El Frente de
Liberación Nacional y Social: en busca de una definición. El PCA durante la posdictadura
The National and
Social Liberation Front: in search of a definition. The PCA during the post-dictatorship
Natalia Casola
Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(Argentina)
Resumen
El presente artículo analiza la política del
Partido Comunista Argentino (PCA) durante los años 1980, es decir, en el
contexto de la posdictadura y de la expectativa
social generada por la recuperación de la democracia. En este trabajo se
sostiene que el devenir del PCA debe leerse a la luz de una triple transición:
la llamada “transición democrática” en el país, la del mundo socialista en su
etapa de crisis final, y la propia, signada por una irrefrenable necesidad de
cambio interno que tuvo como punto central el XVI Congreso de 1986. Toda la
política partidaria desarrollada con posterioridad remonta su legitimidad a las
Tesis aprobadas ese año, consideradas de un modo casi refundacional.
A grandes rasgos, el trabajo propone un
análisis de la evolución de la línea partidaria, sintetizada en la estrategia
de Frente de Liberación Nacional y Social (FLNS). Se trataba de una vieja
consigna resignificada en el nuevo contexto. La hipótesis central de este
artículo es que la línea del partido entre 1983 y 1990 fue dinámica y se
caracterizó por una progresiva e ininterrumpida radicalización no exenta de
indefiniciones que fueron el puntapié para las sucesivas crisis. No obstante,
sistematizar los cambios en la línea, contribuirá a comprender mejor cuáles
eran los debates y argumentos detrás de las rupturas.
Palabras
Clave
Partido Comunista Argentino; Frente
Democrático Nacional; Frente de Liberación Nacional y Social; XVI Congreso; Alianzas.
Abstract
This article analyzes the politics of the Argentine Communist Party
(PCA) during the 1980s, that is, in the context of the post dictatorship and
the social expectation generated by the recovery of democracy. This paper
argues that the future of the PCA must be read in light of a triple transition:
the so-called "democratic transition" in the country, that of the
socialist world in its stage of final crisis, and its own, marked by an
irrepressible need of internal change that had as its central point the XVI
Congress of 1986. All the partisan politics developed later goes back to its
legitimacy to the Theses approved that year, considered in an almost refundational way.
Broadly speaking, the
work proposes an analysis of the evolution of the party line, synthesized in
the strategy of the National and Social Liberation Front (FLNS). It was an old resignified slogan in the new context. The central
hypothesis of this article is that the party line between 1983 and 1990 was
dynamic and characterized by a progressive and uninterrupted radicalization,
not without its indefiniteness, which were the kick-start for the successive
crises. However, systematizing the changes along the lines will contribute to a
better understanding of the debates and arguments behind the ruptures.
Keywords
Argentine Communist Party; National Democratic Front; Front of National
and Social Liberation; XVI Congress; Alliances.
Al finalizar la dictadura militar en 1983 la izquierda argentina debió
afrontar serios desafíos. El levantamiento del Estado de excepción y el retorno
de la legalidad democrática rehabilitaron un margen nuevo para la militancia pero, ideológicamente, la coyuntura se presentó
hostil para los planteos de revolución. Los proyectos de inspiración marxistas
constituyeron el centro de ataque tanto desde el gobierno como de los partidos
políticos, las dirigencias sindicales y los medios de comunicación, quienes alentaron
una interpretación sobre el pasado reciente que seguía sostenida en el consenso
antisubversivo. En cierta medida, los años ‘80 fueron tributarios de un
paradigma político organizado en torno de la antinomia “democracia vs
autoritarismo” la cual dejó escaso margen para pensar la violencia
revolucionaria sin quedar asociada al polo autoritario. El Nunca Más también
fue sinónimo de rechazo a la violencia política. En ese contexto, los partidos
de izquierda debieron abrirse un camino y hacer equilibrio entre sus programas
de revolución y las presiones democráticas.
El presente estudio del Partido Comunista Argentino (PCA) durante los
años 1980 se inscribe en ese contexto y su devenir debe leerse a la luz de una
triple transición: a. la llamada “transición democrática” en el país; b. la del
mundo socialista en su etapa de crisis final; c. la propia, signada por una
multicausal necesidad de cambio interno, pero que tuvo como punta de iceberg
la política de “convergencia cívico-militar” sostenida durante la última
dictadura. En este artículo me centraré en esta última dimensión que tuvo como
punto central el XVI Congreso de 1986. Toda la política partidaria desarrollada
con posterioridad remonta su legitimidad a las Tesis aprobadas ese año,
consideradas de un modo casi refundacional.
En artículos anteriores he considerado la misma cuestión a la luz de la
profunda crisis partidaria desatada en el segundo lustro de la década. Intenté
mostrar la complejidad del proceso de revisión y cómo el aparente consenso inicial,
con el “viraje” que cristalizó el XVI Congreso, se transformó en material de
múltiples interpretaciones que llevaron a las sucesivas fracturas del partido
en los años siguientes, en la que se mezclaron los argumentos políticos con
otros de índole personal[1]. Esta
política de “viraje”, según sus propios términos, se proponía superar el
reformismo encarnado en tres elementos entrelazados: el monolitismo
burocrático, el “seguidismo” a la burguesía nacional y la política de frente
“multipartidario” con los partidos tradicionales. Era el retrato de una crisis
estratégica, resumida en la necesidad de dictaminar la defunción del Frente
Democrático Nacional (FDN) el que, con sus contradicciones, había sido el
instrumento rector de todos los armados políticos desde 1935 (Camarero, 2016).
Las Tesis de 1986 cristalizaron el intento más serio por superarlo. Desde
estas, se criticó la excesiva centralidad que el partido había dado a la
burguesía nacional en el delineado del bloque histórico llamado a realizar la revolución
democrática y, como consecuencia de lo anterior, también se intentó corregir lo
que comenzó a caracterizarse como “seguidismo” al peronismo. En reemplazo del
FDN se postuló la necesidad de construir un Frente de Liberación Nacional y
Social (FLNS). En rigor, en el pasado, esta había sido otra forma de denominar
al FDN; pero, puesto bajo el nuevo contexto, el FLNS debía representar la
superación de la estrategia anterior con una definición más precisa de las
fuerzas sociales y políticas llamadas a integrarlo. Entonces, ¿contra qué y
quiénes se enfrentaría la revolución? ¿Qué rol desempeñarían las distintas
clases y sus fracciones? ¿Cómo imaginaba el partido la dinámica interna de la
revolución? ¿Cuál era el lugar asignado al propio PCA en todo ese proceso?
