Trayectorias intelectuales y experiencias obreras en la Universidad Nacional del Litoral (Rosario, 1946-1955)

 

Intellectual trajectories and working-class experiences at the “Universidad Nacional del Litoral” (Rosario, 1946-1955)

 

 

Camila Entrocassi Varela

Escuela de Historia,

Facultad de Humanidades y Artes,

Centro Latinoamericano de Investigaciones en Historia Oral y Social,

Universidad Nacional de Rosario (Argentina)

camilaentrocassi@gmail.com

 

 

 

Resumen

Durante las últimas dos décadas, una dilatada bibliografía sobre la historia de la educación superior en Argentina entre 1946 y 1955 ha permitido profundizar considerablemente nuestro conocimiento tanto sobre las políticas universitarias del primer peronismo, como así también, sobre distintas universidades a nivel local y regional. No obstante, no existen aún trabajos que aborden la historia de la Universidad Nacional del Litoral durante este período, como tampoco estudios que exploren la Facultad de Filosofía y Letras, creada en Rosario a fines de 1946. En este artículo, realizamos una primera aproximación a la historia de esta Facultad, con un interés particular en la reconstrucción de una serie de trayectorias intelectuales e intervenciones discursivas actuantes durante su fundación y a lo largo de sus primeros años de despliegue institucional. Con el objetivo de reflexionar en torno a los posibles efectos de estos discursos, al finalizar este trabajo analizamos una carta dirigida a las autoridades de la Facultad por parte de un joven trabajador, cuyo deseo era convertirse en psicólogo profesional. En su argumentación, es posible identificar un reclamo de reconocimiento de su experiencia como un joven estudiante autodidacta y lector, pero también como un obrero leal a Perón.

 

Palabras Clave

Peronismo; intelectuales; trabajadores; discursos; práctica epistolar.

 

Abstract

Since the last two decades, an extensive bibliography has dedicated to the Argentinan High School Education between the years 1946 and 1955. These references have allowed us to deepen our knowledge about University Policies adopted by Peronism and different experiences from local and regional Universities. Nevertheless, there is still a need for studies focused on the “Universidad Nacional del Litoral” and the “Facultad de Filosofía y Letras”, which was funded in the city of Rosario in 1946. The aim of this article is to develop an approach to the study of the Faculty’s own history, with a particular interest in the reconstruction of some intellectual trajectories and discourse interventions during its foundation and the first years of its institutional development. In order to reflect on the possible effects of these discourses, the last part of this dissertation contains a letter written by a young worker to the University authorities. This is a case of a man who aimed to be a psychologist but he did not succeed in getting his Middle School degree. In his own argumentation, we can identify a claim for recognition not only as a young self-taught person, but also as a worker who was loyal to Perón.

 

Keywords

Peronism; intellectuals; working-class; discourses; epistolary practice.

 

 

Introducción

 

Este artículo tiene por objetivo realizar una primera aproximación a la historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral, creada en la ciudad de Rosario a fines de 1946.[1] Consideramos que el estudio histórico de esta institución presenta enormes potencialidades para todos/as aquellos/as interesados/as en investigar la Universidad durante el primer peronismo, no solo porque su fundación tuvo lugar durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, sino también porque su creación fue impulsada por uno de los principales referentes del justicialismo en la Cámara de Diputados de la Nación, el legislador rosarino Antonio Benítez. Dos coyunturas distintas organizan esta investigación; por un lado, los años comprendidos por el primer mandato de Perón y concomitantemente, los de la Facultad de Filosofía y Letras (en adelante, FFyL) de la Universidad Nacional del Litoral (en adelante, UNL). Por el otro, los momentos finales de su segundo gobierno y por ende, de la gestión peronista de la Facultad, en cuyo frente estaba la profesora Erminda Benítez de Lambruschini, primera decana de la Facultad y hermana de Antonio Benítez.[2]

Un examen de la trayectoria intelectual tanto de Erminda Benítez como de quienes acompañaron el proyecto legislativo de su hermano Antonio, permite sostener que la fundación de la Facultad formó parte de un conjunto más amplio de iniciativas que tuvieron como protagonista a la élite intelectual local, conformada por abogados, arquitectos, médicos, profesores e ingenieros (entre muchos otros profesionales). En efecto, entre mediados de los años 30’s y 40’s, fueron creados en la ciudad, el Museo Municipal de Bellas Artes (1937), el Museo Histórico Provincial (1939) y el Museo Provincial de Ciencias Naturales (1945), la Junta de Investigaciones Históricas de Rosario (1939), las filiales del Colegio Libre de Estudios Superiores (1940) y de la Asociación Amigos del Arte (1944), y el Instituto Libre de Humanidades de Rosario (1944).

Todos estos espacios tuvieron en común el impulso de un minoritario sector social, conformado por profesionales interesados/as en desplegar, en el ámbito local y regional, distintas actividades intelectuales, artísticas, científicas y educativas. Inscribir en este contexto la fundación de la Facultad implica afirmar, como no puede ser de otro modo, que detrás de la creación de esta novel institución de educación superior, existieron motivaciones de carácter selecto, vinculadas a la distinción y la exclusión social. «Cubrir un vacío» en la escena cultural local, «completar nuestra formación intelectual» en la ciudad y el litoral, «formar élites consejeras y directoras» en Argentina a la salida de la Segunda Guerra Mundial, fueron algunas de las expresiones con las cuales los actores implicados en la génesis de la FFyL se refirieron a la misión de la Universidad y de esta nueva sede de la UNL.

En ese sentido, nuestra hipótesis es que la creación de la Facultad a fines de 1946 estuvo profundamente enlazada con la enérgica labor de la élite intelectual local; y que por ende, las condiciones sociales de su fundación estuvieron sensiblemente atravesadas por modulaciones discursivas vinculadas a la distinción cultural e intelectual y a la imaginación de la Universidad –y particularmente de una Facultad de Filosofía y Letras- como un espacio exclusivo para el desarrollo de la “cultura superior” y para la formación de intelectuales, artistas y «maestros».

No fue hasta las convulsionadas jornadas de la Reforma Universitaria del ´18, que estos discursos sobre la Universidad como espacio de élites fueron directamente cuestionados, no obstante, una parte de ellos pervivieron, a través de otros soportes y diferentes inspiraciones. Justamente, otra de las coyunturas en las cuales estos discursos fueron sensiblemente discutidos fue durante el primer peronismo (1946-1955). Sin ignorar las especificidades locales, existe un consenso historiográfico en torno a que las referencias discursivas en la gestión peronista de la educación superior estuvieron concentradas en el ingreso de los trabajadores a los estudios superiores; es decir, a la apertura de espacios que hasta ese momento habían denegado el acceso a aquellos que por cuestiones económicas, sociales, y también culturales, no tenían allí un lugar.

