¡Nos quitaron tanto que nos quitaron hasta el miedo!

Acción colectiva, emociones, repertorios y marcos estratégicos del Tsunami Feminista de 2018 en Chile[1]

 

They took so much away from us that they even took away our fear!

Collective action, emotions, repertoires and strategic frameworks of the Feminist Tsunami of 2018 in Chile

 

Ana López Dietz

Universidad Central de Chile (Chile)

analopezdietz@gmail.com

https://orcid.org/0000-0002-9098-6293

 

 

Hillary Hiner

Universidad Diego Portales (Chile)

hillary.hiner@udp.cl

https://orcid.org/0000-0003-3016-042X

 

Resumen

Durante mayo de 2018 una importante cantidad de universidades chilenas fueron paralizadas por estudiantes feministas para denunciar las prácticas de acoso sexual y violencia machista existentes en estos espacios; este proceso se conoció como “Tsunami Feminista”. Este artículo analiza este proceso destacando la importancia de las emociones en el desarrollo del movimiento, como también en la utilización de distintos repertorios de acción y marcos estratégicos que organizaron y dieron sentido al Tsunami Feminista y su denuncia de la violencia machista. El trabajo metodológico se basa en el análisis de grupos de discusión realizados a estudiantes y activistas feministas, complementado con una revisión de prensa. La hipótesis que proponemos es que las emociones son fundamentales para comprender el desarrollo del Tsunami Feminista, sus repertorios de acción y propuestas, como también la construcción de marcos de interpretación y análisis que permitieron a las estudiantes visibilizar la violencia y acoso sexual al interior de las universidades, y promover cambios que se traducen en la creación de nuevos protocolos,  oficinas de género, y en el debate sobre la educación no sexista.

 

Palabras Clave

Acoso sexual; movimiento feminista estudiantil; universidades chilenas; acción colectiva; emociones.

 

Abstract

In May 2018, many Chilean universities were paralyzed by feminist students to denounce the practices of sexual harassment and sexist violence existing in these spaces; this process became known as the “Feminist Tsunami”. This article analyze this process, highlighting the importance of emotions in the development of the movement, as well as in the use of different repertoires of action and strategic frameworks that organized and gave meaning to the Feminist Tsunami and its denunciation of sexist violence. The methodological work is based on the analysis of discussion groups carried out with feminist students and activists, complemented with a press review. The hypothesis we propose is that emotions are fundamental to understand the development of the Feminist Tsunami, its repertoires of action and proposals, as well as the construction of interpretation and analysis frameworks that allowed the students to make visible violence and sexual harassment within the universities, and promote changes that result in the creation of new protocols, gender offices, and the debate on non-sexist education.

 

Keywords

Sexual harassment; student feminist movement; Chilean universities; collective action; emotions.

 

 

Introducción

En las últimas décadas se ha visibilizado paulatinamente la violencia sexual que viven las mujeres en espacios universitarios. Países como Estados Unidos y Canadá fueron pioneros en realizar estudios y construir protocolos para afrontar estas formas de violencia, mientras que, en años más recientes, otras universidades han abordado esta realidad en distintos países de América Latina (Vásquez Laba, 2017; Rovetto & Figueroa, 2017; Quintero Solís, 2020; Mingo, 2020) lo que indica que se trata de un tema “que podríamos denominar “emergente” en América Latina y El Caribe: la violencia contra las mujeres en el ámbito universitario” (López, 2019).

En Chile, la situación no es muy distinta. En 2006, un reconocido sociólogo e historiador acusado de acoso sexual en la Universidad de Chile, fue despedido por estos hechos (Zapata, 2016); sin embargo, el caso no trascendió. Casi 10 años después, en 2015, una estudiante denunció a un profesor de historia de la misma universidad, por acoso y abuso de poder, abriendo un sumario que terminó con el desvinculamiento del docente (Yañez y Salazar, 2016). Esto gatilló un período de intensa actividad feminista, con organización de asambleas, foros y funas[2] en torno al acoso sexual en ese recinto universitario.

