La explicación
histórica. Punto de quiebre entre el Relato histórico y la Narración histórica[1]
Historical explanation. Break point between the historical text and the
story
Pablo César Ojeda Lopeda
Pontificia
Universidad Católica de Chile;
Facultad
de Educación (Chile)
pcojeda@uc.cl
Resumen
El artículo plantea el concepto Explicación Histórica como eje que
permite diferenciar entre un Relato Histórico con características narrativas y
la Narración Histórica. Presenta cinco elementos extratextuales -la prueba
documental, la conceptualización disciplinar, la conexión de eventos, la
reflexividad crítica y el tratamiento con entidades-, y ejemplifica cómo
aparecen en uno y otro género textual. Se concluye que el relato histórico es
un texto límite que, siendo verosímil como cualquier producto narrativo, aspira
a ser verdadero.
Palabras Clave
Explicación histórica; relato histórico; narración histórica;
género.
Abstract
This paper argue that
the Historical Explanation is the axis that allow differentiate between a
Historical Text with narrative characteristics and a Story. Also, show five
extratextual elements –documental prove, the disciplinary conceptualization,
the connection of events, the critical reflexivity and the treatment with
entities- and how appear in boths texts, the
historical text and the story. This paper show examples about that elements in
both texts. Like a conclusion, this paper statement that the historical text
although it´s plausible like any narrative text, he have
the pretention of be true.
Keywords
Historical
explanation; historical text; story, genre.
Introducción
Desde mediados del siglo XX
el Relato histórico fue asumido como
una forma más como se concreta la narración (White, 1992, 2003). Este hecho
generó que las líneas que dividían al relato histórico de otras formas de
narración como la Narración histórica,
v.gr. Novela Histórica, no fueran tan claras llegando incluso hasta plantear
que entre uno y otro no existían mayores diferencias. Sin embargo, pasado un
tiempo esas diferencias fueron emergiendo. El presente artículo plantea cómo se
presentan tales diferencias en ambos géneros textuales.
En el contexto
hispanoamericano autores como Araújo, Álvarez & Medina (2013), Bonet
(2005), Buxó (2011), Franco (2008), Matas (2004), han
abordado las diferencias entre esos dos géneros; sin embargo, las
han trabajado especialmente en el plano de retórico, sin presentar mayores
evidencias que ejemplifiquen lo afirmado; además, al abordar aquello que
diferencia ambos géneros textuales, lo han hecho de forma discreta, aislada,
como si fueran expresiones que nada tienen en común.
Para intentar cubrir los vacíos de trabajos anteriores, este texto tiene
la intención de: 1º. Emplear
como recurso didáctico ejemplos puntuales tomados tanto de relatos históricos,
como de narraciones históricas, para evidenciar la diferencia entre uno y otro
género textual. 2º. Proponer que las diferencias entre ambos
géneros textuales, no son eventos aislados, sino que son la expresión de algo
mucho mayor que aporta a construir de manera integrada lo que Ricoeur (1995),
denomina la Explicación histórica.
Para cumplir los propósitos
mencionados, este texto se estructura de la siguiente manera: con base en la
epistemología de la historia como telón de fondo, se realiza un breve recorrido
por el desarrollo de la disciplina, planteando inicialmente la concepción
positivista de la disciplina, hasta llegar a su postulación como disciplina narrativa
e interpretativa. Esta primera parte se cierra haciendo alusión a las
dificultades que se generaron al interior de la propia disciplina para entender
las diferencias entre un relato histórico con características narrativas y una narración
histórica. Posteriormente, se propone el concepto Explicación histórica como aquel desde el cual es posible
generar las distinciones entre los géneros mencionados. Para lograr esa
distinción, se examinan los diferentes elementos que componen dicho concepto. Para
mayor claridad, se ejemplifica cada uno de dichos componentes indicando cómo emergen
en algunos relatos históricos (v.gr. investigaciones históricas) y se
contrastan con narraciones históricas (v.gr. novelas históricas).
