Agroforestry systems around Nevado de Colima. The biocultural importance of a threatened heritage
Carlos Lucio
Universidad
de Guadalajara (México)
luccarlos@gmail.com
Resumen
El crecimiento de la agroindustria ha
provocado alteraciones radicales del paisaje en la zona de influencia del
Complejo Volcánico de Colima, cuyo crecimiento se expresa en la expansión de la
frontera agrícola para introducir monocultivos de agave Tequilana
Weber, aguacate, berries, y hortalizas, lo cual
constituye una seria amenaza para los distintos tipos de vegetación y sistemas
de manejo existentes en los alrededores del Nevado de Colima. Las prácticas
agroforestales son una alternativa clave en el manejo y conservación de los
recursos naturales y la diversidad biocultural en esta región, sobre todo, en
el marco de la implementación del Corredor biocultural del centro-occidente de
México.
Palabras
Clave
Diversidad biocultural; sistemas
agroforestales; Nevado de Colima; conocimiento ecológico tradicional; prácticas
de manejo campesino.
Abstract
The growth of
agribusiness has caused radical alterations of the landscape in the area of
influence of the Colima Volcanic Complex, whose growth is expressed in the
expansion of the agricultural frontier to introduce monocultures of Tequilana Weber agave, avocado, berries, and vegetables,
which constitutes a serious threat to the different types of vegetation and
existing management systems in the surroundings of Nevado de Colima.
Agroforestry practices are a key alternative in the management and conservation
of natural resources and biocultural diversity in this region, especially
within the framework of the implementation of the biocultural Corridor of the
west-central Mexico.
Keywords
Biocultural
diversity; agroforestry systems; Nevado de Colima; traditional ecological knowledge;peasant management
practices.
Introducción
La diversidad ecológica de México se ha
empezado a reconocer como parte de su profunda herencia histórico-cultural, y
como una pieza clave en la caracterización del patrimonio nacional (Florescano,
2013). Esta riqueza biológica cuenta con más de 25000 especies de plantas
vasculares,[1] y un amplio conjunto de ecosistemas y tipos
de vegetación que de acuerdo a la confluencia de las zonas biogeográficas
neártica y neotropical ha posicionado a México como uno de los países con mayor
diversidad de especies y endemismos en el mundo y le otorga el cuarto lugar en megadiversidad biológica (Sarukhán, et al, 2009). Sumado al
hecho de que persisten 68 pueblos indígenas que pertenecen a 11 familias
etnolingüísticas, cuyas variantes son cerca de 360 y representan al 30% de los
idiomas presentes en América Latina (INALI, 2009), el país contiene un legado
cultural que constituye un verdadero patrimonio mundial (UICN, 2013; Toledo y Barrera-Bassols,
2008).
Al vínculo inextricable entre diversidad
biológica y cultural que coexiste bajo complejas interacciones e
interrelaciones socioecológicas, se le conoce como
diversidad biocultural. Las distintas formas de uso y prácticas de manejo de los
recursos naturales, agrupadas en el conocimiento ecológico tradicional de las
comunidades indígenas y campesinas, constituyen un complejo mosaico de paisajes
bioculturales en donde persiste una estrategia coevolutiva
entre cultura y naturaleza que sostiene incluso una ética ambiental de tipo biocéntrico y reconoce valores intrínsecos a todos los
organismos vivos humanos y no humanos, en la que diversos conocimientos,
prácticas y representaciones juegan un papel central (Leff,
2021; Hong, 2014; Maffi y Woodley, 2010).
La memoria biocultural (Toledo y
Barrera-Bassols, 2008) es un resultado de la ocupación territorial de larga
duración por poblaciones originarias que han desarrollado estrategias
territoriales de coevolución, adaptación e interdependencia entre la diversidad
biológica y la cultural. En ese contexto Boege ha
propuesto una definición del patrimonio biocultural, a partir de las
contribuciones de Toledo y colaboradores, (et al, 2001) desglosada en los
siguientes componentes:
Recursos naturales bióticos intervenidos
en distintos gradientes de intensidad por el manejo diferenciado y el uso de
los recursos naturales según patrones
culturales, los agroecosistemas tradicionales, la diversidad biológica domesticada con sus respectivos recursos fitogenéticos desarrollados y/o adaptados localmente.
Estas actividades se desarrollan alrededor de prácticas productivas (praxis)
organizadas bajo un repertorio de conocimientos tradicionales (corpus)
y relacionando la interpretación de la
naturaleza con ese quehacer, el sistema simbólico
en relación con el sistema de creencias (cosmos)
ligados a los rituales y mitos de origen (2008: 13)
A pesar de la importancia de este legado
biocultural, las estrategias institucionales de conservación siguen estando aisladas
o dispersas, y resultan muy poco efectivas para mantener o enriquecer esa
diversidad. El protagonismo, en ese sentido, ha recaído en instituciones
universitarias que, de forma participativa con las propias comunidades
campesinas, y con el eventual apoyo financiero del Consejo Nacional de Ciencia
y Tecnología, promueven los esfuerzos de investigación e incidencia que puedan
servir para el manejo, aprovechamiento y conservación de la memoria y el
patrimonio biocultural. En este trabajo vamos a presentar un estudio de caso
que toma a los sistemas agroforestales tradicionales como unidad de análisis,
en función de las complejas interacciones ecológicas, sociales y culturales que
constituye esta forma de manejo de la tierra y por su importancia para el mantenimiento
y conservación de la diversidad biocultural. El enfoque agroforestal incluye un
amplio espectro de prácticas de manejo del territorio en su componente agrícola
y forestal que resultan clave para revertir los procesos de degradación
ambiental, además de cumplir una función clave en cuanto a la la soberanía alimentaria, la restauración ecosistémica y la
economía familiar.
