Fisonomía y estrategias del sector empresarial en la industria de la
madera y el mueble de la ciudad de Buenos Aires, fines del siglo XIX – primeras
décadas del XX
Physiognomy and strategies of the business sector in the wood and furniture
industry of the city of Buenos Aires, end of the 19th century - first decades
of the 20th
Walter Ludovico Koppmann
Instituto
de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”,
Universidad
de Buenos Aires,
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
walter.koppmann@gmail.com
Resumen
El artículo aborda las características del “mundo de la madera” en
la ciudad-puerto, un sector central para el desarrollo urbano de Buenos Aires
entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX. En este marco, se
analizan las modulaciones que asumió la organización empresarial así como las
estrategias desenvueltas para contrarrestar la actividad sindical y elevar las
ganancias (importaciones, descentralización productiva, publicidad y consumo,
entre otros).
Palabras Clave
Industria de
la madera y el mueble; Buenos Aires; organización empresarial; actividad
sindical; consumo.
Abstract
This paper analyzes the features of the “world of wood” in the
city-port, a key sector for the urban development of Buenos Aires between the
end of the 19th century and the first decades of the 20th. Within this
framework, we study the modulations assumed by business organization as well as
the strategies developed to counteract union activity and increase profits
(imports, productive decentralization, advertising and consumption, among
others).
Keywords
Wood and furniture
industry; Buenos Aires; business organization; union activity; consumption.
Hacia finales del siglo XIX, la ciudad de Buenos Aires se constituyó
como el núcleo receptor de un flujo de cambios globales y regionales,
vinculados a la inserción de la Argentina dentro del mercado mundial como un
país exportador de bienes primarios a gran escala. Como una parte constitutiva
del despliegue capitalista, se produjo un ingente proceso de desarrollo urbano,
retroalimentado a su vez por la masiva migración transoceánica de trabajadores
varones y, en algunos casos, de familias enteras. El veloz crecimiento de la
ciudad-puerto generó las condiciones para que una incipiente industria nativa
comenzara a sentar sus bases, respondiendo a la demanda urbana de bienes
básicos así como también para abastecer a la cada vez más voluminosa actividad
de la construcción. En este marco, el mundo de la madera jugó un papel
significativo, proveyendo insumos a un conjunto de procesos y ramas productivas
(edificación, transporte, logística comercial) y supliendo necesidades urbanas
básicas (amueblamiento, envasado de productos, herramientas, etc.).
El siguiente artículo se propone analizar la fisonomía de la rama de la
madera y el mueble y las estrategias organizativas desplegadas por el sector
propietario en la ciudad de Buenos Aires, entre finales del siglo XIX y las
primeras décadas del XX. Nuestra hipótesis principal sostiene que la escala
heterogénea de capitales, por un lado, y su concentración en ciertas sub-áreas
por parte de empresas extranjeras, por el otro, delineó los rasgos principales
que asumieron los distintos intentos de organización patronal en la rama.
Con el objetivo de profundizar la indagación sobre el mundo de la madera
desde la perspectiva patronal, el trabajo se articula en tres partes. En primer
lugar, se estudian las características estructurales y productivas de la rama a
través de una descripción densa, cotejando los censos nacionales y municipales
y la bibliografía especializada. En segundo término, se analizan las
estrategias de organización empresarial, las formas de reconfiguración
productiva en la industria y las iniciativas en el terreno de la circulación y
el consumo. En el tercer apartado, se indagan los pocos (aunque significativos)
conflictos de comienzos de la década del veinte, los cuales desembocaron en la
creación de la primera asociación patronal unificada en la rama, en 1925. Para
ello, nos valdremos de fuentes primarias como censos y trabajos de la época, la
prensa gremial y de las corrientes políticas, y la publicación patronal El
Arte de la Madera, entre otras.
La industria maderera y el desarrollo urbano de Buenos Aires
Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, la ciudad de Buenos
Aires presentaba un acelerado proceso de desarrollo urbano y de expansión
metropolitana hacia la periferia (Gutman y Hardoy, 2007). Integrada la
Argentina al comercio mundial como exportadora de materias primas, la llegada
de un amplio afluente migratorio a través del océano conformó un mercado de
trabajo peculiar, signado por la inestabilidad y la estacionalidad (Poy, 2014).
En este contexto de despliegue capitalista, la ciudad de Buenos Aires cumplió
una función clave como punto nodal del comercio, las finanzas y la
administración de la joven república, concentrando los principales indicadores
en maquinaria, producción y fuerza de trabajo masculina explotada del país
(Ben, 2007). De este modo, la formidable expansión urbana del período tuvo a su
disposición una multitud laboriosa a muy bajo costo, cuyo extremo opuesto se
correspondía con una minoría social vinculada con el comercio agroexportador y
la construcción de las nuevas vías de transporte e infraestructura, en alianza
con el capital extranjero concentrado (Rocchi, 2006).
En estas condiciones, el crecimiento industrial entre 1890 y 1910 fue
muy destacado, si se tiene en cuenta que el personal ocupado en los
establecimientos industriales de Buenos Aires se triplicó en el curso de estos
veinte años (Schvarzer, 1996). En efecto, la suspensión del patrón oro, la
devaluación monetaria y el incremento de aranceles con el objetivo de resolver
la aguda crisis fiscal provocaron un cambio en los precios relativos, alentando
un proceso temprano de sustitución de importaciones. De esta manera, entre la
década final del siglo XIX y la primera del XX se inició un ciclo de acelerada
expansión industrial y la participación del sector en el Producto Bruto Interno
(PBI) ascendió de un 15%, entre 1900 y 1909, al 17%, entre 1910 y 1919 (Belini,
2017).
En paralelo a la pujante evolución exportadora del sector primario y, en
cierto modo, también del secundario (dirigido al consumo interno), el acelerado
ritmo del desarrollo urbano porteño propulsó la actividad de la construcción,
que llegó a ocupar un lugar significativo del producto total y contribuyó, a su
vez, al progreso de una incipiente industria nacional en constante demanda de
insumos, estimulando diversas actividades, entre otras, las distintas áreas
productivas ligadas con la circulación, el procesamiento y la elaboración de la
madera (Díaz Alejandro, 1970; Gerchunoff y Llach, 2010). En la nueva capital
nacional, los permisos de construcción pasaron de 200 en 1880 a casi 2.800 en
1910, produciéndose en simultáneo una transformación en los métodos y la
organización de la industria constructora. Así, se generó un nutrido mercado de
trabajo que abarcaba miles de obreros en todo el país y constituía uno de los
principales motores de la matriz económica, detrás del comercio agroexportador
de origen primario (Bourdé, 1973).
Puede afirmarse que, a fines del siglo XIX, la madera como materia prima
ocupaba un lugar “insustituible” en aspectos nodales del hinterland porteño: la edificación y la actividad de construir, la
pavimentación de calles, la producción de herramientas, el amueblamiento, el
transporte de sustancias y alimentos e, incluso, el transporte mismo, ya fuera
terrestre o marítimo, entre los rubros más salientes. En los barrios populares,
la madera y la chapa de zinc eran los materiales predominantes en los
conventillos y casillas aunque también se empleaba en barracas industriales,
estaciones ferroviarias, iglesias, escuelas, etc. Como se trataba de una
demanda masiva y en escaso tiempo, en lugares alejados y sin fuerza de trabajo
capacitada, se construía con madera en función de su versatilidad y fácil
manejo. Este carácter provisorio de Buenos Aires fue conceptualizado por
Liernur como ciudad “efímera”, refiriéndose a un estadio previo a la metrópolis
moderna, que emergió post 1910. En la ciudad efímera, la madera representaba un
material esencial (Liernur, 1993, p. 192).
