Trayectorias
intelectuales y experiencias obreras en la Universidad Nacional del Litoral
(Rosario, 1946-1955)
Intellectual trajectories and working-class experiences at the
“Universidad Nacional del Litoral” (Rosario, 1946-1955)
Camila Entrocassi Varela
Escuela de Historia,
Facultad de Humanidades y Artes,
Centro Latinoamericano de Investigaciones en Historia Oral y Social,
Universidad Nacional de Rosario (Argentina)
camilaentrocassi@gmail.com
Resumen
Durante las últimas dos décadas, una dilatada bibliografía sobre
la historia de la educación superior en Argentina entre 1946 y 1955 ha
permitido profundizar considerablemente nuestro conocimiento tanto sobre las
políticas universitarias del primer peronismo, como así también, sobre
distintas universidades a nivel local y regional. No obstante, no existen aún
trabajos que aborden la historia de la Universidad Nacional del Litoral durante
este período, como tampoco estudios que exploren la Facultad de Filosofía y
Letras, creada en Rosario a fines de 1946. En este artículo, realizamos una
primera aproximación a la historia de esta Facultad, con un interés particular
en la reconstrucción de una serie de trayectorias intelectuales e
intervenciones discursivas actuantes durante su fundación y a lo largo de sus
primeros años de despliegue institucional. Con el objetivo de reflexionar en
torno a los posibles efectos de estos discursos, al finalizar este trabajo
analizamos una carta dirigida a las autoridades de la Facultad por parte de un
joven trabajador, cuyo deseo era convertirse en psicólogo profesional. En su
argumentación, es posible identificar un reclamo de reconocimiento de su
experiencia como un joven estudiante autodidacta y lector, pero también como un
obrero leal a Perón.
Palabras Clave
Peronismo; intelectuales; trabajadores; discursos; práctica
epistolar.
Abstract
Since the last two
decades, an extensive bibliography has dedicated to the Argentinan High School
Education between the years 1946 and 1955. These references have allowed us to
deepen our knowledge about University Policies adopted by Peronism and
different experiences from local and regional Universities. Nevertheless, there
is still a need for studies focused on the “Universidad Nacional del Litoral” and
the “Facultad de Filosofía y Letras”, which was funded in the city of Rosario
in 1946. The aim of this article is to develop an approach to the study of the
Faculty’s own history, with a particular interest in the reconstruction of some
intellectual trajectories and discourse interventions during its foundation and
the first years of its institutional development. In order to reflect on the
possible effects of these discourses, the last part of this dissertation
contains a letter written by a young worker to the University authorities. This
is a case of a man who aimed to be a psychologist but he did not succeed in
getting his Middle School degree. In his own argumentation, we can identify a
claim for recognition not only as a young self-taught person, but also as a
worker who was loyal to Perón.
Keywords
Peronism; intellectuals; working-class; discourses; epistolary practice.
Introducción
Este
artículo tiene por objetivo realizar una primera aproximación a la historia de
la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral,
creada en la ciudad de Rosario a fines de 1946.[1] Consideramos
que el estudio histórico de esta institución presenta enormes potencialidades
para todos/as aquellos/as interesados/as en investigar la Universidad durante
el primer peronismo, no solo porque su fundación tuvo lugar durante el primer
gobierno de Juan Domingo Perón, sino también porque su creación fue impulsada
por uno de los principales referentes del justicialismo en la Cámara de
Diputados de la Nación, el legislador rosarino Antonio Benítez. Dos coyunturas
distintas organizan esta investigación; por un lado, los años comprendidos por
el primer mandato de Perón y concomitantemente, los de la Facultad de Filosofía
y Letras (en adelante, FFyL) de la Universidad Nacional del Litoral (en
adelante, UNL). Por el otro, los momentos finales de su segundo gobierno y por
ende, de la gestión peronista de la Facultad, en cuyo frente estaba la
profesora Erminda Benítez de Lambruschini, primera decana de la Facultad y
hermana de Antonio Benítez.[2]
Un
examen de la trayectoria intelectual tanto de Erminda Benítez como de quienes
acompañaron el proyecto legislativo de su hermano Antonio, permite sostener que
la fundación de la Facultad formó parte de un conjunto más amplio de
iniciativas que tuvieron como protagonista a la élite intelectual local,
conformada por abogados, arquitectos, médicos, profesores e ingenieros (entre
muchos otros profesionales). En efecto, entre mediados de los años 30’s y 40’s,
fueron creados en la ciudad, el Museo Municipal de Bellas Artes (1937), el
Museo Histórico Provincial (1939) y el Museo Provincial de Ciencias Naturales
(1945), la Junta de Investigaciones Históricas de Rosario (1939), las filiales
del Colegio Libre de Estudios Superiores (1940) y de la Asociación Amigos del
Arte (1944), y el Instituto Libre de Humanidades de Rosario (1944).
Todos
estos espacios tuvieron en común el impulso de un minoritario sector social,
conformado por profesionales interesados/as en desplegar, en el ámbito local y
regional, distintas actividades intelectuales, artísticas, científicas y
educativas. Inscribir en este contexto la fundación de la Facultad implica
afirmar, como no puede ser de otro modo, que detrás de la creación de esta
novel institución de educación superior, existieron motivaciones de carácter
selecto, vinculadas a la distinción y la exclusión social. «Cubrir un vacío» en
la escena cultural local, «completar nuestra formación intelectual» en la
ciudad y el litoral, «formar élites consejeras y directoras» en Argentina a la
salida de la Segunda Guerra Mundial, fueron algunas de las expresiones con las
cuales los actores implicados en la génesis de la FFyL se refirieron a la
misión de la Universidad y de esta nueva sede de la UNL.
En ese
sentido, nuestra hipótesis es que la creación de la Facultad a fines de 1946
estuvo profundamente enlazada con la enérgica labor de la élite intelectual
local; y que por ende, las condiciones sociales de su fundación estuvieron
sensiblemente atravesadas por modulaciones discursivas vinculadas a la
distinción cultural e intelectual y a la imaginación de la Universidad –y
particularmente de una Facultad de Filosofía y Letras- como un espacio
exclusivo para el desarrollo de la “cultura superior” y para la formación de
intelectuales, artistas y «maestros».
No fue
hasta las convulsionadas jornadas de la Reforma Universitaria del ´18, que
estos discursos sobre la Universidad como espacio de élites fueron directamente
cuestionados, no obstante, una parte de ellos pervivieron, a través de otros
soportes y diferentes inspiraciones. Justamente, otra de las coyunturas en las
cuales estos discursos fueron sensiblemente discutidos fue durante el primer
peronismo (1946-1955). Sin ignorar las especificidades locales, existe un
consenso historiográfico en torno a que las referencias discursivas en la
gestión peronista de la educación superior estuvieron concentradas en el
ingreso de los trabajadores a los estudios superiores; es decir, a la apertura
de espacios que hasta ese momento habían denegado el acceso a aquellos que por
cuestiones económicas, sociales, y también culturales, no tenían allí un lugar.
