Fisonomía y estrategias del sector empresarial en la industria de la madera y el mueble de la ciudad de Buenos Aires, fines del siglo XIX – primeras décadas del XX

 

Physiognomy and strategies of the business sector in the wood and furniture industry of the city of Buenos Aires, end of the 19th century - first decades of the 20th

 

 

Walter Ludovico Koppmann

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”,

Universidad de Buenos Aires,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)

walter.koppmann@gmail.com

 

 

Resumen

El artículo aborda las características del “mundo de la madera” en la ciudad-puerto, un sector central para el desarrollo urbano de Buenos Aires entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX. En este marco, se analizan las modulaciones que asumió la organización empresarial así como las estrategias desenvueltas para contrarrestar la actividad sindical y elevar las ganancias (importaciones, descentralización productiva, publicidad y consumo, entre otros).

 

Palabras Clave

Industria de la madera y el mueble; Buenos Aires; organización empresarial; actividad sindical; consumo.

 

Abstract

This paper analyzes the features of the “world of wood” in the city-port, a key sector for the urban development of Buenos Aires between the end of the 19th century and the first decades of the 20th. Within this framework, we study the modulations assumed by business organization as well as the strategies developed to counteract union activity and increase profits (imports, productive decentralization, advertising and consumption, among others).

 

Keywords

Wood and furniture industry; Buenos Aires; business organization; union activity; consumption.

 

Hacia finales del siglo XIX, la ciudad de Buenos Aires se constituyó como el núcleo receptor de un flujo de cambios globales y regionales, vinculados a la inserción de la Argentina dentro del mercado mundial como un país exportador de bienes primarios a gran escala. Como una parte constitutiva del despliegue capitalista, se produjo un ingente proceso de desarrollo urbano, retroalimentado a su vez por la masiva migración transoceánica de trabajadores varones y, en algunos casos, de familias enteras. El veloz crecimiento de la ciudad-puerto generó las condiciones para que una incipiente industria nativa comenzara a sentar sus bases, respondiendo a la demanda urbana de bienes básicos así como también para abastecer a la cada vez más voluminosa actividad de la construcción. En este marco, el mundo de la madera jugó un papel significativo, proveyendo insumos a un conjunto de procesos y ramas productivas (edificación, transporte, logística comercial) y supliendo necesidades urbanas básicas (amueblamiento, envasado de productos, herramientas, etc.).

El siguiente artículo se propone analizar la fisonomía de la rama de la madera y el mueble y las estrategias organizativas desplegadas por el sector propietario en la ciudad de Buenos Aires, entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Nuestra hipótesis principal sostiene que la escala heterogénea de capitales, por un lado, y su concentración en ciertas sub-áreas por parte de empresas extranjeras, por el otro, delineó los rasgos principales que asumieron los distintos intentos de organización patronal en la rama.

Con el objetivo de profundizar la indagación sobre el mundo de la madera desde la perspectiva patronal, el trabajo se articula en tres partes. En primer lugar, se estudian las características estructurales y productivas de la rama a través de una descripción densa, cotejando los censos nacionales y municipales y la bibliografía especializada. En segundo término, se analizan las estrategias de organización empresarial, las formas de reconfiguración productiva en la industria y las iniciativas en el terreno de la circulación y el consumo. En el tercer apartado, se indagan los pocos (aunque significativos) conflictos de comienzos de la década del veinte, los cuales desembocaron en la creación de la primera asociación patronal unificada en la rama, en 1925. Para ello, nos valdremos de fuentes primarias como censos y trabajos de la época, la prensa gremial y de las corrientes políticas, y la publicación patronal El Arte de la Madera, entre otras.        

 

 

La industria maderera y el desarrollo urbano de Buenos Aires

 

Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, la ciudad de Buenos Aires presentaba un acelerado proceso de desarrollo urbano y de expansión metropolitana hacia la periferia (Gutman y Hardoy, 2007). Integrada la Argentina al comercio mundial como exportadora de materias primas, la llegada de un amplio afluente migratorio a través del océano conformó un mercado de trabajo peculiar, signado por la inestabilidad y la estacionalidad (Poy, 2014). En este contexto de despliegue capitalista, la ciudad de Buenos Aires cumplió una función clave como punto nodal del comercio, las finanzas y la administración de la joven república, concentrando los principales indicadores en maquinaria, producción y fuerza de trabajo masculina explotada del país (Ben, 2007). De este modo, la formidable expansión urbana del período tuvo a su disposición una multitud laboriosa a muy bajo costo, cuyo extremo opuesto se correspondía con una minoría social vinculada con el comercio agroexportador y la construcción de las nuevas vías de transporte e infraestructura, en alianza con el capital extranjero concentrado (Rocchi, 2006).

En estas condiciones, el crecimiento industrial entre 1890 y 1910 fue muy destacado, si se tiene en cuenta que el personal ocupado en los establecimientos industriales de Buenos Aires se triplicó en el curso de estos veinte años (Schvarzer, 1996). En efecto, la suspensión del patrón oro, la devaluación monetaria y el incremento de aranceles con el objetivo de resolver la aguda crisis fiscal provocaron un cambio en los precios relativos, alentando un proceso temprano de sustitución de importaciones. De esta manera, entre la década final del siglo XIX y la primera del XX se inició un ciclo de acelerada expansión industrial y la participación del sector en el Producto Bruto Interno (PBI) ascendió de un 15%, entre 1900 y 1909, al 17%, entre 1910 y 1919 (Belini, 2017).

En paralelo a la pujante evolución exportadora del sector primario y, en cierto modo, también del secundario (dirigido al consumo interno), el acelerado ritmo del desarrollo urbano porteño propulsó la actividad de la construcción, que llegó a ocupar un lugar significativo del producto total y contribuyó, a su vez, al progreso de una incipiente industria nacional en constante demanda de insumos, estimulando diversas actividades, entre otras, las distintas áreas productivas ligadas con la circulación, el procesamiento y la elaboración de la madera (Díaz Alejandro, 1970; Gerchunoff y Llach, 2010). En la nueva capital nacional, los permisos de construcción pasaron de 200 en 1880 a casi 2.800 en 1910, produciéndose en simultáneo una transformación en los métodos y la organización de la industria constructora. Así, se generó un nutrido mercado de trabajo que abarcaba miles de obreros en todo el país y constituía uno de los principales motores de la matriz económica, detrás del comercio agroexportador de origen primario (Bourdé, 1973).

Puede afirmarse que, a fines del siglo XIX, la madera como materia prima ocupaba un lugar “insustituible” en aspectos nodales del hinterland porteño: la edificación y la actividad de construir, la pavimentación de calles, la producción de herramientas, el amueblamiento, el transporte de sustancias y alimentos e, incluso, el transporte mismo, ya fuera terrestre o marítimo, entre los rubros más salientes. En los barrios populares, la madera y la chapa de zinc eran los materiales predominantes en los conventillos y casillas aunque también se empleaba en barracas industriales, estaciones ferroviarias, iglesias, escuelas, etc. Como se trataba de una demanda masiva y en escaso tiempo, en lugares alejados y sin fuerza de trabajo capacitada, se construía con madera en función de su versatilidad y fácil manejo. Este carácter provisorio de Buenos Aires fue conceptualizado por Liernur como ciudad “efímera”, refiriéndose a un estadio previo a la metrópolis moderna, que emergió post 1910. En la ciudad efímera, la madera representaba un material esencial (Liernur, 1993, p. 192).

