¡Nos quitaron tanto que
nos quitaron hasta el miedo!
Acción
colectiva, emociones, repertorios y marcos estratégicos del Tsunami Feminista
de 2018 en Chile[1]
They took so much away from us
that they even took away our fear!
Collective action, emotions,
repertoires and strategic frameworks of the Feminist Tsunami of 2018 in Chile
Ana López Dietz
Universidad Central de Chile
(Chile)
analopezdietz@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-9098-6293
Hillary Hiner
Universidad Diego Portales
(Chile)
hillary.hiner@udp.cl
https://orcid.org/0000-0003-3016-042X
Resumen
Durante mayo de 2018 una
importante cantidad de universidades chilenas fueron paralizadas por
estudiantes feministas para denunciar las prácticas de acoso sexual y violencia
machista existentes en estos espacios; este proceso se conoció como “Tsunami
Feminista”. Este artículo analiza este proceso destacando la importancia de las
emociones en el desarrollo del movimiento, como también en la utilización de
distintos repertorios de acción y marcos estratégicos que organizaron y dieron
sentido al Tsunami Feminista y su denuncia de la violencia machista. El trabajo
metodológico se basa en el análisis de grupos de discusión realizados a
estudiantes y activistas feministas, complementado con una revisión de prensa.
La hipótesis que proponemos es que las emociones son fundamentales para
comprender el desarrollo del Tsunami Feminista, sus repertorios de acción y
propuestas, como también la construcción de marcos de interpretación y análisis
que permitieron a las estudiantes visibilizar la violencia y acoso sexual al interior
de las universidades, y promover cambios que se traducen en la creación de
nuevos protocolos, oficinas de género, y
en el debate sobre la educación no sexista.
Palabras Clave
Acoso sexual; movimiento feminista estudiantil;
universidades chilenas; acción colectiva; emociones.
Abstract
In May 2018, many Chilean universities were paralyzed by feminist
students to denounce the practices of sexual harassment and sexist violence
existing in these spaces; this process became known as the “Feminist Tsunami”.
This article analyze this process, highlighting the
importance of emotions in the development of the movement, as well as in the
use of different repertoires of action and strategic frameworks that organized
and gave meaning to the Feminist Tsunami and its denunciation of sexist
violence. The methodological work is based on the analysis of discussion groups
carried out with feminist students and activists, complemented with a press
review. The hypothesis we propose is that emotions are fundamental to understand
the development of the Feminist Tsunami, its repertoires of action and
proposals, as well as the construction of interpretation and analysis
frameworks that allowed the students to make visible violence and sexual
harassment within the universities, and promote changes that result in the
creation of new protocols, gender offices, and the debate on non-sexist
education.
Keywords
Sexual harassment; student
feminist movement; Chilean universities; collective action; emotions.
Introducción
En las últimas décadas se
ha visibilizado paulatinamente la violencia sexual que viven las mujeres en
espacios universitarios. Países como Estados Unidos y Canadá fueron pioneros en
realizar estudios y construir protocolos para afrontar estas formas de
violencia, mientras que, en años más recientes, otras universidades han
abordado esta realidad en distintos países de América Latina (Vásquez Laba,
2017; Rovetto & Figueroa, 2017; Quintero Solís, 2020; Mingo, 2020) lo que
indica que se trata de un tema “que podríamos denominar “emergente” en América Latina y El Caribe: la
violencia contra las mujeres en el ámbito universitario” (López, 2019).
En Chile, la situación no
es muy distinta. En 2006, un reconocido sociólogo e historiador acusado de acoso
sexual en la Universidad de Chile, fue despedido por estos hechos (Zapata,
2016); sin embargo, el caso no trascendió. Casi 10 años después, en 2015, una
estudiante denunció a un profesor de historia de la misma universidad, por
acoso y abuso de poder, abriendo un sumario que terminó con el desvinculamiento
del docente (Yañez y Salazar, 2016). Esto gatilló un período de intensa
actividad feminista, con organización de asambleas, foros y funas[2]
en torno al acoso sexual en ese recinto universitario.
El momento más álgido de
este movimiento se dio entre los meses de mayo y agosto de 2018, el llamado
“Mayo o Tsunami Feminista”, que comenzó en la Universidad Austral de Chile, al
sur del país, cuando estudiantes feministas se tomaron la universidad por el
caso de un profesor acusado de acoso sexual. En adelante, en casi todas las
universidades chilenas se realizaron asambleas y organizaciones estudiantiles
feministas hicieron paros y tomas, salieron a la calle masivamente a marchar y
exigieron protocolos adecuados para enfrentar el acoso sexual dentro de las
universidades.
Este artículo aborda ese
proceso, analizando cómo se conforma este movimiento de visibilización y lucha
contra el acoso y la violencia sexual al interior de las universidades, a
través de una estudio sobre la articulación de las afectividades y emociones
con los repertorios y los marcos estratégicos de los movimientos sociales.
Repensando los repertorios y marcos estratégicos desde las emociones
Los movimientos sociales
han irrumpido con fuerza en el mundo en los últimos años; en América Latina
algunas de las más recientes y masivas han sido el estallido social en Chile, y
masivas movilizaciones en Haití, Bolivia y Colombia (Castro Riaño, 2020).
En muchos de estos
movimientos, las mujeres han tenido una destacada participación; asimismo, uno
de los movimientos sociales más relevantes de los últimos años ha sido el
feminista, con hitos como las manifestaciones contra los femicidios al grito de
“Ni Una Menos” (desde 2015); el movimiento #MeToo en Estados Unidos (2017); las
movilizaciones en España por el caso “La Manada” (2018); la “Marea Verde” de
mujeres por el derecho al aborto legal (Argentina, 2018); el Tsunami Feminista
chileno (2018); la performance “Un violador en tu camino” del colectivo chileno
LasTesis, transformado en un himno global contra la violencia hacia las mujeres
(2019); y, las históricas movilizaciones el 8 de marzo de 2020, antes que
comenzaran los confinamientos producto de la pandemia. Una de las maneras de
aproximarnos al estudio de estos procesos es desde la teoría de los movimientos
sociales que, en sus distintas variantes, busca explicar la acción colectiva,
sus orígenes, desarrollo e impacto.
Cabe señalar que existen
múltiples teorías sobre los movimientos sociales; en general, se entiende que
se trata de fenómenos de acción colectiva, orientados por la búsqueda de
objetivos comunes, que en su acción proponen ciertas formas de organización y
desafíos a la autoridad y al poder (Tarrow, 1997). Las teorías de movimientos
sociales se han agrupado generalmente en “los enfoques clásicos, el de la
movilización de recursos, el de los nuevos movimientos sociales y finalmente el
de los enfoques actuales” (De la Garza Talavera, 2011). Las primeras, proponen
una mirada negativa sobre los fenómenos sociales, mientras que el enfoque de la
movilización de recursos, se concentra en la organización y elección racional
de estos movimientos, analizando la interacción con las estructuras
institucionales, las alianzas, los sistemas de gobierno, etc. (Tarrow, 1997;
Tilly & Wood, 2010); el foco se orienta, en esta mirada, en la comprensión
respecto de las formas en que las personas de organizan, cuáles es la
orientación y motivación, cuáles son los intereses que movilizan a las personas,
la manera en que puedan establecer redes y debatir sus objetivos, entre otros
temas.