Estas son algunas de las preguntas que permitirán comprender en qué sentido el
FLNS se parecía y en qué se diferenciaba del viejo FDN o, incluso, del FLNS de
antaño.
En este artículo, entonces, propongo colocar la crisis interna como
telón de fondo para sistematizar la evolución de la línea principal dentro del
partido como si se tratase de una sola[2].
Entiendo la línea como la estrategia y las tácticas decididas
sobre las caracterizaciones de cada etapa y sostenidas públicamente por el
conjunto del partido. Realizar el ejercicio de establecer con claridad cuáles
eran las posiciones oficiales del PCA resulta un primer paso importante para
comprender, luego, cómo esas posiciones se encarnaron y se materializaron (o
no) en prácticas concretas.
Mi hipótesis al respecto es que el XVI Congreso buscó producir un cambio
en el contenido del Frente de Liberación Nacional y Social (FLNS) al que colocó
como la principal herramienta para la toma del poder y la constitución de un
“gobierno popular, antiimperialista y antioligárquico”
con vistas al socialismo. Si el FLNS era una consigna ya vieja que se remontaba
al XI Congreso (Staltari, 2016), en la práctica, el
sistema de alianzas se había movido en los marcos del Frente Democrático
Nacional, que priorizaba de un modo laxo los acuerdos con el arco
“progresista”, en especial, desde los años 1960, con el peronismo. Fue
justamente la revisión de esos dos elementos de la línea tradicional lo que
permitió redefinir el contenido del FLNS. Desde entonces, el frentismo fue
imaginado como el armado para unir de forma permanente al bloque de fuerzas
políticas y sociales populares de izquierda, para la toma del poder. Si bien
esta propuesta implicó un cambio en la política de alianzas, introdujo nuevas
indefiniciones: ¿Qué lugar cabía al PCA en ese proceso? ¿Cómo se resolvería la
lucha de estrategias al interior del bloque llamado a integrar el FLNS?
Para este artículo consulté numerosos documentos y publicaciones
oficiales. Sin embargo, decidí recortar el análisis en los documentos
congresales e informes del Comité Central porque constituyen las instancias más
formales donde rastrear la línea del partido.
Este trabajo contribuye con un campo de investigación en desarrollo que
tiene como objetivo conocer la historia del PCA en los años 1980. Son varios
los y las investigadoras que en la actualidad se encuentran reflexionando sobre
este periodo (Bona, 2019; Ermosi, 2017; Messina,
2020); indagaciones que se suman a otras ya concluidas, pero también de
reciente publicación (Fernández Hellmund, 2015; Casola, 2016; 2019). Junto con estos trabajos cabría
incorporar los producidos por dirigentes o ex dirigentes del partido, los
cuales constituyen una expresión testimonial del proceso analizado (Echegaray,
1996; Fava, 2006; Sigal,
2006; Schulman, 2008; Gilbert, 2010; Nadra, 2012). Estas memorias personales y reconstrucciones
históricas tienen la ventaja de ofrecer el punto de vista personal e informar
sobre cuestiones no fácilmente hallables en los documentos oficiales. Mirados como
un conjunto, todos estos trabajos permiten establecer un piso de conocimiento
sobre el PCA en el pasado reciente y dejar sentadas las bases para ampliar las
agendas de investigación e incorporar nuevas preguntas y perspectivas.
La política del PCA entre 1983 y 1986
Para finales de 1983 el PCA era un partido que comenzaba a recuperar su
activo militante luego del retroceso que sufrieron todas las fuerzas de
izquierda durante la dictadura. Ese crecimiento se manifestaba en un estado de
ánimo de la militancia que se mantuvo alto en los años siguientes, en la
búsqueda de renovación y en la formulación esperanzada de la crítica (Bona,
2019)[3]. A pesar
de la política de “convergencia cívico militar”, sostenida durante la
dictadura, el PCA había sabido conservar su aparato y estructura, un rasgo que
lo transformó en un espacio de reagrupamiento para un sector de la población
que continuaba identificándose con la izquierda, pero que había quedado
huérfana de organización, o que miraba las experiencias de los años 1970 con
cierto tono crítico. El programa del PCA de 1983 parecía interpretar los nuevos
tiempos a la perfección. Contenía reivindicaciones de izquierda enmarcadas en
una estrategia que difícilmente podría clasificarse como revolucionaria ya que seguía
encuadrada en los marcos del FDN, buscaba consensos con los partidos
tradicionales (en especial el PJ y la UCR) y su reivindicación de la democracia
se enunciaba en términos tan generales que parecía despojada de su contenido de
clase. Es decir que el nivel de conflictividad que proponía el PCA en 1983 era
bajo. Pese a eso, o justamente por eso, en un contexto de fuerte descrédito de
los paradigmas revolucionarios y de revalorización de la democracia liberal,
ese capital político podía ser capitalizado.
Desde el punto de vista cupular, la dirigencia del PCA era prácticamente
la misma que había llevado las riendas del partido desde el último congreso
realizado en 1973. En 1983 se realizó el XV Congreso que ratificó la
continuidad de la mayoría de los miembros del Comité Central y su Secretariado
Nacional, con excepción de unos pocos cambios producto del fallecimiento de
algunos antiguos dirigentes. Puede pensarse que esa estabilidad en las planas
dirigenciales se reflejó en la continuidad de los marcos interpretativos que
daban contenido a la línea.
Durante estos años, los ejes de la política partidaria giraron en torno
a dos problemas: 1. la cuestión de la crisis económica y la propuesta de
“moratoria” para la deuda externa; y 2. la defensa de la democracia.
Con respecto al primer problema, la política del partido confrontaba con
los planes de gobierno y denunciaba sus efectos sobre los trabajadores y sobre
la estructura productiva del país. En relación con el segundo problema el PCA
participaba de los extendidos temores sociales acerca de la posibilidad de un
nuevo golpe de Estado. Por eso, el XV Congreso se expresó en favor de luchar
“por la estabilidad del nuevo gobierno” (Fava, 1983:
18). A la luz de la fragilidad histórica
de la democracia argentina y de situaciones puntuales que buscaban crear terror
y una sensación de inestabilidad política y debilidad gubernamental —que el
propio alfonsinismo supo explotar a su tiempo—, no se trataba de un temor
injustificado.