Esta reflexión es producto de una
investigación exploratoria que originalmente se propuso hacer un primer
acercamiento a la diversidad biocultural en el estado de Jalisco, reconociendo
el traslape de las áreas geográficas de alto valor biológico y los territorios
indígenas del estado (Tetreault y Lucio, 2011). Como
resultado de ese primer trabajo, y para documentar como se expresa la
diversidad biocultural en el territorio, se planteó la necesidad de hacer
estudios de caso mediante el análisis y la descripción de algunos de los
sistemas agroforestales de las regiones bioculturales identificadas, eligiendo
en primera instancia los municipios con mayor presencia de población campesina
de origen indígena.
Con el avance de la
agroindustria y de los cultivos asociados de aguacate, agave tequilero,
hortalizas y berries que aprovechan los recursos
hídricos del Complejo Volcánico de Colima, los sistemas agroforestales que
persisten en la zona se encuentran severamente amenazados por la expansión de
monocultivos, pero sobre todo por la escasez de agua que ahora es monopolizada
por las empresas agrícolas, muchas de ellas transnacionales, al grado de
despertar una compleja conflictividad socioambiental que obliga a las
comunidades a optimizar el manejo de los recursos mediante la introducción de
ecotecnologías y diversas prácticas agroecológicas. La frontra
agrícola para estos cuatro cultivos se ha extendido en los últimos años sobre
más de 30 mil hectáreas de los municipios que se ubican en las faldas del
Nevado de Colima, sobre todo en Tuxpán, Zapotlán el Grande, Zapotitlán de
Vadillo y San Gabriel constituyendo una severa amenaza para los distintos tipos
de vegetación por el cambio de uso de suelo y la deforestación (IIEG, 2015).
Una estrategia
pionera de las acciones interinstitucionales para la conservación de la
biodiversidad en México, han sido las juntas intermunicipales para el manejo de
las cuencas costeras de Jalisco, tomadas por Sarukhan
y Álvarez-Icaza (2012) como modelos de desarrollo territorial en zonas de alta
biodiversidad, particularmente para el occidente del estado de Jalisco,
incluido el corredor Nevado de Colima-Sierra de Manantlán ubicado en el área de
influencia de la Junta Intermunicipal del Río Ayuquila
(JIRA). Este tipo de iniciativas han sustentando la
premisa de que la conservación de la diversidad natural debe involucrar a los
distintos actores relacionados con el manejo y uso sustentable de los recursos
naturales, de ahí que la Comisión Nacional para las Áreas Naturales protegidas
haya convocado a siete estados de la república para la firma del convenio de
colaboración para la creación del Corredor Biocultural del Centro-Occidente de
México (Cobiocom) como una nueva modalidad de
conservación, basada en el enfoque biocultural para conservar el patrimonio
natural y cultural.[2]
El texto presenta un
estudio de caso de los alrededores del Nevado de Colima donde se analizan muy
someramente el agroecosistema milpa asociado con avage
y frutales, además del policultivo tradicional de café bajo sombra y un ejemplo
de huertos familiares. Se hará primero una breve caracterización regional desde
la perspectiva biocultural, para después describir estas prácticas
agroforestales como reservorios de la diversidad biocultural, por su
importancia en la conservación de los recursos naturales y para la restauración
de la conectividad del corredor biológico Nevado-Manantlán. Se ejemplifica lo
anterior con las tres formas de manejo identificadas en esa zona, relacionadas
con el cultivo de maíz intercalado con agave, los huertos familiares o de
traspatio y el café bajo sombra. La metodología utilizada consistió en
recorridos de campo por el área de estudio, aplicando diversas técnicas
etnográficas que incluyeron entrevistas semiestructuradas, observación
participante, cuestionarios, grupos de discusión y diagnósticos participativos
para caracterizar los agroecosistemas, identificar prácticas de manejo y
documentar el conjunto de saberes relacionados con el conocimiento y uso de la
diversidad biocultural.
Para documentar la importancia de la
diversidad biocultural se adoptó el abordaje metodológico de Toledo y
Barrera-Bassols (2008) sobre el análisis del complejo biocultural kosmos-corpus-praxis que consiste en identificar
el conocimiento y uso de la biodiversidad, desarrollado en un complejo sistema
de saberes colectivos que se agrupa en un conjunto de creencias o cosmogonía de
origen mesoamericano kosmos, un corpus
de conocimientos y una praxis relacionada con las formas o prácticas de
manejo. Con este enfoque se presentan brevemente algunos hallazgos
encontrados en el estudio de caso de las comunidades de los alrededores del
Nevado de Colima.
La región biocultural
Nevado de Colima-Sierra de Manantlán
La
superficie territorial de los pueblos indígenas de México está concentrada en
alrededor de 24 millones de hectáreas, equivalente al 12% del territorio
nacional, cuya característica principal es que contiene la mayor riqueza
natural y cultural por ser localidades con un porcentaje de población indígena
superior al 80%, y por estar situadas en las zonas ecológicas más importantes
del país, donde se localizan las cabeceras de cuenca que capturan el 23% de los
recursos hídricos, contienen el 84% de las selvas húmedas, el 55% de bosque mesófilo
de montaña y el 21% de los bosques templados, entre otros recursos naturales y
tipos de vegetación (Boege, 2008). La diversidad
cultural del país, también está expresada en las 68 lenguas indígenas y sus 364
variantes lingüísticas que son actualmente habladas por 7.3 millones de
personas (INEGI, 2020), no obstante que la población indígena de México que se
reconoce a sí misma como tal bajo el principio de autoadscripción,
alcanza una cifra de 25 millones de personas (INEGI, 2015). Este patrimonio
biocultural está ahora amenazado por la continua expansión de la frontera
agrícola y por distintos megaproyectos energéticos o de infraestructura en el
país.