Por otro lado, la teoría
de los nuevos movimientos sociales (Melluci, 1994) se concentra en temas como
la identidad y la búsqueda de reconocimiento, en un contexto de crisis de la
sociedad industrial y surgimiento de nuevas demandas y formas de organización
más democráticas y horizontales, en los que el conflicto no se concentra
exclusivamente en temas de clase. Los movimientos feministas han sido abordados
generalmente desde esta perspectiva, particularmente en los años 80, ya que
permitía analizar de mejor modo sus demandas y propuestas, escapando de una
mirada enfocada en lo económico o estructural, apostando más bien a las
dimensiones relacionadas con la subjetividad, la búsqueda de reconocimiento, lo
posmaterial y las formas de organización más inclusivas y democráticas (Jelin,
1990; Molyneux, 2003). Dentro de los nuevos movimientos sociales confluyen
diversos “enfoques interaccionistas, culturales y cognitivos, es decir, aquellos
en los que han primado las preguntas en tomo a los procesos de interacción y
elaboración de significados por los que los movimientos sociales definen su
identidad, su ideología y sus reivindicaciones” (De Miguel, 2003, p. 128). Sin
duda, la teoría de los nuevos movimientos sociales y los enfoques
construccionistas son muy relevantes para analizar la acción y organización de
los movimientos feministas, la juventud, los grupos precarizados, movimientos
queer y disidentes, entre muchos otros. Sin embargo, y para efectos de este
artículo, abordamos el proceso del Tsunami Feminista concentramos nuestra
mirada en cómo los afectos y emociones repercuten en los repertorios y marcos
de acción colectiva -entendiendo acá los sentidos y significados compartidos-
que llevaron adelante las estudiantes chilenas que se movilizaron contra el
acoso sexual y por la educación no sexista.
En ese sentido, son clave
los conceptos de repertorios y marcos de acción colectiva. Según Tilly, los
repertorios de acción incluyen “un conjunto limitado de rutinas aprendidas,
compartidas y actuadas, a través de un proceso de elección relativamente
deliberado” (Tilly, 2002, p. 31). Estos repertorios surgen y se reactualizan en
la propia lucha y en función de las necesidades, el contexto y los marcos de
acción culturales y sociales; asimismo, su uso depende de las formas de
organización, la respuesta ante las demandas, los recursos y redes, la reacción
del público, la identidad del movimiento, los disensos internos, etc., por lo
que se van transformando dinámicamente (Tarrow, 1997). Por otro lado, el
impacto de las tecnologías de la información y comunicación (Castells, 2012)
permite mayor fluidez en los repertorios, que rápidamente pueden traspasar lo
local y nacional, como bien se observa en los movimientos sociales actuales,
que rápidamente pueden alcanzar una dimensión trasnacional, la que se ve
potenciada por el uso de redes sociales e internet. Según Solá-Morales y
Sarabiego (2020) el uso de internet ha generado, al menos desde la emergencia
del movimiento zapatista en México en los años 90, un “ciclo internacional de
movilizaciones y una comunidad global” (p.199).
Entre los múltiples
repertorios de acción podemos encontrar algunos clásicos -marchas, tomas de
recintos, cortes de calle, paros- con otros más novedosos -flashmob,
performance- que comunican los objetivos y mensaje del movimiento. El
movimiento estudiantil chileno del año 2011 articuló las marchas y paros, con
besatones, bailes callejeros, performance como thriller y superhéroes por la educación, etc. (Donoso, 2014; Ponce
Lara & Miranda, 2016; Sandoval, 2020). Como veremos más adelante, en el
Tsunami Feminista, las estudiantes utilizaron diferentes repertorios, que
incluían los ya conocidos con otros novedosos -las tomas feministas y/o
separatistas, marchas encapuchadas y de cuerpos pintados-, creando sus propias
estrategias -las funas y denuncias públicas y utilización masiva de redes
sociales como Facebook, Instagram y Twitter-.
Analizar las estructuras
de movilización permite “observar y describir la relación entre organización y
acción, es decir, cómo está organizada la relación entre los integrantes del
movimiento y cuáles son las formas de acción que utilizan” (De la Garza
Talavera, 2011), lo que, en el caso del Tsunami Feminista, visibiliza la
existencia de diversas estrategias organizativas -asambleas de mujeres,
separatistas, mixtas y triestamentales- que sobrepasan el marco tradicional de
las organizaciones estudiantiles (centros de estudiantes y federaciones). Asimismo,
para que existan movimientos sociales es necesario que las personas construyan
significados compartidos, los que se relacionan con las ideas y elementos
culturales -imágenes, discursos, metáforas, símbolos, íconos- que dan sentido y
organizan la acción, creando marcos interpretativos (Zald, 1999). En el Tsusami
Feminista, el uso de lenguaje no sexista, la construcción de asambleas de
mujeres, uso de banderas y pañuelos morados y verdes, lemas como “hermana, yo
te creo” se transforman en un sentido común y simbólico de la movilización.
Sin embargo, estas
teorías de movimientos sociales soslayan un aspecto que nos parece relevante
para el análisis del Tsunami Feminista, como son las emociones y sentimientos.
Leonor Arfuch (2016) habla del “giro afectivo” en los 80 y 90 para explicar “la
creciente atención a las emociones como fuente privilegiada de verdad sobre el
sujeto” (p. 248) en un contexto donde se valoran la experiencia, memorias y
subjetividades; Arfuch desarrolla el complejo debate en torno a cómo se pueden
comprender los afectos y las emociones, interrogándose sobre la posibilidad de
separar – o no- las emociones de la racionalidad o, los discursos de la
afectividad; asimismo, deja abierta la pregunta respecto de cómo las emociones
nos permiten interpelar la realidad.
Para Jasper, las
emociones “motivan a los individuos, se generan en la multitud, se expresan
retóricamente y dan forma a los objetivos manifiestos y latentes de los
movimientos” (2012, p. 47). En este sentido, las emociones están en el origen,
desarrollo y también finalización de los procesos de movilización y acción
colectiva, e impactan en la manera en que las personas se movilizan y actúan en
la arena pública y política; para el autor, existe una tipología de
sentimientos, que se articulan desde las pulsiones -o impulsos básicos- pasando
por las emociones reflejas a los estados de ánimo, que se caracterizan por su
mayor duración; finalmente, se refiere a las orientaciones afectivas y las
emociones morales; las primeras se construyen en relación a otros (como apego o
rechazo) mientras que las segundas se relacionan con la aprobación o rechazo
moral “como por ejemplo la compasión en torno a los desamparados o la
indignación frente a una injusticia” (p.48). Por lo tanto, podemos comprender
que las personas se organizan y actúan colectivamente motivados también por la
indignación, rabia, simpatía o solidaridad (Flam, 2000), pero también el
cansancio o el miedo pueden influyen en el curso de un movimiento, en su
retroceso o inclusive su finalización. Un aspecto fundamental del debate sobre
los afectos y emociones se relaciona con la manera en que éstas “hacen parte
del proceso mismo de la acción racional y no se oponen a este como una
exterioridad” (Massal, Cante & González, 2019, p.12); donde destaca
además que no se trata de simples expresiones corporales sino que también las
emociones se construyen socialmente y, expresan nuestra articulación con el
mundo y lo que nos rodea.
