contactar militantes aislados, realizar propaganda y trazar redes. Según
los testimonios, tuvo representantes en Suecia, Suiza, México, Francia y España
(entrevistas realizadas por la autora con fechas 13/10/2016, 1/11/2016 y
22/11/2016). Al igual que el resto de las disidencias, se ocupó de visibilizar
las razones de la ruptura en diversos documentos y notas que aparecieron en
medios de comunicación europeos. Además, editó artesanalmente los primeros
números de la revista Jotapé.[24]
Finalmente, como mencioné antes,
dieron a conocer en octubre de 1979 “Los papeles de Walsh” para romper
el silencio de la cúpula dirigente (Slipak, 2018).
Aunque esta ruptura
sucedió a partir de la Contraofensiva, lo cierto es que los argumentos fueron
mucho más allá. Las impugnaciones del Peronismo Montonero Auténtico se
orientaron a las características y las decisiones tomadas por la Conducción
Nacional desde los inicios del derrotero montonero. En su documento
programático de junio de 1979, “Reflexiones para la construcción de una
alternativa peronista montonera auténtica”, hicieron referencia a la ausencia
de participación y discusión colectiva en la toma de decisiones, al
autoritarismo de la cúpula (que la llevaba a sostener una “estructura
monárquica”), a su triunfalismo irresponsable, a su sectarismo, a su
desestimación de las masas, y a su falta de apoyo a los diversos militantes en
los momentos iniciales de la dictadura.[25]
Sobre el problema que me interesa, sostuvieron:
“En lo que hace al problema de la violencia
como instrumento de una estrategia revolucionaria, es decir, a la cuestión concreta
de su sistematización como un camino para la toma del poder, nosotros creemos
que toda propuesta seria debe comenzar por estudiar las distintas etapas por
las que atravesó la concepción de la organización de la violencia popular en
los últimos veinte años en la Argentina […] Es indudable que la resistencia
–cuya potencia deviene de que expresa la voluntad de millones-, no puede
reducirse al infantil jugar a los soldados de un puñado, sino que exige oponer
a la dictadura todos los recursos de la lucha de masas, que no elude el
crecimiento de los niveles de violencia que éstas desarrollan, y que pueden, y
deben, ir asumiendo formas organizadas, pero nunca al revés. Las formas
organizadas no pueden preceder al crecimiento de los niveles de violencia que
desarrolla la resistencia de las masas. […] El ejército popular, de existir,
sería, en consecuencia, la última forma organizativa en aparecer. […] [L]a
‘conducción’ de la OPM no sostiene actualmente un foquismo ingenuo, sino
malintencionado. […] Nosotros afirmamos que es menester confiar en el
desarrollo de la lucha de masas, desde el seno de ellas y en la acción con
ellas, todo; y, desde luego, la legítima violencia resistente. […] [Sobre el
gobierno de Martínez de Perón] nosotros nos convertimos en opositores armados
de un gobierno que era la sucesión constitucional del que habían votado esos
mismos millones. […E]l eje no debía haber sido la guerra, la lucha armada,
porque esta diluía, definitivamente, la única posibilidad de aclarar el
enfrentamiento de cara a las masas logrando así su participación.”[26]
Aunque enmarcado en la
situación del terrorismo estatal y del exilio, no podría afirmarse que las
argumentaciones del Peronismo Montonero Auténtico eran disruptivas. Antes bien,
restituían buena parte de los debates precedentes sobre las características y las
posibilidades de la violencia insurgente. Al igual que en el resto de las
disidencias, no se desestimaba su práctica, sobre todo en el marco de un
gobierno de facto. A la vez, de forma
más tenue pero en sintonía con la Juventud Peronista
Lealtad, se marcaban las limitaciones de su desarrollo en el contexto de un
gobierno constitucional. Asimismo, y a pesar de los cuestionamientos al
“militarismo”, no se desarticulaba del todo el horizonte bélico como marco para
la acción política. El problema de la violencia, en todo caso, radicaba en
despegarla del trabajo de organización de los sectores populares. Es decir, su
sentido aparecía otra vez atado a la idea del “pueblo”, y a la repetida
dicotomía entre la “violencia popular” y la “violencia foquista”. La disidencia
buscaba así continuar la “resistencia” (categoría a esa altura abandonada por
la Conducción Nacional) y corregir las dificultades del montonerismo
con la presencia de las “masas”.
Con el paso de los meses,
las redes del Peronismo Montonero Auténtico fueron desarticulándose. Sin
embargo, varios de sus esquemas interpretativos fueron reproducidos por el
grupo disidente posterior, el último antes del cese definitivo de la “lucha
armada” por parte de la Conducción Nacional. Los Montoneros 17 de octubre se
separaron en el marco de los debates posteriores a la primera fase de la
Contraofensiva, y debido a las intenciones de la cúpula de iniciar una segunda.