El momento más álgido de este movimiento se dio entre los meses de mayo y agosto de 2018, el llamado “Mayo o Tsunami Feminista”, que comenzó en la Universidad Austral de Chile, al sur del país, cuando estudiantes feministas se tomaron la universidad por el caso de un profesor acusado de acoso sexual. En adelante, en casi todas las universidades chilenas se realizaron asambleas y organizaciones estudiantiles feministas hicieron paros y tomas, salieron a la calle masivamente a marchar y exigieron protocolos adecuados para enfrentar el acoso sexual dentro de las universidades.

Este artículo aborda ese proceso, analizando cómo se conforma este movimiento de visibilización y lucha contra el acoso y la violencia sexual al interior de las universidades, a través de una estudio sobre la articulación de las afectividades y emociones con los repertorios y los marcos estratégicos de los movimientos sociales.

 

Repensando los repertorios y marcos estratégicos desde las emociones

Los movimientos sociales han irrumpido con fuerza en el mundo en los últimos años; en América Latina algunas de las más recientes y masivas han sido el estallido social en Chile, y masivas movilizaciones en Haití, Bolivia y Colombia (Castro Riaño, 2020).

En muchos de estos movimientos, las mujeres han tenido una destacada participación; asimismo, uno de los movimientos sociales más relevantes de los últimos años ha sido el feminista, con hitos como las manifestaciones contra los femicidios al grito de “Ni Una Menos” (desde 2015); el movimiento #MeToo en Estados Unidos (2017); las movilizaciones en España por el caso “La Manada” (2018); la “Marea Verde” de mujeres por el derecho al aborto legal (Argentina, 2018); el Tsunami Feminista chileno (2018); la performance “Un violador en tu camino” del colectivo chileno LasTesis, transformado en un himno global contra la violencia hacia las mujeres (2019); y, las históricas movilizaciones el 8 de marzo de 2020, antes que comenzaran los confinamientos producto de la pandemia. Una de las maneras de aproximarnos al estudio de estos procesos es desde la teoría de los movimientos sociales que, en sus distintas variantes, busca explicar la acción colectiva, sus orígenes, desarrollo e impacto.

Cabe señalar que existen múltiples teorías sobre los movimientos sociales; en general, se entiende que se trata de fenómenos de acción colectiva, orientados por la búsqueda de objetivos comunes, que en su acción proponen ciertas formas de organización y desafíos a la autoridad y al poder (Tarrow, 1997). Las teorías de movimientos sociales se han agrupado generalmente en “los enfoques clásicos, el de la movilización de recursos, el de los nuevos movimientos sociales y finalmente el de los enfoques actuales” (De la Garza Talavera, 2011). Las primeras, proponen una mirada negativa sobre los fenómenos sociales, mientras que el enfoque de la movilización de recursos, se concentra en la organización y elección racional de estos movimientos, analizando la interacción con las estructuras institucionales, las alianzas, los sistemas de gobierno, etc. (Tarrow, 1997; Tilly & Wood, 2010); el foco se orienta, en esta mirada, en la comprensión respecto de las formas en que las personas de organizan, cuáles es la orientación y motivación, cuáles son los intereses que movilizan a las personas, la manera en que puedan establecer redes y debatir sus objetivos, entre otros temas.

Por otro lado, la teoría de los nuevos movimientos sociales (Melluci, 1994) se concentra en temas como la identidad y la búsqueda de reconocimiento, en un contexto de crisis de la sociedad industrial y surgimiento de nuevas demandas y formas de organización más democráticas y horizontales, en los que el conflicto no se concentra exclusivamente en temas de clase. Los movimientos feministas han sido abordados generalmente desde esta perspectiva, particularmente en los años 80, ya que permitía analizar de mejor modo sus demandas y propuestas, escapando de una mirada enfocada en lo económico o estructural, apostando más bien a las dimensiones relacionadas con la subjetividad, la búsqueda de reconocimiento, lo posmaterial y las formas de organización más inclusivas y democráticas (Jelin, 1990; Molyneux, 2003). Dentro de los nuevos movimientos sociales confluyen diversos “enfoques interaccionistas, culturales y cognitivos, es decir, aquellos en los que han primado las preguntas en tomo a los procesos de interacción y elaboración de significados por los que los movimientos sociales definen su identidad, su ideología y sus reivindicaciones” (De Miguel, 2003, p. 128). Sin duda, la teoría de los nuevos movimientos sociales y los enfoques construccionistas son muy relevantes para analizar la acción y organización de los movimientos feministas, la juventud, los grupos precarizados, movimientos queer y disidentes, entre muchos otros. Sin embargo, y para efectos de este artículo, abordamos el proceso del Tsunami Feminista concentramos nuestra mirada en cómo los afectos y emociones repercuten en los repertorios y marcos de acción colectiva -entendiendo acá los sentidos y significados compartidos- que llevaron adelante las estudiantes chilenas que se movilizaron contra el acoso sexual y por la educación no sexista.