El estado de Jalisco registra una población
hablante de lengua indígena en el 0.77%, de la población total (IIEG, 2017).
Con todo, la región sur del estado ha sido predominantemente indígena, aunque
en este momento no todas las comunidades se reivindican como tal bajo el
principio de autoadscripción. La mayoría de las
localidades y pueblos de la región se reconocen como mestizas, pero se trata,
en todo caso, de comunidades indígenas desindianizadas
por las razones que se exponen a continuación. En registros arqueológicos y
distintas fuentes históricas se da cuenta de la antigua presencia de población
indígena asentada en la región biocultural Nevado de Colima-Sierra de
Manantlán. Probablemente los vestigios más importantes en la región
corresponden al complejo arqueológico de Colima conocido como cultura Capacha
que habitó la región desde el periodo preclásico temprano, circa 1800-1200 a.C.
y se extendió geográficamente por todo el Occidente de México, en particular
sobre la vertiente del océano Pacífico (Kelly, 1980). Durante el proceso de
colonización hay registros muy tempranos de la importancia demográfica de la
zona por la construcción de conventos, parroquias y doctrinas que desde 1606
conformaron la Provincia Franciscana de Santiago y agrupó a todos los pueblos
del sur de Jalisco, cuyo centro de población más importante estaba localizado
en el municipio actual de Zapotitlán de Vadillo (Arévalo, 1979).
La población campesina de la zona de estudio
corresponde a las comunidades indígenas desindianizadas
en el sentido de Bonfil Batalla (1990), en las que se pierden los indicadores
culturales como la vestimenta tradicional o la lengua, pero no la cultura
indígena que sobrevive, sobre todo, en la cultura agroalimentaria, sobre todo,
milpera[3], pues “si se observa en detalle el
repertorio cultural, la forma de vida, de una comunidad campesina ‘mestiza’
tradicional, y se compara con lo que ocurre en una comunidad india, es fácil
advertir que las similitudes son mayores que las diferencias” (Bonfil, 1990:
42).
En Tetreault y
Lucio (2011) se analizó el traslape de las regiones de alta biodiversidad en
Jalisco, con las áreas que históricamente fueron habitadas por comunidades
indígenas, de acuerdo a los registros del Padrón Histórico de Núcleos Agrarios.
En un contexto de aculturación promovida por décadas de políticas indigenistas
que, bajo el argumento de la integración de la población indígena a la sociedad
nacional, impuso la ideología del mestizaje como política de Estado, tuvimos
que encontrar un indicador empírico que nos revelara que la población de estas
áreas de importancia ecológica tenía demográficamente un origen o ascendente
indígena, es decir, que se encontraban habitadas por comunidades indígenas desindianizadas.
Dado que el criterio demográfico
principalmente utilizado por el gobierno mexicano para identificar a la
población indígena ha sido el lingüístico, y en un contexto histórico de
castellanización forzada, los porcentajes de población hablante de una lengua
indígena han ido disminuyendo de forma secular hasta desaparecer en muchas
regiones del país. Esto produce una desaparición estadística de la población
indígena que no solo invisibiliza a la diversidad étnica de México, sino que
presenta a la sociedad nacional como resultado de una supuesta homogeneidad
cultural expresada en la cultura mestiza. Por eso recurrimos a los registros
históricos que permitieran identificar a los núcleos agrarios que demandaron el
reconocimiento de la tierra en tanto sujetos de derecho de origen indígena. Es
decir, la propiedad pública o social de la tierra en México, está compuesta
todavía por más de 32 mil núcleos agrarios, divididos en 29787 ejidos y 2406
comunidades indígenas equivalentes a 100 millones de hectáreas, distribuidos en
un poco más de la mitad de todo el territorio mexicano (DOF, 2020). Mientras el
“ejido” fue un proceso de dotación para los campesinos sin tierra en el
contexto de la reforma agraria, la “comunidad indígena” consistió en el
reconocimiento y titulación de bienes comunales “de aquellos pueblos cuyas
tierras fueron tituladas desde el periodo colonial y por lo mismo contaban con
sus títulos primordiales y documentos que probaran la posesión desde tiempo
inmemorial” (Sandoval et al., 1999: 105).
En Jalisco existen 58 comunidades
indígenas cuya superficie territorial se traslapa en 89.43% (692,877 hectáreas)
con zonas de alta biodiversidad declaradas como Áreas Naturales Protegidas,
Regiones Terrestres Prioritarias, Áreas de Importancia para la Conservación de
las Aves o sitios Ramsar (ver Figura 1).[4]
Este traslape geográfico entre áreas de importancia ecológica y núcleos
agrarios de origen indígena, es un indicador objetivo de cómo estas dos
dimensiones se cruzan en zonas de ocupación territorial de larga duración, en
las cuales se establecieron corredores biológico-culturales desde el periodo
mesoamericano, y en los “que se difundieron los conocimientos, las tecnologías
y los procesos asociados” a la domesticación de plantas y animales (Zizumbo y Colunga, 2008: 87). Con estos datos identificamos
seis regiones bioculturales prioritarias para la conservación en Jalisco,
correspondientes a las regiones: Nevado de Colima-Sierra de Manantlán, Ribera
de Chapala, Pueblos de la Barranca del Río Santiago, Sierra Wixárika,
Sierra Occidental-Sierra de Amula y Costa.