A diferencia de la ruptura precedente signada por amenazas de muerte, en este
caso ocurrió sin enfrentamientos frontales, luego de una reunión consensuada en
la ciudad de Managua en Nicaragua (Bonasso, 2000). A
fines de marzo de 1980, constituyeron su Consejo Provisorio, y en abril
hicieron su presentación pública en México. Entre sus integrantes estuvieron
Miguel Bonasso, Daniel Vaca Narvaja, Ernesto
Jauretche, Susana Sanz, Jaime Dri, Pablo Ramos, Julio
Rodríguez Anido, Pedro Orgambide, Sylvia Bermann,
Eduardo Astiz, René Chavez, Gerardo Bavio y Olimpia Díaz. Se trataba del conjunto de militantes
con el rango de tenientes que habían escrito a fines de 1979 el llamado
“Documento de Madrid” (que, a diferencia de cualquier otra declaración crítica
a lo largo de la historia montonera, había sido incluida y debatida en un
boletín oficial de la organización)[27],
a los que se sumaron otros militantes disconformes. Algunos pocos habían
retornado a la Argentina en la primera fase de la Contraofensiva (Confino,
2019a); otros volvían de colaborar con el Frente Sandinista de Liberación
Nacional como parte de las proyecciones internacionalistas que Montoneros había
implementado desde la Secretaría de Relaciones Exteriores (Cortina Orero,
2017). Además del documento mencionado, esta voz disidente dio a conocer sus
pautas programáticas en abril de 1980. Finalmente, aunque el espacio no perduró
muchos meses ni tuvo gravitación en la escena argentina, visibilizó su
perspectiva mediante el relanzamiento de la revista Noticias, que anteriormente representaba al Movimiento Peronista
Montonero. Ahora se convertía en el boletín de prensa de Montoneros 17 de Octubre. [28]
La nueva disidencia
impugnó la evaluación que se estaba haciendo de la primera etapa de la
Contraofensiva. Mucho más generalmente, cuestionó el exitismo y el triunfalismo
de la Conducción, y la falta de participación colectiva en la toma de
decisiones (ejemplificada con el rechazo a la demanda de realizar un congreso
partidario, solicitado aproximadamente desde fines de 1974 en diversos círculos
militantes). Además, sobre los modos implementados o proyectados de la violencia,
sostuvieron:
“[E]stamos
plenamente de acuerdo [con la CN] en cuanto a que la insurrección armada de
masas es el camino para la toma del poder.[…Pero] la
concepción militarista llevó a despreciar la posibilidad reclamada por
numerosos compañeros de los grupos de trabajo en el exterior: ir a la Argentina
a hacer política. […] Hay que preparar las fuerzas militares para aplicar
–cuando la realidad lo aconseje- los golpes que efectivamente pueden
desestabilizar el frente interno del enemigo. Adecuar los ataques al centro de
gravedad del enemigo al desarrollo de la lucha de masas, y procurar que la
violencia se vaya masificando mediante la proliferación de pequeñas acciones.”[29]
“Pretendimos vanamente la masificación de
la lucha armada a partir de presupuestos militaristas y vanguardistas, que nos
fueron aislando de las masas. […] Así como en 1973 los peronistas nos unimos en
torno a la conducción de Perón y las pautas programáticas que el Pueblo
plebiscitó en las urnas, hoy debemos unirnos en torno a un nuevo programa, en
un proceso en el cual la clase trabajadora será su columna vertebral y
conducción. Esto también reclama una estrategia para la toma del poder y el
desarrollo en el seno del movimiento de masas de un partido revolucionario. […]
Un partido capaz de conducir una insurrección armada de masas; cuyo proyecto
estratégico esté orientado a transformar nuestra sociedad, poniendo los medios
de producción en manos de los trabajadores, tornando cierta y plena la justicia
social, y profundizando la vida democrática a través de la lucha de los
organismos de masas. […D]ebemos construir una
propuesta democrática que pueda ser asumida por el conjunto de sectores
nacionales y populares, unidos en un Frente Cívico de Oposición. […] Es
necesario, pues, encauzar esa capacidad de lucha que se manifestó en la
Resistencia a través de la huelga, el sabotaje, el trabajo ‘a tristeza’ y
también instrumentando la violencia de ‘los de abajo’ contra la de los
opresores […] Debemos contribuir a cambiar el concepto de ‘guerra’ por el de
‘rebeldía popular’.”[30]
Montoneros 17 de Octubre acusó a la Conducción Nacional de “militarista” y de
“vanguardista”, y adujo que sobrevaloraba la “lucha armada”. Propuso reemplazar
la categoría de “guerra” por la de “rebeldía popular”. Y reclamó la necesidad
de reunificar el peronismo y de construir, con otros espacios políticos, un
Frente Cívico de Oposición de carácter “democrático” para enfrentar a la
dictadura. Pero nada de ello la llevó a desestimar la violencia. Sostenía, en
todo caso, que era necesario desplegarla y multiplicarla con “las masas”,
construir un “partido revolucionario” que las conduzca, y establecer alianzas
con otros actores políticos. Al final del documento programático, además,
reivindicaba la experiencia insurgente nicaragüense recientemente triunfante así como la salvadoreña. Y no olvidaba firmar,
tal como sus integrantes debían hacerlo hace años, con la leyenda “patria o
muerte”. El problema para esta disidencia tardía, por tanto, no era tanto la
violencia como práctica de intervención en la coyuntura, sino su
desarticulación de los sectores “populares”. Incluso, el “Documento de Madrid”,
escrito tan solo cuatro meses antes que las pautas programáticas, acordaba, a
pesar de todas las críticas, con las líneas generales de la Contraofensiva y le
reconocía sus “efectos positivos”.