El mundo maderero comprendía varias sub-ramas o industrias subsidiarias:
el sector de aserraderos, carpinterías mecánicas, corralones de materiales y
obrajes, que elaboraban la materia prima y elementos para la construcción así
como también se conectaban con la carpintería naval (vinculada con el área
portuaria); la carpintería civil; la construcción y ensamblaje de carruajes
(para pasajeros) y carros (para la carga de materiales y mercancías); la
fabricación de envases, baúles, cajones, toneles, escobas, ataúdes, escaleras y
galpones; las casas de mesas de billar y de instrumentos musicales; por último,
el relevante sector mueblero, que incluía talleres que fabricaban y ensamblaban
muebles y sillas (comprendiendo el importante oficio de la ebanistería) así
como el conjunto de establecimientos e individuos en domicilios particulares y
talleres del ramo dedicados a la tornería, el dorado, la marquetería y la
escultura. Cabría añadir, hacia 1913, al gremio de parquetistas, la mayoría de
ellos rusos y/o judíos.
Al igual que el resto de las industrias (con excepción de los
frigoríficos, las harinas y el tanino), el sector de la madera y el mueble basó
su expansión durante este período en el mercado interno (Belini, 2017). Un
rasgo favorable para su desarrollo fue que no poseía una dependencia muy
estricta en cuanto a la importación de materias primas, insumos, herramientas y
maquinarias, pudiendo abastecerse en buena medida en el mercado local
(Schvarzer, 1996). De todas maneras, es indudable que en los primeros años de
1900 el peso de los materiales importados era significativo. Antes de la
Primera Guerra Mundial, el 35% de los insumos del sector en actividades
manufactureras provenían del exterior y ese porcentaje ascendía al 60% en
actividades no fabriles (Lizárraga y Masón, 2016, p. 12).
En contraste con la fuerte concentración de capital en las ramas
mencionadas, dominadas por empresas extranjeras, una pléyade de pequeñas
unidades casi artesanales caracterizaba a la incipiente industria nacional
(Jorge, 1986). De igual forma, el mundo de la madera porteño presentaba una
fisonomía dominada por empresas de tamaño reducido, con escaso capital y
personal. En los talleres se trabajaba bajo una estructura casi artesanal,
donde el sistema de regimentación laboral era de carácter familiar y las reglas
no estaban establecidas (Camarero y Ceruso, 2015, p. 3). Estos
establecimientos, llamados “boliches” por sus escasas dimensiones, pertenecían
en muchos casos a ex obreros, que habían logrado establecerse por su cuenta.
Corresponde notar, sin embargo, la existencia de un puñado de fábricas que empleaban
cientos de trabajadores y poderosas máquinas, con distintas secciones por
oficio. Al respecto, los capitales más concentrados del sector estaban
repartidos entre las empresas que importaban muebles finos, las constructoras
de carruajes y los grandes establecimientos aserraderos -que solían funcionar
como empresas de la construcción, realizando obras para el Estado y para
privados.
En cuanto a las dimensiones productivas, si en 1830 existían 68
“carpinterías” en la ciudad de Buenos Aires, en 1887 esa cantidad había
aumentado a 651, incluyendo: 36 aserraderos a vapor; 84 talleres de carros y
carruajes; 301 mueblerías; 4 tonelerías; 28 tornerías (Guerrero, 1944, pp.
62-63).
A continuación se presentan los datos para 1887:
Cuadro I. Principales talleres madereros en la Capital Federal en 1887
Nombre |
Industria |
Capital $ m/n |
Obreros |
Emilio Landois – “Carpintería mecánica del
Retiro”[1] |
Carpintería mecánica |
1.000.000 |
50-60 |
G. Storn |
Carpintería mecánica |
250.000 |
130 |
Mueblería París |
Muebles |
200.000 |
15 |
Spinetto Hnos. |
Aserradero |
150.000 |
315 |
J. Barzi |
Muebles |
100.000 |
40 |
F. Cidals y cía. |
Carpintería mecánica |
100.000 |
23 |
A. Zanotti |
Carpintería y aserradero |
100.000 |
120 |
Fuente: elaboración propia a partir de “Estadística
industrial de la UIA” (1887) y Chueco (1896).
Menos de dos décadas más tarde, se evidenciaba el acelerado proceso de
desarrollo urbano:
Cuadro II. Fisonomía del mundo de la madera en 1908
Clasificación |
Número de
fábricas y talleres |
Capital en $ m/n |
Personal total |
Aserraderos |
124 |
6.575.555 |
2.994 |
Astilleros |
2 |
50.000 |
675 |
Baúles y valijas |
55 |
274.385 |
280 |
Billares |
17 |
143.400 |
61 |
Cajones fúnebres |
29 |
366.230 |
324 |
Carpinterías |
882 |
3.823.585 |
4.159 |
Carruajes y rodados |
198 |
1.859.015 |
1.549 |
Doradores |
38 |
130.150 |
138 |
Escoba y cepillos |
84 |
214.770 |
316 |
Hormas para calzado |
9 |
53.700 |
54 |
Instrumentos de cuerda |
19 |
45.495 |
60 |
Muebles |
606 |
3.721.940 |
3.107 |
Sillas |
66 |
365.970 |
258 |
Tacos para billar |
5 |
7.550 |
22 |
Tapicerías |
67 |
726.845 |
252 |
Tonelerías |
26 |
159.195 |
74 |
Tornerías |
65 |
424.585 |
341 |
TOTAL |
2.292 |
18.942.370 |
14.664 |
Fuente: elaboración propia a partir de Censo industrial y comercial 1908-1914, Buenos Aires, Talleres Gráficos del Ministerio de
Agricultura, 1915, pp. 8-17.
En una mirada de
conjunto, el mundo de la madera representaba uno de los sectores más destacados
de la economía porteña a comienzos del siglo XX.
Si observamos el perfil obrero en la rama, este no distaba mucho de la
fisonomía descripta para los capitales madereros: por un lado, un sector de
obreros-artesanos (algunos casi artistas), altamente calificados y, en general,
empleados en los talleres que producían para el consumo de la burguesía; por el
otro, una gran masa de jornaleros sin calificación, ocupados como peones,
estibadores o, en el caso de las infancias, como aprendices de algún oficio.
Una de las principales sub-áreas del sector era la industria de la
construcción, clave en la economía urbana en despliegue, con sus miles de
trabajadores de diferentes oficios calificados aunque también, y en una medida
no menor, desprovistos de calificación.
Con más de 10.000 trabajadores en total, la rama de la madera y el
mueble representaba una de las poblaciones obreras más importantes de la urbe
del 1900, detrás de los ferroviarios y los marítimos, siendo los madereros de
la construcción quienes aportaban el mayor contingente. En cualquier
caso, debemos subrayar que los 14.664 obreros censados en la madera y el mueble
se encontraban desperdigados, trabajando en procesos productivos disímiles y
rara vez llegaron a emprender acciones sindicales en bloque; para esto último
hubo que esperar hasta la década del treinta. Como veremos en el próximo
apartado, en consonancia con esta naturaleza heterogénea, así también resultaron
las estrategias empresariales para enfrentar los procesos de estructuración
sindical y de movilización obrera.
