María Estela Martínez de Perón y las representaciones peronistas
de “Evita”, 1962-1966
María Estela
Martínez de Perón and the Peronist
representations of “Evita”,
1962-1966
Andrés N. Funes
Centro de Estudios Sociopolíticos, Escuela de Altos Estudios
Sociales,
Universidad Nacional de San Martín,
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
funes.andres.n@gmail.com
Resumen
El artículo examina la figura de María Estela
Martínez que construyeron diversas voces peronistas entre 1962 y 1966. Se
interroga el lugar que ocupó en esa construcción la imagen de Eva Duarte,
apelando a publicaciones político-partidarias (Compañero, Descartes, De Pie y
Retorno), periódicos (Democracia, El Mundo, La Nación y La Razón) y revistas de
tirada nacional (Confirmado y Primera Plana), y documentos (Fondo Alicia
Eguren-John William Cooke y Fondo Dirección de Inteligencia de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires) de los primeros años sesenta argentinos. Los actores
individuales y organizativos considerados hicieron de "Evita" un
modelo mediante el cual retratar a Martínez, tanto para intensificar su
cercanía como su distancia con ella. Su presunta devoción católica, su obediencia
y su misión de unidad se utilizaron para configurar la disputa política. En el
periodo examinado, el levantamiento de algunos de los controles que impedían al
peronismo acceder a puestos gubernamentales convivió con una oposición al
retorno de Juan Domingo Perón al país y al poder. Ante intensos conflictos en
su movimiento, Perón reservó a Martínez una función principal: mermar el
desafío a su autoridad que supuso Augusto Timoteo Vandor. El
"fantasma" de "Evita" rondó el cometido legado.
Palabras
Clave
María Estela
Martínez; Eva Duarte; representaciones; peronismo; años sesenta.
Abstract
The article examines the figure of María Estela Martínez de Perón built
by various Peronist voices between 1962 and 1966.The place of
the image of Eva Duarte in this representation is examined, through an analysis of
political-party publications
(Compañero, Descartes, De Pie y Retorno), newspapers
(Democracia, El Mundo, La Nación y La Razón) and magazines of
national circulation
(Confirmado y Primera Plana), and archive documents
(Fondo Alicia Eguren-John William Cooke, y Fondo Dirección de Inteligencia de
la Policía de la Provincia de Buenos Aires) of the first Argentine sixties. The different individual and
organizational actors considered made "Evita" a model from which to
portray Martínez, both to intensify his closeness and distance from her. Her
alleged Catholic devotion, his obedience and his mission of unity were used to
configure the political dispute. In the period under review, the ended of some
of the controls that prevented Peronism from accessing government positions
coexisted with fierce opposition to the return of Juan Domingo Perón to the country and to power. Faced with the intense
conflicts in his movement, Perón reserved Martínez a
main role: lessen the challenge posed by Augusto Timoteo Vandor. The
"ghosts" of "Evita" haunted the legacy assignment.
Keywords
María Estela Martínez; Eva Duarte; representations; peronism; sixties.
Introducción[1]
Este artículo se interroga por los modos a través
de los cuales fue pensada y figurada por diversas voces peronistas del periodo
1962-1966 María Estela Martínez. En las caracterizaciones
elaboradas de “Isabel” fue fundamental las imágenes construidas (alrededor) de
“Evita”, como podrá observarse a partir de un análisis de publicaciones
político-partidarias (vinculadas a líneas gremiales y políticas del peronismo
como Compañero (1963-1965), De Pie! (1966), Descartes (1962) y Retorno (1964-1966)), periódicos y revistas de tirada nacional
(diarios Democracia, El Mundo, La Nación y La Razón, y
semanarios Confirmado y Primera Plana), y un conjunto de
archivos (documentos del
Fondo Alicia Eguren-John William Cooke y de la ex Dirección de Inteligencia de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires) a
comienzos de los años sesenta. Eva Duarte fue utilizada como un modelo a partir
del cual retratar a María Estela Martínez, sea para intensificar su distancia o
su cercanía con ella.
Los años considerados se caracterizaron para el
peronismo por una intensificación de la lucha en su interior. Los caminos
electorales abiertos para los llamados partidos “neoperonistas”[2] por
los presidentes Arturo Frondizi (1958-1962) y Arturo Illia (1963-1966)[3]
significaron un cambio para las estrategias y tácticas que Perón venía
desarrollando desde que partió al exilio tras el golpe de Estado de 1955. La
“abstención revolucionaria” y el “votoblanquismo” se
desmoronaron frente a la disolución de algunos de los controles que impedían al
“neoperonismo” participar en elecciones. Uno de los actores que tomó nota de
este cambio de circunstancias fue el líder de la Unión Obrera Metalúrgica
(UOM), Augusto Timoteo Vandor. Tras las elecciones internas peronistas de 1964
y las legislativas nacionales del 14 de marzo de 1965, consideró que el
peronismo estaba listo para darse un nuevo liderazgo. A su entender, la
autoridad de Perón se hallaba menguada. Este fue el comienzo de una pugna al
interior del movimiento que tomó mayor intensidad entre finales del ‘65 y
principios del ‘66. En esta disputa intestina María Estela Martínez tuvo un
papel protagónico. Fue la enviada por Perón para reorganizar su movimiento y
ponerle coto al influjo de Vandor.
Por una parte, este artículo se pregunta por la
presencia de ciertos “ecos” teológico-políticos en las caracterizaciones que
actores individuales y organizativos hicieron de Eva Duarte en los años
considerados. Como ha marcado Lefort (1988), la
separación entre lo político y lo religioso no es tan clara –ni invariable-
como el cimbronazo revolucionario de 1789 tiende a hacer creer. Precisamente,
los problemas comienzan cuando se da cuenta de que las dos esferas comparten
ciertos elementos o, mejor dicho, ciertas formas de anudar temas y problemas.
Lo político y lo religioso, según Lefort, permiten al
pensamiento acceder al mundo, en tanto lo ponen cara a cara con lo simbólico.
Bajo este aspecto, lo teológico-político involucra, entonces, la conservación
de lo religioso bajo nuevas creencias y representaciones, retornando a la
superficie del campo de lo político cuando los conflictos son lo bastante agudos como para poner en jaque la supervivencia
del grupo. El ejemplo clásico de esta pervivencia de lo teológico-político en
la modernidad está dado por la ilusión de corporeidad de fenómenos como el comunismo,
el fascismo y el nazismo en el siglo XX. Sin embargo, allende estos ejemplos
extremos para darle “cuerpo” a la desincorporación del poder y de la ley
producto del quiebre de 1789, ciertos ecos de lo teológico-político pueden
hallarse presentes en otras experiencias. Por caso, ciertas representaciones
del cuerpo biológico y el político de Eva Duarte, que tuvieron influencias en
los modos en que se conmemoró su fallecimiento y su natalicio. La primera
sección se interroga, precisamente, por esos ecos.
Y, por la otra, el artículo busca subrayar la
vinculación estrecha que existe entre la autoridad y el reconocimiento. Al
decir de Greco (2007), la “autoridad solo existe en la medida en que es
reconocida por quien la recibe” (pp. 40 y 41). Concebida como relación, la
autoridad solo es tal si goza de reconocimiento. Existe, en este aspecto, un
nexo entre quien “tiene” la autoridad y quien/es la recibe/n. En lo que refiere
al tema aquí trabajado, si bien la autoridad de Perón estaba siendo disputada
por Vandor, aún gozaba de reconocimiento. Para que la empresa del hombre fuerte
de la UOM no prosperara, el viejo caudillo encomendó a María Estela Martínez su
llegada al país y la organización de sus tropas locales. Tanto en sus
apologistas como en sus críticos, el fantasma de “Evita” recorría la Argentina
de la primera mitad de los años sesenta. La segunda sección del artículo aborda
de qué manera ese espectro impactó en la representación que los peronistas de
los primeros años sesenta hicieron de “Isabel” y de la tarea encomendada por
Perón.