El mundo maderero comprendía varias sub-ramas o industrias subsidiarias: el sector de aserraderos, carpinterías mecánicas, corralones de materiales y obrajes, que elaboraban la materia prima y elementos para la construcción así como también se conectaban con la carpintería naval (vinculada con el área portuaria); la carpintería civil; la construcción y ensamblaje de carruajes (para pasajeros) y carros (para la carga de materiales y mercancías); la fabricación de envases, baúles, cajones, toneles, escobas, ataúdes, escaleras y galpones; las casas de mesas de billar y de instrumentos musicales; por último, el relevante sector mueblero, que incluía talleres que fabricaban y ensamblaban muebles y sillas (comprendiendo el importante oficio de la ebanistería) así como el conjunto de establecimientos e individuos en domicilios particulares y talleres del ramo dedicados a la tornería, el dorado, la marquetería y la escultura. Cabría añadir, hacia 1913, al gremio de parquetistas, la mayoría de ellos rusos y/o judíos.

Al igual que el resto de las industrias (con excepción de los frigoríficos, las harinas y el tanino), el sector de la madera y el mueble basó su expansión durante este período en el mercado interno (Belini, 2017). Un rasgo favorable para su desarrollo fue que no poseía una dependencia muy estricta en cuanto a la importación de materias primas, insumos, herramientas y maquinarias, pudiendo abastecerse en buena medida en el mercado local (Schvarzer, 1996). De todas maneras, es indudable que en los primeros años de 1900 el peso de los materiales importados era significativo. Antes de la Primera Guerra Mundial, el 35% de los insumos del sector en actividades manufactureras provenían del exterior y ese porcentaje ascendía al 60% en actividades no fabriles (Lizárraga y Masón, 2016, p. 12).

En contraste con la fuerte concentración de capital en las ramas mencionadas, dominadas por empresas extranjeras, una pléyade de pequeñas unidades casi artesanales caracterizaba a la incipiente industria nacional (Jorge, 1986). De igual forma, el mundo de la madera porteño presentaba una fisonomía dominada por empresas de tamaño reducido, con escaso capital y personal. En los talleres se trabajaba bajo una estructura casi artesanal, donde el sistema de regimentación laboral era de carácter familiar y las reglas no estaban establecidas (Camarero y Ceruso, 2015, p. 3). Estos establecimientos, llamados “boliches” por sus escasas dimensiones, pertenecían en muchos casos a ex obreros, que habían logrado establecerse por su cuenta. Corresponde notar, sin embargo, la existencia de un puñado de fábricas que empleaban cientos de trabajadores y poderosas máquinas, con distintas secciones por oficio. Al respecto, los capitales más concentrados del sector estaban repartidos entre las empresas que importaban muebles finos, las constructoras de carruajes y los grandes establecimientos aserraderos -que solían funcionar como empresas de la construcción, realizando obras para el Estado y para privados.

En cuanto a las dimensiones productivas, si en 1830 existían 68 “carpinterías” en la ciudad de Buenos Aires, en 1887 esa cantidad había aumentado a 651, incluyendo: 36 aserraderos a vapor; 84 talleres de carros y carruajes; 301 mueblerías; 4 tonelerías; 28 tornerías (Guerrero, 1944, pp. 62-63).

A continuación se presentan los datos para 1887:

 

Cuadro I. Principales talleres madereros en la Capital Federal en 1887

 

Nombre

Industria

Capital $ m/n

Obreros

Emilio Landois – “Carpintería mecánica del Retiro”[1]

Carpintería mecánica

1.000.000

50-60

G. Storn

Carpintería mecánica

250.000

130

Mueblería París

Muebles

200.000

15

Spinetto Hnos.

Aserradero

150.000

315

J. Barzi

Muebles

100.000

40

F. Cidals y cía.

Carpintería mecánica

100.000

23

A. Zanotti

Carpintería y aserradero

100.000

120

Fuente: elaboración propia a partir de “Estadística industrial de la UIA” (1887) y Chueco (1896).

 

Menos de dos décadas más tarde, se evidenciaba el acelerado proceso de desarrollo urbano:

 

Cuadro II. Fisonomía del mundo de la madera en 1908

 

Clasificación

Número de fábricas y talleres

Capital en

$ m/n

Personal total

Aserraderos

124

6.575.555

2.994

Astilleros

2

50.000

675

Baúles y valijas

55

274.385

280

Billares

17

143.400

61

Cajones fúnebres

29

366.230

324

Carpinterías

882

3.823.585

4.159

Carruajes y rodados

198

1.859.015

1.549

Doradores

38

130.150

138

Escoba y cepillos

84

214.770

316

Hormas para calzado

9

53.700

54

Instrumentos de cuerda

19

45.495

60

Muebles

606

3.721.940

3.107

Sillas

66

365.970

258

Tacos para billar

5

7.550

22

Tapicerías

67

726.845

252

Tonelerías

26

159.195

74

Tornerías

65

424.585

341

TOTAL

2.292

18.942.370

14.664

Fuente: elaboración propia a partir de Censo industrial y comercial 1908-1914, Buenos Aires, Talleres Gráficos del Ministerio de Agricultura, 1915, pp. 8-17.

 

En una mirada de conjunto, el mundo de la madera representaba uno de los sectores más destacados de la economía porteña a comienzos del siglo XX.

Si observamos el perfil obrero en la rama, este no distaba mucho de la fisonomía descripta para los capitales madereros: por un lado, un sector de obreros-artesanos (algunos casi artistas), altamente calificados y, en general, empleados en los talleres que producían para el consumo de la burguesía; por el otro, una gran masa de jornaleros sin calificación, ocupados como peones, estibadores o, en el caso de las infancias, como aprendices de algún oficio. Una de las principales sub-áreas del sector era la industria de la construcción, clave en la economía urbana en despliegue, con sus miles de trabajadores de diferentes oficios calificados aunque también, y en una medida no menor, desprovistos de calificación.

Con más de 10.000 trabajadores en total, la rama de la madera y el mueble representaba una de las poblaciones obreras más importantes de la urbe del 1900, detrás de los ferroviarios y los marítimos, siendo los madereros de la construcción quienes aportaban el mayor contingente. En cualquier caso, debemos subrayar que los 14.664 obreros censados en la madera y el mueble se encontraban desperdigados, trabajando en procesos productivos disímiles y rara vez llegaron a emprender acciones sindicales en bloque; para esto último hubo que esperar hasta la década del treinta. Como veremos en el próximo apartado, en consonancia con esta naturaleza heterogénea, así también resultaron las estrategias empresariales para enfrentar los procesos de estructuración sindical y de movilización obrera.