Cambio
de perspectiva: del positivismo histórico al narrativismo
histórico
En el devenir de la historia
su objeto de estudio no ha cambiado: El pasado. Desde la tradición
positivista, o paradigma tradicional como lo denomina Burke (1996), se asumía que él era inalterable. La labor
del historiador consistía entonces en dar cuenta de ese pasado "tal como
fue", como lo propuso Ranke en su momento (Olábarri,
2013).
Desde esta propuesta, se
asumía que el historiador se acercaba a las fuentes documentales, generalmente
estatales, y estas entregaban los datos con los que él daba constancia del
evento. Concebir la historia como disciplina del pasado "tal como
fue", conllevaba también una manera particular de escribir acerca de ese
pasado: La descripción. Esta forma de presentar un evento obliga al descriptor
a mostrar aquello que está sucediendo frente a sus ojos, sin que sus valores
interfieran en aquello que ha observado.
Tal perspectiva
de la disciplina empezó a ser fuertemente criticada especialmente desde
mediados del siglo XX. Las críticas a esa forma de ver el pasado y de hacer historia
fueron planteadas desde diferentes frentes, dos de los cuales fueron la mirada
polifónica de la historia y el planteamiento de la alineación ideológica del
historiador, que a continuación se desarrollan brevemente.
Una crítica que
se le hizo a la perspectiva positivista fue que ella era generalmente contada
desde la perspectiva oficial y del ganador. Los "nuevos
historiadores", comprendieron que el evento del pasado podía ser estudiado
como un acto polifónico (Burke, 2010); es decir,
desde las voces de aquellos que tradicionalmente no habían aparecido en la historia:
mujeres, indígenas, esclavos, vencidos, inmigrantes, entre otros (Burke, 2010; Stradling, 2003), y
cuyo punto de vista podía llegar a diferir acerca de cómo el pasado era
comprendido, lo que abría las puertas a otras interpretaciones del mismo.
Otra crítica
que recibió el positivismo histórico es que no daba tanta importancia a la carga
ideológica del historiador. La concepción contemporánea de la historia reconocía
que, al estudiar determinado evento histórico, el historiador lo hacía desde
determinada "alineación ideológica" (Burke,
1996; Ricoeur, 1995; Sorgentini, 2003; White, 1992),
que incidía en cómo él entendía y se acercaba al hecho histórico. Lo que ponía
en evidencia ese aspecto es que el pasado no era algo dado, que existía per se,
sino que era construido, creado por el historiador desde la postura que adoptaba.
Con esas
críticas hacia la historia positivista, fue claro que el pasado que pretendía
estudiar de ninguna manera era objetivo, finito y frente al cual el historiador
debía posicionarse como mero observador que sólo daba cuenta del mismo.
Con el
advenimiento de la perspectiva narrativa al campo de las humanidades, la historia
empezó a ser considerada como una disciplina interpretativa (Coleman,
1989; Louch, 1969; Ricoeur, 1995; White, 1992);
es decir, que el pasado es construido
por el historiador desde determinadas perspectivas o interpretaciones, que de
ninguna manera lo agotan. El historiador fue visto casi como un novelista que
creaba refiguraciones e interpretaciones de ese
pasado (Ricoeur, 1995, White, 1992), por lo que siempre que este último fuese
revisitado, otras voces podrían aparecer, otras interpretaciones podían ser
posibles.
Al ser el
pasado un evento construido, la descripción difícilmente podía ser considerada
como la mejor manera para dar cuenta de él, toda vez que supone objetividad,
neutralidad, univocidad, finitud. White (1992, 2003), planteó que la narración
era la forma que mejor identificaba y caracterizaba a la disciplina histórica,
y al texto histórico como dispositivo a través del cual se comunicaba su
conocimiento. Siendo ello así, una pregunta que surgió fue: Si la narración
es lo que da identidad a la Historia, ¿cómo aparece lo narrativo en el Relato Histórico?.