Figura 1: Regiones bioculturales de
Jalisco y áreas de importancia ecológica.
Fuente: Elaboración propia en colaboración con Reforestamos México en su calidad de Coordinador operativo del Cobiocom.
La importancia de los
sistemas agroforestales tradicionales
La agroforestería campesina es uno de los
ejemplos más emblemáticos de diversidad biológica y cultural por la compleja
forma de manejo de la tierra en que se combina el estrato arbóreo en los campos
de cultivo, a través de distintas prácticas de manejo que incluyen actividades
pecuarias para beneficiarse de las interacciones ecológicas y los resultados
económicos que provee esta estrategia diversificada y multifuncional del
agroecosistema (Nair, 1985; Montagnini 2017). Esta
forma de intervención humana es una práctica de manejo de la diversidad
biológica que enriquece los atributos y características del ecosistema,
mantiene su funcionalidad y produce al mismo tiempo beneficios socioambientales
que permiten el desarrollo rural bajo estrategias de producción que revierten
procesos de degradación ambiental, mediante la restauración ecosistémica y la
conservación de la biodiversidad, además de que cumplen una función clave en la
captura de carbono y en la implementación de estrategias de adaptación y mitigación
del cambio climático.
En México existen cuanto menos 20 tipos de
sistemas agroforestales tradicionales (SAF), que de forma genérica se pueden
agrupar en sistemas de descanso largo, terrazas, sistemas de humedales,
sistemas de zonas áridas, agrobosques y huertos,
identificados como “tlacolol, kool, milpa, terraza, metepantle,
milpa-chichipera, huamil, oasis,
tajos, milpa-mezquital, palma-milpa, calal,
chinampa, te ́lom, kuojtakiloyan, cacaotal, huerto, solar,
patio, ekuaro (Moreno, et al
2013: 377), en los que se combinan actividades de subsistencia con la
producción orientada al mercado y articulan estrategias de restauración del
paisaje biocultural con la construcción sostenible de cadenas de valor. Los
beneficios adicionales de esta forma de manejo son incrementar la productividad
agrícola, proveer de seguridad alimentaria y mejorar las condiciones de
intercambio económico al generar mayor valor agregado para sus productos,
mientras favorecen la conservación de los recursos naturales y recuperan la
conectividad de territorios fragmentados, así como los servicios hidrológicos
cunado se incorpora un enfoque de cuenca.
La diversidad de usos de las plantas
registradas en bosques y selvas alcanza un 39% del total encontrado a nivel
nacional, pero en los SAF el porcentaje presenta un intervalo de plantas útiles
que va del 75% al 96%, dependiendo de tipo de sistema de manejo y por supuesto,
de la riqueza biológica de la región (Moreno, et al, 2013). Los beneficios son
tan amplios que cumplen distintas funciones, desde su uso como lindero en
cercos vivos o barrera rompeviento, hasta su establecimiento para mejorar la
retención de suelo y agua, favorecer el reciclaje de nutrientes, refugio y
hábitat para fauna asociada como los polinizadores, pero también para el
control biológico de plagas y enfermedades. Adicionalmente, son uno de los
reservorios más importantes para los recursos genéticos y la agrobiodiversidad
nativa de especies silvestres y domesticadas.
El SAF como
agroecosistema, guarda una especial relevancia en materia de conservación de la
diversidad biológico-cultural, en función de un conjunto de prácticas de manejo
y de otras características de la estructura productiva, como se pretende poner
de relieve en este estudio. El manejo agroforestal es un esquema de
producción-conservación, en donde se cultivan distintos productos
agroalimentarios bajo una estrategia para generar servicios ambientales y
proveer diversos productos aprovechables que benefician la economía local y
regional, además de que resultan ahora un recurso muy valioso en el contexto
del cambio climático y sus posibles estrategias locales de mitigación, al
reducir los procesos de degradación y deforestación.
Las prácticas de manejo del SAF son
igualmente diversas, e incluyen estrategias complejas de manejo de plantas y
animales, pero también de suelo y agua como las que se proponen prevenir la
erosión mediante barreras antierosivas, cuya
vegetación ayuda también a la infiltración y retención de humedad, sobre todo
en zonas con suelos delgados y déficit hídricos elevados. Los linderos y cercos
vivos delimitan terrenos, pero cuando se instalan en terrazas o de forma
perpendicular a la pendiente cumplen la función de retener suelo y agua
favoreciendo la composición del agroecosistema. Es el caso de las franjas o
manchones de vegetación que incluso en las partes no agrícolas donde el terreno
presenta condiciones no aptas para la agricultura, desarrolla diversas formas
de uso y manejo. Es común encontrar también árboles aislados dentro de las
parcelas de cultivo que pueden proveer de sombra, leña o forraje.
Como se puede apreciar, estas formas de
manejo de los recursos biológicos incluyen factores económicos, sociales y
culturales que subrayan su importancia en términos socioambientales y juegan un
papel clave de la conservación y aprovechamiento de la diversidad biocultural.