Por otro lado, una observación más detenida sobre las sub-ramas principales permitirá entender mejor las jerarquías de cada especialidad dentro del sector:

 

Cuadro III. Principales sub-ramas del mundo de la madera

 

Clasificación

Número de fábricas y talleres

Capital en $m/n

Venta anual en $m/n

Fuerza motriz (HP)

Personal

Aserraderos

124

6.575.555

18.051.480

3.452

2.994

Carpinterías

882

3.823.585

13.250.260

1.225

4.159

Carruajes y rodados

198

1.859.015

5.537.645

400

1.549

Escultura

88

333.540

1.326.192

37

432

Mueblerías

606

3.721.940

10.846.590

570

3.107

Tornerías

65

424.585

994.070

397

341

TOTAL

1.963

16.738.220

50.006.237

6.081

12.582

Fuente: elaboración propia a partir del Censo industrial y comercial 1908-1914.

 

A partir de una comparación en términos porcentuales con los valores del cuadro II, es factible afirmar la predominancia de las sub-ramas del cuadro III por sobre el resto del sector, concentrando el 87% de los establecimientos, el 88% del capital total y el 86,5% de los trabajadores. Dentro de este conjunto, los aserraderos presentaban las cifras más elevadas, tanto en términos de capital como de ventas y fuerza motriz. Estas empresas, junto con las carpinterías, concentraban el 70,5% de la fuerza motriz. En esta dirección, se podría pensar la relación de estos valores con el carácter cuasi-artesanal de la producción del sector, en particular la mueblera (no obstante su corroboración demandaría un análisis específico sobre el sub-sector del mueble).

Respecto a la magnitud de las ventas, resaltan las casas de tornería y escultura (que incluía mármol y piedra), las cuales aún siendo unas pocas decenas, presentaban valores cercanos al millón de pesos. Esto último indicaría el alto valor agregado de la sub-rama, la alta calificación requerida y que se trataba de un consumo destinado exclusivamente a las clases altas. Finalmente, cabe destacar el bajo número de obreros por establecimiento, figurando los aserraderos como aquellos lugares con mayor concentración (veinticuatro obreros) frente a los reducidos valores de las mueblerías – boliches (cinco trabajadores). En una comparación con el censo nacional de 1914, el establecimiento medio en Argentina ocupaba un promedio de 8,4 personas, utilizando 13,9 HP de fuerza motriz, aproximándose a lo que sería el taller de un sastre o de un zapatero, mientras que un establecimiento aserradero consumía en promedio 27,9 HP (Bilsky, 2011).

El siguiente cuadro contabiliza el número de dueños de forma indirecta, según lugar de trabajo y nacionalidad, en base al censo nacional de 1914:

 

Cuadro IV. Número de establecimientos según nacionalidad de los propietarios

“Naturaleza de las industrias”

Argentino

Extranjero

Mixto

Total

Aserraderos de madera

32

34

10

76

Astilleros y carpinterías de ribera

1

-

-

1

Billares, tacos y bolas de marfil

4

9

-

13

Cajones, cajas y barricas

5

11

1

17

Carpinterías de obra de mano

96

490

6

592

Carpinterías mecánicas

31

126

5

162

Carros y rodados de carga

17

95

15

127

Carruajes y carrocería de automóviles

26

76

3

105

Doradores en madera y marcos dorados

7

17

-

24

Empresas de construcción

23

42

12

77

Esculturas en madera y mármol, tallistas y ornamentos de iglesias

2

12

-

14

Hormas y moldes para calzado, para sombreros, para vestidos

3

5

-

8

Mobiliarios y muebles en general, tapicerías, sillas, baúles

84

404

11

499

Tonelerías

3

24

-

27

Tornerías y ebanistería en madera y marfil

15

45

-

60

TOTAL

349

1390

63

1802

 

Fuente: elaboración propia a partir del Tercer Censo Nacional levantado el 10 de junio de 1914, Buenos Aires, Talleres gráficos de L.J. Rosso y cía., 1916.

 

Nuevamente, se advierten las categorías “porosas” en las clasificaciones censales como, por ejemplo, los aserraderos mezclados con las carpinterías mecánicas o las empresas de construcción; los carruajes con los automóviles (en un momento de plena transición entre una y otra industria); las casas de escultura y talla con las tornerías. Sin embargo, esto no invalida la posibilidad de extraer importantes datos sobre la composición del sector patronal.

Al igual que en el caso de la fuerza de trabajo maderera, el predominio mayoritariamente extranjero entre los dueños de carpinterías y mueblerías (circa 80%) fue característico y persistió durante varias décadas hasta entrado el siglo XX. Por otro lado, se destaca el peso de la extranjería en sectores fundamentales para el transporte y el comercio, como la construcción de carros y carruajes, y en la estratégica industria de la construcción. En la rama aserradera, donde la concentración de capitales era muy alta, el equilibrio relativo entre propietarios nativos y foráneos podría explicarse a partir de vínculos específicos de los dueños con obrajes de otros puntos del país, que aprovisionaban la materia prima.  

Para completar la fisonomía del sector, debemos referirnos a la plétora de boliches judío-“rusos”, fenómeno emergente con claridad a partir de 1905, así como también a los pocos (aunque destacados) empresarios del mismo origen. En efecto, aunque las posibilidades de ascenso social fueron escasas durante estos primeros años, existieron algunos patrones judíos que lograron acumular un significativo volumen de capital e instalaron talleres de muebles finos así como baratos (Koppmann, 2020). Este fenómeno irrumpió con mayor nitidez en los años treinta, no obstante las crónicas gremiales se referían al sector de “industriales rusos” como un grupo con gran poder de decisión y veto sobre los acuerdos con los trabajadores.[2]

Finalmente, y más allá de la “porosidad” de las categorías, una comparación entre los cuadros III y IV (censo industrial de 1908-1914 y censo nacional de 1914, respectivamente) permite vislumbrar un abrupto proceso de centralización capitalista en la industria aserradera, donde los establecimientos se redujeron de 124 a 76. En menor medida, en la producción del mueble, pasando de 606 a 499; y en las carpinterías (sumando manuales y mecánicas), disminuyendo de 882 a 592. Una vez más, esta clase de análisis son aproximados, considerando las distintas variables y categorías que entrecruzan los datos bajo estudio.

En síntesis, el universo que rodeaba la elaboración y el comercio de la madera y el mueble en Buenos Aires circa 1900 comprendía un mundo donde cabían muchos mundos, englobando oficios heterogéneos y sub-áreas específicas así como esferas diferenciadas de circulación y consumo y representando una de las poblaciones obreras más destacadas del período. La fisonomía empresarial del sector semejaba un polo mayoritario de propietarios de pequeños talleres semi-artesanales (“boliches”), que competía contra unos pocos -aunque poderosos- capitales extranjeros, concentrados en la rama de aserraderos, carruajes y muebles. La lógica de estos últimos, por lo tanto, terminaba prevaleciendo por sobre los intereses de los bolicheros. Sobre este escenario transitó la conflictividad laboral en la industria, enmarcando e impulsando los diferentes intentos y estrategias de organización patronal. Hacia allí se dirige el próximo apartado.  