Por otro lado,
una observación más detenida sobre las sub-ramas principales permitirá entender
mejor las jerarquías de cada especialidad dentro del sector:
Cuadro III. Principales sub-ramas del mundo de la
madera
Clasificación |
Número de
fábricas y talleres |
Capital en $m/n |
Venta anual en
$m/n |
Fuerza motriz
(HP) |
Personal |
Aserraderos |
124 |
6.575.555 |
18.051.480 |
3.452 |
2.994 |
Carpinterías |
882 |
3.823.585 |
13.250.260 |
1.225 |
4.159 |
Carruajes y rodados |
198 |
1.859.015 |
5.537.645 |
400 |
1.549 |
Escultura |
88 |
333.540 |
1.326.192 |
37 |
432 |
Mueblerías |
606 |
3.721.940 |
10.846.590 |
570 |
3.107 |
Tornerías |
65 |
424.585 |
994.070 |
397 |
341 |
TOTAL |
1.963 |
16.738.220 |
50.006.237 |
6.081 |
12.582 |
Fuente: elaboración propia a partir del Censo industrial y comercial 1908-1914.
A partir de una
comparación en términos porcentuales con los valores del cuadro II, es factible
afirmar la predominancia de las sub-ramas del cuadro III por sobre el resto del
sector, concentrando el 87% de los establecimientos, el 88% del capital total y
el 86,5% de los trabajadores. Dentro de este conjunto, los aserraderos
presentaban las cifras más elevadas, tanto en términos de capital como de
ventas y fuerza motriz. Estas empresas, junto con las carpinterías,
concentraban el 70,5% de la fuerza motriz. En esta dirección, se podría pensar
la relación de estos valores con el carácter cuasi-artesanal de la producción
del sector, en particular la mueblera (no obstante su corroboración demandaría
un análisis específico sobre el sub-sector del mueble).
Respecto a la
magnitud de las ventas, resaltan las casas de tornería y escultura (que incluía
mármol y piedra), las cuales aún siendo unas pocas decenas, presentaban valores
cercanos al millón de pesos. Esto último indicaría el alto valor agregado de la
sub-rama, la alta calificación requerida y que se trataba de un consumo
destinado exclusivamente a las clases altas. Finalmente, cabe destacar el bajo
número de obreros por establecimiento, figurando los aserraderos como aquellos
lugares con mayor concentración (veinticuatro obreros) frente a los reducidos
valores de las mueblerías – boliches (cinco trabajadores). En una comparación
con el censo nacional de 1914, el establecimiento medio en Argentina ocupaba un
promedio de 8,4 personas, utilizando 13,9 HP de fuerza motriz, aproximándose a
lo que sería el taller de un sastre o de un zapatero, mientras que un
establecimiento aserradero consumía en promedio 27,9 HP (Bilsky, 2011).
El siguiente cuadro contabiliza el número de dueños de forma indirecta,
según lugar de trabajo y nacionalidad, en base al censo nacional de 1914:
Cuadro IV. Número
de establecimientos según nacionalidad de los propietarios
“Naturaleza de las industrias” |
Argentino |
Extranjero |
Mixto |
Total |
Aserraderos de
madera |
32 |
34 |
10 |
76 |
Astilleros y
carpinterías de ribera |
1 |
- |
- |
1 |
Billares, tacos y
bolas de marfil |
4 |
9 |
- |
13 |
Cajones, cajas y
barricas |
5 |
11 |
1 |
17 |
Carpinterías de
obra de mano |
96 |
490 |
6 |
592 |
Carpinterías
mecánicas |
31 |
126 |
5 |
162 |
Carros y rodados
de carga |
17 |
95 |
15 |
127 |
Carruajes y
carrocería de automóviles |
26 |
76 |
3 |
105 |
Doradores en
madera y marcos dorados |
7 |
17 |
- |
24 |
Empresas de
construcción |
23 |
42 |
12 |
77 |
Esculturas en madera
y mármol, tallistas y ornamentos de iglesias |
2 |
12 |
- |
14 |
Hormas y moldes
para calzado, para sombreros, para vestidos |
3 |
5 |
- |
8 |
Mobiliarios y
muebles en general, tapicerías, sillas, baúles |
84 |
404 |
11 |
499 |
Tonelerías |
3 |
24 |
- |
27 |
Tornerías y ebanistería
en madera y marfil |
15 |
45 |
- |
60 |
TOTAL |
349 |
1390 |
63 |
1802 |
Fuente: elaboración propia a partir del Tercer Censo Nacional levantado el 10 de
junio de 1914, Buenos Aires, Talleres gráficos de L.J. Rosso y cía., 1916.
Nuevamente, se advierten las categorías “porosas” en las clasificaciones
censales como, por ejemplo, los aserraderos mezclados con las carpinterías
mecánicas o las empresas de construcción; los carruajes con los automóviles (en
un momento de plena transición entre una y otra industria); las casas de
escultura y talla con las tornerías. Sin embargo, esto no invalida la
posibilidad de extraer importantes datos sobre la composición del sector
patronal.
Al igual que en el caso de la fuerza de trabajo maderera, el predominio
mayoritariamente extranjero entre los dueños de carpinterías y mueblerías (circa 80%) fue característico y
persistió durante varias décadas hasta entrado el siglo XX. Por otro lado, se
destaca el peso de la extranjería en sectores fundamentales para el transporte
y el comercio, como la construcción de carros y carruajes, y en la estratégica
industria de la construcción. En la rama aserradera, donde la concentración de
capitales era muy alta, el equilibrio relativo entre propietarios nativos y
foráneos podría explicarse a partir de vínculos específicos de los dueños con
obrajes de otros puntos del país, que aprovisionaban la materia prima.
Para completar la fisonomía del sector, debemos referirnos a la plétora
de boliches judío-“rusos”, fenómeno emergente con claridad a partir de 1905,
así como también a los pocos (aunque destacados) empresarios del mismo origen.
En efecto, aunque las posibilidades de ascenso social fueron escasas durante
estos primeros años, existieron algunos patrones judíos que lograron acumular
un significativo volumen de capital e instalaron talleres de muebles finos así
como baratos (Koppmann, 2020). Este fenómeno irrumpió con mayor nitidez en los
años treinta, no obstante las crónicas gremiales se referían al sector de “industriales
rusos” como un grupo con gran poder de decisión y veto sobre los acuerdos con
los trabajadores.[2]
Finalmente, y más allá de la “porosidad” de las categorías, una
comparación entre los cuadros III y IV (censo industrial de 1908-1914 y censo nacional
de 1914, respectivamente) permite vislumbrar un abrupto proceso de
centralización capitalista en la industria aserradera, donde los
establecimientos se redujeron de 124 a 76. En menor medida, en la producción
del mueble, pasando de 606 a 499; y en las carpinterías (sumando manuales y
mecánicas), disminuyendo de 882 a 592. Una vez más, esta clase de análisis son
aproximados, considerando las distintas variables y categorías que entrecruzan
los datos bajo estudio.
En síntesis, el universo que rodeaba la elaboración y el comercio de la
madera y el mueble en Buenos Aires circa 1900 comprendía un mundo donde
cabían muchos mundos, englobando oficios heterogéneos y sub-áreas específicas
así como esferas diferenciadas de circulación y consumo y representando una de
las poblaciones obreras más destacadas del período. La fisonomía empresarial
del sector semejaba un polo mayoritario de propietarios de pequeños talleres
semi-artesanales (“boliches”), que competía contra unos pocos -aunque
poderosos- capitales extranjeros, concentrados en la rama de aserraderos,
carruajes y muebles. La lógica de estos últimos, por lo tanto, terminaba
prevaleciendo por sobre los intereses de los bolicheros. Sobre este escenario
transitó la conflictividad laboral en la industria, enmarcando e impulsando los
diferentes intentos y estrategias de organización patronal. Hacia allí se
dirige el próximo apartado.