Estudio de caso
a) milpa intercalada
con agave y frutales
Las parcelas analizadas bajo el sistema de
milpa asociada con agave y frutales cuentan con estratos arbóreos compuestos
por especies nativas e introducidas de: chachacauite (Acacia macilenta), asmole, (Sapindus saponaria), guayacán Tabebuia rosea), guácima (Guazuma ulmifolia), guaje, (Leucaena
esculenta), tescalame (Ficus padifolia) en la primera; mezquite (Prosopis
laevigata), guamúchil
(Pithecellobium dulce), parota (Enterolobium cyclocarpum), bonete (Pileus
Mexicanus), pitayo (Stenocereus
queretaroensis), órgano cimarrón (Isolatocreus dumortieri), nopal, (Opuntia ficus-indica), ceiba (Ceiba aescutifolia), papaya,
(Carica papaya), asmole, (Sapindus
saponaria) en la segunda y; tepehuaje (Lysiloma
acapulcense), zapote Couepia polyandra), parota (Enterolobium
cyclocarpum), bonete (Jacaratia
mexicana), pitayo (Stenocereus queretaroensis), mezquite (Prosopis
laevigata), ciruela, (Spondias
purpurea), canela, (Clusia
salvinii), cacalosúchil (Plumeria rubra),
moringa, (Moringa
oleifera), tamarindo, (Tamarindus indica), granada,
(Punica granatum) y mango, (Mangífera
indica) en la última.
El cultivo de milpa con tecnología
tradicional desarrollada en Zapotitlán de Vadillo, se lleva a cabo bajo los
sistemas de roza-tumba-quema. Este sistema ha sido desarrollado principalmente
en las laderas o en terrenos planos de pequeñas extensiones. El trabajo de la
milpa se realiza por la mayoría de los integrantes de la unidad familiar. La
relación entre las prácticas agrícolas y la cultura, se refleja en el
conocimiento ecológico tradicional, la cultura alimentaria y las cuestiones
ideológicas observadas durante todo el proceso del cultivo.
La milpa es conocida por la combinación de
maíz, frijol y calabaza, pero en algunos lugares de México también está
asociada con otras plantas que enriquecen la diversidad del agroecosistema como
el chile, tomate o los agaves. La importancia del cultivo de agave asociado al
sistema tradicional de milpa, provee de beneficios adicionales al retener suelo
y humedad en la agricultura de ladera, lo que favorece la obtención de mayores
rendimientos en el cultivo de maíz, a diferencia de los otros sitios donde no
se incluye al agave. Por lo que esta forma de policultivo provee diversos
beneficios ambientales, más allá de los fines alimentarios que en realidad
responden a un sistema agrícola de maíz asociado con agave y frutales.
En las parcelas visitadas se siembra el maíz
intercalado con agave con una densidad de individuos de agave de alrededor de
1200 y de 20000 individuos de maíz por hectárea. Dependiendo de las condiciones
del terreno la cantidad de surcos es muy variable porque se aprovechan las
partes planas de cada predio que pueden estar de forma discontinua dentro del
polígono. Se reproducen maíces criollos de la raza “tabloncillo”, blanco de 8 y
blanco pozolero (Bernardo y Mota, 2017).
b) huertos familiares
El huerto familiar como parte de los SAF
demandan pocos insumos y en cambio proveen de numerosos productos para el
consumo. El tipo de manejo reside básicamente en la familia y principalmente en
las mujeres. Se caracterizan ecológicamente por su amplia diversidad de
especies y por los servicios ambientales que provee el agroecosistema.
Socialmente se distinguen por sus múltiples usos medicinales, ornamentales,
alimenticios, maderables y leñosos. El número de especies cultivadas o silvestres
puede ser muy numeroso.
Los huertos familiares son uno de los
sistemas agroforestales más complejos, tanto por su estructura como por su
diversificación. Adicionalmente son el ejemplo clásico de la multifuncionalidad
en la agricultura por sus distintos beneficios ambientales, económicos y
sociales. En términos ambientales ofrecen varios servicios, sobre todo en
cuanto al mantenimiento y conservación de la diversidad de especies presentes
en el sistema, las cuales dependen de prácticas de manejo que asocian árboles
maderables, forrajeros o frutales con plantas cuyos usos básicamente son
alimenticios, medicinales y ornamentales. Su estructura se compone de estratos
bajos donde se encuentran las hortalizas, estratos medios con árboles frutales
principalmente y los estratos altos donde existen árboles de mayor tamaño que
pueden alcanzar hasta diez metros de altura, y entre los que destacan los
maderables como el pino o el encino.
En el plano económico los huertos familiares
proveen de ingresos adicionales por la venta local de productos agroforestales
y en términos sociales, tienen una función clave en cuanto a la seguridad
alimentaria por los alimentos que se producen para el autoconsumo, pero también
debido a la cantidad de especies reproducidas en el SAF con fines medicinales.
Otro rasgo particular en el manejo y control de los huertos familiares es que
normalmente son responsabilidad de las mujeres, por lo que ellas juegan un
papel central en el mejoramiento de la calidad de vida, al proveer de alimentos
y recursos complementarios durante todo el año, además de favorecer la
obtención de otros insumos agropecuarios como el forraje que facilita la cría
de animales de granja o mayores.
La
composición del huerto familiar analizado en la comunidad de Telcruz, tiene como principal característica la diversidad
de plantas vasculares que llegan a las 115 especies pertenecientes a 47
familias botánicas, siendo la familia Rutaceae
la mejor representada con ocho especies, seguida de las familias Fabaceae, Rosaceae
y Agavaceae con cinco especies
respectivamente. La composición del huerto presenta una gran diversidad tanto
al número de especies, como a la cantidad de familias botánicas representadas.
