De asesinos
a víctimas: homosexualidad masculina y crimen en la prensa argentina
(1945-1989)[1]
From assassins to victims: male masculinity in criminal journalism
(Argentina, 1945-1989)
Instituto de Investigaciones Sociales,
Universidad Nacional Autónoma de México
(México)
sinsau@gmail.com
Resumen
El artículo analiza las transformaciones en
las noticias periodísticas sobre homicidios ocurridos en encuentros íntimos
entre varones, estudiando cómo repercute en ellas la paulatina aceptación de la
homosexualidad como una diferencia válida en Argentina en la segunda mitad del
siglo XX. Por un lado, se indagarán las condiciones sociales de producción de
la noticia ligadas a las transformaciones de la última transición democrática y
a la emergencia del activismo homosexual en la arena pública. Por otro, se estudiarán
los efectos sociales de estas noticias en la regulación de las expresiones homoeróticas y en los diferentes modos de entender la
homosexualidad. Se concluirá que el ingreso de los homosexuales al terreno de
la ciudadanía limita su presentación como un otro a ser abolido, pero habilita
nuevas regulaciones que desincentivarán las expresiones escandalosas,
promiscuas y afeminadas de la homosexualidad.
Palabras
Clave
Historia de la sexualidad; historia queer; Delito;
Medios masivos de comunicación; Argentina.
Abstract
The article analyzes the transformations in the news about homicides
that took place in intimate encounters between men, inquiring how the
acceptance of homosexuality as a valid difference in Argentina in the second
half of the 20th century affects them. On the one hand, the social conditions
of the news production, in the context of the transformations of the last
democratic transition and the emergence of homosexual activism in the public
arena, is analyzed. On the other hand, it is studied
the social effects of this news on the regulation of homoerotic expressions and
on the different ways of understanding homosexuality. The article concludes
that the entry of homosexuals into the field of citizenship limits their
representation as one “other” to be abolished but enables new regulations that
will discourage scandalous, promiscuous and effeminate expressions of
homosexuality.
Keywords
History of sexuality;
queer history; Crime; Mass Media; Argentine.
Hasta fines de la década del setenta, la
prensa escrita constituía uno de los principales discursos con el que
homosexuales, maricas[2]
y gais contaban para para dar sentido a sus deseos, prácticas y experiencias en
Latinoamérica. A excepción de los personajes afeminados de las películas
picarescas y de varios libros de divulgación científica no del todo accesibles
para las clases populares, los únicos sentidos disponibles sobre la
homosexualidad procedían de las crónicas policiales de los diarios y de las
notas amarillistas en los semanarios de información.
En este trabajo me centraré en el primero de
estos dos casos, para analizar las transformaciones en los discursos de los
medios masivos de comunicación sobre los crímenes violentos en los que se
vieron involucradas varones no heterosexuales en
Argentina. Desde el peronismo hasta nuestros días persiste en los medios una
serie específica de crónicas policiales: aquella focalizada en el asesinato de
homosexuales en el contexto de encuentros íntimos. En la actualidad, estos
casos adquieren resonancia pública cuando involucran a personalidades
reconocidas. Algunos casos populares fueron, en el 2003, el asesinato de la
Clota Lanzetta, conductor de televisión y personaje
de la noche porteña; el de Luis Emilio Mitre, hermano del director del diario
La Nación en el 2004 y el de Gustavo Lanzavecchia,
florista de la actriz Susana Giménez. Sin embargo, con mínimas variaciones en
los hechos relatados, aunque con enormes distancias en la construcción
discursiva de la noticia, hay registros de delitos similares en la prensa
masiva por lo menos desde mediados de la década de 1940.
La secuencia de hechos relatada por las
crónicas policiales —y corroborada tanto por los relatos de los mismos
homosexuales como por los expedientes judiciales en los que se instruyen las
causas— es muy similar. Un hombre entra en contacto con otro en alguna zona de
ligue callejero. Luego de una charla en la cual se puede pactar o no un
intercambio monetario, y quizá se tomen algunas copas, concurren al domicilio
del primero. Luego de mantener relaciones sexuales, el dueño de casa es
asesinado por su eventual levante, quien roba los efectos personales del
difunto y luego huye[3].
Al acercarnos a la construcción mediática de
los acontecimientos, lo primero que llama la atención es cómo cambia de forma abrupta
el relato periodístico de hechos similares. Desde la década del cincuenta hasta
comienzos de la década del ochenta, el sujeto de las crónicas es el asesino, un
amoral despiadado que ultima a una
víctima inocente y anónima sobre la cual no se dan demasiados detalles. La
noticia se publica ante la condena del criminal, y suele dedicar largos
párrafos a detallar su sadismo e irracionalidad, derivados lógicamente, de su
degeneración. A partir de 1982, el relato cambia. El hecho es noticiable a
partir del descubrimiento del cadáver, y el sujeto de la noticia es la víctima,
un homosexual vulnerable e inocente —y por tanto,
merecedor de empatía— que encuentra la muerte en manos de un asesino anónimo y
misterioso.
Finalmente, a partir de 1985, las noticias sobre
homosexuales empiezan a mudarse paulatinamente de la sección policial de los
diarios, a las secciones de política o sociedad, a medida que la homosexualidad
es incorporada como una diferencia legítima más dentro del juego de la
democracia liberal y que las notas sobre crímenes violentos son remplazadas por
las noticias que relatan las intervenciones reivindicativas de las
organizaciones de activismo gay dentro de la arena política.
A mediados de la década del ochenta, los
homosexuales, que en las décadas pasadas constituían una aberración monstruosa
—jurisdicción exclusiva de médicos o criminalistas— empiezan a ingresar
paulatinamente en el terreno de la humanidad, a medida que sus vidas empiezan a
ser reconocidas como susceptibles de ser vividas. Esta transformación en los
modos en los cuales era entendida la homosexualidad incide en las
transformaciones en su presentación mediática. Las fábulas morales, de todos
modos, se perpetúan: la soledad, la enfermedad —con la aparición del SIDA— y la
muerte seguirán por un tiempo más siendo los destinos obligados de aquéllos que
infringen las reglas morales.
Me propongo analizar las transformaciones en
los discursos de los medios masivos de comunicación sobre los crímenes
violentos en los que se vieron involucradas varones no
heterosexuales en Argentina. Se persiguen dos objetivos. Por un lado, se
analizará cómo las normas que regulaban las relaciones entre varones eran
citadas y puestas en circulación por las crónicas policiales en los diarios de
tirada masiva en Argentina, en la segunda mitad del siglo pasado. Por otro
lado, se estudiará cómo estas regulaciones se transformaron en la década del
ochenta a medida que los homosexuales abandonaban el lugar de otredad radical
en el que habían sido confinados e ingresaban en el terreno de la ciudadanía.
El trabajo se basará en el análisis
cualitativo de un corpus de 316 noticias. Se trabajó con diferentes colecciones
hemerográficas para minimizar los sesgos[4]. La
información se contextualizó mediante su lectura cruzada con historias de vida,
expedientes judiciales, material epistolar y expedientes de inteligencia
policial. Las noticias fueron digitalizadas y cargadas en un software de
análisis cualitativo. A partir de una lectura inicial se construyeron
dimensiones de análisis a través de las cuales se trabajaron los materiales
textuales para extraer tipologías y deducir regularidades. Se seleccionaron los
extractos más representativos de la muestra para analizarlos en profundidad en
este artículo.