“Evita”. Relatos de vida. Imágenes de muerte[4]
Según Sarlo
(2003), en Eva Duarte se dio un fenómeno particular en lo que respecta a su
cuerpo. Además del propio, el de una mujer de condición humilde nacida en la
localidad bonaerense de Junín –o en la zona rural de Los Toldos- en 1919,
ostentaba otro: el del régimen peronista. Siguiendo a Ernst Kantorowicz, Sarlo considera que el cuerpo biológico de “Evita”
construyó el político. A través de su misma carne se habría producido la
artificialidad de la institución estatal peronista. “Evita” le “daba cuerpo a
un nuevo tipo de estado, lo que podría llamarse un ‘estado de bienestar a la
criolla’” (Sarlo, 2003, p. 93).[5]
Piénsese, a este respecto, en el rol central de la Fundación Eva Perón en la
centralización estatal de la asistencia social.[6]
No solo distribuyó libros, alimentos, máquinas de coser y juguetes. Colocó
también el nombre de “Evita” como el símbolo de la política social del
peronismo. En este sentido, Eva Duarte no solo representó al régimen peronista
de manera propagandística, como manifestaba la oposición. Lo hizo también de
forma fáctica, atendiendo a los que acudían a solicitar ayuda y se encontraban
próximos culturalmente a ella. A través suyo, en definitiva, el “régimen
peronista m[ostró] su consustancialidad con quienes
representa[ba]” (Sarlo,
1999, p. 352).
Esta caracterización
estaba presente en las representaciones que distintas voces peronistas en el
periodo 1962-1966 realizaron de “Evita”. Sin ánimos de exhaustividad, se
mencionan las más distintivas. La primera corresponde a la nota final de la serie
“El privilegio de la salud” sobre la política sanitaria del gobierno de Illia
en el semanario Compañero.[7] En
el número diez se señalaba la labor que en términos de salubridad cumplió la
Fundación Eva Perón. A lo largo y a lo ancho del país, según esta publicación
ligada al peronismo que se denominaba “revolucionario”, “estuvo presente la
figura de Evita”, garantizando la mejor atención para los que más la
necesitaban. La obligación para empresas y laboratorios de surtir a hospitales
y policlínicos que dependían de la Fundación constituían, para Compañero, una “forma directa por la que
devolvían parte del trabajo esquilmado al pueblo”.[8]
La segunda de
las figuraciones corresponde a una nota en otro semanario político capital del
peronismo en estos primeros años sesenta, De
Pie!.[9]
Interrogándose por el odio que suscitaba “Evita” en algunos sectores,
respondían que ello estuvo vinculado al ánimo que habría inspirado su actuar:
que los “desheredados” y los “sufrientes” se sintieran “integrantes reales de la
comunidad”. En ello habría jugado un papel fundamental la Fundación Eva Perón.
A través de ella, dejaron de existir “mesas vacías de los pobres”, “zapatos sin
juguetes” y “madres angustiadas”. Y, si aún persistían, “Evita” estaba,
señalaban en esta publicación, “pronta al reclamo”. Mediante
su obra y su actuar Eva Duarte asemejaba ser, para De Pie!, la encarnación social del “Estado Benefactor” con
el que se asociaba al régimen peronista.[10]
Respecto de esta versión
idílica, en su trabajo sobre las prácticas de consumo durante los primeros
gobiernos de Perón, Milanesio (2014) señala que un
componente esencial del imaginario de sus entrevistados lo constituyó el
asociar a los años del peronismo con un periodo de buenos salarios y de altos
niveles de consumo. Según la autora, esta caracterización se vincula con los
serios problemas económicos que muchos entrevistados padecieron en la etapa que
siguió al derrocamiento de Perón en 1955. Hizo que “olvidaran” las escaseces y
carestías que efectivamente existieron durante los dos gobiernos peronistas.[11]
Este mecanismo que identifica Milanesio estaba
operando en las notas de Compañero y
de De Pie! referenciadas. Allí, Eva Duarte y
su intervención eran colocadas como presuntos epítomes de la acción
político-social del régimen peronista. El colocar a “Evita” como la encarnación
social del gobierno de Perón servía como mecanismo para disputar los sentidos
presentes y reconstruir, en un mismo movimiento, el pasado del propio peronismo
y sus recuerdos.
Esta forma de pensar la
figura de Eva Duarte se vinculaba con aquellos “dos cuerpos” del rey –uno
físico y otro simbólico- durante la Edad Media trabajados por Kantorowicz
(1957). Si bien es cierto, como reflexionó Lefort
(1990), que la revolución democrática del siglo XVIII dio con tierra con esa
concepción corporal de la sociedad, resulta pertinente destacar, como se
sugirió en la introducción, la pervivencia de determinadas categorías rayanas a
lo teológico-político en la modernidad. A este respecto, debe recordarse que la
comunidad política imaginada por Perón, y que algunas de sus huestes hicieron
suyas, presentaba ciertos ecos de este registro. Una configuración comunitaria
reacia al disenso y encarnada en su persona, donde la única voz válida era la
suya.[12]
Lo mismo sucede en el
caso de “los cuerpos” de Eva Duarte. Por una parte, uno mortal atravesado por
una enfermedad abrasiva. Del otro, el “cuerpo político” que, como señala Sarlo aludiendo a Kantorowicz, “coloca a su persona por
encima de las contingencias que afectan su cuerpo material” (2003, p. 90).
Fenecido éste, el político siguió encarnando la continuidad simbólica del
“reino peronista”, estimulado su recuerdo por las distintas vicisitudes
económicas, políticas y sociales que los argentinos que se filiaban en el peronismo
vivieron en los años posteriores a su muerte.
Como un modo de ahondar
en las representaciones mencionadas, es preciso referirse a la muerte de Eva
Duarte. Interesa interrogar los sentidos que activó el recuerdo de su
fallecimiento en los primeros años sesenta.[13]
En relación con esto, Gorza (2016) examinó las
prácticas de memoria elaboradas en los homenajes a “Evita” en el lapso
1955-1963.[14]
Según ella, las conmemoraciones se “mantuvieron estrechamente vinculadas a lo
religioso”. Ello fue así, aduce la autora, como producto de costumbres del
pasado que se repetían, aunque reactualizadas, en el presente. Las misas y
procesiones fueron “acorde[s] con el marco ideológico que caracterizó a esta
etapa” en el peronismo: años en los que primaron “deseos del retorno al orden
social y político” que existió hasta 1955 (Gorza,
2016, p. 15).
Sin embargo, habría que
matizar estas aserciones. Más que referirse a un reflejo del pasado o a una
simple actitud nostálgica, las misas y procesiones en homenaje a “Evita” se
relacionan con una característica de los sentidos de la muerte para un grupo:
la integración. A este respecto, Gentile (2007) puntualiza que el fascismo
ofreció una respuesta al problema de la muerte: exaltó el sentido comunitario
que integraba a los individuos al grupo. De ese modo, aquel que moría creyendo
en el credo fascista, “ingresaba en su universo mítico y adquiría la
inmortalidad en la memoria colectiva” mediante una serie de liturgias relativas
a los caídos (Gentile, 2007, p. 112). La muerte intentaba ser desterrada del
universo individual, transformándola en una experiencia comunitaria a través de
celebraciones litúrgicas. En un sentido similar procede Casquete (2007). El
valor integrador de la muerte puede encontrarse, por caso, en el derrotero de
los mártires del cristianismo. De forma latente o manifiesta, ellos habrían
cumplido la función de reforzar la cohesión grupal en los primeros círculos
cristianos. En definitiva, matizando la observación de Gorza
(2016), en la intimidad del culto religioso a la muerte de “Evita” los
asistentes se reconocían como pertenecientes a un mismo colectivo. Su recuerdo,
entonces, daba forma y cohesionaba el sentimiento de pertenencia al peronismo.