 

 

Estrategias empresariales y reconfiguración productiva

 

De forma idéntica al movimiento sindical, los primeros registros de organización patronal datan desde comienzos de la industria maderera. En efecto, su trayectoria corporativa puede ser detectada en un período temprano: entre los 69 fundadores del “Club Industrial Argentino”, asociación empresarial creada en 1875, 11 eran dueños de carpinterías, mueblerías, aserraderos o fábricas de carros (Dorfman, 1970, p. 170). En el mismo sentido, entre los 877 socios fundadores de la Unión Industrial Argentina (UIA), 30 se dedicaban a la carpintería, 14 a la fabricación de muebles, 13 a los carruajes, 12 a los aserraderos y 9 declararon ser “muebleros”. Conviene remarcar, sin embargo, que estas cifras solapan la amplia heterogeneidad de unidades productivas que presentaba la industria maderera, entremezclando, de un lado, una mayoría de pequeños talleres en manos de artesanos con escaso capital y, del otro, la gravitación ineludible de los grandes industriales, situación habitual durante los años iniciales de la organización empresarial (Scheinkman y Odisio, 2021, pp. 110-111; Schvarzer, 1991, pp. 25-29). 

Circa 1890, y como resultado del primer paro total de actividades registrado en el sector (en el contexto de un alza huelguística general), los patrones constituyeron la “Asociación de fabricantes de muebles”, organización sectorial que en 1905 se integró como sección formal de la UIA, compuesta por 37 empresas (Cúneo, 1967, p. 80). La comisión directiva estaba integrada por H.C. Thompson, F. Cortés, F. Veroni, G. Tarris, L. Descotte, J. D. Seng, D. Galli, E. Tonelli y J. Audero, como titulares, y J. Verga, J. Trezzi y C. Zampini como suplentes.[3] De igual modo, en 1905, con la aprobación de los nuevos estatutos de la entidad empresarial, también se constituyó la sección “Aserraderos y Corralones de Madera”, comprendiendo 87 establecimientos (Guerrero, 1944, p. 140). Formaban su comisión directiva A. Crestín, J. Luraschi, C. Bonthoux, J. Battaglia, P. Maraggi, J. Bade, J. Wright, A. Prunieres, L.V. y L.D. Spinetto, M. Rey, J. Barindelli, A. Castiglioni, C. Martelli, C. Rossi y E. Peluffo.[4] También existieron intentos de reagrupamiento patronal en la rama de la construcción de carruajes y de carros.[5]

Si analizamos la composición de las primeras comisiones directivas, en ambos casos podemos reconocer a algunos de los principales empresarios de cada sector, como Thompson, Verga o Descotte para los muebles; y Crestín, Luraschi, Wright o Spinetto para los aserraderos. A propósito, corresponde notar que, mientras el sector más poderoso de la industria se mantenía más o menos organizado como secciones de la UIA, los pequeños patrones solían quedar más al margen de esta clase de iniciativas, lo cual se reflejaba en su escaso peso relativo y/o nula injerencia al momento de negociar durante las huelgas obreras. 

En esta dirección, entre 1903 y 1906, varios gremios de la madera y el mueble (ebanistas, carpinteros, escultores, entre muchos otros) conquistaron mejores condiciones de trabajo, las cuales implicaban un esfuerzo cotidiano a la hora de ser mantenidas. Como observaba el militante sindicalista revolucionario del mueble, José Montesano: “a los obreros le cuesta más conservar las mejoras obtenidas por medio de la huelga, que el obtenerlas durante la huelga”, explicando que, durante el movimiento activo, el patrón encontraba serias dificultades para reemplazar a los huelguistas y, por ende, cedía a los pedidos mientras que, en momentos de mayor desempleo, aprovechaba para retrotraer las condiciones a su estado anterior.[6]

En otros trabajos (Koppmann, 2019) hemos abordado la intensa actividad huelguística de 1905-1906, analizando cómo el despliegue de la movilización obrera y la estructuración sindical en los lugares de trabajo supusieron un factor de causa y consecuencia en la efervescencia de las demandas laborales aunque también acentuaron los rasgos que delimitaban los contornos de cada oficio. Desde esta perspectiva, el sostenimiento de los acuerdos dentro de los sitios laborales varió en cada sub-rama en función de las distintas estrategias que desplegaron las patronales circa 1907, con el objetivo de reconfigurar las condiciones de explotación, es decir, una vez concluido el ciclo huelguístico y, precisamente, para “cerrarlo” y recomponer sus ganancias.

Frente a sectores con alto poder organizativo y dominio sobre el proceso de trabajo (dificultando su reemplazo por personal adventicio), los propietarios madereros buscaron solucionar estos problemas a partir de lógicas específicamente capitalistas, que permitieran contrarrestar la capacidad de contralor obrero en los sitios laborales. Las estrategias patronales fueron, en total, cuatro: la introducción de máquinas, la importación de partes y productos terminados y la descentralización del proceso de trabajo. Por último, el cambio en las pautas de consumo y la irrupción de la publicidad fueron centrales en las estrategias comerciales de las grandes mueblerías.

En primer lugar, la incorporación de maquinaria dentro del proceso productivo resultó desigual según cada sector. Dentro de los grandes establecimientos aserraderos, la introducción de máquinas había comenzado a fines del siglo XIX, concomitante con un proceso de expansión y concentración de capitales en unas pocas empresas muy poderosas (ligadas a la construcción y el tráfico agroexportador) y avanzó hacia finales de la primera década.[7] En la industria del mueble, el desempleo se volvió una realidad tangible hacia 1907 y algunos contemporáneos, como el ebanista Luis Malfatto, lo relacionaban con los cambios en marcha: “la crisis del 1907 (…) únicamente se puede atribuir a la gran implantación de maquinarias en estos últimos tiempos”, señalando en otro artículo que la sobreproducción obedecía a “las maquinarias que se están implantando en el país con una rapidez asombrosa (...) Basta decir sin temor de exagerar, que en el transcurso de dos años se han implantado maquinarias perfeccionadas en 200 talleres”.[8] Entre otras causas, señalaba además la longitud de la jornada y la persistencia del destajo. Más allá de los valores, probablemente ficticios, cabe señalar que la incorporación de algunas máquinas en los talleres no supuso una modificación estructural del sector mueblero, la cual ocurrió de forma incipiente recién hacia mediados de la década del veinte, a diferencia de otras ciudades como Manchester, Londres o Boston, donde el proceso de mecanización se encontraba más avanzado, no obstante la habilidad manual seguía siendo esencial.[9] Desde una mirada historiográfica general, el debate acerca de los móviles subyacentes a la incorporación de maquinaria tendió a poner el foco ya sea sobre la lucha de clases, ya sea sobre la competencia, o como una mezcla de ambas, según la coyuntura (Regalsky, 2011, pp. 90-93). En cierta forma, si bien la escasez de datos en el período impide avanzar en una respuesta completa a este interrogante (habida cuenta, además, del altísimo porcentaje de pequeños talleres), podemos afirmar que el peso de la maquinaria fue central en aquellos establecimientos con alta concentración de capital y que ocupaban algún tipo de nicho en el mercado (sea por la naturaleza y el volumen de su producción, sea por sus lazos con el poder público, como los aserraderos mecánicos-compañías constructoras).  

