Nicolás Herrera en Río de Janeiro, 1815-1816
Una aproximación al exilio rioplatense en tiempos de guerra y revolución[1]
Nicolás Herrera in
Rio de Janeiro, 1815-1816
An approach to the
River Plate exile in times of war and revolution
Pablo Ferreira
Facultad
de Humanidades y Ciencias de la Educación,
Universidad
de la República (Uruguay)
pablo.ferreira2311@gmail.com
Resumen
El artículo propone una aproximación a una etapa de la vasta
trayectoria política, de escala regional y atlántica, del montevideano Nicolás
Herrera: su exilio en Río de Janeiro desde su salida como desterrado de Buenos
Aires en 1815 hasta su retorno a Montevideo, junto a las fuerzas lusitanas, en
enero de 1817. Acompañando la renovación de estudios sobre desplazamientos de
población por razones políticas en las primeras décadas del siglo XIX, el
trabajo avanza en dos líneas de análisis complementarias: en primer lugar se
interroga sobre la vida en el exilio, tanto en su dimensión cotidiana como en
las formas de intervención política. En segundo lugar, reflexiona sobre los
planteos de Herrera respecto a la revolución rioplatense y sus perspectivas;
atendiendo a la idea del exilio como etapa de reflexión identitaria, balance y
proyección a partir de lo vivido. Tomando por base la correspondencia familiar
y política de Herrera nos interrogamos sobre sus vínculos con la comunidades de
origen y de recepción, sus estrategias de supervivencia, las redes de
sociabilidad, los conflictos con otros grupos de emigrados, así como sus
intentos de articular alianzas políticas para retornar a los espacios de poder
que había perdido.
Palabras Clave
Exilio; Emigración;
Nicolás Herrera; Río de la Plata; sociabilidad; política.
Abstract
The article proposes
an approach to a stage in the vast political career, on a regional and Atlantic
scale, of Nicolás Herrera from Montevideo: his exile in Rio de Janeiro from his
departure as an exile from Buenos Aires in 1815 until his return to Montevideo,
together with the Lusitanian forces, in January 1817. Accompanying the renewal
of studies on population displacements for political reasons in the first
decades of the 19th century, the work advances in two complementary lines of
analysis: first, it asks about life in exile, both in its daily dimension and
in the forms of political intervention. Secondly, it reflects on Herrera's
proposals regarding the River Plate revolution and its perspectives; attending
to the idea of exile as a stage of identity reflection, balance and projection
based on what has been lived. Taking Herrera's family and political
correspondence as a basis, we asked ourselves about his links with the
communities of origin and reception, his survival strategies, social networks,
conflicts with other groups of emigrants, as well as his attempts to articulate
political alliances. to return to the spaces of power that he had lost.
Keywords
Exile; Emigration;
Nicolás Herrera; Río de la Plata; sociability; politics.
En el
archivo del destacado político rioplatense Lucas Obes, resguardado en el Museo
Histórico Nacional de Uruguay, se conservan unas sugerentes páginas escritas
con motivo de la muerte de Nicolás Herrera, en febrero de 1833. En esos folios
se recapitula una trayectoria excepcional dentro del mundo de las revoluciones
iberoamericanas, que transcurrió por diversos escenarios de Europa y América, y
que no ha generado estudios de conjunto.[2] Para reconstruir
las “múltiples vidas” de Herrera, resulta necesario acudir a distintos
repositorios e historiografías. Estamos, jugando con la expresión del
historiador Luis Glave, ante un caso de “anti-héroe fragmentado”, a partir de
los relatos de las historiografías nacionales del Río de la Plata, el Brasil y
España (2002).
Nicolás Herrera nació en
Montevideo en setiembre de 1775, transitó allí su infancia e hizo sus primeras
letras en el colegio de los Franciscanos, formándose luego como
bachiller
“en ambos derechos” por la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca.
Posteriormente se trasladó a Madrid donde se recibió de abogado en 1799,
incorporándose al Real Colegio de esa ciudad en 1800. Retornó a Montevideo un
año después donde comenzó a ejercer su profesión y a realizar actividades
mercantiles.[3]
Por entonces contrajo matrimonio con Consolación Obes, también ella una figura
de gran proyección en la vida política del período y un vínculo social de
importancia que conectó a Herrera con diversos círculos de notables que
tuvieron actuación destacada en los años de la revolución, las guerras de
independencia y los inicios de los estados independientes en la región.[4]
En
1806 inicia un nuevo periplo que lo alejará por varios años de su ciudad natal
y su familia. El Cabildo y la Junta de Comerciantes lo designaron apoderado
ante la Corte de Madrid para informar sobre la participación de Montevideo ante
las invasiones inglesas y para presentar diversos petitorios elaborados por los
cuerpos representativos de la ciudad. En el desempeño de su misión fue testigo
privilegiado de los sucesos de 1808 y fue designado diputado ante el Congreso
de Bayona. Pasó luego a Madrid junto a las fuerzas francesas y cuando estas
abandonaron la ciudad, tras la derrota en la batalla de Bailen, decidió
permanecer allí, presentándose ante la Junta de Aranjuez que aceptó sus
descargos. Se trasladó luego a Sevilla y se presentó ante la Junta Central y
Gubernativa del Reino que lo designó Contador General de Azogues y Ministro de
la Real Hacienda de Huancavélica, en el virreinato del Perú.[5]
Retornó
a Montevideo a inicios de 1810 para buscar a su familia y solucionar asuntos
comerciales antes de radicarse en Perú, pero no logró pasar a su destino debido
a los acontecimientos en Buenos Aires. Pese a integrar los “círculos de
americanos” que actuaban clandestinamente en Montevideo para favorecer la causa
juntista, logró subsistir algunos meses en una ciudad cuyas autoridades
adhirieron fielmente a la Regencia. En ese período se desempeñó como asesor del
Cabildo y fue redactor responsable de La Gaceta, un periódico surgido para
contrarrestar la propaganda de la prensa editada en Buenos Aires. Una vez
sitiada la ciudad en mayo de 1811, Herrera fue desterrado por las autoridades
montevideanas, acusado de actuar a favor de los insurgentes. Se estableció
junto a su familia en el campo sitiador y pasó a desempeñarse como secretario
del coronel José Rondeau, que comandaba el sitio. Tras el armisticio celebrado
en octubre de 1811, se trasladó a Buenos Aires.
En esa
ciudad hizo la “carrera de la revolución” siendo designado en dos períodos como
ministro de Hacienda por los triunviratos que gobernaron las Provincias Unidas
entre 1811 y 1814. En 1812 integró una comisión encargada de elaborar un proyecto
de constitución a presentarse ante la Asamblea General Constituyente, que no
llegó a ser aprobado. Cumplió además importantes misiones diplomáticas, siendo
su actuación fundamental en la firma del tratado de paz con el Reino de
Portugal en 1812. Un año después fue enviado al Paraguay para persuadir a su
gobierno de enviar diputados al Congreso reunido en Buenos Aires. En 1814, por
su parte, fue designado en la secretaría de Gobierno por el Director Gervasio
Antonio de Posadas, cargo que mantuvo durante la gestión de Carlos María de
Alvear. Además de sus cargos en la administración era considerado, según
algunos testigos, como uno de las figuras de mayor liderazgo y proyección en la
“facción” que lideraba Alvear, la que procuraba conducir la revolución en un
contexto especialmente complejo a nivel internacional y local, sobre el que
volveremos más adelante.[6]
Tras el motín de Fontezuelas en abril de 1815 y la caída del directorio
encabezado por Alvear, Herrera fue detenido en una embarcación frente a Buenos
Aires, juzgado y desterrado junto a otros dirigentes, pasando a residir en Río
de Janeiro. Volvió a Montevideo en 1817 como uno de los principales asesores
del gobierno lusitano primero e imperial brasileño después. Fue electo senador
imperial en 1824 y también fue el primer representante diplomático del Estado
Oriental en Río de Janeiro entre 1829 y 1830. Falleció en 1833 mientras se
desempeñaba como senador del naciente estado oriental, siendo figura clave
entre los apoyos civiles del gobierno que encabezaba Fructuoso Rivera.
Las
lecturas historiográficas de cuño nacionalista en Uruguay han sido sumamente
críticas respecto a su trayectoria, achacándole su participación en Bayona, su
enfrentamiento al liderazgo revolucionario de José Artigas, su adhesión a los
gobiernos “porteños”, su apoyo a la invasión lusitana y luego al orden imperial
brasileño. La actuación posterior de su hijo (Manuel Herrera y Obes) y de su
nieto (Julio Herrera y Obes) contribuyó a politizar más aún su memoria y a
ubicarla en un campo de disputas partidarias.[7]
Este artículo propone
reflexionar sobre una etapa puntual dentro de esta vasta trayectoria: el exilio
político de Nicolás Herrera en Río de Janeiro, desde su salida como desterrado
en julio de 1815 de Buenos Aires, hasta su retorno a Montevideo, junto a las
fuerzas lusitanas, en enero de 1817. Pretendemos avanzar en dos líneas de
análisis complementarias: en primer lugar respecto al conocimiento de la vida
en el exilio, tanto en la dimensión cotidiana como en sus posibilidades de
acción política. En segundo lugar, sobre los planteos de Herrera respecto a la
revolución rioplatense y sus perspectivas, atendiendo a la idea del exilio como
etapa de reflexión identitaria, balance y proyección a partir de lo vivido.