Hernán Confino (2019a)
sitúa los documentos de Montoneros 17 de Octubre en el
marco más general de la experiencia exiliar, atravesada por el desplazamiento
de las coordenadas revolucionarias hacia el horizonte liberal-democrático
(articulado en torno al respeto por los derechos humanos y por la vida
individual, la asunción de la derrota de los proyectos revolucionarios, y la
creencia en la democracia como régimen político; Yankelevich, 2010; Jensen, 2007 y 2010; Franco, 2008; y Gago, 2012). Al respecto, el autor pone el foco en el
abandono de la idea de “guerra” y en su reemplazo por la de “rebeldía popular”
que esta disidencia expuso en sus pautas programáticas, y en su pretensión de
desplegar alianzas políticas contra la dictadura. Además, si bien no aparece en
los fragmentos que cité, advierte que este grupo llamó la atención sobre un
punto invisible o irrelevante desde el imaginario de la Conducción Nacional, a
saber, la “dolorosa” e “impresionante” pérdida de cuadros durante la
implementación de la Contraofensiva.[31]
Ahora bien, sin discutir la importancia política de la experiencia exiliar como
espacio de constitución de nuevas representaciones y percepciones (cuyo síntoma
más evidente podrían ser las señaladas incomodidades frente a la ética
sacrificial),[32] creo que
la trama de las disidencias precedentes permite sumar otra lectura para
comprender los documentos de Montoneros 17 de Octubre. Por un lado, porque la
crítica al exceso de lo militar y la simultánea reivindicación de la violencia
en articulación con lo “popular” y las “masas” bien se entrelazaba con las
enunciaciones que ya hacía una década venían planteando todas las disidencias.
Más aún, Walsh había también reclamado hacía dos años el abandono de la
“ofensiva” y de la “guerra”, había reconocido la “derrota militar”, y había
incentivado la declaración de una “tregua” y de la “paz”, por lo menos hasta
que estuvieran dadas las condiciones para “volver a apostar al poder”. Tampoco
era original la demanda de alianzas políticas, que había sido enunciada de
forma explícita por la Juventud Peronista Lealtad en tiempos del tercer
peronismo (cuando no por la propia Conducción Nacional en varias de sus muchas
intervenciones, o en sus fallidos intentos de participación en frentes o de
conformación de partidos legales)[33]. Más allá de las particularidades que esta disidencia
asumió en los albores de los años ochenta, en momentos de un deslizamiento de
los lenguajes políticos y del inicio de la transición en Argentina, el
recorrido efectuado hasta aquí permite insertar sus argumentos en disyuntivas
ya transitadas en las aguas montoneras, por lo menos en las de sus voces
disidentes. Buena parte de las discusiones y los esquemas de Montoneros 17 de Octubre venían enunciándose desde tiempo atrás, a pesar de
la falta de reconocimiento y la rigidez de la cúpula oficial. Sobre todo, las
representaciones ligadas al problema de la violencia, articuladas en torno a la
difícil e inevitable pretensión de contar con la presencia de uno de los
sujetos más insustanciales de la modernidad política, en general, y del
peronismo, en particular, el “pueblo” (Lefort, 1994; Rosanvallon, 2002; Sigal y Verón,
2004).[34]
Reflexiones finales
En las páginas
precedentes, examiné los documentos y publicaciones de distintos grupos
disidentes que Montoneros tuvo a lo largo de su derrotero. Más que exponer con
exhaustividad la conformación y la dinámica de dichos espacios, me interesó
delimitar las discusiones, las representaciones y los horizontes que
acompañaron su decisión por la violencia como práctica de intervención en la
coyuntura. Es decir, busqué problematizar la violencia, no tanto como un
instrumento o medio escindible respecto de las proyecciones e imaginarios, sino
como una práctica intrínseca de la identidad, las representaciones y los
símbolos insurgentes.