La indagación se inicia en 1945, en
consonancia con las transformaciones en la sexualidad y la familia impulsadas
por el peronismo. Finaliza en
los estertores de la década del ochenta, cuando con la consolidación de la
democracia, las representaciones de la homosexualidad ligadas al crimen se
vuelven anticuadas y demodés.
En una primera sección analizaré cómo, desde
la década de 1940 y hasta la apertura democrática, el amoral es construido como el exterior constitutivo de una sociedad
presentada como inherentemente moral. En una segunda sección, estudiaré cómo el
pasaje de la homosexualidad al terreno de la humanidad en la década de 1980
altera los discursos susceptibles de ser enunciados en relación a estos
crímenes y cómo, en este marco, los homosexuales pasan de ser victimarios
desalmados que deben ser castigados a víctimas inocentes que requieren tutela.
Seguidamente se analiza cómo —en reemplazo de los discursos criminalizantes—
la producción social de miedos irrumpe como un nuevo dispositivo de regulación
del homoerotismo en el espacio público. Finalmente, analizo cómo el surgimiento
del activismo gay y de nuevas gaicidades dignas y
masculinas fuerzan el pasaje de las noticias sobre homosexuales de las
secciones policiales a las secciones de política de los periódicos y cómo, en
su reemplazo, las travestis empiezan a aparecer en las crónicas policiales como
nuevo exterior monstruoso que es —otra vez— presentado como una amenaza a la
cohesión social.
Consideraciones iniciales
Máximo Fernández (2015) demuestra el lugar
central de los medios en la disponibilización de
sentidos sobre la homosexualidad en el período estudiado. Fernández, estudia en
un corpus extenso de expedientes de delitos contra el honor militar cómo
emergen las referencias a la prensa cuando los conscriptos son interpelados a
explicar sus prácticas homoeróticas. Simultáneamente,
los jueces militares frecuentemente critican a la prensa, por disponibilizar sentidos sobre la sexualidad que, en su
perspectiva, deberían permanecer ocultos. Además, en las cartas de lectores,
algunas maricas refieren haber pensado ser los únicos hombres que deseaban a
otros hombres hasta el momento del contacto con la prensa.
Pero a pesar de este lugar fundamental en la
constitución de la subjetividad homosexual, los discursos de la prensa sobre
amoralidad, homosexualidad e inversión sexual en la segunda mitad del siglo
veinte aún no han sido abordados en Argentina.
En Brasil, Mott
(2002) estudió los crímenes de odio contra homosexuales y travestis y, en este
contexto, enfocó los sentidos construidos sobre los mismos en la prensa
policial, haciendo foco en sus presupuestos transfóbicos y homofóbicos. En
México, Pulido (2016) analiza las representaciones sobre la vida nocturna, el
vicio y las sexualidades escandalosas en la crónica roja en la década del
cuarenta, y en este marco estudia el papel social del miedo en la gestión del
espacio público. Vargas (2014) compila una colección de noticias policiales
sobre los crímenes cometidos por “mujercitos”, el
modo en el cual la prensa sensacionalista mexicana refería a los homosexuales. Barron Gavito analiza las representaciones del periódico
sensacionalista Alarma! sobre los crímenes cometidos por mujercitos
y los mecanismos reguladores de la sexualidad que estas habilitan. También fue
muy estudiada en México la cobertura del escándalo de los 41, en el cual varios
homosexuales de élite son detenidos en un baile clandestino en 1901 (Monsivais, 2001; Irwin, 2003; Barron
Gavito, 2010). En Paraguay, se estudió la cobertura de un escándalo similar
acontecido en 1959, —el de los 108— en el cual el asesinato de un conocido
locutor por parte de un amante desencadena detenciones masivas que son
cubiertas obsesivamente por la prensa (Szokol, 2013;
Carbone, 2018). En Argentina, sin embargo, el estudio de los discursos sobre
amoralidad, homosexualidad y crimen en el pasado reciente aún no ha sido
abordado.
El andamiaje conceptual que guiará la
indagación articulará el análisis del discurso con los estudios de género.
Investigaciones anteriores enfocadas en los discursos sobre las sexualidades queer,
han tendido a pensarlos escindidos en dos polos. Por un lado, los discursos
hegemónicos del status quo —producidos por los medios de comunicación
oficiales, las agencias estatales o las corporaciones médicas— representarían
el polo de la opresión homofóbica y serían resistidos por aquellos sujetos o
movimientos sociales que logran autonomizarse, empoderarse y confrontarlos con
otros discursos reivindicativos en primera persona.
Este es, por ejemplo, el enfoque mediante el
cual las ciencias políticas intentaron dar cuenta de las recientes conquistas
legislativas del movimiento queer —el matrimonio igualitario y la ley de
identidad de género— enfocando el antagonismo entre diferentes facciones
político-ideológicas (Jordi, 2018; Encarnacion, 2016;
Brown, 2002). También, de algunas de historias de la homosexualidad, que
plantean las “narraciones de si” de los homosexuales y los discursos
homofóbicos del Estado como diferentes y antagónicos: los homosexuales pasarían
de un momento “pre-identitario” en el cual su
percepción de sí mismos estaría mediada por la mirada del otro y caracterizada
primordialmente por la vergüenza a otro en el cual estos se emanciparían de
estos significantes y articularían una mirada autónoma alrededor del orgullo
(Bazán, 2016; Meccia, 2011; Murray, 1995).
Las primeras, iluminan el estudio de las
tácticas y estrategias políticas del movimiento de diversidad sexual. Las
segundas, permiten percibir los cambios en las vivencias subjetivas de la
homosexualidad en las últimas décadas. Ambas, sin embargo, presentan
limitaciones para entender los cambios de mediana duración en las identidades
sexuales como parte de un proceso estructural de mediana duración.
Desde una perspectiva diferente, nosotros
enfocaremos los cambios en las identidades sexuales en relación al estudio de
los discursos sociales que los constituyeron como tales. Sin embargo, si bien
entendemos que las normas encarnan distinto en diferentes sujetos según la
posición que ocupen en la estructura social, no entenderé los discursos mass-mediáticos como discursos «normativos» que restringirían otros en
primera persona ligados a la resistencia, a la autonomía o a la agencia. Al
contrario, se pensará la actuación de la heteronorma (Butler, 2001) en todas las configuraciones identitarias, en la
conformación de todos los cuerpos y citada en todos los discursos sobre la
sexualidad: tanto en los discursos producidos por policías, médicos y
periodistas como en aquellos mediante los cuales los homosexuales daban sentido
a sus prácticas. Entenderé a la norma en su doble carácter: nos sujeta a la vez
que nos hace sujetos. La norma es inescindible de la subjetividad: tanto
maricas como policías son producidos en su subjetividad generizada
por la interpelación de la ley. No hay un discurso alienante y uno libertario,
ni un polo desde el que provenga la normalización y otro abocado a la pura
resistencia porque no existe ni un espacio de pura normatividad libre de
desplazamientos— ya que las normas sólo existen en su constante iteración
corporal— ni un momento de la subjetividad ajeno a la norma, ya que no existe
un sujeto anterior a la interpelación por parte de la ley (Butler, 2001). En estos términos, una
contraposición entre un discurso normativo y otro agente no tendría sentido.
