Experiencias comunitarias de conservación y defensa del patrimonio cultural: El District Six Museum, Ciudad del Cabo, Sudáfrica

 

Community experiences of conservation and defense of cultural heritage: District Six Museum, Cape Town, South Africa

 

 

Laura Efron

Instituto de las Culturas,

Universidad de Buenos Aires,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Argentina)

lauefron@gmail.com

 

Marisa Pineau

Instituto de las Culturas,

Universidad de Buenos Aires,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Argentina)

marisapineau@yahoo.com.ar

 

 

 

Resumen

Entre 1948 y 1994, los gobiernos del apartheid en Sudáfrica desplazaron de forma forzada a miles de personas no blancas que vivían en ciertas zonas urbanas e impusieron la residencia exclusiva de la minoría blanca. En 1966, más de 60.000 personas que vivían en el Distrito Seis de Ciudad de Cabo sufrieron los desplazamientos forzados impuestos por el Estado.

La Fundación del Museo del Distrito Seis surgió en 1989 como un proyecto comunitario que trabaja en pos de la revalorización de las historias silenciadas por el apartheid. El proyecto se propuso disputar los derechos a la propiedad de la tierra y buscar medidas de compensación por la desposesión y el trauma vivido durante el apartheid.

En este trabajo nos proponemos describir las distintas facetas del proyecto del museo que promueven no solo la protección del Patrimonio Cultural del Distrito Seis sino también la restitución de tierras a las familias que fueron forzosamente desplazadas.  Así, buscamos revalorizar una experiencia de producción colectiva de la memoria cuyo impacto en la actualidad local es sustancial en pos del desarrollo de políticas públicas reparativas.

 

Palabras Clave

Sudáfrica; Patrimonio; Memoria; Distrito Seis; Políticas Públicas; Restitución de tierras.

 

Abstract

Between 1948 and 1994, apartheid governments in South Africa forcibly displaced thousands of non-white people living in certain urban areas and imposed exclusive residence on the white minority. In 1966, more than 60,000 people living in Cape Town's District Six suffered state-imposed forced displacement.

The District Six Museum Foundation emerged in 1989 as a community project that works towards the revaluation of the stories silenced by apartheid. The project set out to contest land ownership rights and seek redress for dispossession and trauma experienced during apartheid.

The aim of this article is to describe the different facets of the museum project that promote not only the protection of the Cultural Heritage of District Six but also the restitution of lands to the families that were forcibly displaced and thus revalue an experience of collective production of memory as its current local impact is substantial in pursuit of the development of reparative public policies.

 

Keywords

South Africa; Heritage; Memory; District Six; Public Policies; Land Restitution.

 

 

 

 

“Aun cuando el gobierno ha demolido las edificaciones y desplazado a la gente, no ha podido destruir las historias, la música y a las personas que mantuvieron vivas las memorias. Existen dibujos, pinturas, músicas, historias y poesías de los miembros del Distrito Seis que muestran la huella de tal vibrante y cosmopolita comunidad.

La memoria del Distrito Seis es la prueba de que personas de religiones, nacionalidades y grupos raciales diferentes pueden vivir juntos. Aunque las calles se encuentren enterradas y el Distrito Seis no pueda volver a ser recreado, su memoria permanece como un símbolo de esperanza para la futura reconciliación” (Material de difusión del Museo del Distrito Seis para público general, 1998).[1]

 

Introducción

 

En Sudáfrica, el apartheid ha sido un sistema de dominación, explotación y segregación racial construido e instaurado por las minorías nacionalistas afrikaners[2] a partir del ascenso al poder del Partido Nacional en 1948. Si bien históricamente las minorías blancas (tanto la afrikaner como la británica) habían detentado privilegios políticos, económicos y culturales, la instauración del apartheid marcó un antes y un después en la historia del territorio sudafricano. Desde entonces, el nuevo gobierno impuso normativas cada vez más estrictas no solo separar a la población según clasificaciones raciales sino también para determinar derechos específicos para cada grupo racial. En este sentido, desde 1948 se creó un cuerpo legal muy sólido con leyes que limitaban los derechos políticos, económicos y culturales de los africanos. La Ley de Población de 1950 fue el pilar central del sistema de dominación racial.

A partir de ello, se creó una arquitectura de leyes de corte racial que únicamente otorgaba el derecho al voto a la población clasificada como blanca (negando esa capacidad a la población mayoritaria del país) y que reducía el movimiento de la población africana en el territorio por medio del uso obligatorio de pases que limitaban su circulación. Al mismo tiempo, se dictaron leyes que definían la reorganización de la propiedad de la tierra en las zonas rurales y se reforzó la restricción ya vigente de la ocupación de las áreas urbanas a la población blanca; se ciñó a los africanos a realizar únicamente trabajos no calificados, se impusieron sistemas educativos segregados con contenidos diferenciados y se prohibieron las relaciones sexuales y los matrimonios entre personas clasificadas en distintos grupos raciales. En otras palabras, desde sus inicios –y como continuidad y renovación de usos y costumbres coloniales– el régimen del apartheid se propuso controlar y redefinir las formas de vida, las posibilidades a futuro y las trayectorias de todos los individuos, al clasificarlos en grupos raciales que tenían jerarquías impuestas desde el Estado.

En este artículo nos focalizaremos en las historias de desplazamientos forzados en zonas urbanas durante el apartheid y las resistencias comunitarias que estos generaron. Particularmente, se describirá el caso del Distrito Seis, ubicado en Ciudad del Cabo, Sudáfrica.

A partir del trabajo etnográfico y de archivo, se reflexionará sobre las formas alternativas de crear reservorios archivísticos, así como sobre los espacios de memorialización colectivos. La experiencia de organización y lucha de la comunidad del Distrito Seis es un ejemplo que da cuenta de las experiencias de marginalización y de las resistencias múltiples a esto. Por un lado, resistencias a los desplazamientos forzados. Por el otro, resistencias al olvido, al desmantelamiento de comunidades organizadas y al silenciamiento de sus voces, experiencias e historias.

En este sentido, entendemos la experiencia de la comunidad del Distrito Seis como un caso sumamente enriquecedor para reflexionar sobre cómo los sectores subalternos pueden hacer oír su propia voz, al superar las normativas racistas impuestas por el Estado del apartheid y construir espacios comunitarios de supervivencia de su identidad, así como de memorialización y de lucha. Este activismo se mantiene en la etapa democrática –signada por una política oficial de memorialización enfocada en héroes y “grandes hombres” de la resistencia[3]– y da cuenta de un camino para repensar la historia desde los márgenes.

En cuanto al marco teórico y metodológico, las descripciones y reflexiones realizadas en este artículo se basan en diversas instancias de estancias de investigación en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, llevadas a cabo por ambas autoras en distintas ocasiones desde 1995 (1998, 2001, 2007, 2014) hasta 2019. Durante tales oportunidades se ha visitado el Museo del Distrito Seis de manera sistemática, así como también se ha realizado trabajo de archivo en el mismo, revisando los documentos históricos, el material audiovisual disponible y desarrollando la toma de notas etnográficas al momento de recorrer las exposiciones. Estos materiales fueron utilizados en la redacción de este trabajo, para el análisis iconográfico y discursivo.