Al respecto, cada una de
las disidencias tuvo su especificidad, vinculada con sus características
así como con la situación que atravesaba la política nacional y la experiencia
exiliar. Desde 1972 a 1974, la Columna José Sabino Navarro impugnó la violencia
“foquista” y “militarista” de la Conducción Nacional, y reclamó su articulación
con los sectores “populares” y no con otros actores políticos del Movimiento
Peronista. No cuestionó su despliegue en el marco de los gobiernos
constitucionales que siguieron a la autodenominada Revolución Argentina, como
sí lo hizo la Juventud Peronista Lealtad entre 1973 y 1974. Esta última adujo
que, ejercida en dicho marco, la violencia se transformaba en “foquista”. Desde
su perspectiva, había sido legítima sólo durante los gobiernos de facto y gracias al acompañamiento
“popular”. Hacia mediados y fines de 1976, sin separarse de la organización,
Walsh declaró que frente a la intensidad represiva de la dictadura era menester
abandonar la guerra, y que era preciso articular la violencia montonera con lo
“popular” y la política, aunque dejando la puerta abierta para volver a
declarar la ofensiva. A principios de 1979, el Peronismo Montonero Auténtico
acusó a la entonces exiliada Conducción Nacional de “militarista”, “foquista”,
“vanguardista”, y adujo que la “legítima” violencia “resistente” debía
articularse con la estructuración de las “masas” y que podía rescatarse el
auténtico montonerismo. En 1980, la última
disidencia, Montoneros 17 de octubre, insistió en el abandono de la “guerra” en
el contexto de la experiencia exiliar y advirtió sobre la gran cantidad de
pérdidas que había implicado la Contraofensiva. Además, planteó que urgía
desarrollar alianzas con otros sectores políticos para acompañar la “rebeldía
popular”, que no estaba exenta de una violencia cuya contrafigura era la
violencia “militarista” de la Conducción Nacional.
Ahora bien, a pesar de
sus particularidades, todas las disidencias articularon símbolos que bien
trazan una continuidad. En primer lugar, su impugnación al exceso de la
violencia, de lo militar y de lo bélico (encarnado casi siempre en la
Conducción Nacional, tildada de “militarista”, “vanguardista” y/o “aparatista”)[35]. En
segundo lugar, su demanda por desplegar actividades que se catalogaban de
políticas, ligadas al trabajo territorial y fabril, o a las alianzas con otros
actores de la coyuntura. En tercer lugar, más allá de los epítetos profesados a
la cúpula montonera, ninguna desestimó la violencia como práctica, patentando
el estatus decisivo que tenía para la militancia insurgente, no sólo como un
medio para obtener objetivos a corto o mediano plazo, sino también como un
horizonte de sentido que articulaba las coordenadas identitarias. Incluso, por
momentos, y más allá de las críticas, algunas disidencias recurrieron a
categorías ligadas a la gramática bélica. En cuarto lugar, todas pensaron la
figura de lo “popular” como instancia central para dirimir el signo
“revolucionario” de su violencia y contraponerlo a la violencia de la cúpula
montonera. Es decir, evocaron lo “popular” como principio de identificación y
legitimación, y lo “foquista” o “militarista” como principio de diferenciación
y deslegitimación. Considero que esta insistente repetición en situaciones
radicalmente distintas, más que solicitarnos una sanción en torno a su carácter
de verdad o falsedad, nos señala las disyuntivas constitutivas e irresolubles
de la identidad montonera -o insurgente- en la Argentina de los setenta. Como
advierte Elías Palti (2010, a y b) retomando algunas
reflexiones de Alain Badiou (2005), la distinción
entre violencia revolucionaria legítima y violencia ilegítima resulta
indecidible (porque por detrás de ella asoma la cuestión de quién puede determinarlo, que involucra
núcleos problemáticos del siglo XX como el de la Historia y el Sujeto,
indisociables e incompatibles) y, sin embargo, fue estructurante de la
subjetividad militante. Además, tal como lo mostré a lo largo del artículo,
esta distinción puso en juego una de las aporías centrales de la modernidad
política en general, articulada a partir de la necesaria apelación al “pueblo”,
un sujeto insustancial y, por lo tanto, siempre disputable. Desde luego,
advertir esta disputa y este
dispositivo de legitimación simbólico de la violencia no exime ni desestima el