Debemos tener presente
que por entonces Río de Janeiro era capital de un vasto imperio y sede de una
intensa vida cultural, política y comercial. Se había convertido, tras la caída
de Montevideo ante los ejércitos directoriales en junio de 1814, en receptora
de emigrados partidarios del poder español, a los que se sumaron en 1815 los
exiliados a causa de la lucha facciosa en Buenos Aires. La confluencia de este
doble desplazamiento de población propició la conformación de un conflictivo
exilio platense, dividido en dos bandos que no fueron homogéneos y cuyas
fronteras resultaron porosas: el de los “españolistas” (identificados también
como “realistas” o “fernandistas”) y el de los “americanos”. Ambos grupos
pujaron por acercarse a las autoridades lusitanas en aras de influir sobre la
proyectada invasión a territorio oriental, generando sus propias estrategias de
supervivencia y adaptación en tierra de asilo. Pese a sus diferencias, ambos
grupos coincidieron en el rechazo a la vertiente revolucionaria liderada por
José Artigas, que desde 1815 gobernaba la Provincia Oriental y ejercía su
influencia en el litoral platense a través del “sistema de los pueblos libres”.
El caso propuesto
dialoga con un ciclo más extenso de movimientos de personas por razones
políticas que tuvo diversas escalas (local, regional, atlántica) y que fue
constante a lo largo del siglo XIX en el Río de la Plata y el Brasil. La
renovación en curso de la historia política viene destacando la importancia de
las diversas formas de emigración política y exilio en la generación de
vínculos y experiencias de sociabilidad transnacional, así como en la
transformación de las culturas políticas.[8] En tal
sentido, este trabajo se propone avanzar en el conocimiento de las estrategias
de exiliados y emigrados para subsistir en sus tierras de asilo, los vínculos
con las autoridades locales, los espacios de sociabilidad, así como otros
aspectos que hacen al exilio como experiencia individual y colectiva.
Llegado a este punto
resulta pertinente una breve digresión conceptual. El exilio, un objeto de
estudio complejo y dinámico, ha sido definido de formas variadas. Mario
Sznadjer y Luis Roniger (2009: 23) en una mirada de larga duración lo analizan
como un “mecanismo de exclusión de la esfera pública, basado en el desplazamiento
forzado de ciudadanos hacia otras regiones, a menudo por tiempo indefinido,
usualmente determinado por quienes ostentan el poder y la maquinaria
administrativa del Estado”. Señalan que el campo de estudios sobre los exilios
debe atender las diversas formas de emigración por causas políticas, pero no
debe confundirlas con la “situación exiliar”, es decir, la de aquellos que
deben salir de la ciudad o el país por imposición de los gobernantes. En este
trabajo utilizaremos la voz exilio para referir a los desplazamientos forzados
(nombrados en las fuentes como “destierros”, “extrañamientos”,
“expatriaciones”, “expulsiones” o “proscripciones”) de personas a partir de una
decisión de los sujetos gobernantes (pena judicial, decisión de las
autoridades) y emigración política para referir a los desplazamientos que no
derivan de una decisión de tales características, sino que son efecto de otras
formas de coacción (agresiones, amenazas, temor a represalias).[9]
En ese sentido, resulta útil la categoría de “contrainte” (restricción)
utilizada por la historiadora Delphine Diaz (2014:9) para definir la naturaleza
política de la mayoría de estos desplazamientos, en el entendido de que más
allá de los decretos de expulsión o los riesgos para la vida o la libertad, las
posiciones políticas asumidas pueden resultar restrictivas de libertades en los
países de origen y, por ende, inducen las migraciones.
El artículo lo hemos
dividido en tres partes. En la primera se analiza la situación de Montevideo,
Buenos Aires y Río de Janeiro en los primeros años de la revolución, en tanto
puntos geográficos que conectaron las peripecias migrantes luego analizadas. En
la segunda se propone un acercamiento a los grupos rioplatenses de exiliados y
emigrados en Río de Janeiro, al tiempo que se avanza en la presentación de sus
diversas estrategias políticas. En la tercera, hacemos foco en la peripecia de
Nicolás Herrera y en su correspondencia personal y política entre los meses de
julio de 1815 y enero de 1816, que tomaremos como vía de acceso al universo del
exilio en Río de Janeiro.
Montevideo, Buenos Aires
y Río de Janeiro: desplazamientos en tiempos de
revolución
En mayo de 1810 se
conformó en Buenos Aires una Junta de Gobierno que desconoció la autoridad del
Consejo de Regencia y del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. Daba inicio la
revolución en el Río de la Plata, proceso generador de múltiples
desplazamientos de población por razones políticas entre las principales
ciudades de la región.
Montevideo permaneció
leal a las autoridades peninsulares entre 1810 y 1814, resistiendo dos
prolongados sitios. A la ciudad arribó una pléyade de funcionarios peninsulares
que eran expulsados o huían de ciudades que caían en manos de la insurgencia, o
que no lograban pasar a sus destinos. Esto generó la formación de una primera
comunidad de desplazados políticos que ocuparon cargos en la burocracia,
formaron cuerpos de milicias, elaboraron escritos, editaron prensa y se
constituyeron, en definitiva, en partícipes del intenso proceso de politización
vivido en la ciudad. Fueron expresión de la “territorialidad discontinua del
campo leal”, según expresión de la historiadora Ana Ribeiro (2013: 186).
Paralelamente, el frente
revolucionario en la banda oriental del río Uruguay tuvo desde 1811 dos
componentes: los ejércitos enviados por los gobiernos revolucionarios de Buenos
Aires y las fuerzas conformadas en zonas rurales y lideradas por José Artigas.
Acompañadas por centenares de familias, estás últimas protagonizaron a fines de
1811, tras la firma de un armisticio entre las autoridades de Montevideo y
Buenos Aires, un episodio de emigración masiva que tuvo como destino la margen
occidental del Río Uruguay donde se instalaron por más de un año hasta retomar
la lucha en territorio oriental. Estos hechos tuvieron destacada incidencia en
la formación de una identidad política en tensión con las directivas
revolucionarias bonaerenses (Reyes, Bruschera & Melogno, 1968; Frega y
López Mazz, 2015).
Por su parte, también en
la capital del antiguo virreinato la disputa de facciones al interior del campo
revolucionario generó desplazamientos de dirigentes políticos. Según el
historiador Gabriel Entín esto se ligó a la imposibilidad de los órdenes
políticos surgidos de la revolución de canalizar la existencia de grupos
opositores (2015:87). La “cultura política de la unidad” que enmarcó el
accionar de los dirigentes revolucionarios tendió a ver a los opositores como
facciosos y encontró en el destierro un mecanismo para liberar a la comunidad
de los disidentes políticos. Tales procesos de judicialización de la
disidencia, visibles desde los inicios de la revolución, se fueron
intensificando a mediados de la década de 1810. Según Irina Polastrelli, los
juicios, procesos y condenas a los miembros disidentes dentro de la élite
revolucionaria, fueron mecanismos centrales en la resolución de las violentas
disputas del período y una de las maneras de “garantizar la gobernabilidad”
de la nueva vida política surgida con la revolución (2012:2). Como las
fronteras nacionales y provinciales no estaban aún definidas, estos
desplazamientos podían tomar la forma de confinamiento en zonas rurales,
traslado a otras ciudades, o en los casos más extremos, la obligación de salir
hacia destinos ultramarinos.
Desde 1808 Río de
Janeiro era centro de una activa vida política ligada a la presencia de la
monarquía lusitana y su corte. Era un espacio conocido para las notabilidades
hispano-criollas del Río de la Plata: desde fines de siglo XVIII se había
desarrollado un intenso tráfico comercial, solían haber agentes y redes de
negocios que precedieron a la crisis política de la monarquía. La ciudad era
sede de diversas misiones diplomáticas y militares en torno a las que se
desarrolló una intensa actividad política. Desde mediados de 1813 se aprecia un
flujo sostenido de notables montevideanos hacia esa ciudad, que buscaban
alejarse de las penurias impuestas por el sitio, atender desde una mejor
posición sus intereses comerciales y protegerse ante las esperables “revanchas”
en caso de un desenlace negativo de la guerra.
En junio de 1814 las
autoridades montevideanas capitularon ante las fuerzas del Directorio de las
Provincias Unidas, comandadas por Carlos María de Alvear. El nuevo gobierno
enfrentó la hostilidad del núcleo español en la ciudad y de los orientales en
la campaña, no pudiendo imponer su dominio sobre la provincia. La política de
contribuciones forzosas sobre el comercio montevideano agudizó los rechazos entre
los mercaderes españoles, muchos de los cuales trasladaron sus intereses a Río
de Janeiro. En febrero de 1815, tras la derrota en la batalla de Guayabos y en
el marco de la expansión del “sistema de los pueblos libres” en el litoral
platense, las fuerzas directoriales abandonaron Montevideo que quedó en manos
del ejército oriental, que pasó a controlar el conjunto de la Provincia.