En
efecto, durante el primer peronismo, aquellos discursos que reforzaron el rol
de la Universidad «al servicio de los intereses y las necesidades del pueblo», y
que identificaron a ese «pueblo» con las masas trabajadoras fueron
profundamente extendidos. Por otro lado, un conjunto de medidas orientadas a
democratizar el acceso la educación superior convergieron con estas
modulaciones discursivas. Cabe destacar, en ese sentido, los decretos de
eliminación de aranceles y examen de ingreso en 1949 y 1953 respectivamente; la
multiplicación de las partidas presupuestarias, y la creación de nuevas
instituciones, entre las que se encuentra, obviamente, la Facultad analizada en
estas páginas.
Como
veremos en este artículo, las referencias aperturistas también formaron parte
de los discursos de algunos de quienes estuvieron al frente de la gestión de la
Facultad y de la UNL entre 1946-1955. Frente a esta observación, podrían surgir
varios interrogantes. ¿Cómo convivieron ambos discursos?, ¿se excluían entre
sí, se produjo allí una tensión irresoluble? ¿Unos se impusieron sobre otros?
Responder con precisión a estas preguntas nos obligaría a emprender un
relevamiento minucioso de alocuciones, intervenciones, actos, disertaciones
producidas en la FFyL y la UNL. En esta oportunidad, nos limitaremos a delinear
algunos primeros trazos, a través de la recuperación de trayectorias
intelectuales y lazos construidos entre quienes participaron de la creación de
la Facultad, como así también las intervenciones discursivas de algunos de
ellos. Mediante esta exploración, veremos como el «campo de efectos posibles»
desplegados por el discurso universitario del primer peronismo puede ser diverso,
versátil y «totalmente impredecible» (Sigal y Verón, 1985).
Por esa
razón, finalizamos este artículo con el abordaje de una fuente particular, que
nos permite estudiar cómo, a la par que los discursos sobre la Universidad a
nivel nacional fueron “filtrados” por el tamiz de las autoridades
universitarias locales, así también fueron reapropiados y resignificados por
aquellos que conformaban los destinatarios “privilegiados” de las referencias
aperturistas, es decir, los trabajadores. Precisamente, nos ocuparemos de
analizar una carta enviada a las autoridades de la Facultad -particularmente, a
la decana Erminda Benítez- por un joven obrero peletero llamado Roberto Carpi,
mediante la cual solicitó su inscripción a la carrera de «psicólogo» a pesar de
no haber conseguido finalizar sus estudios secundarios.
Dado
que según lo dispuesto por el Consejo Universitario Nacional,[3] poseer
titulación era una condición excluyente para ingresar a la Universidad, el
solicitante ensayó una justificación en la cual tanto su experiencia como
trabajador, como las dificultades económicas experimentadas durante su
juventud, fueron los ejes organizadores de su argumentación. Consideramos que lo que deja
apreciar el análisis de esta fuente tan excepcional, es cómo el remitente
utilizó tanto discursos disponibles, ideas ya circulantes sobre los derechos de
los trabajadores, como así también operó un desplazamiento de ellas, un reclamo
popular de reconocimiento de una experiencia construida por fuera del sistema
académico formal. Una experiencia que fue, a la vez, obrera e intelectual.
El
trabajo con las trayectorias intelectuales y las intervenciones discursivas,
así como el estudio de la carta y del expediente generado por la administración
de la Facultad, han sido posibilitadas por el reciente hallazgo de un vasto
reservorio documental, relativo a la historia de la actual Facultad de
Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.[4] Por
su parte, las referencias bibliográficas de este trabajo son diversas y
numerosas. En primer lugar, este artículo abreva en un conjunto de
investigaciones que, a lo largo de las últimas dos décadas, ha realizado
sustanciales aportes a la profundización del conocimiento de la Universidad
argentina durante el primer peronismo.[5] A su vez, han
sido consultados aquellos trabajos concernientes a los proyectos y empresas
culturales de la élite intelectual de Rosario durante la primera mitad del
siglo XX, así como también han sido relevadas las principales discusiones en
torno a la vinculación entre intelectuales y peronismo.[6] Por último,
inscribimos nuestro análisis en el conjunto de investigaciones que en los
últimos años se ha interesado por el estudio de la práctica epistolar durante
los dos primeros gobiernos de Perón.[7]
Erminda y Antonio
Benítez, sus trayectorias político-intelectuales y la fundación de la Facultad
en 1946
Erminda
y Antonio Benítez compartían algo más que un vínculo fraternal. Circularon
ambos, durante el periodo de entreguerras, por similares espacios culturales y
sociales; incluso políticos, desde que su padre, Cipriano Benítez, era un
reconocido referente del yrigoyenismo a nivel local y provincial (había sido,
por un breve periodo, intendente de la ciudad de Rosario). Como puede
esperarse, la de Antonio es las más conocida de ambas trayectorias. De
profesión abogado, egresó en 1925 de la Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales de la UNL, e inició su carrera en la política provincial poco tiempo
después. Durante los años 30’s, y con el apoyo del senador radical Armando
Antille, comenzó su despegue a la política nacional.
En
1945, ya bajo el gobierno militar del general Edelmiro Farrell, estuvo por un
breve período al frente del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de la
Nación y, algunos meses después -más precisamente, en febrero de 1946-, Antonio
inauguró su extensa y prolífica carrera como legislador nacional, primero en
representación de la Unión Cívica Radical - Junta Renovadora (el sector del
radicalismo que acompañó la candidatura de Perón), y luego del Partido
Peronista. Integró la Cámara de Diputados de la Nación hasta el golpe militar de
septiembre de 1955, e incluso fue su presidente, entre 1953 y 1955. Como
diputado nacional, tuvo una labor interesante, entre la cual destacamos no solo
la creación de la FFyL de la UNL, sino también, el proyecto de igualdad de
hijos/as matrimoniales y extra-matrimoniales.
Mucho menos conocidos son los detalles de la trayectoria de su hermana
Erminda Benítez, a pesar de que, al igual que Antonio, fue una figura
importante en el ámbito social, político y cultural a nivel local y provincial.
Quienes más avanzaron en el estudio de su labor fueron aquellos que
investigaron la historia de la psicología y el psicoanálisis en Rosario.[8] En ese
sentido, destacamos que estos autores coinciden en identificar a Erminda como
la principal promotora de la creación, entre fines de 1954 y principios de
1955, de la carrera de «psicólogo» en la FFyL. Fue ésta la primera en el país,
seguida de cerca por la Universidad de Buenos Aires.
No
obstante la centralidad de su figura, desconocemos su procedencia profesional;
si bien en todos los documentos institucionales su nombre y apellido aparecen
antecedidos por el título de “profesora”, ignoramos dónde cursó sus estudios y
las características de éstos. De cualquier modo, ya sea por su condición de
mujer, ya sea por haber desarrollado su carrera intelectual durante los años
peronistas -probablemente, por ambas razones-, contamos aún con escasos
conocimientos sobre quien fue la primera mujer en ocupar el cargo de decana en
la historia de la Universidad en Argentina (situación que, según los registros
disponibles, se volverá a repetir recién en los años 70’s). Había llegado a
ejercer este cargo luego de una importante carrera en instituciones públicas, a
la par del desarrollo de una intensa actividad social e intelectual en el
ámbito privado, a partir de su incorporación en distinguidos círculos de
sociabilidad local durante los años 30’s y 40’s.