También se consultaron los archivos de la Universidad de Ciudad del Cabo y el Archivo Nacional de Sudáfrica. Finalmente, se han desarrollado encuentros informales con distintos miembros, tanto del museo como de la comunidad en general, para dialogar y reflexionar sobre sus historias y memorias y se ha consultado el material audiovisual disponible en el Centre for Popular Memory, Universidad de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Dado que las autoras han viajado frecuentemente a Ciudad del Cabo para realizar tareas de investigación, también se cuenta con archivos personales compuestos por cuadernos de notas de las visitas, fotografías y documentos de carácter público, tales como panfletos comunitarios y guías y folletos del museo.

El abordaje de investigación y análisis de este artículo se basa principalmente en dos ejes teórico-conceptuales. En primer lugar, siguiendo las reflexiones de la escuela de los Estudios Subalternos, entendemos a nuestra labor profesional como una instancia en la que es posible, a partir de la investigación histórica, dar lugar a las voces subalternas y priorizar la recuperación de historias marginadas (Chakrabarty, 1999; Chakravorty Spivak, 2003). La búsqueda de dar lugar a la voz de los sectores marginados implica realizar el esfuerzo de ir a contrapelo no solo en la lectura de fuentes sino también de la historia misma. El análisis del Distrito Seis es relevante porque es un caso ubicado en los márgenes de la versión dominante de la historia sudafricana, tanto en la época del apartheid como en la democrática. Este abordaje teórico se complementó con encuentros informales con trabajadores del museo, que son miembros de la comunidad del Distrito Seis.

En segunda instancia, y en diálogo con la preocupación por contar otras historias, entendemos que el proceso de investigación requiere la recuperación de otro tipo de archivos. Siguiendo a autores como Carolyn Hamilton (2002), Achille Mbembe (2002), Gabeba Baderoon (2007) y Mario Rufer (2012), entendemos que es necesario repensar al archivo por fuera de su lógica colonial para así poder recuperar las huellas y voces de los sujetos coloniales, que se encuentran silenciadas en los archivos oficiales. Es por ello que, para contrarrestar o contraponer con la información disponible en los archivos oficiales, hemos consultado otros repositorios documentales, como es el caso del archivo del Museo del Distrito Seis y el archivo audiovisual del Centre for Popular Memory, Universidad de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Ambos proyectos dan cuenta de los esfuerzos comunitarios y colectivos por recuperar las voces silenciadas en los archivos oficiales.

 

 

El contexto histórico del apartheid y las expulsiones forzadas

 

La instauración del apartheid impactó en la forma y calidad de vida de la población considerada no blanca. Si bien diversas medidas discriminatorias habían sido impuestas desde los inicios de la colonización europea en el siglo XVII, desde la instauración del apartheid estas consolidaron y profundizaron tanto la segregación como la explotación racial (Worden, 2007).

Como se mencionó anteriormente, la piedra basal fue la Ley de Registro de Población (Population Registration Act) de 1950, que imponía definiciones raciales rígidas basadas en categorías preexistentes, ahora adaptadas a los intereses del Estado. Desde entonces, todas las personas al nacer eran clasificadas por el Estado en cuatro grupos raciales: europeos/blancos, coloureds (mestizos), asiáticos (indios) y bantúes/nativos/africanos (negros). Si se tiene en cuenta que, para ese momento, la población considerada blanca representaba algo menos de un 20 % de la población total, la gran mayoría quedaba separada en las últimas tres grandes categorías y se definían así sus derechos y posibilidades a futuro. Se buscaba con estas normas raciales no solo prohibir la integración entre blancos y no blancos, sino también entre grupos no blancos entre sí.

Conseguir separar a la población que convivía en los mismos territorios, circulaba por las mismas zonas y tendía a compartir espacios (y en algunos casos hasta familias) requirió de una fuerte acción del Estado, de la movilización forzada de grandes grupos poblacionales y de su relocalización en zonas delimitadas racialmente. Así se planeaba que cada grupo racial tuviera sus propios barrios, sus propios espacios de socialización y sus propias escuelas[4]. Si bien la segregación residencial había existido en algunas zonas del territorio sudafricano durante la primera mitad del siglo XX, en la mayoría de las ciudades (y sobre todo en las más antiguas) había poblaciones de diversos orígenes establecidas en ellas de forma permanente por varias generaciones. La Ley de Áreas de Grupos (Group Areas Act) de 1950 extendió masivamente el principio de segregación racial residencial de forma obligatoria.

Desde entonces, la población no blanca fue expulsada sistemáticamente y de forma obligada de los espacios urbanos. Residentes indios, que se dedicaban a la venta de productos alimenticios y de productos de primera necesidad al por menor, fueron expulsados por la fuerza del centro de las ciudades de Pretoria y de Durban, así como residentes coloureds fueron relocalizados en zonas racialmente definidas en las afueras de Ciudad del Cabo (Worden, 2007, p. 106). En 1954 se promulgó la Ley de Relocalización Nativa (Natives Ressetlement Act) por lo que, desde entonces, el Estado tenía la potestad de remover de forma forzada a las poblaciones negras que vivían en las ciudades hacia zonas alejadas y definidas como zonas residenciales exclusivas para la población negra. Estas zonas se encontraban en general sobrepobladas y hacinadas (conocidas como townships[5]).

Uno de los primeros casos, y de los más impactantes, fue el desmantelamiento del barrio de Sophiatown, ubicado en Johannesburgo. Era conocido por su gran riqueza intelectual y artística, por el desarrollo de una incipiente clase media negra y por la convivencia de poblaciones de orígenes diversos. Los habitantes de Sophiatown fueron expulsados por la fuerza y trasladados al township de Soweto en 1955, hoy conocido como el township más grande de Sudáfrica.

Ubicado en la zona occidental de Johannesburgo, Sophiatown fue ocupado desde sus orígenes, a comienzos del siglo XX, por personas de diversos grupos raciales a pesar de las restricciones espaciales[6]. En este barrio se asentaron trabajadores que estaban ligados a la extracción y producción de oro, así como muchos otros que aspiraban recibir beneficios secundarios de la prosperidad que prometía tal actividad económica. Para mediados del siglo XX, Sophiatown se había convertido en un espacio abierto y receptivo a nuevas ideas y percepciones. Una de sus características distintivas eran sus lugares de sociabilidad. Allí había bares donde escuchar y hacer música, especialmente jazz. Grandes músicos con impacto internacional, como Hugh Masekela y Miriam Makeba, iniciaron sus carreras musicales en los bares de Sophiatown.

