Raíces. El olivo en la lucha identitaria entre Israel y Palestina
Roots. The olive tree in the identity struggle between Israel and
Palestine
Facultad
de Ciencias Sociales y de la Comunicación;
Universidad Europea (Madrid, España)
julieta.espin@universidadeuropea.es
Resumen
La lucha por el territorio palestino se desarrolla no sólo en la
arena militar y política, sino que se amplía a la económica y cultural. En el
imaginario tanto israelí como palestino, el árbol del olivo se ha convertido en
un símbolo de la identidad palestina y su resistencia a la ocupación. Esta
disertación pretende analizar cómo a partir de 1967 el nacionalismo palestino
ha sido moldeado por la ocupación israelí de la franja de Gaza, Cisjordania y
Jerusalén Oriental, desarrollando diferentes formas de resistencia. En
particular, se centra en describir cómo los campos de olivos de Cisjordania se
han convertido en alegorías de la resistencia palestina a la dominación
militar, económica y cultural israelí. Además de su incidencia en la precaria
economía de los Territorios Ocupados, la carga simbólica de este árbol lo ha
convertido en un nuevo instrumento de batalla entre los habitantes palestinos,
las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y los colonos de los asentamientos.
Palabras Clave
Palestina; Israel; identidades; olivo; colonos.
Abstract
The struggle for the
Palestinian territory unfolds not only the military and political arena, but
also expands to economic and cultural ones. In both Israeli and Palestinian
public imagination, the olive tree has become a symbol of Palestinian identity
and its resistance to military occupation. This work aims to analyze how since 1967 Palestinian nationalism has been
shaped by the Israeli occupation of Gaza Strip, the West Bank and East
Jerusalem, developing different forms of resistance. Notably, it focuses on
describing how West Bank’s olive groves have become allegories of Palestinian
resistance to Israeli military, economic and cultural domination. In addition
to its impact on the precarious economy of the occupied Palestinian
territories, the symbolic weight of this tree has turned it into a tool in the
battle between Palestinian inhabitants, the Israel Defense
Forces (IDF) and the Israeli settlers.
Keywords
Palestine; Israel; identities; olive; settlers.
Introducción
Aunque el nacionalismo palestino encuentra sus
raíces en el siglo XIX, el colonialismo sionista dejará su impronta en el
desarrollo de la identidad nacional palestina consolidada en el siglo XX. Dos
hechos históricos serán esenciales para entender la construcción de dicha
identidad: la Nakbah (El desastre), es decir, la desposesión
palestina tras la creación del Estado de Israel en 1948, que convertiría a más
del 70% de la población en refugiada; y la Naksa (la nueva derrota o recaída) de 1967, cuando Israel ocupa el resto
de la Palestina histórica (Jerusalén Oriental, la Franja de Gaza y Cisjordania)
y somete a sus pobladores a un régimen que ejerce abusos, violencia y
desposesión territorial e identitaria. Mientras el liderazgo palestino en el
exterior se decantaba por la lucha armada contra Israel, los palestinos bajo
ocupación militar optaron principalmente por una resistencia de carácter no
violento. Resistencia ante las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), pero también
ante la violencia y agresividad de los colonos israelíes.
El presente artículo indaga sobre el entorno
político y social en el que discurren las relaciones desiguales entre los
palestinos de los Territorios Ocupados e Israel. Este marco nos introduce en la
identidad nacional bajo la ocupación, incidiendo en las asimetrías de las
narrativas israelí/sionista y palestina, para poder abordar algunos elementos
claves de la identidad palestina. Posteriormente, se describe cómo los olivos y
los olivares se han incluidos en esta lucha por el territorio.
Resulta necesario apuntar que existen pocos
artículos académicos que aborden la cuestión del olivo en la lucha identitaria
de los Territorios Ocupados, por lo que una importante parte de las fuentes
utilizadas en la elaboración de esta investigación descriptiva, han sido
informes y notas de prensa presentados por organizaciones no gubernamentales
israelíes, palestinas e internacionales que velan por los derechos humanos de en
dichos territorios, de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de
Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) y la Oficina de Coordinación de Asuntos
Humanitarios de las Naciones Unidas (OCAH), así como de algunos artículos
periodísticos. Los datos sobre el sector agrícola en Gaza y Cisjordania son
cifras ofrecidas por Naciones Unidas y algunas de sus agencias, como la
Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la
Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Ello a
falta de información oficial actualizada por parte de la Autoridad Palestina.