Esa caracterización inicial condicionó la política frentista imaginada
por el partido. Durante 1983 y 1984 la misma siguió en los cauces abiertos
durante la dictadura cuando el PCA celebró la constitución de la
Multipartidaria. Esa política había llevado al partido, en 1983, al extremo de declinar
su propia candidatura presidencial para apoyar al candidato peronista Italo Lúder. El XV Congreso
cristalizó esta apuesta en el llamado “perocomunismo”.
Si bien el voto a Lúder y a Herminio Iglesias
no tardó en ser motivo de crítica interna —porque se trataba de dos personajes
identificados claramente con la derecha del Justicialismo—, esto que no alcanzó
para romper decididamente con la aspiración a construir un espacio de
convergencia con el PJ. La cuestión del peronismo había sido central para el
PCA desde los años 1940, pero mucho más desde que Codovilla decretara el “giro
a la izquierda” en 1962. Sin embargo, si la política del giro a la izquierda
había sido pensada, al menos en teoría, para traccionar a los trabajadores
peronistas hacia la izquierda, en la práctica, el movimiento había sido el
contrario. Todavía en 1985, Athos Fava, afirmaba que
confiaba en el “giro a la izquierda del peronismo”. Reproduzco en extenso una
parte de su informe dirigido al Comité Central porque considero que es esclarecedor
de la visión que se tenía entonces:
“[…] está la crisis del peronismo, más aguda que
nunca, a la que nos referiremos más adelante, pero en cuyo trasfondo hay un
desarrollo: el giro a la izquierda […]. El giro a la izquierda y la conciencia
antiimperialista es lo que se abre paso en las masas peronistas. Este giro
analizado por Victorio Codovilla en 1962, hoy es más definido. Y cuando
hablamos de los cambios en el peronismo no nos referimos sólo a su base obrera
y popular, sino también a sus dirigentes en TODOS sus niveles. No verlo así es
también un rasgo de sectarismo que debemos combatir. El estrechamiento de
lazos, la unidad en la lucha, los acuerdos y las acciones con esas masas
peronistas, principalmente en el movimiento obrero, han sido y seguirán siendo
el centro de nuestros desvelos. […] Por eso cabe un interrogante: ¿Se mantendrá
el peronismo en los viejos moldes policlasistas y
conciliadores de heterogeneidad […]; o por el contrario se abrirá paso una
corriente peronista que recoja las banderas liberadoras, antioligárquicas
y antiimperialistas del propio justicialista? Todo indica que esta última es la
tendencia general” (Fava, 1985: 9 y10).
Los pasajes seleccionados son suficientemente representativos de la
pervivencia de una concepción que aseguraba que el peronismo podía ser
traccionado hacia las posiciones del partido. Pero si en las décadas de 1960 y
1970 esa orientación podía apoyarse en la creciente actividad del peronismo de
izquierda y en la recurrencia de regímenes militares que perseguían tanto al
comunismo como a los peronistas, en 1985 la situación era muy diferente. Se
omitía que los sectores del peronismo combativo eran justamente los que habían
quedado más desarticulados por la política de exterminio de la dictadura. El peronismo
que emergía en 1983 seguía siendo heterogéneo, pero en su conjunto había
declinado de los horizontes de “socialismo nacional”.
La política de alianzas del PCA, entonces, seguía en los carriles de los
acuerdos multipartidarios, buscando converger con un arco amplio identificado
de un modo general con el progresismo y la democracia. El partido sostenía
expectativas en el peronismo, pero también en algunos sectores de la UCR. Por
esa razón, todavía en 1983 proponía apuntalar la Multipartidaria “y su
plataforma común de la democracia”[4]. En
consecuencia, prevalecía en estos años una visión frentista adecuada con la
línea histórica del FDN. En 1983 el planteo era similar al que habían sostenido
en 1973 y apuntaba a la unidad de las fuerzas democráticas.
“Recogiendo esta experiencia que hicimos juntos
todos los sectores patrióticos y democráticos del pueblo, debemos desterrar
todo lo que trabe la tendencia a la unidad […]. Solo así podrá abrirse paso a
una nueva experiencia que nos lleve a cerrar el ciclo nefasto de los golpes de
Estado abierto en 1930 y a evitar el peligro de la disolución nacional y la
guerra civil. Para ello es imprescindible llegar a un convenio, o a una carta
democrática, o a un pacto de garantías constitucionales o como quiera llamársele:
al necesario acuerdo para lograr la estabilidad democrática y verdadera” (Fava, 1983:31).
Como puede verse, eran las antinomias “democracia vs. dictadura”;
“progreso vs. reacción”, las que aún organizaban las elecciones frentistas del
PCA.
Un año después, y al calor de las críticas que comenzaban a circular por
lo bajo con relación a la política sostenida en dictadura y durante la campaña
electoral, un sector pequeño de la dirigencia comunista comenzó a recuperar la
consigna de FLNS[5]. La lectura
sobre los acontecimientos en Nicaragua fue clave porque proporcionó un ejemplo
de revolución triunfante en la que confluían diferentes fuerzas sociales y
políticas aunadas en post de un objetivo mayor: derrocar a Somoza.
¿Qué diferenciaba al FLNS del FDN? Ambas denominaciones proponían la
necesidad de construir alianzas con todos los sectores sociales y políticos
interesados en luchar contra el imperialismo, contra el capital monopólico y
contra la oligarquía. ¿Qué lugar cabía a la burguesía nacional, mediana o
pequeña, del campo y la ciudad, en ese frente? ¿Cuáles eran los partidos
políticos y organizaciones que compartían con el comunismo esa lucha? Para el
comunismo del primer lustro de los años 1980 no había muchas dudas: la
burguesía nacional y la pequeña burguesía todavía podían transformarse en
sujetos de lucha contra el capital concentrado, bajo la presión y dirección de
los trabajadores organizados (y de allí la necesidad de la existencia de un
partido comunista cuya función debía ser garantizar esa hegemonía). Con
relación a las fuerzas políticas que integrarían el frente aún eran muy
variadas. Una imagen que resumen bien la concepción de frente que imaginaba el
PCA fue la que ilustró la tapa de la revista Nueva Era, en su número
de diciembre de 1985. En ella se ven puños levantados, manos haciendo la V
(signo inequívoco de peronismo) y el puño y la rosa, en representación del
socialismo, todas juntas y aunadas por una especie de aura que las mancomunaba.