La experiencia de convivencia e integración racial generaba una atmósfera particular, cosmopolita. Esto permitió el desarrollo de una mentalidad y una forma de vida modernas entre los habitantes de Sophiatown. El gran desarrollo cultural y artístico que tuvo lugar en este barrio era mostrado y reivindicado a nivel nacional e internacional. Quienes vivían en ese barrio –muchas veces comparado con el Harlem– ejercían nuevas identidades, libres, que se chocaban con el proyecto del Partido Nacional. Era este tipo de experiencia de convivencia e integración racial, cosmopolita y moderna (alejada de lo rural y tribal) lo que el gobierno del Partido Nacional quería anular. Estas nuevas identidades implicaban, además, nuevas formas en las que una mujer negra podía vivir –ya no obligada a ser empleada doméstica– y nuevas formas de relacionamientos sexuales.

La revista Drum fue el lugar donde se difundían esas nuevas identidades negras, más mundanas, que se mostraban orgullosas de serlo y buscaban el goce en la vida. En esta revista las fotografías y las publicidades desempeñaron un papel central para modelar una nueva cultura urbana negra alejada de los estereotipos que trataba de imponer el Partido Nacional. A esto se sumaba un alto nivel de politización de los habitantes de Sophiatown, muchos de los cuales participaban activamente tanto en la vida sindical como en la de los movimientos políticos anti apartheid de la época. Para el gobierno, esta situación era intolerable, alejada de las maneras en las que creían que africanos y africanas debían vivir. Desde su percepción racista, Sophiatown debía ser desmantelado para evitar la propagación de tales desarrollos.

A pesar de la fuerte resistencia llevada adelante por sus pobladores, Sophiatown fue destruido en 1955. El 9 de febrero de ese año 2500 policías con armas y perros desplazaron de forma forzada a la población del barrio, compuesta por más de 50.000 personas, hacia las afueras de la ciudad de Johannesburgo. La expulsión por la fuerza de los habitantes de Sophiatown marcó un hito en las políticas de segregación espacial del apartheid. La irrupción y destrucción de este barrio demostró de forma contundente cómo el Estado contaba efectivamente con la fuerza real para poder imponer su ideología racista sobre la mayoría de la población, destruyendo comunidades, sueños y proyectos.

Al mismo tiempo, desde la perspectiva gubernamental, esta movilización forzada de la población demostraba la eficacia del Estado en sus políticas de “desarrollo comunitario”[7] (Field, Meyer & Swanson, 2007, p. 48). Desde entonces, la zona fue renombrada por el gobierno del apartheid con el nombre de Triomf (triunfo, en afrikaans), una zona asignada para la población blanca. A pesar de las resistencias, el barrio fue demolido y se constituyó rápidamente como una zona de residencia de familias trabajadoras blancas. En 2006 el barrio volvió a ser llamado de forma oficial Sophiatown, como una forma de reivindicar y conmemorar su historia (Livermon, 2012, p. 178).

El traslado forzoso de quienes vivían en Sophiatown fue notorio en su momento porque era un barrio de la opulenta ciudad de Johannesburgo, por las características de su población y por las nuevas formas de violencia ejercida por el Estado. Sin embargo, la resistencia a la mudanza por parte de sus pobladores se diluyó pronto. La mayoría de ellos desarrollaron en Soweto sus vidas, con nostalgia por lo que se vieron obligados a abandonar. Sophiatown puede ser interpretado como un lugar de memoria (Knevel, 2015) pero allí no se generó un movimiento político y cultural como el que germinó años más tarde en el Distrito Seis.

 

El Distrito Seis

 

El Distrito Seis se encontraba ubicado en el corazón de Ciudad del Cabo, conocida como la “ciudad madre” (The Mother City) sudafricana. Habiendo sido la primera ciudad colonial del territorio, cuyos orígenes se remontan a mediados del siglo XVII, su historia de urbanización, cosmopolitismo y mezclas tanto raciales como culturales la distinguen del resto de las urbes del país. Ciudad del Cabo fue y es un puerto muy activo en el comercio internacional, que vincula –en un verdadero cruce de rutas– al extremo sur de África con el resto del continente, con América, con Asia y con Europa.

Teniendo en cuenta que su historia de diversidad racial y cultural ha sido uno de los pilares fundantes de la identidad de la ciudad y de sus habitantes, los desalojos y desplazamientos forzados en el Distrito Seis tuvieron un impacto profundamente disruptivo no solo en sus pobladores sino también en la historia de la ciudad como tal. Al mismo tiempo, es importante mencionar que la ciudad se encuentra dentro de la Provincia del Cabo Occidental, donde se halla la mayor concentración de población coloured del país[8]. Ello ha tenido un impacto importante en el devenir histórico de la región, tanto en términos políticos como ideológicos e identitarios.

El desplazamiento forzado de la población del Distrito Seis a partir de 1966 contaba con antecedentes históricos: en 1901 la población del distrito había sido expulsada hacia Ndabeni, un barrio pobre y hacinado en las afueras de la ciudad (Field, Meyer & Swanson, 2007, p. 48). La gran densidad de población en el distrito, el estado deteriorado de su infraestructura y el desarrollo de enfermedades contagiosas fueron la justificación principal en aquel momento. Sesenta y cinco años después, el Estado del apartheid volvió a justificar la expulsión forzada de la población del distrito por motivos sanitarios, edilicios y hasta morales. La diversidad racial, religiosa y cultural características de este barrio cosmopolita iban en contra de los valores y de la ideología racista del Estado. Por lo tanto, definir al Distrito Seis como un slum era una forma de no solo justificar la expulsión forzada de la población y la destrucción física del barrio sino también de rechazar los valores y experiencias cosmopolitas del mismo.

El 1 de febrero de 1966 el presidente Henrick Verwoerd declaró al Distrito Seis como zona exclusivamente blanca. Desde entonces, y durante los próximos 15 años, entre 55.000 y 65.000 personas fueron desplazadas de forma forzada hacia los barrios pobres en zonas marginales de las afueras de Ciudad del Cabo (fundamentalmente lo que se conoce como Cape Flats) y sus casas fueron demolidas una por una, eliminando así cualquier vestigio de su existencia[9]. Fue tierra arrasada. La población desplazada fue reubicada en los barrios pobres definidos como barrios coloured y negros. Durante décadas, el espacio físico en el que el barrio había existido quedó vacío, lo que hace pensar que el objetivo no era la ocupación del mismo por nuevos habitantes, más deseables a los ojos del gobierno, sino la expulsión de sus habitantes históricos, la cancelación de sus formas de vida y la demostración de poder en un momento en que la oposición interna estaba desestructurada[10].

Los desplazamientos forzados fueron un antes y un después en las vidas de los habitantes del Distrito Seis (Field, Meyer & Swanson, 2007). Por un lado, en términos estructurales, tuvieron que adaptarse a las condiciones de vida de los townships, en los que no se contaba con la misma infraestructura que en el Distrito Seis: la calidad de las viviendas, los servicios públicos, el acceso y el tipo de transportes públicos disponibles eran menores. Al mismo tiempo, las distancias recorridas tanto para ir a trabajar como para ir a estudiar eran mayores.

Desde el Distrito Seis era posible trasladarse caminando al centro de la ciudad, tanto para los lugares de trabajo y las escuelas, como para los espacios de ocio y entretenimiento. También allí se contaba con acceso a hospitales y clínicas que en los townships no había. A ello se sumaba la inseguridad y la violencia a la que estaban expuestos en los nuevos barrios.