En efecto, durante el primer peronismo, aquellos discursos que reforzaron el rol de la Universidad «al servicio de los intereses y las necesidades del pueblo», y que identificaron a ese «pueblo» con las masas trabajadoras fueron profundamente extendidos. Por otro lado, un conjunto de medidas orientadas a democratizar el acceso la educación superior convergieron con estas modulaciones discursivas. Cabe destacar, en ese sentido, los decretos de eliminación de aranceles y examen de ingreso en 1949 y 1953 respectivamente; la multiplicación de las partidas presupuestarias, y la creación de nuevas instituciones, entre las que se encuentra, obviamente, la Facultad analizada en estas páginas.

Como veremos en este artículo, las referencias aperturistas también formaron parte de los discursos de algunos de quienes estuvieron al frente de la gestión de la Facultad y de la UNL entre 1946-1955. Frente a esta observación, podrían surgir varios interrogantes. ¿Cómo convivieron ambos discursos?, ¿se excluían entre sí, se produjo allí una tensión irresoluble? ¿Unos se impusieron sobre otros? Responder con precisión a estas preguntas nos obligaría a emprender un relevamiento minucioso de alocuciones, intervenciones, actos, disertaciones producidas en la FFyL y la UNL. En esta oportunidad, nos limitaremos a delinear algunos primeros trazos, a través de la recuperación de trayectorias intelectuales y lazos construidos entre quienes participaron de la creación de la Facultad, como así también las intervenciones discursivas de algunos de ellos. Mediante esta exploración, veremos como el «campo de efectos posibles» desplegados por el discurso universitario del primer peronismo puede ser diverso, versátil y «totalmente impredecible» (Sigal y Verón, 1985).

Por esa razón, finalizamos este artículo con el abordaje de una fuente particular, que nos permite estudiar cómo, a la par que los discursos sobre la Universidad a nivel nacional fueron “filtrados” por el tamiz de las autoridades universitarias locales, así también fueron reapropiados y resignificados por aquellos que conformaban los destinatarios “privilegiados” de las referencias aperturistas, es decir, los trabajadores. Precisamente, nos ocuparemos de analizar una carta enviada a las autoridades de la Facultad -particularmente, a la decana Erminda Benítez- por un joven obrero peletero llamado Roberto Carpi, mediante la cual solicitó su inscripción a la carrera de «psicólogo» a pesar de no haber conseguido finalizar sus estudios secundarios.

Dado que según lo dispuesto por el Consejo Universitario Nacional,[3] poseer titulación era una condición excluyente para ingresar a la Universidad, el solicitante ensayó una justificación en la cual tanto su experiencia como trabajador, como las dificultades económicas experimentadas durante su juventud, fueron los ejes organizadores de su argumentación. Consideramos que lo que deja apreciar el análisis de esta fuente tan excepcional, es cómo el remitente utilizó tanto discursos disponibles, ideas ya circulantes sobre los derechos de los trabajadores, como así también operó un desplazamiento de ellas, un reclamo popular de reconocimiento de una experiencia construida por fuera del sistema académico formal. Una experiencia que fue, a la vez, obrera e intelectual.

El trabajo con las trayectorias intelectuales y las intervenciones discursivas, así como el estudio de la carta y del expediente generado por la administración de la Facultad, han sido posibilitadas por el reciente hallazgo de un vasto reservorio documental, relativo a la historia de la actual Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.[4] Por su parte, las referencias bibliográficas de este trabajo son diversas y numerosas. En primer lugar, este artículo abreva en un conjunto de investigaciones que, a lo largo de las últimas dos décadas, ha realizado sustanciales aportes a la profundización del conocimiento de la Universidad argentina durante el primer peronismo.[5] A su vez, han sido consultados aquellos trabajos concernientes a los proyectos y empresas culturales de la élite intelectual de Rosario durante la primera mitad del siglo XX, así como también han sido relevadas las principales discusiones en torno a la vinculación entre intelectuales y peronismo.[6] Por último, inscribimos nuestro análisis en el conjunto de investigaciones que en los últimos años se ha interesado por el estudio de la práctica epistolar durante los dos primeros gobiernos de Perón.[7]

 

 

Erminda y Antonio Benítez, sus trayectorias político-intelectuales y la fundación de la Facultad en 1946

 

Erminda y Antonio Benítez compartían algo más que un vínculo fraternal. Circularon ambos, durante el periodo de entreguerras, por similares espacios culturales y sociales; incluso políticos, desde que su padre, Cipriano Benítez, era un reconocido referente del yrigoyenismo a nivel local y provincial (había sido, por un breve periodo, intendente de la ciudad de Rosario). Como puede esperarse, la de Antonio es las más conocida de ambas trayectorias. De profesión abogado, egresó en 1925 de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNL, e inició su carrera en la política provincial poco tiempo después. Durante los años 30’s, y con el apoyo del senador radical Armando Antille, comenzó su despegue a la política nacional.

En 1945, ya bajo el gobierno militar del general Edelmiro Farrell, estuvo por un breve período al frente del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de la Nación y, algunos meses después -más precisamente, en febrero de 1946-, Antonio inauguró su extensa y prolífica carrera como legislador nacional, primero en representación de la Unión Cívica Radical - Junta Renovadora (el sector del radicalismo que acompañó la candidatura de Perón), y luego del Partido Peronista. Integró la Cámara de Diputados de la Nación hasta el golpe militar de septiembre de 1955, e incluso fue su presidente, entre 1953 y 1955. Como diputado nacional, tuvo una labor interesante, entre la cual destacamos no solo la creación de la FFyL de la UNL, sino también, el proyecto de igualdad de hijos/as matrimoniales y extra-matrimoniales.

Mucho menos conocidos son los detalles de la trayectoria de su hermana Erminda Benítez, a pesar de que, al igual que Antonio, fue una figura importante en el ámbito social, político y cultural a nivel local y provincial. Quienes más avanzaron en el estudio de su labor fueron aquellos que investigaron la historia de la psicología y el psicoanálisis en Rosario.[8] En ese sentido, destacamos que estos autores coinciden en identificar a Erminda como la principal promotora de la creación, entre fines de 1954 y principios de 1955, de la carrera de «psicólogo» en la FFyL. Fue ésta la primera en el país, seguida de cerca por la Universidad de Buenos Aires.

No obstante la centralidad de su figura, desconocemos su procedencia profesional; si bien en todos los documentos institucionales su nombre y apellido aparecen antecedidos por el título de “profesora”, ignoramos dónde cursó sus estudios y las características de éstos. De cualquier modo, ya sea por su condición de mujer, ya sea por haber desarrollado su carrera intelectual durante los años peronistas -probablemente, por ambas razones-, contamos aún con escasos conocimientos sobre quien fue la primera mujer en ocupar el cargo de decana en la historia de la Universidad en Argentina (situación que, según los registros disponibles, se volverá a repetir recién en los años 70’s). Había llegado a ejercer este cargo luego de una importante carrera en instituciones públicas, a la par del desarrollo de una intensa actividad social e intelectual en el ámbito privado, a partir de su incorporación en distinguidos círculos de sociabilidad local durante los años 30’s y 40’s.