Como señala Mabel Moraña
(2012) los afectos nos interpelan y activan, impulsando también la agencia, la
resistencia y el cambio. Son también significativos los aportes realizados por
Sarah Ahmed (2014) quien señala que las emociones son “prácticas culturales y
sociales” (p. 32) que se expresan y “moldean las superficies mismas de los
cuerpos” (24); en este sentido, las emociones trazan la experiencia personal y
colectiva. Por su parte, el sociólogo Randall Collins (2009) reivindica el
aporte realizado desde la sociología de las emociones, explicando que éstas son
centrales para comprender tanto la cohesión como el conflicto social,
especialmente en la generación de rituales de interacción.
Desde una reflexión
feminista, Solana & Vacarezza (2020) plantean que “la cuestión afectiva
atraviesa la historia de los feminismos hasta el presente” (p. 2) en temas como
la ética del cuidado, la mirada al cuerpo y su experiencia, y, en la denuncia
al machismo y el patriarcado, los que “no son sólo contenidos ideológicos, sino
también dispositivos que estructuran afectos, emociones y sentimientos” (p. 2).
Algunas autoras (Macón, 2014) señalan que es clave la tercera ola del
movimiento feminista para impulsar la reflexión sobre los afectos, a partir de,
por ejemplo, el debate sobre los cuidados o de insistir en la experiencia
situada y concreta de las y los sujetos; por otra parte, la misma autora señala
que, el giro afectivo, puede entenderse
“como un
proyecto destinado a
indagar en formas
alternativas de aproximarse
a la dimensión
afectiva, pasional o
emocional –y discutir
las diferencias que
pueda haber entre
estas tres denominaciones– a partir de su rol en el
ámbito público” (p.168), desbordando también la distinción entre
privado/público y, de paso, cuestionando la idea de la racionalidad moderna de
la política tradicional.
Estos aspectos están
presentes en la génesis y desarrollo del Tsunami Feminista, donde emociones
como la rabia, la indignación y la sororidad son decisivas para pensar
estrategias como las asambleas, tomas separatistas y las funas; es decir,
impactan en la construcción y organización de los repertorios y marcos
estratégicos del movimiento.
Debates sobre el movimiento feminista estudiantil y su impacto en el
Tsunami Feminista
En este apartado, nos
interesa presentar algunos debates que permiten comprender cómo el movimiento
feminista estudiantil universitario se desenvolvió en un contexto más amplio,
marcado por las desigualdades de género en la educación superior y la emergencia
del movimiento estudiantil secundario -la llamada Revolución Pingüina de 2006-
y universitario -desde el año 2011 en adelante-, que instalaron en Chile la
demanda “por el derecho a la educación gratuita y de calidad”.
El movimiento estudiantil
chileno re-emergió con mucha fuerza a partir de la “Revolución Pingüina”, que
fue protagonizada por estudiantes secundarios en el año 2006 -durante el primer
gobierno de Michelle Bachelet- y tuvo un segundo hito las movilizaciones de
estudiantes universitarios -que irrumpieron en el año 2011, luego de que el
empresario Sebastián Piñera asumiera la presidencia. El movimiento estudiantil
chileno cuestionó el modelo educativo impuesto en dictadura, (Fleet, 2011;
Labarca, 2016), transformándose, según algunos autores en “a primera gran
crítica masiva a ese ordenamiento neoliberal que se ha venido implementando en
el país desde la década de 1980” (Donoso, 2020). El movimiento estudiantil
permitió que una nueva generación de jóvenes, que nacieron durante la
transición a la democracia o en la postdictadura, se transformaran en actores
colectivos relevantes para la política chilena, expresando el malestar
ciudadano con el modelo neoliberal, el Estado subsidiario y la democracia
restringida (Mayol, 2012; Atria, 2012); asimismo, comenzaron a emerger nuevos
liderazgos y formas de hacer política (Muñoz Tamayo y Durán, 2019), los que hoy
se expresan en la elección como Presidente de la República de Gabriel Boric –
ex presidente de la Federación de Estudiantes de Chile en el año 2012- y de
otras figuras políticas como Camila Vallejos, Giorgio Jackson y otros que
fueron parte de esos dirigentes estudiantiles y que, en algunos casos, formaron
nuevas fuerzas políticas que cuestionaron a los partidos tradicionales que
gobernaron en Chile desde 1990.
A pesar de lo importante
que fue el movimiento estudiantil, sus principales organizaciones -centros de
estudiantes y federaciones estudiantiles- tardaron en reconocer e incorporar
temáticas de género a la hora de proponer la demanda por una educación pública,
gratuita y de calidad. Al contrario, las organizaciones estudiantiles se
concentraban, generalmente, en demandas relacionadas con lo económico y la
clase social, lo que permitía entrelazar las críticas anti-neoliberales y las
protestas en torno a temáticas como la gratuidad y el lucro (Arrué, 2012;
Badilla, 2019; Paredes, 2019). Sin embargo, el importante activismo que surgió
en estos años, permitió que las estudiantes mujeres y de la diversidad sexual
se comenzaran a organizar, reflexionando y proponiendo algunas demandas propias
que eclosionaron, pocos años más tarde, en el lema de la educación no sexista.
Durante estos mismos años, el movimiento feminista chileno se estaba
rearticulando y cobrando fuerza, planteando ciertas demandas relacionadas con
el fin de la violencia hacia la mujer, no más femicidios, el derecho al aborto
y otros temas. En ese contexto proponemos que se comenzó a configurar un
espacio del activismo y las demandas de las mujeres al interior de las
universidades y colegios, resignificando las demandas por el derecho a la
educación y abordando temas como androcentrismo en la educación, el lenguaje
sexista, el acoso sexual en las universidades, etc. lo que se expresó con
fuerza en el año 2018 durante el Tsunami Feminista.
Asimismo, este proceso
evidenció que las universidades son espacios marcados por la inequidad de
género (Buquet, 2013), que pueden ser definidos como espacios “generizados”
(Duarte Hidalgo y Rodríguez Venegas, 2019). En Chile, si bien la matrícula
femenina ha aumentado sostenidamente, aun se mantienen estos sesgos de género,
existiendo áreas feminizadas de la educación y menor presencia de mujeres en
cargos académicos de planta, altos cargos institucionales e investigación
avanzada (Bustos, 2018). Estos aspectos configuran el marco de una educación
sexista, lo que será profundamente cuestionado por las estudiantes feministas
universitarias, que también visibilizaron y lucharon contra el acoso sexual que
se vive en estos espacios de parte de académicos varones o compañeros de
estudio.
Respecto de este proceso,
las investigaciones retratan los principales hitos del movimiento que se vivió
en las universidades en el año 2018 (Paredes, Araya y Ortiz, 2019), mientras
otros analizan la relación entre acoso sexual, estudiantes, movimiento
feminista y las universidades en Chile (Zerán, 2018). Algunas investigaciones
abordan el Tsunami Feminista a partir del cruce entre el movimiento feminista
internacional y militante, la organización y diversidad del feminismo en Chile
y la relación con el movimiento estudiantil (De Fina & Figueroa, 2019);
mientras que Reyes-Housholder y Roque (2019) propone que las movilizaciones de
mujeres universitarias se inscriben en una tercera ola de protestas feministas,
que demandan respuestas y nuevas políticas públicas al Estado. Asimismo, la
denuncia a la desigualdad de género que existe al interior de las universidades
permite visibilizar la escasez, exclusión y prejuicios que enfrentan las
mujeres en las universidades entendidas como espacios generizados (Duarte &
Rodríguez, 2019). Finalmente, comienzan a publicarse trabajos que critican el
Tsunami Feminista desde perspectivas feministas interseccionales (Troncoso et.
al, 2019) o, aquellas que analizan cómo las tomas de mujeres o feministas
pueden ser espacios complejos e, inclusive, conflictivos para estudiantes
feministas trans y no binaries (Hiner y Troncoso, en prensa).