En términos simbólicos, subjetivos y culturales, el desplazamiento forzado generó un quiebre profundo en las experiencias de vida comunitaria, en las que la diversidad era la norma. El Estado del apartheid demostraba los alcances reales de su poder y su fuerza al destruir no solo las viviendas, sino también los sueños de las personas que vivían en el Distrito Seis.

Desde entonces, la vista de la emblemática Table Mountain desde los townships les recordaría a los ex habitantes del Distrito Seis que ya no pertenecían a la ciudad cosmopolita. La imagen de la montaña significó un impacto visual y emocional profundo, ya que las personas recordaban constantemente sus pérdidas, lo que no podían tener y no podían ser. Los efectos de tal expulsión siguen vigentes en la actualidad.

Las investigaciones demuestran que la población no ha podido recuperar sus oportunidades laborales, educativas y económicas en general[11]. La mayoría de los descendientes de los ex habitantes del Distrito Seis continúan viviendo en los townships en condiciones marginales y desfavorables. Al mismo tiempo, los traumas generados en los habitantes del distrito a partir de tales desplazamientos forzosos tienen efecto aun en la actualidad y fueron transmitidos intergeneracionalmente.

Linda Fortuin, miembro de la comunidad y del Museo del Distrito Seis, recuerda aún en el presente, el dolor y el trauma generados por tales desplazamientos forzados:

 

“Te hacía sentir como un ciudadano de segunda, profanado, desmoralizado, te sentías deprimido, yo siempre me preguntaba ¿qué estaba mal conmigo? Sabés, ¿qué me hace diferente? Sabés, y tenés que, mm, tenés que seguir luchando. Sabés. No físicamente, pero en tu cabeza, y tenés esa batalla constante, sabés… pero ¿por qué? Y ahora lo digo con bastante calma. (se ríe). Pero yo sentía, solía pensar, sabés, mm, si tuviese una bomba, o si tuviese un arma, les dispararía a todos. Sabés, así me hacía sentir… sabés, pero tenés que tragártelo, tenés que secarte las lágrimas. ¡Y porque te sentís tan indefenso, sabés! ¿Y qué hicimos al respecto? [Traducción de las autoras]” (Field, Meyer & Swanson, 2007, p. 37).

 

Así como la montaña ha sido y sigue siendo vista desde los townships como un recordatorio de lo perdido en el pasado y lo no obtenido en el presente, durante décadas el espacio geográfico del Distrito Seis se encontró vacío, expresando los resabios de la destrucción de una comunidad multicultural, interracial, cosmopolita, moderna. El escenario desértico, con escombros que evidenciaban la destrucción histórica, le recordaba constantemente al conjunto de quienes vivían en Ciudad del Cabo los efectos de la dominación del Estado del apartheid. Dado que el Distrito Seis se encontraba en el corazón de Ciudad del Cabo, la población local veía el espacio destruido cada vez que circulaba hacia y por la ciudad (Field, Meyer & Swanson, 2007, p. 178).

A pesar de lo que se proclamaba, las tierras del Distrito Seis nunca pudieron ser puestas en valor, solo se procedió a la demolición sistemática del trazado de las calles y de todo lo construido, casas y negocios. Por los reclamos sostenidos de los habitantes expulsados, que seguían considerando que ese lugar les pertenecía, no se concretaron los distintos proyectos públicos y privados de desarrollo de viviendas para trabajadores blancos. Quienes habían residido en esa comunidad heterogénea preferían que se mantuviera como un espacio vacío porque probaba la malicia del gobierno del apartheid y, además, porque mantenían intacta la esperanza del regreso.

En una de las sucesivas movidas de los gobiernos del apartheid, a fines de la década de 1970, el gobierno decidió construir allí una nueva sede del Cape Technikon, la institución por excelencia de educación técnica para estudiantes blancos. Un 20 % del total del distrito fue ocupado por este emprendimiento que empezó a concretarse con la inauguración de los primeros edificios para los departamentos de Ingeniería y Arquitectura y de residencias para albergar a unos 3500 trabajadores en 1986 (Barnes, 2009).

En el contexto de un aumento sostenido de la acción de los distintos movimientos sociales y políticos anti apartheid en todo el país y en el exterior, los antiguos residentes sostuvieron la resistencia. Fue entonces que se creó, en 1989, el comité “Hands off District Six” y, posteriormente, una fundación para que el gobierno no pusiera sus manos en el distrito. Ya con los cambios en marcha en el país que llevarían a la realización de las primeras elecciones libres y democráticas en 1994, un año antes la asociación logró un acuerdo con la Iglesia Metodista de la calle Buitenkant para usar el edificio donde, en diciembre de 1994, se inauguró el museo y el centro comunitario del Distrito Seis.

 

Residentes del Distrito Seis, 1974-1975. En pleno contexto de demolición, una madre camina con sus hijos. La fotografía fue tomada durante la etapa final de demolición del Distrito Seis, a mediados de la década de 1970. Para ese entonces solo quedaban 6000 familias viviendo allí, las cuales fueron relocalizadas en los Cape Flats y Atlantis. (Winer, Stan, “District Six, Cape Town, 1974-1975”, disponible en https://digitalcollections.lib.uct.ac.za/collection/islandora-12525)

 

 

La vida en el Distrito Seis antes de las expulsiones forzadas

 

Como mencionamos anteriormente, la historia del Distrito Seis se remonta a inicios del siglo XIX, cuando la mayoría de los trabajadores manuales de la ciudad residían allí. En ese entonces, el nombre del barrio era Kanaladorp. Tal concepto hacía referencia a su posición geográfica (el barrio se ubicaba al este del canal que conectaba al barrio de Gardens con el Castillo de Buena Esperanza, que fueron las primeras zonas ocupadas por población europea y desde donde se expandieron hacia el interior). Pero al mismo tiempo, kanala era un concepto que, en lengua malaya, hacía referencia a la solidaridad comunitaria. Por lo tanto, el nombre del barrio expresaba tanto su historia como sus valores y bases culturales.

En el barrio residían libertos, descendientes de las comunidades malayas, inmigrantes judíos y población nativa de la región. Al caminar por sus calles era posible encontrarse con mezquitas, sinagogas e iglesias. Y así como la convivencia de la diversidad religiosa se hacía notar en sus calles, también se podía escuchar la mezcla de culturas en la lengua: palabras del árabe, malayo, afrikaans, inglés, yiddish y xhosa se combinaban en la configuración de un lenguaje local (Brodie, 2015).

Kanaladorp comenzó a ser denominado como District Six en 1867, cuando el gobierno local dividió a la ciudad en seis municipios. Tal medida es un claro ejemplo de la historia de pugnas simbólicas existentes entre la mirada estatal (exclusivamente blanca) y la local (con mayor diversidad étnica y religiosa) en relación al barrio, su significado político-cultural y su historia. Sin embargo, hay que señalar que los habitantes se apropiaron del nuevo nombre formal del barrio –que erradicaba toda referencia a su rica identidad cultural cosmopolita– y lo resignificaron.