La vida política en esta
etapa fue especialmente compleja; la ciudad se constituía en cabeza de una
naciente entidad soberana (la Provincia Oriental) y, al mismo tiempo, se
articulaba en una inestable y provisoria unidad política de mayor alcance y
base confederal. A ello se debe sumar el escenario bélico, marcado por la
amenaza de una expedición española de reconquista en la primera mitad de 1815,
la invasión lusitana a territorio oriental desde mediados de 1816 y la guerra
intermitente con el Directorio de las Provincias Unidas.
Sobre la primera de
estas amenazas nos detendremos en la medida que sus consecuencias incrementaron
el flujo de emigrados hacia Río de Janeiro. Fernando VII había sido restaurado
en el trono español en 1814 e impulsó acciones contra los partidarios del
liberalismo gaditano, al tiempo que comenzó a preparar la reconquista de sus
antiguas posesiones en ultramar. El 1o
de marzo de 1815 (tres días después de la entrada de los orientales a la
ciudad) un barco inglés proveniente de Río de Janeiro traía la noticia de que
una expedición de 10 mil hombres comandada por Pablo Morillo había salido de
Cádiz en dirección al Río de la Plata y que el punto de desembarco previsto era Montevideo. La expedición arribó finalmente a Isla
Margarita en Venezuela, pero los temores condicionando la vida
política en el Río de la Plata, al menos hasta junio.
El posible arribo de la
expedición española generó acciones de protección frente a los españoles
residentes en Montevideo. El 2 de marzo se publicó un bando firmado por el
comandante Fernando Otorgués que establecía que ningún español debía mezclarse
pública o privadamente en los “negocios políticos” de la Provincia “esparciendo
ideas contrarias de su libertad”. Quienes contraviniesen estas disposiciones
serían “fusilados” en un plazo de veinticuatro horas, lo que se hacía extensivo
a los que lo supiesen y no lo delatasen. Lo mismo ocurriría con los vecinos que
fueran “aprendidos en reuniones o corrillos sospechosos, criticando las
operaciones del Gobierno” (CNAA, 1989: 245-246). El 18 de abril se designó una
comisión para entender en lo relativo a los bienes de las personas “existentes
en el ultramar enemigo” -llamada de “propiedades extrañas”- que buscaba obtener
recursos para la guerra y apuntaba a las propiedades de los emigrados españoles
(CNAA, 1990: 284-286).
En mayo la situación llegó
a su grado mayor de tensión. Ante informaciones erróneas que aseguraban la
inminente llegada de la flota española, el gobernador Otorgués envió una
circular a los comandantes militares de la Provincia donde anunciaba que “la
Patria peligra” y que era necesario hacer “el último sacrificio para salvarla”.
Informaba que los españoles residentes en la Plaza durante los sitios serían
confinados y solicitaba se hiciese lo mismo en los distintos pueblos de la
Provincia (CNAA, 1990: 201-295). En ese marco se aceleró la salida de españoles hacia Río
de Janeiro, confluyendo allí con los que habían emigrado en 1813, los que
salieron durante la etapa directorial y los que paralelamente salían de Buenos
Aires tras los conflictos de abril de 1815.
Paralelamente, la
situación política en las Provincias Unidas y en la ciudad de Buenos Aires a
inicios de 1815 era cada vez más tensa. La restauración europea vino de la mano
de un avance de las fuerzas realistas en América y un repliegue de los
movimientos revolucionarios. El Alto Perú estaba comprometido y las fuerzas del
general Joaquín de la Pezuela apenas eran contenidas en la región de Salta. El
ejército del Norte se sostenía con el apoyo de las provincias del noroeste que
resistían buena parte de las indicaciones del gobierno central. Por otra parte,
Córdoba y Santa Fe se pronunciaron en abril por el “sistema de los pueblos
libres” y aceptaron el protectorado artiguista que se extendía más allá del
Paraná. El problema político central para el directorio de Alvear pasaba por
generar un tipo de poder y un marco de alianzas que evitara tanto la
restauración de la antigua metrópoli, como la dispersión del poder que
propiciaban las soberanías locales que habían emergido con la revolución. En
ese marco, la cuestión del orden y el
temor a la anarquía, resultan factores claves para entender las estrategias
planteadas y las múltiples negociaciones diplomáticas que se abrieron en el
período (Ternavasio, 2009: 89-90).
El 3 de abril de 1815,
en el partido de Fontezuela, el Ejercito Auxiliador de Buenos Aires liderado
por Ignacio Alvarez Thomas intimó a Alvear a desprenderse del mando. Lo
acusaban de liderar “una pequeña facción de hombres inmorales y corrompidos”
que había dado protección a los “españoles europeos” y habían colocado a sus
favoritos y sus “relaciones de familia” en los principales empleos lucrativos.
Acusaban al gobierno de “tiranizar” a sus compatriotas, imponer la pena capital
de modo arbitrario y aplicar “un espionaje tan furioso que derrama la
consternación en las familias” (CNAA, 1981: 298-299). Las negociaciones se
prolongaron hasta el 15 de abril en que un levantamiento popular en Buenos
Aires generó la caída del Directorio y propició que el cabildo asumiera el
poder para cubrir una nueva acefalía. Ese órgano convocó a elecciones en la
ciudad y un congreso elector designó a José Rondeau, por entonces al mando del
Ejército del Norte, Director Supremo. Para cubrir interinamente el cargo fue
convocado Alvarez Thomas al tiempo que se instituyó una Junta de Observación
para elaborar un Estatuto Provisorio. En ese contexto, Alvear logró refugiarse
en una fragata inglesa y partió al exilio en Río de Janeiro.
Emigrados y exiliados en Río de Janeiro
Como señalamos antes,
desde mediados de 1813 comenzaron a emigrar a Río de Janeiro montevideanos
huyendo de las duras condiciones que imponía el sitio. La salida de emigrados
se intensificó en la etapa directorial y en los primeros meses de gobierno oriental.
Según un informe de los comerciantes catalanes José Gestal y José Batlle y
Carreó, presentado al Secretario de Estado de la monarquía española el 25 de
octubre de 1815, habían fugado de Montevideo en la etapa directorial más de
quinientos españoles “arrostrando el riesgo de sufrir las crueles penas
establecidas”. En el mismo informe se hacía referencia a otros dos mil hombres
que “habían fugado de los rebeldes”, pasando a Brasil desde donde “esperaban la
llegada de una expedición para volver a derramar su sangre en defensa de los
derechos de su adorado Rey” (Sala, Rodríguez & de la Torre, 1987: 67 y 73).
También se mencionaba a militares y civiles que habían sido llevados detenidos
a la ciudad de Buenos Aires y a diversas cárceles en la provincia tras la toma
de la Montevideo y que posteriormente fugaron de sus captores (Heredia, 1974).
A inicios de 1815,
cuando los temores de una expedición de reconquista generaron las acciones
reseñadas más arriba, la emigración se intensificó. El referido José Batlle y Carreó, refiere en unas
memorias elaboradas años después, que salió de Montevideo en abril de 1815,
“junto a otros muchos”, por el temor que le habían generado los “naturales
exaltados de la revolución”, que hacían “correr voces” respecto a que si llegaba
la expedición “lo pagarían los Españoles Europeos”. Batlle y Carreó salió para
Brasil con un pasaporte expedido por el gobernador Otorgués, dejando a su
esposa e hijos en Montevideo “con la esperanza de que en clase de mujer, no
sería perseguida” (Alonso,
1915: 659). Al llegar a Río de Janeiro recibió noticias de que
se había agravado “la persecución que sufrían los Españoles” en Montevideo,
esperó unos meses y al enterarse que la expedición había arribado al norte del
continente, decidió pasar a la península a reclamar las “pérdidas sufridos en
el servicio del Rey”. Antes de irse logró ser presentado a la princesa Carlota
Joaquina que le entregó una carta de recomendación ante Fernando VII (Alonso,
1915: 660).
Una figura destacada del
grupo de emigrados españolistas fue Mateo Magariños. Este llegó a Río de
Janeiro proveniente de Montevideo en julio de 1815 e inmediatamente se presentó
a la legación española (Mora, 1919: 489). Era un mercader de escala regional y
atlántica pero también una figura de primer orden en la vida política en la
región (Bentancur, 1997). Formado en derecho en Chuquisaca, integró la junta
montevideana de 1808 y fue figura de referencia en la ciudad hasta 1814.[10]
Pese a sufrir expropiaciones y haber tenido que emigrar raudamente, logró en
Río de Janeiro reestructurar sus redes de negocios. Su hijo Francisco, que
partió con él, siguió hacia la península y fue el encargado de gestionar los
intereses comerciales y políticos de la familia (Bonaudo, 2015: 69).