Estrategias
empresariales y reconfiguración productiva
De forma idéntica al movimiento sindical, los
primeros registros de organización patronal datan desde comienzos de la
industria maderera. En efecto, su trayectoria corporativa puede ser detectada
en un período temprano: entre los 69
fundadores del “Club Industrial Argentino”, asociación empresarial creada en
1875, 11 eran dueños de carpinterías, mueblerías, aserraderos o fábricas de
carros (Dorfman, 1970, p. 170). En el mismo sentido, entre los 877 socios
fundadores de la Unión Industrial Argentina (UIA), 30 se dedicaban a la
carpintería, 14 a la fabricación de muebles, 13 a los carruajes, 12 a los
aserraderos y 9 declararon ser “muebleros”. Conviene remarcar, sin embargo, que
estas cifras solapan la amplia heterogeneidad de unidades productivas que
presentaba la industria maderera, entremezclando, de un lado, una mayoría de
pequeños talleres en manos de artesanos con escaso capital y, del otro, la
gravitación ineludible de los grandes industriales, situación habitual durante
los años iniciales de la organización empresarial (Scheinkman y Odisio, 2021,
pp. 110-111; Schvarzer, 1991, pp. 25-29).
Circa 1890, y como resultado del primer paro total de actividades registrado
en el sector (en el contexto de un alza huelguística general), los patrones
constituyeron la “Asociación de fabricantes de muebles”, organización sectorial
que en 1905 se integró como sección formal de la UIA, compuesta por 37 empresas
(Cúneo, 1967, p. 80). La comisión directiva estaba integrada por H.C. Thompson,
F. Cortés, F. Veroni, G. Tarris, L. Descotte, J. D. Seng, D. Galli, E. Tonelli
y J. Audero, como titulares, y J. Verga, J. Trezzi y C. Zampini como suplentes.[3] De
igual modo, en 1905, con la aprobación de los nuevos estatutos de la entidad
empresarial, también se constituyó la sección “Aserraderos y Corralones de
Madera”, comprendiendo 87 establecimientos (Guerrero, 1944, p. 140). Formaban
su comisión directiva A. Crestín, J. Luraschi, C. Bonthoux, J. Battaglia, P.
Maraggi, J. Bade, J. Wright, A. Prunieres, L.V. y L.D. Spinetto, M. Rey, J.
Barindelli, A. Castiglioni, C. Martelli, C. Rossi y E. Peluffo.[4]
También existieron intentos de reagrupamiento patronal en la rama de la
construcción de carruajes y de carros.[5]
Si analizamos la composición de las primeras comisiones directivas, en
ambos casos podemos reconocer a algunos de los principales empresarios de cada
sector, como Thompson, Verga o Descotte para los muebles; y Crestín, Luraschi,
Wright o Spinetto para los aserraderos. A propósito, corresponde notar que,
mientras el sector más poderoso de la industria se mantenía más o menos
organizado como secciones de la UIA, los pequeños patrones solían quedar más al
margen de esta clase de iniciativas, lo cual se reflejaba en su escaso peso
relativo y/o nula injerencia al momento de negociar durante las huelgas
obreras.
En esta dirección, entre 1903 y 1906, varios gremios de la madera y el
mueble (ebanistas, carpinteros, escultores, entre muchos otros) conquistaron
mejores condiciones de trabajo, las cuales implicaban un esfuerzo cotidiano a
la hora de ser mantenidas. Como observaba el militante sindicalista revolucionario del mueble, José Montesano: “a los
obreros le cuesta más conservar las mejoras obtenidas por medio de la huelga,
que el obtenerlas durante la huelga”, explicando que, durante el movimiento
activo, el patrón encontraba serias dificultades para reemplazar a los
huelguistas y, por ende, cedía a los pedidos mientras que, en momentos de mayor
desempleo, aprovechaba para retrotraer las condiciones a su estado anterior.[6]
En otros trabajos (Koppmann, 2019) hemos abordado la intensa actividad
huelguística de 1905-1906, analizando cómo el despliegue de la movilización
obrera y la estructuración sindical en los lugares de trabajo supusieron un
factor de causa y consecuencia en la efervescencia de las demandas laborales
aunque también acentuaron los rasgos que delimitaban los contornos de cada
oficio. Desde esta perspectiva, el sostenimiento de los acuerdos dentro de los
sitios laborales varió en cada sub-rama en función de las distintas estrategias
que desplegaron las patronales circa 1907, con el objetivo de
reconfigurar las condiciones de explotación, es decir, una vez concluido el
ciclo huelguístico y, precisamente, para “cerrarlo” y recomponer sus ganancias.
Frente a sectores con alto poder organizativo y dominio sobre el proceso
de trabajo (dificultando su reemplazo por personal adventicio), los propietarios
madereros buscaron solucionar estos problemas a partir de lógicas
específicamente capitalistas, que permitieran contrarrestar la capacidad de
contralor obrero en los sitios laborales. Las estrategias patronales fueron, en
total, cuatro: la introducción de máquinas, la importación de partes y
productos terminados y la descentralización del proceso de trabajo. Por último,
el cambio en las pautas de consumo y la irrupción de la publicidad fueron
centrales en las estrategias comerciales de las grandes mueblerías.
En primer lugar, la incorporación de maquinaria dentro del proceso
productivo resultó desigual según cada sector. Dentro de los grandes
establecimientos aserraderos, la introducción de máquinas había comenzado a
fines del siglo XIX, concomitante con un proceso de expansión y concentración
de capitales en unas pocas empresas muy poderosas (ligadas a la construcción y
el tráfico agroexportador) y avanzó hacia finales de la primera década.[7] En
la industria del mueble, el desempleo se volvió una realidad tangible hacia
1907 y algunos contemporáneos, como el ebanista Luis Malfatto, lo relacionaban
con los cambios en marcha: “la crisis del 1907 (…) únicamente se puede atribuir
a la gran implantación de maquinarias en estos últimos tiempos”, señalando en otro
artículo que la sobreproducción obedecía a “las maquinarias que se están
implantando en el país con una rapidez asombrosa (...) Basta decir sin temor de
exagerar, que en el transcurso de dos años se han implantado maquinarias
perfeccionadas en 200 talleres”.[8]
Entre otras causas, señalaba además la longitud de la jornada y la persistencia
del destajo. Más allá de los valores, probablemente ficticios, cabe señalar que
la incorporación de algunas máquinas en los talleres no supuso una modificación
estructural del sector mueblero, la cual ocurrió de forma incipiente recién
hacia mediados de la década del veinte, a diferencia de otras ciudades como
Manchester, Londres o Boston, donde el proceso de mecanización se encontraba
más avanzado, no obstante la habilidad manual seguía siendo esencial.[9]
Desde una mirada historiográfica general, el debate acerca de los móviles
subyacentes a la incorporación de maquinaria tendió a poner el foco ya sea
sobre la lucha de clases, ya sea sobre la competencia, o como una mezcla de
ambas, según la coyuntura (Regalsky, 2011, pp. 90-93). En cierta forma, si bien
la escasez de datos en el período impide avanzar en una respuesta completa a
este interrogante (habida cuenta, además, del altísimo porcentaje de pequeños
talleres), podemos afirmar que el peso de la maquinaria fue central en aquellos
establecimientos con alta concentración de capital y que ocupaban algún tipo de
nicho en el mercado (sea por la naturaleza y el volumen de su producción, sea
por sus lazos con el poder público, como los aserraderos mecánicos-compañías
constructoras).