Fueron
numerosas las instituciones, tanto públicas como privadas, que emergieron en el
inquieto escenario cultural de urbes como Rosario y Buenos Aires durante el
periodo de entreguerras. Éstas eran sociedades en rápida transición, donde las
nuevas clases medias y profesionales se incorporaban vertiginosamente en el
movimiento económico y comercial. Ambas ciudades combinaron, en ese sentido, un
perfil mercantil con otro derivado de la urbanización y de la concentración, en
los barrios populares, de amplios contingentes de trabajadores/as inmigrantes y
migrantes internos. Carente de un imponente pasado colonial (a diferencia de
Córdoba, Santa Fe o también, Buenos Aires), la ciudad de Rosario comenzó a ser
identificada como una metrópoli joven y pujante, cuya identidad estaba
indisolublemente ligada al modelo agroexportador, al comercio exterior y a las
finanzas.
No
obstante, quienes más se beneficiaron de aquel crecimiento fueron también
aquellos/as que más intensamente rechazaron el mote de ciudad “fenicia” que
comenzó a imponerse en el imaginario social regional. Rápidamente, estas clases
medias, propietarias y/o profesionales emprendieron una serie de proyectos
culturales, cuya misión era dotar a Rosario de una nueva imagen, intelectual,
antes que mercantil. Se sucedieron así, las inauguraciones y fundaciones de
nuevos espacios selectos, distinguidos. En 1937 abrió sus puertas el Museo
Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino y, dos años después, en 1939,
haría lo propio el Museo Histórico Provincial, a partir de la enérgica
actuación del historiador Julio Marc y del arquitecto y escritor Ángel Guido.
En 1945, se fundó, como filial del Museo de la capital provincial, el Museo
Provincial de Ciencias Naturales “Dr. Ángel Gallardo”. En 1950, el peronismo
santafecino lo convirtió en una institución independiente, manteniendo su
jurisdicción provincial.
Como
señalamos con anterioridad, durante el periodo de entreguerras, Erminda Benítez desempeñó
importantes funciones en la esfera cultural de Rosario; inició por entonces su
larga carrera como profesora en el prestigioso Colegio Nacional, donde tuvo a su cargo la dirección
del laboratorio de psicopedagogía. Durante aquellos años, se desenvolvió también como asesora psicológica en la
Clínica de Orientación Infantil y como miembro activo del consejo asesor del
Instituto de Psicotecnia y Orientación Profesional, dependiente del gobierno
provincial (Allevi, 2017). Además, junto a su esposo, el médico Carlos Lambruschini, formó parte del
restringido grupo de lectores/as de las obras de Sigmund Freud (2017),
convirtiéndose en una de las primeras estudiosas del psicoanálisis en Rosario.
Su participación en el Primer Congreso
Argentino de Psicología, celebrado en la ciudad de Tucumán en 1954, es una
clara expresión de ello. En aquella oportunidad, presentó el trabajo Caracteres psíquicos de los adolescentes a
través de los sueños, y en él expuso los resultados parciales de una
investigación realizada con los relatos oníricos de un conjunto de estudiantes
del Nacional entre 1951-1952. Su investigación se veía beneficiada, en sus
palabras, por el contacto diario con aquellos/as adolescentes -sus propios
alumnos/as- y “por el conocimiento de las familias de cada uno de ellos, con un
índice cultural en su mayoría muy elevado: casi todos hijos de profesionales o
industriales y comerciantes destacados de la ciudad” (1954, p. 34). Cabe
señalar, además, que el Congreso en Tucumán fue el antecedente directo de la
creación de la carrera de psicólogo en Rosario un año después (Gentile, 1997).
Quienes
conformaron la élite intelectual local desplegaron su actividad también en el
ámbito privado, a partir de la constitución de círculos y redes de
sociabilidad. En 1939 se fundó la Junta de Investigaciones Históricas de Rosario, espacio
estimulado, entre otros, por el ya mencionado Julio Marc, así como también por
el escritor Elías Díaz Molano y el profesor e historiador Ricardo Orta Nadal.
Un año después, los extendidos intercambios epistolares entre Olga Cossettini y Luis Reissig
rindieron sus frutos y en 1940 inició sus actividades la filial local del
Colegio Libre de Estudios Superiores (Fernández, 2020). Finalmente, en 1944 dos
importantes espacios de sociabilidad artístico-intelectual emergieron en
Rosario: la filial local de la Asociación Amigos del Arte (AAAR) y
el Instituto Libre de Humanidades de Rosario (ILHR). Dados los fuertes lazos
que vincularon la creación de la FFyL con aquellos profesionales y profesores
que integraban el ILHR, no es arriesgado afirmar que esta institución
constituye un antecedente directo de la fundación de la novel Facultad.
Erminda
Benítez participó activamente de estas redes, como parte de la comisión
fundadora de la filial de la Asociación Amigos del Arte. El “Club Social de
Rosario”, al cual asistían regularmente familias y figuras destacadas de la
sociedad local, ofició como escenario de la asamblea fundacional de la
organización, en la cual se estableció como misión principal de la entidad
“estimular el interés y gusto de la comunidad por las cosas del espíritu,
alentar posibilidades y fomentar -moral y materialmente- la tarea de los
artistas” (Veliscek, 2019, p. 3). En los años 30’s y 40’s, tanto las filiales
de la Asociación Amigos del Arte y del CLES, como el ILHR y la Junta de Investigaciones
Históricas se constituyeron, de este modo, como espacios que reclamaron para sí un
rol rector en la escena cultural local, al tiempo que compartieron lógicas de
exclusión, distinción y diferenciación social con respecto al resto de la
sociedad y particularmente, con las clases trabajadoras.
Al examinar las primeras intervenciones de Antonio Benítez como legislador
nacional, no quedan dudas de cómo ambos hermanos estaban insertos en el
escenario cultural local, con un interés particular en los espacios vinculados
a la educación (recordemos que Antonio había ocupado por un breve periodo el
cargo de Ministro de Justicia e Instrucción Pública, en 1945). Dos de los
primeros proyectos que presentó en la Cámara de Diputados de la Nación, una vez
electo en 1946, fueron el de “creación de una Facultad de Filosofía, Letras y
Ciencias de la Educación”, y otro relativo a la asignación de un cuantioso
subsidio al Instituto Libre de Humanidades de Rosario, aquel espacio distintivo
de la intelectualidad local. En la fundamentación del proyecto, Antonio recuperó un
discurso suyo realizado en 1945. En aquella oportunidad, expresó públicamente
sus preocupaciones en torno a una Rosario “fenicia” y a la necesidad de
convertirla en una referencia cultural e intelectual de alcance nacional:
“Por todas partes se nos quiere conocer por el trigo y el
maíz de nuestros campos, por la fuerza de nuestros músculos. Se desconoce o se
quiere desconocer con frecuencia la riqueza del espíritu extraordinario de
nuestros intelectuales, la hondura de nuestros sabios, la prudencia de nuestros
maestros. Nuestras tres facultades -de crecidísimo y aplicado estudiantado, de
altísima labor docente- lo desmienten. Pero para completar nuestra formación
espiritual, debemos crear la Facultad de Filosofía y Letras.”[9]
Más
adelante, y a través de una clara referencia al estallido de instituciones
culturales anteriormente señalado durante los años 30’s y principios de los
40’s, planteó que:
“El crecimiento indudable de la vida cultural de la
ciudad de Rosario que ha avanzado, excediéndolo, al desenvolvimiento de su vida
económica, reclama la existencia de un instituto en el que el estudio de las
disciplinas filosóficas, trace rumbos al espíritu de la ciudad y el
perfeccionamiento de los estudios en letras y en ciencias de la educación, de
formación definitiva a nuestros intelectuales y nuestros maestros.”[10]
Aprobada la creación de la FFyL a fines de 1946, varios de los profesores
del ILHR fueron convocados a formar parte del cuerpo docente de la flamante
institución. Incluso, uno de ellos fue quien tuvo a su cargo, por decisión de Edgardo Hilarie-Chanetón,
rector interventor de la UNL, la organización académica e institucional de la
novel Facultad. Su nombre era Isidro Cárcamo y, al igual que Erminda Benítez,
desde muy joven trabajaba en el Colegio Nacional. Otros integrantes del ILHR,
entre los que cabe mencionar a Ricardo Orta Nadal y a Luis Arturo Castellanos,
se incorporaron al plantel docente de la FFyL en 1948, año en el cual fueron
iniciados los cursos de todas las carreras de la Facultad (filosofía, historia,
letras y ciencias de la educación).