En segundo lugar, varias empresas, sobre todo las más concentradas, se orientaron hacia la importación, tanto de partes como de bienes terminados. En las mueblerías, era común vender muebles finos producidos en el exterior y ensamblados en el país. Respecto a la provisión de materia prima (madera), un informe norteamericano afirmaba que: “La cantidad de maderas importadas equivale a 10 veces lo producido en territorio nacional; sin embargo, el transporte de estas maderas desde los bosques es difícil y costoso” (Everley, 1919, p. 13). En las carpinterías mecánicas, comenzaron a importarse puertas y ventanas provenientes de Noruega y Estados Unidos.[10] Una estrategia similar adoptaron algunas empresas constructoras de carruajes, importando piezas y materiales para luego armar el producto final en el país, lo cual dejaba sin trabajo a los herreros y fraguadores, entre otros oficios.[11] Según se denunciaba en una asamblea gremial, el Estado protegía a los capitalistas para hacer pasar los insumos por “piezas de repuestos” y, por ende, no pagar derechos aduaneros.[12]

En algunas coyunturas (según los costos externos como así también los impuestos internos, entre otros factores), resultaba más lucrativo para los empresarios traer las partes desarmadas (sea del carruaje o el mueble) y ensamblarlas en el país; menos común parece haber sido la importación del producto terminado, probablemente por el alto costo logístico. Esta clase de comportamiento dual productor-importador, aunque en apariencia contradictorio, caracterizó a buena parte de la clase capitalista en distintas ramas de la economía y representaba una forma de complementar aquellos límites que ofrecía el mercado nacional en pos de obtener una mejor rentabilidad (Rocchi, 1994, p. 56; Rocchi, 1996). En una mirada panorámica sobre la industria mueblera, el citado informe norteamericano indicaba que, si bien entre 1908 y 1913, las importaciones de muebles se incrementaron en un 70%, posicionando a la Argentina como una de los principales países importadores de muebles, entre 1913 y 1917 (y como resultado de la Primera Guerra Mundial y el virtual cierre del comercio exterior), este flujo comercial se desplomó en un 85% (Everley, 1919, p. 15).

Tanto el sindicato de carpinteros como el de constructores de carruajes declararon un boicot contra las importaciones, cuya eficacia y consecuencias fueron objeto de debate entre las corrientes de izquierda intervinientes en el sector. Por un lado, los sindicalistas opinaban que “esta clase de medidas” tenían como efecto “constituir a los obreros en mantenedores de industrias raquíticas (…) poniendo trabas al desenvolvimiento del régimen capitalista en marcha hacia su propia disolución”.[13] Esta opinión, favorable al desarrollo de la gran industria y la quiebra de los boliches, no era novedosa.[14] Para el anarquista Ricardo Carrenoa, por el contrario, el boicot permitía bloquear la importación que, cual “plaga de langosta”, había sumido en una crisis al ramo de carpintería, y era menester entonces lograr la unidad con los obreros europeos para luchar por la reducción de la jornada.[15] Según los socialistas, finalmente, la clase obrera debía dar una pelea parlamentaria para rebajar el valor de los bienes primarios de consumo, aduciendo que el alza de salarios disminuía la ganancia capitalista.[16]

En tercer lugar, los empresarios del mundo maderero generaron las condiciones para descentralizar la producción y reducir la concentración de obreros por lugar de trabajo, “creando” nuevos patrones de pequeños talleres que funcionaban como unidades productivas subsidiarias. Además de representar una estrategia empresarial frecuente (hasta la actualidad, incluso), la descentralización constata un determinado momento del proceso de trabajo, habilitado por la evolución del sector. Este fenómeno se verificó en la rama de muebles y en la de carruajes. Al respecto, el sindicalista revolucionario, Juan Cuomo, denunciaba que “los capitalistas del ramo de mueblería tratan de fomentar muchos boliches”, afirmando que esto convenía a las grandes empresas cuya producción, en caso de huelga, no se vería afectada al tiempo que se amedrentaba la organización de un gremio altamente movilizado.[17]

Un hecho significativo radicaba en que muchos de los obreros convertidos en patrones solían ser quienes “por su actuación descuellan en los gremios obreros, (…) intransigentes en todos los instantes de la lucha”.[18] En términos generales, por la peculiar configuración semi-artesanal del gremio ebanista, no era atípico el pasaje de un obrero a patrón, siendo incluso común entre quienes a causa de su militancia no podían hallar ocupación en los talleres o aquellos que sufrían alguna enfermedad. En estos últimos casos, el reglamento sindical ebanista permitía su afiliación (quizás también por el escaso desarrollo de la gran industria en el país).[19] En el gremio tapicero, hasta 1906 se afiliaba a quienes poseían su propio taller (luego se prohibió); en general, trabajaban a domicilio.[20] De igual modo, los empresarios de carruajes proveyeron los medios para que los oficiales se establecieran por cuenta propia, produciendo las partes que luego se ensamblaban en la casa central. Este fenómeno de descentralización expresaba, por otra parte, el elevado grado de extensión del trabajo a domicilio en la rama (Harari, 2006, pp. 135-136). Según se denunciaba: “La medida está dando sus frutos. Los obreros a domicilio ganan en apariencia un jornal más elevado, pero también trabajan un horario no menor de doce a catorce horas diarias”.[21] En perspectiva, la expansión de estas modalidades junto con la introducción de los primeros automóviles acabaron por minar las bases de la sólida organización sindical de los constructores de carruajes.

Ahora bien, en el marco del desarrollo urbano, se difundió con fuerza una cultura de consumo característica de la llamada belle époque, no sólo entre los sectores de la burguesía sino también en el seno de una creciente clase media, que veía en las grandes tiendas[22] la posibilidad de acceder a productos reputados “de categoría”, gracias a una estructura de ventas que ofrecía planes de cuotas, ofertas especiales y sorteos de productos (Fernández-García, 2016, p. 141). Cabe recordar que el consumo no sólo involucra la compra y utilidad de un objeto sino que también envuelve un conjunto de ideas y experiencias, deseos y expectativas (Pérez, 2015, p. 100). Así, suele referirse al consumo como una vía para la construcción de identidades sociales, rasgos de pertenencia y de distinción social (Bourdieu, 2012).