Las
narrativas en la construcción de la identidad
Tal como indica Isaías Barreñada
(2003: 276), en los conflictos coloniales las identidades del colono o del
colonizado se sitúan en el centro de la disputa política. La memoria colectiva
se convierte en constructora de identidad, encuadrada en marcos sociales y
relaciones de poder. En ella los códigos culturales aseguran la identidad del
grupo, que implica un proceso de transmisión y recepción de tópicos por los que
el pasado es evocado en función de las ambiciones y objetivos del presente
(Rovira, Dell’Aquila y Seminara,
2016: 4). Considerando el sionismo una empresa colonial, éste ha logrado
articular una narrativa nacional generada desde el propio Estado israelí que
unifica a la población judeo-israelí y que legitima la dominación y expansión
del control territorial de la Palestina histórica. Como cualquier otro Estado, Israel
cuenta con los medios (educativos, sociales, de comunicación, académicos, etc.)
para construir e implantar dicha narrativa entre sus ciudadanos y, en cierta
medida, exportarla fuera del país. Por un lado, intenta justificar los derechos
históricos del pueblo judío sobre Palestina basados en textos religiosos; por
otro lado, evita cualquier especificidad de la población autóctona respecto a
otras comunidades o regiones vecinas, considerando a los pobladores simplemente
como “árabes”, negándoles así cualquier vinculación con la tierra y una
identidad diferenciada (Barreñada, 2003: 276), lo que anularía cualquier demanda
territorial o política de los palestinos. Desde 1948, esta estrategia se materializa,
entre otras formas, en la erradicación de los nombres árabes de las poblaciones
y regiones bajo soberanía o control militar israelí, sustituyéndolos por
nombres en hebreo y/o con connotaciones bíblicas. Esta política genera nuevas
identidades geográficas israelíes que ocultan las palestinas y así, niegan su
existencia. De esta manera, a partir de 1967, Cisjordania pasó a designarse
como Judea y Samaria en el lenguaje oficial israelí, y los palestinos que viven
en ella son considerados “refugiados árabes” o “árabes de los territorios”
(Martinelli, 2016: 25).
Por su parte, la ausencia de una entidad estatal
propia ha dificultado (aunque no impedido), la gestación de un discurso y
narrativa palestina homogénea que cale con el mismo éxito de su contraparte
israelí. Así pues, al dividirse la población entre refugiados y residentes en
los Territorios Ocupados (sin contar con los árabes de Israel), la identidad
nacional[1] y la
defensa de esta, se han construido desde dos diferentes frentes y con distintas
herramientas. Por un lado, entre los refugiados palestinos a través de la reagrupación
en los campamentos según los lugares de origen, la idealización de la tierra
arrebatada, la resistencia a la asimilación en los países de acogida, la exigencia
del derecho al retorno y la lucha armada. Por otro lado, entre los palestinos
de los Territorios Ocupados, a través de la resiliencia ante los abusos de la
potencia ocupante[2] y la
violencia de los colonos, materializada en la resistencia no violenta o sumud (firmeza o
resiliencia).
A pesar de esta diferenciación en orígenes y
evolución del nacionalismo palestino, existen elementos que unifican la
filiación palestina dentro y fuera de los Territorios Ocupados. Así pues, según
Rosemary Sayigh (1977: 21), el desarrollo de la
identidad palestina se ha basado en: a) una historia que diverge profundamente
de la de otros pueblos árabes; b) una situación de destitución, dispersión,
pobreza, opresión y control ejercido por no palestinos; c) la ambigüedad en el
apoyo árabe, discrepancia entre el apoyo verbal “a la causa” y el tratamiento
dado a los palestinos; d) el desarrollo de otras identidades sub-árabes
(jordana, siria, etc.), alrededor de los regímenes e intereses regionales; e)
el establecimiento de la OLP y el surgimiento del movimiento de resistencia; y
f) factores indígenas tales como la solidaridad familiar y los lazos vecinales
entre los palestinos de origen rural, su experiencia histórica de
autodependencia y de supervivencia.
La
ocupación de 1967: expropiación y colonización
La ocupación total de la Palestina histórica por
parte de Israel desde 1967 supuso una vuelta de tuerca más en la lucha
palestina que se adaptó a las nuevas circunstancias. A diferencia de 1948,
Israel no pretendió la anexión inmediata de los nuevos territorios de Gaza y
Cisjordania, por las consecuencias demográficas que podría acarrear en el
carácter judío del Estado. Otorgar la ciudadanía y voto a una población árabe
que crecía más que la judía era impensable. La estrategia emprendida desde
entonces será la de anexión escalonada de territorio palestino a través de
confiscación de tierras, expulsión de los pobladores y la construcción de
asentamientos judíos a lo largo y ancho de los Territorios, pero en especial Cisjordania
y en Jerusalén Oriental (proclamada unilateralmente capital israelí desde 1980)[3]. Se
calcula que desde 1969 se han emitido más de 1.150 órdenes de confiscación de
propiedades en Cisjordania (Hass, 2019), basadas en un conjunto de leyes,
llamadas de los ausentes, que permite a Israel hacerse de tierras palestinas si
se documenta que la tierra ha estado abandonada por tres años (Hammad, 2019). Asimismo, el argumento de la seguridad
también ha sido utilizado recurrentemente para la anexión israelí de nuevos
territorios. Así pues, Israel ha buscado la emigración forzada o inducida de la
población local, su expulsión y la apropiación de sus territorios (Abu Quevedo,
2002: 160).