En segundo lugar, varias empresas, sobre todo las más concentradas, se
orientaron hacia la importación, tanto de partes como de bienes terminados. En
las mueblerías, era común vender muebles finos producidos en el exterior y
ensamblados en el país. Respecto a la provisión de materia prima (madera), un
informe norteamericano afirmaba que: “La cantidad de maderas importadas
equivale a 10 veces lo producido en territorio nacional; sin embargo, el transporte
de estas maderas desde los bosques es difícil y costoso” (Everley, 1919, p.
13). En las carpinterías mecánicas, comenzaron a importarse puertas y ventanas
provenientes de Noruega y Estados Unidos.[10] Una estrategia similar
adoptaron algunas empresas constructoras de carruajes, importando piezas y
materiales para luego armar el producto final en el país, lo cual dejaba sin
trabajo a los herreros y fraguadores, entre otros oficios.[11] Según se denunciaba en una
asamblea gremial, el Estado protegía a los capitalistas para hacer pasar los
insumos por “piezas de repuestos” y, por ende, no pagar derechos aduaneros.[12]
En algunas coyunturas (según los costos externos como así también los
impuestos internos, entre otros factores), resultaba más lucrativo para los
empresarios traer las partes desarmadas (sea del carruaje o el mueble) y
ensamblarlas en el país; menos común parece haber sido la importación del
producto terminado, probablemente por el alto costo logístico. Esta clase de
comportamiento dual productor-importador, aunque en apariencia contradictorio,
caracterizó a buena parte de la clase capitalista en distintas ramas de la
economía y representaba una forma de complementar aquellos límites que ofrecía
el mercado nacional en pos de obtener una mejor rentabilidad (Rocchi, 1994, p.
56; Rocchi, 1996). En una mirada panorámica sobre la industria mueblera, el
citado informe norteamericano indicaba que, si bien entre 1908 y 1913, las
importaciones de muebles se incrementaron en un 70%, posicionando a la Argentina
como una de los principales países importadores de muebles, entre 1913 y 1917
(y como resultado de la Primera Guerra Mundial y el virtual cierre del comercio
exterior), este flujo comercial se desplomó en un 85% (Everley, 1919, p. 15).
Tanto el sindicato de carpinteros como el de constructores de carruajes
declararon un boicot contra las importaciones, cuya eficacia y consecuencias
fueron objeto de debate entre las corrientes de izquierda intervinientes en el
sector. Por un lado, los sindicalistas
opinaban que “esta clase de medidas” tenían como efecto “constituir a los
obreros en mantenedores de industrias raquíticas (…) poniendo trabas al
desenvolvimiento del régimen capitalista en marcha hacia su propia disolución”.[13]
Esta opinión, favorable al desarrollo de la gran industria y la quiebra de los
boliches, no era novedosa.[14]
Para el anarquista Ricardo Carrenoa, por el contrario, el boicot permitía
bloquear la importación que, cual “plaga de langosta”, había sumido en una
crisis al ramo de carpintería, y era menester entonces lograr la unidad con los
obreros europeos para luchar por la reducción de la jornada.[15]
Según los socialistas, finalmente, la clase obrera debía dar una pelea
parlamentaria para rebajar el valor de los bienes primarios de consumo,
aduciendo que el alza de salarios disminuía la ganancia capitalista.[16]
En tercer lugar, los empresarios del mundo maderero generaron las
condiciones para descentralizar la producción y reducir la concentración de
obreros por lugar de trabajo, “creando” nuevos patrones de pequeños talleres
que funcionaban como unidades productivas subsidiarias. Además de representar
una estrategia empresarial frecuente (hasta la actualidad, incluso), la
descentralización constata un determinado momento del proceso de trabajo,
habilitado por la evolución del sector. Este fenómeno se verificó en la rama de
muebles y en la de carruajes. Al respecto, el sindicalista revolucionario, Juan Cuomo, denunciaba que “los
capitalistas del ramo de mueblería tratan de fomentar muchos boliches”,
afirmando que esto convenía a las grandes empresas cuya producción, en caso de
huelga, no se vería afectada al tiempo que se amedrentaba la organización de un
gremio altamente movilizado.[17]
Un hecho significativo radicaba en que muchos de los obreros convertidos
en patrones solían ser quienes “por su actuación descuellan en los gremios
obreros, (…) intransigentes en todos los instantes de la lucha”.[18] En
términos generales, por la peculiar configuración semi-artesanal del gremio
ebanista, no era atípico el pasaje de un obrero a patrón, siendo incluso común
entre quienes a causa de su militancia no podían hallar ocupación en los
talleres o aquellos que sufrían alguna enfermedad. En estos últimos casos, el
reglamento sindical ebanista permitía su afiliación (quizás también por el
escaso desarrollo de la gran industria en el país).[19] En el gremio tapicero,
hasta 1906 se afiliaba a quienes poseían su propio taller (luego se prohibió);
en general, trabajaban a domicilio.[20] De igual modo, los
empresarios de carruajes proveyeron los medios para que los oficiales se
establecieran por cuenta propia, produciendo las partes que luego se
ensamblaban en la casa central. Este fenómeno de descentralización expresaba,
por otra parte, el elevado grado de extensión del trabajo a domicilio en la
rama (Harari, 2006, pp. 135-136). Según se denunciaba: “La medida está dando
sus frutos. Los obreros a domicilio ganan en apariencia un jornal más elevado,
pero también trabajan un horario no menor de doce a catorce horas diarias”.[21] En
perspectiva, la expansión de estas modalidades junto con la introducción de los
primeros automóviles acabaron por minar las bases de la sólida organización
sindical de los constructores de carruajes.
Ahora bien, en el marco del desarrollo urbano, se difundió con fuerza
una cultura de consumo característica de la llamada belle époque, no sólo entre los sectores de la burguesía sino
también en el seno de una creciente clase media, que veía en las grandes
tiendas[22] la
posibilidad de acceder a productos reputados “de categoría”, gracias a una
estructura de ventas que ofrecía planes de cuotas, ofertas especiales y sorteos
de productos (Fernández-García, 2016, p. 141). Cabe recordar que el consumo no sólo involucra
la compra y utilidad de un objeto sino que también
envuelve un conjunto de ideas y experiencias, deseos y expectativas (Pérez,
2015, p. 100). Así, suele referirse al consumo como una vía para la
construcción de identidades sociales, rasgos de pertenencia y de distinción
social (Bourdieu, 2012).