A la vuelta del siglo, la publicidad se consolidó como un medio poderoso y, al poco tiempo, indispensable para instalar un producto y vender una determinada marca; en este terreno, la revista ilustrada Caras y caretas se posicionó a la vanguardia de esta transformación (Rocchi, 1999, p. 314). En el mercado del mueble, las empresas más poderosas, como las inglesas Thompson y Maple, apuntalaron sus ventas a través de una sistemática campaña publicitaria anclada en dos ejes: el origen “inglés”, como signo de alta calidad, buen gusto y confort; y la figura de la mujer, como consumidora y decoradora par excellence del hogar. A diferencia de otros mercados como el artístico, donde era usual que la raigambre “étnica” determinara el target de los compradores, el llamado “gusto inglés” había logrado una enorme aceptación social, siendo elegido para equipar edificios públicos, hogares privados, clubes, hoteles, etc. Una faceta interesante en las publicidades de Thompson resaltaba que la elegancia del estilo inglés era “una necesidad, no un lujo” (Fernández-García, 2016, p. 143).[23] Por otra parte, en comparación con otra publicidad de los mismos años aunque dirigida al consumo popular, se destacaba la baratura del producto: “Del productor al consumidor. Nada de intermediarios”.[24]

Como un segundo aspecto vinculado, la construcción de la mujer como consumidora ha sido un tema tratado en varios estudios, señalando que la “libertad” de poder elegir entre un conjunto amplio de artículos y servicios contrastaba con la inexistencia de ella en aspectos elementales de lo cotidiano, debiendo, por ejemplo, salir a la calle acompañadas (Guy, 2018). En este punto, el despegue de la publicidad como puente entre el espacio público y la vida privada encontró en las mujeres un nexo decisivo para penetrar e influenciar en la decisión final. Las modernas pautas publicitarias enfatizaban el papel femenino en tanto “defensora de la soberanía del consumidor” y de “experta en el proceso de comercialización” (en reemplazo del rol que otrora ejercía el comerciante) (Rocchi, 1999, p. 328). En la esfera de la circulación de muebles, era la mujer la responsable de elegir el mejor amueblamiento para el hogar (en la marca Thompson, “Es ella la que debe elegir los muebles”), no obstante en el espacio laboral o público o a la hora de elegir un sillón, el rol del hombre era central. Finalmente, la mujer solía ser el modelo de las publicidades, como se aprecia en la figura femenina peinándose frente al espejo de la cómoda en un aviso de la misma empresa, promocionando dormitorios.[25]

Hacia 1910, podemos localizar la formación de una sociedad de consumo masivo, cuyas prácticas comerciales no distaban demasiado de aquellas de las grandes ciudades del mundo y cuyo mercado era disputado por los capitales foráneos de distintas potencias (Rocchi, 1998, p. 534). Sin embargo, según ha sido apuntado, la producción de bienes de consumo masivo enfrentó una demanda insuficiente tan pronto como la Argentina comenzó a industrializarse y los capitalistas ensayaron toda clase de métodos para aumentar las ventas, fundamentalmente a través de elementos que fueran más allá del precio (Pérez, 2015). Esto dio lugar a una expansión nunca vista de la esfera comercial, la cual acabó por transformar las relaciones en el ámbito de la producción a la vez que la intimidad de los consumidores (Rocchi, 1999, p. 313).

 

 

Organización patronal y conflictividad laboral en los años veinte

 

Desde los orígenes del mundo de la madera porteño, los capitalistas del sector desarrollaron distintos intentos de reagrupamiento, con mayor o menor éxito y perdurabilidad y, muchas veces, encolumnándose como una sección de la UIA. En los años veinte, sin embargo, la forma de unión entre los empresarios moduló y, por primera vez, se cristalizó una estructura corporativa común. Recordemos que, durante las primeras décadas, cada disciplina tuvo su propia organización patronal, sobresaliendo las uniones de fabricantes de muebles y de los dueños de aserraderos. Estos últimos fueron quienes consiguieron mayores avances en el terreno de la llamada “libertad de trabajo”, es decir, en el empleo de obreros adventicios. Así, destacados capitalistas como el empresario constructor, John Wright, se apoyaron en la Asociación del Trabajo (AT), siendo uno de sus promotores, en especial debido a que la empresa operaba fundamentalmente en el área portuaria. No ocurría lo mismo, sin embargo, en la industria del mueble, donde el reemplazo de los obreros era más dificultoso y la “autonomía artesanal” seguía siendo un bloqueo (Montgomery, 1979). Gracias al dominio sobre el proceso productivo, amplias franjas de trabajadores madereros generaron resortes de contralor sindical en los sitios laborales, impulsados por la carestía y el desempleo circa 1916/1917, cuando al compás de la crisis económica de la primera posguerra se abrió uno de los ciclos huelguísticos más importantes de la historia argentina (Camarero, 2017; Ceruso, 2015).

Luego de este proceso de intensa confrontación social y laboral, en junio de 1921 se produjo la derrota de la huelga general proyectada por la FORA IX, con la detención de sus principales organizadores. A posteriori, la desmovilización colectiva redundó en la pérdida de los derechos laborales conquistados en los meses previos, retrocediendo la estructuración y la vida sindical. En una etapa signada por el reanimamiento del afluente migratorio, en especial desde Polonia, los dueños judíos de talleres-boliches fortalecieron su asociación patronal, la cual se reunía periódicamente y tomaba “acuerdos tendientes, ya en una u otra forma, a anular el poderío de la organización y sus miembros o sea los patrones, individualmente se encargan de ello, originando y provocando conflictos”.[26]

La inmigración aparecía ligada a la dinámica de las luchas obreras y condicionó varias de las formas que asumió tanto la organización obrera como patronal. A partir de 1923, se observa cierta reactivación de la conflictividad laboral, arrojando unos pocos pero importantes conflictos. En enero eclosionó una huelga general contra la ejecución de Kurt Wilckens, el anarquista que vengó la masacre de la Patagonia (1921-1922) asesinando al coronel Varela; en 1924, trabajadores y patrones se opusieron por igual frente al proyecto de jubilaciones del gobierno de Alvear; años después, en 1927, los madereros se sumaron a las acciones por la libertad de Sacco y Vanzetti.

En la industria del mueble, a mediados de abril de 1923 se declaró una huelga de carácter “testigo” en los talleres de la poderosa casa Maple, sitos en Tucumán 2464 y Suipacha 658. Según las crónicas, la empresa inglesa buscaba implantar el “trabajo libre” en pos de prolongar la jornada laboral, y recientemente había desestimado los reclamos del personal tapicero.[27] La empresa contó con el apoyo de “la policía secreta, el escuadrón de seguridad y la seccional”, quienes detenían a los obreros “sospechosos” que circulaban a seis cuadras de los sitios laborales.[28] Sin embargo, Maple no logró reiniciar la producción in situ y debió desviarla hacia los boliches de Antonio Zanna y Abraham Rosenfeld, cuyos personales se solidarizaron, negándose a realizar los trabajos.[29]

En el mismo período, si bien por fuera de nuestro recorte geográfico, se desarrolló un paro general ebanista en la ciudad de Rosario, que duró seis meses.[30] En la localidad de Avellaneda, una huelga paralizó los establecimientos aserraderos durante 50 días hacia finales de 1923.[31] Cruzando el Riachuelo, dentro de los aserraderos porteños, las jornadas laborales superaban las diez horas y unas pocas luchas fueron contra la “tiranía” de capataces y gerentes.[32] En la empresa constructora de John Wright, el sindicato carpintero impulsó junto con otros gremios la estructuración “desde adentro”, logrando cierto éxito en la tarea.[33] En cierta forma, esta clase de expresiones huelguísticas en sectores obreros organizados o calificados contribuyen a problematizar -o al menos, matizar- la idea general de los años veinte como una década armónica en la lucha de clases y, por ende, de integración social (Ceruso, 2015).