Tsunami
Feminista: breve contexto histórico
Tras la llegada del
empresario de derecha Sebastián Piñera a la presidencia (2010), los movimientos
sociales se reactivaron, encontrando un enemigo común que les permitió desafiar
al gobierno y su modelo neoliberal. En 2011 comenzaron las manifestaciones de
estudiantes por la educación gratuita y contra el lucro, convocando a paros,
tomas y grandes movilizaciones en todo el país, articulando su acción con otros
sectores sociales (profesorxs, trabajadorxs).
Asimismo, los emergentes
liderazgos y vocerías femeninas se transformaron en nuevas voces en el
Congreso, en la llamada “bancada estudiantil”, donde surgieron dirigentas
importantes del movimento estudiantil del año 2011, como Camila Vallejo y Karol
Cariola (de militancia comunista); otro hito de la presencia del feminismo en
el movimiento estudiantil fue la presidencia feminista de Melissa Sepúlveda en
la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh, 2013-2014),
seguida por otras feministas, como Camila Rojas (actualmente diputada por el
Partido Comunes), Valentina Saavedra y, más recientemente, Emilia Schneider
(2019-2021), primera mujer trans y feminista elegida presidenta de la FECh.
Asimismo, desde 2011 se observó la presencia de banderas moradas y verdes en
las marchas, a las que sumaron, desde el 2017, los pañuelos verdes y, se
articulan nuevas voces feministas con las históricas (Follegati, 2018). En las
universidades, liceos y territorios cobraron fuerza colectivos feministas y de
disidencias sexuales, se formaron Secretarías y Vocalías de Género y
Sexualidades y, se organizó el Congreso por una Educación No Sexista (2014).
Estas experiencias previas son las que, en el año 2018, permitieron a las
estudiantes universitarias protagonizar el Tsunami Feminista.
Estamos en presencia de
un amplio reverdecer de la acción feminista, de organización ante temas como la
violencia, el acoso, el aborto, los derechos sexuales o la educación no
sexista; como señalan Ruiz y Miranda (2018) el feminismo lo ha revuelto todo y
ha posibilitado “producir un reencuentro, aun con dificultades, de las viejas y
nuevas fuerzas feministas disgregadas en diferentes espacios sociales y
políticos” (p.198); mientras que otros estudios dan cuenta de cómo se
acrecentaron las movilizaciones feministas en los últimos años, con más de 150
acciones públicas y callejeras en el año 2018 (Reyes-Housholder y Roque, 2019);
como señalan estas autoras, se trata de feminismos heterogéneos en lo político
e ideológico, pero que han podido articular a mujeres de distintas generaciones
y territorios, insertándose en los movimientos sociales para demandar una
mirada feminista y anti-heteropatriarcal y construir objetivos en común (De
Fina & Figueroa, 2019; Alfaro et.al. 2020; Fernández, 2020; Hiner &
López Dietz, 2021). Esta heterogeneidad se tradujo en diferentes formas de
acción colectiva, las formas de organización, las demandas y propuestas, que se
caracterizaron desde las tradicionales marchas y paros, pasando por las tomas
de universidades y liceos, la performance y activismo callejero o, las funas y
denuncias contra acosadores.
Se trata de un feminismo
que criticó la política tradicional y que levantó “la bandera de la condena al
patriarcado neoliberal” (Stevani y Montero, 2020), que también cuestionó los
partidos políticos, sobre todo a aquellos que fueron parte de la transición a
la democracia y la postdictadura -los partidos de la ex Concertación y de la
derecha-, permeando en la formación de los nuevos partidos y coaliciones
políticas que surgieron en los últimos años; como es el caso del Frente Amplio
y otros (Follegati, 2018; Lamadrid y Bennit, 2018). Estas críticas también
abarcaron la institucionalidad y la democracia limitada, marcadamente machista
y patriarcal. Por otra parte, se afirmaron las diferencias entre las propias
mujeres, debatiendo sobre la importancia de la interseccionalidad y el anti-racismo
y, de reconocer esas diferencias como es el caso de las mujeres
afrodescendientes, migrantes, y de pueblos originarios (Hernández, 2017; Hiner
y López Dietz, 2021; Zapata, 2021).
A la par de estos
debates, podemos reconocer que al menos, desde el año 2015, se realizaron
denuncias cada vez más frecuentes sobre acoso laboral y sexual por parte de
profesores contra estudiantes mujeres. Desde el año 2017, algunas universidades
empezaron a reconocer la gravedad de estos casos, creando los primeros protocolos
sobre la violencia y el acoso. No obstante, las primeras implementaciones de
estos protocolos eran parciales y/o no solucionaron los conflictos. En el caso
de la Universidad Austral en Valdivia, la cantidad de denuncias de acoso sin
solución de parte de las autoridades, sumado al caso de un académico sancionado
por acoso, sólo con la prohibición de hacer docencia mientras seguía trabajando
en su laboratorio, generó como respuesta de las estudiantes feministas la toma
de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esa universidad, el 18 de abril de
2018. Así se inició una ola de
asambleas, paros y tomas feministas en la mayoría de las universidades
chilenas, entre mayo y agosto del mismo año, en las que más de 20 universidades
fueron tomadas y/o paralizadas por las estudiantes, incluyendo a algunas de las
más reconocidas del país, como la Universidad de Chile y la Universidad
Católica (Miranda Leibe & Roque López, 2019), abarcando incluso a algunos
colegios o liceos de enseñanza media. Algunas de estas tomas y paralizaciones
fueron sólo de mujeres; otras de mujeres y disidencias, lo cual también generó
ciertos roces entre feministas radicales transexcluyentes y feministas queer,
trans y no binaries en estos espacios. No obstante, el Tsunami Feminista fue un
momento histórico de coaliciones entre estudiantes feministas y estudiantes
LGBTQ (Troncoso, Follegati & Stutzin, 2019).
Una lectura a los repertorios de acción y marcos estratégicos desde
las emociones
Para abordar el Tsunami
Feminista, sus repertorios de acción y marcos estratégicos desde las emociones
y afectos, trabajamos en la línea de grupos de discusión (Canales, 2006) y
análisis de prensa relacionadas con el Tsunami Feminista. En cada grupo de
discusión participaron de 5 a 7 personas, de edades y características similares
-estudiantes y activistas partícipes del movimiento feminista y LGBTQ+-
invitadas en base a un muestreo no probabilístico. El objetivo fue indagar en
las percepciones sobre el movimiento feminista y su rol en la actualidad, el
Tsunami Feminista, los diálogos y tensiones entre los feminismos, la relación
con otros movimientos sociales, etc.
El interés por el estudio
de las emociones y su impacto en el desarrollo del Tsunami Feminista, la
influencia que ellas tuvieron en el uso de ciertos repertorios de acción y en
la construcción de un marco estratégico que dotó de sentido al movimiento, nos
permite adentrarnos en la forma en que las participantes de este proceso
experimentaron, vivenciaron y explicaron su acción. A continuación, presentamos
los resultados obtenidos en los grupos y entrevistas, organizados en torno a
ciertos tópicos.