A este respecto, durante
el periodo 1962-1966 se sucedieron numerosas recordaciones del fallecimiento de
Eva Duarte. En el ’62 los actos planificados por los diez años de la muerte de
“Evita” eran numerosos.[15] El
principal se celebró en el sindicato de los trabajadores del Calzado de la
Capital Federal. No fue ni en una iglesia ni estuvo presidida por un sacerdote.[16] En
1963 las diversas misas en recuerdo de Eva Duarte convivieron con el “único
acto político en su homenaje… organizado por el candidato a Consejal
[sic] metropolitano Manuel Rosatto [en Capital
Federal]”.[17] En
los siguientes años, los actos de tipo religiosos monopolizaron la escena
memorial por “Evita”.[18] En
1964, el Consejo Coordinador y Supervisor del Peronismo (CCS)[19]
optó por la iglesia de Nuestra Señora de Monserrat en Buenos Aires. Del mismo
modo, las unidades básicas de la Lista Verde “Revolucionaria” de la Asociación
Obrera Textil eligieron para el acto central a la parroquia Nuestra Señora de
Luján de esa ciudad.[20]
Ese mismo 1964, el
semanario Compañero dedicó un
recuerdo al fallecimiento de “Evita”. Señalando las distintas celebraciones
organizadas, se obviaba mención a los actos religiosos. Especial énfasis se
hacía, en cambio, a la represión policial que motivaron los homenajes
celebrados en La Plata, Mendoza, Córdoba y Bahía Blanca. Según Compañero, estos episodios se
desencadenaron porque el gobierno de Illia habría notado que los peronistas
estaban consustanciados con el “contenido revolucionario de las banderas
enarboladas” por “Evita”. “Banderas” que, al decir del semanario, instaban al
pueblo a luchar. Asimismo, jirones que la “burocracia sindical-política” del
peronismo querría esconder. Según
Compañero, los sectores sindicales y políticos peronistas no sólo no habían
exigido la restitución del cuerpo de Eva Duarte, “desaparecido” con el arribo
de la llamada “Revolución Libertadora”.[21]
Tampoco declararon al 26 de julio, fecha de su muerte, como el “Día de la
Tristeza Nacional”. Para Compañero,
más que una simple declaración, urgía “transformar [al 26] en un día de lucha y
de combate”.[22] Las
misas y procesiones eran concebidas como simples estratagemas de sindicalistas
y políticos para encubrir esas supuestas facetas “rebeldes”, “revolucionarias”
de “Evita”. Se las asociaba, en definitiva, a una tendencia opuesta al “ánimo
de lucha” que debía vivificar a las huestes peronistas.
En lo que respecta al año
siguiente, grescas callejeras caracterizaron algunos de los homenajes
religiosos en recuerdo de Eva Duarte. En
el barrio de Belgrano de la Capital Federal, asistentes a la misa en Nuestra
Señora de la Inmaculada Concepción quisieron realizar, a su término, una
manifestación. La Policía Federal intervino y se produjeron detenciones.
Asimismo, efectivos policiales bonaerenses impidieron un homenaje en un altar
dedicado a la segunda esposa de Perón en Parque Sarmiento, Avellaneda.[23] En
Madrid, por otro lado, el viejo líder celebró una misa en la iglesia de los
Padres Mercedarios, en la que compartió el oficio con María Estela Martínez,
pronta a partir en su periplo sudamericano.[24]
A distancia de la
reticencia de Compañero, el semanario
Retorno[25]
reservó un lugar principal a los homenajes religiosos a Eva Duarte en 1965.
Según esta publicación, se realizaron misas en casi todas las barriadas
humildes de la Argentina, permitiendo a la iglesia recoger el “fervor católico
del pueblo peronista”. Aducían que no tenía sentido separar al “pueblo” de las
“tradiciones morales y religiosas de la argentinidad”. En tanto expresión de la
“personalidad nacional”, del “estilo de vida argentino”, el peronismo se habría
volcado masivamente, según Retorno, a
los “templos a rezar a Dios y rogar” por “Evita”. Cada una de las
conmemoraciones demostraban que el peronismo recordaba su lección de
“sacrificio y renunciamiento”. El “Pueblo peronista”, al igual que Eva Duarte,
habría renunciado a algo: a su bienestar, por mantenerse junto a su líder. Por
ello, con “su alma bien limpia y su conciencia tranquila”, pudo llevar
adelante, se marcaba desde Retorno,
los oficios religiosos.[26] Si,
por un lado, las conmemoraciones religiosas tenían un espacio fundamental en la
forma de recordación de la segunda esposa de Perón, por el otro, se trataba de
equiparar su “sacrificio” con el del peronismo tras 1955. Este parangón
permitía al “pueblo peronista” recordar sinceramente a quien fuera su ejemplo.
Al igual que “Evita”, aquel debía reconocer y aceptar su lugar dentro de la
estructura del movimiento: Perón en la cúspide, luego los dirigentes, y
finalmente ellos.
Estas formas polares de
conmemorar el fallecimiento de “Evita” en Compañero y Retorno
hablan de una cuestión sustancial: su recuerdo estaba vinculado a la disputa
política al interior del peronismo. Por caso, el semanario liderado por Valotta acusaba a dirigentes políticos y sindicales de
ocultar a través de oficios religiosos las consignas “revolucionarias” de Eva
Duarte. Compañero, en su lucha contra sindicalistas y políticos
peronistas, decía ser fiel al talante revolucionario que habría manifestado en
vida. Retorno, en cambio, destacaba, sobre todo la religiosidad que
impregnaban los recuerdos a “Evita” por parte de su pueblo. Incluso,
manifestaba como estériles los intentos por escindir las misas y procesiones de
las conmemoraciones por su fallecimiento. En tanto semanario ligado a las
cúpulas políticas bonaerenses del partido, a Retorno, a diferencia de Compañero,
le interesaba particularmente que las recordaciones continúen unidas a
manifestaciones religiosas, en tanto significaban, de alguna manera, poca o
nula disputa acerca de las características finales del mito “evitista”.
Sin embargo, y esto pasa
por alto Gorza (2016),[27]
los homenajes a Eva Duarte en estos primeros años sesenta excedieron los meros
recuerdos a su fallecimiento. Su natalicio también fue objeto de
consideraciones. Esto pone en tensión algunas de las características
arquetípicas del “mártir”. Según Casquete (2007), esta figura, a diferencia del
“héroe”, refiere a la persona que muere o padece excesivamente por la defensa de
sus ideales, negándose a renunciar a ellos. Sin resistencia aparente, “soporta
estoicamente el sufrimiento que el destino le depara” (Casquete, 2007, p. 132). En este sentido, si una
de sus particularidades es la muerte y su actitud frente a ella, ¿no la matizan
las “imágenes de la vida” como, por ejemplo, el nacimiento? No se sugiere con
esto que las conmemoraciones del nacimiento de Eva Duarte necesariamente vayan
contra el mito del “mártir”. Más bien, se trata de marcar la complejidad de ese
procedimiento típico de la religión, como lo entiende Agamben (2005): sustraer
cosas del uso común y trasladarlas a una esfera separada.
A este respecto, en 1962
el CCS celebró una misa por los 43 años de Eva Duarte en la iglesia Nuestra
Señora de Guadalupe del barrio porteño de Palermo. Entre los 300 asistentes,
estuvieron presentes Raúl Matera, Delia Parodi, Andrés Framini,
Sebastián Borro y Avelino Fernández.[28]
Lejos del acto oficial, en el barrio capitalino de Mataderos, y en las ciudades
de Córdoba y La Plata también se celebraron otras misas en homenaje.[29] Ese
mismo año, el semanario de las “62 Organizaciones Peronistas”, Descartes,[30]
dedicó unas palabras al natalicio de “Evita”. Augurando que en cada hogar
trabajador sería recordada, se decía que era menester poner el acento en el
transcurso de su vida y no solamente en su epílogo. Debía inspirar más el
momento en que “surgió a la vida y actuó, que cuando Dios quiso
inmortalizarla”. En el hecho de recordar la vida de Eva Duarte, se argumentaba
desde Descartes, de querer “recorrer
su sendero de sacrificio y amor”, ocurría su purificación.[31]
Aquí el acento estaba puesto menos en la muerte de la “mártir”, que en su
trayecto de vida. La narración se centraba en la vida “vivida” de “Evita”. La
rememoración de su ejemplaridad permitía al peronismo, según este semanario,
depurarse de sus elementos extraños y volver al arquetipo de “amor” y
“sacrificio” que emanaba de su figura.