Tapa de la revista Nueva Era,
n°12, diciembre de 1985.
Fuente: Archivo personal de la autora
En esta primera etapa, por tanto, se observan rasgos de continuidad con
la línea del FDN, entendido como frente amplio para la defensa de un programa
de revolución democrática, antioligárquica y
antiimperialista. El primer elemento disruptivo fue la constitución del Frente
del Pueblo (FREPU) con el Movimiento al Socialismo (MAS) con vistas a las
elecciones legislativas de noviembre de 1985. En la práctica, se trató de una
experiencia corta que no superó el mero acuerdo electoral y que generó
tensiones al interior del partido. Sin embargo, no era usual que los documentos
oficiales previos al XVI Congreso hicieran referencias concretas a los
desacuerdos internos y, cuando estos se admitían, generalmente eran
minimizados. No obstante, en un documento firmado por Athos Fava
se afirmaba que “hay quienes piensan entre nosotros, los comunistas, que la
alianza con el MAS crea dificultades adicionales a las que ya existen para
profundizar la relación entre comunistas y peronistas en el movimiento obrero”.
Como puede verse, la alianza con el trotskismo generaba incomodidad en algunos
sectores del partido. Resulta difícil comprender de manera acabada por qué
existía resistencia a estrechar lazos con la izquierda si no se atiende
suficientemente a factores relacionados con la cultura partidaria. En efecto,
durante décadas la militancia comunista de todo el mundo había sido educada en
la lucha contra el trotskismo y el partido argentino no era la excepción. El
PCA solía auto representarse como un partido no sectario y flexible para
establecer acuerdos. Sin embargo, esa apertura pocas veces se había promovido
hacia la izquierda marxista, que en el pasado había sido peyorativamente caracterizada
como “ultra” e incapaz de comprender el peronismo.
En esta etapa, ya comenzaban a explicitarse las críticas a la política
del partido, a sus posiciones durante la dictadura, a su reformismo, a la
política electoral de 1983. A esto se sumaba el burocratismo de su dirigencia,
aunque aún prevalecía en la letra escrita del discurso oficial una defensa
general de lo actuado en los últimos años, incluyendo la política de
“convergencia cívico militar”. En un informe rendido al Comité Central, Jorge Pereyra,
el poderoso Secretario de Organización y quien luego
se convertiría en patrocinador del grupo revisionista, afirmaba que el partido
había logrado mantener gran parte de su activo en dictadura gracias a la
justeza de su línea y de las tácticas empleadas (Pereyra, 1984:18).
Un hecho bisagra que terminaría de fijar el rumbo del viraje y el
enfrentamiento al interior del partido ocurrió en 1985, cuando el PCA acudió a
la Plaza de Mayo respondiendo al llamado de Alfonsín a “defender la
democracia”, escenario que el presidente utilizó como plataforma para el
lanzamiento de la “economía de guerra”. En ese contexto, el sector que
impulsaba el viraje promovió el retiro del PCA de la plaza.
La política del PCA entre 1986 y 1990
Desde el punto de vista de la conducción partidaria, el XVI Congreso
plasmó cambios importantes. En primer lugar, el número de integrantes del
Comité Central pasó de 92 a 100. Sin embargo, ese crecimiento que podría
interpretarse como la expresión de una mayor diversidad y ampliación de las
voces, se compensó con una disminución del número que integraba el
Secretariado, que pasó de 17 a 12. Es decir que el control del viraje se
garantizó con una mayor centralización del poder a contrapelo de lo que cabría
suponer con un Comité Central tan amplio.
Para terminar de comprender hasta qué punto el Comité Central había
cambiado es necesario ver el flujo en la rotación de los cargos entre un
congreso y el siguiente. Si se tiene en cuenta la estabilidad que había
caracterizado históricamente a la dirigencia comunista, dado que buena parte de
los egresos solía producirse por fallecimientos, el nivel de rotación del XVI
Congreso fue muy alto. Desde luego, no se trató de una camada nueva en el
sentido estricto del término. La totalidad de los cuadros elegidos tenía larga
experiencia dentro del partido y, a su modo, habían participado de todos los
“errores” que se buscaba corregir. Sin embargo, es cierto que, salvo algunas
excepciones, para la mayoría de los ingresantes la llegada al Comité Central
plasmó un proceso de ascenso rápido en el funcionariado partidario. Como hemos
fundamentado en anteriores trabajos, este cambio fue precedido por la promoción
de numerosos dirigentes de la FJC al partido, lo que modificó la composición
del Congreso en 1986. De acuerdo con el Estatuto que regulaba la vida interna
del partido, la FJC estaba representada en esta instancia por “una delegación
única, equivalente en número a la más numerosa de las delegaciones partidarias”
(Estatuto del Partido Comunista de la Argentina, 1974). De este modo, la
promoción de dirigentes previa al Congreso pudo haber incidido en su
composición en favor del núcleo renovador.
MIENTROS DEL COMITÉ EJECUTIVO 1974 |
MIENBROS DEL COMITÉ EJECUTIVO 1983 |
MIEMBROS DEL COMITÉ EJECUTIVO 1986 |
Agosti Héctor |
Agosti Héctor |
XXXXXXX Fallecido |
Arévalo Oscar |
Arévalo Oscar |
XXXXXXX |
De La Peña Alcira |
De La Peña Alcira |
xxxxxxxxxxxx Es parte de la presidencia del
Congreso. |
Fava Athos |
Fava Athos |
Fava Athos |
García José |
Xxxxxxxxxx |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Gerónimo Arnedo Alvarez |
xxxxxxxxxx muere en 1980 |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Ghioldi Orestes |
Xxxxxxxxxxx |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Ghioldi Rodolfo |
Ghioldi Rodolfo |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Iscaro Rubens |
Iscaro Rubens |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Rodríguez Irene |
Rodríguez Irene |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx Continúa en el CC |
Mariani Ariel |
xxxxxxxxxxxxxx pasa a suplente |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Moretti Florindo
muere en 1984 |
Xxxxxxxxxxxxxx |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Nadra Fernando |
Nadra Fernando |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx Continúa en el CC y también Alberto |
Ojeda Hugo |
Ojeda Hugo |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Pereyra Jorge |
Pereyra Jorge |
Jorge Pereyra |
Santaren Héctor |
Xxxxxxxxxxxxxx |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx Continúa en el CC |
Tadioli Pedro |
Tadioli Pedro |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
xxxxxxxxxxxxxxx |
Martinovich Antonio |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
xxxxxxxxxxxxxxx |
Occhipinti Juan |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
xxxxxxxxxxxxxxx |
Clementi Ricardo |
xxxxxxxxxxxxxxxxxx |
xxxxxxxxxxxxxxx |
Heller Luis |
Heller Luis |
xxxxxxxxxxxxxxx |
Echegaray Patricio (FJC) |
Echegaray Patricio |
xxxxxxxxxxxxxxx |
Edelman Fanny |
Edelman Fanny |
|
|
Ernesto Salgado |
|
|
Ballato Miguel |
|
|
Varone Guillermo |
|
|
Sigal Eduardo |
|
|
Casals Rodolfo |
|
|
Dratman Enrique |
|
|
Alvarez Francisco |
|
|
|
Total 17 miembros |
Total 17 miembros |
Total 12 miembros |
Cuadro 1: Evolución en la composición
del Comité Ejecutivo del PCA entre 1974 y 1986.