Tiempos de rabia e indignación: “¡a(r)mate, mujer!”
Como ya señalamos, las
emociones cruzan, se expresan y articulan las experiencias personales y
colectivas, motivando la acción, generando organización e impulsando
reflexiones y propuestas que, en el caso chileno, se desarrollaron en el
Tsunami Feminista. De la aceptación o el silencio a las situaciones de abuso,
naturalizadas durante décadas, el movimiento feminista estudiantil se movilizó
y transformó la frustración en rabia e indignación. Como señala una estudiante
que denunció acoso: “la emoción, la pena y la rabia me carcomieron, salí
llorando de una de las reuniones con el decanato y la rectoría de la
universidad, donde se jugaba mi vuelta a clases y posibilidad de la bajada de
la toma. Lo único que pensaba era: ‘la expulsada seré yo, mi delito fue romper
el pacto de silencio’” (Brito, 2018). Este testimonio revela la mezcla de
emociones y sentimientos que vivieron las estudiantes que, cuando se atrevieron
a denunciar, enfrentaron el peso y el poder de la institucionalidad y el
patriarcado, como también la falta de acompañamiento y apoyo en su lucha. En
este escenario, la rabia parece desbordar el ánimo y el cuerpo, y, se
transformó en un potente mensaje para visibilizar prácticas antes
naturalizadas.
Como señala Ahmed (2014)
las emociones mueven y vinculan, lo que se observa en el proceso que vivieron
las organizaciones como las secretarías de género o las asambleas feministas,
formadas por las mismas estudiantes, que se llenaron de denuncias de acoso por
parte de profesores y otros estudiantes. En esas instancias, las estudiantes
contaban sus vivencias y expresaban su sentir, transformando las experiencias
individuales -vividas generalmente en silencio o con vergüenza- en una lucha
colectiva que identificaba la experiencia de todas. Una estudiante que participó
en estas movilizaciones recordó así esa sensación de ira dentro de una carga
fuerte emocional:
“el
Mayo Feminista... fue pura emocionalidad como desborde (risas) mucha ira, mucha
pena. Yo creo que muchas de las cosas que no funcionaron era por qué nosotras
estábamos súper afectadas emocionalmente, como no es fácil reconocerse víctima
de algo o ver la violencia eh con otro, con otra... me han hecho daño durante
toda mi vida, porque he sido oprimida toda mi vida” (Grupo de Discusión
2, 9 de agosto de 2019)
En este testimonio
podemos observar cómo se entrecruza y desborda la emoción personal con la
narración colectiva, la identificación en un “nosotras”, como un cuerpo
colectivo que ha sido dañado históricamente, una experiencia de “ser con los
demás” (Ahmed, 2014, p. 61); asimismo, se expresaban múltiples emociones que
abarcaban la ira, la pena, la rabia, el daño, creando un significado compartido
o marco interpretativo (Zald, 1999). Por otra parte, el desarrollo de estos
sentimientos se expresaba también en la elección y discusión respecto de los
repertorios de acción, en los que se utilizaron masivamente las redes sociales
para difundir las denuncias, pero que también generaron debates importantes
entre las participantes del Tsunami Feminista. Por otra parte, este “estar
afectadas” significó abrir el espacio a la denuncia, a la escucha, a revivir
situaciones de violencia y revictimización, como señala la misma estudiante
“fue un despertar doloroso” que implicó que, muchas veces, las cosas “no
funcionaron” ya que las tomas fueron complejas y difíciles de sostener, se
generaron problemas y debates internos, fue difícil llegar a la elaboración de
petitorios y de generar instancias de negociación con la institucionalidad,
entre otros temas.
Estas emociones también
influyeron en la elección de los repertorios, como fue el caso de las denuncias
y “funas” públicas. Los “muros” personales de Facebook de estudiantes en todo
el país se hicieron virales; también se crearon páginas de Facebook como “Funa
Feminista Universitaria” o “Funa a machitos abusadores”, con miles de
seguidores/as, en las que se contaban experiencias de acoso, algunas de ellas
anónimas -dando cuenta todavía del miedo a contar las vivencias- pero en muchos
casos firmadas con nombre y apellido. Esa rabia se expresó además en una gran
cantidad de funas y denuncias públicas, contra docentes acusados de acoso o
contra las autoridades, criticando la falta de políticas contra la violencia
machista. Asimismo, durante las tomas de recintos universitarios y en las
movilizaciones callejeras, se levantaron lienzos que hablaban esos
sentimientos, como por ejemplo: “En la UTEM nos acosan, los pacos[3]
nos tocan, los machos nos violan” (Trabajo Social, Universidad Técnica
Metropolitana), “Hasta cuando Acosan, Encubren, Indultan” (Facultad de
Arquitectura, Universidad de Chile), “Basta de acosar a las mujeres. A frenar
la violencia machista en la UCh” (Casa Central, Universidad de Chile), “Si un
día no aparezco no prendan velas, prensan barricadas” (Universidad La Frontera)
(Archivo Nacional, 2018).
La posibilidad de
expresar esa rabia acallada se transformó en un grito de guerra y acción
colectivo contra el acoso y la violencia, identificando que más allá de
experiencias personales se trataba de “patrones o estructuras más amplios”
(Ahmed, 2014, p. 266), en el marco de una conciencia feminista que cuestionó al
patriarcado, enfrentó a las autoridades y propuso una educación no sexista y
protocolos para prevenir el acoso, los que posteriormente se comenzaron a
levantar en casi todas las universidades. Por otro lado, el compartir esas
emociones fortaleció al grupo y generó “lealtades afectivas” (Jasper, 2012)
entre las estudiantes. Asimismo, esa rabia desnudó que, a pesar de las
conquistas parciales del feminismo en los últimos años, aun persiste la
discriminación y violencia contra las mujeres. El repertorio de la funa tuvo un
efecto movilizador y reparador, permitiendo expresar y visibilizar experiencias
casi siempre acalladas o conversadas en el espacio privado con amigas o
cercanas. No obstante, existieron estudiantes feministas que expresaban dudas
sobre las funas públicas como estrategia, aun cuando reconocían la potencia de
este repertorio ante la violencia:
“una
funa te puede salvar una vida ¿cachai? Hay mujeres que están siendo en este
minuto hostigadas por sus parejas... La justicia, como la entendemos, también
muy patriarcal, no funciona a nuestro favor... Pero, por otro lado... también
existe una mala utilización de la funa... A mí me surgen hartas dudas por
ejemplo cuál es límite entre eh, una funa por un crimen o una funa no sé po´
por irresponsabilidad afectiva ¿cachay? Ahí es fuerte porqué jugaí también con
la imagen de otro... Y... cuál es el límite entre la justicia o el ajusticiamiento
¿no cierto? (Grupo de Discusión 1, 1º de agosto de 2019).
En este sentido, los
repertorios de acción se reactualizaron en función de las demandas y debates de
las estudiantes movilizadas, expandiéndose rápidamente por las distintas
universidades, pero expresaron también las emociones y sentimientos que vivían
las estudiantes ante la violencia machista y el silencio cómplice, algo que se
manifestó en muchos casos como una rabia impulsadora.
Transitando del miedo a la valentía: “¡no volverán a callarnos más!”