análisis respecto del conjunto de actores y sectores con el que cada disidencia
tuvo vinculación en la coyuntura, y que la llevó a sostener que (ella sí) tenía
vínculos con “lo popular”.[36]
Por otra parte, si bien no es
objeto de las presentes páginas, quisiera mencionar que el análisis de los
documentos oficiales de Montoneros no va en caminos tan divergentes de los
trazados por las disidencias. A pesar de haber ignorado, cohibido, negado o
reprimido a los grupos críticos, lo cierto es que muchas declaraciones de la Conducción
Nacional reprodujeron sus esquemas. Aseveraban que ejercían la “violencia”
asociada al “pueblo”, se autocriticaban por haber cometido errores
“militaristas” en el pasado, y reclamaban la necesidad de desplegar alianzas
con otros sectores y de desarrollar trabajo territorial o en fábricas.[37] Ello
evidencia que “lo popular” era un símbolo extensamente disputado en las tramas
insurgentes, y un elemento decisivo para medir el carácter “legítimo” de la
propia violencia (al tiempo que lo “militarista” o “foquista” era un símbolo de
diferenciación, por lo menos durante la década en cuestión).
Para terminar por donde
empecé, creo que el recorrido efectuado permite identificar un punto en
relación a la bibliografía académica más clásica sobre la insurgencia de los
años setenta, en general, y sobre Montoneros, en particular. Como señalé en la
introducción, las interpretaciones suelen identificar un momento de despliegue
de una violencia más o menos legítima, o política, o aceptada, o esperable
habida cuenta de la historia del país; y otro momento de militarización, de
exceso de lo militar por sobre lo político, y de aislamiento respecto de los
sectores populares. En breve, la figura interpretativa de la “violencia
popular” que se desplaza a la de, para usar los términos de Walsh, la “patrulla
perdida”.[38] Como se
ha visto, estos argumentos se sitúan en la estela de los señalamientos
disidentes, es decir, en las claves de lectura nativas que los propios actores
dieron a la experiencia que se busca analizar. Se continúa, así, de algún modo,
dentro de los contornos de aquello que fue decible (y aquello que no) para los
protagonistas. Sin desconocer el efecto ordenador de dichas categorías,[39] quizás
convenga, a más de cuarenta años, precisar de dónde provienen y en qué marcos
de inteligibilidad se gestaron.
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Entrevistas utilizadas
Entrevista a Marcela Durrieu
realizada por la autora en Provincia de Buenos Aires, 19/5/2011.
Entrevista a Alejandro Peyrou
realizada por la autora en la Ciudad de Buenos Aires, 2/6/2011 y 15/7/2011.
Cuestionario realizado por la autora por
mail a Luis Rodeiro, 8/6/2011.
Entrevista a Miguel Saiegh,
realizada por la autora en la Ciudad de Buenos Aires, 29/8/2011.
Entrevista a Ignacio Vélez realizada por la
autora en la Ciudad de Buenos Aires, 24/11/2011.
Entrevista a Dante Oberlin
realizada por la autora en la Ciudad de Buenos Aires, 19/4/2012.
Entrevista a Marcelo Langieri
realizada por la autora en la Ciudad de Buenos Aires, 13/10/2016.
Entrevista a Miguel Fernández Long
realizada por la autora en Provincia de Buenos Aires, 1/11/2016.
Entrevista a “Yuyo” realizada por la autora
en la Ciudad de Buenos Aires, 22/11/2016.
Recibido: 11/07/2020
Evaluado: 14/08/2020
Versión Final: 08/11/2020
[1] Agradezco los
comentarios, críticas y sugerencias de Sebastián R. Giménez, de las
coordinadoras del dossier, y de los/las evaluadores/as del artículo a versiones
preliminares de este texto.
[2] Valga mencionar
que esta clave de lectura que sustituye dos tipos de violencias se potencia en
los acercamientos periodísticos o testimoniales (El Kadri
y Rulli, 1984; Anzorena, 1998; Anguita y Caparrós, 2006; Grassi, 2015; etc.).
[3] En otro lugar, y
anclado en la perspectiva de Hannah Arendt, he problematizado la reducción de
la violencia a su dimensión instrumental (separada, pues, de los fines y
proyectos a los que sirve), tratando de dar lugar a su dimensión simbólica, es
decir, como práctica inescindible de los lazos de pertenencia, representaciones
y símbolos (Slipak, 2019). En esta dirección se
orienta el presente artículo. Sobre el concepto de identidad política, pueden
verse los trabajos de Gerardo Aboy Carlés
(paradigmáticamente, 2001).