Respecto a la construcción de asentamientos de
colonos de israelíes ésta comenzó prácticamente desde el inicio de la ocupación
en 1967[4],
buena parte de ellos creados en zonas confiscadas por Israel para convertirlas
en “zona militar cerrada”, sin acceso para la población palestina. Judíos
nacidos en Israel y el extranjero[5]
encontraron diferentes incentivos para mudarse a los asentamientos. Los más
secularizados por incentivos de tipo económico como ventajas fiscales,
subvenciones y préstamos a bajo interés; los ultranacionalistas y
fundamentalistas por motivaciones religiosas impulsadas por los partidos
israelíes ultrareligiosos y por el partido Likud (Abu Quevedo, 2002: 159).
De acuerdo al Centro de Información Israelí por
los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados B’TSELEM (2017a), de 1967 a
finales de 2017, existían más de 200 asentamientos israelíes en Cisjordania[6], de
los cuales 131 estaban reconocidos oficialmente por el Ministerio del Interior
Israelí. En todos ellos residen más de
620.000 colonos, de los cuales unos 209.270 viven en los terrenos que Israel
anexó a la municipalidad de Jerusalén. Los asentamientos han sido el
instrumento utilizado para establecer una táctica política de hechos consumados
en la política territorial israelí, porque no sólo se confisca el territorio
donde se encuentran los asentamientos, sino aquel necesario para establecer una
red de carreteras para su uso exclusivo, barricadas, checkpoints, etc., que limitan el
libre movimiento de los palestinos y que en ocasiones niegan el acceso de los
propietarios a sus tierras de cultivo. En este sentido, es destacable la
creación del Muro de Separación que aprobó construir Israel en 2002, que
discurre unos 800 kilómetros a lo largo de toda Cisjordania y rodea Jerusalén.
Su construcción se justificaba por dos objetivos: para separar los
asentamientos judíos y las poblaciones israelíes de los pueblos y villas
palestinos, y para evitar el ingreso de posibles terroristas a territorio
israelí. El muro, trazado en partes en hormigón y en otras con una valla
electrificada, se ha construido en un 80% sobre tierras palestinas[7],
aislando tanto poblaciones como áreas de cultivo.
Los Acuerdos de Oslo de 1993 entre la Organización
para la Liberación de Palestina (OLP) e Israel, no trajeron cambios
significativos ni en el proceso de anexión territorial ni en la construcción de
nuevos asentamientos. Hasta cierto punto, incluso ha incrementado ambos
procesos, dado que Israel aún controla el 62,9% del territorio cisjordano[8], es
decir la llamada Área C de dichos Acuerdos, aprovechados por Israel para
extender su barrera de separación y construir nuevos asentamientos, conforme a
su política de hechos consumados. Tal como indica Marcelo Otero (2017: 58), la
creación de limitaciones cotidianas al movimiento de los campesinos palestinos
parece ser una preparación para el desalojo definitivo, la construcción de una
normalidad de permanente crisis para las comunidades de los Territorios Ocupados.
Sumud:
la resistencia no violenta
A diferencia de 1948, cuando el 70% de la
población palestina huyó para salvar la vida y terminó convirtiéndose en la
comunidad de refugiados más antigua de la historia moderna, en 1967 la inmensa
mayoría de los palestinos, durante y después de la guerra, permaneció en sus
hogares. La ocupación transformó profundamente la estructura socioeconómica de los
Territorios, a través del paulatino incremento del desempleo y las
restricciones al comercio debido al recurrente cierre de carreteras y accesos a
Israel, la ausencia de estabilidad o seguridad jurídica y física necesarias
para invertir, la disminución de las propiedades y tierras para la producción
debido a las expropiaciones (Abu Quevedo, 2002: 167). Al mismo tiempo, la
ocupación introdujo una transformación demográfica con la creación de los
asentamientos israelíes.
Tras la victoria israelí de 1967, los primeros empeños
palestinos de reacción armada contra la ocupación tuvieron un elevado coste en términos
de vidas humanas, castigos colectivos, encarcelamientos y deportaciones debido
al poder asimétrico de los bandos. Como consecuencia, la resistencia armada dentro
de los Territorios quedó muy debilitada debido a la presencia de las FDI. Hasta
la primera intifada[9]
de 1987, el liderazgo de la resistencia armada y política se encontraría en
la periferia de la Palestina histórica, principalmente en Jordania, en Líbano y
en Túnez.[10]
Sería entonces otro tipo de resistencia de carácter civil y no violenta,
obligada a lidiar diariamente con la ocupación, la que terminaría por
prevalecer en los Territorios. Tal como indica Abu Quevedo, “la pauta
generalizada de los habitantes de Gaza y Cisjordania fue de recogimiento al
ámbito privado ante la decepción que causaron la derrota árabe, el fracaso de
la estrategia guerrillera, la represión israelí, y las apremiantes necesidades
materiales de subsistencia” (Abu Quevedo, 2002: 159).