En conjunto con la rabia,
otra emoción muy presente fue el miedo, que Ahmed (2014) define como una
experiencia corporizada, ya que se siente de manera particular en distintos
cuerpos. A la hora de “romper el silencio” sobre el acoso y la violencia en las
universidades, el miedo fue la primera barrera que superar a la hora denunciar.
Por otro lado, en una sociedad como la chilena, marcada por el trauma de la
dictadura cívico militar, el miedo también se encuentra incorporado en el
imaginario social y colectivo. Dentro de las universidades existía un fuerte
silenciamiento y una alta probabilidad de castigo desde lo institucional,
exacerbado por las relaciones desiguales entre estudiantes (denunciantes) y
profesores (denunciados). Al momento de denunciar, las estudiantes se sentían
muy expuestas, tanto en términos de abrir heridas y hablar de episodios
dolorosos, o de no ser creídas, como también frente la posibilidad de ser
disciplinadas por académicos o autoridades:
“El
miedo que ha causado... la decana, es tremendo. Sus amenazas hacen que nadie
hable, que todos tengan miedo a hablar, a decir lo que realmente está pasando,
y es eso lo que nos tiene así en silencio. Sabemos que si contamos la verdad y
lo que nos duele, vamos a cagar... Tampoco es normal que nos traten a nosotras
como unas mentirosas o unas maracas... las amenazas son ‘si hablas, te vas de
la universidad’... Hacen un abuso de su poder” (Romero, 2018).
Esta cita refleja la
revictimización que viven las mujeres al denunciar, que ya se expusieron al
denunciar y afrontar situaciones de violencia -como es el acoso- y que además
debieron lidiar con la posibilidad de ser desacreditadas y castigadas por las
propias instituciones universitarias. Frente a esto, fue la acción colectiva de
los grupos feministas estudiantiles que se levantó como clave en la lucha
contra el miedo individual. En lo colectivo estaba la fuerza y el
reconocimiento de una vivencia compartida por muchas mujeres; así el slogan “yo
te creo hermana” y “nunca más solas” se difundieron como interpelaciones e
invitaciones a trabajar en conjunto y vencer el miedo, y se transformaron en
sentido común entre las estudiantes, “para que las víctimas se atrevan a dar un
paso adelante necesitan sentirse empoderadas, lo cual requiere que dispongan de
apoyo social, por ejemplo, de quienes se solidarizan con ellas” (Mingo, 2020).
Esto se vio en las acciones de estudiantes de la Facultad de Filosofía y
Humanidades de la Universidad de Chile, quienes ayudaron a denunciar el acoso
de un profesor: “los estudiantes empapelaron la Universidad con carteles en
contra del acoso. Sin embargo, no duraban más de unas horas en las paredes.
Cada vez que pegaban lienzos, eran confiscados por los guardias del campus. ‘No
importa, porque nosotros estamos sacando la mierda bajo la alfombra, para que
ninguna otra alumna o alumno, vuelva a tener miedo’” (Yañez & Salazar,
2016).
Como contraparte a perder
el miedo a denunciar, también se reflexiona sobre cómo las denuncias y, en
particular, las funas, podían provocar miedo en los profesores o estudiantes
varones. Esto se narra en registro de humor y reivindicación, invirtiendo las
típicas jerarquías de poder:
“Como
que hay una sensación que el Mayo Feminista si fue bacán porqué fue el
cuestionamiento a muchas prácticas. O sea, yo me acuerdo sobre todo los
compañeros heterosexuales como que andaba con miedo ¿cachai? Una cuestión así
como, de miedo, como terror feminista que me cagaba de la risa igual... había
un miedo o había ganas de cuestionárselo todo o había muchas emociones, como
que todos los días habían emociones distintas” (Grupo de Discusión 2, 9 de agosto de 2019).
Asimismo, las estudiantes
generaron repertorios de acción como las asambleas o marchas separatistas, en
las que impedían la participación de los varones, y que generaron en muchos de
ellos sensación de malestar y rechazo, lo que se notó en la caricaturización
del movimiento al tildar a las feministas de “feminazis”. Desde las
perspectivas de muchas estudiantes mujeres, en particular las cis-género- las
asambleas separatistas fueron consideradas como espacios seguros, libres de
violencia, llenos de afectos y sororidad (aunque evidentemente estudiantes no
blancos, trans y no-binaries pueden haber tenido experiencias diferentes). En
un grupo de discusión se reflexionó sobre cómo “perder el miedo” podía ser
engañoso, en el sentido de “vivir en una burbuja” universitaria, en un contexto
donde la sociedad sigue siendo muy machista, y donde, tras la revuelta social
que ocurrió en Chile en octubre de 2019, se masificaron los casos de
violaciones de derechos humanos y violencia política sexual contra mujeres, las
cuales se entienden según memorias y marcos de la dictadura de Pinochet:
“A
mí me pasa con eso que yo a veces tengo un cierto miedo que vivo en una
burbuja, con esto me di cuenta, porque digo, ‘oh, el movimiento está súper
fuerte’ porque paso de asamblea en asamblea, de reunión en reunión, pero es el
mismo círculo. Entonces claro cuando voy a ver a mi familia y me llaman
llorando, ‘por favor, déjate de hueviar, te van a matar’ entonces cómo ‘¿pero
mamá cómo voy a dejar de hacer hueás?’ Y dice, ‘si te pasa algo, pasa porqué
andaí huevando, como te lo estai buscando’. Entonces me doy cuenta que
nuevamente retrocedimos” (Grupo de Discusión 4, 12 Diciembre 2019).
En esta cita se puede
apreciar cómo la memoria traumática de la dictadura chilena irrumpe en los intersticios
de la lucha feminista, trayendo también recuerdos de ese pasado plagado de
violencia, pero también de la violencia machista y los discursos patriarcales,
que señalan a la mujer como culpable, al señalar “te lo estai buscando”.
La alegría y la sororidad: “¡arriba el feminismo, que va a vencer, va
a vencer!”
La acción colectiva
durante el Tsunami Feminista no sólo implicó sentimientos como la rabia o
superación del miedo sino, también, sentimientos de alegría, de esperanza, de
comunión entre mujeres y de reivindicación de demandas postergadas:
“el
mayo feminista, no sé, me encantó en un sentido... no tengo conocimiento que en
alguna parte del mundo estalló un movimiento feminista e implicó tomas
universitarias, como de universidades, asambleas... Como que fue un movimiento
como, de verdad... universidades en tomas feminista, con petitorio, con
asamblea, con debate político... yo creo también es parte de la propia
tradición estudiantil, por decirlo así, que tiene Chile... me acuerdo que hubo
una asamblea en la Chile de mil, dos mil personas, de puras mujeres como en la
universidad” (Grupo de Discusión 2, 9 de agosto de 2019).