En este contexto, en 1925 se formó la “Asociación Fabricantes de Muebles, Carpinterías y Afines”, establecida como sección de la UIA y con una oficina sita en el centro porteño.[34] De forma mensual, publicaba la revista El Arte de la Madera, cuyo lema de tapa rezaba “La industria de un país constituye la riqueza del mismo”. Según el comunista Luis Sommi, a la cabeza del reagrupamiento patronal aparecían los miembros de las firmas más grandes dentro de la industria.[35] En efecto, la Comisión Directiva estaba integrada por: Clive Thompson, Julio Marconi, H.M. Taylor (Sage), Augusto Tarris, Valentín Babino, Eric Werth (Nordiska), Alberto Castelli, Leonardo Pereyra Iraola, John Wright, Alejandro Virasoro, Aristides Saccone y Romeo Stella. Los asesores legales eran Joaquín de Anchorena y Atilio Dell’Oro Maini.[36] Entre otros beneficios, la asociación ofrecía: asesoría jurídica, comisión de peritaje (para interceder con clientes), fuerza de trabajo adventicia y “suplencia de producción en los casos de conflictos, para evitar la falta de cumplimiento de sus contratos”.[37] Asimismo, se proponía crear un seguro contra accidentes y una escuela de aprendices, contando con un “registro de obreros”.[38]

Estos dos últimos elementos se vinculaban con las dificultades para reemplazar a una fuerza de trabajo tan calificada y artesanal. En este plano, los sindicatos de carpinteros y de ebanistas establecían un cupo máximo del 10% destinado a aprendices, situación agravada por la ley 11.317, que reglamentaba el trabajo infantil y femenino, sancionada en 1925.[39] La formación de la fuerza laboral en la industria del mueble siguió siendo un tópico de preocupación hasta incluso finales de los años cincuenta. Según se podía leer en la revista patronal, la sustitución de trabajos manuales por la máquina, por un lado, y las trabas que ponían los propios obreros, por el otro, dificultaban el aprendizaje de futuros nuevos oficiales.[40]

Otro elemento de preocupación dentro del arco patronal era la provisión de materia prima. No casualmente, la asociación se proponía el suministro directo de madera así como también se destinaban varias páginas a tratar el problema forestal, vinculado con las dificultades inherentes al aserrado, transporte y preparación de las maderas para su empleo.[41] Durante estos años, los empresarios del sector solicitaron (sin demasiado éxito) que el Estado regulara la tala y forestación de los bosques, las cuales se daban de forma indiscriminada, en particular en los obrajes-feudos del quebracho, bajo el dominio de la empresa inglesa “La Forestal” (Jasinski, 2013). En última instancia, era otro punto de diferenciación entre los grandes y pequeños patrones, lo cual se confirma al cotejar la “información comercial”, relativa al comercio de madera por vía portuaria y ferrocarrilera.[42] Entre otras secciones de la revista, se destacaban las páginas sobre “técnica industrial”, donde se atendían consultas; la “historia del diseño”; las nuevas firmas y las quiebras; el movimiento obrero.

Al cumplirse los primeros dos años de funcionamiento, una editorial reflexionaba acerca de que la vida de la asociación no debía limitarse a “una organización defensiva para los graves estallidos de la cuestión social” y que, en cambio, era menester ocuparse de otros asuntos de importancia.[43] En efecto, la sección maderera de la UIA permitió una mejor articulación con la AT para reemplazar a los trabajadores de paro, sobre todo en el sector aserradero, donde la calificación era menor. Sin embargo, no pareció haber tenido éxito en la constitución de un lugar de formación para obreros calificados ni, menos aún, en la sanción de un nuevo ordenamiento legal en lo ateniente a la cuestión forestal.

Dentro de la clase patronal, existía un claro recelo por parte de los grandes fabricantes con relación a la producción barata y sencilla realizada en los boliches muebleros. En efecto, colindante con la introducción progresiva de maquinaria dentro del proceso productivo, se verificaba un decrecimiento de la calidad en los muebles terminados y un incremento de la productividad del obrero en términos individuales. Esta no sólo estaba determinada en función de una máquina que abreviaba los “tiempos muertos” y de los reglamentos de trabajo sino que también se ligaba a la aplicación de nuevas modalidades en la producción de muebles, como la madera terciada (“está a la orden del día en todas las fábricas, por economizar tiempo y mano de obra”) y el enchapado, utilizado en general por los boliches, lo cual permitía imitar los estilos “chippendale” y “francés” y reducir drásticamente el costo del producto final.[44] Así, el ensamblaje de muebles a partir de partes pre-fabricadas se masificó hacia mediados de los veinte, apareciendo los llamados “trabajos de batalla”, en los cuales “cada una de las partes se coloca tal cual sale de la máquina, sin pulir absolutamente nada, cubriéndosele luego con un mazacote a modo de lustre a fin de darle la apariencia engañosa para los compradores”.[45]

Aquí se pone de manifiesto otra vez el contrapunto entre obreros altamente calificados empleados por capitales concentrados y el conjunto mayoritario de pequeños talleres con producción barata, donde los primeros se orientaban hacia la demanda de la clase alta y las distintas licitaciones públicas y privadas mientras que los segundos se ocupaban primordialmente del consumo popular y de los crecientes sectores medios.artamentos de mpintura y acabado uerza motriz estan menaza mucho mayor de la que ofrecen los departamentos de mpintura y acabado

 

 

Conclusiones

 

Entre fines del siglo XIX y principios del XX, el mundo de la madera de la ciudad de Buenos Aires se estructuró como una rama productiva central para el desarrollo urbano, en el marco de la inserción capitalista de Argentina al mercado mundial. La fisonomía que caracterizó al sector durante estas primeras décadas estuvo signada por la coexistencia de un puñado de poderosas compañías mayormente foráneas junto a una pléyade de pequeños talleres, llamados “boliches”. El análisis evidenció, además, la concentración de capital en áreas claves como la fabricación de carros y carruajes, la sub-rama del mueble y, sobre todo, la industria constructora y aserradora.

De estas áreas provinieron los principales empresarios madereros, siendo la cabeza de las iniciativas de organización patronal, como evidencia la composición de las primeras secciones madereras de la UIA. En base a su origen, la mayoría de estos propietarios eran extranjeros, no obstante el sector aserradero demostró un relativo equilibrio entre nativos y foráneos (quizás debido a la provisión de materia prima). Hacia 1906-1907, la mise-en-scène de los boliches de origen “ruso” – judío, dedicados a la elaboración de muebles baratos, ahondó la división entre productos finos destinados al consumo de las clases dominantes y aquellos dirigidos al medio popular.

En segundo término, circa 1907 los capitalistas del mundo maderero pusieron en juego distintas estrategias con el objetivo de reconfigurar las condiciones de explotación y recomponer sus ganancias, luego de una etapa de ascenso de la movilización obrera. En esta dirección, se señaló el avance de la maquinaria dentro del proceso de trabajo, el incremento de las importaciones (incluso de productos terminados) y la descentralización productiva, que consistió en “transformar” a oficiales especializados en pequeños patrones. Por otro lado, las principales empresas destinaron recursos para incidir sobre las decisiones de los consumidores, apoyándose en la publicidad gráfica (cada vez más necesaria) y en las diferentes necesidades de una cultura urbana en plena expansión. En paralelo, las relaciones de género atravesaron los estereotipos publicitarios, tensionando las modulaciones de las masculinidades y feminidades en el umbral de la modernidad.