A la vuelta del siglo, la publicidad se consolidó como un medio poderoso
y, al poco tiempo, indispensable para instalar un producto y vender una
determinada marca; en este terreno, la revista ilustrada Caras y caretas se posicionó a la vanguardia de esta transformación
(Rocchi, 1999, p. 314). En el mercado del mueble, las empresas más poderosas,
como las inglesas Thompson y Maple, apuntalaron sus ventas a través de una
sistemática campaña publicitaria anclada en dos ejes: el origen “inglés”, como
signo de alta calidad, buen gusto y confort; y la figura de la mujer, como
consumidora y decoradora par excellence
del hogar. A diferencia de otros mercados como el artístico, donde era usual
que la raigambre “étnica” determinara el target de los compradores, el
llamado “gusto inglés” había logrado una enorme aceptación social, siendo
elegido para equipar edificios públicos, hogares privados, clubes, hoteles,
etc. Una faceta interesante en las publicidades de Thompson resaltaba que la
elegancia del estilo inglés era “una necesidad, no un lujo” (Fernández-García,
2016, p. 143).[23] Por
otra parte, en comparación con otra publicidad de los mismos años aunque
dirigida al consumo popular, se destacaba la baratura del producto: “Del
productor al consumidor. Nada de intermediarios”.[24]
Como un segundo aspecto vinculado, la construcción de la mujer como
consumidora ha sido un tema tratado en varios estudios, señalando que la
“libertad” de poder elegir entre un conjunto amplio de artículos y servicios
contrastaba con la inexistencia de ella en aspectos elementales de lo
cotidiano, debiendo, por ejemplo, salir a la calle acompañadas (Guy, 2018). En
este punto, el despegue de la publicidad como puente entre el espacio público y
la vida privada encontró en las mujeres un nexo decisivo para penetrar e
influenciar en la decisión final. Las modernas pautas publicitarias enfatizaban
el papel femenino en tanto “defensora de la soberanía del consumidor” y de
“experta en el proceso de comercialización” (en reemplazo del rol que otrora
ejercía el comerciante) (Rocchi, 1999, p. 328). En la esfera de la circulación
de muebles, era la mujer la responsable de elegir el mejor amueblamiento para
el hogar (en la marca Thompson, “Es ella la que debe elegir los muebles”), no
obstante en el espacio laboral o público o a la hora de elegir un sillón, el
rol del hombre era central. Finalmente, la mujer solía ser el modelo de las
publicidades, como se aprecia en la figura femenina peinándose frente al espejo
de la cómoda en un aviso de la misma empresa, promocionando dormitorios.[25]
Hacia 1910, podemos localizar la formación de una sociedad de consumo masivo,
cuyas prácticas comerciales no distaban demasiado de aquellas de las grandes
ciudades del mundo y cuyo mercado era disputado por los capitales foráneos de
distintas potencias (Rocchi, 1998, p. 534). Sin embargo, según ha sido
apuntado, la producción de bienes de consumo masivo enfrentó una demanda
insuficiente tan pronto como la Argentina comenzó a industrializarse y los
capitalistas ensayaron toda clase de métodos para aumentar las ventas,
fundamentalmente a través de elementos que fueran más allá del precio (Pérez,
2015). Esto dio lugar a una expansión nunca vista de la esfera comercial, la
cual acabó por transformar las relaciones en el ámbito de la producción a la
vez que la intimidad de los consumidores (Rocchi, 1999, p. 313).
Organización
patronal y conflictividad laboral en los años veinte
Desde los orígenes del mundo de la madera
porteño, los capitalistas del sector desarrollaron distintos intentos de reagrupamiento,
con mayor o menor éxito y perdurabilidad y, muchas veces, encolumnándose como
una sección de la UIA. En los años veinte, sin embargo, la forma de unión entre
los empresarios moduló y, por primera vez, se cristalizó una estructura
corporativa común. Recordemos que, durante las primeras décadas, cada
disciplina tuvo su propia organización patronal, sobresaliendo las uniones de
fabricantes de muebles y de los dueños de aserraderos. Estos últimos fueron
quienes consiguieron mayores avances en el terreno de la llamada “libertad de
trabajo”, es decir, en el empleo de obreros adventicios. Así, destacados
capitalistas como el empresario constructor, John Wright, se apoyaron en la
Asociación del Trabajo (AT), siendo uno de sus promotores, en especial debido a
que la empresa operaba fundamentalmente en el área portuaria. No ocurría lo
mismo, sin embargo, en la industria del mueble, donde el reemplazo de los
obreros era más dificultoso y la “autonomía artesanal” seguía siendo un bloqueo
(Montgomery, 1979). Gracias al dominio sobre el proceso productivo, amplias
franjas de trabajadores madereros generaron resortes de contralor sindical en
los sitios laborales, impulsados por la carestía y el desempleo circa 1916/1917,
cuando al compás de la crisis económica de la primera posguerra se abrió uno de
los ciclos huelguísticos más importantes de la historia argentina (Camarero,
2017; Ceruso, 2015).
Luego de este proceso de intensa
confrontación social y laboral, en junio de 1921 se produjo la derrota de la
huelga general proyectada por la FORA IX, con la detención de sus principales
organizadores. A posteriori, la desmovilización colectiva redundó en la pérdida
de los derechos laborales conquistados en los meses previos, retrocediendo la
estructuración y la vida sindical. En una etapa signada por el reanimamiento
del afluente migratorio, en especial desde Polonia, los dueños judíos de talleres-boliches
fortalecieron su asociación patronal, la cual se reunía periódicamente y tomaba
“acuerdos tendientes, ya en una u otra forma, a anular el poderío de la
organización y sus miembros o sea los patrones, individualmente se encargan de
ello, originando y provocando conflictos”.[26]
La inmigración aparecía ligada a la dinámica de las
luchas obreras y condicionó varias de las formas que asumió tanto la
organización obrera como patronal. A partir de 1923, se observa cierta
reactivación de la conflictividad laboral, arrojando unos pocos pero
importantes conflictos. En enero eclosionó una huelga general contra la
ejecución de Kurt Wilckens, el anarquista que vengó la masacre de la Patagonia
(1921-1922) asesinando al coronel Varela; en 1924, trabajadores y patrones se
opusieron por igual frente al proyecto de jubilaciones del gobierno de Alvear;
años después, en 1927, los madereros se sumaron a las acciones por la libertad
de Sacco y Vanzetti.
En la industria del mueble, a mediados de abril de
1923 se declaró una huelga de carácter “testigo” en los talleres de la poderosa
casa Maple, sitos en Tucumán 2464 y Suipacha 658. Según las crónicas, la
empresa inglesa buscaba implantar el “trabajo libre” en pos de prolongar la
jornada laboral, y recientemente había desestimado los reclamos del personal
tapicero.[27]
La empresa contó con el apoyo de “la policía secreta, el escuadrón de seguridad
y la seccional”, quienes detenían a los obreros “sospechosos” que circulaban a
seis cuadras de los sitios laborales.[28] Sin
embargo, Maple no logró reiniciar la producción in situ y debió desviarla hacia los boliches de Antonio Zanna y
Abraham Rosenfeld, cuyos personales se solidarizaron, negándose a realizar los
trabajos.[29]
En el mismo período, si bien por fuera de nuestro
recorte geográfico, se desarrolló un paro general ebanista en la ciudad de
Rosario, que duró seis meses.[30]
En la localidad de Avellaneda, una huelga paralizó los establecimientos
aserraderos durante 50 días hacia finales de 1923.[31] Cruzando
el Riachuelo, dentro de los aserraderos porteños, las jornadas laborales
superaban las diez horas y unas pocas luchas fueron contra la “tiranía” de
capataces y gerentes.[32]
En la empresa constructora de John Wright, el sindicato carpintero impulsó
junto con otros gremios la estructuración “desde adentro”, logrando cierto
éxito en la tarea.[33]
En cierta forma, esta clase de expresiones huelguísticas en sectores obreros
organizados o calificados contribuyen a problematizar -o al menos, matizar- la
idea general de los años veinte como una década armónica en la lucha de clases
y, por ende, de integración social (Ceruso, 2015).