Las movilizaciones
feministas fueron también un proceso de auto-reconocimiento para miles de
mujeres, de comunión, confianza y hermandad; como lo señala una estudiante
“construimos amistades, construimos lazos de confianza que yo creo que son
sumamente importantes para construir algo político” (Grupo de Discusión 1, 1º
de agosto de 2019). Las emociones fueron fundamentales en la politización y
construcción de repertorios y demandas que vivieron las estudiantes chilenas,
como también de marcos interpretativos que le diera sentido a la lucha, que las
llevó a tomar el control de los espacios universitarios para emplazar a
autoridades, académicos y estudiantes frente a la violencia machista, pero que
también les permitió discutir sobre “cómo entendemos la vida, cómo entendemos
las relaciones humanas, cómo nos entendemos a nosotras mismas, cómo ocupamos no
sé, nuestro cuerpo…” (Grupo de Discusión 1, 1º de agosto de 2019). Otras
participantes hablaban de las buenas energías y felicidad que les provocaba
sentir esa unidad entre mujeres y manifestarse públicamente, por ejemplo, en
tomas o marchas en las calles. No obstante, como reflexiona una estudiante,
esta sensación de “efervescencia”, de estar avanzando, también traía algunas
consecuencias:
“nunca
miramos pa´tras, cuando estábamos en la movilización estábamos en una
efervescencia así como ‘¡oh, estamos en toma, está todo Chile parao por
nosotras, marchas enormes!’... nunca nos dimos el espacio, por lo menos en
[esta universidad] de sentarnos como a discutir y mirar pa´ tras... ¿cuáles han
sido los errores que han cometido en su estrategia, cuáles cosas han
funcionado? Esas cosas nunca las miramos... em, que cometimos muchos errores y
seguimos cometiendo” (Grupo de Discusión 1, 1º de agosto de
2019).
Cansancio/agotamiento:
“¡tengo el poto[4]
cocido de tanto marchar!”
Finalmente, existe una
línea reflexiva en torno a ciertas preguntas que se formulan las propias
participantes cómo, ¿Qué es lo que hicieron bien y qué no? ¿Fueron las
estrategias acertadas? Estas dudas se relacionan con la sensación de haber
trabajado mucho en las tomas y asambleas, sin haber llegado, necesariamente, a
conclusiones y resultados tan claros o duraderos. Aquí, la emoción más fuerte
que se expresó es el agotamiento, psicológico y físico, de las estudiantes
feministas que participaron en el proceso:
“hubo
mucho al menos de emocionalidad y nos constaba, porque era un doble trabajo
po´... Yo viví dos cosas que nunca he vivido antes en asamblea. La primera es
terminar agotá porque estábamos tan mal las personas que estábamos como
hablando todo, escuchando relatos, cosas así... Otra cosa que pasó fue que hubo
un día que yo me acuerdo que estuvimos en asamblea, yo creo tenía que haber
sido desde las tres de la tarde hasta las tres de la mañana seguidas
encerradas... entonces ahí podríamos haber estado tres días seguir hablando y
no parábamos, era una cuestión como, ¡no!, impresionante, nunca en la vida
había pasado y nadie se quería ir como y me dolía la cabeza de tanto, de tanto
pensar” (Grupo de Discusión 2, 9 de agosto de 2019).
Otra estudiante planteó
reflexiones similares, destacando que todo se hizo “de la guata”, es decir,
desde las emociones; a la vez, también expresa sentimientos encontrados
respecto a la forma en que terminó todo, debido al “quiebre” del movimiento
feminista estudiantil en su universidad, por la acción de los partidos políticos
(“los piños”), que produjeron tensiones y rupturas dentro del accionar del
movimiento feminista estudiantil, manifestando su “cansancio” y desilusión,
pero desde una lectura que centra la culpa no en las activistas feministas
jóvenes sino, en factores externos al movimiento. De alguna manera también es
evidencia de esta relación compleja y, frecuentemente conflictiva, entre
partidos políticos y grupos feministas:
“Yo
lo miro más como a nivel universitario, siento que esto igual fue súper como de
la guata, explotó y había que hacerse cargo de esto. Creo que este como, ola,
sí, creo que sí es importante y si marcó un hito pero al menos en [mi
universidad] quedó como una estela así muy pequeñísima de lo que fue el
movimiento... ese espacio también se rompió, también por lo mismo po’, los
piños políticos... bien, no quiero desmerecer lo que ganamos porque igual
ganamos cosas importantes y posicionamos el tema en las discusiones y todo.
Siento que quedaron tan rotos los espacios de verdad... Está todo como muerto
ahora... me siento muy orgullosa de mi facultad, así, pero a nivel estudiantil
porque nosotras abrimos una secretaría ese año de género y hemos trabajo como
de ese espacio y levantando talleres, haciendo conversatorio. Entonces, por lo
menos ahí quedó algo y... de verdad, se nota el cambio de antes y ahora... ahí
como toda la desesperanza que me quedó después que se quebró el movimiento se
me devuelve con eso, con la confianza que ganamos con las compañeras, al avance
que hubo en la facultad... Como que no pudimos continuar con un seguimiento al
mismo petitorio que hicimos porque estaba todo tan quebrado que nadie se
preocupó de que si se cumplían tales cosas o no” (Grupo de
Discusión 1, 1º de agosto de 2019).
Respecto de la relación
entre el movimiento feminista y los partidos políticos podemos señalar que es y
ha sido conflictiva a lo largo de su historia. En el caso chileno, esto se
relaciona también con una crisis más amplia de la democracia, los partidos y el
régimen de la postdictadura (Lamadrid, 2020) que terminó de explotar durante el
año 2019 en el llamado estallido social chileno. En el caso del Tsunami
Feminista muchas feministas cuestionaron y criticaron la presencia de los
partidos políticos; como señala una estudiante “los partidos por ejemplo
obviamente han usado estos fenómenos sociales para lavar su nombre” (Grupo de
Discusión 3, 9 de octubre de 2019), aunque también otras reconocían que el
movimiento feminista obligó a muchos partidos a cuestionar sus prácticas (De
Fina & Figueroa, 2019) e impulsar una mirada feminista “en muchos partidos
hasta el 2018 no era necesario que existiese una discusión o una línea política
específica hacia el feminismo… entonces creo que eso igual se fue instalando
desde que se empezó a problematizar en el mayo feminista” (Grupo de Discusión
5, 15 enero de 2020).
El Tsunami Feminista
movilizó diversas emociones y sentimientos entre las estudiantes y se vivió
como una catarsis, lo que permitió dinamizar o ralentizar el movimiento (Mingo,
2020), sin embargo, tras varios meses de movilización, el cansancio y
agotamiento emocional se hizo evidente, por el desgaste de la dedicación en el
tiempo, la organización de actividades y petitorios, las reuniones internas y
con autoridades, la relación con la prensa, la convocatoria a actividades y
marchas, que implicaron un gran desgaste personal. Asimismo, las propias
dinámicas de la movilización generaron disensos y debates internos, en relación
a las estudiantes mujeres trans, la participación de estudiantes varones en asambleas
o actividades, la relación con las autoridades y académicos, las funas, la
articulación o no con los partidos políticos, etc. La sensación, para muchas
estudiantes, fue que, si bien paralizaron sus universidades y generaron un
debate a nivel nacional, la dificultad de generar cambios, de romper con las
prácticas políticas más tradicionales de los partidos, y de poder mantener el
nivel de participación y compromiso inicial, terminaron debilitando el
movimiento.