[4] Para completar el
análisis de los grupos disidentes de Montoneros hasta su última operación
político-militar, faltarían incluir a los Montoneros Columna de Recuperación
Cooke-Pujadas de 1974 y a la Agrupación Eva Perón de 1980. Dejo dicha
indagación para futuros trabajos. Debo aclarar que la categoría “disidencia” no
es un término nativo sino analítico que me permite agrupar a aquellos espacios
que se separaron de Montoneros en distintas circunstancias de su derrotero y
que tuvieron una dinámica paralela, más allá de su brevedad o precariedad. Un
análisis más completo de tres de ellos puede verse en Slipak
(2018). Para sostener la breve descripción que realizo de cada disidencia,
además de sus documentos internos y publicaciones, y de la bibliografía
secundaria, utilizo entrevistas en profundidad que realicé a ex militantes, con
los recaudos metodológicos correspondientes (Portelli, 1991 y 2017; Carnovale, 2007).
[5] Documento Verde,
jul. 1972, pp. 38, 44 y 45.
[6] Ibíd, p. 44.
[7] Esquemas
similares sobre la violencia aparecieron en notas posteriores de la disidencia.
A principios de 1974, sentenciaron: “Sabíamos que las elecciones [del 11 de
marzo de 1973] no eran el ‘abracadabra’ de nuestra felicidad. […] [Nuestro
camino] pasa por la construcción del ejercito popular
desde las bases”, Ante la confusión, Militancia,
n. 32, 24/01/74, p. 33. A su vez, una nota de Puro Pueblo Venceremos
que comentaba dos operaciones militares del
Ejército Revolucionario del Pueblo en Córdoba y Catamarca
cometidas en agosto
de 1974 durante el gobierno de María Estela Martínez de
Perón (tras la última,
el Ejército asesinó a 16 guerrilleros, hecho que se
conoce como la “masacre de
capilla del Rosario”) advertía: “Villa María
y Catamarca –más allá del éxito
del primero y la derrota del segundo- pone nuevamente en
cuestión el análisis
de la etapa por la que atravesamos y señala para nosotros el
error de una
política ‘militarista’ que no tiene en cuenta en su
estrategia el proceso de
las masas […] Sabemos que habrá guerra, que la clase
obrera y el pueblo no
serán poder definitivo sin violencia, sin enfrentamiento, sin
ejército popular.
[…Pero] sólo la clase obrera y el pueblo organizado
garantizará la larga marcha
al Socialismo por la que dieron la vida los compañeros
muertos”, Los fusilados
en Catamarca y el tiempo de la guerra, Puro
Pueblo Venceremos, n. 4, 2da quin. agos. 1974, p. 29.
[8] El peronista lucha por la liberación, n.
5, 21/05/74, p. 6
[9] Es de mencionar
que también la mayor parte del staff de la revista Envido, cuyo último número fue de noviembre de 1973, poco antes de
la formalización de la ruptura, también adhirió a la disidencia. Participó
meses más tarde de Aluvión, Lealtad y
participación popular, publicación de un único número de julio de 1974, que
se hizo eco de las ideas generales de “los leales” (Pozzoni,
2017).
[10] Respuesta de
Montoneros de Moreno al Mamotreto, feb./mar. 1974.
[11] Profundizar la revolución, Movimiento, n. 8, 2da quin. agos. 1974, p. 8, énfasis
original.
[12] Movimiento,
n. 6, 2da quin. jul. 1974, p. 6.
[13] Es recién en su
revista clandestina Evita Montonera
que la organización asumió la autoría del hecho. Justicia popular, n. 5,
jun.-jul. 1975, p. 18.
[14] Varias notas de Movimiento sostuvieron dicho argumento: “Para quienes creímos
durante 18 años que la lucha violenta fue una herramienta indispensable –aunque
para nada la única- hacia la liberación, nos resulta un error particularmente
peligroso, que hoy muchos siguen cometiendo, el seguir manejando esa misma
herramienta para presionar, cuando no lisa y llanamente para atacar al gobierno
popular. […] Hoy las masas populares no encuentran motivos para apelar a la
violencia y quienes la ejercen no sólo no
las representan sino que promueven un distanciamiento del pueblo respecto de la
acción política cotidiana”, Guerra al imperialismo, n. 2, 2da quin. may. 1974, p.1, énfasis original. También: “Producido el
triunfo popular del 11 de marzo de 1973, vuelto al país el indiscutido líder
popular, el General Perón, concretado su retorno al Gobierno el 23 de setiembre
del año pasado, toda violencia institucionalizada –parapolicial o falsamente
representativa del sentir popular- impide profundizar el proceso de
Participación Popular y, por tanto, es objetivamente contrarrevolucionaria”, La
violencia en la historia, n. 2, 2da quin. may.