El concepto de sumud que se traduciría como firmeza o resiliencia, es un elemento
destacable de la resistencia palestina a la ocupación militar y a los intentos
de expulsión de su patria, y por tanto, de la
narrativa identitaria entre los palestinos que remarca el sentimiento de apego
y anclaje a la propia tierra. Supone
“una firme determinación de permanecer, de luchar, de lucha militante y de
resistencia no violenta” (Martinelli, 2016: 31), que reivindica que existir, es
decir, el estar ahí, es resistir (Rijke y Teenffelen, 2014). Resistencia basada no en el heroísmo sino
en la supervivencia diaria (Martinelli, 2016: 32). El sumud se manifestó tanto de manera organizada como de forma espontánea e
individual. La primera a través de la construcción de instituciones nacionales
como municipios, centros de estudio e investigación, publicaciones y
asociaciones de beneficencia y socioculturales, movimientos estudiantiles, etc.
(Abu Quevedo, 2002: 217). La segunda, más popular, a través del uso cotidiano de
símbolos tradicionales como la kufiya, el pañuelo blanco y negro que usaban
los campesinos y beduinos palestinos, en la danza, en el teatro, la poesía,
etc. (Martinelli, 2016: 32), pero también en el cultivo de la tierra.
El
sector agrícola bajo la ocupación
Desde los albores del nacionalismo palestino, la
economía regional ya era eminentemente agrícola, y para 1967, la economía de
Cisjordania seguía dependiendo mayoritariamente del sector primario. Pero a
partir de entonces, el sector agrícola padeció enormemente los efectos de la
ocupación debido a las restricciones al movimiento, la expropiación de tierras
y aguas, la falta de ayudas gubernamentales al campo, y la competencia desleal
de los productos agrícolas israelíes (Abu Quevedo, 2002: 245). Los Acuerdos de
Oslo no mejorarían sustancialmente la libertad
de movimiento en Cisjordania, lo que agravaría su producción agrícola: según la
Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO,
2017: 22), la combinación de las restricciones impuestas en las zonas B y C
(como el régimen de permisos para transitar por la zona C y los cierres de
carreteras y accesos) y el muro de separación, han dejado al 50% de la tierra
cultivable cisjordana inaccesible a sus dueños árabes (FAO, 2017: 22).
Así pues, las restricciones al movimiento a
través de instalaciones militares y checkpoints, por ejemplo, ha supuesto un aumento del coste
de los productos palestinos de un 35,6% desde 2000; además, los tiempos
necesarios para el transporte han aumentado cerca de un 40%. Asimismo, Israel
ha confiscado o destruido muchas de las fuentes de agua: si en 1967 había 774
pozos en Cisjordania, en 2005 sólo quedaban 328 pozos en funcionamiento (Llopis).
De toda tierra cultivable de Gaza y
Cisjordania, sólo el 19% se irriga (FAO, 2017: 22). De hecho, Israel ha estado
extrayendo mucha más agua del nivel estipulado por los acuerdos de Oslo y ha
confiscado en 82% de las aguas subterráneas, por lo que los palestinos han
debido “importar” su propia agua de Israel (UN News, 2016). Mientras la
población israelí casi duplica a la palestina, su consumo de agua es 7,5 veces
más alto, y hasta 9 veces en el caso de los asentamientos (Otero, 2017: 59)
Respecto a los cultivos principales,
históricamente en Gaza solía predominar la horticultura, sobre todo los
cítricos, pero debido a las crecientes dificultades de acceso a la tierra y el
agua, éstos están siendo sustituidos por olivos y palmas, más resistentes a la
falta de agua y menos necesitadas de cuidados. Se produce y exporta además de
los ya mencionados, verduras, almendros, uvas y flores. Resulta alarmante el
dato referente a la drástica reducción del peso de la agricultura en el PIB
palestino. En el caso de Cisjordania ha pasado del 14% a mediados de los
noventa, a apenas un 4,5% en 2014 (FAO, 2017: 22), por lo que actualmente la
producción interna no cubre la propia demanda, y los palestinos dependen de los
excedentes importados desde Israel para cubrir sus necesidades mínimas.
El
olivo
Por milenios, diferentes civilizaciones han
considerado al olivo como un árbol robusto, que relativamente requiere pocos
cuidados, pero mucho tiempo para dar sus frutos. La Grecia y Roma clásicas
estaban impregnadas de historias y mitos relativos al olivo que terminaron por
convertirlo en símbolo de fecundad y victoria. La tradición judeo-cristiana,
gracias a la historia de Noé, añadiría a este árbol su representación de paz y
esperanza, símbolo utilizado en noviembre de 1974 por el representante de la
OLP, Yasser Arafat, en su histórico discurso ante la Asamblea de Naciones
Unidas.[11]
Según datos de la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), desde 1967, aproximadamente 2,5
millones de árboles frutales, de ellos unos 800.000 olivos, has sido arrancados
o destruidos por la FDI, o por los colonos de los asentamientos en Cisjordania (UN
News, 2016). Dicha destrucción tiene implicaciones económicas, políticas,
legales e identitarias.
En términos económicos, la producción de aceitunas
y aceite de oliva ha sido central para el sector agrícola palestino. Se calcula
que cada olivo romano -la variedad común en Palestina- produce anualmente
aceite por valor de 150 a 280 dólares (Hammad, 2019).