Instalado Magariños en
Río de Janeiro, además de actividades comerciales, organizó junto a un “círculo
de españoles exiliados” una tertulia permanente en su casa donde se difundía
información y se elaboraban planes conspirativos, siendo luego el nexo con la
legación española (Bonaudo, 2015:70). Pese a lo anterior, no dejaba de mantener
correspondencia con el gobierno oriental, dejando abiertas las posibilidades de
nuevas alianzas políticas. El 10 de setiembre de 1815 escribía al Cabildo
montevideano informando sobre “las medidas que adopta el Rey y la Nación para
reintegrarlas en el Estado”, agradecía las consideraciones del Cabildo y la
licencia para salir sin exponerse “a mayores perjuicios”, refería a Montevideo
como su “amado Pueblo” y señalaba que seguiría luchado “abrazado con sus
conciudadanos”. Asimismo enviaba copia de una carta elaborada por uno de los
“sabios y dignos compatriotas de la revolución”, residente en Río de Janeiro,
que consideraba importante llegase a conocimiento del cuerpo capitular (CNAA
1991:52).
Los
emigrados buscaron articular sus acciones con la legación española en aras de
influir sobre las autoridades portuguesas y sus proyectos para la región. La
definición de la frontera sur del Brasil se debatía en la corte lusitana en un
escenario marcado por una multiplicidad de alianzas posibles. Desde fines de
1815 contaban con fuerzas militares venidas de la península, la División de
Voluntarios Reales, que se preparaban para avanzar hacia el sur y ocupar la
Provincia Oriental, a la que se consideraba un mal ejemplo de radicalismo
revolucionario. Este proyecto se negociaba a varias escalas, tanto con las
autoridades españolas, como con los enviados diplomáticos de las Provincias
Unidas.
En ese
contexto, los dirigentes revolucionarios Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia
habían sido enviados a Río de Janeiro por el director Gervasio de Posadas,
permaneciendo en esa ciudad entre enero y marzo de 1815. Mantuvieron reuniones
con el encargado de negocios español Andrés Villaba y con el embajador inglés
Lord Strangford. Buscaban alcanzar un acuerdo de paz con Fernando VII, al
tiempo que exploraban las posibles acciones inglesas ante el arribo de la
expedición española. Por otra parte, en febrero de 1815 llegó el secretario del
Consejo de Estado, Manuel José García, con oficios de Alvear a ser presentados
ante las autoridades británicas a las que solicitaban su protección. En el
oficio dirigido a Lord Strangford destacaba cómo
“Cinco
años de repetidas experiencias han hecho ver de un modo indudable a todos los
hombres de juicio y opinión, que este país no está en edad ni en estado de
gobernarse por sí mismo, y que necesita una mano exterior que lo dirija y
contenga en la esfera del orden antes que se precipite en los horrores de la
anarquía”. (Reyes Abadie y Vázquez Romero, 1998: 261)
Descartada
la posibilidad de volver a la dominación de la antigua metrópoli en la medida
que el “odio a los españoles” había “subido de punto con los sucesos
y desengaños” de la revolución, Alvear solicitaba el apoyo de “la
generosa Nación Británica para poner un remedio eficaz a tantos males,
acogiendo en sus brazos a estas provincias” (Reyes Abadie y Vázquez Romero,
1998: 261).
La
llamada “misión García” se extendió en el tiempo, recibiendo nuevos poderes
tras el cambio de gobierno en las Provincias Unidas y derivó en la búsqueda de
una intervención lusitana que bloqueara la posibilidad de una reconquista
española del virreinato y, al mismo tiempo, debilitara las fuerzas artiguistas.
Las comunicaciones de García con autoridades lusitanas y el gobierno de las
Provincias Unidas, sobre las que volveremos, tuvieron como tópico central el
temor a la dispersión del poder generado por la revolución y la necesidad de un
gobierno fuerte que asegurara el orden, como requisito para los cambios
modernizadores que se pretendía imponer en las provincias.
Este proyecto,
consistente en apoyar el afán expansionista de los lusitanos sobre territorio
oriental para contribuir a la derrota del “sistema de los pueblos libres”, tuvo
desde mediados de 1815 nuevos apoyos en Río de Janeiro. La caída del Directorio
de Alvear propició el arribo a Río de Janeiro de diversos dirigentes con largo
recorrido en el proceso de la revolución. En junio, el emigrado españolista
Felipe Contucci, enviaba noticias desde Río de Janeiro a la península en que
informaba la llegada, “de tapado”, del “rebelde ex-supremo malhechor
de las Provincias Unidas Carlos Alvear”, que al día siguiente había “hecho
su entrada pública” y se había presentado al Juez de Policía. Según sus
informantes había tenido “tres sucesivas conferencias” con el encargado
de negocios español Andrés Villaba, lo que implicaba que “todos los días se
han avistado” (CNAA, 1998:6). En julio, por su parte, arribaron Nicolás
Herrera, Angel Monasterio, Bernardo Monteagudo, Ramón Larrea, Julián Álvarez y
Ventura Vázquez, entre otras figuras del círculo alvearista. Todos, de acuerdo
a sus posibilidades y contactos, comenzaron a establecer canales de diálogo con
las autoridades lusitanas y españolas, al tiempo que buscaron estrategias para
sobrevivir en su tierra de asilo.
El exilio de Nicolás
Herrera
Para acercarnos a la
experiencia en el exilio de éste último grupo seguiremos a una de sus figuras
más representativas como fue Nicolás Herrera. De él disponemos de un
interesante conjunto de piezas documentales -correspondencia familiar, con
autoridades y dirigentes políticos- que ilustra aspectos de su vida en el
exilio, sus gestiones políticas y sus valoraciones sobre la experiencia de la
revolución. Con 40 años, era Herrera para entonces un “hombre de mundo”, que
había estado dos veces en Europa y conocía las principales ciudades del sur
americano.[11]
Su correspondencia evidencia las dificultades para sostener un flujo continuo
de comunicación: muchas cartas repiten su contenido ya que son enviadas por
distintas vías para asegurar su llegada a destino, otras tienen adiciones
varias, lo que refleja que llegan respuestas con la carta aún abierta o que
suceden noticias importantes antes del envío. En muchas se hace referencia a
cosas que no se pueden decir o ampliar por temor a que las cartas sean
interceptadas, así como es constante el reclamo por cartas que no han llegado.
La situación de Herrera
en Río de Janeiro es la del “desterrado” o “expatriado”, según términos de
época, aquel que debe salir al extranjero por imposición expresa de las
autoridades y que tiene vedada la posibilidad de volver a su tierra de origen.
De hecho está padeciendo un doble destierro en la medida que está
imposibilitado de volver a Buenos Aires donde ha quedado su esposa e hijos y
tampoco puede volver a Montevideo, su ciudad de origen, donde no cuenta
con autorización para su ingreso de los
jefes orientales.
Precisamente en esa
última ciudad había estado cumpliendo una misión diplomática en febrero de
1815, como delegado del gobierno de las Provincias Unidas, intentando un
acercamiento con los mandos orientales. Se le había otorgado poderes para “restablecer
la concordia y reunir todas las fuerzas de los hijos de América para rechazar
de común acuerdo la considerable expedición que se preparaba en España” (CNAA,
1980: 498). Durante febrero se extendieron las
negociaciones que resultaron infructuosas. El ejército oriental había
obtenido un importante triunfo en Guayabos y exigía el retiro de las fuerzas
directoriales de Montevideo, la Provincia Oriental y el Entre Ríos (CNAA, 1980:
561).
El 24 de febrero Herrera
depositó en el cabildo montevideano el mando político y militar de la ciudad
como paso previo a su evacuación. En carta al cuerpo capitular expresaba su
aflicción tras
“Diez y nueve días de
tareas en que el buen deseo, el candor y el interés particular que como hijo de
Montevideo debía tomar en su prosperidad, nada han producido sino desaires,
fatiga inútil y últimamente el desengaño de que los jefes orientales, resueltos
a descargar un golpe mortal sobre las tropas del primer Pueblo que anunció a
las Américas el momento de su libertad, solo hablaban de tratados para
adormecer, solo de paz para hostilizarnos” (CNAA, 1980: 563).
El fracaso de esta
misión aceleró la crisis del directorio encabezado por Alvear. Tras los hechos
de abril, Nicolás Herrera fue embarcado en una fragata inglesa frente a Buenos
Aires y quedó retenido junto a otros miembros del grupo alvearista. El nuevo
gobierno había decidido enjuiciar a diversos integrantes de los poderes
ejecutivo y legislativo anterior, acusándolos del “delito de facción”
(Ternavasio 2007: 183). Para ello creó tres comisiones: una civil, una militar
y una de secuestros. La comisión civil, que juzgó a Herrera, realizó sus interrogatorios
durante mayo, dictando sentencia en julio y estableciendo penas que iban desde
la expatriación a destinos de ultramar, el confinamiento en provincias del
interior o la campaña de Buenos Aires, o el embargo de bienes de acuerdo a los
grados de culpabilidad demostrados (Polastrelli 2012: 8).