En este contexto, en 1925 se formó la “Asociación
Fabricantes de Muebles, Carpinterías y Afines”, establecida como sección de la UIA y con una oficina sita en
el centro porteño.[34]
De forma mensual, publicaba la revista El
Arte de la Madera, cuyo lema de tapa rezaba “La industria de
un país constituye la riqueza del mismo”.
Según el comunista Luis Sommi, a la cabeza del reagrupamiento patronal
aparecían los miembros de las firmas más grandes dentro de la industria.[35]
En efecto, la Comisión Directiva estaba integrada por: Clive Thompson, Julio
Marconi, H.M. Taylor (Sage), Augusto Tarris, Valentín Babino, Eric Werth
(Nordiska), Alberto Castelli, Leonardo Pereyra Iraola, John Wright, Alejandro
Virasoro, Aristides Saccone y Romeo Stella. Los asesores legales eran Joaquín
de Anchorena y Atilio Dell’Oro Maini.[36] Entre otros
beneficios, la asociación ofrecía: asesoría jurídica, comisión de peritaje
(para interceder con clientes), fuerza de trabajo adventicia y “suplencia de
producción en los casos de conflictos, para evitar la falta de cumplimiento de
sus contratos”.[37]
Asimismo, se proponía crear un seguro contra accidentes y una escuela de
aprendices, contando con un “registro de obreros”.[38]
Estos dos
últimos elementos se vinculaban con las dificultades para reemplazar a una
fuerza de trabajo tan calificada y artesanal. En este plano, los sindicatos de
carpinteros y de ebanistas establecían un cupo máximo del 10% destinado a aprendices,
situación agravada por la ley 11.317, que reglamentaba el trabajo infantil y
femenino, sancionada en 1925.[39] La
formación de la fuerza laboral en la industria del mueble siguió siendo un
tópico de preocupación hasta incluso finales de los años cincuenta. Según se
podía leer en la revista patronal, la sustitución de trabajos manuales por la
máquina, por un lado, y las trabas que ponían los propios obreros, por el otro,
dificultaban el aprendizaje de futuros nuevos oficiales.[40]
Otro elemento de preocupación dentro del
arco patronal era la provisión de materia prima. No casualmente, la asociación
se proponía el suministro directo de madera así como también se destinaban
varias páginas a tratar el problema forestal, vinculado con las dificultades
inherentes al aserrado, transporte y preparación de las maderas para su empleo.[41]
Durante estos años, los empresarios del sector solicitaron (sin demasiado
éxito) que el Estado regulara la tala y forestación de los bosques, las cuales
se daban de forma indiscriminada, en particular en los obrajes-feudos del
quebracho, bajo el dominio de la empresa inglesa “La Forestal” (Jasinski,
2013). En última instancia, era otro punto de diferenciación entre los grandes
y pequeños patrones, lo cual se confirma al cotejar la “información
comercial”, relativa al comercio de madera por vía portuaria y ferrocarrilera.[42]
Entre otras secciones de la revista, se destacaban las páginas sobre “técnica
industrial”, donde se atendían consultas; la “historia del diseño”; las nuevas
firmas y las quiebras; el movimiento obrero.
Al
cumplirse los primeros dos años de funcionamiento, una editorial reflexionaba
acerca de que la vida de la asociación no debía limitarse a “una organización
defensiva para los graves estallidos de la cuestión social” y que, en cambio,
era menester ocuparse de otros asuntos de importancia.[43] En
efecto, la sección maderera de la UIA permitió una mejor articulación con la AT
para reemplazar a los trabajadores de paro, sobre todo en el sector aserradero,
donde la calificación era menor. Sin embargo, no pareció haber tenido éxito en
la constitución de un lugar de formación para obreros calificados ni, menos
aún, en la sanción de un nuevo ordenamiento legal en lo ateniente a la cuestión
forestal.
Dentro de la clase patronal, existía un
claro recelo por parte de los grandes fabricantes con relación a la producción
barata y sencilla realizada en los boliches muebleros. En efecto, colindante
con la introducción progresiva de maquinaria dentro del proceso productivo, se
verificaba un decrecimiento de la calidad en los muebles terminados y un
incremento de la productividad del obrero en términos individuales. Esta no
sólo estaba determinada en función de una máquina que abreviaba los “tiempos
muertos” y de los reglamentos de trabajo sino que también se ligaba a la
aplicación de nuevas modalidades en la producción de muebles, como la madera
terciada (“está a la orden del día en todas las fábricas, por economizar tiempo
y mano de obra”) y el enchapado, utilizado en general por los boliches, lo cual
permitía imitar los estilos “chippendale” y “francés” y reducir drásticamente
el costo del producto final.[44]
Así, el ensamblaje de muebles a partir de partes pre-fabricadas se masificó
hacia mediados de los veinte, apareciendo los llamados “trabajos de batalla”,
en los cuales “cada una de las partes se coloca tal cual sale de la máquina,
sin pulir absolutamente nada, cubriéndosele luego con un mazacote a modo de
lustre a fin de darle la apariencia engañosa para los compradores”.[45]
Aquí se pone de manifiesto otra vez el
contrapunto entre obreros altamente calificados empleados por capitales
concentrados y el conjunto mayoritario de pequeños talleres con producción
barata, donde los primeros se orientaban hacia la demanda de la clase alta y las
distintas licitaciones públicas y privadas mientras que los segundos se
ocupaban primordialmente del consumo popular y de los crecientes sectores
medios.artamentos de mpintura y acabado
uerza motriz estan menaza mucho mayor de la que ofrecen los departamentos de
mpintura y acabado
Conclusiones
Entre fines del siglo XIX y principios del
XX, el mundo de la madera de la ciudad de Buenos Aires se estructuró como una
rama productiva central para el desarrollo urbano, en el marco de la inserción capitalista
de Argentina al mercado mundial. La fisonomía que caracterizó al sector durante
estas primeras décadas estuvo signada por la coexistencia de
un puñado de poderosas compañías mayormente foráneas junto a una pléyade de
pequeños talleres, llamados “boliches”. El análisis evidenció, además, la
concentración de capital en áreas claves como la fabricación de carros y
carruajes, la sub-rama del mueble y, sobre todo, la industria constructora y
aserradora.
De estas áreas provinieron los principales empresarios madereros, siendo
la cabeza de las iniciativas de organización patronal, como evidencia la
composición de las primeras secciones madereras de la UIA. En base a su origen,
la mayoría de estos propietarios eran extranjeros, no obstante el sector aserradero
demostró un relativo equilibrio entre nativos y foráneos (quizás debido a la
provisión de materia prima). Hacia 1906-1907,
la mise-en-scène de los boliches de origen “ruso” – judío, dedicados a
la elaboración de muebles baratos, ahondó la división entre productos finos
destinados al consumo de las clases dominantes y aquellos dirigidos al medio
popular.
En segundo término, circa 1907 los capitalistas del mundo
maderero pusieron en juego distintas estrategias con el objetivo de
reconfigurar las condiciones de explotación y recomponer sus ganancias, luego
de una etapa de ascenso de la movilización obrera. En esta dirección, se señaló
el avance de la maquinaria dentro del proceso de trabajo, el incremento de las
importaciones (incluso de productos terminados) y la descentralización
productiva, que consistió en “transformar” a oficiales especializados en
pequeños patrones. Por otro lado, las principales empresas destinaron recursos
para incidir sobre las decisiones de los consumidores, apoyándose en la publicidad
gráfica (cada vez más necesaria) y en las diferentes necesidades de una cultura
urbana en plena expansión. En paralelo, las relaciones de género atravesaron
los estereotipos publicitarios, tensionando las modulaciones de las
masculinidades y feminidades en el umbral de la modernidad.