El barrio estaba compuesto por veinte hectáreas en el corazón de Ciudad del Cabo, muy cercano al puerto. El Distrito Seis fue hogar de líderes políticos y de artistas reconocidos a nivel nacional e internacional. Allí, a comienzos del siglo XX, se fundó la importante organización política African People’s Organization (APO), que tuvo mucha relevancia para congregar y defender a la población coloured. La APO, bajo el liderazgo de Abdullah Abdurahman, un habitante del distrito, fue sumamente influyente en el ámbito político de la provincia del Cabo Occidental hasta la década de 1940. Otras figuras claves del distrito fueron Cisie Gool, primera abogada coloured del país y dirigente política, y los reconocidos escritores Alex La Guma y Richard Rive.

Si bien el recuerdo es que había una interesante vida comunitaria que se desarrollaba en las calles (las casas eran pequeñas) había lugares de encuentro que eran muy populares. Uno de ellos era el cine British, mientras que reuniones políticas, encuentros sindicales y artísticos se llevaban a cabo en espacios abiertos como el conocido The Stone, en la calle Clifton (Brodie, 2015).

Las memorias comunitarias de las familias que vivían en el Distrito Seis dan cuenta de la convivencia amigable entre culturas diversas y del diálogo constante entre las mismas. Los vínculos interculturales, interreligiosos e interraciales configuraron la identidad del Distrito Seis. Tales recuerdos tienden a dar cuenta de la nostalgia por el pasado perdido, recuperando y valorando los elementos positivos y enriquecedores de tal experiencia de vida.

Richard Rive, un gran autor que creció en el distrito, relata la vida allí en su libro Buckingham Palace, Distrito Sexto, una obra icónica de la literatura sudafricana, publicada en 1986. Tomando tres momentos (una mañana de 1955, una tarde de 1960 y una noche de 1970) presenta a sus personajes a través del tiempo. Rive, da muestras de una convivencia bastante armónica (aunque no alejada de intrigas y conflictos vecinales) en la heterogeneidad, que era no solo racial y religiosa sino también laboral. Varios personajes de su libro son trabajadores manuales y administrativos, pequeños comerciantes, músicos y artistas, así como hay otros que no tienen trabajo fijo –que se ganan la vida con changas o con robos pequeños– y mujeres que ejercen la prostitución. Todos ellos son y se sienten parte constitutiva de esa comunidad. Rive pone en boca de Zoot, el protagonista de su libro, esta descripción, que es casi una declaración de principios del sentimiento de pertenencia a ese espacio y esa comunidad.

 

“Resulta divertido, pero ¿quieren saber una cosa? solo me siento seguro en el Distrito. El Distrito es como una isla, no sé si me comprenden, una isla en un mar de apartheid. ...Ya sé que el Distrito es un suburbio sucio y pobre, como los periódicos nos lo recuerdan continuamente, pero nunca hemos puesto carteles que digan ´Fuera blancos´. Ellos son quienes ponen los carteles. Cuando un hombre blanco llega al Distrito con sus carteles es un extranjero y cuando salimos del Distrito él hace que nos demos cuenta de que somos extranjeros”. (Rive, 1988, p. 109)

 

En las distintas narraciones aparece siempre esta marca en la identidad de las personas generada a partir de la pertenencia al distrito. También hay que señalar un uso extensivo del espacio público por parte de los habitantes (algo que era particular de este barrio) y una vida comunitaria puertas afuera de las casas. Todo esto se resumía en una sensación de libertad en las calles, que no encontraban en otras zonas de la ciudad.

 

La creación del museo: recuperando historias silenciadas

 

Como mencionamos anteriormente, las familias que habían sido desplazadas a partir de 1966 mantuvieron un vínculo continuo, tanto entre ellas como con el espacio físico del ex Distrito Seis. Durante décadas se organizaron no solo para reclamar por sus derechos y retribuciones sino también para mantener la identidad y la historia de su comunidad. Entendiendo a los desplazamientos forzados como una estrategia del Estado del apartheid para borrar la historia del Distrito Seis y de sus habitantes, la comunidad se preocupó por sostener su identidad e historia a través del tiempo.

Según la página oficial del Museo[12], la Fundación para el Museo del Distrito Seis se creó en 1989 como resultado del trabajo de la conferencia del comité Hands off District Six, realizada un año antes. Durante sus primeros años, la fundación trabajó para lograr la instalación del museo. Este fue inaugurado el 10 de diciembre de 1994 con la exposición “Streets: retracing District Six”, una muestra en la que se expusieron los viejos carteles de las calles del barrio que habían sido arrasadas y se procuraba reconstruir su mapa original.

Invitación para la inauguración de la exhibición “Re-Tracing District Six” en la que se muestran los carteles recuperados de las calles demolidas del Distrito Seis. Disponible en: https://disa.ukzn.ac.za/pos199412100430533837

 

Durante esos años de cambios profundos de la historia del país (la transición del apartheid a la democracia) hubo un movimiento constante y un gran trabajo por la memoria y recuperación de historias de quienes se habían dispersado. Al mismo tiempo, hubo un constante esfuerzo por la recolección de objetos significativos de la comunidad del Distrito Seis. Estas iniciativas mantuvieron el espíritu de reunión comunitaria y la esperanza por el retorno al espacio perdido.

Gran parte del trabajo de la comunidad organizada se encontraba puertas afuera: en el espacio vacío del Distrito Seis, con las familias que reclamaban por su desposesión y en los lugares en los que residían las familias desplazadas. Estas experiencias mantuvieron viva a la comunidad, a pesar de que las familias habían sido relocalizadas en distintos barrios, muchas veces alejados entre sí. Por lo tanto, la creación del museo fue fruto de todos esos esfuerzos llevados a cabo por los miembros de la comunidad a lo largo del tiempo.

La locación física del museo es el edificio de la iglesia metodista de la calle Buitenkant 25A. Este es un edificio histórico sumamente significativo, uno de los pocos resabios del Distrito Seis que no había sido demolido, justamente por ser un edificio religioso. El espacio elegido para el museo tiene un gran valor simbólico, no solo por haber permanecido intacto durante décadas, sino también porque fue allí en donde los miembros de la comunidad continuaron reuniéndose una vez que fueron desplazados. En otras palabras, el edificio del museo es en sí mismo un espacio de conmemoración, celebración y parte viva de la historia de resistencia comunitaria frente a la violencia institucional del apartheid.

El museo forma parte de la Coalición Internacional de Sitios de Memoria, la única red mundial que reúne a casi 300 espacios de memoria. Esta tiene por objetivo mantener el recuerdo de hechos traumáticos que se vinculen con las cuestiones contemporáneas de derechos humanos. A nivel país, hay que señalar algunas cuestiones que han permitido que el Museo del Distrito Seis construya una narrativa particular inconfundible en el conjunto de los numerosos y diversos monumentos, museos y espacios de memoria levantados en la Sudáfrica post apartheid.