A
Herrera se lo acusó de favorecer a integrantes de su familia con cargos de
gobierno y de contribuir a la limitación de la libertad de opinión, imponiendo
una suerte de terror, durante su gestión como secretario de Estado. Asimismo se
lo consideró autor de una proclama que declaraba a José Artigas “traidor a la
Patria” y que había generado desavenencias entre el Directorio y el Cabildo
bonaerense. A estas acusaciones contestó indicando “que los ataques que se hacían
a la opinión del gobierno y especies alarmantes que se divulgaban, tenían por
objeto una revolución que sometiese a la capital bajo la dependencia de José
Artigas”, motivo por el que convenía “al interés público contener el desorden
por medio del terror.” Se había buscado “evitar el influjo del ejemplo en otros
jefes” y “atraer[lo] a la conciliación y dependencia del gobierno central”
(Carranza, 1898:211).
La detención de Herrera
se prolongó varios meses, lapso en que escribió a su esposa Consolación Obes,
pidiéndole visitara a Álvarez Thomas para que este intercediera a su favor.
Decía llevar cuarenta y dos días en “ese destino fatal”, encontrarse “enfermo
del pecho” y tener temor a “ir a un país extranjero sin facultades, sin
relaciones y en donde debo perecer necesariamente o de miseria, o de melancolía
o de persecución”. Solicitaba a su esposa que haga entender al nuevo Director
que era “incapaz de perturbar el orden ” y que no deseaba, de aquí en mas,
ocupar cargos públicos. Se consideraba “inocente en todos los respetos” por lo
que pedía no se lo “ponga en la necesidad de expatriarme, que es una verdadera
muerte civil”.[12]
Resulta sugerente en este pasaje la asimilación entre “expatriación” y “muerte
civil”, aspecto que remite a la igualación ya señalada entre exilio y
desaparición de la vida política, una pena que permitía excluir a grupos de
notables que quedaban enfrentados a los sujetos gobernantes.
No sabemos si Obes llegó
a ser recibida. A fines de julio Nicolás Herrera se encuentra en Río de Janeiro
y escribe una nueva carta a su esposa en la que refería las dificultades del
viaje y le pedía el envío de todas las noticias y papeles públicos que
recibiera.[13]
Le indicaba que creía “poder existir tranquilo y seguro” en una ciudad a la que
consideraba “buena pero muy cara”. Solicitaba le escriba “bajo cubierta” de los
comerciantes Santiago Barros o Francisco Juanicó, a efectos de evitar que su
correspondencia sea revisada o eliminada.[14] Asimismo le
informaba haber tomado contacto con otros desterrados y le indicaba que “todos disfruta[ban] seguridad y quietud”. También señalaba haberse
reunido con Mateo Magariños, que acababa de llegar de Montevideo y que le había
dado noticias de su “casa” en aquella ciudad.[15]
Entre agosto y enero se
extiende el corpus de correspondencia familiar consultada para este trabajo.[16]
En ellas aparecen múltiples aspectos de interés que permiten acercarnos a la
experiencia del exilio desde una perspectiva personal, pero también política,
ya que como veremos, su esposa era una interlocutora avezada en ese plano. Uno
de los elementos a destacar es la tensión entre el deslinde y la ligazón con
los asuntos políticos que han quedado atrás. En carta del 16 de agosto hace
mención a “una nueva borrasca” que se levantaba en su contra en Buenos Aires,
informada por su esposa en carta anterior, y que refería a acusaciones sobre
favorecer un acercamiento entre el gobierno paraguayo y el español (CNAA, 1998:
17). En carta posterior señalaba mirar “como victoria la necesidad que tienen
mis enemigos de inventar crímenes para acusarme.” (CNAA, 1998: 19). Esta
tensión se evidencia también en la preocupación por la suerte de quienes se
quedaron en Buenos Aires. A mediados de agosto indicaba sentirse “contento de
ver[se] libre de la persecución injusta de tantos malvados”, pero señalaba su
temor “por la suerte del pobre de [Francisco Javier de] Viana” al que desearía
“verlo por acá”, o por la del marino Bernado Bonavía del que preguntaba “si
tiene sueldo” y en que condiciones estaría viviendo “esa apreciable familia”
(CNAA, 1998:27).[17]
También la inquietud
pasaba por la presencia de las autoridades y los emigrados españoles en Río de
Janeiro. En carta del 18 de agosto señalaba vivir en “la zozobra de ignorar si
podremos permanecer sin riesgo de ser reclamados por el Ministerio Español” lo
que podría obligarlo a él y a su grupo a buscar un nuevo destino (CNAA,
1998:19). En carta posterior, refería la llegada de Gaspar de Vigodet y Fray
Cirilo de Alameda en misión diplomática, a efectos de concluir gestiones para
el casamiento de una infanta lusitana con Fernando VII y pedir auxilios para la
expedición militar de reconquista (CNAA, 1998:26).[18] La presencia
de ambos generó inquietud entre los alvearistas que temían por los deseos de
venganza de quienes habían sido derrotados en Montevideo y desde entonces
reclamaban por incumplimientos al momento de la capitulación de la ciudad, así
como por las medidas tomadas contra los españoles durante el gobierno
directorial. Según Herrera, los “desterrados” habían padecido “todo el susto
que puedes imaginarte” y por momentos esperaban ser “entregados”. Esto no
habría sucedido “gracias al carácter humano y generoso” del príncipe portugués
que los protegía (1998:27).
En las primeras cartas
aparece también la posibilidad de tener que salir a un nuevo exilio,
mencionando la posibilidad de pasar a Inglaterra, destino al que partió
Bernardo de Monteagudo y con el que especulaban otros exiliados (1998: 17). En
carta posterior considera que tal vez se tengan que ir todos “si aparece algún
peligro de reclamación por el ministerio Español” e indica que los que aún
residen en Buenos Aires deberían buscar otro destino, en especial los europeos.
También solicitaba a Consolación Obes que averigüe por “conductos seguros”
respecto a la posibilidad de que los expatriados puedan pasar a “vivir con
seguridad en la banda oriental” (1998:19).[19] Estas opciones van
quedando atrás en la medida que avanzan, como veremos, las gestiones de Herrera
ante la corte lusitana. El 24 de setiembre escribía a su esposa indicando
sentirse “cada vez con más antecedentes para creer que podemos vivir tranquilos
bajo la protección general que franquea este gobierno a los extranjeros” (1998:
31). En noviembre, por su parte, refiere al gobierno lusitano como “generosos y
liberal” indicando que no se ha descuidado “para alejar toda gestión que
pudiese hacer el ministro español contra mi persona” (1998:34). En enero,
finalmente, su situación parece definitivamente firme
“Nuestra seguridad y sosiego
continúan cada vez con más firmeza gracias al alma grande y generosa de este
Príncipe. Ya ni aún tememos las reclamaciones del Gobierno Español y nos da un
pito de todas sus acechanzas y amenazas” (1998: 41).
Otro aspecto que surge
de la correspondencia son las condiciones materiales de existencia en el
exilio. En una de las primeras cartas informa que comparte alojamiento y gastos
con otro exiliado, Francisco Trelles, y refiere al círculo de allegados que frecuenta,
compuesto entre otros por Julián Álvarez, Angel Monasterio, Ventura Vázquez y
Manuel de Santelices (1998:17). Es frecuente la referencia a dificultades
económicas y a ciertas privaciones, algo elitistas por cierto, que imponía la
situación de exilio: en agosto señala no poder retratarse por “temor a que se
acabe lo poco que hay” en referencia a los dineros con que cuenta (1998:18), en
setiembre indica estar “viviendo con una pobreza franciscana” y haberse mudado
junto a Valentín Gómez con quien tomaron “una pequeña casita de Campo” a
efectos de ahorrar y de gozar “de algún fresco [ya] que la ciudad será
insufrible en un mes por el calor” (1998: 27). En setiembre, por su parte,
indicaba las dificultades para hacer mayores economías, señala gastar “solo lo
muy preciso” en una ciudad “muy cara” y que demandaba un presupuesto de
cincuenta pesos al mes, ya que “solo el lavado y plancheo de ropa [le]cuesta de
diez a once pesos” (1998:30). En varias cartas se valora la posibilidad de
vivir en “un pueblo del interior en donde se vive con la mitad del gasto”,
posibilidad que se descarta por razones asociadas al control de las autoridades
sobre los exiliados, indicando que “solo el pedirlo [lo] haría sospechoso”
(1998:35).
No surgen de las fuentes
referencias a la realización de actividades laborales en sus meses de exilio.
Posiblemente haya subsistido a partir de ahorros, cuya administración ocupa
parte importante de la correspondencia. Otro expediente utilizado fueron los
adelantos de dinero librados a cuenta de comerciantes locales o rioplatenses
con los que mantiene contactos. En una de las primeras cartas señala la
posibilidad de “ganar mucho en los cueros” y sugiere avisar a su cuñado Lucas
Obes, residente en Montevideo, sobre estos posibles negocios (1998:20). La
principal preocupación económica de Herrera pasaba por las reclamaciones que su
esposa interpuso en Buenos Aires para lograr que se quite el embargo de bienes
que le había realizado el gobierno.