Fueron numerosas las instituciones, tanto públicas como privadas, que emergieron en el inquieto escenario cultural de urbes como Rosario y Buenos Aires durante el periodo de entreguerras. Éstas eran sociedades en rápida transición, donde las nuevas clases medias y profesionales se incorporaban vertiginosamente en el movimiento económico y comercial. Ambas ciudades combinaron, en ese sentido, un perfil mercantil con otro derivado de la urbanización y de la concentración, en los barrios populares, de amplios contingentes de trabajadores/as inmigrantes y migrantes internos. Carente de un imponente pasado colonial (a diferencia de Córdoba, Santa Fe o también, Buenos Aires), la ciudad de Rosario comenzó a ser identificada como una metrópoli joven y pujante, cuya identidad estaba indisolublemente ligada al modelo agroexportador, al comercio exterior y a las finanzas.

No obstante, quienes más se beneficiaron de aquel crecimiento fueron también aquellos/as que más intensamente rechazaron el mote de ciudad “fenicia” que comenzó a imponerse en el imaginario social regional. Rápidamente, estas clases medias, propietarias y/o profesionales emprendieron una serie de proyectos culturales, cuya misión era dotar a Rosario de una nueva imagen, intelectual, antes que mercantil. Se sucedieron así, las inauguraciones y fundaciones de nuevos espacios selectos, distinguidos. En 1937 abrió sus puertas el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino y, dos años después, en 1939, haría lo propio el Museo Histórico Provincial, a partir de la enérgica actuación del historiador Julio Marc y del arquitecto y escritor Ángel Guido. En 1945, se fundó, como filial del Museo de la capital provincial, el Museo Provincial de Ciencias Naturales “Dr. Ángel Gallardo”. En 1950, el peronismo santafecino lo convirtió en una institución independiente, manteniendo su jurisdicción provincial.

Como señalamos con anterioridad, durante el periodo de entreguerras, Erminda Benítez desempeñó importantes funciones en la esfera cultural de Rosario; inició por entonces su larga carrera como profesora en el prestigioso Colegio Nacional, donde tuvo a su cargo la dirección del laboratorio de psicopedagogía. Durante aquellos años, se desenvolvió también como asesora psicológica en la Clínica de Orientación Infantil y como miembro activo del consejo asesor del Instituto de Psicotecnia y Orientación Profesional, dependiente del gobierno provincial (Allevi, 2017). Además, junto a su esposo, el médico Carlos Lambruschini, formó parte del restringido grupo de lectores/as de las obras de Sigmund Freud (2017), convirtiéndose en una de las primeras estudiosas del psicoanálisis en Rosario. Su participación en el Primer Congreso Argentino de Psicología, celebrado en la ciudad de Tucumán en 1954, es una clara expresión de ello. En aquella oportunidad, presentó el trabajo Caracteres psíquicos de los adolescentes a través de los sueños, y en él expuso los resultados parciales de una investigación realizada con los relatos oníricos de un conjunto de estudiantes del Nacional entre 1951-1952. Su investigación se veía beneficiada, en sus palabras, por el contacto diario con aquellos/as adolescentes -sus propios alumnos/as- y “por el conocimiento de las familias de cada uno de ellos, con un índice cultural en su mayoría muy elevado: casi todos hijos de profesionales o industriales y comerciantes destacados de la ciudad” (1954, p. 34). Cabe señalar, además, que el Congreso en Tucumán fue el antecedente directo de la creación de la carrera de psicólogo en Rosario un año después (Gentile, 1997).

Quienes conformaron la élite intelectual local desplegaron su actividad también en el ámbito privado, a partir de la constitución de círculos y redes de sociabilidad. En 1939 se fundó la Junta de Investigaciones Históricas de Rosario, espacio estimulado, entre otros, por el ya mencionado Julio Marc, así como también por el escritor Elías Díaz Molano y el profesor e historiador Ricardo Orta Nadal. Un año después, los extendidos intercambios epistolares entre Olga Cossettini y Luis Reissig rindieron sus frutos y en 1940 inició sus actividades la filial local del Colegio Libre de Estudios Superiores (Fernández, 2020). Finalmente, en 1944 dos importantes espacios de sociabilidad artístico-intelectual emergieron en Rosario: la filial local de la Asociación Amigos del Arte (AAAR) y el Instituto Libre de Humanidades de Rosario (ILHR). Dados los fuertes lazos que vincularon la creación de la FFyL con aquellos profesionales y profesores que integraban el ILHR, no es arriesgado afirmar que esta institución constituye un antecedente directo de la fundación de la novel Facultad.

Erminda Benítez participó activamente de estas redes, como parte de la comisión fundadora de la filial de la Asociación Amigos del Arte. El “Club Social de Rosario”, al cual asistían regularmente familias y figuras destacadas de la sociedad local, ofició como escenario de la asamblea fundacional de la organización, en la cual se estableció como misión principal de la entidad “estimular el interés y gusto de la comunidad por las cosas del espíritu, alentar posibilidades y fomentar -moral y materialmente- la tarea de los artistas” (Veliscek, 2019, p. 3). En los años 30’s y 40’s, tanto las filiales de la Asociación Amigos del Arte y del CLES, como el ILHR y la Junta de Investigaciones Históricas se constituyeron, de este modo, como espacios que reclamaron para sí un rol rector en la escena cultural local, al tiempo que compartieron lógicas de exclusión, distinción y diferenciación social con respecto al resto de la sociedad y particularmente, con las clases trabajadoras.

Al examinar las primeras intervenciones de Antonio Benítez como legislador nacional, no quedan dudas de cómo ambos hermanos estaban insertos en el escenario cultural local, con un interés particular en los espacios vinculados a la educación (recordemos que Antonio había ocupado por un breve periodo el cargo de Ministro de Justicia e Instrucción Pública, en 1945). Dos de los primeros proyectos que presentó en la Cámara de Diputados de la Nación, una vez electo en 1946, fueron el de “creación de una Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación”, y otro relativo a la asignación de un cuantioso subsidio al Instituto Libre de Humanidades de Rosario, aquel espacio distintivo de la intelectualidad local. En la fundamentación del proyecto, Antonio recuperó un discurso suyo realizado en 1945. En aquella oportunidad, expresó públicamente sus preocupaciones en torno a una Rosario “fenicia” y a la necesidad de convertirla en una referencia cultural e intelectual de alcance nacional:

 

“Por todas partes se nos quiere conocer por el trigo y el maíz de nuestros campos, por la fuerza de nuestros músculos. Se desconoce o se quiere desconocer con frecuencia la riqueza del espíritu extraordinario de nuestros intelectuales, la hondura de nuestros sabios, la prudencia de nuestros maestros. Nuestras tres facultades -de crecidísimo y aplicado estudiantado, de altísima labor docente- lo desmienten. Pero para completar nuestra formación espiritual, debemos crear la Facultad de Filosofía y Letras.”[9]