Respecto
a los usos de la biodiversidad del huerto, el ornamental es el más frecuente
con 61 menciones, seguido del comestible con 41 y medicinal con 36. Este
resultado puede explicarse por el hecho que una sola planta puede tener más de
un uso, o ser directamente cultivada con fines multipropósito. Las mujeres que
manejan estos huertos además de aprovechar las plantas con algún fin medicinal
o comestible, valoran también estas especies a nivel estético y
ornamental.
c) café bajo sombra
En los SAF de las barrancas de Zapotitlán de
Vadillo están presentes distintas especies de árboles maderables y leñosos,
combinados con huertas frutales y cultivos perennes como el del café. Por los
servicios ambientales que proveen los SAF se consideran una alternativa de
manejo y aprovechamiento sustentable de los recursos, además de una forma de
obtener ingresos económicos adicionales y de productos alimenticios esenciales
para la dieta. En el caso del cultivo de café bajo sombra en San José del
Carmen, Loma del Camichín y barranca de Alseseca, se
encontró un patrón de asociación del café con árboles de aguacate, cítricos,
guayaba, o plátano, es decir, presenta un tipo de doble asociación entre
café-plátano y café-frutales.
Los principales servicios que recibe el café
por el arbolado superior, se deben a la regulación de temperatura y humedad que
genera el cultivo bajo dosel, aunque los árboles frutales y las hortalizas
también proveen beneficios, sobre todo en torno a la fertilidad del suelo por
el mantenimiento de altos niveles de materia orgánica y la fijación de
nutrientes. Aunque las prácticas asociadas al manejo de los SAF en la zona se
mantienen presentes, su reproducción se encuentra amenazada por la escasa
viabilidad económica que tienen los cultivos de café por su bajo precio de
mercado. En las tres parcelas visitadas, una se encuentra prácticamente en
abandono con un aprovechamiento esporádico para autoconsumo, en la segunda la
finalidad es de autoconsumo, y en la última, se destina al mercado regional,
pero se vende como materia prima, en cereza, sin ningún tipo de procesamiento,
por lo que se valor de mercado es muy bajo.
Es conocida la escasa rentabilidad de los SAF
de café en la región, por las desiguales condiciones de mercado que generan los
intermediarios provenientes de la ciudad de Colima, por esa razón los
productores han decidido abandonar esta actividad al no considerarla
económicamente viable. Para revertir las condiciones de vulnerabilidad
comercial, se podrían diseñar estrategias de capacitación diferenciarlo y
convertirlo en café de especialidad y así volver atractivo este tipo de
aprovechamiento. Además, se debe mejorar la estructura y composición de los
SAF, para introducir técnicas de control de plagas y enfermedades que mejoren
la calidad y el rendimiento de la semilla, en términos generales.
Lo que se observa en la barranca de Alseseca, donde hay huertas de café semiabandonadas,
revelan la necesidad de instrumentar procesos de mejoramiento agronómico de las
huertas frutales y de los cultivos asociados como el maíz que se practican en
las vegas aluviales, además de promover la inclusión de los productores en las
cadenas de valor, pues el café se utiliza en este caso, solamente para el
autoconsumo, sobre todo por el potencial productivo que tienen estas barrancas
para hacer un café de alta calidad, con procedimientos orgánicos para
beneficiarlo, y otros procesos de diferenciación como los derivados de la
agroecología y el manejo biodiverso de la sombra, aprovechando que sus cultivos
ya cuentan con estándares de estricta altura al encontrase a una altitud de
1417 msnm.
Una hipótesis que surge de los recorridos de
campo es que para apoyar y fortalecer las prácticas que sostienen estos SAF, se
puede vincular a los productores de Zapotitlán a los mercados urbanos de
Guadalajara, sobre todo a los de consumo de café de especialidad y otros
productos del complejo Volcánico de Colima, que ya tienen amplia aceptación
como el mezcal, la jamaica, la zarzamora, etc. Con
ese objetivo, se deberían diseñar programas de trabajo con los productores para
instalar un beneficio de café con elevados estándares de calidad para que
puedan incorporar valor agregado al producto, porque los intermediarios compran
el kilo de café-cereza entre 5 y 10 pesos por kilo. Mientras que el café
beneficiado con el lavado de primera calidad puede superar los 300 pesos por
kilo en su venta al consumidor final. El diseño de una estrategia que les
permita a los productores procesarlo de esta manera e incorporarse a los circuitos
de consumo de Guadalajara les arrojaría mayores beneficios que les pueden
permitir recuperar una actividad productiva.
Los beneficios ambientales
además de mantener la estructura arbórea en todos sus estratos, sería la de
revertir la tendencia hacia la desaparición de una práctica de aprovechamiento
de recursos que favorece la conservación como la del café bajo sombra. Los
beneficios sociales serían resultado de la incorporación de los productores a
las cadenas de comercio justo generando mayores ingresos económicos por la
venta del café, ampliando las estrategias de obtención de recursos, mejorando
la economía familiar y diversificando las estrategias de manejo sostenible de
los SAF.