En ese sentido, son clave los conceptos de repertorios y marcos de acción colectiva. Según Tilly, los repertorios de acción incluyen “un conjunto limitado de rutinas aprendidas, compartidas y actuadas, a través de un proceso de elección relativamente deliberado” (Tilly, 2002, p. 31). Estos repertorios surgen y se reactualizan en la propia lucha y en función de las necesidades, el contexto y los marcos de acción culturales y sociales; asimismo, su uso depende de las formas de organización, la respuesta ante las demandas, los recursos y redes, la reacción del público, la identidad del movimiento, los disensos internos, etc., por lo que se van transformando dinámicamente (Tarrow, 1997). Por otro lado, el impacto de las tecnologías de la información y comunicación (Castells, 2012) permite mayor fluidez en los repertorios, que rápidamente pueden traspasar lo local y nacional, como bien se observa en los movimientos sociales actuales, que rápidamente pueden alcanzar una dimensión trasnacional, la que se ve potenciada por el uso de redes sociales e internet. Según Solá-Morales y Sarabiego (2020) el uso de internet ha generado, al menos desde la emergencia del movimiento zapatista en México en los años 90, un “ciclo internacional de movilizaciones y una comunidad global” (p.199).

Entre los múltiples repertorios de acción podemos encontrar algunos clásicos -marchas, tomas de recintos, cortes de calle, paros- con otros más novedosos -flashmob, performance- que comunican los objetivos y mensaje del movimiento. El movimiento estudiantil chileno del año 2011 articuló las marchas y paros, con besatones, bailes callejeros, performance como thriller y superhéroes por la educación, etc. (Donoso, 2014; Ponce Lara & Miranda, 2016; Sandoval, 2020). Como veremos más adelante, en el Tsunami Feminista, las estudiantes utilizaron diferentes repertorios, que incluían los ya conocidos con otros novedosos -las tomas feministas y/o separatistas, marchas encapuchadas y de cuerpos pintados-, creando sus propias estrategias -las funas y denuncias públicas y utilización masiva de redes sociales como Facebook, Instagram y Twitter-.

Analizar las estructuras de movilización permite “observar y describir la relación entre organización y acción, es decir, cómo está organizada la relación entre los integrantes del movimiento y cuáles son las formas de acción que utilizan” (De la Garza Talavera, 2011), lo que, en el caso del Tsunami Feminista, visibiliza la existencia de diversas estrategias organizativas -asambleas de mujeres, separatistas, mixtas y triestamentales- que sobrepasan el marco tradicional de las organizaciones estudiantiles (centros de estudiantes y federaciones). Asimismo, para que existan movimientos sociales es necesario que las personas construyan significados compartidos, los que se relacionan con las ideas y elementos culturales -imágenes, discursos, metáforas, símbolos, íconos- que dan sentido y organizan la acción, creando marcos interpretativos (Zald, 1999). En el Tsusami Feminista, el uso de lenguaje no sexista, la construcción de asambleas de mujeres, uso de banderas y pañuelos morados y verdes, lemas como “hermana, yo te creo” se transforman en un sentido común y simbólico de la movilización.