Fuente: elaboración propia.
MIEMBROS DEL SECRETARIADO NACIONAL
1974 |
MIEMBROS DEL SECRETARIADO NACIONAL
1983 |
MIEMBROS DEL SECRETARIADO NACIONAL
1986 |
Pereyra Jorge |
Pereyra Jorge |
Pereyra Jorge |
xxxxxxxxxxxx |
Arévalo Oscar |
Xxxxxxxxxxxxx |
xxxxxxxxxxxx |
Nadra Fernando |
Xxxxxxxxxxxxx |
Iscaro Rubens |
Iscaro Rubens |
Xxxxxxxxxxxxx |
Rodríguez Irene |
Rodríguez Irene |
xxxxxxxxxxxxx Pasa al CC |
Arnedo Alvarez
Gerónimo |
Xxxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Xxxxxxxxxxxxx |
Fava Athos |
Fava Athos (Pasa a Secretario
General) |
Fava Athos |
Ghioldi Orestes |
xxxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Xxxxxxxxxxxxx |
Tadioli Pedro |
xxxxxxxxxxxxxxxxxxx |
Xxxxxxxxxxxxx |
|
|
Echegaray Patricio |
|
|
Salgado Ernesto |
|
|
Heller Luis |
Cuadro 2: Evolución del Secretariado
Nacional entre 1974 y 1986.
Fuente: elaboración propia.
En suma, el análisis de la dirigencia comunista nos muestra que los
cambios en la línea política acompañaron la renovación en los cuadros
ejecutivos. Rotación y centralización del control en un Secretariado más
pequeño parecen haber sido los dos movimientos cupulares para garantizar los
cambios en la línea y mantener a raya el surgimiento de las disidencias.
Desde el punto de vista programático, a partir del XVI Congreso la
política oficial decantó en el sentido propuesto por los grupos renovadores y
se profundizaron los rasgos más radicales que venían insinuándose en el período
previo. El FLNS fue transformado en el corazón de la estrategia partidaria y
adquirió un contenido más específico que el que había tenido en el pasado. Pasó
a concebirse como el instrumento principal para “la toma del poder” en el marco
de un proyecto de “liberación nacional y social”. Entre los componentes
novedosos de esta formulación se destacó el reposicionamiento de la clase
obrera como sujeto principal y director del proyecto revolucionario. Vale
aclarar que en las Tesis congresales se empleaba la categoría “clase obrera” en
un sentido restringido y, por esa razón, se prescribía la necesidad de ampliar
el universo de fuerzas sociales al “pueblo”, concepto que incluía a todos los
asalariados y a los sectores de la pequeña burguesía de la ciudad y del campo,
cuyos intereses entraban en contradicción con el imperialismo y el capital
monopolista. Si bien las históricas formulaciones frentepopulistas
no desaparecían por completo, bajo el paraguas del “pueblo” asomaba la voluntad
de imponer una tesis novedosa, no para el marxismo, pero sí para el PCA: se
afirmaba que la burguesía nacional era incapaz de llevar a cabo como clase un
proyecto de desarrollo independiente en una Argentina cuya dependencia del
imperialismo se había reforzado. Esas transformaciones estructurales
incapacitaban por completo a la burguesía nacional en su misión de desarrollar
un modelo económico independiente.
Otra cuestión importante es que el FLNS comenzó a ser pensado como una
herramienta al servicio de la unidad de la izquierda. Es decir, que aparecía
explicitada la ruptura respecto del Frente Democrático Nacional,
multipartidario, tal y como había sido concebido por décadas. Como se verá a
continuación, se trataba de una novedad importante pero que entrañaba algunas
imprecisiones. En primer lugar, porque desconsideraba la fuerte lucha
ideológica al interior del campo de la izquierda, una cuestión que no se
reducía al supuesto “sectarismo congénito” de la enorme familia marxista, sino
que tenía que ver con la contraposición de estrategias diferentes. Segundo,
porque la amplitud del FLNS buscaba incorporar a todos los sectores
antiimperialistas, un registro que podía ser perfectamente compartido por
muchas fuerzas políticas del nacionalismo popular sin llegar a plantear por eso
la necesidad de hacer la revolución en un sentido socialista.
A pesar de los conflictos o tensiones que dejaba planteada la propuesta,
el conjunto de las tesis suponía revisar la caracterización sobre varias
cuestiones: el papel de los partidos tradicionales (la UCR y el PJ), el tipo de
régimen político y el rol del imperialismo estadounidense en ese contexto.
Si entre 1983 y 1985 los materiales del partido todavía colocaban
expectativas en la democracia y su capacidad para transformar la realidad, a
partir del XVI Congreso la caracterización comenzó a mostrar cambios. El PCA
consideraba que en la Argentina se había impuesto un modelo de democracia
restringida, expresada en el bipartidismo con tutela militar. De acuerdo con
esta nueva lectura, el imperialismo apuntaba a los conflictos de baja
intensidad. Se trataba de un cambio importante porque se reconocía que el
imperialismo norteamericano estaba interesado en la estabilización de la democracia
y, a diferencia de lo que había ocurrido en el pasado, la utilizaba como puntal
de la contrarrevolución. Esto no quiere decir que el PCA no reconociera en los
planteos militares un factor de posible desestabilización política, sino que no
consideraban que estos lograran apoyos mayoritarios. Su caracterización de la
violencia estatal en democracia se había vuelto más precisa:
“Se trata en los marcos del conflicto de baja
intensidad de incorporar la violencia organizada de clase como una variable
normal de la lucha política coexistiendo con un sistema de representación
política ´democrático´. Su objetivo es aislar a través del terror, a la
militancia capaz potencialmente de orientar y dirigir las luchas de forma tal
de generar un serio escollo con el proceso de acumulación político y
organizativo en el seno del campo popular. […] En esta etapa fueron asesinados
los compañeros “chingolito” Villanueva y Lezcano”
(Informe del Comité Central, 1987:12).