Conclusiones
Desde la coordinación
del Cobiocom se han promovido acciones para recuperar
la conectividad en el corredor Nevado-Manantlán, sobre todo en estas parcelas
con manejo agrosilvopastoril en donde persiste la milpa intercalada con agave y
en los predios de café bajo sombra que se encuentran en las áreas que no son
propicias para la agricultura, con el fin de mantener los manchones de
vegetación que funcionan como corredores biológicos, sobre todo para la fauna
que recorre las dos áreas naturales protegidas.[5] Poner de relieve la
importancia de estas prácticas agroforestales y la necesidad de fortalecerlas
resulta un elemento estratégico para la conservación de la diversidad biológica
y biocultural de la zona. La diversidad de especies manejadas en los tres
sistemas los convierte en reservorios genéticos y de conocimiento ecológico
tradicional derivado de las prácticas de manejo que se deben insertar en los
objetivos de las políticas de conservación como ha hecho énfasis la
Coordinación operativa del Cobiocom.[6]
En resumen, el
patrimonio nacional ha sido en tanto construcción histórica, una forma
particular de representación del pasado. Ese proceso respondió a una visión o
narrativa nacionalista promovida desde el Estado y se enfrentó constantemente a
una diversidad de intereses que tuvo consecuencias positivas o negativas en la
conservación de ese legado. Con todo, nuevas perspectivas confirman que no es
un asunto exclusivo del Estado, sino responsabilidad compartida con la sociedad
en general, con el fin de reconocer diversas formas de agencia social que
tienen un protagonismo especial en la conservación y el manejo de los bienes
tangibles e intangibles con valor patrimonial.
En ese contexto, la
naturaleza cambiante de la historia y sus constantes transformaciones,
obligaron a los distintos actores involucrados en la custodia del acervo
cultural a la incorporación de nuevas realidades y temas que redefinen la idea
de patrimonio, y sobre todo la de patrimonio biocultural (Díaz y Díaz, 2012;
Becerra, et al, 2014). Estos cambios incluyen aspectos antes no
reconocidos y presentan ahora una concepción ampliada que no se restringe al
pasado y está compuesta no solo de estructuras y objetos, en términos
materiales, sino de prácticas, saberes y conocimientos que siguen vigentes y
tienen una actualidad cuya importancia merece alguna forma de reconocimiento y
protección.
Hoy día estamos
obligados a ver el patrimonio cultural como un desafío doble, que sin perder de
vista el pasado, concentre sus esfuerzos en el futuro inmediato, sobre todo
para ir más allá de un reconocimiento del patrimonio natural que enfatiza la
importancia de ciertos lugares o territorios naturales por su belleza estética
o por su valor espiritual, pero concentra su énfasis a nivel de paisaje. Cuando
en realidad, la riqueza natural debe ser reconocida por sus complejas
interacciones socioecológicas, es decir por la
constitución de un proceso co-evolutivo entre
sociedad y naturaleza, dando lugar a un tejido biocultural complejo en aquellos
lugares donde la diversidad cultural y natural se reúnen en un mosaico de paisajes
bioculturales.
En ese marco, las
nuevas políticas culturales han ido incorporando una visión ampliada de
cultura, más allá de los anteriores reduccionismos anquilosados que oponían la
alta cultura con la cultura popular, para incorporar una dimensión pluralista,
desde la cual se puede reconocer a los distintos “patrimonios” desde los bienes
tangibles a los intangibles. Incluso, se reconoce ahora que no se trata solo de
conservación y restauración del patrimonio, sino de mantener y preservar la
multifuncionalidad del patrimonio cultural vivo, que a través de diversas
prácticas, costumbres y tradiciones recrean cotidianamente su
multifuncionalidad y diversidad.
En este sentido, el
patrimonio natural entendido ahora como patrimonio biocultural, ha cobrado una
enorme relevancia en México, y se materializa en una infinidad de estudios y
agendas de investigación que impactan eventualmente en el terreno de la política
pública, sobre todo en las instituciones federales o estatales encargadas de la
conservación de la diversidad biológica como la iniciativa del Cobiocom. Este patrimonio “se refiere
también a los recursos biológicos o fitogenéticos silvestres, semidomesticados y domesticados, que van desde la
variabilidad genética, hasta los sistemas de
uso incluyendo los
agrícolas, paisajes a
distintas escalas, forjados según
las prácticas y
conocimientos indígenas
tradicionales” (Toledo et al 2019: 52).
Esta diversidad
biocultural está representada de forma emblemática en la diversidad de sistemas
agroforestales tradicionales de México, y en sus distintas estrategias y
prácticas de manejo. En un contexto de crecimiento acelerado de cultivos
agroindustriales en zonas de alta biodiversidad como en el Corredor Nevado-Manatlán, las prácticas agroforestales de los maíces
intercalados con agave y frutales, más los huertos familiares y el café bajo
sombra, son una estrategia clave en la restauración del paisaje biocultural y
en la gestión integral del territorio que promueven una alternativa productiva
y sostenible de los recursos naturales, así como una forma de aumentar la
resiliencia socioambiental de comunidades campesinas que viven ahora no solo
frente a la amenaza del cambio climático, sino de la expansión de la frontera
agrícola y la constante pérdida de biodiversidad y los numerosos beneficios
ambientales asociados.
Bibliografía
Arévalo Vargas, L., (1979). Historia de la
provincia de Avalos en el Virreinato de la Nueva España, Guadalajara,
Instituto Jalisciense de Antropología e Historia/Universidad de Guadalajara.
Becerra, R., Cañas, R., y Ortiz-Monasterio,
A. (2014). Estado del arte del patrimonio biocultural: una perspectiva
jurídica, México, D.F., Red temática Conacyt Etnoecología y Patrimonio Biocultural.
Bernardo, M., y Mota, C. (2017). La defensa y conservación de la
diversidad de maíces nativos, Ciudad de México, Semillas de Vida, AC.
Boege, E., (2008). El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México.
Hacia la conservación in situ de la biodiversidad y agrodiversidad
en los territorios indígenas,
México D.F., Instituto Nacional de Antropología
e Historia- Comisión
Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas
.
Bonfil Batalla, G., (1990). México
profundo: una civilización negada. México, D.F Editorial Grijalbo.