Sin embargo, estas teorías de movimientos sociales soslayan un aspecto que nos parece relevante para el análisis del Tsunami Feminista, como son las emociones y sentimientos. Leonor Arfuch (2016) habla del “giro afectivo” en los 80 y 90 para explicar “la creciente atención a las emociones como fuente privilegiada de verdad sobre el sujeto” (p. 248) en un contexto donde se valoran la experiencia, memorias y subjetividades; Arfuch desarrolla el complejo debate en torno a cómo se pueden comprender los afectos y las emociones, interrogándose sobre la posibilidad de separar – o no- las emociones de la racionalidad o, los discursos de la afectividad; asimismo, deja abierta la pregunta respecto de cómo las emociones nos permiten interpelar la realidad.

Para Jasper, las emociones “motivan a los individuos, se generan en la multitud, se expresan retóricamente y dan forma a los objetivos manifiestos y latentes de los movimientos” (2012, p. 47). En este sentido, las emociones están en el origen, desarrollo y también finalización de los procesos de movilización y acción colectiva, e impactan en la manera en que las personas se movilizan y actúan en la arena pública y política; para el autor, existe una tipología de sentimientos, que se articulan desde las pulsiones -o impulsos básicos- pasando por las emociones reflejas a los estados de ánimo, que se caracterizan por su mayor duración; finalmente, se refiere a las orientaciones afectivas y las emociones morales; las primeras se construyen en relación a otros (como apego o rechazo) mientras que las segundas se relacionan con la aprobación o rechazo moral “como por ejemplo la compasión en torno a los desamparados o la indignación frente a una injusticia” (p.48). Por lo tanto, podemos comprender que las personas se organizan y actúan colectivamente motivados también por la indignación, rabia, simpatía o solidaridad (Flam, 2000), pero también el cansancio o el miedo pueden influyen en el curso de un movimiento, en su retroceso o inclusive su finalización. Un aspecto fundamental del debate sobre los afectos y emociones se relaciona con la manera en que éstas “hacen parte del proceso mismo de la acción racional y no se oponen a este como una exterioridad” (Massal, Cante & González, 2019, p.12); donde destaca además que no se trata de simples expresiones corporales sino que también las emociones se construyen socialmente y, expresan nuestra articulación con el mundo y lo que nos rodea.

Como señala Mabel Moraña (2012) los afectos nos interpelan y activan, impulsando también la agencia, la resistencia y el cambio. Son también significativos los aportes realizados por Sarah Ahmed (2014) quien señala que las emociones son “prácticas culturales y sociales” (p. 32) que se expresan y “moldean las superficies mismas de los cuerpos” (24); en este sentido, las emociones trazan la experiencia personal y colectiva. Por su parte, el sociólogo Randall Collins (2009) reivindica el aporte realizado desde la sociología de las emociones, explicando que éstas son centrales para comprender tanto la cohesión como el conflicto social, especialmente en la generación de rituales de interacción.

Desde una reflexión feminista, Solana & Vacarezza (2020) plantean que “la cuestión afectiva atraviesa la historia de los feminismos hasta el presente” (p. 2) en temas como la ética del cuidado, la mirada al cuerpo y su experiencia, y, en la denuncia al machismo y el patriarcado, los que “no son sólo contenidos ideológicos, sino también dispositivos que estructuran afectos, emociones y sentimientos” (p. 2). Algunas autoras (Macón, 2014) señalan que es clave la tercera ola del movimiento feminista para impulsar la reflexión sobre los afectos, a partir de, por ejemplo, el debate sobre los cuidados o de insistir en la experiencia situada y concreta de las y los sujetos; por otra parte, la misma autora señala que, el giro afectivo, puede  entenderse “como  un  proyecto  destinado  a  indagar  en  formas  alternativas  de  aproximarse  a  la  dimensión  afectiva,  pasional  o  emocional  –y  discutir  las  diferencias  que  pueda  haber  entre  estas  tres  denominaciones– a partir de su rol en el ámbito público” (p.168), desbordando también la distinción entre privado/público y, de paso, cuestionando la idea de la racionalidad moderna de la política tradicional.

Estos aspectos están presentes en la génesis y desarrollo del Tsunami Feminista, donde emociones como la rabia, la indignación y la sororidad son decisivas para pensar estrategias como las asambleas, tomas separatistas y las funas; es decir, impactan en la construcción y organización de los repertorios y marcos estratégicos del movimiento.