Unos
pocos meses después de la aprobación del proyecto, en agosto de 1947, tuvo
lugar el acto oficial de fundación. En aquella oportunidad, Hilarie-Chanetón y
Cárcamo desplegaron sus proyecciones sobre la misión de la futura institución.
En primer lugar, rindieron homenaje a quien fue reconocido como el principal
promotor de la creación de la Facultad: “es el diputado nacional Antonio J.
Benítez”, señaló el rector interventor, “quien ha coronado toda su lucha por el
aumento del acervo educacional y cultural de Rosario con su esfuerzo para que
se incluyera, en el presupuesto de la Nación, la partida necesaria para la
creación de esta Facultad, cristalizando así una aspiración largamente
acariciada por la Ciudad.”[11]
Después,
fue el turno del delegado organizador, quien profundizó la idea, ya planteada
por Hilarie-Chanetón, de que la Facultad vendría a “colmar un vacío” en la
escena cultural local. “Ha dicho Ricardo Rojas” señaló luego, “que ‘solo el
desinterés filosófico puede fundar verdaderas civilizaciones; sin ese
desinterés espiritual, lo que resta no sirve sino para acrecentar colonias o
para enriquecer factorías’”.[12] Sin embargo, Cárcamo incorporó en su
alocución elementos que convergían también, con el discurso universitario del
primer peronismo. En ese orden, al finalizar sus palabras afirmó que:
“Si por imperativo de la hora, la Universidad necesita y
busca apoyo y calor popular, no puede mostrarse remisa a los valores que
legítimamente se forman en la masa trabajadora de las fábricas, del campo y de
la calle, malogradas hasta la fecha por una inercia increíble. En consecuencia,
es nuestro deber abrir para ella nuestra casa, para que los que carecen de
títulos que expidan nuestros institutos de enseñanza media, puedan, mediante un
examen de capacitación general, hallarse intelectualmente habilitados para
proseguir estudios en esta Facultad.”[13]
De esta
manera, el primer delegado organizador de la Facultad no solo recuperaba las
incitaciones promovidas por la élite intelectual local, preocupadas por “cubrir
un vacío” en la escena cultural mediante la fundación de la FFyL, sino que
también, recuperó elementos disponibles en el discurso universitario del primer
peronismo. Planteó, sin muchos rodeos, su pretensión de “abrir las puertas” de la Universidad a las clases trabajadoras, a
las “masas malogradas” de la “fábrica, del campo y de la calle”.
De este modo, Cárcamo hizo converger en su discurso ambas dimensiones,
ambos discursos, en los cuales una cuestión central fue ¿cómo responder,
desde la Universidad, a la situación de las masas trabajadoras? No fue el
único funcionario en hacer referencia a los/as trabajadores/as en su alocución:
un año después, Ángel Guido, primer rector de la UNL designado por Perón, hizo
suya la preocupación por la vinculación de la Universidad con las masas, aunque
ciertamente, con sentidos bien distintos a los explicitados por Cárcamo. En su
discurso de asunción como máxima autoridad en la Universidad, declaró:
“En lo político y económico estamos presenciando el drama
del mundo frente al advenimiento de las masas proletarias. Nuestro gobierno ha
sabido resolver esa grave ecuación política y económica, providencialmente (…).
La Universidad no puede echar en saco roto esta realidad tocante ni aducir
incompatibilidad alguna. Antes al contrario, la Universidad argentina deberá
formar "élites" entre sus filas, para contribuir con su serena
sabiduría y su teleológica visión universalista, a que la Patria arribe al
mejor puerto del mundo, en estos momentos cruciales de su historia.”[14]
El
reconocido arquitecto y escritor, diseñador del Monumento Nacional a la Bandera, imaginaba a la
Universidad como una institución dedicada a la formación de aquellos que
estaban llamados a cumplir un rol político-intelectual rector en los críticos
momentos posteriores a 1945. Era una minoría social y cultural, y no las clases
trabajadoras, la que podía -y debía- definir los rumbos de la nación, en
beneficio de aquellas, sí, pero claramente conteniendo y orientando sus
voluntades.
Una larga carrera por instituciones distinguidas precedía su función en el
rectorado, una carrera que hacía del propio Guido, un exponente claro de
aquellas “elites” que pretendía formar en las facultades de la UNL. Fue
profesor de la
Facultad de Ciencias Matemáticas desde 1923, miembro de prestigio de la
Asociación “El Círculo” y del Colegio Libre de Estudios Superiores, cofundador
del Museo Histórico Provincial y colaborador de la revista Cursos y Conferencias (Fernández, 2020).
Sus simpatías con los nacionalismos aristocráticos surgidos en la entreguerras
son conocidos; así como también su estrecha amistad con el intelectual Ricardo
Rojas, exponente de esas corrientes (pero también, de reconocidas posiciones
antiperonistas).
En este
apartado, hemos seleccionado algunos de los discursos sostenidos a lo largo del
proceso de creación de la FFyL y de la gestión de la UNL durante el primer
peronismo, y los hemos analizado según la hipótesis de que la Facultad surgió
bajo condiciones sociales vinculadas a los proyectos de la elite intelectual
local; no obstante, sostuvimos también, que no estuvieron ausentes aquellas modulaciones
discursivas “aperturistas” u “obreristas” en torno a la Universidad, como deja
en evidencia el discurso de Cárcamo en 1947.
¿Cómo interpretar éstas diferentes intervenciones? Silvia Sigal y Eliseo
Verón, en una investigación fundamental sobre el peronismo como fenómeno discursivo,
ofrecen importantes claves para comprender las variaciones en el discurso
universitario durante el primer peronismo; observaron allí que “un discurso no
produce jamás un efecto y uno solo”, por el contrario, “genera, al ser
producido en un contexto social dado, lo que podemos llamar un campo de efectos
posibles”, y quienes nos posicionamos como observadores “nunca podemos deducir
cual es el efecto que será actualizado en la recepción” (1985, p. 15). Por esa razón, a continuación analizaremos otra trama de
discursos, otro “efecto” entre aquellos posibles, que devele cómo un actor
externo a la Facultad, un trabajador porteño, construyó una argumentación en la
cual fueron “desbordadas” las condiciones de posibilidad generadas por el
discurso universitario del primer peronismo.