Aproximadamente el 45% de la tierra arable de Gaza y Cisjordania está plantada
con 12 millones de olivos, y en Cisjordania, la industria aceitunera representa
aproximadamente el 25% del valor total de la producción agrícola, algo más de
100 millones de dólares en ingresos (Oxfam, 2010) lo que supone que unas 10.000
familias dependen de ella (United Nations
Office for the Coordination of Humanitarian Affairs, 2011). El
90% de la producción se destina a la producción de aceite, procesado en unos de
las 194 almazaras de los Territorios (Braverman,
2009). La destrucción de los olivos se enmarca en un proceso continuo de
abandono de campo que deforma la estructura de la economía palestina (UN News
2016).
En términos legales, la destrucción de los
olivares es el primer paso para confiscar a sus dueños árabes la tierra en la
que se asientan. Conforme a las leyes israelíes mencionadas anteriormente,
Israel puede expropiar aquellas propiedades “abandonadas” por sus legítimos
dueños después de tres años de ausencia[12].
En este sentido, los olivos dan protección legal a la tierra, por lo que no
puede ser expropiada por Israel u ocupada legalmente por colonos israelíes. Al
destruirlos, se elimina dicha protección jurídica. Para 2019, se calculaba que
había unos 3.200 casos contra la confiscación de tierras y propiedades en los
juzgados israelíes (Hammad, 2019). Otra razón aducida
para arrancar los árboles han sido la seguridad, dado que, según las FDI, los
olivares han sido utilizados como escondite para atacar o emboscar a los
colonos o a los propios militares israelíes (Lynfield,
2000). No obstante, los palestinos consideran la destrucción de sus huertos
como un acto de castigo colectivo, sobre todo porque estas acciones se intensificaron
a partir del 2000, con el inicio de la segunda Intifada. Tal como interpreta el
proyecto de Monitorización de las Actividades de Colonización Israelíes, Tel
Aviv ha elegido “hacer la guerra contra el pueblo palestino no sólo en el campo
de batalla, sino también en los campos de olivos” (Sarafa,
2004). De hecho, la construcción del famoso Muro de Separación supuso el
arrancar decenas de miles de olivos a lo largo de sus 800 kilómetros, y sólo la
presión internacional hizo que Israel asegurara que trasplantaría todos esos
árboles donde los dueños lo indicaran, sin tomar en cuenta que muchos
propietarios no tienen terrenos alternativos para ello (Braverman,
2009: 248-249).
Finalmente, en términos políticos y
sociológicos, la lucha por la destrucción o supervivencia de los olivos se
enmarca en la narrativa de la construcción nacional israelí que anula o ignora
cualquier referencia a la identidad palestina. Marcelo Otero (2017: 57),
citando a Porto Goncalves, asume que la construcción del ser, no puede estar disociada del estar, es decir, toda sociedad construye su propia forma de vida en
el espacio que ocupa haciéndolo suyo. En otras palabras, la apropiación del
espacio geográfico genera identidades; la sociedad se territorializa, y el
espacio se analiza en la suma de las relaciones políticas, culturales y
económicas de las personas. Así pues, la constante destrucción de los olivos
significa la destrucción real e imaginaria de Palestina y los palestinos, no
sólo como entidades físicas, sino como las manifestaciones imaginadas de dicha
realidad (Hamdi, 2017: 15). No es pues sólo una lucha
que busca suprimir el sustento económico y territorial del dominado, sino
también eliminar una encarnación mayor de la presencia histórica y lazos
territoriales de los palestinos con su patria, es decir, la destrucción de un
símbolo nacional.
Del lado palestino, los olivos son un símbolo
más del sumud o resistencia no violenta. Sin requerir
excesivo cuidado, al olivo le toma unos 40 años alcanzar su altura máxima y
varias décadas para comenzar a dar frutos; llegan a vivir unos 400 años, aunque
algunos han sobrevivido hasta 700 o mil años (Hanley,
2010). Heredados de generación en generación, para los palestinos es un símbolo
de su propio arraigo a su patria, de su resolución de permanecer en ella. Los
frutos del olivo permiten la supervivencia de muchas familias y hasta hace poco
el periodo de recolección de las aceitunas se consideraba un momento festivo
para las familias involucradas en el proceso (Mitnick,
2010). Incluso para aquellas cuya economía no dependía de las aceitunas,
familias asentadas ya en zonas urbanas, la cosecha ha sido una tradición que
reflejaba la historia, unidad y solidaridad familiar (Jabr,
2001). La importancia del olivo en la narrativa identitaria palestina se
refleja en las historias individuales, en la literatura, y especialmente en la
“poesía de la resistencia”[13],
donde se describe este árbol como la memoria viva de los pueblos y villas palestinos,
testigos silenciosos del sufrimiento de la ocupación. Incluso para aquellos
palestinos en el exilio, el olivo se constituye en un lazo de unión física y
simbólica con la tierra perdida. Física porque con la creación del Estado de
Israel se demolieron innumerables viviendas y aldeas palestinas, pero mucha de
la vegetación, incluyendo los árboles de olivo, sobrevivió y se convirtió en
referencia geográfica de la antigua propiedad familiar para muchos refugiados y
sus descendientes (Braverman, 2009: 244-246). Simbólica
al trascender el ámbito de la ocupación y conformar su propio espacio literario
y académico en el exilio que encuentra el dicho árbol la encarnación de la
cultura palestina[14].