 

Debates sobre el movimiento feminista estudiantil y su impacto en el Tsunami Feminista

 

En este apartado, nos interesa presentar algunos debates que permiten comprender cómo el movimiento feminista estudiantil universitario se desenvolvió en un contexto más amplio, marcado por las desigualdades de género en la educación superior y la emergencia del movimiento estudiantil secundario -la llamada Revolución Pingüina de 2006- y universitario -desde el año 2011 en adelante-, que instalaron en Chile la demanda “por el derecho a la educación gratuita y de calidad”.

El movimiento estudiantil chileno re-emergió con mucha fuerza a partir de la “Revolución Pingüina”, que fue protagonizada por estudiantes secundarios en el año 2006 -durante el primer gobierno de Michelle Bachelet- y tuvo un segundo hito las movilizaciones de estudiantes universitarios -que irrumpieron en el año 2011, luego de que el empresario Sebastián Piñera asumiera la presidencia. El movimiento estudiantil chileno cuestionó el modelo educativo impuesto en dictadura, (Fleet, 2011; Labarca, 2016), transformándose, según algunos autores en “a primera gran crítica masiva a ese ordenamiento neoliberal que se ha venido implementando en el país desde la década de 1980” (Donoso, 2020). El movimiento estudiantil permitió que una nueva generación de jóvenes, que nacieron durante la transición a la democracia o en la postdictadura, se transformaran en actores colectivos relevantes para la política chilena, expresando el malestar ciudadano con el modelo neoliberal, el Estado subsidiario y la democracia restringida (Mayol, 2012; Atria, 2012); asimismo, comenzaron a emerger nuevos liderazgos y formas de hacer política (Muñoz Tamayo y Durán, 2019), los que hoy se expresan en la elección como Presidente de la República de Gabriel Boric – ex presidente de la Federación de Estudiantes de Chile en el año 2012- y de otras figuras políticas como Camila Vallejos, Giorgio Jackson y otros que fueron parte de esos dirigentes estudiantiles y que, en algunos casos, formaron nuevas fuerzas políticas que cuestionaron a los partidos tradicionales que gobernaron en Chile desde 1990.

A pesar de lo importante que fue el movimiento estudiantil, sus principales organizaciones -centros de estudiantes y federaciones estudiantiles- tardaron en reconocer e incorporar temáticas de género a la hora de proponer la demanda por una educación pública, gratuita y de calidad. Al contrario, las organizaciones estudiantiles se concentraban, generalmente, en demandas relacionadas con lo económico y la clase social, lo que permitía entrelazar las críticas anti-neoliberales y las protestas en torno a temáticas como la gratuidad y el lucro (Arrué, 2012; Badilla, 2019; Paredes, 2019). Sin embargo, el importante activismo que surgió en estos años, permitió que las estudiantes mujeres y de la diversidad sexual se comenzaran a organizar, reflexionando y proponiendo algunas demandas propias que eclosionaron, pocos años más tarde, en el lema de la educación no sexista. Durante estos mismos años, el movimiento feminista chileno se estaba rearticulando y cobrando fuerza, planteando ciertas demandas relacionadas con el fin de la violencia hacia la mujer, no más femicidios, el derecho al aborto y otros temas. En ese contexto proponemos que se comenzó a configurar un espacio del activismo y las demandas de las mujeres al interior de las universidades y colegios, resignificando las demandas por el derecho a la educación y abordando temas como androcentrismo en la educación, el lenguaje sexista, el acoso sexual en las universidades, etc. lo que se expresó con fuerza en el año 2018 durante el Tsunami Feminista.

Asimismo, este proceso evidenció que las universidades son espacios marcados por la inequidad de género (Buquet, 2013), que pueden ser definidos como espacios “generizados” (Duarte Hidalgo y Rodríguez Venegas, 2019). En Chile, si bien la matrícula femenina ha aumentado sostenidamente, aun se mantienen estos sesgos de género, existiendo áreas feminizadas de la educación y menor presencia de mujeres en cargos académicos de planta, altos cargos institucionales e investigación avanzada (Bustos, 2018). Estos aspectos configuran el marco de una educación sexista, lo que será profundamente cuestionado por las estudiantes feministas universitarias, que también visibilizaron y lucharon contra el acoso sexual que se vive en estos espacios de parte de académicos varones o compañeros de estudio.