 

Más adelante, y a través de una clara referencia al estallido de instituciones culturales anteriormente señalado durante los años 30’s y principios de los 40’s, planteó que:

 

“El crecimiento indudable de la vida cultural de la ciudad de Rosario que ha avanzado, excediéndolo, al desenvolvimiento de su vida económica, reclama la existencia de un instituto en el que el estudio de las disciplinas filosóficas, trace rumbos al espíritu de la ciudad y el perfeccionamiento de los estudios en letras y en ciencias de la educación, de formación definitiva a nuestros intelectuales y nuestros maestros.”[10]

 

Aprobada la creación de la FFyL a fines de 1946, varios de los profesores del ILHR fueron convocados a formar parte del cuerpo docente de la flamante institución. Incluso, uno de ellos fue quien tuvo a su cargo, por decisión de Edgardo Hilarie-Chanetón, rector interventor de la UNL, la organización académica e institucional de la novel Facultad. Su nombre era Isidro Cárcamo y, al igual que Erminda Benítez, desde muy joven trabajaba en el Colegio Nacional. Otros integrantes del ILHR, entre los que cabe mencionar a Ricardo Orta Nadal y a Luis Arturo Castellanos, se incorporaron al plantel docente de la FFyL en 1948, año en el cual fueron iniciados los cursos de todas las carreras de la Facultad (filosofía, historia, letras y ciencias de la educación).

Unos pocos meses después de la aprobación del proyecto, en agosto de 1947, tuvo lugar el acto oficial de fundación. En aquella oportunidad, Hilarie-Chanetón y Cárcamo desplegaron sus proyecciones sobre la misión de la futura institución. En primer lugar, rindieron homenaje a quien fue reconocido como el principal promotor de la creación de la Facultad: “es el diputado nacional Antonio J. Benítez”, señaló el rector interventor, “quien ha coronado toda su lucha por el aumento del acervo educacional y cultural de Rosario con su esfuerzo para que se incluyera, en el presupuesto de la Nación, la partida necesaria para la creación de esta Facultad, cristalizando así una aspiración largamente acariciada por la Ciudad.”[11]

Después, fue el turno del delegado organizador, quien profundizó la idea, ya planteada por Hilarie-Chanetón, de que la Facultad vendría a “colmar un vacío” en la escena cultural local. “Ha dicho Ricardo Rojas” señaló luego, “que ‘solo el desinterés filosófico puede fundar verdaderas civilizaciones; sin ese desinterés espiritual, lo que resta no sirve sino para acrecentar colonias o para enriquecer factorías’”.[12]  Sin embargo, Cárcamo incorporó en su alocución elementos que convergían también, con el discurso universitario del primer peronismo. En ese orden, al finalizar sus palabras afirmó que:

 

“Si por imperativo de la hora, la Universidad necesita y busca apoyo y calor popular, no puede mostrarse remisa a los valores que legítimamente se forman en la masa trabajadora de las fábricas, del campo y de la calle, malogradas hasta la fecha por una inercia increíble. En consecuencia, es nuestro deber abrir para ella nuestra casa, para que los que carecen de títulos que expidan nuestros institutos de enseñanza media, puedan, mediante un examen de capacitación general, hallarse intelectualmente habilitados para proseguir estudios en esta Facultad.”[13]

 

De esta manera, el primer delegado organizador de la Facultad no solo recuperaba las incitaciones promovidas por la élite intelectual local, preocupadas por “cubrir un vacío” en la escena cultural mediante la fundación de la FFyL, sino que también, recuperó elementos disponibles en el discurso universitario del primer peronismo. Planteó, sin muchos rodeos, su pretensión de “abrir las puertas” de la Universidad a las clases trabajadoras, a las “masas malogradas” de la “fábrica, del campo y de la calle”.

De este modo, Cárcamo hizo converger en su discurso ambas dimensiones, ambos discursos, en los cuales una cuestión central fue ¿cómo responder, desde la Universidad, a la situación de las masas trabajadoras? No fue el único funcionario en hacer referencia a los/as trabajadores/as en su alocución: un año después, Ángel Guido, primer rector de la UNL designado por Perón, hizo suya la preocupación por la vinculación de la Universidad con las masas, aunque ciertamente, con sentidos bien distintos a los explicitados por Cárcamo. En su discurso de asunción como máxima autoridad en la Universidad, declaró:

 

“En lo político y económico estamos presenciando el drama del mundo frente al advenimiento de las masas proletarias. Nuestro gobierno ha sabido resolver esa grave ecuación política y económica, providencialmente (…). La Universidad no puede echar en saco roto esta realidad tocante ni aducir incompatibilidad alguna. Antes al contrario, la Universidad argentina deberá formar "élites" entre sus filas, para contribuir con su serena sabiduría y su teleológica visión universalista, a que la Patria arribe al mejor puerto del mundo, en estos momentos cruciales de su historia.”[14]

 

El reconocido arquitecto y escritor, diseñador del Monumento Nacional a la Bandera, imaginaba a la Universidad como una institución dedicada a la formación de aquellos que estaban llamados a cumplir un rol político-intelectual rector en los críticos momentos posteriores a 1945. Era una minoría social y cultural, y no las clases trabajadoras, la que podía -y debía- definir los rumbos de la nación, en beneficio de aquellas, sí, pero claramente conteniendo y orientando sus voluntades.

Una larga carrera por instituciones distinguidas precedía su función en el rectorado, una carrera que hacía del propio Guido, un exponente claro de aquellas “elites” que pretendía formar en las facultades de la UNL. Fue profesor de la Facultad de Ciencias Matemáticas desde 1923, miembro de prestigio de la Asociación “El Círculo” y del Colegio Libre de Estudios Superiores, cofundador del Museo Histórico Provincial y colaborador de la revista Cursos y Conferencias (Fernández, 2020). Sus simpatías con los nacionalismos aristocráticos surgidos en la entreguerras son conocidos; así como también su estrecha amistad con el intelectual Ricardo Rojas, exponente de esas corrientes (pero también, de reconocidas posiciones antiperonistas).  

En este apartado, hemos seleccionado algunos de los discursos sostenidos a lo largo del proceso de creación de la FFyL y de la gestión de la UNL durante el primer peronismo, y los hemos analizado según la hipótesis de que la Facultad surgió bajo condiciones sociales vinculadas a los proyectos de la elite intelectual local; no obstante, sostuvimos también, que no estuvieron ausentes aquellas modulaciones discursivas “aperturistas” u “obreristas” en torno a la Universidad, como deja en evidencia el discurso de Cárcamo en 1947.