De acuerdo con
White (1992, 2003), al igual que una novela, el relato histórico es un producto
originado en la imaginación del historiador, tanto por el uso que hace de los
hechos, como del lenguaje. Así como los hechos que componen una novela son
ficciones de la mente del novelista, los hechos y datos con los que el
historiador trabaja también son creaciones de éste, pues ellos no tienen una
existencia propia; es la perspectiva interpretativa del historiador la que los
"hace hablar", los ubica de determinadas maneras en su texto para que
tengan sentido en todo el entramado del relato y aporten a la creación del
significado en la obra.
A la
perspectiva interpretativa del historiador, se suma el uso cuidadoso que hace
de los diferentes recursos que el lenguaje proporciona, y desde los cuales él
crea "una realidad que sólo puede ser imaginada más que percibida
directamente" (White, 2003, pp.45).
Al proponer que
el historiador interpreta los hechos y crea las realidades de forma discursiva
como lo hace un novelista, la perspectiva narrativa logra que aquél deje de ser
considerado como un observador pasivo como lo proponía la postura positivista
de la disciplina (Araújo
et al., 2013; Olabarri, 2013), y
pase a convertirse en un diseñador del pasado.
Sin embargo, para algunos
historiadores la perspectiva narrativa de la historia terminó por generar más
problemas que los que parecía resolver. Al ubicar al relato histórico en el
mismo plano de cualquier otro producto narrativo, y al historiador como un ficcionador del pasado, llegando casi a convertirse en un
creador de falsedades (Chartier, Mediola & Semo, 1996), el texto histórico perdía toda validez
científica pues, al igual que una novela, no habría forma de verificar aquello
que el historiador estaba declarando. Los géneros histórico y novelesco se
confundían (Matas, 2004), y las líneas que antes demarcaban territorios claros,
se habían difuminado al punto que resultaba difícil hacer la distinción entre
unos y otros géneros textuales:
“La crisis de las grandes
narrativas, la forma en la que hemos despedido al mayordomo después de tantos
siglos de servicio, nos ha remitido a un modelo historiográfico en el que,
parafraseando a Lichtenberg, resulta difícil distinguir la realidad de la
ficción y las crónicas de las novelas”. (Moscoso, Lucena & Marcaida, 2010, pp. 353).
Sin olvidar el carácter
narrativo que tiene el texto histórico, algunos epistemólogos e historiadores
solicitaron precisar aquello que podría ayudar nuevamente a separar aguas entre
ambos géneros (Araújo et al., 2013). La Explicación Histórica, y
especialmente los elementos que la componen, aparece entonces como aquel constructo
que ofrece luces para dilucidar qué características posee un texto tipo relato
histórico y cómo esas características emergen en un texto tipo narración
histórica.
Límites
a la narración. la explicación como punto de quiebre
A pesar de
existir un puente que vincula al texto narrativo con el histórico, cada
uno permanece en su orilla. De acuerdo con Ricoeur (1995), aquello que marca la
diferencia, pasa por cómo es asumida la explicación en el
terreno de la narrativa y en el de la disciplina histórica:
“En el plano de
los procedimientos, la historiografía nace, en cuanto investigación …,
del uso específico que hace de la explicación. Aunque se admita …. que la
narración es "auto-explicativa", la
historia-ciencia separa de la trama de la narración el proceso explicativo y lo
erige en problemática distinta. No es que la narración ignore la forma del ¿por qué? y del porque,
pero sus conexiones siguen siendo inmanentes a la construcción de la trama …
Una cosa es explicar narrando y otra problematizar la propia explicación para
someterla a la discusión y al juicio de un auditorio, si no universal, al menos
considerado competente, compuesto en primer lugar, por los colegas del
historiador”. (Ricoeur, 1995, pp. 290)
La explicación
es entonces el punto de quiebre que logra trazar una línea divisoria entre
el relato histórico y una narración histórica. En términos generales, Ricoeur
afirma que mientras la explicación narrativa encuentra su sustento al
interior del propio texto (“es autoexplicativa”), la explicación
histórica siempre ocurre de forma extra textual.