Lo que salta a la vista en el análisis de
los documentos es una concatenación de entrecitaciones
(Batjin, 1995). El discurso mediático se apoya y se
empodera con las citas de autoridad de jueces y policías. Éstos, a su vez, en
sus fallos y declaraciones, se retroalimentan de la prensa: los jueces
ejemplifican la magnitud de la degeneración, basados en la gran cantidad de
noticias sobre el tema, a la vez que explican que el fenómeno surge como
consecuencia de la publicidad que hace la prensa del mismo, al facilitar la
circulación de ideas equivocadas. Tanto la prensa como los expedientes
judiciales citan permanentemente a la ciencia médica, a la par que los médicos
regularmente se expresan en el discurso mediático a través de entrevistas o de
fragmentos de literatura científica y, en el jurídico, por medio de los
diagnósticos de peritos y médicos legalistas en los expedientes judiciales.
En el terreno de la política liberacionista,
los militantes homosexuales se apropian de las interpretaciones de la prensa. El
periódico Nuestro Mundo, distribuido por el primer grupo de activismo
homosexual, está constituido casi en su totalidad por noticias tomadas de las
revistas y diarios de gran tirada, haciendo suya la patologización de la
homosexualidad propuesta por éstos y reutilizándola como herramienta
estratégica para enfrentar los discursos criminalizantes
que planteaban la peligrosidad social del homosexual.
Así como los homosexuales hacen suyo el
discurso mediático para dar cuenta de sí mismos, sus experiencias son plasmadas
en los medios de comunicación con relativa fidelidad: los semanarios de
información publican entrevistas a los activistas del Frente de Liberación
Homosexual, tergiversándolas
en algunos casos, pero siendo relativamente fieles a la intención comunicativa
de los activistas en otros[5].
Si bien en este artículo me enfocaré en el
estudio de las crónicas policiales, debemos entender las mismas en el marco de
un concierto dialógico de voces que se entrecitan y
se retroalimentan. Los enunciados se trasladan de un discurso a otro a través
de diferentes géneros discursivos, medios y temporalidades. El carácter
polifónico de la enunciación (Bajtín, 1995), se pone de esta manera en
evidencia en el corpus estudiado.
El
modelo del amoral asesino (1945 –
1982)
La década de 1940 inaugura cambios en el ordenamiento económico
argentino que se correlacionan con profundas transformaciones en el entramado
urbano y en el orden familiar. La Buenos Aires del pecado (Ben, 2011)
que, hasta la década de 1930, se había caracterizado por el trabajo precario y
estacional, la importancia relativamente menor de la sociabilidad familiar y la
masividad de la prostitución, se transforma con el surgimiento del modelo
sustitutivo de importaciones y con la emergencia de las nuevas familias obreras
en los cinturones fabriles del conurbano.
En este marco, el peronismo construirá su identidad ligada a la familia
peronista al tiempo que el liderazgo político se legitimará a través de una
alegoría paternal fundada en la masculinidad obrera (Acha, 2014). Así, las
maricas y los amorales serán construidos como lo otro de la identidad
nacional y del Estado, al tiempo que los enemigos políticos del régimen —las
oligarquías primero, el clero después— empezarán a ser asociados a la homosexualidad y
la pederastía (Acha&Ben,
2004).
De este modo, las
secciones policiales de los periódicos se enfocaron en una nueva categoría de seres monstruosos: los amorales. El amoral es un marginal por definición.
Como señala la revista Así, “la
desviación los lleva a ser seres que viven al margen de toda realidad humana”[6].
Al estar la definición de lo humano ligada a ciertas definiciones de moral
sexual, el amoral es un otro por
definición: la carencia de moral lo transforma en un ser en esencia infrahumano
y asocial y, por lo tanto, propenso a la criminalidad.
La categoría “amoral”
engloba un corpus heterogéneo de sujetos que, ajenos a las normas sociales,
recaerán en lugares aborrecibles, como el homosexualismo y el crimen.
Las noticias policiales alertan sobre “la peligrosidad de estos individuos que, perdida la noción de
las dignidades humanas, resultan a la postre fríos criminales”[7].
Homosexualidad y crimen son dos caras de la misma moneda. Fuera de los márgenes
de la sociedad, priman el desorden y el caos. Un artículo describe cómo un amoral,
luego de asesinar a su víctima a golpes con un sifón, “continúa golpeándolo
hasta destrozarle la caja craneana”[8].
Llama la atención no sólo la sangre fría y la despreocupación de los homicidas
sino la brutalidad de los asesinatos, acentuada por el sadismo de los cronistas.
Los medios más utilizados en los otros
artículos policiales lindantes, llevados a cabo por personas “moralmente íntegras”, son las
armas de fuego. No existe esta pulcritud en los crímenes llevados a cabo por amorales,
alrededor de quienes todo es irracionalidad y violencia descontrolada. También
son completamente diferentes los móviles. Los crímenes detallados no son
premeditados, ni tienen móviles económicos, resultan, entonces, en muestras de
una irracionalidad incomprensible. En una penitenciaria, dos detenidos
homosexuales luego de asesinar a un tercero, “salieron corriendo por el
pabellón llevando la cabeza sangrante de la víctima”. Al ser interrogados por
las causas de su accionar, responden “Nos volvimos locos”[9]. Los amorales son representados como
desequilibrados. Así, en los márgenes de una sociedad presentada como moral,
ordenada y coherente, los sujetos se dejan llevar por los impulsos
irracionales.
Las noticias enfatizan el dato de que el
asesino es homosexual, pero generalmente nada se dice de la víctima ni de la
relación sexual o afectiva que mantenía con el asesino. El borramiento de las
relaciones íntimas entre víctimas y victimarios fomenta la sensación de que
cualquiera puede ser víctima de la violencia de estos feroces homosexuales.
Pero los amorales no son solamente un
peligro por su proclividad a la violencia sin motivos aparentes. También
constituyen una amenaza para la sociedad por el riesgo de contagio que
representan. Así, acorde al modelo positivista de la sociedad como un cuerpo y
el “otro” como un virus en expansión, los
medios presentan la homosexualidad como una enfermedad proclive a contaminar al
conjunto social a través de su sector más vulnerable: la juventud. Muchas referencias metafóricas a la homosexualidad recuerdan el
discurso positivista finisecular (Salessi, 1995). Las
apelaciones al cáncer social que corroe la juventud o a la enfermedad moral que
asecha a la patria son reiteradas.
Además de los crímenes violentos, la
corrupción de menores constituye otra de las causas frecuentes por las cuales
los amorales son encarcelados. Según los medios, habría en ellos una
tendencia natural a mantener relaciones sexuales con muchachos menores de edad,
tentados a entablar actos contra natura bajo los engaños y estratagemas de los amorales.
Para jueces y periodistas, estos actos tendrán “sobrada actitud corruptora,
desviando de su curso natural el instinto y engendrando en el menor una idea
equivocada sobre la sexualidad”[10]. Así, la homosexualidad es una amenaza que
se reproduce, expande y magnifica subrepticiamente por el cuerpo social.