¿Cómo interpretar éstas diferentes intervenciones? Silvia Sigal y Eliseo Verón, en una investigación fundamental sobre el peronismo como fenómeno discursivo, ofrecen importantes claves para comprender las variaciones en el discurso universitario durante el primer peronismo; observaron allí que “un discurso no produce jamás un efecto y uno solo”, por el contrario, “genera, al ser producido en un contexto social dado, lo que podemos llamar un campo de efectos posibles”, y quienes nos posicionamos como observadores “nunca podemos deducir cual es el efecto que será actualizado en la recepción” (1985, p. 15). Por esa razón, a continuación analizaremos otra trama de discursos, otro “efecto” entre aquellos posibles, que devele cómo un actor externo a la Facultad, un trabajador porteño, construyó una argumentación en la cual fueron “desbordadas” las condiciones de posibilidad generadas por el discurso universitario del primer peronismo.

 

 

Roberto Carpi y el reclamo por el reconocimiento a su experiencia como estudiante y trabajador

 

Después de la gestión de Isidro Cárcamo como primer delegado organizador, se sucedieron en la Facultad varios delegados interventores, todos ellos designados por el rector y de manera provisional.[15] Por esa razón, fue recién en 1954 cuando un profesor, o deberíamos decir, una profesora, asumió formalmente el cargo de decana. 1955 no solo sería el primer año de gestión de Erminda Benítez al frente de la Facultad, sino también el inicio de los cursos de la carrera cuya creación había impulsado, la de «psicólogo». Y con esta apertura, se iniciaron también las inscripciones para cursar las primeras materias; pero no todos lograron efectivizar su matriculación. Uno de ellos fue, justamente, Roberto Carpi.

Nos detendremos, a continuación, en la carta enviada a las autoridades por el trabajador peletero, con el objetivo de analizar cómo fueron reapropiados, resignificados, diversos elementos de la discursividad oficial en torno a la educación superior. Pero también, al igual que en el caso de las intervenciones analizadas en el apartado anterior, no estuvieron ausentes las referencias a la Universidad como un espacio intelectual, selecto, y a sí mismo como una persona capaz de desenvolverse de forma eficaz en este ambiente. Es decir, en su carta, Roberto Carpi expuso su experiencia como obrero pero al mismo tiempo reclamó un reconocimiento de su formación académica autodidacta, la cual, en su argumentación, era más que suficiente para poder ingresar a la Universidad. En ese sentido y siguiendo a Barros et al. (2016), Reynares (2018) y Comastri (2020), a través del reclamo de Carpi podemos ver como allí se produjo un desplazamiento, un desborde de las condiciones de posibilidad generadas por el discurso universitario peronista; en otras palabras, surgió en su comunicación, un reclamo popular por el reconocimiento de una experiencia construida por fuera del sistema académico formal.

En abril de 1955, Erminda Benítez recibió en su despacho la carta de Roberto Carpi, enviada desde la ciudad de Buenos Aires y confeccionada en máquina de escribir. Copias de dos documentos escritos en francés fueron adjuntados: uno emitido por el Institut de Psychologie de la Sorbonne, en París, el otro, por el Service Universitaire des Relations avec l’Étranger, dependiente del Ministerio de Educación francés. El estilo de escritura revelaba que el autor conocía las reglas y formalidades propias de la comunicación institucional, y el uso de máquina de escribir denotaba el acceso a una tecnología cuya difusión era, en Argentina durante los años 50’s, aún bastante restringida por fuera de los círculos letrados y del periodismo.

En la carta, Carpi explicaba que su mayor anhelo era convertirse en psicólogo profesional. Sin embargo, el joven trabajador encontraba formalmente impedido su ingreso a la Universidad, en tanto no había conseguido finalizar los estudios secundarios (como se señaló en la introducción, requisito excluyente según las disposiciones vigentes). Con seguridad, Carpi estaba al tanto de que su inscripción no era posible: al finalizar el escrito, señalaba que se había entrevistado con el secretario general de la Facultad, a quien le enseñó los documentos originales cuyas copias estaban adjuntadas a su solicitud. Posiblemente, el propio secretario haya sido quien sugirió al joven trabajador enviar a la decana un pedido formal.

Ya sea por sugerencia de las autoridades de la Facultad, ya sea por decisión propia, lo cierto es que Carpi optó por dirigirse personalmente a Erminda Benítez:

 

“Sra. Decana de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional del Litoral,

Doña Erminda Benítez de Lambruschini,

 

Me permito dirigirme a usted con el fin de exponerle lo siguiente: Soy argentino, de 28 años de edad, de ocupación obrero peletero. En 1940 ingresé en el Colegio Comercial “Carlos Pellegrini” donde completé el segundo curso. Posteriormente me vi obligado a abandonar mis estudios, frente a la imperiosa necesidad económica de trabajar y contribuir así al sustento de mi familia, integrada por mi madre, viuda, y una hermanita. En esos tiempos la vida era muy dura para las personas de mi condición, y los obstáculos que se interponían a una posible reanudación de mis estudios eran prácticamente insuperables. Por ello, a pesar de haber logrado aprobar varias equivalencias -como alumno libre- en el Colegio Nacional Mariano Moreno, no pude, al fin, seguir luchando y me resigné a renunciar al título secundario. No renuncié sin embargo a mis intereses, y dediqué el tiempo libre al estudio de las materias de mi predilección. Así logre un buen conocimiento del francés y del italiano y, sobre todo, me dediqué con mucho entusiasmo a la psicología, leyendo [y] estudiando muchas obras de psicología general, psicología evolutiva, historia de la psicología y psicoanálisis, y concurriendo siempre que me fue posible a cursos y conferencias sobre esas materias. También realizé [sic] un periodo de Psicoterapia.”[16]

 

Es importante recuperar algunas observaciones metodológicas pertinentes a la hora de emprender el análisis de fuentes epistolares, y particularmente, para estudiar aquellas producidas durante el primer peronismo. En ese sentido, han sido advertidos los peligros de interpretar a las cartas como expresiones fieles de la “subjetividad” de los actores estudiados, como vehículos para captar la intencionalidad última de estos (Barros et al., 2016). Obviamente, las fuentes epistolares -al igual que, por ejemplo, los testimonios orales-, habilitan exploraciones mucho más atentas a la intimidad y a las emociones, aspiraciones y experiencias de los actores. No obstante, ello no implica que las mediaciones que atraviesan todas y cada una de las manifestaciones sociales no se expresen también en este tipo de rastros documentales.

Estas advertencias adquieren mayor magnitud al considerar, como señalan Barros et al., la identidad distintiva que adquiere la práctica epistolar en la Argentina peronista (2016). Producto de la particular centralidad que el régimen le atribuyó a la comunicación epistolar, como instrumento para la demanda social, de mediación entre el Estado y la sociedad, es fundamental comprender a las cartas como herramientas de intervención pública, como gestos políticos performativos (Acha, 2008; Barros et al., 2016; Reynares, 2018; Comastri, 2020). En 1951, esta vinculación se vio confirmada con la convocatoria por parte del gobierno de Perón a remitir propuestas a ser incorporadas en el Segundo Plan Quinquenal, y que tuvo como corolario el envío de más de 70.000 cartas a distintas dependencias del Estado.