La referencias a estas
reclamaciones aparecen en las cartas de setiembre, una vez que su esposa reciba
la sentencia judicial en su contra. Consolación inicia por su cuenta una
reclamación ante las autoridades que Herrera aprueba, pese a considerar que
“perderás el tiempo por ahora”. La única esperanza la cifra en el retorno de
José Rondeau o José de San Martín a los que sugiere que Consolación escriba
haciéndolos “saber el robo que nos han hecho”, así como las privaciones que
sufre la familia. Todos estos reclamos sugiere hacerlos “con la moderación
posible” y sin elogiar su persona ni su conducta, sino apelando a las
incongruencias de la resolución judicial (1998:30).[20] En noviembre refiere a
un memorial presentado por su esposa ante las autoridades que considera “muy
bueno”, pese a no haber logrado los objetivos. Insiste en la necesidad de
cartearse con Gregorio Tagle o Manuel Dorrego apuntando a que “ellos son
padres, tienen hijos [y] están en la revolución”, apelando a ver si “les resta
un poco de sensibilidad a favor de una familia inocente y desgraciada” (1998:35).
En tal sentido, la posibilidad de perder bienes y de pasar al destierro parecen
incorporarse como uno de los destinos posibles en la trayectoria de quienes han
hecho el camino de la revolución.
Otra dimensión que surge
de la correspondencia está ligada a la cuestión de los espacios de encuentro y
sociabilidad. Lejos de la imagen del exilio idílico -y sospechando un cierto
sesgo narrativo al tratarse de correspondencia dirigida a su esposa- Herrera
indica que “no hay sociedad ni tertulias para los extranjeros”, que “las
mujeres nunca se dejan ver” y advierte que pasan “aislados en [su] casita, y en
una soledad heremítica” (1998: 26). Días después indica que no hace más “que
dar un paseo por los cerros, leer, comer y dormir, sin las zozobras de la revolución”
(1998:32).[21]
Además del círculo de exiliados señala visitar el cónsul ingles y al embajador
de Estados Unidos “a cuya familia merezco las mayores distinciones” ya que
“tuvo la docilidad de vacunarme por su propia mano, viendo el riesgo que corría
en este país” (1998: 34).
Otro tema que recorre la
correspondencia es la posibilidad de reunir a la familia en el exilio, así como
la preocupación por los cuidados y educación de sus hijos. Según las fuentes
consultadas únicamente Alvear logró traer a su esposa a Río de Janeiro. El
resto de los exiliados formaron, como era habitual en estas experiencias, un
grupo masculino, con las implicancias que tal situación podía tener en la vida
cotidiana y sobre las que las fuentes trabajadas, resultas opacas. En carta del 16 de agosto escribía Herrera
que su situación hacía “inverificable tu venida, ni la de Juanita [Sarratea],
cosa en que ni aún debes pensar” (1998: 18).[22] La posibilidad de reunir a la familia va
quedando ligada luego a la conclusión de las dilatadas reclamaciones ante el
gobierno directorial. Más allá de las dificultades concretas, la posibilidad
del encuentro siempre aparece en el horizonte de futuros posibles: así aparece
el proyecto de “tomar una casa de campo para vivir juntos y con tranquilidad”,
o las referencias a traer criadas de Buenos Aires ya “que en mucho tiempo no
podrás entenderte con las de aquí” (CNAA, 1998: 32).
Las cartas dan cuenta
también de los diversos estados anímicos que genera la situación de exilio,
respecto a los destinos políticos de la tierra de origen. En ese punto los
sentimientos son, como en otros, encontrados. El 13 de setiembre refiere a sus
deseos de cerrar definitivamente sus asuntos en Buenos Aires “porque es tal el
odio que he tomado a ese pueblo, que es imposible que vuelva jamás a él” (1998:
29). Dos meses después escribía que “todo es doloroso” y se lamentaba por “el
estado en que me han puesto mis paisanos y compatriotas después de tantos
servicios, sacrificios y compromisos.”. Pese a lo anterior, aún especulaba con
la posibilidad de que el gobierno de las Provincias Unidas lo tenga en cuenta
para alguna misión diplomática en Europa, lo que valora positivamente
(1998:30). Días después escribía a su esposa sugiriéndole “comer bien, pasearte
mucho y no pensar en nada; pues todo va bueno bueno bueno”, indicando que “es
una tontería morirse por disgustos” (1998:37). Como vemos, el exilio se
convertía en instancia de reflexión identitaria, momento de evaluaciones y
proyecciones.
Las cartas con su esposa
también son interesantes por el caudal de información sobre temas políticos.
Herrera trasmite noticias de diversos lugares, se explaya en análisis de
coyuntura que resultan -vistos desde el hoy- muy acertados para un escenario
tan cambiante, al tiempo que le solicita informaciones diversas. Consolación
Obes aparece en las cartas como una interlocutora válida, alguien que puede
dirigirse con relativa autonomía a las autoridades y a la que su esposo
considera dotada de agenda, capacidad pragmática y estratégica. En carta del 16
de agosto, tras un amplio repaso de noticias europeas y americanas, le señala:
“he aquí todas las noticias que te comunico, para que veas que no te trato como
a mujer”, aspecto que denota, más allá de la referencia despectiva en clave de
género, el lugar destacado que le atribuye entre sus pares (1998:17).
Cerrar la revolución
Si las cartas anteriores
permiten conocer las tensiones de la vida cotidiana del exiliado, la
correspondencia propiamente política de Herrera en el período denota una
interesante reflexión sobre la experiencia y las expectativas de la revolución.
Esta reflexión no se realiza en solitario en la medida que se construyen en
diálogo con el conjunto de los exiliados y con algunas figuras claves del
período, tal el caso del enviado de las Provincias Unidas Manuel García. El 19
de julio, aún en el barco que lo trasladaba, Herrera escribía al ministro de
Estado lusitano indicando que tras “una larga experiencia adquirida [como uno
de] los primeros agentes de esta malhadada revolución” estaba convencido de los
derechos del monarca lusitano a intervenir a efectos de “pacificar” sus
provincias vecinas. Lo que sigue es una crítica a los males que generó la
revolución y una enumeración de las dificultades que encontraban las nuevas
élites para reconstruir el orden social, sin la presencia de un centro de
autoridad. Señalaba Herrera
“Su revolución vino a
dividir entre si a los blancos. El furor ciego de partido, hizo que echasen
mano de cuanto estuvo a su alcance para hacerse mutuamente odiosos y ridículos.
Los Europeos Españoles y su Partido presentaron como criminales, ineptos,
cobardes, y bárbaros a los criollos, y acostumbraron al indio, al negro, al
mulato, a maltratar a sus amos y patronos; el criollo persiguió por su parte al
europeo y lo presentó a las demás castas como una raza infame de tiranos y
malvados. Toda vejación e insulto fue aplaudido, y el odio del populacho y la
canalla se desplegó con furia contra las cabezas de cuantos hasta allí
miráronse como superiores” (CNAA, 1998: 11).
La revolución había
alterado el orden social y era esa la principal experiencia que habían dejado
los años transcurridos. Sin embargo no se postulaba una vuelta atrás. En
“aquella provincia” se temía “tanto a la anarquía que todo lo destruye y
aniquila”, como a las perspectivas “de la dominación violenta de la antigua
metrópoli” ya que “con ella se temen las venganzas y vejaciones de todo
género”. Para “los hombres sensatos del Partido Americano” la experiencia
demostraba “que las ideas republicanas son absolutamente contrarias a la
prosperidad de un país inmenso, y educado bajo las formas Monárquicas”
(1998:15) La salida política para el Río de la Plata, a juicio de Herrera,
pasaba por ubicarse bajo el manto protector de una monarquía que impusiera el
orden y propiciara reformas modernizadoras. Esta retórica, de claro tinte
conservador, que postulaba las tensiones entre revolución y orden, es
coincidente en muchos planos con las comunicaciones que por entonces el enviado
del gobierno de las Provincias Unidas, Manuel García, mantenía con las
autoridades lusitanas.
Pero no fue esta la
única carta política jugada por Herrera. El 22 de agosto le escribía a José
Rondeau (“mi amado Pepe, mi favorecedor y apreciable amigo”) que por entonces
estaba en el Alto Perú liderando el enfrentamiento con los ejércitos realistas
y que había sido designado Director Supremo, cargo que no llegó a ocupar. Le
señalaba estar asombrado de “la franqueza del gobierno portugués”, pero
también, de la “benignidad del Ministro Español” Andrés Villaba. Realizaba
luego una revisión crítica de la experiencia revolucionaria señalando como
principales problemas la multiplicación de los “partidos”, las “revoluciones
populares” y el “furor democrático”, sugiriendo buscar una “paz anticipada” con
el gobierno español.
“No te asombres en verlo
escrito de mi mano, pues aunque he sido Republicano mientras creí que la
América debía y podía defender su independencia, dejé de serlo desde que conocí
la inutilidad de sus conatos … La paz restablecerá el sosiego publico, cesarán
las calamidades, volverá el orden, renacerá la industria y el comercio y mas
adelante con el transcurso de los siglos y cuando el tiempo indique que la
América a llegado a la edad de emanciparse entonces constituirán nación
independiente, por la marcha misma de la naturaleza … Si amigo: no nos
alucinemos; que la América no puede gobernarse por si misma, le falta edad, y
madurez; y jamas estará tranquila mientras no tenga al frente una persona que
imponga a los Pueblos por la majestad del Trono” (CNAA, 1998: 21-26).