Los marcos de la normatividad sexual
construyen una escisión entre una zona de “normalidad” en la que algunos
géneros y deseos son inteligibles y otra zona marginal, cuya existencia le da
consistencia ontológica a la primera y en la cual, por no adaptarse a los
cánones de la normatividad, los seres que la habitan no son inteligibles como
sujetos ni reconocidos en una humanidad plena (Butler,
2001).
Al otro lado de estas zonas liminares,
emergen los monstruos (Striker, 1994; Cabral, 2004):
metáfora del otro radical que nace más allá de la frontera de lo culturalmente
aprehensible, el cual sólo puede constituir una amenaza cultural y una excusa
para el pánico social. La metáfora del monstruo ilustra los procesos sociales
por los cuales ciertos sujetos son señalados como responsables del deterioro
social y del caos urbano. Dotar a la amenaza de un rostro y de una espacialidad
reconocible, contribuye a construir murallas tanto reales como simbólicas a
cargo de contener a estos actores que amenazan la identidad del sistema
(Reguillo, 2006). Los medios hacen así su
aporte a la construcción de una exterioridad radical y monstruosa. Allí una
multitud indiferenciada de subversivos, hippies, drogadictos, rockeros, homosexuales, criminales y una multiplicidad de
marginales se funden en un otro aterrador, en el que son apilados los sujetos
abyectos que no pueden ser referidos certeramente desde el interior del
sistema, pero que le otorgan a éste consistencia y cohesión.
Estos procesos se enfatizarán en la década de 1960. El aumento de la
demanda de mano de obra femenina del proyecto desarrollista propició que las
mujeres ganen en autonomía económica al tiempo que la aparición de los métodos
anticonceptivos les habilitó el acceso a una
sexualidad más libre. Los sesenta inauguran en Argentina una revolución sexual
discreta (Cosse, 2010) en el cual las mujeres
empiezan a emerger en el espacio público desafiando las convenciones tradicionales.
Paralelamente, la juventud emerge como un nuevo sujeto social (Manzano, 2017)
ligado a las estéticas del hipismo y el rock y los homosexuales empiezan a
organizarse políticamente ligados a la izquierda radical al tiempo que las
noticias que relataban la organización y el empoderamiento de los gais de los
países centrales empiezan a llegar a la prensa local (Insausti, 2019). Estas
nuevas tensiones alcanzarán los productos culturales de circulación masiva. Se
plasmarán en películas dedicadas al público masivo como “La cigarra no es un
bicho” y “hotel alojamiento” —que serán minuciosamente escrutadas por los entes de regulación y
censura del estado— y potenciarán la demanda de publicaciones femeninas y de material de
divulgación sobre sexualidad. Mujeres y jóvenes empezarán así a ser percibidos
como una amenaza a las jerarquías tradicionales entre los
género.
Durante el onganiato, los comandos de
moralidad incrementan la persecución de maricas y homosexuales, pero también
extiendan la represión sexual dedicándose a cortar botamangas y rapar varones
en las comisarías, detener mujeres en minifalda y esperar a las salidas de los
hoteles alojamientos para denunciar a los infieles ante sus cónyuges. En este
contexto, el interés de los periódicos sensacionalistas por los crímenes
cometidos por homosexuales cobrará un nuevo impulso, dándole voz a jueces y policías,
ansiosos por difundir sus interpretaciones sobre la sexualidad y legitimar el
accionar represivo del Estado.
A medida que avanza la década del setenta, es interesante recabar como,
con el aumento de la conflictividad social, la construcción discursiva de la
figura del amoral se empieza a
asemejar a la figura del subversivo en el contexto de la insurgencia
armada. La presentación mediática de la subversión -que también empieza
progresivamente a obsesionar a la prensa- también se construyó articulando lo
delictivo y lo psicótico-irracional. Coinciden también en ambas representaciones la metáfora de la doble
vida: en las notas relacionadas tanto con amorales como con subversivos,
los vecinos azorados manifestaban que el sujeto en cuestión parecía una persona
“normal”, y que nada hacía suponer que estaba en algo “raro”. Este uso favorece
la presentación del peligro de la subversión moral especialmente oculta y
latente, circulando de forma subrepticia por lugares impensados. El hecho de
que cualquiera pueda ser un subversivo o un amoral
enfatiza el carácter omnipresente del peligro y potencia el miedo.
Delincuencia, homosexualidad y marginalidad
se funden en este entramado difuso de significados. Los homosexuales son
naturalmente propensos al crimen, y los delincuentes frecuentemente son
homosexuales, evidenciándose entonces los espacios comunes a los que descienden
los individuos representados como carentes de moral. De esta manera, estos
seres abyectos, arrojados a los márgenes de la inteligibilidad cultural,
permiten, desde su inhumanidad, construir las bases de “lo humano”.
El
modelo del homosexual asesinado (1982-1989)
En el año 1980 se vuelven públicos numerosos asesinatos perpetuados por amorales.
En junio, un titular informa la condena a prisión preventiva del amoral que torturó a un menor con una
aguja. En julio, otro amoral es
condenado a prisión perpetua por destruir con un hierro el cráneo de un amigo.
Un mes después, en agosto, un homosexual es condenado a veinte años de prisión
por apuñalar a un conocido. Esta noticia es la última que sigue el modelo
descripto en el apartado anterior. Durante el resto de los años 1980 y 1981 no
hay más noticias en el corpus. En 1982, estalla la guerra de Malvinas y los
medios de comunicación se vuelcan a cubrirla, pasando el resto de los temas a
un segundo plano.
Las noticias retornan un mes después de finalizada la guerra con un
discurso diferente. Los títulos de las primeras tres notas son especialmente
significativos: el 14 de julio “El asesinato de los
homosexuales”[11] el 16 de julio, “Conmoción en Barrio Norte: descubren
homosexual de 37 años asesinado. Tres casos en una semana. Sería un sátiro”[12]. Al día siguiente, “Investigase el asesinato de un hombre muerto
a puñaladas”[13].
Es imposible reconstruir los índices reales de victimización en este tipo
de crímenes, lo cierto es que desde mediados de 1982 y hasta principios de
1984, la sección policial de los medios masivos de comunicación se vio invadida
casi a diario de noticias que relataban espeluznantes crímenes cometidos contra
homosexuales. Las hipótesis más extravagantes acaparaban las páginas de los
diarios. Se habló de un comando de ultraderecha, de un karateka asesino y de la
infiltración de una logia homosexual internacional secreta desde Rio de
Janeiro. Nuevos casos se relataban todas las semanas. Finalmente, el volumen de
noticias sobre el tema empezó a disminuir: ya para 1985 las noticias sobre
crímenes de homosexuales volvían a anunciarse en los medios con su frecuencia
habitual.
A primera vista, sorprende la enorme diferencia en el discurso descripto
en el primer apartado con el discurso que guiona esta nueva serie de notas.