Si bien la comunicación de Carpi encontraba inspiración en móviles diferentes a los estudiados por estos/as autores/as en la convocatoria Perón quiere saber lo que el pueblo necesita, el obrero recurrió, en efecto, a similares recursos discursivos a los utilizados por quienes participaron en ella en 1951. Un factor central es, en ese sentido, la apelación constante a su identidad y experiencia como trabajador, en un contexto político, económico y social en el cual el trabajo emerge “como un significante privilegiado a partir del cual los sujetos estructuran sus argumentos” (Barros et al., 2016, p. 247). En otros términos, en la Argentina de Perón, ser obrero era sinónimo a ser un sujeto de derechos, y particularmente para Carpi, ello implicó que su demanda de ingresar a la Universidad era aún más legítima, en tanto el peronismo hizo del acceso de los trabajadores a la educación superior un horizonte de derechos a reclamar. En su estudio sobre las cartas enviadas por campesinos y chacareros cordobeses a Perón, Reynares señala cómo, incluso, los demandantes hacen referencia al sufrimiento, a la abnegación sufridas en su carácter de trabajadores (2018). ¿No recurrió Carpi, acaso, a una estrategia similar? Sus referencias a la imperiosidad de la necesidad de trabajar, a la viudez de su madre y a la corta edad de su hermana, así lo indican. 

Pero, ¿fue la apelación a su identidad y su experiencia como trabajador la única estrategia ensayada por el obrero peletero? Un examen atento tanto a sus argumentaciones como a sus “guiños” -aquellos “gestos” no directamente incluidos en la argumentación, pero profundamente persuasivos, como por ejemplo, la mención de su paso fugaz por los colegios nacionales- puede revelar que Carpi buscó también, mostrarse a sí mismo como un trabajador culto, un estudiante familiarizado con las prácticas y las formalidades universitarias. En efecto, existió en su comunicación una voluntad de ser reconocido por las autoridades de la FFyL como un interlocutor válido y capaz de desenvolverse hábilmente en los espacios académicos.[17]

Al continuar la carta, Carpi relató una experiencia que lo habilitaba, de alguna manera, a acreditar que aquella formación autodidacta le había proporcionado los recursos suficientes para ingresar a la Universidad:

 

“El año pasado, circunstancias familiares me llevaron a París y allí descubrí que me era posible inscribirme en la carrera de psicólogo que se dicta en el Instituto de Psicología, dependiente de la Facultad de Letras de la Sorbona. Así lo hice, y tras rendir un examen de capacitación, me dispuse pues, a realizar los tres años necesarios para la obtención del Diploma. Mas desgraciadamente, para ello necesitaba primero vivir, es decir, en mi caso, trabajar. Esto no pude lograrlo, por mi condición de extranjero y otras dificultades y por lo tanto, terminada mi misión familiar, tuve que regresar a la Argentina. Durante mi permanencia en París realicé casi un curso completo, mas no pude rendir los exámenes finales. La implantación de la carrera de “psicólogo” en esa Facultad me daría por fin la posibilidad de realizar los estudios para los cuales creo poseer una verdadera vocación y las condiciones necesarias. Por otra parte, como mi situación económica y de trabajo ha mejorado sustancialmente, tendría la posibilidad material de llevar a cabo mis propósitos, aún residiendo en Buenos Aires.

Solo queda un obstáculo, sin embargo: el título de estudios secundarios que, por las razones expuestas, no poseo. Volver ahora -y por un periodo muy largo- al colegio nacional, sería otra vez frustrar mi vocación. Por otra parte puedo afirmar con la conciencia tranquila de que en estos años he adquirido por lo menos la formación mínima necesaria para cursar con éxito la carrera a la que deseo ingresar. Este es el motivo por el cual me he atrevido a dirigirme a usted en la confianza de que estudiará mi caso y lo resolverá inspirándose, más que en un frío respeto de la letra de los reglamentos, en ese espíritu de justicia que afortunadamente caracteriza la época actual en la Argentina.”[18]

 

Roberto Carpi retomaba, al finalizar su escrito, todos los elementos expuestos sobre su particular situación personal y sobre las expectativas depositadas en el ingreso a la Universidad. Declaró poseer, además, una inclinación temprana hacia la psicología; la suya era una auténtica “vocación”, que lo había llevado a iniciar sus estudios de forma autodidacta y, cuando surgió la posibilidad durante su “misión familiar” en París,[19] a asistir a cursos en la Sorbonne.

Sin lugar a dudas, la inclusión en su escrito de una de las instituciones de educación superior más prestigiosas de Europa buscaba interpelar a Erminda Benítez a partir de un criterio de autoridad. Carpi intentó allí generar un reconocimiento en términos académicos e intelectuales. Si había logrado asistir como estudiante a la Sorbonne, ¿qué le impedía ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras en Rosario, Argentina? Incluso, adjuntaba a la solicitud copias de dos documentos probatorios como forma de reafirmar su idoneidad. Allí, aparecían consignados sus datos personales y una foto, en blanco y negro, donde se lo puede ver vestido de saco, camisa y corbata, la indumentaria característica de los estudiantes universitarios varones en los años 50’s.

En ese sentido, es posible inferir que a pesar de que Carpi buscó destacar su experiencia como trabajador, no descartó también, la oportunidad de mostrarse, ante las autoridades de la FFyL, como un joven plenamente capaz de transitar los espacios académicos. Además, no dudó en enfatizar que su situación económica, por oposición a los años anteriores al ascenso del peronismo, había mejorado sustancialmente. Ello le permitiría costear los viajes desde Buenos Aires a Rosario, y con seguridad, también explicaba su acceso a diversas obras y publicaciones y a una tecnología todavía muy restringida, como lo era la máquina de escribir.

No obstante, la relevancia que le otorgó a estos criterios de orden intelectual, Carpi apeló centralmente a un criterio ético y político a la hora de solicitar a Erminda Benítez su matriculación en la Facultad. Necesariamente, ese criterio encontró significación en su identidad y su experiencia de vida como trabajador. Para él, y para todos aquellos que como él conformaban los sectores históricamente más postergados del país, los gobiernos peronistas ofrecían un “gesto de reparación histórica” consistente en la apertura de los estudios superiores a los trabajadores (Graciano, 2005). El discurso universitario oficial buscó construir una frontera con respecto a la Universidad previa a 1943/1946, a la cual sólo ingresaban “los hijos de los privilegiados” (2005). Para ello, fue diseñado por las autoridades del Ministerio de Educación y del Consejo Universitario Nacional, un discurso abundante en referencias a los nuevos vínculos existentes entre los trabajadores y la “cultura superior”, entre el pueblo y la Universidad.

Un buen ejemplo de ello puede encontrarse en las resoluciones rectorales referidas a celebraciones importantes para el imaginario político oficial: a fines de abril de 1951, el rector interventor Carlos Ferreyra -sucesor de Ángel Guido al frente de la UNL- disponía la adhesión de la institución a los actos celebratorios del 1° de Mayo, y entre los “considerandos” de la decisión institucional se podían leer: 

 

“Que el 1° de Mayo próximo se cumple un nuevo aniversario de la instauración del “Día de los Trabajadores”, cuyo significado histórico y moral es igualmente interpretado por todas las masas laboriosas del mundo.