El relato
histórico lleva a su lector fuera del texto: a las fuentes, a las interacciones
con otros trabajos, entre otras características, con los que busca legitimar,
dar validez a lo que está siendo afirmado. La narración histórica por su parte,
no requiere de tales elementos extra textuales; las fuentes con las que fueron
construidos este tipo de textos, así como los eventos o los sujetos a los que
se alude, bien podrían no existir y no por ello este tipo de narración pierde
valor.
Los elementos
extra textuales que componen el relato histórico son la prueba documental, la conceptualización
disciplinar, la conexión de eventos,
la reflexividad crítica y el tratamiento con entidades. A continuación,
se indica cómo emergen y de qué forma son empleados en los relatos históricos;
a su vez, se ejemplifica el tratamiento que reciben tales elementos en ambos
tipos de textos.
La prueba documental
La explicación es
un procedimiento que implica fundamentar aquello que está siendo
afirmado, y la forma como el relato histórico logra hacerlo es a
través de lo que se denomina el aporte de la "prueba documental"
(Ricoeur, 1995, pp. 290).
La prueba documental,
que no se agota en el documento escrito (Burke, 1996;
2005), alude a la fuente que el profesional en historia usa y presenta como
fundamento de los argumentos que está planteando. La fuente no habla por sí
misma, el historiador encuentra en ella vestigios de aquello que investiga; obtiene
de ella datos que confirman o refutan hipótesis, que amplía el conocimiento que
hasta ese momento se tenía de una temática histórica o de una sociedad. La
prueba documental es la pieza clave a través de la cual decidir si una
interpretación alcanzada es o no válida (Matas, 2004).
Por su parte,
el texto tipo narración histórica, aún haciendo
referencia a un hecho histórico particular, podría ser construido sin hacer
alusión a fuente alguna y los eventos relatados podrían ser exagerados o
minimizados más allá de sus proporciones sin que fuente alguna necesariamente
avale tal tratamiento retórico.
Por ejemplo, si un lector
se acercara a la parte del texto de García Márquez "Cien años de
soledad", en la que cuenta cómo el ejército colombiano asesinó a 3000
obreros, no le pediría a ese relato presentar pruebas fundamentadas en documentos
que comprueben que efectivamente ese fue el número de acribillados. Tal cifra
sería entendida como haciendo parte de la trama y del drama que el escritor
quiso imprimirle a su relato (V. Posada, 1998). Es en ese sentido que Ricoeur
(1995), afirma que la narración histórica es auto-explicativa,
“inmanente(s) a la construcción de la trama” (pp. 290), y poco importa si realmente
fueron 3000 los obreros masacrados; lo que importa en la narración histórica es
que los elementos que la componen sirvan para darle mayor intensidad emotiva a
la misma; importa más lo emocional, menos lo verídico.
Sin embargo, si ese mismo
lector se acerca al texto de Wolf (citado por Acevedo, 2012), en el que relata
“La masacre de las bananeras”, le pediría al escritor presentar la prueba de lo
que está afirmando cuando manifiesta que la cifra de obreros asesinados por el
ejército colombiano en diciembre de 1928, fue de entre quinientos y mil. Frente
a ese segundo texto, el lector ya no va a entender ese número como un dato de
ficción sino como algo verídico y, en consecuencia, esperará del historiador
que justifique el origen de la cifra, en cuáles fuentes se basó para proponerla.
Anticipando esa posible pregunta que un lector de un relato histórico podría
plantear, el historiador deberá decir que tales números provienen de los
archivos desclasificados por el gobierno de los Estados Unidos; que en esos
documentos aparecen los comunicados de los representantes de la United Fruit Company que a su vez
recogieron los testimonios de oficiales norteamericanos, de militares y de políticos
colombianos de la época, en los que se hablaba de tal cantidad de muertos. El historiador
en su texto no sólo dirá de cuál fuente tomó sus datos, sino que podría incluso
indicarle al inquieto lector cómo él mismo podría eventualmente acceder a tales
archivos, a la prueba documental con cuya información construyó su relato.