A diferencia del Museo del Apartheid (ubicado en Johannesburgo) o del enorme y fastuoso Freedom Park (sitio en Pretoria), el Museo del Distrito Seis es de dimensiones pequeñas. No se propone contar el pasado de la segregación racial en Sudáfrica en el siglo XX o la larga historia de Sudáfrica desde los primeros momentos de la humanidad, como los dos ejemplos anteriormente mencionados, sino que pretende exhibir las formas de vida de una pequeña comunidad, que se vieron abortadas por la imposición de las leyes del Estado del apartheid. Además, el Museo del Distrito Seis no es un emprendimiento estatal; se mantiene con fondos provenientes de aportes privados y otros surgidos de la venta de entradas[13] y productos de su tienda. Esta situación económica particular le ha permitido desarrollar una narrativa propia vinculada con las posibilidades reales de desarrollo de una comunidad en un marco no racial y de diversidad religiosa.

Al ser un proyecto comunitario, el objetivo del museo es reconstruir la historia de la comunidad, darla a conocer y resignificar su presente. Para ello, tanto su estética como sus exposiciones cuentan con un estilo muy particular. Por un lado, los guías son miembros y descendientes de la comunidad desplazada que cuentan la historia en base a sus propias experiencias personales y familiares. De esta manera, el guía brinda un testimonio vivo que interpela al público y lo invita a interactuar de forma comprometida. Por el otro, sus exposiciones buscan interpelar al público no por su belleza ni su magnificidad sino por compartir aquello sentido y vivido por personas comunes en su vida cotidiana.

El público es recibido en el hall central del museo en el que se encuentra un extenso mapa del barrio dibujado en el piso –que da cuenta de los antiguos nombres de sus calles y de algunos elementos icónicos para sus habitantes. Esta forma elegida de recibir a los visitantes tiene por objetivo que los mismos se impregnen de su historia desde el inicio del recorrido. Siguiendo esta línea, los temas de las exposiciones –tanto permanentes como temporales– suelen focalizarse en elementos de la historia comunitaria, sus formas de vida, los vínculos entre las personas, la historia popular, etc. Esto hace que no haya grandes obras de arte expuestas ni exhibiciones monumentales. El poder de sus exhibiciones reside, justamente, en recuperar lo ordinario: objetos, carteles, fotografías, cartas, testimonios, mapas. La narración del museo no es una historia heroica (como sucede en otros lugares de memoria post apartheid, como puede ser el museo de Robben Island) sino que apela a las emociones. El objetivo es movilizar al público para que se acerque a la experiencia de vida del día a día de personas comunes en la conformación de una comunidad barrial diversa y, a la vez, para buscar el apoyo para sus reclamos de restitución de tierras.

Según Crain Soudien (2008), en el contexto del post apartheid, los museos sudafricanos tienen el gran desafío de promover la construcción de una historia e identidad nacional. Sin embargo, tal tarea se encuentra sumamente determinada por las experiencias y traumas sufridos durante el gobierno del apartheid. Por lo tanto, la narración y la construcción de una nueva identidad sudafricana se tornan tareas complejas, en las cuales el pasado sigue ocupando un lugar central.

La particularidad del Museo del Distrito Seis reside en el hecho de presentarse como un museo que cuenta la historia de la gente de la ciudad desde una perspectiva no racialista. Justamente, al reivindicar la historia del Distrito Seis como un espacio multicultural, multiétnico y plurilingüístico, el museo expone un elemento clave del pasado de Ciudad del Cabo –reprimido por el apartheid– que puede brindar herramientas para pensar el futuro de la sociedad sudafricana. Tales reflexiones críticas del pasado, que buscaban brindar herramientas para el presente, se pueden visualizar en la exhibición “Digging Deeper” (“Cavando más profundo”).

La exposición permanente “Digging Deeper” fue inaugurada en septiembre de 2000, a partir de la exposición original dedicada a las placas de las calles del Distrito Seis. La idea de la exhibición es lograr la inmersión profunda del público en las vidas de los antiguos residentes del distrito para conocer sus identidades sociales, culturales y políticas y su permanencia en el presente. Con elementos multimedia (algunas proyecciones en las paredes, música popular de las décadas de 1950 y 1960, narraciones y testimonios grabados, fotografías) se recrean en distintos rincones de la planta baja y del primer piso algunas tiendas del barrio, como una peluquería de mujeres. Los elementos exhibidos fueron recolectados por los integrantes del grupo y van variando con el tiempo a medida que aumenta esa recolección.

En esos primeros años de la democracia sudafricana, había un objetivo pedagógico indudable, relacionado con la posibilidad de mostrar abiertamente no solo los traumas causados por el apartheid (en este caso por la segregación, la desposesión de sus tierras y el traslado compulsivo a otras zonas degradadas de la región), sino también que era posible construir una comunidad diversa y no racial. En los años siguientes, y a medida que las acciones de reparación no se instrumentaron, el énfasis estuvo puesto en conseguir el compromiso emocional y activo con la causa de la restitución de las tierras.

 

 

 

 

 

La Ley de Restitución de Tierras y sus desafíos

 

Tras la instauración de la democracia en Sudáfrica, en 1996 se promulgó una nueva Constitución que procuraba proteger los derechos básicos de todos los ciudadanos y, a la vez, comenzar las tareas de reparación –hasta cierta medida– de los daños causados por el apartheid sobre la mayoría de la población. Uno de los puntos centrales a abordar fue el del acceso a la tierra, punto abordado en la Sección 25 de la Constitución. Como parte del proceso se promulgó la Ley de Restitución de Tierras que habilitó a que, aquellas comunidades que habían sido despojadas de sus hogares y desplazadas por la fuerza durante el gobierno del apartheid, pudieran reclamar de forma legal por la recuperación de sus tierras y hogares.

Si bien la nueva normativa generaba una oportunidad histórica para tales comunidades, la efectivización de los reclamos formales conllevaba una serie de desafíos que tornaron el proceso sumamente complejo. En términos generales, se pasaba del reclamo comunitario en las calles a la odisea de documentaciones legales y formales, ya no colectivos sino por familia. Al mismo tiempo, la posibilidad del reclamo abría la pregunta sobre quiénes tenían derecho a pedir la restitución de tierras y quiénes contaban con los recursos necesarios (tanto económicos como legales) para llevarlo a cabo.

El Distrito Seis –el proyecto comunitario que había logrado consolidarse y así mantener el territorio intacto, que había ocupado las calles para protestar y que había conseguido desarrollar no solo una Fundación sino también un museo y un archivo histórico y documental sumamente importantes para la historia de la ciudad y del país en su conjunto– se encontró entonces con una nueva situación: una serie de conflictos internos entre sus miembros y una sucesión de desafíos que pusieron en cuestión las bases mismas de ese tan original proyecto.

Desde la instauración de la Ley de Restitución de Tierras, se ha observado que la mayoría de los solicitantes por la restitución de tierras en el Distrito Seis han sido parte de las comunidades coloured e india (Beyers, 2007). La población africana que solía vivir en el Distrito Seis alquilando habitaciones no contó con la motivación, recursos ni con la documentación necesaria para poder solicitar la compensación. Al mismo tiempo, históricamente, mientras que aquellos denominados coloured e indios que fueron desplazados del Distrito Seis pudieron obtener propiedades en los Cape Flats, la población africana continuó alquilando habitaciones en los townships en condiciones desfavorables.