Si bien no se registraron
actos en 1963 y 1964, Compañero
dedicó una contratapa a “Evita” en su natalicio número 45. A través de diversas
fotografías de su vida “política”,[32]
se la definía como un “extraordinario símbolo de lucha, coraje y confianza en
el futuro del pueblo”.[33] En
los años que siguen, las conmemoraciones continuaron la tendencia marcada: su
monopolización por parte de los oficios religiosos. En 1965, la misa central se
celebró en la iglesia de la Inmaculada Concepción de Belgrano. Haciendo a un
lado al secretario general del Partido Justicialista, Carlos Lascano, no
estuvieron presentes otros dirigentes peronistas de renombre.[34]
Para 1966, los recuerdos
religiosos por el natalicio de “Evita” se llevaron a cabo en un clima especial
dentro del peronismo. Tras el conflicto entre Perón y Vandor de principios de
ese año,[35]
sucedieron las elecciones a la gobernación de Mendoza.[36]
Bajo este marco, se celebraron dos actos religiosos, índices, de alguna manera,
de la fractura que atravesaba al peronismo. Uno de ellos, el “oficial”,
organizado por María Estela Martínez en la iglesia de la Inmaculada Concepción
de Belgrano. Tras la finalización de los oficios religiosos, “Isabel” y su
grupo se trasladaron al Cementerio de la Chacarita en Capital Federal. Allí
colocaron una placa en homenaje a “Evita”. En su discurso, una representante
femenina del Partido Justicialista señaló que todos los peronistas tenían la
obligación de cumplir con el mandato de Eva Duarte: “respetar y obedecer al
único jefe, en lugar de decir que debemos estar contra Perón para salvar a
Perón”.[37] El
segundo de los actos corrió por cuenta de la madre y las hermanas de “Evita” en
la misma iglesia. En su convocatoria, advertían que la ceremonia era “ajena a
toda especulación política”, aun cuando las máximas figuras del sector liderado
por Vandor fueron las primeras en confirmar su asistencia.[38]
Este grupo, los verdaderos convocantes al acto, pretendieron, al colocar a los
familiares de “Evita” en un primer plano, desentrañar un anudamiento que tejió
con esmero una porción del peronismo que respondía a las órdenes de Perón: la
equiparación entre María Estela Martínez y Eva Duarte, como se ahondará en la
próxima sección.
También
recordando su natalicio número 47, el semanario De Pie!
dedicó unas palabras. Auguraban que todo el pueblo estaría presente para
homenajearla. Sin embargo, “no tendremos –continuaba la nota- sino los templos
para orar” y pedir por su reposo. “Contrariamente a lo que puedan creer los
enemigos del pueblo”, era desde las distintas iglesias y parroquias que el
peronismo estaba más cerca de “Evita”. Ello porque “fue en la práctica de su
vida”, en los “ejemplos de sus constantes sacrificios”, una ferviente
cristiana, según De Pie!, “partícipe
de las enseñanzas de Jesús”.[39] Si
el tenor religioso impregnaba la totalidad de la nota, con las iglesias y
parroquias sindicadas como los únicos lugares desde donde se podría estar más
cerca de Eva Duarte, no menos llamativa es su equiparación con Jesús de
Nazaret.[40] Al
menos para De Pie!, la prueba de la
devoción cristiana que habría tenido “Evita” estaba en los ejemplos de su vida,
donde los actos sacrificiales constituían uno más de aquellos. Recordar la
“vida” para extraer de allí los modelos de comportamiento que debían guiar a
los militantes peronistas. En lugar de ponerse el acento en el trazo final del
recorrido biográfico del “mártir”, el sitio principal lo ocupaban las “imágenes
de vida”, las que darían cuenta de ese “modelo vivo” que sería “Evita” para el
grupo.[41]
Al igual que
con las conmemoraciones de su fallecimiento, los recuerdos del natalicio de Eva
Duarte se encontraban ligados a disputas de poder de tracción intra peronista,
lo que es particularmente claro en el bienio 1965-1966. Empero, sus evocaciones
ostentaban un marcado tinte religioso sin disputa, como se desprende de las
fuentes consultadas. El conflicto abierto entre Perón y Vandor apeló a las
evocaciones de “Evita” para dinamizar la lucha por el control real y simbólico
del movimiento peronista en la segunda mitad de los años sesenta. Piénsese, a
este respecto, en los dos actos que caracterizaron los recuerdos al nacimiento
de Eva Duarte de 1966. De un lado, Martínez de Perón y su grey, y, del otro, la
madre y las hermanas de “Evita” apoyadas por Vandor, por sindicalistas y
políticos reacios a continuar bajo la sombra del liderazgo de Perón. Quien
fuera la segunda esposa del caudillo exiliado, en definitiva, se convirtió en
una prenda que grababa el tono de la disputa al interior del peronismo.
“Isabel”,
autoridad legada. Del cisma peronista y el heraldo de unidad
El 12 de mayo de 1965
María Estela Martínez –también conocida como “Isabel”-[42]
arribó a Paraguay. Retornaba a Sudamérica por primera vez desde que se casó con
Perón en noviembre de 1961. Fue entrevistada en Nueva York, su única escala.
Ante la pregunta por los motivos de su viaje, contestó con exasperación: “No me
interesa la política. No sé nada de política, y no me gusta la política”.[43]
Ya instalada en Asunción,
se entrevistó con el cronista del semanario Confirmado,
quien la definía como una mujer menuda, baja y un “manojo de nervios”.[44]
Agregando, asimismo, que le parecía una persona distante, dura e incomunicable
cuando hablaba.[45]Además
de preguntarle por la salud de Perón y cómo lo
conoció, el cronista
realizó dos preguntas interesantes. Le consultó si era
peronista antes de
conocer al viejo líder. Ella respondió: “Siempre
fui peronista. En 1951 y 1954
voté por el Partido Peronista”. Asimismo, el reportero le
preguntó si era
católica. Indignada, Martínez expresó:
“¡Claro que soy católica! ¿Qué quiere
que sea?”, rechazando como “puras mentiras” sus
vínculos con el espiritismo.[46]
Estas dos impresiones de
la prensa sobre “Isabel” constituyen una útil puerta de entrada para
reconstruir, por un lado, las figuraciones que algunas voces peronistas del
periodo 1962-1966 hicieron de ella. Del otro, permite percibir de qué forma
operaba la imagen de “Evita” en ella. En primer lugar, una mensajera que, ajena
en partes iguales a las vicisitudes de la lucha política peronista, venía al
país a reorganizar a las huestes díscolas. Una delegada de Perón que solo traía
su mensaje, misión que tomaba mayores bríos por ser precisamente su esposa. Y,
en segundo, en una suerte de emulación del espectro de Eva Duarte, Martínez era
definida como una persona religiosa, una ferviente católica. Se la
caracterizaba como alguien a quien le tocó una tarea que no parecía coincidir
con su fortaleza física, pero que sin embargo demostraba ser, por una presunta
dureza de carácter, la indicada.[47]
A partir de
aquí, considérese el modo en que el semanario Retorno saludaba la llegada a la Argentina de María Estela Martínez
en octubre de 1965.
“Ella es portadora del Mensaje que el Movimiento
todo espera con ansiedad, para iniciar una nueva etapa… Ella con su fragilidad
femenina está señalando el camino del sacrificio y la lealtad de todos los
peronistas… Retorno, Vocero del Peronismo, ve en ella el arquetipo de la mujer argentina,
como esposa fiel y valiente compañera”.[48]
“Isabel Martínez de Perón es, a no dudarlo,
paradigma de la mujer argentina… Su autoridad no solo descansa en su vibrante
personalidad, sino en la confianza absoluta de Perón que la designó su representante
directa. Como si esto no fuera poco, el Pueblo Argentino la recibió con los
brazos abiertos, correspondiéndole con su fe, su amor y su lealtad. Es que el
pueblo confía y obedece a quien ha sido designada mensajera de Perón”.[49]
Se argumenta que “Isabel”
llegaba al país ungida como portavoz de Perón, quién le depositó su confianza
para traer un mensaje. Su autoridad descansaba precisamente en el caudillo. La
misión legada no era otra que la de poner coto al creciente influjo que el sector
de Vandor ostentaba tras la victoria electoral de marzo y la purga de las “62
Organizaciones” ocurridas a lo largo de 1965.[50]
Asimismo, los párrafos apuntan hacia otro lugar: Martínez era el arquetipo de
la mujer peronista, un espíritu femenino –y, por eso frágil, según Retorno- pletórico de ánimos de
“sacrificio” y de “lealtad”. Estás parecían ser las virtudes cardinales de toda
militante peronista femenina.[51]
Según este semanario, la función legada fue recibida con alegría por el
peronismo. Las huestes trataron de corresponder la “fe”, el “amor” y la
“lealtad” que manifestaba “Isabel”. Por ser elegida como la “representante
directa” de Perón, el “pueblo” la reconocía, confiaba en ella y la obedecía.