Como se observa en los tres títulos citados, se pasa de un modelo en el cual el
sujeto de la noticia es el asesino, un amoral
despiadado que ultima a una víctima inocente, a otro en el cual el relato
está focalizado en la víctima, un homosexual inocente que es asesinado por un
sátiro despiadado. Estos cambios implican por lo menos tres rotaciones que
describiré antes de enfocarme en el análisis de las noticias.
a) En primer lugar, cambia la propuesta de identificación. El relato
policial tiene una estructura estandarizada con un lenguaje regular, papeles
prestablecidos y roles imprescindibles: toda noticia policial requiere
necesariamente de una víctima y de un culpable. A pesar de las similitudes en
los hechos relatados, en los setenta, los homosexuales mencionados eran en casi
todos los casos culpables del crimen relatado. En los ochenta, casi todos los
homosexuales referidos son víctimas inocentes del crimen en cuestión. En el
primer caso, se convoca a solidarizarse con las víctimas de la degeneración
monstruosa que amenaza las vidas, propiedades y costumbres de todos. En el
segundo, se invita a sentir empatía por el homosexual, un ser indefenso y
sufriente asaltado por malvivientes que se aprovechan de su vulnerabilidad,
mientras se libra al lector de la amenaza ya que el asesino misterioso sólo
ejecuta homosexuales.
Lo primero que se deduce de este cambio es que
en los ochenta, los homosexuales son sujetos, finalmente abandonan los márgenes
indecibles y las exterioridades abyectas a las que habían sido desterrados en
los setenta y entran en el terreno de lo significable. El tercer título citado,
con el cual una nota se refiere al asesinato de un sujeto declaradamente
homosexual lo revela: “investigase el asesinato de un hombre”. A partir de 1982, y como condición de posibilidad de su construcción
como víctimas vulnerables, los homosexuales son inteligibles como humanos,
parafraseando a Judith Butler (2010), ahora son vidas que pueden ser vividas,
y, por lo tanto, vidas que merecen ser lloradas.
Paralelamente a este movimiento en las secciones policiales de los
diarios, un cambio brota en el terreno de las disputas políticas. A partir de
1982, la militancia homosexual despierta del largo letargo inducido por la
dictadura militar y empieza a organizarse contra la represión policial en
nuevas agrupaciones, que se fundirán finalmente en la Comunidad Homosexual
Argentina (CHA) en 1984. La estrategia política de la CHA se basará en una
categoría novedosa: la visibilidad. Al contrario de la militancia homosexual de
la década del setenta, que —nutridas por el pensamiento de izquierda y ligadas
a las organizaciones armadas— promovía políticas radicales (Insausti, 2019),
los militantes de la CHA reclaman la incorporación de la homosexualidad como
una diferencia legítima dentro de la arena política. En este marco, los
militantes homosexuales empiezan a dialogar con los aparatos de Estado,
entrevistándose con legisladores y ministros y lentamente, a hacerse oír en los
medios masivos de comunicación.
Este paulatino ingreso de los homosexuales en los territorios de la
humanidad imposibilitó la perpetuación de los viejos discursos policiales
basados en la monstruosidad y forzó la construcción de nuevas formas de
interpelar discursivamente a los homosexuales.
b) En segundo lugar, cambia el momento de
producción de la noticia. La resolución del caso es condición de posibilidad de
la existencia de un amoral culpable, casi tanto como la no resolución
del caso y el no castigo a los culpables enfatiza la victimización del
homosexual muerto. Por esto, en los setenta, los casos policiales son noticia
en la totalidad de las crónicas de la muestra, en el momento de la condena
judicial de los asesinos, varios años después de cometido el crimen. Terminadas
las diligencias policiales y siendo los vecinos del occiso y los testigos del
caso inubicables, las fuentes de las noticias policiales en los setenta son
mayormente los expedientes judiciales. Es por esto que en su mayoría están
escritas en un lenguaje técnico-jurídico: la noticia dedica largos párrafos a
desarrollar los cambios de carátula del caso, los juzgados intervinientes y los
nombres de los magistrados. A su vez, la redacción de la noticia con
posterioridad a la resolución del caso conlleva dos consecuencias que ilustran
la función de control social de las noticias policiales que desarrollaré luego:
por un lado, se enfatiza la eficiencia (y necesariedad)
del aparato punitivo del Estado a la par que se legitima el accionar de las
fuerzas policiales. Por otro lado, se termina de completar la fábula moral por
la cual, los infractores de las normas legales, morales o sexuales, siempre,
tarde o temprano son castigados (McQuail, 1998).
Al contrario, en los ochenta, la noticia es publicada a la mañana
siguiente de cometido el asesinato. En este caso, dada la inmediatez del
relato, todas son especulaciones e hipótesis, lo que enfatiza el tratamiento
misterioso de los hechos y fomenta en los lectores (y
sobre todo, en los lectores homosexuales) otra dimensión de control social,
diferente a las activas en la dictadura en su aspecto formal, pero no en su
funcionalidad: el miedo. En este caso, no existe información judicial oficial
ya que generalmente los fiscales ni siquiera empezaron su actuación: las
fuentes de la información entonces no son judiciales sino policiales. Además,
ante la falta de indicios certeros se incorporan una multiplicidad de
testimonios: principalmente vecinos, porteros y comerciantes cercanos, pero
también psicólogos, criminólogos y otros “especialistas”, que acentúan la polifonía de la nota en comparación con
las noticias de los setenta.
c) En tercer lugar, rota el lugar de la anormalidad sexual, mudándose del
espacio del asesino al lugar de la víctima. Aunque en la totalidad de los
casos, víctima y victimario entraron en contacto con el fin de tener relaciones
sexuales, mientras que en los setenta se enfatiza la amoralidad del asesino y
se omite toda información sobre la sexualidad de la víctima, en los ochenta se
enfatiza la homosexualidad de la víctima y se elude cualquier dato sobre la
sexualidad del asesino. Según el guion policial de las relaciones entre
personas del mismo sexo, sólo uno de los dos participantes es considerado
homosexual. Los relatos sociales imperantes en la época, tienden a interpretar
las relaciones homosexuales en términos dicotómicos, asociando al miembro
pasivo de la relación con el lugar de la homosexualidad, mientras que el rol insertivo parece estar habilitado para ser ejercido por
cualquier hombre heterosexual. En el relato policial, en cambio, el reparto de
identidades se independiza de los roles sexuales: durante los setenta, es
homosexual quien mata; en los ochenta, si uno es homosexual, está condenado a
morir.
Misterio,
miedo y control social
Entenderé a los miedos como “individualmente experimentados», «socialmente construidos» y «culturalmente
compartidos” (Reguillo, 2006). Esta definición permite reconstruir el tejido simbólico que
anuda la dimensión individual y societal del temor resaltando el papel que
juega en la configuración de la sociabilidad urbana. El miedo también tiene una
historia: reconstruirla requiere otorgarle densidad temporal para poder
entender sus mutaciones y las formas en que se hicieron presentes (Reguillo, 2006).
En este período es esencial el rol que juega
en la producción del miedo un modo particular de relato, que enfatiza
dramáticamente la construcción de los hechos en clave de misterio:
“El misterio y el crimen rondan por Barrio Norte, y
junto a ellos la visión macabra de un sátiro que es ávidamente buscado (…) hay
conmoción, por todas partes crecen las incógnitas. Las puertas se cierran y la imagen
de un oscuro personaje aparece a punto de cobrar vida cada noche[14].
A esto se le suma la construcción de los
espacios por los que se mueven los homosexuales como vedados y furtivos. La
descripción de la noche gay de los ochenta abunda en términos que remiten a lo
oculto, a lo subrepticio y a lo clandestino[15].