En la lucha político-identitaria, el papel de algunos
colonos israelíes ha sido crucial. El triunfo militar de 1967 fue interpretado
por una parte del sionismo más religioso como señal divina favorable a la
conquista y ocupación del Gran Israel bíblico[15].
El nacionalismo israelí, basado en el nacionalismo europeo, es decir secular,
fue adquiriendo desde entonces tintes religiosos cada vez más ortodoxos y
fundamentalistas en ciertos sectores, aunque minoritarios, de la sociedad
israelí y en comunidades judías de todo el mundo. Conforme a esta lectura, los
palestinos debían ser expulsados de la tierra de Israel (Pfoh,
16), y una forma de presionarlos es a través de la destrucción de sus medios de
subsistencia y símbolos de su pertenencia a la tierra. La narrativa sionista
describe las características del árbol (robustez y durabilidad) como indicadores
de la naturaleza improductiva de los palestinos que lo cultivan, y, sobre todo,
como ejemplo de la incapacidad de los palestinos para embarcarse en formas más
modernas de cultivo (Braverman, 2009: 243), es decir,
para confirmar el estereotipo del árabe vago frente al espíritu emprendedor del
europeo que “hace florecer el desierto”. No obstante, se debe destacar que no todos los
colonos fundamentalistas aprueban la destrucción de los olivos, dado el
carácter sagrado de esos árboles en la tradición judía (Braverman,
2009: 252)
Las acciones
violentas emprendidas por los colonos contra los palestinos son cotidianas en
Cisjordania, y van desde el incendio de mezquitas, quema de ejemplares del
Corán o alfombrillas para el rezo, hasta disparos a paneles solares (Hanley, 2010), el bloqueo de carreteras, lanzamiento de
piedras a autos y viviendas, ataques contra villas y tierras agrícolas,
incendio de autos, ataques y agresiones contra personas, el envenenamiento, incendio
o corte de árboles, especialmente olivos, y daño o robo de cosechas (B’TSELEM, 2017b). Pese a las denuncias de estos
ataques, aproximadamente el 85% de las investigaciones de estos casos terminan
sin que se tome ninguna acción y que sólo un 1,9% de las quejas ante la policía
hechas por palestinos terminen con la condena de un civil israelí (Idem). La consecuencia de esta falta de seguridad jurídica
es que desde 2014, se hayan intensificado los ataques de colonos, especialmente
los ataques contra los olivos, cuya intención es eliminar la presencia
palestina del Área C, controlada por Israel (Hammad
2019).
La falta de
compromiso político para detener las agresiones de los colonos por parte de las
FDI se evidenció cuando éstas prohibieron a los agricultores palestinos ir a
sus huertos cercanos a algún asentamiento, en vez de protegerlos de la
violencia de aquellos. En 2004, los líderes de cinco comunidades palestinas
pidieron a la Suprema Corte de Justicia (SCJ) de Israel que obligara a los
militares permitirles acceder a sus cultivos y protegerlos de los ataques de
los colonos. La SCJ aceptó la petición y, como resultado, se creó un “sistema
de coordinación” que permitiría a los palestinos acceder a sus tierras por
varios días dos veces al año: durante las temporadas de arado y la cosecha (B’TSELEM, 2017b)[16].
No obstante, la solución ha sido poco eficaz en cuanto a la falta de
coordinación entre FDI y propietarios, y porque deja los cultivos el resto del
año a expensas de los colonos, que lo aprovechan para arrancar los árboles o
cosecharlos ellos mismos (Hanley, 2010). Lo anterior
tiene consecuencias no sólo en la economía sino también en el ánimo de los
palestinos, para quienes la tierra es parte de su identidad y las estaciones y
la cosecha parte de su mundo cultural (Braverman,
2009:244).
La creciente violencia de los colonos ha dejado
su impronta a nivel individual y colectivo entre la población de Cisjordania
que vive intimidada por ellos. Aquella que vive cerca de los asentamientos
evita acercase o cruzan las áreas cercanas a ellos para llegar a sus cultivos
sólo acompañados por militares u otros civiles israelíes (principalmente
activistas de Derechos Humanos), algunos otros han abandonado sus tierras por
temor a perder la vida (B’TSELEM, 11 nov 2017).
Los colonos entienden que la destrucción de los olivares y el hurto de
sus frutos no sólo daña de manera individual al dueño del huerto, sino que
levantan la ira y frustración en toda la población (Mitnick,
2010), lo que incide en cualquier intento de buscar una salida política al
conflicto israelí-palestino que pudiera romper con las aspiraciones
maximalistas de los colonos de construir el Gran Israel. Para ellos, el
objetivo no son los árboles, sino la tierra, que se pelea palmo a palmo.