En tercer lugar, se indagó la formación de la primera asociación patronal unificada, agrupando a los propietarios de las distintas sub-ramas en una misma sección de la UIA. En esta dirección, los años veinte condensaron las tendencias características de la evolución industrial, habilitando este desarrollo organizativo. De igual modo, fue el período de incubación de los grandes cambios que afectarían la dinámica del movimiento obrero en la década del treinta. El abordaje sobre la revista patronal El Arte de la Madera permitió cotejar las iniciativas y problemáticas, sobresaliendo las dificultades crónicas a la hora de reemplazar a la fuerza de trabajo calificada, cualquiera fuera su oficio especializado.

En síntesis, el despliegue urbano de la ciudad de Buenos Aires catalizó el desarrollo industrial en sectores claves, como la rama maderera y del mueble, condicionando el comportamiento, las estrategias y formas de organización de los propietarios, quienes tendieron a agruparse detrás del liderazgo corporativo de los capitales más concentrados, cristalizándose esta hegemonía sectorial en la Asociación Fabricantes de Muebles, Carpinterías y Afines” de 1925.

Será motivo de futuros trabajos profundizar las investigaciones relativas a las primeras formas de evolución industrial y organización patronal, tomando para ello otros estudios de caso, que permitan iluminar y complejizar la trama histórica.

 

 

 

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Recibido: 18/07/2021

Evaluado: 01/09/2021

Versión Final: 09/09/2021



[1] En 1877, Landois fue el presidente de la comisión organizadora de la Primera Exposición Industrial Argentina. Véase Cúneo (1967).

[2] “Ebanistas”, La Vanguardia, 16/7/1916.

[3] “Dos nuevas secciones. Fabricantes de papel y fabricantes de muebles”, Boletín de la Unión Industrial Argentina, núm. 440, Buenos Aires, Imprenta y litografía “La Buenos Aires”, 1905, pp. 52-53.

[4] “Sección Aserraderos y Corralones de Madera”, Boletín de la Unión Industrial Argentina, núm. 437, Buenos Aires, Imprenta y Litografía “La Buenos Aires”, 1905, p. 44.

[5] “Fabricantes de Carruajes”, Boletín de la Unión Industrial Argentina, núm. 444, Buenos Aires, Imprenta y Litografía “La Buenos Aires”, 1905, p. 33.

[6] “Por qué luchamos”, El Obrero en Madera, núm. 8, febrero 1907. Firmada por José Montesano.

[7] “Ignorancia y cobardía”, El Aserrador, núm. 2, julio de 1906.

[8] “Exceso de producción y sus causas”, El Obrero en Madera, núm. 10, abril 1907 y “Sobre el acortamiento de la jornada”, El Obrero en Madera, núm. 13, julio-agosto 1907, ambas firmadas por Luis Malfatto.

[9] Véase Carlisle (2016), Everley (1919) y Reid (1986).

[10] Según un informe norteamericano: “Un arreglo usual en las transacciones de exportación es la cooperación entre el importador independiente y el exportador. A través de lo que podríamos llamar la mediación de las casas de Londres, las cuales, si no tienen ninguna oficina en New York, negocian con los exportadores estadounidenses. Otra conexión, algo novedosa y que a veces se verifica, es la de un importador haciendo sus pedidos a través de un competidor que mantiene una representación de compra directa en los Estados Unidos” [traducido del inglés] (Simmons, 1916, p. 26).

[11] “Lucha de competencia”, La Vanguardia, 22/7/1908.

[12] “Una lucha complicada”, La Vanguardia, 20/8/1908.

[13] “¿Proteccionismo?”, El Obrero en Madera, núm. 12, junio 1907.

[14] “El vuelto y la yapa”, El Obrero Ebanista, núm. 3, febrero 1905.

[15] “Sobre la introducción de carpintería”, La Protesta, 8/5/1908. Firmada por Ricardo Carrenoa.

[16] “La cooperativa obrera”, El Obrero en Madera, núm. 8, febrero 1907.

[17] “Nuevo método de emancipación”, El Obrero en Madera, núm. 20, mayo 1908. Firmada por Juan Cuomo.

[18] Ibídem.

[19] “Aclarando para algunos compañeros”, El Obrero en Madera, núm. 25, octubre 1908. Firmada por Luis Macchia.

[20] “Unión tapiceros”, El Obrero en Madera, núm. 18, febrero 1908.

[21] “Huelgas - Constructores de carruajes”, La Vanguardia, 17/12/1908.

[22] Equivalentes a las department stores inglesas o las magazines francesas.

[23] Según la autora, en el mercado del arte los italianos o los españoles sólo adquirían obras de sus connacionales. Véase la publicidad de Thompson en Caras y Caretas, núm. 601, 9/4/1910.

[24] Véase la publicidad de “¡Muebles!” en La Vanguardia, 27/6/1907.

[25] Caras y Caretas, núm. 605, 7/5/1910 y núm. 541, 6/2/1909, respectivamente.

[26] “Informe de Secretaría”, El Obrero Ebanista, núm. 117, septiembre 1923.

[27] “La huelga de la casa Maple y Cía.”, El Obrero Ebanista, núm. 116, julio 1923.

[28] “Obreros ebanistas”, La Vanguardia, 19/5/1923.

[29] “Talleres en huelga”, Acción Obrera, núm. 4, agosto 1924.

[30] “De Rosario - Huelga de ebanistas”, La Internacional, 4/2/1923.

[31] “Sociedad de resistencia. Carpinteros, Aserradores y Anexos, de Avellaneda. La huelga general de los Aserradores”, El Carpintero y Aserrador, núm. 46, noviembre 1923.

[32] “Nuestro movimiento gremial. Recorrido por los talleres”, El Carpintero y Aserrador, núm. 38, diciembre 1922.

[33] “Movimiento gremial. Actividad en los talleres”, El Carpintero y Aserrador, núm. 50, junio 1924.

[34] “Los burgueses de la madera se unen”, Acción Obrera, núm. 6, octubre 1924.

[35] “La unidad de los obreros en madera”, Acción Obrera, núm. 26, agosto 1926. Firmada por Luis Sommi.

[36] “Comisión directiva”, El Arte de la Madera, núm. 1, enero 1925.

[37] “Beneficios de que gozan los socios activos”, El Arte de la Madera, núm. 26, febrero 1927.

[38] “La organización patronal”, El Obrero del Mueble, núm. 7, noviembre 1924.

[39] “La crisis del aprendizaje”, El Arte de la Madera, núm. 14, febrero 1926.

[40] “El aprendizaje”, El Arte de la Madera, núm. 260, enero-febrero 1959.

[41] “Notas y comentarios. Importación de madera”, El Arte de la Madera, núm. 39, marzo 1928.

[42] Véase sección “Madera entrada en los principales puertos de la República”, El Arte de la Madera.

[43] “Segundo aniversario” (editorial), El Arte de la Madera, núm. 25, enero 1927.

[44] “Las causas de la crisis”, Acción Obrera, núm. 34, agosto 1927.

[45] “Reseña de las actividades sindicales durante el primer semestre de 1928”, Acción Obrera, núm. 42, junio 1928.