Aquí se ven expuestos,
por una parte, el intento por figurar alrededor de María Estela Martínez una
imagen que combinaba lo femenino con la obediencia a Perón. Como se precisó en
la sección anterior, algunas voces peronistas del periodo considerado sostenían
que Eva Duarte se destacó específicamente su respeto y obediencia hacia los
designios de Perón. Una suerte de equiparación entre las esposas de Perón
parecía tomar forma aquí.[52] Y,
por la otra, en íntima conexión, se quería revalidar el rol de delegado
personal de Perón y dotarlo de nuevas energías. Ya no se trataba de un
personaje en particular que encarnaba la actual correlación de fuerzas en el
peronismo. Desde octubre del ‘65, era la mismísima esposa de Perón la que
regresaba a la Argentina para organizar al movimiento acaudillado por su
marido. Si la autoridad, como se precisó en las primeras páginas, está
íntimamente vinculada al reconocimiento, ¿de qué forma desconocer a “Isabel” si
se encontraba ungida directamente por el viejo caudillo? Solo a riesgo de
colocar en entredicho la autoridad de Perón. A partir de este mecanismo,
parafraseando a Eva Duarte en Historia
del peronismo [1951], se quería significar que donde se hallaba “Isabel”,
lo hacía el propio líder.
En
sintonía con lo examinado, De Pie! dibujó características
similares en “Isabel”. Se la definía como:
“Una figura
ágil, dinámica, pletórica de vida, aunque enmarcada en una apariencia fina y
débil… Es la Delegada del Comando Superior Peronista
en la Argentina… [Además] tiene para nosotros un punto más de proyección que la
acerca a nuestros corazones. Es la esposa de nuestro jefe y conductor, Juan
Perón… Es una ferviente admiradora de la incomparable Eva Perón. Todo ello nos
permite ya tener una imagen cabal y las razones por las que conquistó nuestras
simpatías y ganó el sincero aprecio de los peronistas”.[53]
De forma similar a Retorno, se figuraba una María Estela
Martínez “pletórica de vida”. Una mujer fina, pero débil. De Pie! buscaba legitimar el rol
de “Isabel” como delegada. Dotarla de autoridad. Existían dos hechos que debían
suscitar las “simpatías” y el “aprecio” de las huestes peronistas: era la
esposa de Perón y se definía como una “ferviente admiradora” de Eva Duarte. La
equiparación entre las “mujeres de Perón” era menos sutil que en Retorno. Para este vocero de las “62
Organizaciones de Pie”, la igualación no sólo estaba en el vínculo conyugal. Se
encontraba también en la figuración “material” del cuerpo de “Isabel”: una
mujer que aparentaba ser débil, pero dentro de la cual anidaba un fuego
pasional.[54]
Sin embargo, aun cuando
esta equiparación parecía ser puesta a plena luz, se introducía un “fusible”,
tendiente a evitar, por decirlo de alguna manera, “malos entendidos”: María
Estela Martínez era una admiradora de la “incomparable Eva Perón”. Para De Pie!, en
su admiración, “Isabel” deseaba emular a su objeto –“Evita”-, sin llegar
identificarse completamente con él. Incluso, para intensificar esta imposibilidad,
se subrayaba el carácter incomparable de quien fuera la segunda esposa de
Perón. Así, para este semanario, se legitimaba el papel político y la figura de
“Isabel” –la delegada personal y la esposa de Perón- evitando su equiparación
con Eva Duarte.
Y esta aclaración no era
en vano. En noviembre de 1965, luego de que Martínez comenzara su periplo por
las provincias del interior argentino, se reunió secretamente en Avellaneda un
plenario peronista de personalidades ligadas a Vandor.[55]
El que se denominó “Plenario de Avellaneda” estuvo presidido por el senador
Mariano Fernández y contó con la presencia de Alberto Serú
García. Los principales blancos de ataque fueron el empresario Jorge Antonio y
el secretario general de la UP, Enrique Guerci. En
cuanto a María Estela Martínez, se la trató con “sobria cortesía”, como
manifestaba el cronista de La Razón.
A Eva Duarte, por otro lado, se la definió como “insustituible”.[56]
Más explícitamente, para
Adolfo Cavalli, líder del sindicato de los trabajadores petroleros, se debía
“hablar con sinceridad” y señalar que el “arribo de la compañera Isabelita se
produjo ante el desconocimiento de la conducción oficialista”. Para el diputado
Carlos Gallo, los “compañeros fueron burlados” por “Isabelita”, esperando en
vano que se informara que concurría a Córdoba.[57]
Por su autoridad legada, todo “ataque” a la tercera esposa de Perón no podía
ser directo. Como señalaba uno de los asistentes al plenario, el sindicalista
Alberto Armesto, las opiniones vertidas por los asambleístas no significaban
“nada contra Perón y su señora”.[58] La
embestida parecía ser, más bien, diferida. De un lado, anteponiéndole a María
Estela Martínez la figura de “Evita”. Marcándole, de alguna forma, que no
podría reemplazarla, por más que sea la nueva esposa de Perón y su delegada
personal.[59] Y,
del otro, colocando el acento en el grupo que la acompañaba.
A este último punto se
dirigía la jefatura de la Acción Revolucionaria Peronista (ARP) de John William
Cooke y Alicia Eguren[60] en
su contestación a la seccional partidaria santafesina por su informe sobre la
visita de “Isabel” a la provincia. Si María Estela Martínez era, según esta
agrupación, “acreedora a la consideración de nuestros compañeros”,[61] no
lo eran sus colaboradores. Por ejemplo, sobre sus custodios –militantes del
Comando de Organización y del Movimiento Nueva Argentina-,[62]
el informe de la ARP los calificaba como “violentos y reaccionarios”. Acerca de
sus dirigentes, se decía que esos “fervorosos partidarios de la ‘línea’ de
Isabelita” estaban compuestos por “los clericales y los conectados con grupos
militares”.[63]
Aquí también, como para los nucleados en Avellaneda, la censura hacia María
Estela Martínez se encontraba velada. Estaba tamizada por una dirigida a sus
acompañantes. Por ello el señalamiento insistente en la composición del grupo
“isabelino” y su caracterización de “reaccionarios” y “violentos”. Si a esta
identificación se le agrega la que hizo de sí misma la tercera esposa de Perón
de ser una ferviente católica, ¿no se estaba sugiriendo, de forma velada, el
carácter “reaccionario” de Martínez y de los que se vinculaban a ella?
Si en las anteriores
expresiones las invectivas y las caracterizaciones negativas eran indirectas, singular
va a ser la posición, por ejemplo, de las “62 Organizaciones Peronistas”.
Disgustados con Perón por el envío de “Isabel” al país, un representante de la
Mesa Coordinadora declaraba en noviembre de 1965: “La CGT y las ‘62
Organizaciones’ estaban unidas. A los cincuenta días de hallarse entre nosotros
Isabel Martínez de Perón, esa unidad está destrozada ¿Cuál es la misión,
entonces, que cumple?”[64]
Aseguraba que los “diez años de lucha, de concesiones y asimilaciones” se
habían hecho añicos a partir de su arribo.[65]
Era sindicada como la culpable de los conflictos que surcaban al gremialismo de
filiación peronista. El corolario de ello fue la división del “brazo político
del sindicalismo peronista” y el quiebre en la CGT a comienzos de 1966.
Esta acusación, aunado al
proceso de crecientes tensiones intra sindicales que generó su presencia en el
país, condujo a María Estela Martínez a publicar una solicitada en vespertinos
nacionales. Buscaba aclarar qué objetivo guiaba al organismo recientemente
formado y que encabezaba, el Comando Superior Delegado.