Esta carta se difundió
rápidamente en Montevideo y Buenos Aires. Es factible que integrara los
“papeles” que Mateo Magariños envió a Montevideo en setiembre y a los que
referimos más arriba. Entre los días 12 y 14 de noviembre Herrera escribió tres
cartas a su esposa. En ellas respondía a una carta enviada en octubre donde su
esposa se hacía eco de los rumores que circulaban en Buenos Aires sobre su
colaboración con los españoles. Herrera negó las acusaciones y agregó, a la
distancia, cierta dosis de enojo por su credulidad
“Es posible que me creas
capaz de hacer traición a mis sentimientos y opiniones con respecto a la suerte
de mi Patria … Es verdad que tu exaltación por motivo tan elevado te hace mas
apreciable a mis ojos; pero mi amor propio no ha podido dejar de resentirse de
las ligeras sospechas a que te ha precipitado la delicadeza de tu patriotismo ...
Ninguno de cuantos en esa mandan desea mas que yo la feliz independencia de la
América; ninguno más enemigo de la tiranía metropolitana … estos sentimientos
son tanto más sinceros cuanto es mayor la distancia en que me hallo de volver,
en ningún caso, a la revolución ni tomar (por lo menos en ese país) parte en
los negocios políticos aun cuando tenga que pordiosear el pan para ti y
nuestros hijos”.[23]
Al día siguiente
escribía reafirmando sus sospechas contra el “intrigante Magariños” que
conservaba copia de sus producciones y que considera capaz de haber imitado su
estilo y “expresiones favoritas”. Indica haber ido a ver a Magariños y la
discusión “no [le] dejo duda de su delito a pesar de sus abultadas negativas”.[24]
***
En los meses finales de
1815 comenzó a resultar claro que el grupo americano resultaba capaz
de lograr una mayor incidencia sobre las autoridades lusitanas y que se estaba
convirtiendo en el principal impulsor de la invasión en ciernes. La estrategia desplegada fue la de convencer a las autoridades lusitanas de
que el avance sobre territorio oriental debía apoyarse en los emigrados
revolucionarios a efectos de garantizar la gobernabilidad del territorio.
Manuel García,
representante del gobierno de las Provincias Unidas ante la Corte lusitana, fue
uno de los principales articuladores políticos de la invasión.[25]
En abril de 1816 escribía un memorándum a los ministros de la corte portuguesa
sugiriendo cómo invadir y recomendando “apartar toda sospecha de que se ocupa
el País, para entregarlo a los españoles: cuya idea será precisamente la que
hará correr Artigas y sus caudillos.” Señalaba que era necesario “que en la expedición ni vayan
españoles, ni se hable de España”. En el mismo documento refería a los
emigrados españoles en Río de Janeiro sugiriendo que no se les otorgue
licencias para volver a la Provincia Oriental. A juicio de García si se “abr[ía] la mano se irán a bandadas y no es fácil calcular los
males que traería la inundación de estas gentes”. Los considera “gente indócil,
insubordinada, orgullosa, incapaz de ninguna idea de política, de equidad, ni
de nobleza y a quienes es forzoso tener siempre bajo la vara.” Por ello sería
preciso “alejarlos de ella, como una peste, hasta que bien consolidado el gobierno,
dejen de ser temibles”. Proponía finalmente que el general Carlos Federico
Lecor sea acompañado de algunos “hijos del país”, aquellos "que tienen
crédito adquirido por sus sus luces, por su conducta anterior, o por sus
relaciones de familia". Entre ellos proponía a Nicolás Herrera y a Angel Monasterio que trabajaba en un plano de la
provincia para guiar el avance portugués (CNAA, 1998: 47-59).
La invasión lusitana
avanzó a partir del mes de julio de 1816 sobre territorio oriental y en enero
logró tomar Montevideo. Nicolas Herrera acompañó a las fuerzas portuguesas y
fue una figura clave en la Provincia hasta fines de la década de 1820. Asesor
de gobierno, integrante del Tribunal de Apelaciones, apoyo y articulador de la
opción imperial brasileña en 1822-23, fue un actor clave de la política
montevideana (y luego oriental) hasta su muerte en 1833.
El grupo español en el
exilio fue el gran derrotado de esta contienda. Sin embargo siguieron actuando
desde Río de Janeiro en pos de recuperar la provincia para Fernando VII. A
partir de enero de 1817, con la llegada del embajador Conde de Casa Flórez a la
capital brasileña, se renovaron los planes de los emigrados que consistieron en
tratar de contactar a distintos españoles leales en diversos puntos y hacerlos
llegar a Montevideo, a efectos de que fueran el apoyo de una nueva expedición
de reconquista. Los emigrados en Río de Janeiro y la embajada de Casa Florez
impulsaron esos planes que fueron descubiertos y abortados en 1819 con la
deportación de 129 españoles residentes en Montevideo hacia Río de Janeiro
(Cuadro, 2011: 110).
A modo de cierre
La reconstrucción de
trayectorias individuales y de grupo en el exilio resulta una opción
privilegiada para acercarnos a las profundas mutaciones en las ideas y las
formas de hacer política ocurridas en las primeras décadas del siglo XIX, en el
sur americano. La coyuntura analizada, verdadero punto de inflexión para los
procesos revolucionarios a escala regional y mundial, generó reflexiones
políticas que pusieron en primer orden las tensiones entre libertad, revolución
y orden.
El exilio rioplatense en
Río de Janeiro fue diverso y conflictivo y estuvo marcado por el enfrentamiento
entre el grupo español y el americano. Estos grupos tuvieron diferencias
internas existiendo una multiplicidad de proyectos políticos en pugna. No
constituyeron comunidades aisladas, existió comunicación entre ambos, se
trasmitía información sobre la situación regional, se pasaban cartas y se
difundían noticias sobre las diversas ciudades de la región.
Los diversos grupos de
exiliados y emigrados coincidieron en su aversión al partido oriental y en las
expectativas respecto a las posibilidades de un cambio político a partir de la
intervención lusitana en los conflictos platenses. El rechazo expresado hacia
el artiguismo, sin embargo, no fue obstáculo para la búsqueda de alianzas que
incluyeran a ese actor dentro de las diversas estrategias. La invasión militar
lusitana significaba para muchos de estos exiliados y emigrados la posibilidad
de recuperar tierras, riquezas e incidencia política en la Provincia Oriental y
en la región. Para algunos exiliados era también la posibilidad de
reencontrarse con sus familias y amistades. La estrategia para todos pasaba por
influir sobre las autoridades y evitar que lo hicieran sus rivales. En ese
sentido, el grupo americano logró posicionarse mejor, articular de forma más
adecuada con los intereses lusitanos y obtener los principales réditos de este
proceso.
A partir de las fuentes
consultadas podemos señalar la existencia de una pluralidad de espacios de
acción política en el exilio: círculos de corte, legaciones diplomáticas,
tertulias más o menos estables, impresos, correspondencia. Con diversos grados
de formalidad y desde distintos espacios se buscó incidir sobre la toma de
decisiones de las diversas autoridades. Los protagonistas no siguieron planes
únicos y elaborados de antemano, se movieron en un escenario de estrategias
múltiples que se ajustaban de modo pragmático a la cambiante coyuntura.
Las fuentes revisadas,
en especial la correspondencia de Nicolás Herrera, permite avanzar en el conocimiento
sobre la experiencia vital en el exilio. Temas como el alojamiento, las
dificultades económicas, la adaptación a un clima, idioma y alimentación
diferente, los temores, así como los cambiantes estados anímicos respecto a sus
tierras de origen, surgen de la correspondencia. El caso de Herrera resulta
especialmente sugerente y habilita nuevas indagaciones en la medida que muestra
cómo las habilidades sociales previas, gestadas a lo largo de una intensa vida
política facilitaron la rápida adaptación a la vida en el exilio y su capacidad
de influir en diversos espacios. Al mismo tiempo, permite apreciar las
distintas redes en Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro y ofrece una
ventana privilegiada para acercarnos a las formas de colaboración y conflicto
entre los distintos grupos en el exilio. Finalmente permite apreciar la idea
del exilio como instancia de reflexión sobre lo vivido y como momento de
repensar ideas y estrategias políticas.
En ese sentido, el
imperativo de orden y la necesidad de un gobierno que imponga autoridad frente a los excesos de la
revolución fue parte de una transformación en las ideas de un sector de las
élites políticas rioplatenses que tuvo en la experiencia de exilio un momento
clave en su proyección.
Bibliografía
Alonso
Criado, M. (1915). Memorias de Don José Batlle y Carrió. Revista Histórica (21),
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(Archivo de José de Acevedo y Salazar), Caja 15, 17 (Archivo de Nicolás
Herrera), caja 105 (Archivo de los Magariños).
Museo
Histórico Nacional (MHN), Colección Pablo Blanco Acevedo (CPBA), Archivo Nicolás
Herrera, Libros 24 y 25; Archivo de Don
Lucas José Obes, Libro 32.