Con esta afirmación el PCA avanzaba en una nueva caracterización sobre
el significado de la represión. Así, la represión dejaba de verse como un
resabio de la dictadura o como la acción de bandas de derecha con vistas a
desestabilizar la democracia, para integrarla en una lectura que reforzaba el
concepto de democracia restringida, basada en la “modernización de la
dependencia” (el neoliberalismo) e incompatible con una democracia con justicia
social. La democracia restringida a lo procedimental contenía necesarias dosis
de represión para disciplinar las luchas obreras y a los sectores opositores.
Esta caracterización encuadraba dentro un enfoque más general organizado a
partir de la antinomia “liberación o dependencia”. En tanto, la democracia
ampliada, real y participativa solo era posible en los marcos de un proyecto
nacional enfrentado al imperialismo y a la gran burguesía nacional asociada a
aquel.
En consecuencia, el PCA comenzó a delimitarse con mayor definición con
respecto a la UCR y al peronismo renovador, dos expresiones que, en la visión
post viraje, eran coincidentes en lo esencial del programa sostenido por el
capital monopolista y el imperialismo: privatizaciones, regimentación obrera,
impunidad para los aparatos represivos, etc. No obstante, la caracterización
oficial respecto del peronismo, ganó en precisión: se siguió apelando a la
necesidad de discutir con los militantes de base pero
cuidando la delimitación respecto de la dirigencia.
En esta etapa el FLNS adquirió un contenido de izquierda más definido.
El primer ensayo había sido el FP, que se presentó a elecciones en 1985. La
experiencia duró poco tiempo y los motivos de disolución preanunciaban un
debate que seguiría latente en los años posteriores: mientras que para el MAS
el FP debía ser la expresión de un “frente de los trabajadores”, es decir una
herramienta de independencia de clase, para el PCA, en cambio, el FP debía
expresar un “frente de liberación nacional y social”, una formulación más laxa
que admitía la incorporación de sectores políticos no identificados con el anticapitalismo.
Pese a las diferencias, en la visión del PCA la apuesta política había sido
correcta.[6] El 1 de
mayo de 1987, luego de un acto en el estadio del club Atlanta de la Ciudad de
Buenos Aires, se lanzó, con la consigna de “El Frente Va”, una nueva apuesta:
el Frente Amplio Latinoamericano (FRAL). Este nuevo armado político era
concebido como un instrumento para la unidad de la izquierda y estaba compuesto
por varias organizaciones pequeñas, entre las que destacaba, además del propio
PCA, el Partido Humanista (PH), Patria Libre, la 29 de Mayo
y la 26 de Julio. En septiembre de ese año las elecciones arrojaron resultados
magros para la coalición, incluso por detrás de los pronósticos partidarios.
Sin embargo, en los balances posteriores se evaluó de manera positiva la acción
política y se instó a profundizar en la unidad de la izquierda, lo que
implicaba retomar las discusiones con el MAS. No obstante, para el PCA, la
izquierda seguía sin legitimarse como alternativa de cambio y esa era la razón
por la que las masas habían decidido castigar al radicalismo volcando su voto
en el peronismo renovador. Simultáneamente, la caracterización del peronismo
perdía la ambigüedad que había tenido en el pasado y se afirmaba que:
[…] “en la dirección del Partido Justicialista se
ha consolidado la influencia de la burguesía monopolista, como fracción
hegemónica, secundada por personeros del viejo peronismo y la burocracia
sindical. […] Se trata, por otra parte, de un partido del sistema. Eso está
claro, Pero la base, a diferencia del radicalismo, está constituida por la
clase obrera y los sectores más humildes, cuyos reclamos pueden llegar a
perturbar el programa de modernización” (Informe del Comité Central, 1987:14).
Para finales de 1987, el informe del Comité Central afirmaba que existía
acuerdo entre el radicalismo, los renovadores y la UCEDE para afianzar el
modelo de apertura, privatización, desregulación, atracción de capitales y
capitalización de la deuda. Dicho informe, además, sostenía que la
crisis se profundizaría y que tanto las cúpulas de la UCR como la del PJ se
verían obligadas a desempolvar propuestas demagógicas en vistas a las
elecciones de 1989.
“Por lo tanto, no es posible hacerse ilusiones de
que el peronismo pueda, en los marcos del sistema que propone, presentar una
alternativa diferente, un tercer camino de desarrollo del capitalismo” (Informe
del Comité Central, 1987: 4).
Como se ha mencionado en trabajos anteriores, esta nueva orientación fue
problemática hacia el interior del partido y llevó a que el propio CC
reconociera una disminución del activismo acostumbrado y educado en la
construcción conjunta con el peronismo, especialmente en los sindicatos.
Además, en estos años el crecimiento del PCA estuvo condicionado por el
crecimiento del MAS que también había atravesado un proceso revisionista. En
términos electorales, los comicios de 1987 mostraron hasta qué punto el MAS
había ganado gravitación: en los distritos más poblados del país obtuvo casi la
misma cantidad de votos que el FRAL. Para el PCA esto significaba que debía
restablecerse el diálogo con el MAS e intentar traccionarlo hacia su espacio.
“Tenemos que trabajar para que otros destacamentos
de la izquierda adopten la estrategia del FLNS, de la unidad de la izquierda,
del aglutinamiento de la fuerza social y política de la revolución. […]
Reafirmar la concepción del FLNS como el instrumento político de las masas para
conformar el bloque popular capaz de conquistar el poder político, entendido
como un sistema de alianzas políticas y sociales” (Informe del Comité Central,
1987: 28).
Durante 1988, el PCA, junto con otras organizaciones aliadas, puso a
prueba la estrategia de FLNS: la movilización a los cuarteles y el
enfrentamiento con las fracciones militares en Monte Caseros y Villa Martelli.