Si un buen texto narrativo
se caracteriza por el uso que hace en su relato de la trama, para cuya
construcción apela a los más diversos recursos del lenguaje; un buen texto
histórico se caracteriza tanto por el uso de esos mismos recursos, como por el
empleo preciso de la prueba documental (Bonet, 2005).
Conceptualización disciplinar
Entiéndase por Conceptualizacion disciplinar el proceso que implica
emplear los términos propios de la disciplina científica en un (con)texto
técnico para comprender y explicar o dar cuenta del fenómeno de estudio.
Para el desarrollo
de la explicación histórica, el historiador debe hacer uso adecuado de los
conceptos disciplinares (Franco, 2008) cuyos significados han sido consensuados
al interior de la disciplina. Esos conceptos disciplinares actúan como
“dispositivos heurísticos” (Bonnell, 1980), con los
que intenta acercarse al hecho histórico. De acuerdo con autores como Limón
(2002) y Van Drie y Van Boxtel
(2008), los conceptos que se emplean en la disciplina histórica son de dos
tipos: sustantivos y metodológicos.
Los conceptos sustantivos son empleados en
el relato histórico para hacer referencia a estructuras, períodos o fenómenos
históricos. En ese sentido términos como revolución francesa, impero, edad
media, etc. son conceptos sustantivos. Los
conceptos metodológicos o metaconceptos, son los términos
empleados por los historiadores para investigar y describir procesos
históricos. Conceptos como fuente, cambio, causación, entre otros (Limón, 2002;
Van Drie y Van Boxtel,
2008), son conceptos metodológicos o metaconceptos.
Mientras
el relato histórico hace uso de un lenguaje técnico, la narración histórica por
su parte acude principalmente al lenguaje común (Franco, 2008), como uno de los
recursos del novelista para logar que su texto sea verosímil, creíble para el
lector. A diferencia del relato histórico, la narración histórica emplea un
lenguaje divulgativo (Franco, 2008), pues está dirigido intencionalmente a un
público seguramente más amplio que el académico, que espera encontrar contenido
relacionado con un pasado en un lenguaje que lo haga fácilmente digerible.
En los siguientes dos fragmentos de textos, quiero llamar la atención
sobre la expresión Don y el tratamiento que recibe en uno y otro tipo de
texto.
“Bastaba trasponer el umbral de una taberna
para que una red de silencio repentino cayera sobre los hombres de don Hernando”
(Baccino, 1989, pp. 5)
“Se han hecho
famosas además las burlas despiadadas que recogió, todavía en el siglo XVII,
Juan Ruiz de Alarcón, el gran autor dramático nacido en México, de familia
hidalga, por el don que anteponía a su apellido. Por eso se ha supuesto
que el uso de los indianos contribuyó a la generalización del don en la
Península ("en todos los oficios, artes y estados se ha introducido el
don", "yo he visto sastres y albañiles con don", decía Quevedo).
Es posible que contribuyera efectivamente. De todos modos, hemos visto que
también en Italia se generalizaba el don ya en el siglo XVI. La
democratización de los tratamientos es además un proceso general en todas las
lenguas modernas, unido a la transformación social de los últimos tiempos.”
(Rosenblat, 1964, pp. 220-221).
En
el primer fragmento, tomado de la novela "Maluco. La novela de los
descubridores", su escritor Napoleón Baccino,
emplea la palabra "don", sin otra intención que la de acompañar el
nombre de un personaje, para indicar seguramente su posición social y el
respeto que el personaje imponía. En el segundo fragmento, tomado del trabajo
del lingüista e historiador Ángel Rosenblat (1964), la expresión
"don" es ubicada como objeto de estudio. El experto emplea tanto
conceptos sustantivos como "siglo", como metaconceptos tales como
"democratización", "proceso", "transformación
social", para ejemplificar un proceso histórico manifestado en el
lenguaje, que permite dar cuenta de cambios sociales y culturales en la época
colonial.