Que los trabajadores argentinos comparten jubilosos la trascendencia de esta fecha universal, por haber alcanzado en su patria, dentro de la Constitución, la ley y las prácticas consiguientes, los derechos por los cuales lucharon generaciones enteras, en medio de la incomprensión y el egoísmo;

Que la nueva Universidad Argentina aspira a ser un fiel reflejo de los altos móviles que animan al ideal justicialista, a cuyo efecto tiende a fortificar los vínculos unificadores entre la cultura superior y el pueblo, tal como resulta de la doctrina sustentada por el líder de los trabajadores General Juan Perón, quien ha hecho posible, con la eliminación de los factores que obstaculizaban el acceso de la juventud a las carreras universitarias y con la creación de nuevos instrumentos de la cultura, la superación general del nivel espiritual e intelectual de la clase trabajadora.”[20]

 

En efecto, los dos primeros gobiernos de Perón impulsaron un conjunto de políticas que, a mediano y largo plazo, transformaron profundamente el perfil social de la Universidad. Principalmente, este proceso de democratización social de los estudios superiores fue posibilitado por el otorgamiento de becas a hijos/as de trabajadores; la creación de la Universidad Obrera Nacional; la eliminación de los aranceles universitarios y del examen de ingreso; y la fundación de más de una decena de facultades en todo el país (Buchbinder, 2005).

Fueron estas transformaciones las que, sin lugar a dudas, generaron las condiciones de posibilidad para una solicitud como la realizada por Roberto Carpi. En esa clave, y siguiendo a Barros et al., esta fuente epistolar puede ser pensada como la expresión particular de un entramado de sentidos involucrados, históricamente determinados, y que utiliza lenguajes y expresiones ya disponibles (2016). En otras palabras, aquí el pedido de Carpi puede ser interpretado como una demanda que está contenida dentro de los “límites” institucionales configurados por el discurso del peronismo en torno al ingreso de los trabajadores a la educación superior.

Existe, no obstante, otra dimensión a partir de la cual analizar las características de la comunicación entre Roberto Carpi y Erminda Benítez. En este nivel, la solicitud ya no representa solo una demanda particular y una identificación del remitente con el discurso oficial, sino que tiene lugar allí un desplazamiento, un desborde de las condiciones de posibilidad realmente existentes. Es en este momento donde “el demandante” se desplaza del lugar de mero “destinatario” de las políticas oficiales, e interviene políticamente, busca performar, configurar, una nueva situación:

 

“Al arrojarse a la escritura, los sujetos desbordan las condiciones de posibilidad, muestran su disconformidad con éstas y desde allí desenvuelve estrategias argumentativas y capacidades para las que no estaban “destinados”. En el movimiento de la escritura, el sujeto pone en palabras lo que lo hace común al orden social comunitario, al tiempo que paradójicamente da cuenta de su lugar de exclusión como ser parlante” (Barros et al., 2016, p. 254).

 

¿Qué respuestas tuvo la solicitud de Carpi en Erminda Benítez y las demás autoridades de la Facultad?

El expediente generado por la administración de la FFyL nos ofrece ciertos indicios; en primer lugar, es necesario señalar que la decana no desestimó directamente el pedido de inscripción del joven trabajador. Por el contrario, lo elevó al Consejo Directivo de la Facultad, cuya Comisión de Enseñanza se encargaría de tomar la decisión final.[21] En esa oportunidad, los/as profesores/as que la integraban desestimaron el pedido, al considerar que “no corresponde hacer lugar a la inscripción solicitada por no hallarse encuadrado el recurrente, en las condiciones de admisibilidad aprobadas por el Honorable Consejo Nacional Universitario”.[22]

Un día después de aquella reunión, los y las integrantes del Consejo Directivo aprobaron la resolución de la Comisión, y Erminda Benítez dispuso que se notifique a Roberto Carpi de la decisión tomada por el máximo órgano de gobierno de la Facultad.

 

 

Consideraciones finales

 

En este artículo, hemos realizado una primera aproximación a la historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral durante el primer peronismo. Como señalamos en la introducción, es éste un universo aún no explorado por la historiografía sobre las universidades en Argentina, como tampoco por aquellos/as investigadores/as interesados/as por el desenvolvimiento de la élite intelectual local. Nuestra hipótesis, según la cual la creación de la Facultad fue parte de los proyectos de aquellos/as que conformaban este selecto sector social y cultural, nos orientó en la recuperación de las trayectorias intelectuales de aquellas figuras que consideramos centrales en los orígenes de esta institución, como así también, en el estudio de algunas de sus intervenciones discursivas.

Mediante el trabajo con estas fuentes, determinamos que durante los dos gobiernos peronistas, existieron en la Facultad tanto incitaciones “selectas”, vinculadas a los orígenes de la institución, como así también preocupaciones “aperturistas”, insertas en el entramado de referencias disponibles en las políticas universitarias del primer peronismo. El proyecto del delegado organizador Isidro Cárcamo de ofrecer la posibilidad a aquellos/as que no lograron finalizar sus estudios secundarios, de rendir un examen de capacitación que les permitiese ingresar a la Universidad, evidencia a las claras este último punto. En sus palabras, era necesario “abrir” las puertas de la Facultad a aquellas “masas malogradas” de la fábrica, del campo y de la calle. El hecho de que estas referencias emergieran de un miembro de la elite intelectual local –como dijimos, Cárcamo fue profesor en el Colegio Nacional y miembro fundador del Instituto Libre de Humanidades de Rosario – no debe confundirnos; no existe allí contradicción alguna; sino, la expresión de uno de los efectos posibles del discurso universitario del primer peronismo (Sigal y Verón, 1985).

Distinto hubiese sido el destino de la solicitud que Roberto Carpi realizó a Erminda Benítez algunos años después, de haberse implementado el proyecto de Cárcamo. Quienes tuvieron la responsabilidad de decidir sobre su pedido, contaron con herramientas puramente legales, burocráticas, que sin lugar a dudas condicionaban un posible desenlace positivo para el joven trabajador. No obstante, cabe interrogarse: de haber podido trascender las disposiciones normativas, ¿habrían dado lugar la inscripción de Carpi? ¿Identificaron en su relato, en su argumentación, ese criterio ético-político al que recurrió el remitente a la hora de justificar su solicitud? En otras palabras, ¿reconocieron en Carpi un interlocutor válido, y en sus experiencias autodidactas y como obrero, razones suficientes para ser aceptado en la Facultad? Estas preguntas no podremos responderlas; pero sí, consideramos que hemos avanzado en el conocimiento de cómo los discursos sostenidos por el primer peronismo en torno a la Universidad produjeron efectos diversos, claramente persuasivos, y no pocas veces, profundamente contradictorios.