1974, p. 31.
[15] Movimiento, n. 10, 2da quin. sept. 1974, pp. 1 y 7.
[16] Para ese
entonces, se encontraban vigentes las “Disposiciones sobre la Justicia Penal
Revolucionaria”, cuya importancia radicó en ser un marco simbólico y normativo,
más que en su aplicación efectiva (Lenci, 2008).
Sancionaban con “fusilamiento” la “deserción en combate” y la “traición”
(entendida sin demasiada precisión como “servir conscientemente al enemigo”),
aunque no la “deserción de la Organización” que no tenía prevista pena
explícita. Las “Disposiciones” se encuentran en la Comisión Provincial por la
Memoria, situada en La Plata, Archivo DIPBA, Mesa D (s), Carpeta Varios, Legajo
n. 581, 16 fol.
[17] Desde 1975 hasta 1977, la antigua
organización político-militar (que tenía su Conducción Nacional, el Consejo
Nacional, el Área Federal, las columnas, las regionales, las unidades básicas
de combate y las unidades básicas revolucionarias, además de las agrupaciones
de superficie) se convirtió en el Ejército Montonero, el Partido Montonero, y
el Movimiento Peronista Montonero (que al inicio pensaba nominarse Movimiento
Montonero, dando por agotado el peronismo). Al respecto puede consultarse la
siguiente prensa de la organización: Evita Montonera, n. 8, oct. 1975, pp. 25-26; n. 12,
feb.-mar. 1976, pp. 26-27; n. 14, oct. 1976, pp. 13-22; y El Montonero, n. 11, 24/04/76, pp. 9-11.
[18] Los papeles de
Walsh, publicados en Cuadernos del
Peronismo Montonero Auténtico, oct. 1979, p. 14. Los escritos de Walsh
tienen fechas de 27/08/76, 23/11/76, 02/01/77 y 05/01/77.
[19] Evita Montonera, n. 12, feb.-mar. 1976,
p. 6.
[20] Los Papeles de
Walsh en Cuadernos del Peronismo
Montonero Auténtico, oct. 1979, pp. 15-16 y 19.
[21] “Es un grave
error olvidar que ésta es una lucha política y que para la construcción
organizativa las operaciones militares deben servirnos ante todo para hacer
política y no para construir un ejército cuando todavía no tenemos ganada la
representatividad de nuestro pueblo […Se trata de] ligar la resistencia en
forma absoluta a la política de masas, privilegiando en primer término las
estructuras militares defensivas (documentación, información, comunicaciones) y
las estructuras políticas defensivas (propaganda, agitación, prensa clandestina
y descentralizada en lo interno, prensa internacional”, ibíd.,
pp. 9 y 14.
[22]Lettre ouverte d’un écrivain à la
Junte militaire d’Argentine,
Mouvement Peroniste
Montonero, sin fecha.
[23] Sobre la
deserción de cinco militantes del Partido y cuatro milicianos en el exterior,
Partido Montonero, 1979.
[24] Según Bernetti y Giardinelli (2014), el
grupo editó posteriormente la publicación Revolución
Peronista.
[25] Reflexiones para la construcción de una alternativa
peronista montonera auténtica, jun. 1979, p. 22.
[26] Ibíd, pp. 13-15 y 20.
[27] Documento de
Madrid. Ante la crisis del Partido. Reflexiones críticas y una propuesta de
superación, en el Boletín Interno n. 13,
Partido Montonero, feb. 1980.
[28] Es de mencionar
que desde fines de 1973 a mediados de 1974 se había editado bajo el mismo
título (aunque con el agregado “sobre todo lo que pasa en el mundo”) un diario
vinculado al sector de prensa del Área Federal de la organización
político-militar Montoneros, que pretendía competir con los medios gráficos de
tirada masiva. Su director fue Miguel Bonasso
(Esquivada, 2009). Por otra parte, según Bernetti y Giardinelli (2014), un sector que provenía de esta
disidencia publicó irregularmente Lucha
Peronista.
[29] Documento de
Madrid. Ante la crisis del Partido. Reflexiones críticas y una propuesta de
superación, en Boletín Interno n. 13,
feb. 1980, pp. 2, 5, 11, énfasis original.