Conexión
de eventos
En
todo texto narrativo, novelesco o técnico, las situaciones y eventos que se
relatan deben relacionarse unos con otros, esto da coherencia al escrito. Sin
embargo, mientras la conexión de eventos en la narración histórica ocurre
especialmente al interior del texto, la del relato histórico debe ir más allá
del propio del texto en al menos dos sentidos: relacionar los eventos que trata
con otros más generales y, relacionar el texto con otros relatos históricos
(Ricoeur, 1995).
En
el relato histórico, el evento histórico abordado no puede ser presentado como
un fenómeno aislado sino que, siendo específico, logre
establecer aquello que relaciona y comunica su trabajo con contextos y eventos
históricos más amplios. Considérese el siguiente fragmento:
“El 22 de junio de 1948 fue aprobada en Chile la
Ley por la Defensa Permanente de la Democracia, conocida popularmente como la
Ley Maldita. Este apartado legal proscribió al Partido Comunista y significó
que sus militantes fueran perseguidos, encarcelados, torturados y exiliados.
Fue impulsada por el presidente Gabriel González Videla, quien había sido
electo en 1946 gracias al apoyo de una coalición política integrada por el
Partido Radical, el Partido Demócrata y el propio Partido Comunista. Según la
historiografía, esta disposición legal fue una de las primeras manifestaciones
en Chile del nuevo escenario que la llamada Guerra Fría expandía por el
continente”. (Rivera, 2017, pp. 210)
En
este apartado, el historiador Sebastián Rivera instala su trabajo alrededor de
los exiliados chilenos en un escenario más amplio. Vincula los efectos de un
hecho puntual ocurrido en Chile, la aprobación en 1948 de la denominada
"ley maldita", con las corrientes políticas de la Europa de mediados
del siglo XX, que generaron la polarización del mundo occidental en lo que se
conoce como la Guerra Fría. Esta relación que conecta explícitamente eventos específicos (“ley maldita” de 1948 en
Chile), con otros más generales (Guerra fría), es propia de todo relato
histórico.
El
relato histórico, además de poner en relación eventos locales con otros más generales,
busca a su vez vincularse con otros trabajos disciplinares. Al respecto, afirma
Ricoeur (1995), "no es ni inútil ni insensato el trabajo de aproximación
capaz de acercar a esta idea los resultados concretos alcanzados por la
investigación individual o colectiva" (pp. 292). La forma que puede
adquirir la relación intertextual que establece el relato histórico con otros
trabajos similares es amplia: los rectifica, los complementa, los refuta, los
amplía, entre otras muchas opciones.
En el trabajo de Robledo
(2018) acerca de la pintura histórica en Colombia a mediados del siglo XIX, el
autor comenta que lo que se ha producido en el país sobre el tópico que le
interesa estudiar, se ha ocupado más de lo iconográfico y lo iconológico. Al
hacer esto en su relato, él plantea el estado del arte de su problemática,
comprometiéndose además a ampliar el conocimiento que sobre ese tipo de arte
existe, ocupándose de las dimensiones sociales en las que tal pintura se
generó, que son las que aún no han sido suficientemente trabajadas en la
historiografía colombiana y que él se compromete a investigar.
En conclusión, la
construcción de la explicación histórica demanda que el relato histórico muestre
claramente la relación que establece con macroeventos
sociales, políticos o culturales, a la vez que la relación que guarda con otros
relatos históricos.
Acerca de la narración
histórica, si bien no puede negarse que da cuenta de un contexto social,
cultural y político y a su vez, los elementos contextuales la permean, no tiene
necesidad de plantear explícitamente
cuáles son esos vínculos con aquellos eventos históricos más amplios, ni mucho
menos con otros textos de ficción histórica. Estas últimas ideas aparecen claramente
ejemplificadas en el texto de Aguado (2004), sobre la novela “El
estrangulador”, del escritor Manuel Vásquez Montalbán:
“Con la publicación en 1994
de El estrangulador, Manuel Vázquez Montalbán vuelve por los derroteros
de sus escritos "subnormales," por aquellos escritos cuya innovación
formal vanguardista producía textos incoherentes, sin sentido, absurdos, no
aptos para personas "normales." De hecho, respondían a una realidad
cuyos parámetros sólo podían entenderse no desde la racionalidad, sino desde la
más absoluta ausencia de la misma, desde la desorientación en las referencias
culturales y políticas que hasta no hacía mucho habían marcado el período de la
guerra fría. El intelectual o el escritor no hacía otra cosa que reproducir en
sus escritos la falta de armonía del mundo, que no era otra que la de un
sistema económico irracional en su mercantilización de las relaciones humanas
—y de sus productos culturales— y en sus propuestas de un individualismo
excesivo”. (Aguado, 2004, pp. 23).