Respecto de este proceso, las investigaciones retratan los principales hitos del movimiento que se vivió en las universidades en el año 2018 (Paredes, Araya y Ortiz, 2019), mientras otros analizan la relación entre acoso sexual, estudiantes, movimiento feminista y las universidades en Chile (Zerán, 2018). Algunas investigaciones abordan el Tsunami Feminista a partir del cruce entre el movimiento feminista internacional y militante, la organización y diversidad del feminismo en Chile y la relación con el movimiento estudiantil (De Fina & Figueroa, 2019); mientras que Reyes-Housholder y Roque (2019) propone que las movilizaciones de mujeres universitarias se inscriben en una tercera ola de protestas feministas, que demandan respuestas y nuevas políticas públicas al Estado. Asimismo, la denuncia a la desigualdad de género que existe al interior de las universidades permite visibilizar la escasez, exclusión y prejuicios que enfrentan las mujeres en las universidades entendidas como espacios generizados (Duarte & Rodríguez, 2019). Finalmente, comienzan a publicarse trabajos que critican el Tsunami Feminista desde perspectivas feministas interseccionales (Troncoso et. al, 2019) o, aquellas que analizan cómo las tomas de mujeres o feministas pueden ser espacios complejos e, inclusive, conflictivos para estudiantes feministas trans y no binaries (Hiner y Troncoso, en prensa).

 

Tsunami Feminista: breve contexto histórico

 

Tras la llegada del empresario de derecha Sebastián Piñera a la presidencia (2010), los movimientos sociales se reactivaron, encontrando un enemigo común que les permitió desafiar al gobierno y su modelo neoliberal. En 2011 comenzaron las manifestaciones de estudiantes por la educación gratuita y contra el lucro, convocando a paros, tomas y grandes movilizaciones en todo el país, articulando su acción con otros sectores sociales (profesorxs, trabajadorxs).

Asimismo, los emergentes liderazgos y vocerías femeninas se transformaron en nuevas voces en el Congreso, en la llamada “bancada estudiantil”, donde surgieron dirigentas importantes del movimento estudiantil del año 2011, como Camila Vallejo y Karol Cariola (de militancia comunista); otro hito de la presencia del feminismo en el movimiento estudiantil fue la presidencia feminista de Melissa Sepúlveda en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh, 2013-2014), seguida por otras feministas, como Camila Rojas (actualmente diputada por el Partido Comunes), Valentina Saavedra y, más recientemente, Emilia Schneider (2019-2021), primera mujer trans y feminista elegida presidenta de la FECh. Asimismo, desde 2011 se observó la presencia de banderas moradas y verdes en las marchas, a las que sumaron, desde el 2017, los pañuelos verdes y, se articulan nuevas voces feministas con las históricas (Follegati, 2018). En las universidades, liceos y territorios cobraron fuerza colectivos feministas y de disidencias sexuales, se formaron Secretarías y Vocalías de Género y Sexualidades y, se organizó el Congreso por una Educación No Sexista (2014). Estas experiencias previas son las que, en el año 2018, permitieron a las estudiantes universitarias protagonizar el Tsunami Feminista.

Estamos en presencia de un amplio reverdecer de la acción feminista, de organización ante temas como la violencia, el acoso, el aborto, los derechos sexuales o la educación no sexista; como señalan Ruiz y Miranda (2018) el feminismo lo ha revuelto todo y ha posibilitado “producir un reencuentro, aun con dificultades, de las viejas y nuevas fuerzas feministas disgregadas en diferentes espacios sociales y políticos” (p.198); mientras que otros estudios dan cuenta de cómo se acrecentaron las movilizaciones feministas en los últimos años, con más de 150 acciones públicas y callejeras en el año 2018 (Reyes-Housholder y Roque, 2019); como señalan estas autoras, se trata de feminismos heterogéneos en lo político e ideológico, pero que han podido articular a mujeres de distintas generaciones y territorios, insertándose en los movimientos sociales para demandar una mirada feminista y anti-heteropatriarcal y construir objetivos en común (De Fina & Figueroa, 2019; Alfaro et.al. 2020; Fernández, 2020; Hiner & López Dietz, 2021). Esta heterogeneidad se tradujo en diferentes formas de acción colectiva, las formas de organización, las demandas y propuestas, que se caracterizaron desde las tradicionales marchas y paros, pasando por las tomas de universidades y liceos, la performance y activismo callejero o, las funas y denuncias contra acosadores.