Roberto Carpi y el reclamo por
el reconocimiento a su experiencia como estudiante y trabajador
Después
de la gestión de Isidro Cárcamo como primer delegado organizador, se sucedieron
en la Facultad varios delegados interventores, todos ellos designados por el
rector y de manera provisional.[15] Por
esa razón, fue recién en 1954 cuando un profesor, o deberíamos decir, una
profesora, asumió formalmente el cargo de decana. 1955 no solo sería el primer
año de gestión de Erminda Benítez al frente de la Facultad, sino también el
inicio de los cursos de la carrera cuya creación había impulsado, la de «psicólogo». Y con esta apertura,
se iniciaron también las inscripciones para cursar las primeras materias; pero
no todos lograron efectivizar su matriculación. Uno de ellos fue, justamente,
Roberto Carpi.
Nos detendremos, a continuación, en la carta enviada a las autoridades por
el trabajador peletero, con el objetivo de analizar cómo fueron reapropiados,
resignificados, diversos elementos de la discursividad oficial en torno a la
educación superior. Pero también, al igual que en el caso de las intervenciones
analizadas en el apartado anterior, no estuvieron ausentes las referencias a la
Universidad como un espacio intelectual, selecto, y a sí mismo como una persona
capaz de desenvolverse de forma eficaz en este ambiente. Es decir, en su carta,
Roberto Carpi expuso su experiencia como obrero pero al mismo tiempo reclamó un
reconocimiento de su formación académica autodidacta, la cual, en su
argumentación, era más que suficiente para poder ingresar a la
Universidad. En ese sentido y siguiendo a Barros et al. (2016), Reynares
(2018) y Comastri (2020), a través del reclamo de Carpi podemos ver como allí
se produjo un desplazamiento, un desborde de las condiciones de posibilidad
generadas por el discurso universitario peronista; en otras palabras, surgió en
su comunicación, un reclamo popular por el reconocimiento de una experiencia construida por fuera del
sistema académico formal.
En abril de 1955, Erminda Benítez recibió en su despacho la carta de
Roberto Carpi, enviada desde la ciudad de Buenos Aires y confeccionada en
máquina de escribir. Copias de dos documentos escritos en francés fueron
adjuntados: uno emitido por el Institut de Psychologie de la Sorbonne, en París, el
otro, por el Service Universitaire des Relations avec l’Étranger,
dependiente del Ministerio de Educación francés. El estilo de escritura
revelaba que el autor conocía las reglas y formalidades propias de la
comunicación institucional, y el uso de máquina de escribir denotaba el acceso
a una tecnología cuya difusión era, en Argentina durante los años 50’s, aún
bastante restringida por fuera de los círculos letrados y del periodismo.
En la carta, Carpi explicaba que su mayor anhelo era convertirse en
psicólogo profesional. Sin embargo, el joven trabajador encontraba formalmente
impedido su ingreso a la Universidad, en tanto no había conseguido finalizar
los estudios secundarios (como se señaló en la introducción, requisito
excluyente según las disposiciones vigentes). Con seguridad, Carpi estaba al tanto de que su
inscripción no era posible: al finalizar el escrito, señalaba que se había
entrevistado con el secretario general de la Facultad, a quien le enseñó los
documentos originales cuyas copias estaban adjuntadas a su solicitud.
Posiblemente, el propio secretario haya sido quien sugirió al joven trabajador
enviar a la decana un pedido formal.
Ya sea
por sugerencia de las autoridades de la Facultad, ya sea por decisión propia,
lo cierto es que Carpi optó por dirigirse personalmente a Erminda Benítez:
“Sra. Decana de la Facultad de Filosofía, Letras y
Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional del Litoral,
Doña Erminda Benítez de Lambruschini,
Me permito dirigirme a usted con el fin de exponerle lo
siguiente: Soy argentino, de 28 años de edad, de ocupación obrero peletero. En
1940 ingresé en el Colegio Comercial “Carlos Pellegrini” donde completé el
segundo curso. Posteriormente me vi obligado a abandonar mis estudios, frente a
la imperiosa necesidad económica de trabajar y contribuir así al sustento de mi
familia, integrada por mi madre, viuda, y una hermanita. En esos tiempos la
vida era muy dura para las personas de mi condición, y los obstáculos que se
interponían a una posible reanudación de mis estudios eran prácticamente
insuperables. Por ello, a pesar de haber logrado aprobar varias equivalencias
-como alumno libre- en el Colegio Nacional Mariano Moreno, no pude, al fin,
seguir luchando y me resigné a renunciar al título secundario. No renuncié sin
embargo a mis intereses, y dediqué el tiempo libre al estudio de las materias
de mi predilección. Así logre un buen conocimiento del francés y del italiano
y, sobre todo, me dediqué con mucho entusiasmo a la psicología, leyendo [y]
estudiando muchas obras de psicología general, psicología evolutiva, historia
de la psicología y psicoanálisis, y concurriendo siempre que me fue posible a
cursos y conferencias sobre esas materias. También realizé [sic] un periodo de
Psicoterapia.”[16]
Es importante recuperar algunas observaciones metodológicas pertinentes a
la hora de emprender el análisis de fuentes epistolares, y particularmente,
para estudiar aquellas producidas durante el primer peronismo. En ese sentido,
han sido advertidos los peligros de interpretar a las cartas como expresiones
fieles de la “subjetividad” de los actores estudiados, como vehículos para
captar la intencionalidad última de estos (Barros et al., 2016).
Obviamente, las fuentes epistolares -al igual que, por ejemplo, los testimonios
orales-, habilitan exploraciones mucho más atentas a la intimidad y a las
emociones, aspiraciones y experiencias de los actores. No obstante, ello no
implica que las mediaciones que atraviesan todas y cada una de las
manifestaciones sociales no se expresen también en este tipo de rastros
documentales.
Estas advertencias adquieren mayor magnitud al considerar, como señalan
Barros et al., la identidad
distintiva que adquiere la práctica epistolar en la Argentina peronista (2016).
Producto de la particular centralidad que el régimen le atribuyó a la
comunicación epistolar, como instrumento para la demanda social, de mediación
entre el Estado y la sociedad, es fundamental comprender a las cartas como
herramientas de intervención pública, como gestos políticos performativos
(Acha, 2008; Barros et al., 2016; Reynares, 2018; Comastri, 2020). En
1951, esta vinculación se vio confirmada con la convocatoria por parte del
gobierno de Perón a remitir propuestas a ser incorporadas en el Segundo Plan
Quinquenal, y que tuvo como corolario el envío de más de 70.000 cartas a
distintas dependencias del Estado.