Paradójicamente, todos los actos del gobierno y algunos
colonos israelíes para destruir, negar y sabotear el acceso de los palestinos a
sus olivares han tenido el efecto de conferir al árbol del olivo un enorme
poder simbólico del nacionalismo palestino y sobre
todo, de la resistencia palestina a la ocupación (Braverman,
2009: 238). De hecho, para contrarrestar la pérdida de los árboles quemados,
arrancados, cortados o envenenados, los palestinos realizan regularmente
campañas de reforestación en tierras bajo amenaza de confiscación (Hammad, 2019), y emprenden la recolección de las aceitunas
de la mano de organizaciones no gubernamentales palestinas como To Be There, israelíes e
internacionales tales como B’TSELEM, Stop The Wall, East Jerusalem YMCA
(Stop the Wall, 2015), o la británica Zaytoun, de voluntarios de todo el mundo y de la UNRWA, la
agencia de Naciones Unidas que desde 1950 da auxilio a los refugiados
palestinos en todo Oriente Medio (UNRWA, 2016; 2018). Algunos medios han
llamado la Intifada Verde a este
esfuerzo colectivo que en los primeros años de la segunda intifada ha permitido
sembrar más de 70.000 nuevos olivos en centenares de parcelas (Van Hollen, 2012), además de mantener o recuperar otros
cultivos de los territorios (Klochendler, 2013). El objetivo no es sólo económico sino
político: la participación de agentes externos al conflicto permite la difusión
del problema y, en ocasiones, que los colonos y FDI refrenen sus acciones
contra los palestinos.
Conclusiones
Desde
1967, la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania permeó en la evolución de la
identidad palestina de sus habitantes, que se diferenció en forma y estrategia,
de la emprendida por los palestinos en el exilio. En estos territorios, la
narrativa identitaria se basaría desde entonces en los vínculos con la tierra y
con el firme propósito de permanecer en ella a pesar de la ocupación militar. La lucha se desarrollaría principalmente a
través de una resistencia pacífica o sumud ante los intentos de desposesión y expulsión, que
los palestinos reivindicarían desde diferentes ámbitos, desde el cultural hasta
el geográfico, la pertenencia y lazos del territorio con el pueblo palestino.
La carga económica, familiar, cultural e incluso
emocional del árbol del olivo lo ha convertido en un arma en la lucha de la
construcción identitaria de los palestinos y, sin desearlo, dicha carga ha sido
reforzada tanto por Tel Aviv como por los colonos de los asentamientos en sus
empeños de expropiación y destrucción de dicho cultivo.
La recolección de los frutos del olivo ha dejado
de ser exclusivamente una celebración familiar para convertirse en un acto
reivindicativo de perseverancia y reafirmación identitaria de toda la comunidad
palestina, que sin desearlo, ha convertido los campos
de cultivo en campos de batalla identitaria y nacional.
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Recibido: 18/12/2019
Evaluado: 14/02/2020
Versión Final: 20/03/2020
[1] La identidad nacional es descrita por
Talavera (1999) como “[…] el sentimiento subjetivo del
individuo a pertenecer a una nación concreta, a una comunidad en la que existen
diversos elementos que la cohesionan y la hacen única, como por ejemplo la
lengua, la religión, la cultura, la etnia, etc.; siendo estos elementos
objetivos sobre los cuales se asienta el sentimiento de pertenencia a una
comunidad, una comunidad nacional”.
[2] Israel es
firmante de la Cuarta Convención de Ginebra de 1949, que en su Sección Tercera
establece las obligaciones de las potencias ocupantes y provisiones para
proteger a los civiles en los territorios bajo ocupación, entre ellas, la
prohibición de construir en tierras ocupadas.
[3] Jerusalén Esta estuvo bajo administración jordana
desde 1948 hasta 1967 cuando fue ocupada por los israelíes. En julio de 1980,
el parlamento israelí aprueba la ley básica que establece a Jerusalén como la
capital “eterna e indivisible” de Israel. De esta forma, se daba carácter legal
a la unificación de la ciudad que de facto estado hebreo había realizado
tras la ocupación de Jerusalén Este, incluyendo la Ciudad Vieja, desde 1967. El
Consejo de Seguridad de la ONU aprobaría la resolución 478, que rechazaría dicha
ley, considerándola contraria al derecho internacional.
[4] En la guerra de 1967 también se ocupó el Sinaí
egipcio y los Altos del Golán sirios, éstos aún bajo control israelí y con más
de 30 asentamientos judíos. Las colonias judías establecidas en la península
del Sinaí fueron desmanteladas tras los acuerdos de paz entre Egipto e Israel de
1979.
[5] En 1950, el Parlamento israelí promulgó la Ley del
Retorno, que concede la residencia a todos los judíos o descendientes de judíos
hasta la tercera generación de cualquier lugar del mundo que deseen emigrar Israel.