Se trata de un feminismo que criticó la política tradicional y que levantó “la bandera de la condena al patriarcado neoliberal” (Stevani y Montero, 2020), que también cuestionó los partidos políticos, sobre todo a aquellos que fueron parte de la transición a la democracia y la postdictadura -los partidos de la ex Concertación y de la derecha-, permeando en la formación de los nuevos partidos y coaliciones políticas que surgieron en los últimos años; como es el caso del Frente Amplio y otros (Follegati, 2018; Lamadrid y Bennit, 2018). Estas críticas también abarcaron la institucionalidad y la democracia limitada, marcadamente machista y patriarcal. Por otra parte, se afirmaron las diferencias entre las propias mujeres, debatiendo sobre la importancia de la interseccionalidad y el anti-racismo y, de reconocer esas diferencias como es el caso de las mujeres afrodescendientes, migrantes, y de pueblos originarios (Hernández, 2017; Hiner y López Dietz, 2021; Zapata, 2021).

A la par de estos debates, podemos reconocer que al menos, desde el año 2015, se realizaron denuncias cada vez más frecuentes sobre acoso laboral y sexual por parte de profesores contra estudiantes mujeres. Desde el año 2017, algunas universidades empezaron a reconocer la gravedad de estos casos, creando los primeros protocolos sobre la violencia y el acoso. No obstante, las primeras implementaciones de estos protocolos eran parciales y/o no solucionaron los conflictos. En el caso de la Universidad Austral en Valdivia, la cantidad de denuncias de acoso sin solución de parte de las autoridades, sumado al caso de un académico sancionado por acoso, sólo con la prohibición de hacer docencia mientras seguía trabajando en su laboratorio, generó como respuesta de las estudiantes feministas la toma de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esa universidad, el 18 de abril de 2018.  Así se inició una ola de asambleas, paros y tomas feministas en la mayoría de las universidades chilenas, entre mayo y agosto del mismo año, en las que más de 20 universidades fueron tomadas y/o paralizadas por las estudiantes, incluyendo a algunas de las más reconocidas del país, como la Universidad de Chile y la Universidad Católica (Miranda Leibe & Roque López, 2019), abarcando incluso a algunos colegios o liceos de enseñanza media. Algunas de estas tomas y paralizaciones fueron sólo de mujeres; otras de mujeres y disidencias, lo cual también generó ciertos roces entre feministas radicales transexcluyentes y feministas queer, trans y no binaries en estos espacios. No obstante, el Tsunami Feminista fue un momento histórico de coaliciones entre estudiantes feministas y estudiantes LGBTQ (Troncoso, Follegati & Stutzin, 2019).

 

 

Una lectura a los repertorios de acción y marcos estratégicos desde las emociones

 

Para abordar el Tsunami Feminista, sus repertorios de acción y marcos estratégicos desde las emociones y afectos, trabajamos en la línea de grupos de discusión (Canales, 2006) y análisis de prensa relacionadas con el Tsunami Feminista. En cada grupo de discusión participaron de 5 a 7 personas, de edades y características similares -estudiantes y activistas partícipes del movimiento feminista y LGBTQ+- invitadas en base a un muestreo no probabilístico. El objetivo fue indagar en las percepciones sobre el movimiento feminista y su rol en la actualidad, el Tsunami Feminista, los diálogos y tensiones entre los feminismos, la relación con otros movimientos sociales, etc.