Si bien la comunicación de Carpi encontraba inspiración en móviles
diferentes a los estudiados por estos/as autores/as en la convocatoria Perón
quiere saber lo que el pueblo necesita, el obrero recurrió, en efecto, a
similares recursos discursivos a los utilizados por quienes participaron en
ella en 1951. Un factor central es, en ese sentido, la apelación constante a su
identidad y experiencia como trabajador, en un contexto político, económico y
social en el cual el trabajo emerge “como un significante privilegiado a partir
del cual los sujetos estructuran sus argumentos” (Barros et al., 2016, p. 247). En otros términos, en la Argentina de Perón,
ser obrero era sinónimo a ser un sujeto de derechos, y particularmente para
Carpi, ello implicó que su demanda de ingresar a la Universidad era aún más
legítima, en tanto el peronismo hizo del acceso de los trabajadores a la
educación superior un horizonte de derechos a reclamar. En su estudio sobre las
cartas enviadas por campesinos y chacareros cordobeses a Perón, Reynares señala
cómo, incluso, los demandantes hacen referencia al sufrimiento, a la abnegación
sufridas en su carácter de trabajadores (2018). ¿No recurrió Carpi, acaso, a
una estrategia similar? Sus referencias a la imperiosidad de la necesidad de
trabajar, a la viudez de su madre y a la corta edad de su hermana, así lo
indican.
Pero, ¿fue la apelación a su identidad y su experiencia como trabajador la
única estrategia ensayada por el obrero peletero? Un examen atento tanto a sus
argumentaciones como a sus “guiños” -aquellos “gestos” no directamente
incluidos en la argumentación, pero profundamente persuasivos, como por
ejemplo, la mención de su paso fugaz por los colegios nacionales- puede revelar
que Carpi buscó también, mostrarse a sí mismo como un trabajador culto, un
estudiante familiarizado con las prácticas y las formalidades universitarias.
En efecto, existió en su comunicación una voluntad de ser reconocido por las
autoridades de la FFyL como un interlocutor válido y capaz de desenvolverse
hábilmente en los espacios académicos.[17]
Al
continuar la carta, Carpi relató una experiencia que lo habilitaba,
de alguna manera, a acreditar que aquella formación autodidacta le había
proporcionado los recursos suficientes para ingresar a la Universidad:
“El año pasado, circunstancias familiares me llevaron a
París y allí descubrí que me era posible inscribirme en la carrera de psicólogo
que se dicta en el Instituto de Psicología, dependiente de la Facultad de
Letras de la Sorbona. Así lo hice, y tras rendir un examen de capacitación, me
dispuse pues, a realizar los tres años necesarios para la obtención del
Diploma. Mas desgraciadamente, para ello necesitaba primero vivir, es decir, en
mi caso, trabajar. Esto no pude lograrlo, por mi condición de extranjero y
otras dificultades y por lo tanto, terminada mi misión familiar, tuve que
regresar a la Argentina. Durante mi permanencia en París realicé casi un curso
completo, mas no pude rendir los exámenes finales. La implantación de la
carrera de “psicólogo” en esa Facultad me daría por fin la posibilidad de
realizar los estudios para los cuales creo poseer una verdadera vocación y las
condiciones necesarias. Por otra parte, como mi situación económica y de
trabajo ha mejorado sustancialmente, tendría la posibilidad material de llevar
a cabo mis propósitos, aún residiendo en Buenos Aires.
Solo queda un obstáculo, sin embargo: el título de
estudios secundarios que, por las razones expuestas, no poseo. Volver ahora -y
por un periodo muy largo- al colegio nacional, sería otra vez frustrar mi
vocación. Por otra parte puedo afirmar con la conciencia tranquila de que en
estos años he adquirido por lo menos la formación mínima necesaria para cursar
con éxito la carrera a la que deseo ingresar. Este es el motivo por el cual me
he atrevido a dirigirme a usted en la confianza de que estudiará mi caso y lo
resolverá inspirándose, más que en un frío respeto de la letra de los
reglamentos, en ese espíritu de justicia que afortunadamente caracteriza la
época actual en la Argentina.”[18]
Roberto
Carpi retomaba, al finalizar su escrito, todos los elementos expuestos sobre su
particular situación personal y sobre las expectativas depositadas en el
ingreso a la Universidad. Declaró poseer, además, una inclinación temprana
hacia la psicología; la suya era una auténtica “vocación”, que lo había llevado
a iniciar sus estudios de forma autodidacta y, cuando surgió la posibilidad durante
su “misión familiar” en París,[19] a
asistir a cursos en la Sorbonne.
Sin
lugar a dudas, la inclusión en su escrito de una de las instituciones de
educación superior más prestigiosas de Europa buscaba interpelar a Erminda
Benítez a partir de un criterio de autoridad. Carpi intentó allí generar un
reconocimiento en términos académicos e intelectuales. Si había logrado asistir
como estudiante a la Sorbonne, ¿qué le impedía ingresar a la Facultad de
Filosofía y Letras en Rosario, Argentina? Incluso, adjuntaba a la solicitud
copias de dos documentos probatorios como forma de reafirmar su idoneidad.
Allí, aparecían consignados sus datos personales y una foto, en blanco y negro,
donde se lo puede ver vestido de saco, camisa y corbata, la indumentaria
característica de los estudiantes universitarios varones en los años 50’s.
En ese sentido,
es posible inferir que a pesar de que Carpi buscó destacar su experiencia como
trabajador, no descartó también, la oportunidad de mostrarse, ante las
autoridades de la FFyL, como un joven plenamente capaz de transitar los
espacios académicos. Además, no dudó en enfatizar que su situación económica,
por oposición a los años anteriores al ascenso del peronismo, había mejorado
sustancialmente. Ello le permitiría costear los viajes desde Buenos Aires a
Rosario, y con seguridad, también explicaba su acceso a diversas obras y
publicaciones y a una tecnología todavía muy restringida, como lo era la
máquina de escribir.
No obstante,
la relevancia que le otorgó a estos criterios de orden intelectual, Carpi apeló
centralmente a un criterio ético y político a la hora de solicitar a Erminda
Benítez su matriculación en la Facultad. Necesariamente, ese criterio encontró
significación en su identidad y su experiencia de vida como trabajador. Para
él, y para todos aquellos que como él conformaban los sectores históricamente
más postergados del país, los gobiernos peronistas ofrecían un “gesto de
reparación histórica” consistente en la apertura de los estudios superiores a
los trabajadores (Graciano, 2005). El discurso universitario oficial buscó
construir una frontera con respecto a la Universidad previa a 1943/1946, a la
cual sólo ingresaban “los hijos de los privilegiados” (2005). Para ello, fue
diseñado por las autoridades del Ministerio de Educación y del Consejo
Universitario Nacional, un discurso abundante en referencias a los nuevos
vínculos existentes entre los trabajadores y la “cultura superior”, entre el
pueblo y la Universidad.
Un buen
ejemplo de ello puede encontrarse en las resoluciones rectorales referidas a
celebraciones importantes para el imaginario político oficial: a fines de abril
de 1951, el rector interventor Carlos Ferreyra -sucesor de Ángel Guido al
frente de la UNL- disponía la adhesión de la institución a los actos
celebratorios del 1° de Mayo, y entre los “considerandos” de la decisión institucional
se podían leer:
“Que el 1° de Mayo próximo se cumple un nuevo aniversario
de la instauración del “Día de los Trabajadores”, cuyo significado histórico y
moral es igualmente interpretado por todas las masas laboriosas del mundo.