Dos años después, la Ley de Ciudadanía otorgaba a todos estos inmigrantes la nacionalidad
israelí. En 1970 se amplió el derecho a obtener la ciudadanía israelí “también al hijo y al nieto de un judío,
a la pareja de un judío, y a la pareja del hijo y nieto de un judío,
exceptuando a quien era judío y cambió de religión por voluntad propia.”
[6] Otros 16 que se
habían creado en la Franja de Gaza y 4 en el norte de Cisjordania fueron
desmantelados en 2005, como parte del Plan de Desconexión. Aunque ya no existen asentamientos en la
Franja, Israel perpetúa su control aéreo, marítimo y terrestre sobre dicho
espacio, que en la actualidad se encuentra sujeto a un bloqueo.
[7] El muro ha creado
una nueva frontera de facto que supondría la anexión israelí de un 8,5% del
territorio cisjordano.
[8] En 1995, el
Acuerdo de Taba u Oslo II dividiría Cisjordania en 3 diferentes áreas: A, B y C
que se irían modificando conforme el avance de las negociaciones Actualmente y
tras años de estancamiento en las negociaciones, en Cisjordania el Área A con
el 53% de la población y el 18,3% del territorio está bajo control civil y de
seguridad palestino; el Área B, con el 41% de la población y el 18,8% del
territorio, el control civil lo tiene la Autoridad Palestina, y la seguridad
queda compartida con los israelíes; y finalmente el Área C, con el 5,8% de la
población y el 62,9% del territorio queda bajo control total israelí en
términos de seguridad y planificación y es el espacio de los pueblos agrarios.
La franja de Gaza no se regía por esta división.
[9] La primera intifada fue el
levantamiento popular y masivo palestino en contra de la ocupación israelí en
Gaza y Cisjordania entre 1987 y 1993. Las imágenes de jóvenes y niños
palestinos luchando con piedras contra tanques y soldados fuertemente armados
desprestigiarían la imagen de Israel y serían uno de los factores
desencadenantes de las iniciativas de paz de 1991 en Madrid y 1993 en Oslo. En
el contexto de este levantamiento popular también surgiría un nuevo actor en la
sociedad palestina, el Movimiento de Resistencia Islámica, Hamás.
[10] En 1967 George Habash,
médico palestino refugiado en Jordania, fundaría el Frente Popular para la
Liberación de Palestina (FPLP), de corte marxista, desde donde lanzaría ataques
no sólo contra Israel sino contra el propio gobierno jordano. Abu Nidal,
también en Jordania y tras escindirse de Fatah, fundaría
otro grupo guerrillero, El Consejo Revolucionario, conocido también como
Organización Abu Nidal (OAN). Al Fatah o
Movimiento Nacional para la Liberación de Palestina, principal organización
dentro de la OLP, fue creada por Yasser Arafat en 1959 y a lo largo de su
historia, sus brigadas lanzaron ataques sobre territorio israelí sobre todo
desde territorio jordano y libanés, hasta su expulsión a Túnez en 1983.
[11] “Hoy he venido portando una rama de olivo
en una mano y el arma de un luchador por la libertad en la otra. No dejen que
caiga de mi mano el ramo de olivo. Repito: no dejen que caiga de mi mano la
rama de olivo”. Discurso completo disponible en https://www.marxists.org/espanol/arafat/1974/onu-13nov.htm
[12] Israel se basa en
una ley otomana de 1858 que considera todo terreno como estatal, a menos que se
pruebe lo contrario. Así, si un terreno es “abandonado” o no es cultivado por
tres años sucesivos, se convierte automáticamente en terreno estatal.
[13] Braverman señala a poetas como As’ad
al-As’ad, Mahmoud Awad Abbas, Tawfiq Zayyad, y el
poeta palestino por excelencia, Mahmoud Darwish.
[14] En 2017, se
inicia la publicación electrónica de la revista en castellano Al Zeytun. Revista
iberoamericana de investigación, análisis y cultura palestina. Ver http://alzeytun.org/
[15] Según el libro del Génesis, Dios promete al pueblo
judío un territorio mucho mayor a las actuales fronteras territoriales
israelíes. «Yo
les daré a tus descendientes la tierra que va desde el río de Egipto hasta el
río Éufrates. Es la tierra donde ahora viven los quenitas,
los quenizitas, los cadmoneos,
los hititas, los ferezeos, los refaítas, los
amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos»
(Génesis, 15:18-21). Justificado en
estos versículos, el sionismo más religioso busca expandir la soberanía israelí
cuanto sea posible a costa de los palestinos y demás estados árabes vecinos.
[16] Según datos de
Naciones Unidas de 2011, sólo 44 de los 66 checkpoints del Muro de
Separación se abren en la temporada de cosecha, entre octubre y noviembre. El
mismo informe indica que cerca del 40% de las solicitudes de “permisos de
visitante” para acceder a los campos de olivos que se encuentran detrás del
Muro fueron rechazadas. Ver United Nations Office for the Coordination of Humanitarian Affairs, Olive Harvest Factsheet, octubre 2011, https://unispal.un.org/pdfs/OCHA_OliveHarvest.pdf