A ello se suma el hecho de que, para poder realizar el reclamo formal, era necesario contar no solo con conocimiento de tal posibilidad sino con herramientas formales para completar formularios, conseguir y presentar documentación histórica, movilizarse al centro de la ciudad, etc. Esto significa que aquellas personas que no contaban con formación educativa, ingresos estables, redes de contención ni acceso a la información tuvieron menos posibilidades de reclamar por las compensaciones estatales, que aquellos que sí contaban con esas herramientas. En este sentido, el proceso de restitución de tierras muestra la diferencia de clase (entrelazada con diferenciaciones raciales) que existía dentro del antiguo Distrito Seis y que se perpetúa en el siglo XXI.

Otro de los grandes desafíos con los que se encontró la fundación fue el pasaje de la restitución a la reconstrucción (Beyers, 2007). La restitución de tierras y los planes de desarrollo de estas cuentan con normativas orientadas a sectores discordantes. Mientras la restitución procuraba restituir a aquellos desplazados y de esa forma brindar justicia social, las normativas de desarrollo restringieron y orientaron las futuras construcciones en base a acuerdos con compañías privadas. De esta manera, los nuevos dueños de los terrenos se encontraron con obstáculos legales y económicos a la hora de construir sus nuevos hogares. Esto, al mismo tiempo, iba en contra del espíritu de los miembros de la comunidad del Distrito Seis que soñaban con reconstruir tal comunidad.

El 26 de noviembre del 2000, Thabo Mbeki, el entonces presidente del país, firmó el primer documento que ratificaba la restitución de tierras a más de 1700 familias en el Distrito Seis (Dewar, 2001). Si bien el valor simbólico de tal medida fue sumamente importante para la comunidad del distrito, no logró eludir los conflictos al interior de la misma.

La posibilidad de reconstrucción y retorno al barrio resquebrajó la unidad comunitaria al poner sobre la mesa las diferencias de clase e ideológicas existentes entre sus miembros. Desde entonces, los nuevos cuestionamientos sobre la identidad comunitaria fueron incorporados dentro del museo, promoviendo instancias de reflexión crítica tanto sobre la historia y el pasado como sobre el presente de sus habitantes. En este sentido, el museo encontró un camino propio, único y distintivo para lidiar con la memoria, los traumas del pasado y las expectativas a futuro (Soudien, 2008). En otras palabras, el museo pudo aprovechar los desafíos presentados en el presente para repensarse y repensar cómo contar la historia desde una perspectiva crítica.

 

 

Reflexiones finales

 

A mediados de 2021, la cuestión de la restitución de tierras a los antiguos habitantes de Distrito Seis no está solucionada. El District Six Working Committee –que es la organización que lleva adelante los reclamos ante el Ministerio de Agricultura, Reforma de la Tierra y Desarrollo Rural– ha visto demorada la situación debido a la burocracia[14] y, actualmente, a la pandemia. Se había fijado para abril de 2021 que 108 familias debían mudarse a las casas y departamentos de tres o más dormitorios construidas en la calle Hanover, como la tercera fase del Proyecto de redesarrollo del Distrito Seis. Sin embargo, esto no se concretó aún. Estas familias fueron seleccionadas por un panel independiente, a raíz de la avanzada edad, los problemas de salud y los niveles de pobreza; mientras, hay más de 1000 familias que todavía están esperando su turno.

Como explicamos, la mayoría de los antiguos residentes se mantuvieron unidos en sus reclamos por el regreso al Distrito Seis desde el mismo momento en que empezaron las expulsiones masivas en la década de 1960. Esto fue posible porque quienes residían allí tenían una identidad particular a partir de los vínculos creados con los vecinos del barrio. El proceso es interesante porque hicieron suyo el nombre impuesto por el gobierno y adoptaron el de Distrito Seis. Si bien esta podía ser vista como una calificación despectiva por muchos sudafricanos, sus habitantes la asumían con orgullo y la convirtieron en una marca de identidad.

Los últimos años de la década de 1980 fueron el momento de máxima movilización política en reclamo del fin del régimen del apartheid, activado no solo por partidos y organizaciones políticas sino también por un sinnúmero de comunidades civiles y sociales constituidas a lo largo y ancho del país, ya sea de manera coordinada o autónoma. En este ambiente, los antiguos residentes del Distrito Seis llevaron adelante una acción particular e inédita: crearon una fundación para exigir la no ocupación de las tierras de su barrio y, sobre todo, se propusieron crear un museo comunitario para preservar su historia.

Aunque se calcula que durante el periodo del apartheid unas 3.500.000 personas fueron trasladadas de manera forzosa (Worden, 1998, p. 60) desde sus lugares habituales de residencia hacia otros espacios por acción del Estado, la forma de organización de los habitantes del Distrito Seis es única en el país. En la Sudáfrica post apartheid, en Sophiatown –el ejemplo mencionado anteriormente y en varios aspectos comparable– se mantiene el recuerdo de los desplazamientos forzosos y se reivindica su memoria. En 2006 se restituyó al barrio su nombre original, pero no hubo otras demandas. Los residentes del Distrito Seis, por su parte, se mantuvieron unidos y se organizaron para conservar su patrimonio material e inmaterial y así lograron incorporar sus reclamos de regreso a su barrio cuando entró en vigencia la nueva Constitución del país.

Sin embargo, no hay que hacer una lectura ni romántica ni nostálgica del asunto: la mayoría de los reclamantes de tierras han optado por una compensación monetaria más que por la restitución y quienes alquilaban habitaciones no pudieron elevar ninguna petición en ese sentido (Beyers, 2007). El deseo y la esperanza del regreso permitieron unificar posiciones diferentes y aligerar tensiones entre ellos. Estos conflictos internos, resultantes de las diferencias de clase, de niveles educativos y culturales (más que de diferencias religiosas o étnicas), salieron a la luz a la hora de reclamar las propiedades. Una vez que el gobierno post apartheid hizo lugar al reclamo colectivo, se abrió una competencia por las posibilidades de cada familia y de cada persona para alcanzar el resultado (por cuestiones edad avanzada, de enfermedad, etc.).

Desde su creación, y cruzado por las grandes transformaciones vividas en el país en las últimas tres décadas, el Museo del Distrito Seis desempeñó un papel central en la conservación del patrimonio material e inmaterial del barrio y de la imaginación. El museo continúa desempeñando un lugar central de memoria de un espacio y un tiempo pasado añorado. Allí se mantiene la potencia de la comunidad por haber sido construida y sostenida por sí misma para rescatar los valores propios de esa comunidad, que se diluyen en el presente. Allí se rescatan los valores que creaban una cohesión social surgida de lazos de amistad y de familia y que se representaba en el orgullo de ser del Distrito Seis (Pinnock, 2016, p. 15).