Que los trabajadores argentinos comparten jubilosos la
trascendencia de esta fecha universal, por haber alcanzado en su patria, dentro
de la Constitución, la ley y las prácticas consiguientes, los derechos por los
cuales lucharon generaciones enteras, en medio de la incomprensión y el
egoísmo;
Que la nueva Universidad Argentina aspira a ser un fiel
reflejo de los altos móviles que animan al ideal justicialista, a cuyo efecto
tiende a fortificar los vínculos unificadores entre la cultura superior y el
pueblo, tal como resulta de la doctrina sustentada por el líder de los
trabajadores General Juan Perón, quien ha hecho posible, con la eliminación de
los factores que obstaculizaban el acceso de la juventud a las carreras
universitarias y con la creación de nuevos instrumentos de la cultura, la
superación general del nivel espiritual e intelectual de la clase trabajadora.”[20]
En
efecto, los dos primeros gobiernos de Perón impulsaron un conjunto de políticas
que, a mediano y largo plazo, transformaron profundamente el perfil social de
la Universidad. Principalmente, este proceso de democratización social de los
estudios superiores fue posibilitado por el otorgamiento de becas a hijos/as de
trabajadores; la creación de la Universidad Obrera Nacional; la eliminación de
los aranceles universitarios y del examen de ingreso; y la fundación de más de
una decena de facultades en todo el país (Buchbinder, 2005).
Fueron
estas transformaciones las que, sin lugar a dudas, generaron las condiciones de
posibilidad para una solicitud como la realizada por Roberto Carpi. En esa
clave, y siguiendo a Barros et al.,
esta fuente epistolar puede ser pensada como la expresión particular de un
entramado de sentidos involucrados, históricamente determinados, y que utiliza
lenguajes y expresiones ya disponibles (2016). En otras palabras, aquí el
pedido de Carpi puede ser interpretado como una demanda que está contenida
dentro de los “límites” institucionales configurados por el discurso del
peronismo en torno al ingreso de los trabajadores a la educación superior.
Existe,
no obstante, otra dimensión a partir de la cual analizar las características de
la comunicación entre Roberto Carpi y Erminda Benítez. En este nivel, la
solicitud ya no representa solo una demanda particular y una identificación del
remitente con el discurso oficial, sino que tiene lugar allí un desplazamiento,
un desborde de las condiciones de posibilidad realmente existentes. Es en este
momento donde “el demandante” se desplaza del lugar de mero “destinatario” de
las políticas oficiales, e interviene políticamente, busca performar, configurar, una nueva situación:
“Al arrojarse a la escritura, los sujetos desbordan las
condiciones de posibilidad, muestran su disconformidad con éstas y desde allí
desenvuelve estrategias argumentativas y capacidades para las que no estaban
“destinados”. En el movimiento de la escritura, el sujeto pone en palabras lo
que lo hace común al orden social comunitario, al tiempo que paradójicamente da
cuenta de su lugar de exclusión como ser parlante” (Barros et al., 2016, p. 254).
¿Qué
respuestas tuvo la solicitud de Carpi en Erminda Benítez y las demás autoridades
de la Facultad?
El
expediente generado por la administración de la FFyL nos ofrece ciertos
indicios; en primer lugar, es necesario señalar que la decana no desestimó
directamente el pedido de inscripción del joven trabajador. Por el contrario,
lo elevó al Consejo Directivo de la Facultad, cuya Comisión de Enseñanza se
encargaría de tomar la decisión final.[21] En esa
oportunidad, los/as profesores/as que la integraban desestimaron el pedido, al
considerar que “no corresponde hacer lugar a la inscripción solicitada por no
hallarse encuadrado el recurrente, en las condiciones de admisibilidad
aprobadas por el Honorable Consejo Nacional Universitario”.[22]
Un día
después de aquella reunión, los y las integrantes del Consejo Directivo
aprobaron la resolución de la Comisión, y Erminda Benítez dispuso que se
notifique a Roberto Carpi de la decisión tomada por el máximo órgano de
gobierno de la Facultad.
Consideraciones finales
En este
artículo, hemos realizado una primera aproximación a la historia de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral durante el primer
peronismo. Como señalamos en la introducción, es éste un universo aún no
explorado por la historiografía sobre las universidades en Argentina, como
tampoco por aquellos/as investigadores/as interesados/as por el
desenvolvimiento de la élite intelectual local. Nuestra hipótesis, según la
cual la creación de la Facultad fue parte de los proyectos de aquellos/as que
conformaban este selecto sector social y cultural, nos orientó en la
recuperación de las trayectorias intelectuales de aquellas figuras que
consideramos centrales en los orígenes de esta institución, como así también,
en el estudio de algunas de sus intervenciones discursivas.
Mediante
el trabajo con estas fuentes, determinamos que durante los dos gobiernos
peronistas, existieron en la Facultad tanto incitaciones “selectas”, vinculadas
a los orígenes de la institución, como así también preocupaciones
“aperturistas”, insertas en el entramado de referencias disponibles en las
políticas universitarias del primer peronismo. El proyecto del delegado
organizador Isidro Cárcamo de ofrecer la posibilidad a aquellos/as que no
lograron finalizar sus estudios secundarios, de rendir un examen de
capacitación que les permitiese ingresar a la Universidad, evidencia a las
claras este último punto. En sus palabras, era necesario “abrir” las puertas de
la Facultad a aquellas “masas malogradas” de la fábrica, del campo y de la
calle. El hecho de que estas referencias emergieran de un miembro de la elite
intelectual local –como dijimos, Cárcamo fue profesor en el Colegio Nacional y
miembro fundador del Instituto Libre de Humanidades de Rosario – no debe
confundirnos; no existe allí contradicción alguna; sino, la expresión de uno de
los efectos posibles del discurso universitario del primer peronismo (Sigal y
Verón, 1985).
Distinto
hubiese sido el destino de la solicitud que Roberto Carpi realizó a Erminda
Benítez algunos años después, de haberse implementado el proyecto de Cárcamo.
Quienes tuvieron la responsabilidad de decidir sobre su pedido, contaron con
herramientas puramente legales, burocráticas, que sin lugar a dudas
condicionaban un posible desenlace positivo para el joven trabajador. No
obstante, cabe interrogarse: de haber podido trascender las disposiciones
normativas, ¿habrían dado lugar la inscripción de Carpi? ¿Identificaron en su relato,
en su argumentación, ese criterio ético-político al que recurrió el remitente a
la hora de justificar su solicitud? En otras palabras, ¿reconocieron en Carpi
un interlocutor válido, y en sus experiencias autodidactas y como obrero,
razones suficientes para ser aceptado en la Facultad? Estas preguntas no
podremos responderlas; pero sí, consideramos que hemos avanzado en el
conocimiento de cómo los discursos sostenidos por el primer peronismo en torno
a la Universidad produjeron efectos diversos, claramente persuasivos, y no
pocas veces, profundamente contradictorios.
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pasado (Rosario, 1912-1950). Anuario de Arqueología, (4).