En ese texto es Aguado,
situado en la posición de crítico literario, el que establece las conexiones de
la obra de Manuel Vásquez con un contexto más amplio como el de la guerra fría.
No es el escritor de "El estrangulador" quien al interior de su
propia obra manifieste por qué su texto responde a las características
sociohistóricas de un determinado contexto, o cómo se relaciona con ese
contexto; es otro que está situado más allá de la obra, el que devela esas
relaciones pues la propia novela no puede hacerlo, ni tiene por qué hacerlo. Si
bien desde Bajtin (2017), es claro que la obra
literaria y cualquier enunciado se relaciona otros, esa relación no tiene
necesidad de aparecer de manera explícita en ningún texto narrativo. El relato
histórico en cambio no puede darse ese lujo, en él deben presentarse explícitamente
los macroeventos con los que el evento estudiado se
relaciona, y cómo se alínea o en qué se separa y
diferencia de otros trabajos.
Reflexividad crítica[2]
La construcción
de la explicación histórica nace a la luz de un posicionamiento epistemológico
adoptado por el historiador. Este posicionamiento le implica una alineación
ideológica, un modo explicativo y/o una postura que adopta y desde la cual se
propone abordar su objeto de estudio (Burke, 1996;
Ricoeur, 1996; Sorgentini, 2003; White, 1992).
La postura epistemológica
adoptada, generalmente es declarada por el historiador, le marca un derrotero,
tiñe sus observaciones y las conclusiones a las que puede llegar (Ferguson,
2006).
En el prefacio de su texto
"el queso y los gusanos", Ginzburg (1999) señala claramente su
postura epistemológica. Después de indicar por qué tres tradiciones de entender
el concepto "cultura popular" -representadas por Mandrou,
Bolleme y Foucault-, son ambiguas, declara cuál es la
que él comparte: "Es mucho más valiosa la hipótesis formulada por Bachtin de una influencia recíproca entre cultura de las
clases subalternas y cultura dominante" (Ginzburg, 1999, p. 6), al tiempo
que reconoce las limitaciones técnicas que tal postura encierra: "Aunque
precisar el modo y el momento de tal influencia (...) significa afrontar el
problema con una documentación que, en el caso de la cultura popular, como
hemos señalado, es casi siempre indirecta" (Ginzburg, 1999, pp. 6). La
postura de Ginzburg implica que en las fuentes estudiadas intentará encontrar
evidencia en la que la postura dominante y la popular se permean mutuamente.
Esas “declaraciones
ideológicas” no es algo que se le pida hacer al escritor que se dedique a la
creación narraciones históricas. Este tipo de escritor no indica al interior de
su obra cuál es la postura epistémica que comparte, ni si quiera a qué
corriente literaria adhiere. El narrador tampoco está en la obligación de hacerlo,
pero si llegara a presentar su postura ideológica, ella no sería evidencia de
que tal postura representa la del escritor. Lo anterior, no sugiere que el
escritor carezca de una postura epistémica, eso es imposible, es solo que no es
en su obra donde él hace explícita su alineación ideológica.
Tratamiento con entidades
Mientras que en la
narración histórica la acción le es endilgada a tales o cuales personajes como
sujetos de la acción y/o de intención (Bruner, 1988; Ricoeur, 1995),
en el relato histórico tal agentividad en
forma de sujetos particulares no existe. Pareciera paradójico que un texto
con características narrativas, no contenga personajes: "Así, parece que
la nueva historia no tiene personajes, pero sin personajes no podría seguir
siendo una narración.” (Ricoeur, 1995, pp. 293); ¿cómo resolver esta circunstancia?