Si bien el miedo siempre tuvo un lugar
preponderante en la gestión social de la homosexualidad, es en los ochenta, con
el advenimiento de la democracia, cuando, limitadas las armas de la coerción,
éste adquiere un papel preponderante. El miedo puede ser un dispositivo muy
útil para vedar a ciertos sectores sociales el acceso al espacio público
(Kessler; 2007). En el caso de la
comunidad homosexual, resulta interesante observar en cartas y notas de
homosexuales de la época[16],
cómo esta amenaza invisible que acechaba a los homosexuales contribuyó a
doblegar los lazos de solidaridad de la comunidad a partir de la incitación a
una desconfianza permanente. La construcción de los homosexuales como víctimas
vulnerables consiguió lo que ni la represión dictatorial había logrado:
controlar el flujo de erotismo homosexual en calles y espacios públicos.
Algunas noticias daban cuenta de que muchos homosexuales habrían huido de
Buenos Aires hacia el interior, y de que bares y boliches de ambiente se
encontrarían desiertos[17].
También cumple un papel en la construcción del
misterio la proliferación de hipótesis sobre las causas de los crímenes.
Analizarlas permite diseccionar los modelos de identificación propuestos a los
homosexuales desde los medios. Cada hipótesis parte de una conceptualización
previa acerca de lo que los homosexuales son (y también, acerca de lo que
deberían ser).
a) La hipótesis sostenida por los funcionarios
policiales —que durante la década pasada habían sostenido el discurso de la
monstruosidad— construye a los homosexuales como seres miserables y
desgraciados, cuya única salida es el suicidio. Para un comisario de la Policía
Federal, por ejemplo, son las mismas víctimas que “mediante la excitación
natural a su victimario, logran que éste los elimine porque muchas veces a
ellos mismos les falta coraje para suicidarse”[18].
Es necesario considerar que, durante la última
dictadura militar y los regímenes autoritarios previos, las incursiones
policiales dentro de las comunidades gais no necesitaban de una legitimación
especial: las fuerzas policiales, militares y paramilitares actuaban con
libertad y autonomía. En los ochenta, cuando el poder de acción de las fuerzas
de seguridad comenzó a menguar en el marco de la transición a la democracia,
nuevas estrategias de legitimación fueron necesarias para justificar las tareas
de inteligencia, las razias, detenciones y seguimientos. Una de las notas, por
ejemplo, reproduce el testimonio de un homosexual quien cuenta que los boliches
estaban desiertos no sólo por temor al asesino, sino porque cualquiera que los
frecuentara era propenso a ser detenido varios días por las averiguaciones
policiales[19]. Otra señala que en la pesquisa de uno de los
crímenes se habría interrogado a más de ciento cincuenta homosexuales[20]. Muchas de las notas describen cómo la
investigación se centraba en el peligroso submundo homosexual, en el cual la
policía debía infiltrarse para encontrar al asesino[21]. El asesinato de un homosexual brindaba así
una excusa perfecta para justificar las detenciones arbitrarias y los
interrogatorios masivos por los que las fuerzas policiales eran
sistemáticamente denunciadas por los organismos de derechos humanos.
En esta sintonía, la principal demanda de los activistas homosexuales de
la época era contra los edictos policiales que otorgaban a las fuerzas
policiales potestades inconstitucionales para detener gente a su libre
arbitrio. La necesidad de investigar los asesinatos, brinda a las fuerzas de
seguridad legitimidad para perpetuar ciertas prácticas de vigilancia y control
social que eran cada vez más resistidas por la sociedad civil ante los
flagrantes abusos del pasado.
b) A las explicaciones de detectives e investigadores policiales se
suman, en segundo lugar, las hipótesis
“descabelladas” del periodismo sensacionalista. Para elaborar las
crónicas los periodistas de policiales investigan los crímenes a la par de la
policía: entrevistan a vecinos, familiares y conocidos, recaban datos y
proponen ellos mismos hipótesis y explicaciones. El diario que llevó estas
investigaciones hasta sus últimas consecuencias fue Crónica. Los propios dibujantes del diario elaboraron un identikit
a partir de
las descripciones brindadas por vecinos y conocidos de la víctima, para luego
publicarlo en exclusiva, causando revuelo entre policías y homosexuales[22]. Las hipótesis que
barajaban los medios sensacionalistas adolecían de argumentos falaces,
generalmente abusando de las sinécdoques, catapultando notas de color a
explicaciones generales o exagerando detalles más o menos triviales. Entre
estas explicaciones puede leerse la de una “Logia Secreta Internacional” de homosexuales, supuestamente arribada desde Rio de
Janeiro o desde Bolivia[23], la de “los karatecas asesinos”[24], capaces de fracturar costillas y cráneos con
golpes mortales, o las del “misántropo
justiciero”, una especie de
personaje del policial negro que recorría las calles limpiándolas de
degeneración y vicio[25]. Estas hipótesis generalmente enfatizaban el
carácter vedado y subrepticio de la homosexualidad, construyendo al homosexual
como un sujeto misterioso y esquivo, portador de secretos cuya revelación sólo
podía quedar en manos del periodismo.
Las noticias publicadas a diario continuaban la saga y brindaban nuevas
revelaciones, que eran seguidas con intriga por los lectores como si de una
novela policial por episodios se tratase. La proliferación de conjeturas
disparatadas, alimentaba por un lado la demanda y el entusiasmo de los
consumidores de prensa escrita, al tiempo que nutría el pánico de los
homosexuales y contribuía a legitimar el accionar de la policía.
c) Finalmente, la hipótesis que circulaba entre los homosexuales, que
sostenía la CHA y que terminó primando en los medios de comunicación es la del taxi
boy homofóbico que aprovechaba la debilidad del
homosexual para robarle y ultimarlo. Si bien en el discurso de las
organizaciones se ponía énfasis en el carácter de “crimen
de odio” del asesinato, tratando de darle al
robo un sesgo circunstancial, y en el discurso de los medios se acentuaba el
móvil económico, explicando la innecesaria violencia de las muertes como un
mero exabrupto del criminal, ambos resaltaban la vulnerabilidad esencial del
homosexual, derivada, para el discurso mediático, de su femineidad, y, para los
medios de la comunidad gay, de la homofobia. Los victimarios, en estos casos,
son jóvenes criminales heterosexuales, dedicados a seducir y robar a
homosexuales y, cuando se exceden, matarlos[26].
Feminidad, promiscuidad y escandalo: la producción de una nueva
dignidad gay
La década de 1980 es escenario de profundos cambios en Argentina. El fin
de la dictadura cataliza una serie de transformaciones en la cultura y en las
costumbres sexuales que, en continuidad con aquellas iniciadas en los sesentas,
habilitan la circulación de nuevos discursos respecto al sexo (Milanesio, 2021). Rápidamente, los puestos de diarios se
ven plagados de nuevas publicaciones eróticas —como las revistas “Libre” y
“Destape”— en las cuales, la pornografía resulta un medio para traslucir
discusiones de avanzada acerca de las libertades sexuales y del papel de
homosexuales, travestis y lesbianas en la sociedad.
En paralelo, las revistas progresistas como “Porteño” o “Cerdos y Peces” y las secciones políticas de los periódicos empiezan a dar más voz a los
activistas gais, que se pasean por las redacciones dando entrevistas y
colaborando con informes que serán altamente demandados por los consumidores. En estos, empezarán a denunciar tanto los
asesinatos y el carácter “prejuicioso” de las crónicas policiales como el accionar
represivo de la policía.