En tercer lugar, se indagó la formación de la primera asociación
patronal unificada, agrupando a los propietarios de las distintas sub-ramas en
una misma sección de la UIA. En esta dirección, los años veinte condensaron las
tendencias características de la evolución industrial, habilitando este
desarrollo organizativo. De igual modo, fue el período de incubación de los
grandes cambios que afectarían la dinámica del movimiento obrero en la década
del treinta. El abordaje sobre la revista patronal El Arte de la Madera
permitió cotejar las iniciativas y problemáticas, sobresaliendo las
dificultades crónicas a la hora de reemplazar a la fuerza de trabajo
calificada, cualquiera fuera su oficio especializado.
En síntesis, el despliegue urbano de la ciudad de Buenos Aires catalizó
el desarrollo industrial en sectores claves, como la rama maderera y del
mueble, condicionando el comportamiento, las estrategias y formas de
organización de los propietarios, quienes tendieron a agruparse detrás del
liderazgo corporativo de los capitales más concentrados, cristalizándose esta
hegemonía sectorial en la “Asociación
Fabricantes de Muebles, Carpinterías y Afines” de
1925.
Será motivo de futuros trabajos profundizar las investigaciones
relativas a las primeras formas de evolución industrial y organización
patronal, tomando para ello otros estudios de caso, que permitan iluminar y
complejizar la trama histórica.
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Recibido: 18/07/2021
Evaluado: 01/09/2021
Versión Final: 09/09/2021
[1] En 1877, Landois fue el presidente de la comisión organizadora de la
Primera Exposición Industrial Argentina. Véase Cúneo (1967).
[2] “Ebanistas”, La Vanguardia, 16/7/1916.
[3] “Dos nuevas
secciones. Fabricantes de papel y fabricantes de muebles”, Boletín de la Unión Industrial Argentina, núm. 440, Buenos Aires,
Imprenta y litografía “La Buenos Aires”, 1905, pp. 52-53.
[4] “Sección Aserraderos y Corralones de Madera”, Boletín de la Unión Industrial Argentina, núm. 437, Buenos Aires,
Imprenta y Litografía “La Buenos Aires”, 1905, p. 44.
[5] “Fabricantes de Carruajes”, Boletín
de la Unión Industrial Argentina, núm. 444, Buenos Aires, Imprenta y
Litografía “La Buenos Aires”, 1905, p. 33.
[6] “Por qué
luchamos”, El Obrero en Madera, núm.
8, febrero 1907. Firmada por José Montesano.
[7] “Ignorancia y
cobardía”, El Aserrador, núm. 2,
julio de 1906.
[8] “Exceso de
producción y sus causas”, El Obrero en
Madera, núm. 10, abril 1907 y “Sobre el acortamiento de la jornada”, El Obrero en Madera, núm. 13,
julio-agosto 1907, ambas firmadas por Luis Malfatto.
[9] Véase Carlisle
(2016), Everley (1919) y Reid (1986).
[10] Según un informe
norteamericano: “Un arreglo usual en las transacciones de exportación es la
cooperación entre el importador independiente y el exportador. A través de lo
que podríamos llamar la mediación de las casas de Londres, las cuales, si no
tienen ninguna oficina en New York, negocian con los exportadores
estadounidenses. Otra conexión, algo novedosa y que a veces se verifica, es la
de un importador haciendo sus pedidos a través de un competidor que mantiene
una representación de compra directa en los Estados Unidos” [traducido del
inglés] (Simmons, 1916, p. 26).
[11] “Lucha de
competencia”, La Vanguardia,
22/7/1908.
[12] “Una lucha
complicada”, La Vanguardia,
20/8/1908.
[13]
“¿Proteccionismo?”, El Obrero en Madera,
núm. 12, junio 1907.
[14] “El vuelto y la yapa”,
El Obrero Ebanista, núm. 3, febrero
1905.
[15] “Sobre la
introducción de carpintería”, La Protesta,
8/5/1908. Firmada por Ricardo Carrenoa.
[16] “La cooperativa
obrera”, El Obrero en Madera, núm. 8,
febrero 1907.
[17] “Nuevo método de
emancipación”, El Obrero en Madera,
núm. 20, mayo 1908. Firmada por Juan Cuomo.
[18] Ibídem.
[19] “Aclarando para
algunos compañeros”, El Obrero en Madera,
núm. 25, octubre 1908. Firmada por Luis Macchia.
[20] “Unión
tapiceros”, El Obrero en Madera, núm.
18, febrero 1908.
[21] “Huelgas - Constructores
de carruajes”, La Vanguardia,
17/12/1908.
[22] Equivalentes a
las department stores inglesas o las magazines francesas.
[23] Según la autora,
en el mercado del arte los italianos o los españoles sólo adquirían obras de
sus connacionales. Véase la publicidad de Thompson en Caras y Caretas, núm. 601, 9/4/1910.
[24] Véase la publicidad de “¡Muebles!” en La Vanguardia, 27/6/1907.
[25] Caras y Caretas, núm. 605, 7/5/1910 y
núm. 541, 6/2/1909, respectivamente.
[26] “Informe de
Secretaría”, El Obrero Ebanista, núm.
117, septiembre 1923.
[27] “La huelga de la
casa Maple y Cía.”, El Obrero Ebanista,
núm. 116, julio 1923.
[28] “Obreros
ebanistas”, La Vanguardia, 19/5/1923.
[29] “Talleres en
huelga”, Acción Obrera, núm. 4,
agosto 1924.
[30] “De Rosario -
Huelga de ebanistas”, La Internacional,
4/2/1923.
[31] “Sociedad de
resistencia. Carpinteros, Aserradores y Anexos, de Avellaneda. La huelga
general de los Aserradores”, El
Carpintero y Aserrador, núm. 46, noviembre 1923.
[32] “Nuestro
movimiento gremial. Recorrido por los talleres”, El Carpintero y Aserrador, núm. 38, diciembre 1922.
[33] “Movimiento
gremial. Actividad en los talleres”, El
Carpintero y Aserrador, núm. 50, junio 1924.
[34] “Los burgueses de
la madera se unen”, Acción Obrera,
núm. 6, octubre 1924.
[35] “La unidad de los
obreros en madera”, Acción Obrera,
núm. 26, agosto 1926. Firmada por Luis Sommi.
[36] “Comisión
directiva”, El Arte de la Madera,
núm. 1, enero 1925.
[37] “Beneficios de
que gozan los socios activos”, El Arte de
la Madera, núm. 26, febrero 1927.
[38] “La organización
patronal”, El Obrero del Mueble, núm.
7, noviembre 1924.
[39] “La crisis del
aprendizaje”, El Arte de la Madera,
núm. 14, febrero 1926.
[40] “El aprendizaje”,
El Arte de la Madera, núm. 260,
enero-febrero 1959.
[41] “Notas y
comentarios. Importación de madera”, El
Arte de la Madera, núm. 39, marzo 1928.
[42] Véase sección
“Madera entrada en los principales puertos de la República”, El Arte de la Madera.
[43] “Segundo
aniversario” (editorial), El Arte de la
Madera, núm. 25, enero 1927.
[44] “Las causas de la
crisis”, Acción Obrera, núm. 34,
agosto 1927.
[45] “Reseña de las
actividades sindicales durante el primer semestre de 1928”, Acción Obrera, núm. 42, junio 1928.