Con esta acción en común se intentó pasar del acuerdo electoral a la política
de unidad en la acción.
Sin embargo, el inicio de 1989 estuvo atravesado por una enorme
conflictividad que puso en el banquillo a toda la izquierda. El 23 de enero se
produjo el intento fraguado de copamiento, por parte del Movimiento Todos por
la Patria (MTP)[7], del
Tercer Regimiento de Infantería Mecanizada General Belgrano (RIM 3) ubicado en
la localidad de La Tablada. El MTP había surgido en 1985 y agrupaba,
especialmente, a ex militantes del PRT. Si bien sostenía planteos parecidos a
los del PCA, el MTP consideraba que los levantamientos carapintadas constituían
un intento serio de golpe de Estado. Y aunque existían vasos comunicantes entre
algunos sectores del PCA con el MTP, la postura oficial y pública en aquellos
días fue delimitarse con claridad. De todos modos, y a pesar de polemizar con
el contenido de la acción, el partido ofreció ayuda jurídica a los presos con
el objetivo de asegurar los derechos humanos en un proceso plagado de vicios y
elementos escabrosos, como el asesinato y la desaparición de detenidos. Además,
desde el PCA se afirmaba que la acción contra el MTP estaba siendo utilizada
para un reforzamiento del aparato represivo con el objetivo de restringir la
democracia. Se trataba de una caracterización central porque ponía al
descubierto que detrás del regreso de los “fantasmas antisubversivos” se
escondía la intención gubernamental de contar con herramientas para enfrentar
la agudización de la conflictividad social. En consonancia con esta postura, en
aquellos meses, el PCA puso el foco de la crítica en el progresivo descalabro
económico y en denunciar que la UCR, el PJ y la UCEDé
representaban el mismo modelo de país.
Con relación a la presentación electoral, en 1988 el PCA participó de
las elecciones internas del espacio “Izquierda Unida” (la que era entendida
como la ampliación del FLNS), proponiendo candidatos en el marco del FRAL, en
tanto el MAS presentó sus propios candidatos. Como resultado de esas elecciones
internas quedó conformada una fórmula encabezada por Néstor Vicente, que obtuvo
la candidatura presidencial, y Luis Zamora, del MAS, que quedó en segundo
lugar.
En diciembre 1989 el Comité Central anunció la convocatoria al XVII
Congreso en un clima de fuerte deliberación partidaria. La propuesta oficial
postulaba el objetivo de ratificar, dar continuidad y profundizar la senda
abierta por el “viraje” (Patricio Echegaray, 1989). Sin embargo, 1990 trajo
novedades importantes que impactaron de lleno en la vida partidaria. En la
escala internacional se produjo la caída del Muro de Berlín que venía a mostrar
los signos inequívocos de la desintegración del bloque soviético. Ya durante el
lustro anterior, el PCA había defendido de un modo complaciente la política de
Perestroika, sin detenerse a reflexionar sobre el alcance de los cambios que
introducía y el significado real del giro político. Pero, en 1990, esa realidad
caía con tanta fuerza como los ladrillos del muro.
“Nuestro partido hoy vive de una manera particular
la crisis de los proyectos socialistas; particularidad que surge de nuestra
relación histórica no crítica con las experiencias y las ideas del llamado
“socialismo real”. Es una crisis que, teniendo un punto de concentración en la
dirección nacional, se viene desarrollando de manera confusa y traumática,
involucrando al conjunto del partido y de la FJC, agravando las dificultades de
conducción, los problemas del accionar política y la concreción de un debate
con parámetros claros, vinculados a la acción política, como único camino para
la superación de nuestras limitaciones” (Proyecto de Tesis para el debate hacia
el XVII Congreso, 1990: 58).
En el plano nacional, la salida del gobierno de Alfonsín se produjo en
medio de las luchas sociales desatadas por la hiperinflación, lo que reforzó la
expectativa de una parte de la sociedad en torno del menemismo y de sus
promesas de “revolución productiva”. Al interior del partido, el “viraje”, ese
que había sido anhelado por la mayoría de la militancia, comenzó a mostrar sus
imprecisiones. Durante ese año se libró un debate profundo que no escamoteó
posiciones. Pese a ello, las Tesis del XVII Congreso ratificaron la línea
definida en el congreso anterior.
La tesis central fue la defensa del FLNS concebido como la herramienta
de unidad y “acumulación de fuerzas” para la “opción socialista”. No obstante,
y sin salir de los carriles de la continuidad con el “viraje”, se formularon
algunos balances críticos que introdujeron correcciones. Fundamentalmente, se
admitió que el FLNS había sido concebido de un modo reduccionista, como
sumatoria de fuerzas políticas, en lugar de bregar por transformarse en la herramienta
de coordinación de múltiples fuerzas sociales, movimientos y organizaciones que
no necesariamente se conformaban como partidos políticos o participaban de la
contienda electoral. Se trataba de un análisis interesante porque daba cuenta
del protagonismo que comenzaban a tener los movimientos sociales con base
territorial, una presencia que preanunciaba la gestación del movimiento de
desocupados. Sin embargo, como se dijo al inicio de este apartado, la reflexión
en torno del FLNS desconsideraba, minimizaba o reducía el problema de la lucha
de estrategias a meras contiendas de aparato por razones de sectarismo. El
“pluralismo político e ideológico” que proponía el FLNS incorporaba programas y
estrategias que bien podían convivir en el plano de las reivindicaciones
inmediatas, incluso electorales, pero que difícilmente lograrían coexistir en
una hipotética situación revolucionaria. Era esa potencial coyuntura la que
quedaba sin resolver teóricamente. La revisión crítica de la idea de partido de
vanguardia tal y como había concebida por Lenin, los llevó a proponer que la
vanguardia unificada surgiría de la propia experiencia de lucha conjunta en el
marco del FLNS, sin explicar qué papel cumpliría el PCA en todo ese proceso.
En consecuencia, la ratificación de la crítica al “etapismo”
y la restitución del objetivo socialista reapareció despojado de dos conceptos
que habían sido fundamentales en la tradición leninista: la construcción del
partido de vanguardia, pensado como instrumento de dirección política, y el
concepto de dictadura del proletariado. De este modo, el problema de la
violencia revolucionaria quedó subsumido en una agenda de búsqueda de
conciliación de los planteos de revolución, pluralidad y democracia. Con más
preguntas que respuestas ingresaba el PCA a la última década del siglo XX.