Asistimos así a un particular contrapunto en los medios entre las
versiones de la homosexualidad presentadas en las secciones de política y
sociedad y aquellas incluidas en las secciones policiales de los mismos medios.
Mientras que en las primeras se entrevistaba a los activistas gais sobre sus
demandas políticas y se cubría su participación en manifestaciones con un
discurso empático y respetuoso, en las segundas los periodistas policiales
asumían las perspectivas de las fuerzas de seguridad con el fin de construir
alianzas que les permitieran obtener primicias y coberturas (Surette, 1992).
Sin embargo, los “protagonistas” de las crónicas policiales y de las
noticias políticas serán dos tipos muy diferentes de homosexuales. Mientras que el
sujeto de las primeras seguirá siendo un homosexual furtivo y misterioso ligado
al escándalo, el afeminado y la promiscuidad, el sujeto de las segundas será un
activista homosexual serio, masculino y educado.
En línea con la
creciente participación de los homosexuales en los medios, y del nuevo lugar en
la sociedad que algunos sectores de avanzada de la prensa les proponían, muchas maricas empezaron a presentir que adscribirse al relato de la
homosexualidad masculina podría ser una vía de escape a la patologización y
criminalización por parte de médicos, periodistas y policías, que asociaban la
promiscuidad y el afeminamiento a la construcción monstruosa de la degeneración
y la amoralidad. En las reuniones internas del movimiento gay se discutía la
conveniencia de desalentar las expresiones de género amaneradas que habían sido
celebradas en las décadas anteriores, al mismo tiempo que los activistas
empiezan a recorrer los medios de comunicación, brindando entrevistas y
exhibiéndose en las tapas de las revistas en poses “serias y masculinas”.
En mayo de 1985, la revista Siete
Días publica el primer reportaje a dos miembros de la CHA, ambos de barba y
bigote[27]. Uno de los fotografiados, Carlos Jáuregui, había sido elegido
estratégicamente para ser la imagen pública de la institución. Jáuregui, “era
profesor, tenía una voz grave” (Pecoraro, 2016, p.
98) y “más que un gay típico, parecía un bohemio estudiante de Filosofía y
Letras, fumador de cigarros negros y fuertes” (Bellucci, 2010, p. 23). Los
activistas, además, simulan ser pareja, abrazándose tiernamente, para envestir
sus demandas de la legitimidad incuestionable que otorga el amor romántico. Al
año siguiente, en 1985, tiene lugar la primera aparición pública de un
activista homosexual en televisión[28].
En ella dos varones masculinos
–periodista heterosexual y entrevistado gay— vestidos ambos con saco y camisa
charlaban seriamente de política mientras fumaban.
En muchas
de estas apariciones, los activistas insisten en que la asociación de la
homosexualidad con el crimen, el libertinaje sexual o con los modales femeninos
es prejuiciosa y estereotipada. Para ellos, los homosexuales son personas
dignas que viven su sexualidad recatadamente como cualquiera y que, por tanto,
deben poder gozar de los mismos derechos ciudadanos que todos. Estas posiciones
lentamente cuajan en el sentido común mass-mediático.
Cada vez será más difícil extender los discursos de la monstruosidad sobre los
homosexuales que cumplan las reglas de esta nueva gaicidad
recatada y masculina.
No
sorprende entonces que, en la mayoría de las notas de este período, no fuese
impugnada la homosexualidad en sí, sino el comportamiento escandaloso, la
promiscuidad y el afeminamiento. En numerosas noticias, persiste aún la idea de
que más allá de ser el crimen injustificable, la víctima no habría hallado la
muerte si no hubiera infringido las normas de la moral sexual. Sin embargo, a
diferencia de las décadas anteriores, la “falta” no consistirá en la elección
de un objeto de deseo errado sino en la manifestación impúdica y exacerbada de
este deseo.
Un
artículo, por ejemplo, deduce a partir del afeminamiento de una víctima que
esta “llevaba una doble vida y que ella había sido a la postre, razón
fundamental para que hallara la muerte”[29]. Otra
utiliza testimonios de allegados que relatan las innumerables parejas sexuales
de una de las víctimas y su propensión a las orgías para “reconstruir la
degradación moral del occiso y deducir que su homicidio es una consecuencia de
la misma”[30]. La
víctima, además, ejercía su sexualidad de forma petulante y descarada: eran
frecuentes los gritos y las peleas con sus amantes, era asiduamente visitado
por marginales, travestis, jovenzuelos y conscriptos y se vestía de modo
extravagante “No trataba de ocultar [el ser homosexual] al contrario, parecía
orgulloso de serlo” (ídem).
Las fábulas morales guionan la mayoría de las noticias en los medios
masivos de comunicación: en ellas las cualidades consideradas deseadas son
recompensadas, mientras que aquellas indeseables reciben un castigo simbólico (McQuail, 1998). En la década del ochenta, para los medios, los homosexuales masculinos, profesionales y serios, que vivían su
sexualidad recatadamente en el marco de una relación estable y asociada al amor
romántico y que no hacían alarde de poses y actitudes escandalosas, salían en
las tapas de las revistas, eran entrevistados en la televisión, se reunían con
los lideres de los principales partidos políticos, daban conferencias públicas
y se candidateaban a cargos legislativos. En la misma prensa, sólo unas páginas
más adelante, los homosexuales escandalosos, afeminados y promiscuos, en
cambio, eran brutalmente asesinados.
Hacia fines de la década de 1980, la obsesión de los cronistas
policiales con los homosexuales decrece y el énfasis en la identidad sexual de víctimas
o victimarios se vuelve circunstancial. Las fábulas morales que asocian la
sexualidad escandalosa y la promiscuidad con el dolor y la muerte, sin embargo,
no desaparecen. Estas, regresan con la emergencia de la peste rosa,
misterioso mal que aqueja a los homosexuales condenándolos a una muerte
solitaria. De nuevo, los informes enfatizan el retrato de la víctima sufriente:
los homosexuales eran condenados una vez más como consecuencias de la
promiscuidad y de su sexualidad licenciosa, a pesar de las cuales, merecían un acompañamiento
empático por parte de periodistas y lectores. Este sufrimiento, sin embargo,
medió la presentación de los homosexuales como víctimas inocentes que merecen
ser protegidas y finalmente, como sujetos de derecho. Los homosexuales ingresan
en la humanidad por la puerta de atrás, en su condición de víctimas que
requieren la protección y el amparo del Estado.
A modo de cierre
Este trabajo presentó el proceso de construcción mediática de la
otredad sexual en los diarios de circulación masiva en Buenos Aires a través de
un ejercicio de interpretación teórico conceptual. En las décadas del cincuenta,
sesenta y setenta, el amoral es un
monstruo, un criminal irracional e inhumano que constituye una patente amenaza
al orden social. No se describe demasiado la sexualidad ni la expresión de género
de estos amorales, pues los retratos reinstalarían dimensiones de la
humanidad y mitigarían su estatus de monstruosidad abismal. Expropiado de su condición
de humano, no existe la posibilidad de empatía para con el amoral. Este
es únicamente un agente de un mal incontenible al que solo puede refrenarse
mediante los aparatos punitivos del Estado. Las noticias se construyen a través
del discurso jurídico y parafrasean textualmente a jueces, fiscales y policías.