Recibido: 29/07/2020
Evaluado: 03/09/2020
Versión Final: 29/10/2020
[1]Desde 1968 la
Facultad forma parte de la Universidad Nacional de Rosario (UNR); desde 1979
lleva el nombre de “Facultad de Humanidades y Artes”.
[2]Entre el inicio
del primer ciclo lectivo de la Facultad (1948) y el año en el cual Erminda
Benítez asume como decana (1954), quienes tuvieron a cargo la dirección de la
FFyL fueron todos delegados interventores designados por cortos períodos y de
manera provisional.
[3]El Consejo
Universitario Nacional fue el máximo órgano de gestión de las universidades
nacionales durante los dos primeros gobiernos peronistas.
[4]El trabajo con este
extenso corpus documental, alojado en la Biblioteca Central de la Facultad de
Humanidades y Artes de la UNR, es realizado por lxs integrantes del Programa de
Preservación Documental La Facultad de Humanidades y Artes. Historia,
memoria y política (Res. CD N.º 681/2016), dirigido por las historiadoras
Cristina Viano y Laura Luciani. Actualmente se encuentra en proceso de edición
una publicación, compilada por ambas historiadoras, que reúne valiosos trabajos
sobre distintos aspectos de la historia de la Facultad, cf. Viano y
Luciani -en prensa- La Facultad de
Filosofía y Letras: de la Universidad Nacional del Litoral a la Universidad
Nacional de Rosario. Rosario,
Argentina: HyA Ediciones.
[5]Buchbinder (1997,
2005), Pronko (2004), Girbal-Blacha (2005) y Graciano (2005) han aportado, en
ese sentido, valiosas claves para estudiar la Universidad entre 1946-1955, al
dar cuenta de las principales transformaciones que afectaron a la educación
superior en el período. Destacamos también los trabajos sobre redes y trayectorias
docentes y disciplinares (Martínez del Sel y Riccono, 2013; Perazzi, 2014);
revistas académicas e institucionales (Guber y Rodríguez, 2011; Farías, 2014;
David, 2014; D’Iorio, 2014; Gattari, 2017); en torno a los discursos de Perón
referidos a la educación superior y el modelo de Universidad (Dércoli,
2013; Riccono, 2015; Riccono y Naidorf,
2017; Pis Diez, 2019); sobre la política científica peronista (Hurtado de
Mendoza y Busala, 2006; Soprano, 2010; Comastri, 2015); y sobre proyectos
modernizadores en la Universidad Nacional de Tucumán (Juarrós, 2001; Pereyra, 2012; Fasce, 2017). Este artículo
abreva también, en los trabajos sobre la historia de la UNL, entre los que
destacamos la obra de Piazessi y Bacolla (2015).
[6]Se destacan aquí
los estudios de S. Fernández sobre intelectuales e instituciones culturales en
Rosario (2003; 2019; 2020), así como también las investigaciones sobre la
fundación de museos en la ciudad durante la primera mitad del siglo XX (De
Marco, 2011; Zapata, Simonetta y Mansilla, 2012; Man y Yunis, 2018); y redes de
sociabilidad (Suárez y Saab, 2012; Veliscek, 2019). Para el estudio de las vinculaciones entre
intelectuales y peronismo, han sido relevados los trabajos de F. Neiburg (1998),
S. Sigal (2002), O. Graciano (2008) y F. Fiorucci (2011).
[7]Entre otros,
destacamos los trabajos de O. Acha (2008), M. Barros et al. (2016), D.
Guy (2017), J. M. Reynares (2018), y H. Comastri (2020).
[8]Particularmente,
A. Ascolani (1988); G. Gentile, 1997; J. J. Allevi (2017).
[9]Antonio Benítez
(AB) y Alcides Cuminetti-Correa (ACC): creando en la ciudad de Rosario la
Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación (FFLCE) de la
Universidad Nacional del Litoral (UNL). 18 de septiembre de 1946. Cámara de
Diputados de la Nación. Buenos Aires, Argentina.
[10]AB y ACC: creando en la ciudad de Rosario la
FFLCE de la UNL. 18 de septiembre de 1946. Cámara de Diputados de la Nación. Buenos
Aires, Argentina.
[11]Edgardo
Hilarie-Chanetón. Discurso del rector interventor de la UNL en el acto de fundación
de la FFLCE. 7 de agosto de 1947. Caja Secretaría Administrativa. Biblioteca
Central de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de
Rosario, Santa Fe, Argentina.
[12]Isidro Cárcamo
(IC). Discurso del delegado organizador en el acto de fundación de la FFLCE en
la ciudad de Rosario. 7 de agosto de 1947. Caja Secretaría Administrativa.
[13]IC. Discurso del
delegado organizador en el acto de fundación de la FFLCE en la ciudad de
Rosario. 7 de agosto de 1947. Caja Secretaría Administrativa.
[14]Ángel Guido. “La
Nueva Universidad”. Discurso de asunción como rector de la UNL. 3 de mayo de
1948. Revista Universidad, Universidad Nacional del Litoral (20), 9-21. Recuperado
de: https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar:8443/handle/11185/3528
[15]Ellos fueron, en
orden cronológico, Absalón Casas (1949-1950), Antonio Alonso Díaz (1950-1951),
Adolfo Masciopinto (1951), Carlos J. Ferreyra (1951, en este mismo momento,
rector interventor de la UNL), Andrés Millán (1951), Alberto Graziano
(1951-1954) y Francisco González Ríos (1954).
[16] Carta de Roberto Carpi (RC) a Erminda Benítez
de Lambruschini (EBL). 10 de abril de 1955. Caja D/1950. Biblioteca Central de
la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario,
Rosario, Santa Fe, Argentina.
[17]Ese reconocimiento
puede haberse visto afectado por el error ortográfico al que incurre cuando
utiliza el término “realizé”, equívoco que las autoridades de la Facultad
posiblemente interpretaron como un signo de las limitaciones en el
desenvolvimiento intelectual del joven trabajador.
[18]Carta de RC a EBL.
10 de abril de 1955. Caja D/1950.
[19]Se desconocen los
pormenores del viaje de Carpi a París. Posiblemente las filiaciones italianas
(en base al apellido) y/o francesa (de acuerdo al destino de su “misión
familiar”) pueden ser una razón, al considerar, por otro lado, que estudió
ambos idiomas.
[20]Carlos Ferreyra.
Resolución del rector interventor de la Universidad Nacional del Litoral:
adhesión de los actos celebratorios del 1° de Mayo. 23 de abril de 1951. Caja
D/1950. Biblioteca Central de la Facultad de Humanidades y Artes de la
Universidad Nacional de Rosario, Rosario, Santa Fe, Argentina.
[21]El Consejo
Directivo en 1955 estuvo conformado por los/as profesores/as Manuel Abizanda
Bellabriga, Armando Asti Vera, Carmen R. de Castellanos, Leoncio F. Gianello,
Alberto Rex González, Guillermo Kaul, Adolfo Masciopinto, Narciso Pousa, Josefa
Rodríguez Bonel, Owen Usinger y Rafael Virasoro. Lamentablemente, no conocemos
quienes integraban, específicamente, la Comisión de Enseñanza.
[22] Carta de RC a EBL. 10 de abril de 1955. Caja D/1950.