Si bien la acción del régimen del apartheid se ve actualmente en las discordias provocadas en el proceso inconcluso de devolución de tierras, la fortaleza de la acción comunitaria se mantiene en el museo. Ubicado en una posición que no es melancólica, el museo construye una narrativa particular y distintiva, desde la comunidad y para la comunidad (incluidos los descendientes) a la vez que difunde una proyección a nivel nacional de ponderación de los valores del no racialismo.

En un contexto nacional en el que la mayoría de los espacios de memorialización siguen atados a los traumas y consecuencias del apartheid a la hora de narrar las posibles historias nacionales, los esfuerzos realizados por la comunidad del Museo del Distrito Seis en pos de compartir experiencias de vida y valores comunitarios no racialistas permiten pensar que es posible construir narrativas alternativas, emancipadoras y liberadoras que promuevan nuevas formas comunitarias de reconstrucción de la identidad nacional.

 

 

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Archivos consultados

 

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District Six Museum, Ciudad del Cabo, Sudáfrica (consultado en 1995, 2005, 2013, 2014).

 

Centre for Popular Memory, Universidad de Ciudad del Cabo, Sudáfrica (consultado en 2013, 2015, 2018).

 

Archivo personal de Marisa Pineau

 

Contact. For united non racial action 9, 2, marzo 1966. Archivo personal de Marisa Pineau.

 

Material de difusión del Museo del Distrito Seis para público general, 1998. Archivo personal de Marisa Pineau.

 

Archivos digitalizados

 

www.districtsix.co.za

https://digitalcollections.lib.uct.ac.za

https://disa.ukzn.ac.za

Encuentros informales

Linda Fortuin, Ciudad del Cabo, Sudáfrica, marzo de 2013.

Nuraan Allie, Ciudad del Cabo, Sudáfrica, marzo de 2013 y julio de 2015.

Sean Field, Ciudad del Cabo, Sudáfrica, marzo de 2013 y julio de 2015.

Crain Soudien, Ciudad del Cabo, Sudáfrica, encuentros esporádicos entre julio de 2015 a noviembre de 2019.

Recibido: 09/09/2021

Evaluado: 15/10/2021

Versión Final: 10/11/2021



[1] Archivo personal de Marisa Pineau. Traducción de las autoras.

[2] Se denomina afrikaner a la población cuyos orígenes se remontan a la llegada de los holandeses a mediados del siglo XVII al territorio del Cabo. Descendientes de los primeros colonos, se definen a sí mismos por su propia cultura, idioma y tradiciones y por una forma de vida de acuerdo a los preceptos de la religión calvinista. Habiendo migrado al Cabo en busca de tierras, la población afrikaner desarrolló una narrativa que justificaba su asentamiento en la región como la tierra prometida y así se reconocían como habitantes genuinos. Luego de grandes guerras y migraciones al interior del territorio, en parte debido a la ocupación británica, la población afrikaner logró asentarse de forma definitiva en diversas zonas del actual territorio sudafricano. Con la creación de la Unión Sudafricana en 1910, se impuso la representación política solo para blancos y el control del 87 % de las tierras quedó en sus manos. El Partido Nacional que llegó al poder en 1948 se fundaba en las vertientes más extremas del nacionalismo afrikaner que giraban sobre la idea del Volk, un pueblo prometido. Para más información véase Thompson, 2001, páginas 160-163.

[3] Véanse los interesantes comentarios sobre las continuidades y diferencias en las memorias de la violencia en Sudáfrica, en el periodo del apartheid y en la etapa democrática, presentados por Helena Pohlandt-MacCormick (2000).

[4] La ley de Reserva de Espacios Separados (Reservation of Separate Amenities Act) de 1953 impuso espacios separados para grupos blancos y no blancos en cines, restaurantes, transportes y espacios públicos en general. La Ley de Educación Bantú (Bantu Education Act) de 1953 impuso un currículum separado para la educación de la población no blanca y el control de las escuelas no blancas por parte del Departamento de Asuntos Nativos.

[5] En Sudáfrica se denomina township a los barrios suburbanos que fueron designados como barrios para la población no-blanca durante el período del apartheid. Son sinónimo de pobreza. Estos barrios se distinguen por sus altos niveles de densidad poblacional, su lejanía del centro urbano, el poco desarrollo de falta de servicios públicos y la falta de seguridad.

[6] Johannesburgo es una ciudad surgida a fines del siglo XIX a partir de la explotación masiva de oro en el interior del país. El desarrollo de la industria minera transformó en pocos años a Johannesburgo, que pasó de ser un pequeño pueblo a ser la “ciudad del oro”, sumamente próspera. A su vez, era el lugar de deseo de muchos, por las posibilidades que se abrían tanto para quienes vivían allí como para los recién llegados.

[7] El gobierno del apartheid sostenía que el desarrollo de las diversas razas debía darse de forma diferenciada y separada para así respetar los tiempos y formas particulares de cada grupo racial. Por lo tanto, basándose en teorías racistas de superioridad blanca, el Estado debía controlar y acompañar los desarrollos de la población brindando las herramientas específicamente necesarias para cada grupo racial. En otras palabras, el Estado racista blanco justificaba la discriminación y explotación racial a partir del darwinismo social y de teorías civilizatorias basadas en la jerarquía racial blanca.

[8] Los orígenes de la población coloured se remontan a los inicios de la colonización europea del territorio sudafricano. Descendientes de la interacción sexual entre hombres holandeses y mujeres indígenas y asiáticas (muchas de ellas esclavizadas), la población coloured construyó su identidad a partir de la no pertenencia a ninguna de las dos grandes categorías raciales de blancos y africanos (Adhikari, 2005). Esta peculiaridad probablemente haya tenido una influencia importante en las iniciativas no racialistas de tal población a través del tiempo. En la actualidad representan cerca de un 11% de la población total del país.

[9] Para más información véase Contact. For united non racial action 9, 2, marzo 1966.

[10] La década de 1960 fue un tiempo glorioso para la Sudáfrica del apartheid porque la oposición había sido neutralizada, con los principales líderes políticos encarcelados (como Nelson Mandela, Walter Sisulu y Robert Sobukwe), en la clandestinidad o en el exilio para escapar de la prohibición de la actividad política opositora impuesta en 1960.

[11] Para más información ver: https://www.up.ac.za/research-matters/article/2923672/heritage-how-forced-removals-shaped-an-impossible-return

 

 

 

[12] https://www.districtsix.co.za/ (consultada el 02/08/2021).

[13] El valor de la entrada al museo para el público general es de 45 rands (unos 3 dólares). El museo cuenta con entrada gratuita para ex residentes del Distrito Seis u otras zonas con historias similares y para jubilados y una entrada de R5 para estudiantes (de todo el continente).

[14] Es importante tener en cuenta que, desde la instauración de la democracia, excepto breves períodos, en Ciudad del Cabo y en la provincia del Cabo occidental hubo gobiernos de distinto signo político al gobierno nacional, que desde las primeras elecciones de 1994 está en manos del Congreso Nacional Africano (ANC). Desde hace tres periodos de gobierno la provincia y la ciudad son gobernadas por el partido Alianza Democrática, actualmente el principal partido de oposición del país. El proceso de restitución de tierras depende del gobierno nacional.