A partir de los ochenta, surge la imagen del homosexual construido
como víctima. La coerción cede su lugar al miedo en el control social del
homoerotismo urbano, al tiempo que un asesino misterioso inaugura la fábula
moral que convierte al dolor, la soledad y la muerte en destinos inevitables de
los disidentes sexuales. Estas noticias sobre asesinatos que, entre 1982 y
1984, habían monopolizado el tratamiento de la homosexualidad en la prensa
masiva, menguan a fines de 1984. Paulatinamente, a partir de 1985, las
referencias mediáticas a la homosexualidad comenzaron a mudarse a las secciones
Política y Sociedad de los diarios, hasta llegar, en 1986, a una frecuencia
similar a la actual: hoy en día, los crímenes de homosexuales en contexto de
encuentros íntimos solo son noticiables cuando involucran a alguna persona pública
y en un marco de sentidos diferente, relacionado con la construcción mediática
de la “inseguridad”
a cuyo tratamiento se abocó la prensa policial en la última década.
Pero la incorporación a los marcos de la legitimidad política tuvo sus
costos. La nueva gaicidad celebrada en las coberturas
políticas y en las entrevistas de los semanarios de información será una gaicidad masculina y pretendidamente seria que renunciará
como condición para el ingreso a la ciudadanía a las performances escandalosas
y femeninas que habían primado entre las subculturas homosexuales de décadas
pasadas.
La incorporación de los homosexuales dentro de las fronteras de las
diferencias válidas y aceptables fuerza una reconfiguración de los marcos de la
inteligibilidad cultural que establecen los exteriores constitutivos del
sistema sexo/género. Las presentaciones del escándalo, la promiscuidad y el
libertinaje sexual y las asociaciones con la criminalidad y la drogadicción se
desplazarán de los homosexuales a un nuevo sujeto social que se estructurará
pausadamente para quedar definido en 1987, año en que hace su aparición inaugural
en las secciones policiales de los diarios. Me refiero al monstruo por
excelencia: “el” travesti. Habitante de la frontera entre los sexos y los géneros, la corporalidad femenina con pene de la
travesti desnuda la contingencia histórica de
los sexos y denuncia el carácter limitado del lenguaje generizado,
mientras evidencia la imposibilidad del discurso de dar cuenta de ella. Al
mismo tiempo que en las crónicas policiales “El
sátiro de la Panamericana” empieza a
asesinar travestis, y que paralelamente estas empiezan a ser denunciadas por
las mismas crónicas por robos, asesinatos y venta de droga; una nueva
monstruosidad abyecta vuelve a ser conjurada para delimitar con precisión los
contornos de lo social, y al mismo tiempo las fronteras entre lo humano y lo
inhumano, entre las vidas que merecen ser vividas y las vidas que ni siquiera
valen la pena ser lloradas.
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Recibido: 28/03/2021
Evaluado: 05/05/2021
Versión Final: 04/11/2021
[1] Esta investigación fue financiada por el
Programa de Becas Posdoctorales del Instituto de Investigaciones Sociales de la
Universidad Nacional Autónoma de México y el Proyecto “Memorias de las
masculinidades disidentes en España e Hispanoamérica” (PID2019-106083GB-I00)
del Ministerio de Ciencia e Innovación de España.
[2] En el desarrollo de este trabajo, utilizaré tanto
las categorías nativas con que las personas daban cuenta de sí mismos como
términos peyorativos provenientes del discurso mediático (como por ejemplo amoral o sidoso). Es de suma importancia en una investigación que pretende
rescatar los espacios de identificación asumidos por las personas y propuestos
por los discursos hegemónicos, el preservar las categorías identitarias
designadas por éstos.
[3] Carta de
Horacio Vecino a la CHA, Archivo de la CHA; Botindari
S/Hurto, Exp.16706; Capelo s/homicidio, Exp. 1935.
Archivo del Poder Judicial de la Nación. La dinámica de los ataques es
descripta por Meccia (2008)
[4] Se consultaron los archivos de clipping
de las organizaciones Sociedad de Integracion Gay-Lesbica (SIGLA), Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y GaysDC y las colecciones hemerograficas
policiales del Centro de Estudios Históricos Policiales “Comisario Francisco
Romay” recopiladas en la década del setenta por el principal de la
Policía Federal, Hugo Eduardo Tuculet. Ademas, se efectuó una indagación aleatoria en la hemeroteca
nacional para evadir sesgos. Todas las colecciones muestran una mayor
incidencia de las noticias sobre amoralidad y crimen en los diarios orientados
a las clases populares (Crónica, La Razón y Diario Popular) y medias (Clarín)
que en aquellos que representan las preocupaciones de las elites (La Nación y
La Prensa). A pesar de los estilos particulares de cada medio, las lógicas simbolicas que estructuran las noticias son relativamente homogeneas.
[5] Acude en defensa de lesbianas, Así, 25 de julio de 1972; Cerremos filas, Así, 21 de junio de 1973; Extraña protesta, Crónica, 11 de febrero de 1975.
[6] Dos invertidos dan muerte a otro a martillazos tras una orgía, Así, febrero de 1956.
[7] Idem
[8] El crimen de la peña
folklórica, La Razón, 7 de febrero de 1980.
[9] Frío relato
de los autores de un asesinato en Mendoza, La Prensa, 31 de mayo de 1979.
[10] Prisión para un amoral, La Razón, 14 de abril
de 1980.
[11] Crónica, 17 de julio de 1982.
[12] Crónica, 16 de julio de 1982.
[13] La Prensa, 16 de julio de 1982.
[14] Conmoción en Barrio Norte,
Crónica, 16 de julio
de 1982.
[15] El asesinato de los
homosexuales, Crónica, 17 de julio
de 1982.
[16] Carta
de Horacio, Archivo de la Comunidad Homosexual Argentina.
[17] El palomar: enigmático asesinato de un
homosexual, s/d, 19 de
noviembre de 1983; Los homosexuales huyen de Buenos Aires,
Para Todos, s/f.
[18] Los crímenes de amorales, Diario Popular, 29 de julio de 1983.
[19] Terror: Quieren exterminar
a los homosexuales, Tal cual, s/f.
[20] Los homosexuales huyen de
Buenos Aires, Para Todos, s/f.
[21] Identificaron al cadáver
hallado en recoleta, Clarín, 5 de noviembre de 1987; Con golpes de martillo matan a un homosexual, Clarín, 4 de abril de 1984.
[22] El crimen de la peña
folklórica, La Razón, 7 de febrero de 1980.
[23] Homosexual: Será una
semana clave, Crónica, 19 de julio de 1982.
[24] El asesino es un karateca,
Diario Popular, 15 de julio
de 1982.
[25] Conmoción en Barrio Norte,
Crónica, 16 de julio de 1982.
[26] Un submundo casi
inexpugnable, Diario Popular, 23 de febrero de 1983.
[27] El
riesgo de ser homosexual en Argentina, Siete
Días, 29 de mayo de 1985.
[28] A
solas con Hugo Guerrero Martineitz. Ca. 1985.
[29]
Conmoción en Barrio Norte, Crónica, 16 de julio de 1982.
[30] San Telmo: acribillan a otro homosexual, Crónica,
24 de septiembre de 1982.