Conclusiones: “el patriarcado es un juez”, dentro y fuera de las
universidades
Este trabajo abordó el
contexto del Tsunami Feminista desde la
importancia de las emociones y afectos, para comprender los repertorios de
acción, la construcción de las demandas y el desarrollo del movimiento
feminista chileno, que se organizó para decir basta a la violencia machista en
las instituciones universitarias. Sin lugar a dudas, las emociones jugaron un
papel crucial, motorizando la acción colectiva y la resistencia de las
estudiantes, moldeando sus estrategias de lucha, visibilizando los diálogos y
reflexiones que trazan, como señala Ahmed (2014) sus historias tanto personales
como colectivas. Asimismo, según la propuesta de Collins (2009) son
fundamentales para comprender la cohesión que logró el movimiento entre las
estudiantes de todo el país y el impacto del feminismo en
los procesos que se han seguido desarrollando en Chile en los años posteriores
el Tsunami Feminista, como fue el caso del estallido social en octubre de 2019
y la fuerte presencia del movimiento feminista. En cuanto a las demandas, si
bien el foco estuvo puesto en la denuncia al acoso sexual, también
incluyeron temas como en lenguaje inclusivo, el reconocimiento de la identidad
de género para estudiantes trans, la creación y/o fortalecimiento de protocolos
de género para combatir el acoso y violencia sexista, la inclusión de
bibliografía de mujeres y cursos de género, la mayor presencia de mujeres en
cargos de responsabilidad y jerarquía. En síntesis, la demanda de una educación
no sexista que creo un marco de sentido y de acción para las estudiantes.
En cuanto a los
repertorios de acción, como fuimos señalando, las emociones fueron relevantes a
la hora de pensar cuáles de ellos eran más necesarios o de qué manera se podían
visibilizar las demandas; estos repertorios abarcaron algunos clásicos, como
las marchas, paros, ocupaciones y actividades culturales, adaptados en función
de las propias demandas y debates feministas; declarándose, por ejemplo, como
espacios separatistas, sin varones y libres de violencia. Asimismo, la
utilización de las redes sociales fue fundamental tanto para la difusión como
para las denuncias a través de las funas públicas. Respecto de las formas de
organización, estas comenzaron con asambleas y coordinadoras, que
mayoritariamente fueron separatistas. Por otro lado, se fortalecieron
instancias como la Coordinadora Feminista Universitaria (COFEU),
transformándose en una organización protagónica que coordinó las cerca de 16
tomas y más de 25 universidades paralizadas; asimismo, surgieron y se
consolidaron de académicas y profesionales, como la Red de Historiadoras
Feministas, la Asociación de Abogadas Feministas, la Red de Matronas
Feministas, entre otras. Asimismo, se realizaron multitud de talleres, grupos
de conversación y otras actividades, al interior de cada espacio, los que
articularon no solo la acción pública del movimiento, sino que también se
transformaron en espacios de conversación, escucha y autocuidado para las
estudiantes, donde podían compartir experiencias, traumas y vivencias
personales. Muchas discusiones se relacionaron con las formas de hacer política
de manera “sorora” y horizontal, como también en la crítica a la política y los
partidos tradicionales, entre otras cosas.
El Tsunami Feminista
permitió visibilizar las demandas y acción de las estudiantes feministas, como
también la presencia del feminismo en la política nacional. Esto también quedó
en evidencia el 18 de octubre de 2019, cuando se produjo el estallido social que
sacudió a Chile, con las protestas más grandes desde la dictadura, que
cuestionaron la idea del exitoso modelo neoliberal. Marchas de millones de
personas, barricadas, cacerolazos, incendios y saqueos, en los que se hicieron
famosas frases como “Chile Despertó”, “No son treinta pesos, son treinta años”
y, “Hasta la dignidad se haga costumbre”. Tras el estallido, se convocó a un
plebiscito en el que se votó generar una Convención Constituyente para crear
una nueva Constitución, con paridad de género y una fuerte presencia de la
bancada feminista. Asimismo, las dos presidentes de la Convención Constituyente
han sido mujeres, una de ellas Elisa Loncón, una mujer mapuche, algo inédito en
la política nacional.
Señalamos el contexto del
estallido porque, en los grupos de activistas feministas y LGBTQ+ que
entrevistamos sobre el Tsunami Feminista, se realizaron reflexiones importantes
sobre los vínculos entre movimientos sociales y la historia de los últimos años
en Chile. En particular, como estudiantes, o ex estudiantes, todavía jóvenes,
que nacieron en democracia y se sitúan dentro de la expansión masiva del
movimiento feminista en Chile durante los últimos diez años, hay un espíritu de
estar “en la vanguardia” en términos de llevar adelante los cambios necesarios
para el país. Aquí, también existen elementos emocionales importantes, en las
que las nuevas generaciones estudiantiles, que acompañaron a las mayores en las
calles y les ayudaron a vencer el miedo, impuesto por haber vivido tantos años
de terror bajo la dictadura de Pinochet:
“mi
mamá la primera vez que fue a marchar fue este 8 de marzo conmigo, primera vez
en su vida y tiene cuarenta y cinco años... eh, le gustó, quedó más tranquila,
en realidad. Yo, movilizada desde el 2011. A ella siempre le generaba mucho
ruido la marcha, como que le generó cierta tranquilidad y también cierto
entusiasmo le generó... Nunca se había atrevido a salir a la calle porque le
tenía mucho miedo” (Grupo de Discusión 2, 9 de agosto de
2019).
El Tsunami Feminista fue
un proceso en el que las emociones jugaron un rol decisivo, impactando
abiertamente en los repertorios y marcos de acción y de sentido del movimiento.
Como ya señalamos, la rabia y la indignación se expresaron en las tomas o las
funas públicas; mientras que la sororidad y empatía fueron fundamentales para
la construcción de espacios seguros, haciendo emerger prácticas colectivas de
resguardo y acompañamiento, mientras que el miedo y el cansancio se fueron
expresando ante la dificultad de conseguir las demandas planteadas. En la
actualidad, quedan aún estelas de este proceso, ya que casi todas las
universidades cuentan con sus protocolos de género o crearon oficinas para
abordar estas problemáticas y, recientemente, en agosto de 2021, se aprobó el
proyecto que sanciona el acoso sexual, la violencia y discriminación de género
en la educación superior. Otro de los logros más importantes fue haber
promovido un sentimiento de sororidad y empatía entre las propias mujeres, las
que al grito de “nunca más solas” pusieron en cuestionamiento la violencia y
acoso que viven las mujeres en las universidades, creando nuevos sentidos
comunes y exigiendo una educación no sexista.
Claramente las emociones
que impulsaron el Tsunami Feminista siguen siendo extremadamente importantes en
las movilizaciones feministas de hoy: la rabia, el cansancio y el miedo, pero
también la valentía, la esperanza y la alegría, y a pesar de que el contexto de
la pandemia ha visibilizado que la violencia hacia las mujeres sigue siendo una
dura realidad, también el movimiento feminista se mantiene activo para luchar
por sus derechos, no sólo al interior de las universidades, sino en la sociedad
en general.
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Recibido: 16/08/2021
Evaluado: 15/12/2021
Versión Final: 15/02/2022
[1] Este artículo forma parte del proyecto de investigación, “Political culture and Post-dictatorship: memories of the past, struggles of the present and challenges of the future,” financiado por el fondo Anillo SOC180007. Se agradece a las ayudantes de investigación, María Graciela Acuña y Daniela Castro por su trabajo, como también a la transcriptora, María Rosa Verdejo.
[2] Funa es el nombre con el que se conoce en Chile las denuncias públicas contra alguna persona u organización. Su origen proviene de la lengua mapuche mapudungun, que significa podrido, echado a perder.
[3] Pacos es el nombre coloquial con el que se conoce en Chile a Carabineros.
[4] “Poto” es una expresión que en Chile se refiere al trasero o nalgas de una persona.