Recibido: 19/11/2021
Evaluado: 31/12/2021
Versión Final: 09/02/2022
[1] Una versión preliminar de este trabajo fue
presentado en las IXas Jornadas de Historia Moderna y
Contemporánea, Mesa: Migrantes y exiliados entre Europa y América:
trayectorias, redes y formas de adaptación en los ámbitos de acogida (siglos
XIX y XX), Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, 13 al 16 de abril de
2021.
[2] Aspectos puntuales de su trayectoria han
sido estudiados en Carve (1908), Capillas de Castellanos (1962 y 1964), Alonso,
Sala, Rodríguez & de la Torre (1970) y Frega (2007 y 2013).
[3] Museo Histórico Nacional (en adelante MHN),
Colección “Archivo y Biblioteca Pablo Blanco Acevedo” (en adelante CPBA),
Archivo de Don Lucas José Obes, Libro 32, fs. 67-68 “Manuscrito de Lucas Obes
en que se repasa la vida de Nicolás Herrera”, s/f (c.1833)
[4] Entre otros destacamos el de sus concuñados
Lucas José Obes, José Ellauri, Julián Álvarez y Juan Andrés Gelly, todos con
una extensa y destacada actuación en diversas ciudades del Río de la Plata y el
Brasil.
[5] Archivo General de la Nación-Uruguay (en
adelante AGN-U), Colección Archivos Particulares (AAPP), caja 15, carpeta 16,
f. 1 “Decreto firmado en el Palacio del Alcazar de Sevilla, 11 de febrero de
1809”.
[6] Así lo refiere Manuel Moreno en el
“Expediente con las actuaciones realizadas por la Comisión Civil para
esclarecer la conducta observada por el círculo político de Alvear en la lucha
contra Artigas”, en Comisión Nacional Archivo Artigas (en adelante CNAA), 1981:
358-359.
[7] Tanto su hijo como su nieto tuvieron
actuación política destacada en el Partido Colorado lo que ligó la memoria de
Nicolás Herrera a esa colectividad, generando recelos entre los historiadores
asociados al Partido Nacional. Pese a lo anterior sus apoyos no fueron unánimes
en la otra colectividad histórica del Uruguay. Su nieto, Julio Herrera y Obes,
quien fuera presidente de la República a fines del siglo XIX, encabezó una
fracción colorada enfrentada al liderazgo de José Batlle y Ordoñez, ícono del
coloradismo en el siglo XX. Por su parte, las diversas historiografías surgidas
en los años sesenta y setenta, que reivindicaron la dimensión social de la
revolución artiguista, ubicaron sin dificultad a Herrera como representante de
esa “oligarquía” que traicionó, por su condición de clase, el proceso
revolucionario.
[8] Entre los trabajos recientes de la
historiografía europea que han ido construyendo un campo de estudios sobre exilio y emigración
política en el siglo XIX temprano podemos destacar: Simal (2012 y 2014), Aprile
(2010), Peyrou (2015), Isabella (2009), Isabella y Zanou (2016), Dias (2014),
Pro Ruiz (2015) y Mellone (2014). Para la región del Río de la Plata, si bien
algunos exilios “célebres” han sido analizados profusamente, la perspectiva ha
sido tangencial, centrada en lo biográfico y en la transformación ideológica de
los protagonistas. Algunos trabajos recientes, sin embargo, han abordado estos
fenómenos para la etapa revolucionaria (Polastrelli, 2012 y 2019; Entin, 2015;
Tejerina, 2018) y para los años veinte y treinta (Myers 1998; Zubizarreta, 2009
y 2014; Tarcus 2016, Blumenthal, 2019), destacando el nexo entre estos
desplazamientos y la imposibilidad de los sistemas políticos de canalizar la
existencia de grupos opositores. En Brasil enfoques centrados en los procesos
migratorios, en la construcción de ciudadanía o en la circulación de ideas e
información en las regiones fronterizas se han acercado a una temática que
parece estar cobrando importancia (Sarmiento, 2017, Comissoli, 2018). En la
historiografía uruguaya más tradicional el fenómeno no había sido trabajado
como tema en sí, sino como marco explicativo de otros procesos (por ejemplo en
Pivel, 1956). Algunos trabajos recientes, sin embargo, se han acercado a la
temática aunque sin convertirla en centro específico de análisis: véase Frega
(2009), Cuadro (2011) y Etchechury (2012).
[9] El término emigrado comienza a utilizarse en
idioma francés y en otras lenguas europeas a fines del siglo XVIII para
referir, justamente, a quienes huían de la revolución francesa y buscaban
refugio en países vecinos (Fuentes, 2002: 35-36). Su expansión es rápida y pasó
a ser ampliamente utilizado, como se verá, en el Río de la Plata en las
primeras décadas del siglo XIX.
[10] “Relación de los Méritos, Servicios y
Ejercicios Literarios del doctor en cánones y leyes don Mateo Magariños y
Ballinas de Angulo. Firmado en Madrid, 10 de octubre de 1817” en AGNU, AAPP,
caja 105, carpeta 7, fs. 1 a 14
[11] No tenemos registro de que hubiera estado
antes, aunque sea temporalmente, en Río de Janeiro.
[12] “Carta de Nicolás
Herrera a Consolación Obes, a bordo de la Fragata Belfast, 14 de julio de
1815”, MHN-CPBA, libro 24, f. 59,
[13] Según los libros de “Matrículas de
extranjeros llegados al Brasil” Nicolás Herrera fue registrado el 24 de julio
de 1815, declaró estar casado y ser de profesión abogado. Indicó venir de
Buenos Aires e ir rumbo a Inglaterra. Su pasaporte lo presentó estando a bordo
de la fragata que lo trajo y se comprometió a presentar en las siguientes 24
horas parte de su morada en tierra. A continuación hay un agregado que indica
posiblemente su primer domicilio: “Rua da traz do Hosp.o No 17” (Dirección, 1971: 525)
[14] La escritura “bajo cubierta” implicaba el
envío de las cartas a otro remitente que luego era quien las acercaba a su
destinatario final.
[15] “Carta de Nicolás Herrera a Consolación
Obes, Río de Janeiro, 30 de julio de 1815”, MHN, CPBA, libro Nº 24, f. 61.
[16] La correspondencia entre ambos se corta a
inicios de enero de 1816, lo que podría indicar una interrupción en la
comunicación o que esas cartas no han sido conservadas. Tampoco se conservan
las cartas en respuesta de Consolación Obes.
[17] Bernardo Bonavía era un marino español que
se plegó a la revolución rioplatense y que estaba emparentado políticamente con
Nicolás Herrera. Francisco Javier de Viana, por su parte, era un militar
montevideano que adhirió al movimiento revolucionario y fue Secretario de Guerra
y Marina del directorio de Alvear.
[18] El primero había sido el último Capitán
General y Gobernador de las Provincias del Río de la Plata y el segundo era un
sacerdote franciscano que había sido uno de los líderes del “partido
empecinado”, grupo contrarrevolucionario radical que actuó en Montevideo hasta
la caída de la ciudad en 1814 (Ferreira, 2016a).
[19] Entre otros dirigentes directoriales que
lograron pasar a Montevideo podemos destacar al propio Francisco Javier de
Viana, Ladislao Martínez y Juan Santos Fernández. Algunos de ellos tuvieron
participación activa en acciones contra el poder oriental en la ciudad
(Ferreira 2016b: 38).
[20] En la misma carta le indica “también puedes
escribir en la materia a Don Pedro Pérez, a Orihuela cuñado de Rondeau, a Martín
Rodríguez, a [Juan Manuel de ] Rosas y cuantos amigos se hallen alrededor de
los dichos Rondeau y San Martín. Con esta conducta se ablandará la breva y
caerá a fuerza de menearla: pero todo esto exige reserva y tesón”.
[21] Diferente era el recuerdo del emigrado Luis
González Vallejo sobre la sociabilidad en Río de Janeiro. Este escribía desde
Montevideo en 1816 a Francisco Juanicó: “Mariquita sigue bien y va engordando;
me encarga le diga a V. que no le faltan saudades de Río de Janeiro;
particularmente por las funciones que se disfrutan en esa, operas, y por la
amable compañía de la Sra Doña Amalia y sus compadres” (CNAA, 1992, 169)
[22] Juanita Sarratea era esposa del ingeniero
Angel Monasterio, exiliado junto a Nicolás Herrera. Por razones de espacio no podemos
abrir otro hilo en este trabajo, pero es interesante señalar la preocupación
expresada en las cartas por la evolución de la salud física y emocional de
Monasterio, a quien la situación de exilio y lejanía afectaba especialmente.
[23] “Carta de Nicolás Herrera a Consolación
Obes, Río de Janeiro, 12 de noviembre de 1815”, MHN, CPBA, Libro 24, fs. 81-83,
[24] “Carta de Nicolás Herrera a Consolación
Obes, Río de Janeiro, 13-14 de noviembre de 1815.”, MHN, CPBA, libro 24, fs. 84-85.
[25] En noviembre de 1815 Herrera comentaba a su
esposa la alegría por la llegada de nuevos poderes a Manuel García ya que “a la
superioridad de sus luces añade sus relaciones en la Corte.” (CNAA, 1998: 34).