Díaz y Díaz, M. (2012). Ensayos sobre la
propiedad, México, UNAM.
Comisión Nacional de Áreas Naturales
Protegidas, Conanp (2006). Programa de
conservación y manejo. Parque Nacional Volcán Nevado de Colima, México, Conanp.
Cházaro B.
M., E. Lomelí M., R. Acevedo R. y Ellerbracke R.
(Eds.), (1995). Antología Botánica del
estado de Jalisco.
Guadalajara, Jal., Universidad de Guadalajara.
Diario Oficial de la Federación, DOF, (2020).
Programa Institucional 2020-2024
de la Procuraduría Agraria, 03/11/20.
Florescano, E. (Coord.) (2013). El
patrimonio nacional de México, T. I, México, Fondo de Cultura Económica.
Hong, S-K. (2014). Philosophy and
Background of Biocultural Landscapes in Hong, Bogaert & Qingwen
(Eds.), Biocultural Landscapes. Diversity, Functions and Values, New York, Springer.
Instituto de
Información Estadística y Geográfica de Jalisco, IIEG, (2015). Estudio técnico
de aguacateras en el estado de Jalisco. Semadet-Fiprodefo.
Instituto de
Información Estadística y Geográfica de Jalisco, IIEG, (2017). Boletín de
prensa: 21 de febrero Día Internacional de la Lengua Materna, disponible en: https://iieg.gob.mx/contenido/noticias170221-lengua-materna.pdf
Kelli, I. (1980). Ceramic sequence in
Colima: capacha, an early phase. Tucson, Arizona. University of
Arizona Press.
Lozada-Aranda, M., Rojas, I., Mastreta, A., et al, (2017). Las milpas de México,
Oikos, N. 17, pp. 10-12.
Maarse, M., Verweij, P. y Navarro, S. (2012). Patterns
in vegetation composition
un the Volcanic Complex of Colima, Mexico, en Salcedo, E., et al, Recursos
forestales en el Occidente de México T. I, Guadalajara, Universidad de
Guadalajara.
Montagnini, F. (Ed.) (2017). Integrating Landscapes:
Agroforestry for Biodiversity Conservation and Food Sovereignty, Cham, Switzerland, Springer.
Moreno-Calles A.I., Toledo, V. y Casas, A. (2013).
Los sistemas agroforestales tradicionales de México:
Una aproximación biocultural. Botanical
Sciences, N. 91, pp. 375-398.
Nair, P. K. R,. (1985). Classification of agroforestry systems. Agroforestry Systems, 3 (2), 97-128.
Sandoval, Z., Esparza, R., Rojas T, y Olmedo, R. (1999), Guía de Restitución
y Dotación de tierras y de Reconocimiento, Confirmación y Titulación
de bienes comunales. México: RAN/CIESAS.
Sarukhán, J., et al. (2009). Capital
natural de México. Síntesis: conocimiento actual, evaluación y perspectivas de
sustentabilidad. México, Comisión
Nacional para el conocimiento y uso de la biodiversidad.
Tetreault, D., y Lucio,
C. (2011). “Diversidad biocultural en el estado de Jalisco. Pueblos indígenas y regiones de alto valor biológico”, Espiral 28 (51), pp. 165-199.
Toledo, V., y Barrera-Bassols, N. (2008). La memoria biocultural. La
importancia ecológica de las sabidurías tradicionales. Barcelona: Icaria
Editorial.
Toledo, V., y Barrera-Bassols, N. (2009). “A etnoecologia:
uma ciência pós-normal que estuda as sabedorias tradicionais” Desenvolvimento e Meio
Ambiente, N. 20, pp. 31-45.
Unión Internacional para la
Conservación de la Naturaleza, UICN (2013). Biodiversidad Terrestre y la
Lista de Patrimonio Mundial, Gland, Switzerland, UICN.
Zizumbo, D. y Colunga, P.
(2008). El origen de la agricultura, la domesticación de plantas y el
establecimiento de corredores biológico-culturales en Mesoamérica, Revista
de Geografía Agrícola, N. 41, pp. 85-113.
Recibido: 02/09/2021
Evaluado: 15/10/2021
Versión Final: 20/11/2021
[1] Las plantas
vasculares o superiores contienen un conjunto de tejidos que transportan savia
mediante un sistema vascular formado por vasos conductores. Estructuralmente
poseen raíces, tallos, hojas y flores.
[2]https://semadet.jalisco.gob.mx/recursos-naturales/corredores-y-cuencas/cobiocom-corredor-biocultural-del-centro-occidente-de-mexico
[3] La
palabra milpa proviene del nahua milpan, y
está compuesta por los vocablos milli,
cuyo significado es “parcela sembrada” y pan, “encima de”. Es un
agroecosistema “que surgió en Mesoamérica y posteriormente se expandió
al resto de México y Sudamérica,
se caracteriza por ser un policultivo, en el que además de la siembra de maíz,
se asocian otras especies domesticadas como los frijoles, las calabazas, los
chiles, los tomates y otras semidomesticadas, como
los quelites, los cuales crecen dentro del sistema de forma natural y el ser
humano los ha manejado y protegido con esta forma de sembrado” (Lozada-Aranda
et al 2017: 10).
[4] Convención
Internacional para la protección de humedales por su importancia como hábitat
para aves acuáticas y para el uso sostenible de sus recursos.
[5] https://www.feri-biodiversity.org/mexico
[6] https://www.biodiversidad.gob.mx/media/1/pais/files/COBIOCOM_PlandeAccion_final-1.pdf