Luego de afirmar que no existían “marchas ni contramarchas” y tampoco
decisiones tácticas o estratégicas por “rectificar o corregir”, el nuevo
organismo tenía un solo mandato: “Unidad y solidaridad… paz y concordia dentro
de la familia argentina”.[66]
Vinculado a esto, desde Retorno se
presentó el quehacer de “Isabel” como un “trabaj[o]
por la unidad del Movimiento Peronista”. Quienes la acusaban de “divisionista”,
querían en verdad fragmentar al peronismo. Por ello la “calumnian y vituperan
groseramente”. “Su tarea e[ra]… bregar por la Unidad
del Movimiento”.[67]
Precisamente,
el lema de la pacificación fue esgrimido por “Isabel” en su arribo a la
Argentina. Por ello Vandor y otros sindicalistas criticaron el mensaje de “paz
y unidad”. Si el objetivo máximo del peronismo era el regreso de su líder,
decían aquellos, no se lograría con una pregonada pacificación, sino como
“consecuencia natural del triunfo del movimiento”.[68]
Poniendo en cuestión la misión que guío su arribo al país, Vandor y su grupo
criticaban la propia figura de “Isabel”, desconociendo su autoridad legada por
Perón. En otras palabras, ¿para qué anunciaba pacificación si la única forma de
lograr el regreso del viejo caudillo era con la victoria de su movimiento? En
cambio, ¿no buscaba esa “avanzada femenina”, como la denominaban, horadar el
poder del sindicalismo ligado al hombre fuerte de la UOM para inclinar la
balanza hacia el lado de Perón? A su juicio, no cabían dudas. “Isabel” era una
mera prenda de “división”.
Palabras
finales
Este artículo se
interrogó por los modos en que fue pensada por diversas voces peronistas
capitales de los primeros años sesenta la figura de María Estela Martínez de
Perón. En esta figuración ocupó un lugar fundamental la imagen de Eva Duarte.
Como una suerte de daguerrotipo, las distintas características que actores
individuales y organizativos adosaron a “Evita” en el periodo 1962-1966 fueron
utilizadas “a contraluz” para retratar a “Isabel” y reubicar la misión que le
encomendó Perón desde su exilio español.
Por esta razón, el
artículo comenzó indagando los “cuerpos” de Eva Duarte: el político y el
material. A partir de la identificación de algunos ecos teológico-políticos, la
mirada se dirigió al modo en que el peronismo de los primeros sesenta conmemoró
el fallecimiento y el nacimiento de “Evita”. Si los recuerdos elaborados de su
muerte, ligados hondamente a actos religiosos, se vincularon a una apuesta por
intensificar la cohesión grupal y el reconocimiento mutuo entre la militancia
peronista, las conmemoraciones de su natalicio, esas “imágenes de vida”,
pretendían funcionar como un modelo ejemplar. Con estas consideraciones
presentes, se examinaron las formas mediante las cuales diversos nucleamientos
peronistas del periodo 1962-1966 representaron a “Isabel”. Se trataba, para
algunas de las voces examinadas, del arquetipo de la mujer peronista –obediente
y devota-, que llevaba a cabo una tarea que parecía exceder sus fuerzas
físicas.
Ahora bien, ¿qué
elementos de la figuración elaborada de “Evita” permearon la caracterización de
María Estela Martínez? ¿Qué sentidos dinamizó esta apuesta política? El punto
más claro es su religiosidad católica. Para algunas voces analizadas, las misas
permitían considerar el “fervor católico” de las huestes peronistas. Otras
consideraban que desde los templos católicos se estaba más cerca de la
ejemplaridad de Eva Duarte por haber sido ella una “cristiana devota”. En lo
que respecta a “Isabel”, además de su autoidentificación como católica, se la
caracterizaba como una mujer profundamente religiosa. Esto conduce al segundo
de los elementos a destacar: la obediencia. Algunas voces peronistas
enfatizaban en su construcción figurativa de “Evita” la obediencia y el respeto
que manifestó en vida hacia Perón. Algo similar sucedía en la presentación que
hacían de María Estela Martínez. El mecanismo continuaba operando. Sin embargo,
con una intensificación no menor: su carácter simultáneo de esposa y delegada
de Perón. Esta doble condición hizo que todo ataque a su figura tuviera que ser
diferido. En tanto compañera y representante directa del caudillo en sus
“negocios” locales, cualquier intento por criticar su “misión” y sus tareas no
podía ser explícito. De otro modo sería tomada como una envestida contra la
autoridad de Perón, como parecían entenderlo los que concurrieron al “Plenario
de Avellaneda” y los líderes de Acción Revolucionaria Peronista. El tercer y
último de los elementos a subrayar refiere a la unidad. Aun en vida, “Evita” se
definía como un puente “de amor” entre Perón y su pueblo. En las primeras
páginas de este trabajo se sostuvo, considerando particulares inflexiones
teológico-políticas, que la doble valencia “corporal” de Eva Duarte hizo que,
muerto el cuerpo físico, el político pareciera encarnar la continuidad
simbólica del peronismo. Este efecto se precisó al hablar del rasgo integrador
y cohesivo de las conmemoraciones religiosas a su fallecimiento. María Estela
Martínez intentó operar en un registro similar: su misión estaba allende la
“política”. En este aspecto, se mantenía en sintonía con la animadversión que
Perón manifestó recurrentemente hacia la actividad política en sus años de
gobierno y también después. La de “Isabel” se consideraba una cruzada por la
“unidad, la paz, la concordia y la solidaridad”. Cualquier puesta en cuestión
de esta campaña y a su autoridad legada era, para algunas voces referenciadas,
un ataque contra Perón y su movimiento. Un desconocimiento a su lugar como
líder. Otras, en cambio, consideraban errada la insistencia en la “paz y
unidad”. Al decir de Vandor y su grupo, el caudillo solo podría retornar al
país con una victoria del peronismo. Para ellos, en definitiva, era menester
guerra y división.
Los espectros de “Evita”
rondaron los imaginarios políticos argentinos y peronistas previamente a los
cruciales años setenta. Incluso, acecharon a María Estela Martínez tiempo antes
de convertirse en vicepresidenta a cargo de la presidencia tras el
fallecimiento de Perón el 1 de julio de 1974. Para atacar o abonar al rol de
delegada de “Isabel” en los primeros sesenta estudiados en este artículo, el
espíritu de “Evita” era insistentemente evocado y sus características
continuamente reperfiladas. No podría ser de otro
modo. La polémica política al interior del peronismo precisaba, en medio del
periodo más álgido del exilio de su líder, mojones de reconocimiento. Eslabones
que permitieran, de forma simultánea, (re)construir una autoridad lacerada y
dar sentido a la confrontación política.
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Recibido: 25/05/2021
Evaluado: 12/07/2021
Versión Final: 09/08/2021
[1] El
autor desea agradecer las observaciones y los comentarios de las/los evaluadores.
La investigación es un proceso con aciertos y éxitos, pero también con
desaciertos y errores. Es por ello que la puesta en común de sus resultados
constituye una fase fundamental de su desarrollo. Permite corregir, subsanar y
completar las ideas iniciales, dando nacimiento, simultáneamente, a nuevas y
más complejas. Parafraseando a Hannah Arendt, la realidad del conocimiento
científico radica en la simultánea presencia de otras perspectivas y aspectos
que dan forma a un mundo común. Esta presencia enriquece y complejiza el
trabajo académico.
[2] Así
se denominaron los partidos que disputaron los votos dejados por el peronismo
proscripto tras el golpe de Estado de 1955. El primero de ellos fue la Unión
Popular (UP), formado por antiguos funcionarios como Rodolfo Tecera del Franco y Atilio Bramuglia. Se sugieren Arias y
García Heras (1993), y Melón Pirro (2009) para ahondar.
[3]
Distinto fue el caso durante el interregno del sucesor de Frondizi, José María
Guido. Durante su año y medio de gobierno, un nuevo estatuto de partidos
políticos fue particularmente severo con lo que denominaba “propaganda
peronista”. Ni la victoria de los militares legalistas “azules” en el otoño de
1963 cambió su política hacia el peronismo. Sumándose a las directivas del
decreto 2.713 que extendía la proscripción al movimiento acaudillado por Perón,
los edictos 4.046 y 4.784 prohibieron a la UP participar sola o mediante
coaliciones en las elecciones presidenciales del 7 de julio de 1963. Para
ampliar, véase Tcach (2007).
[4]
Parafraseo del título de Cortés Rocca y Kohan (1998), Imágenes de vida, relatos de muerte.
Eva Perón: cuerpo y política.
[5] La
presunta encarnación del cuerpo político del peronismo en el biológico de Eva
Duarte es marcada también por Vezetti (1997).
[6] Sobre
la Fundación Eva Perón, se sugiere Barry, Ramacciotti y Valobra
(2008).
[7]
Semanario de ocho páginas que publicó 79 números entre junio de 1963 y abril de
1965. Fue dirigido por el médico y antiguo militante del reformismo
universitario, Mario Valotta. Tras la constitución
del Movimiento Revolucionario Peronista, se transformó en su vocero. Funes
(2018) examina la publicación.