En el relato histórico, el
personaje pasa a ser ocupado por entidades de las que el
historiador se sirve para sustentar su acercamiento
y explicación del hecho histórico y que inciden en el devenir de
las sociedades (Ricoeur, 1995). Estas entidades son las fuerzas sociales que
son mucho más que el resultado de la suma de muchas individualidades particulares:
son las circunstancias económicas, los intereses geopolíticos, los cambios en
la tecnología, entre otros, los “personajes” que constituyen la narración en
Historia.
En el acercamiento que
Ricoeur (1995), hace a la obra de Braudel, ubica al Mediterráneo como un
personaje que atraviesa -¿o es atravesado?- por una
serie de circunstancias y fuerzas que ejercen algún tipo de influencia en él y
van marcando su rumbo.
Aunque con menor intensidad,
las fuerzas sociales también son objeto de tratamiento en textos como las
biografías de sujetos que han sido determinantes en algunos eventos y momentos
históricos. El historiador Inglés John Lynch, autor de estudios biográficos
sobre San Martín y Bolívar, afirmó en una entrevista que le hicieran a
propósito de las revoluciones hispanoamericanas: "Los libertadores
respondieron a condiciones, y comprendieron las condiciones perfectamente"
(Moreno, 2010). Incluso en obras que se les dedican a algunos personajes
históricos, si bien la atención está centrada en ellos, en su ideario, el
historiador no puede dejar de poner en juego las circunstancias que ejercieron
algún tipo de influencia para explicar la acción del sujeto.
A diferencia de lo que
ocurre con el relato histórico, la narración histórica gravita sobre los
personajes como sujetos textuales de acción e intención (Bruner, 1988; Ricoeur,
1995). Es sobre personajes que el texto narrativo se construye incluso cuando
parece que no los hubiera (Sánchez, 1998).
Conclusión
El pasado no
existe en sí mismo, no es algo que le haya sido conferido al hombre como objeto
inamovible, sino que es algo que él construye y reconstruye de manera
permanente. Esta posibilidad de refigurar los eventos está del lado de todo
acto narrativo cuya intención es la de ser verosímil (Bruner, 1988), y la
manera como se escribe el relato histórico busca esa verosimilitud: intenta
convencer al lector de la trama que se desarrolla al interior del texto, tal y
como lo hace cualquier otro producto narrativo.
Sin embargo, esa
misma posibilidad de recrear el pasado fue la que inicialmente hizo difícil ver
las diferencias entre la narración histórica creada por el novelista,
especialmente la novela histórica, y el relato histórico creado por el
historiador. No obstante, si bien no puede negarse el carácter creador que
tiene el relato histórico, tampoco puede ser confundido con otros productos
narrativos, pues tiene sus especificidades.
A pesar de la
libertad de la que goza el historiador al crear el evento histórico, la
perspectiva que va a adoptar, las voces que privilegiará, o el tratamiento que
hará de las fuentes, se encuentra a su vez sujeto a las convenciones propias de
su disciplina; convenciones necesarias para construir la explicación histórica,
que le demandan siempre elaborar su texto considerando elementos extra
textuales como el tratamiento de las fuentes históricas o el uso adecuado del tecnolecto, entre otras características.
Todas estas
características hacen que el relato histórico sea considerado como un tipo de
texto límite que, siendo verosímil como cualquier producto narrativo, a la vez deba
ser verdadero; aspiración a la que ningún texto histórico puede renunciar.
Bibliografía
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Recibido: 26/05/2020
Evaluado: 13/07/2020
Versión Final: 31/07/2020
[1] Este
trabajo hace parte del proyecto “Interacciones discursivas y
desarrollo de la argumentación histórica en clases de historia en 3º medio. Una
mirada dialógica”, financiado por CONICYT.
[2] Este
elemento recibe diferentes nombres: Perspectiva particular (Burke,
1996), Aspectos
ético-políticos intrínsecos (Sorgentini, 2003), Implicación ideológica, en White (1992).