 

 

 

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Recibido: 29/07/2020

Evaluado: 03/09/2020

Versión Final: 29/10/2020



[1]Desde 1968 la Facultad forma parte de la Universidad Nacional de Rosario (UNR); desde 1979 lleva el nombre de “Facultad de Humanidades y Artes”.

[2]Entre el inicio del primer ciclo lectivo de la Facultad (1948) y el año en el cual Erminda Benítez asume como decana (1954), quienes tuvieron a cargo la dirección de la FFyL fueron todos delegados interventores designados por cortos períodos y de manera provisional.

[3]El Consejo Universitario Nacional fue el máximo órgano de gestión de las universidades nacionales durante los dos primeros gobiernos peronistas.

[4]El trabajo con este extenso corpus documental, alojado en la Biblioteca Central de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR, es realizado por lxs integrantes del Programa de Preservación Documental La Facultad de Humanidades y Artes. Historia, memoria y política (Res. CD N.º 681/2016), dirigido por las historiadoras Cristina Viano y Laura Luciani. Actualmente se encuentra en proceso de edición una publicación, compilada por ambas historiadoras, que reúne valiosos trabajos sobre distintos aspectos de la historia de la Facultad, cf. Viano y Luciani -en prensa-  La Facultad de Filosofía y Letras: de la Universidad Nacional del Litoral a la Universidad Nacional de Rosario. Rosario, Argentina: HyA Ediciones.

[5]Buchbinder (1997, 2005), Pronko (2004), Girbal-Blacha (2005) y Graciano (2005) han aportado, en ese sentido, valiosas claves para estudiar la Universidad entre 1946-1955, al dar cuenta de las principales transformaciones que afectaron a la educación superior en el período. Destacamos también los trabajos sobre redes y trayectorias docentes y disciplinares (Martínez del Sel y Riccono, 2013; Perazzi, 2014); revistas académicas e institucionales (Guber y Rodríguez, 2011; Farías, 2014; David, 2014; D’Iorio, 2014; Gattari, 2017); en torno a los discursos de Perón referidos a la educación superior y el modelo de Universidad (Dércoli, 2013;  Riccono, 2015; Riccono y Naidorf, 2017; Pis Diez, 2019); sobre la política científica peronista (Hurtado de Mendoza y Busala, 2006; Soprano, 2010; Comastri, 2015); y sobre proyectos modernizadores en la Universidad Nacional de Tucumán (Juarrós, 2001;  Pereyra, 2012; Fasce, 2017). Este artículo abreva también, en los trabajos sobre la historia de la UNL, entre los que destacamos la obra de Piazessi y Bacolla (2015).

[6]Se destacan aquí los estudios de S. Fernández sobre intelectuales e instituciones culturales en Rosario (2003; 2019; 2020), así como también las investigaciones sobre la fundación de museos en la ciudad durante la primera mitad del siglo XX (De Marco, 2011; Zapata, Simonetta y Mansilla, 2012; Man y Yunis, 2018); y redes de sociabilidad (Suárez y Saab, 2012; Veliscek, 2019).  Para el estudio de las vinculaciones entre intelectuales y peronismo, han sido relevados los trabajos de F. Neiburg (1998), S. Sigal (2002), O. Graciano (2008) y F. Fiorucci (2011).

[7]Entre otros, destacamos los trabajos de O. Acha (2008), M. Barros et al. (2016), D. Guy (2017), J. M. Reynares (2018), y H. Comastri (2020). 

[8]Particularmente, A. Ascolani (1988); G. Gentile, 1997; J. J. Allevi (2017).

[9]Antonio Benítez (AB) y Alcides Cuminetti-Correa (ACC): creando en la ciudad de Rosario la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación (FFLCE) de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). 18 de septiembre de 1946. Cámara de Diputados de la Nación. Buenos Aires, Argentina.

[10]AB y ACC: creando en la ciudad de Rosario la FFLCE de la UNL. 18 de septiembre de 1946. Cámara de Diputados de la Nación. Buenos Aires, Argentina.

[11]Edgardo Hilarie-Chanetón. Discurso del rector interventor de la UNL en el acto de fundación de la FFLCE. 7 de agosto de 1947. Caja Secretaría Administrativa. Biblioteca Central de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, Santa Fe, Argentina.

[12]Isidro Cárcamo (IC). Discurso del delegado organizador en el acto de fundación de la FFLCE en la ciudad de Rosario. 7 de agosto de 1947. Caja Secretaría Administrativa.

[13]IC. Discurso del delegado organizador en el acto de fundación de la FFLCE en la ciudad de Rosario. 7 de agosto de 1947. Caja Secretaría Administrativa.

[14]Ángel Guido. “La Nueva Universidad”. Discurso de asunción como rector de la UNL. 3 de mayo de 1948. Revista Universidad, Universidad Nacional del Litoral (20), 9-21. Recuperado de: https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar:8443/handle/11185/3528

[15]Ellos fueron, en orden cronológico, Absalón Casas (1949-1950), Antonio Alonso Díaz (1950-1951), Adolfo Masciopinto (1951), Carlos J. Ferreyra (1951, en este mismo momento, rector interventor de la UNL), Andrés Millán (1951), Alberto Graziano (1951-1954) y Francisco González Ríos (1954).

[16] Carta de Roberto Carpi (RC) a Erminda Benítez de Lambruschini (EBL). 10 de abril de 1955. Caja D/1950. Biblioteca Central de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, Rosario, Santa Fe, Argentina.

[17]Ese reconocimiento puede haberse visto afectado por el error ortográfico al que incurre cuando utiliza el término “realizé”, equívoco que las autoridades de la Facultad posiblemente interpretaron como un signo de las limitaciones en el desenvolvimiento intelectual del joven trabajador.

[18]Carta de RC a EBL. 10 de abril de 1955. Caja D/1950.

[19]Se desconocen los pormenores del viaje de Carpi a París. Posiblemente las filiaciones italianas (en base al apellido) y/o francesa (de acuerdo al destino de su “misión familiar”) pueden ser una razón, al considerar, por otro lado, que estudió ambos idiomas.

[20]Carlos Ferreyra. Resolución del rector interventor de la Universidad Nacional del Litoral: adhesión de los actos celebratorios del 1° de Mayo. 23 de abril de 1951. Caja D/1950. Biblioteca Central de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, Rosario, Santa Fe, Argentina.

[21]El Consejo Directivo en 1955 estuvo conformado por los/as profesores/as Manuel Abizanda Bellabriga, Armando Asti Vera, Carmen R. de Castellanos, Leoncio F. Gianello, Alberto Rex González, Guillermo Kaul, Adolfo Masciopinto, Narciso Pousa, Josefa Rodríguez Bonel, Owen Usinger y Rafael Virasoro. Lamentablemente, no conocemos quienes integraban, específicamente, la Comisión de Enseñanza. 

[22] Carta de RC a EBL. 10 de abril de 1955. Caja D/1950.