[8] Compañero, Buenos Aires, 15/09/1964,
núm. 64, p. 4.
[9]
Órgano de las “62 Organizaciones de Pie Junto a Perón”. Contó con 19 números y
se editó entre marzo y julio de 1966. Su director fue José Alonso. Para ampliar
sobre el semanario, Carman (2015).
[10] De Pie!, Buenos
Aires, 03/05/1966, núm. 8, p. 6.
[11] En
todo regreso memorial al pasado, sea personal o grupal, sea nacional o
regional, existen esos “errores”, mirados desde la “historia”. Uno de los
problemas del uso de la historia oral y los relatos memoriales es el de cargar
sobre las narraciones juicios por la supuesta inexactitud con el pasado
“empírico”. En el caso de Milanesio, la pregunta del
por qué debería llevar al interrogante por los efectos que esos desplazamientos
producen ¿Qué sentidos reavivan y cómo se introdujeron en la propia
configuración imaginaria del pasado? Aun sin explotar completamente las
conclusiones que esboza, el trabajo de James (2004) brinda interesantes
reflexiones sobre el quehacer historiográfico y sus problemas metodológicos
cuando se apela a la historia oral.
[12] Estas
características fueron marcadas por Sigal y Verón
(1988), y por Rozitchner [1985] (2012).
[13] Lo
que abona a esa particular relación que la sociedad argentina, según Vezzetti (1997), ha entablado entre política y muerte. Sin
embargo, si ello es característico en el caso de “Evita”, no es una invención
del peronismo y tampoco es exclusiva del siglo XX argentino. Gayol (2016) argumenta que los usos de la muerte o de
algunos cuerpos como vehículos políticos pueden rastrearse desde los albores de
la dominación española en tierra americana. Los funerales de Estado típicos del
siglo XX buscaron, según esta autora, interpelar el presente y especular sobre
el futuro, presentándose como los garantes del orden y de la Nación.
[14] Para
examinar las manifestaciones de duelo por el fallecimiento de “Evita” en la
provincia de Tucumán en 1952, véase Santos Lepera (2012).
[15] Según
registraba la ex Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de
Buenos Aires (DIPPBA), en territorio bonaerense se organizaron actos en Tres de
Febrero, Berazategui, Lobos, Berisso, San Nicolás y Las Flores. “Actos y misas
de homenaje por el fallecimiento de Eva Perón. Año 1962”. Comisión Provincial
por la Memoria, Fondo Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia
de Buenos Aires, Mesa Referencias, legajo 10778, folios 139-168.
[16] Democracia, Buenos Aires, 25/07/1962, p.
4.
[17] Compañero, Buenos Aires, 30/07/1963,
núm. 8, p. 3.
[18] Esta
cuestión se puede observar en la grilla que realizó la antigua DIPPBA. Salvo en
La Plata, General Paz, Merlo y Lomas de Zamora, los actos bonaerenses se
desarrollaron en iglesias y parroquias. “Actos y misas de homenaje por el
fallecimiento de Eva Perón. Año 1964”. Comisión Provincial por la Memoria,
Fondo Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires,
Mesa Referencias, legajo 10778, folios 27 y 28, y 137-143.
[19]
Aparecido en 1958, constituyó la segunda institución creada por Perón para
suplir la carencia de organización partidaria propia a nivel local y,
simultáneamente, disuadir la aparición y afianzamiento de nuevos liderazgos
locales. Para ampliar sobre el CCS, véase Melón Pirro (2017).
[20] El Mundo, Buenos Aires, 27/07/1964, p.
6.
[21] Sus
restos embalsamados reposaron desde el 26 de julio de 1952 hasta el golpe de
Estado del 16 de septiembre del ‘55 en el edificio de la Confederación General
del Trabajo (CGT), Capital Federal. Dos años después se conoció que el cuerpo
había sido secuestrado. Desde aquel momento, se tejieron múltiples explicaciones
del robo y de los lugares en donde se hallaría, alimentando leyendas y
versiones que circularon incluso luego de su repatriación en 1971. Para ampliar
sobre ellas, véase Ehrlich y Gayol (2018).
[22] Compañero, Buenos Aires, 04/08/1964,
núm. 58, p. 5.
[23] El Mundo, Buenos
Aires, 27/07/1965, p. 6.
[24] El Mundo, Buenos Aires, 26/07/1965, p.
6.
[25] Con
tres directores en sus 111 números editados entre 1964 y 1966 –José Constantino
Barro, Pablo Michelini y Raúl Jassen-,
fue una publicación financiada por el empresario Jorge Antonio y ligada al
Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires. Se examinan algunos de
sus tópicos en Funes (2020).
[26] Retorno, Buenos Aires, 28/07/1965, núm.
55, p. 3.
[27] Lo
mismo puede decirse del trabajo de Ehrlich (2016). El recorrido que propone la
autora no toma en cuenta que el natalicio de “Evita” también fue objeto de
conmemoraciones en el periodo del exilio de Perón.
[28] La Razón, Buenos Aires, 08/05/1962, p.
12.
[29] La Razón, Buenos Aires, 08/05/1962, p. 8
y Democracia, Buenos Aires,
08/05/1962, p. 5.
[30]
Semanario de cuatro páginas editado a lo largo del año 62. Miguel Gazzera fue su director. Contó, entre otros, con Juan José
Hernández Arregui, Fermín Chávez y José María Rosa como columnistas. Luego de
18 números, agobiados por problemas financieros y por la persecución del
gobierno de Guido, dejó de editarse. Para ampliar, véase Carman
(2015).
[31] Descartes, Buenos Aires, 15/05/1962,
núm. 8, p. 1.
[32] Se
pasan por alto las imágenes de su vida anterior a 1945. Cortés Rocca y Kohan
(1998) examinan diversas fotografías de Eva Duarte en esa etapa y reconstruyen
los sinuosos caminos de su vida actoral.
[33] Compañero, Buenos Aires, 05/05/1964,
núm. 45, p. 8.
[34] La Razón, Buenos Aires, 08/05/1965, p.
3.
[35] La
llegada de María Estela Martínez a la Argentina en 1965 y los intentos
organizativos de Perón evidenciaron que el creciente poder de Vandor comenzaba
a ser un problema. Entre finales de año y comienzos del siguiente, el conflicto
se mostró sin tapujos. La “batalla final” tuvo como marco la provincia de
Mendoza en 1966.
[36] El 17
de abril se celebraron elecciones generales en esta provincia. Si bien el
candidato oficial del Partido Demócrata resultó electo gobernador, el segundo
puesto dirimió el conflicto que azuzaba al peronismo en aquellos años. La
fórmula apoyada por Perón, Ernesto Corvalán Nanclares-Alberto Martínez Baca,
aventajó por diez puntos a la auspiciada por Vandor –Alberto Serú García y Ventura González-. Tras su derrota, el
proyecto vandorista fue perdiendo paulatinamente su
esplendor para propios y extraños. Marcilese (2017),
sin embargo, es menos taxativo con respecto al carácter definitorio de los
comicios cuyanos. Véase Álvarez (2007) para profundizar sobre la elección
mendocina y sus ecos posteriores.
[37] El Mundo, Buenos Aires, 08/06/1966, p.
6. Se aludía aquí a una frase endilgada a Vandor. Según
Galasso (2016), en la “Asamblea de Avellaneda” de
noviembre de 1965 el “vandorismo” acuño una fórmula
que periódicos y semanarios de actualidad no cejaron de achacarle al líder de
la UOM: “Es necesario, en estas circunstancias, estar contra Perón para
defender a Perón”. En otras palabras, que la única manera de ser “fiel” a lo
que Perón pensó e hizo era, para Vandor y los suyos, “traicionar” lo que
pensaba y hacía en esos primeros años sesenta. Se estaba haciendo referencia a
la elección de María Estela Martínez como su delegada personal y encargada de
los negocios del partido en el ámbito local. Una copia de la “Declaración de
Avellaneda” puede encontrarse en Álvarez (2007).
[38] El Mundo, Buenos Aires, 07/05/1966, p.
6.
[39] De Pie!, Buenos
Aires, 03/05/1966, núm. 8, p. 1.
[40] Según
Caimari [1994] (2010), en la caracterización de
“Evita” durante el gobierno peronista convivieron dos tipos de
representaciones. De un lado, se la equiparaba a la Virgen María, dotándola de
un aura de sacrificio virginal. Y, del otro, a la imagen de un Jesucristo
redentor de los pobres y enemigo de los ricos. La pasividad y la combatividad
convivían en estas representaciones.