Conclusiones
El propósito de este trabajo fue reconstruir la línea política del PCA
durante la década de 1980 tomando como eje el análisis de la concepción en
torno del Frente de Liberación Nacional y Social. A grandes rasgos, se ha
demostrado que la evolución de la línea tuvo como momento bisagra el XVI
Congreso partidario de 1986. Si hasta ese año la política frentista se mantuvo
en los carriles del FDN, a partir de entonces, comenzó un proceso muy dinámico
de progresiva e ininterrumpida radicalización. Sintéticamente, el cambio de
contenido se materializó en un distanciamiento respecto de las tesis de
construcción conjunta con el peronismo y en el acercamiento a las fuerzas
políticas de izquierda. Esa voluntad se manifestó en el plano electoral con la
constitución del Frente del Pueblo, y luego del FRAL y de la Izquierda Unida.
Sin embargo, la política de FLNS dejó planteadas algunas indefiniciones.
En primer lugar, el protagonismo del frentismo en desmedro del partido de
vanguardia como herramienta de dirección, abrió el interrogante sobre el rol
del PCA dentro del FLNS ¿Debía dirigirlo? ¿Acaso debía permanecer en él si
prevalecía una estrategia contraria? ¿Cómo relacionarse con el resto de las
fuerzas que integraban el FLNS? Hacia el final de la década, con las críticas
ensayadas en el marco del XVII Congreso, las preguntas se multiplicaron. Si la
premisa era constituir un frente junto con movimientos sociales y territoriales
cuya pluralidad política se daba por descontada, cuál sería la utilidad de
mantener la construcción de un partido de cuadros profesionales. Esas
indefiniciones fueron acompañadas por otras. A pesar de la manifiesta intención
de radicalizar sus posiciones, la desaparición del concepto de “dictadura del
proletario” en los documentos del partido no fue reemplazada por ninguna otra
noción, más allá de la voluntad explícita de combinar socialismo y democracia.
Así, en plena crisis del bloque soviético y del conjunto de la izquierda
mundial, el PCA intentó abrirse camino y defender la senda abierta con el
“viraje”. La década siguiente, en pleno avance del neoliberalismo y con los
discursos que anunciaban el final de las ideologías, puso a prueba cada una de
sus proposiciones.
Bibliografía
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Fuentes citadas
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Folleto, El resultado electoral y la unidad de la izquierda en torno
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Pereyra, J. “Construir una fuerza real y operativa en marcha hacia un
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Central del 24 y 30 agosto de 1984.
Proyecto de Tesis para el debate hacia el XVII Congreso. Aprobado por el CC del 25, 26 y 27 de julio de 1990.
Revista Nueva Era, n°12, diciembre de
1985.
Recibido: 07/08/2020
Evaluado: 15/09/2020
Versión Final: 20/10/2020
[1] Considero que la historia política no
debe descuidar ni minimizar los conflictos personales. Si los vínculos de
camaradería y amistad son, en ocasiones, más potentes que los manifiestos, las
luchas por el poder y la acumulación de capital simbólico personal pueden
desatar conflictos más agudos que de los que son capaces los enemigos.
[2] No es excesivo insistir, al menos en
nota al pie, que en aquella coyuntura aparecieron numerosas tendencias
internas, nunca reconocidas formalmente pero que tenían gravitación en los
hechos. Para un primer mapeo de los alineamientos al interior del propio Comité
Central, véase, Casola (2019).
[3] Contabilizar la militancia comunista
en este periodo no es una tarea sencilla y toda afirmación al respecto debiera
tomarse como provisoria. Los documentos oficiales, informes congresales y de
organización, solían informar solo las cifras de afiliaciones, un dato que
puede ser útil para pensar la influencia del partido, pero que no reflejaba al
activo real de militantes que eran los verdaderos constructores de la
organización. De todos modos, el número de militantes debió estar lejos de la
cifra de 300.000 afiliados que afirmaban tener en 1983 sumando a la FJC. Un
indicador de esto, por ejemplo, es la prensa partidaria que en el mejor momento
de ese mismo año alcanzó la excepcional tirada de 110.000 ejemplares, un tercio
de la totalidad de afiliados. Pero, además, las cifras de afiliaciones no
parecieran constituir un indicador confiable por razones de contexto: ¿Cómo
habían pasado de los casi 100000 afiliados de la década de1970 a los 300000 en
1983? ¿Acaso podía tomarse la campaña de afiliación en el marco de las
elecciones como una adhesión automática al PCA? Otra posibilidad para efectuar
un cálculo es tomar la cantidad de delegados al congreso, la cual, según los
estatutos, se deciden por cantidad de afiliados. Sin embargo, no existía una
cuenta estable para establecer cada cuántos militantes se elegía un delegado lo
que constituía una atribución del Comité Central convocante. La cantidad de
delegados, por si fuera poco, era muy fluctuante. Por caso el XIV Congreso
contó con 507 delegados, del XV participaron 176, mientras que en el XVI
participaron 673 delegados. Los datos difundidos sobre el XVI Congreso
afirmaban haber elegido sus 673 delegados en 2000 asambleas de organismos
básicos. Si nuevamente tomamos el número de 10 militantes por célula nos da un
total de 20000 militantes, quizás la cifra más realista que hasta el momento
hemos barajado.
[5] De acuerdo con las memorias de Alberto
Nadra, este grupo, del que formaba parte, estaba conformado, además, por
Patricio Echegaray, Francisco “Cacho” Álvarez y Enrique Dratman. Siempre
siguiendo este testimonio, habría sido Echegaray el autor de la alianza
estratégica con Athos Fava y Jorge Pereyra que permitió formular el “viraje en
unidad” y abrir un camino para los planteos de renovación al interior del
Comité Central, controlado aún por dirigentes que comenzaron a ser denominados
como “dinosaurios” (Nadra, 2012: 107).
[6] No obstante, el PCA no pudo evitar la
ruptura del FP la cual se produjo por divergencias con relación a la sanción de
las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
[7] El enfrentamiento, que duró 27 horas,
dejó un saldo de 43 muertos y decenas de heridos. El MTP había surgido en el
fragor de la lucha en Nicaragua y era dirigido por Gorriarán Merlo, quien
anteriormente había militado en el Partido Revolucionario de los Trabajadores
(PRT).