[30] Sin título, abr. 1980, pp. 3, 6, 8 y 11.
[31]Sobre las muertes
de militantes que había implicado la Contraofensiva -pero no sobre las muertes
de quienes eran considerados “enemigos”, que sí había puesto en escena Héctor Schmucler al preguntar “¿Los derechos humanos son válidos
para unos y no para otros?”, Controversia,
n. 1, oct. 1979, p. 3-, decían: “Esta pérdida tremenda y simultánea que
comprende a nivel dirigente a un cro. de la
Conducción Nacional y siete cuadros del Comité Central tiene, además de las
obvias secuelas organizativas, una consecuencia muy grave para la política de
masas. […] Visto numéricamente es impresionante pero no da cuenta de las
calidades perdidas. […Una] serie dolorosa de caídas”, Documento de Madrid, Boletín Interno n. 13, feb. 1980, pp. 7
y 9.
[32] Además, para
complejizar el cuadro en relación a las representaciones construidas en el
exilio, considero que sería necesario indagar el impacto que tuvo el triunfo
sandinista en Nicaragua, tanto en las percepciones de los disidentes como en
las de los que permanecieron en la organización (de hecho, como mencioné, Montoneros
17 de octubre reivindicó dicha victoria en sus pautas programáticas; también lo
hizo la Conducción Nacional en el Boletín
Interno n. 13, feb. 1980, sosteniendo que la estrategia a seguir era la
“insurrección popular armada” y ya no la “guerra integral”). Dejo este punto
para futuras indagaciones. Al respecto, y sobre el vínculo entre Montoneros y
el Frente Sandinista de Liberación Nacional, véase el artículo ya citado de
Eudald Cortina Orero (2017).
[33] Podría citarse la
participación de la Juventud Peronista en el Frente Justicialista de Liberación
en 1972, la experiencia del Partido Auténtico y del Movimiento Peronista
Auténtico en 1975, y la creación del Movimiento Peronista Montonero en 1977 con
su Secretaría de Relaciones Exteriores (Gillespie, 1987).
[34] Valga mencionar
que en sus diversas declaraciones y publicaciones Montoneros se orientó a
concebir el pueblo como un sujeto homogéneo, y pasible de ser encarnado sin
mediaciones por la organización, por lo menos hasta 1976 (Slipak,
2015).
[35] No es tema de
este artículo, pero una de las figuras interpretativas más comunes de las
disidencias montoneras fue la idea de que habría existido un quiebre radical
entre la voluntad de la Conducción Nacional, a la que se asignaba casi
exclusiva responsabilidad de los errores cometidos, y el resto de los
militantes, con poca gravitación en ellos. Esta figura del “quiebre” se
superpuso con la del “desvío” respecto de los valores originarios, y la del
“espejo” de las lógicas “enemigas” (Slipak, 2017).
[36] Por ejemplo,
sobre los vínculos de Montoneros Sabino Navarro con barrios y fábricas en la
ciudad de Córdoba y el Gran Rosario, puede verse Seminara
(2015). Corriendo el foco a Montoneros, sobre sus vínculos con trabajadores
navales en Zona Norte a través de la Juventud Trabajadora Peronista, puede
verse Federico Lorenz (2007), y sobre sus vínculos con barrios periféricos de
La Plata a través de la Juventud Peronista local, puede verse el trabajo de
Horacio Robles (2014).
[37] Puede verse como ejemplo el Boletín Interno n. 4 (Informe del
Consejo Nacional del Partido Montonero) de sept. de 1977. Dejo esta línea de
trabajo (la apropiación que la Conducción Nacional hizo de las críticas
disidentes) para futuras indagaciones.
[38] Los Papeles de
Walsh, Cuadernos del Peronismo Montonero
Auténtico, oct. 1979, p. 13.
[39] Es cierto que
esta dicotomía cronológica puede orientar al analista en relación al trabajo
barrial, universitario, estudiantil y fabril, así como a la cantidad y la
envergadura de los hechos armados desplegados en las diversas coyunturas. Sin
embargo, no menos cierto es que tiende a ocultar los esquemas y símbolos
militares que atravesaron los primeros cinco años de la organización (Slipak, 2015), o las apuestas políticas y alianzas
efectuadas durante el exilio (Acha, 2006; Bernetti y Giardinelli, 2014; Robledo, 2018; Confino, 2018 y 2019b),
por mencionar dos ejemplos. Es decir, considero que dicha dicotomía
cronológica, cuyo origen se remonta a las discusiones nativas, desdibuja una
hibridación de prácticas y concepciones que, aunque tensa y cambiante, fue
intrínseca a la identidad montonera.