[41] En
Ehrlich (2012) se trabaja la construcción arquetípica del militante juvenil
peronista y sus parecidos de familia ideológicos.
[42] Según
Sáenz Quesada (2020), este nombre lo tomó de Isabel Zoila Gómez, esposa de José
Cresto. Tras un conflicto familiar, una joven María
Estela abandonó su casa paterna para mudarse con el matrimonio Cresto. Sin embargo, la autora no considera una posibilidad
que brinda el mismo sufijo diminutivo –ita: la
película “Isabelita” de Manuel Romero de 1940. Se cuenta la historia de una
muchacha de “buena familia” (Paulina Singerman) que, aburrida de su vida
acomodada y rehuyendo de un matrimonio arreglado, comienza a entablar amistades
con sectores populares. De la mano de su empleada doméstica (Sofía Bozán), conoce a un músico humilde (Juan Carlos Thorry) del
que se enamora. Para no ser descubierta, Isabelita debe confeccionar un
personaje: una muchacha humilde que trabaja para una familia rica. Como un background de
significados compartidos, una posibilidad cierta es que el nombre “Isabelita”
para referir a María Estela Martínez haya bebido de la película de Romero. Una
mujer que debía representar un papel “humilde” para cumplir con las tareas
encomendadas y sobrevivir al peso (simbólico) de la figura de Eva Duarte.
[43] La Razón, Buenos Aires, 12/05/1965, p.
10.
[44] La
propia María Estela Martínez en una carta a Perón de finales de los años
sesenta se reconocía como una mujer nerviosa y desconfiada, pero también
responsable y leal (Sáenz Quesada, 2020).
[45] No
era la misma caracterización que Perón hizo de su esposa. En una misiva a
Humberto Sosa Molina fechada el 2 de diciembre de 1965, decía que María Estela
Martínez “tiene el tino necesario para obrar bien y está preparada
convenientemente para enfrentar estas situaciones [la lucha contra Vandor] con
la paciencia y el acierto que se necesita” (Pavón Pereyra, 1983, p. 128).
Asimismo, en otra carta de enero de 1966, contaba a José Alonso que “Isabel”
era una mujer “muy sensible, por eso hay que tratarla por las buenas y se
consigue todo, aunque por las malas no conviene intentar nada porque, nada se
consigue” (Pavón Pereyra, 1983, p. 136).
[46] Confirmado, Buenos Aires, 21/05/1965,
núm. 3, p. 16. Según Sáenz Quesada (2020), los Cresto
eran espiritistas. Ellos habrían introducido a María Estela Martínez en esta
práctica. Sin percatarse de sus incompatibilidades, “Isabel” combinó el
espiritismo con la religión católica.
[47] Esta
caracterización aparece explícita, por caso, en boca del biógrafo de Perón y
secretario personal en Madrid, Enrique Pavón Pereyra. En una entrevista, la
definía por “su piedad torrencial, practicada sin alifafes ni alharacas”.
También por una catolicidad “sustancial, medular, que abreva en acciones
piadosas”. Por último, señalaba que estaba desprovista “de todo lo que no se
alimenta de lealtad, de abnegación, de entrega sin retaceos a la causa”. Retorno, Buenos Aires, 17/11/1965, núm.
71, p. 4.
[48] Retorno, Buenos Aires, 13/10/65, núm.
66, p. 1.
[49] Retorno, Buenos Aires, 03/11/1965, núm.
69, p. 1.
[50] Tras
las elecciones internas para reorganizar el partido de mitad de 1964, el
peronismo participó en los comicios legislativos de marzo del año siguiente.
Por el veto al Partido Justicialista, se recurrió a la UP. Las elecciones
resultaron ser un cimbronazo para el gobierno de Illia. A nivel nacional, el
peronismo aventajó por casi 5 puntos al oficialismo, posicionándose como
primera minoría. El creciente influjo que adquirió Vandor hizo que Perón
enviara al país a su tercera esposa en octubre del ’65, como ya se mencionó. Su
llegada intensificó los conflictos entre el líder de los metalúrgicos y el
secretario general de la CGT, José Alonso. En febrero de 1966, la Mesa
Coordinadora de las “62 Organizaciones” pidió la renuncia de Alonso. Éste,
animado por Perón, dimitió y organizó unas “62” paralelas: las “62
Organizaciones de Pie Junto a Perón”.
[51] Para
ampliar sobre las representaciones y las prácticas políticas de las “mujeres
peronistas” entre 1955 y 1966, véase Gorza
(2017).
[52] Este
intento de emulación lejos estaba de ser una particularidad del peronismo. El
humorista gráfico Juan Carlos Colombres (a) Landrú, a
poco de conocerse que María Estela Martínez viajaría a la Argentina, publicó
una viñeta. Un trabajador tachaba en un cartel “La Plata”, para escribir
“Ciudad Isabelita”. Al ver esto, otro personaje pregunta: “¿Cómo? ¿Ya llegó
Isabelita Martínez?”. El Mundo,
Buenos Aires, 03/10/1965, p. 1.
[53] De Pie!, Buenos
Aires, 08/03/1966, núm. 1, p. 12.
[54] En su
carta a Alonso ya mencionada, Perón establecía una correspondencia entre los
caracteres de “Isabel” y de “Evita” (Pavón Pereyra, 1983).
[55] Ver
nota 37.
[56] La Razón, Buenos Aires, 26/10/1965, p.
4.
[57] Ibíd.
[58] Ibíd.
[59] A
esto mismo apuntaba el vandorismo a poco de celebrar
el natalicio de Eva Duarte en mayo de 1966. Según los informes de la ex DIPPBA,
confeccionó un folleto con el título “Isabel Martínez no lo traiciona a Perón,
lo abandona”. Luego de la transcripción de un comunicado donde “Isabel”
confirmaba que se prolongaba su estancia en el país, el volante definía a Eva
Duarte como la “única abanderada del peronismo”. Según el informante policial,
este era el comienzo de una gran campaña desde el vandorismo
para exaltar la figura de “Evita” y contraponerla a María Estela Martínez. En
esta cruzada, decía el informe, el vandorismo
proclamaría a “Evita” como el “Símbolo de la Unidad” y como la “Abanderada de
los Trabajadores”. Con ello se buscaba destruir políticamente a “Isabel” y
dinamitar su autoridad legada. “Actividades de Isabel Martínez de Perón durante
los meses de febrero, marzo y abril del año 1966”. Comisión Provincial por la
Memoria, Fondo Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de
Buenos Aires, Mesa Referencias, legajo 13511, folios 6 y 7.
[60] Sin
hacer aquí un examen del pensamiento de John William Cooke, solo se quiere
destacar el modo en que aparecía figurada María Estela Martínez. Para ahondar
en él, véase Galasso (2004) y Caruso (2017).
[61] “Con
respecto al ‘Informe sobre la visita de Isabel Perón”. Biblioteca Nacional
Mariano Moreno, Fondo Alicia Eguren – John William Cooke, Actividades, Carpeta
2, Unidad de Conservación 15, Acción Revolucionaria Peronista, 03/12/1965, p.
5.
[61] El Mundo, Buenos Aires, 16/08/1965, p.
14.
[62] Sobre
estas organizaciones, véase Besoky (2016) y Denaday (2016).
[63] “Con
respecto al ‘Informe sobre la visita de Isabel Perón”, op. cit. p. 10.
[64] El
humorista gráfico Lino Palacios (a) Flax plasmó la
sensación de este sindicalista. En una viñeta, Perón y María Estela Martínez
hablan por teléfono. El caudillo pregunta “¿Cómo andan las cosas por allí,
querida esposa?, a lo que ella contesta: “¡Fenómeno, Pochito!
¡Cuando llegué había cuatro tendencias en el peronismo y ahora hay cuarenta!”. Primera Plana, Buenos Aires, 16/11/1965,
núm. 158, p. 19.
[65] La Nación, Buenos Aires, 26/11/1965, p.
10.
[66] El Mundo, Buenos Aires, 29/01/1966, p.
12.
[67] Retorno, Buenos aires, 25/03/1966, núm.
93, p. 1.
[68] La Nación, Buenos Aires, 26/11/1966, p.
11.