El interés por el estudio de las emociones y su impacto en el desarrollo del Tsunami Feminista, la influencia que ellas tuvieron en el uso de ciertos repertorios de acción y en la construcción de un marco estratégico que dotó de sentido al movimiento, nos permite adentrarnos en la forma en que las participantes de este proceso experimentaron, vivenciaron y explicaron su acción. A continuación, presentamos los resultados obtenidos en los grupos y entrevistas, organizados en torno a ciertos tópicos.

 

 

Tiempos de rabia e indignación: “¡a(r)mate, mujer!”

 

Como ya señalamos, las emociones cruzan, se expresan y articulan las experiencias personales y colectivas, motivando la acción, generando organización e impulsando reflexiones y propuestas que, en el caso chileno, se desarrollaron en el Tsunami Feminista. De la aceptación o el silencio a las situaciones de abuso, naturalizadas durante décadas, el movimiento feminista estudiantil se movilizó y transformó la frustración en rabia e indignación. Como señala una estudiante que denunció acoso: “la emoción, la pena y la rabia me carcomieron, salí llorando de una de las reuniones con el decanato y la rectoría de la universidad, donde se jugaba mi vuelta a clases y posibilidad de la bajada de la toma. Lo único que pensaba era: ‘la expulsada seré yo, mi delito fue romper el pacto de silencio’” (Brito, 2018). Este testimonio revela la mezcla de emociones y sentimientos que vivieron las estudiantes que, cuando se atrevieron a denunciar, enfrentaron el peso y el poder de la institucionalidad y el patriarcado, como también la falta de acompañamiento y apoyo en su lucha. En este escenario, la rabia parece desbordar el ánimo y el cuerpo, y, se transformó en un potente mensaje para visibilizar prácticas antes naturalizadas.

Como señala Ahmed (2014) las emociones mueven y vinculan, lo que se observa en el proceso que vivieron las organizaciones como las secretarías de género o las asambleas feministas, formadas por las mismas estudiantes, que se llenaron de denuncias de acoso por parte de profesores y otros estudiantes. En esas instancias, las estudiantes contaban sus vivencias y expresaban su sentir, transformando las experiencias individuales -vividas generalmente en silencio o con vergüenza- en una lucha colectiva que identificaba la experiencia de todas. Una estudiante que participó en estas movilizaciones recordó así esa sensación de ira dentro de una carga fuerte emocional:

 

“el Mayo Feminista... fue pura emocionalidad como desborde (risas) mucha ira, mucha pena. Yo creo que muchas de las cosas que no funcionaron era por qué nosotras estábamos súper afectadas emocionalmente, como no es fácil reconocerse víctima de algo o ver la violencia eh con otro, con otra... me han hecho daño durante toda mi vida, porque he sido oprimida toda mi vida” (Grupo de Discusión 2, 9 de agosto de 2019)

 

En este testimonio podemos observar cómo se entrecruza y desborda la emoción personal con la narración colectiva, la identificación en un “nosotras”, como un cuerpo colectivo que ha sido dañado históricamente, una experiencia de “ser con los demás” (Ahmed, 2014, p. 61); asimismo, se expresaban múltiples emociones que abarcaban la ira, la pena, la rabia, el daño, creando un significado compartido o marco interpretativo (Zald, 1999). Por otra parte, el desarrollo de estos sentimientos se expresaba también en la elección y discusión respecto de los repertorios de acción, en los que se utilizaron masivamente las redes sociales para difundir las denuncias, pero que también generaron debates importantes entre las participantes del Tsunami Feminista. Por otra parte, este “estar afectadas” significó abrir el espacio a la denuncia, a la escucha, a revivir situaciones de violencia y revictimización, como señala la misma estudiante “fue un despertar doloroso” que implicó que, muchas veces, las cosas “no funcionaron” ya que las tomas fueron complejas y difíciles de sostener, se generaron problemas y debates internos, fue difícil llegar a la elaboración de petitorios y de generar instancias de negociación con la institucionalidad, entre otros temas.

Estas emociones también influyeron en la elección de los repertorios, como fue el caso de las denuncias y “funas” públicas. Los “muros” personales de Facebook de estudiantes en todo el país se hicieron virales; también se crearon páginas de Facebook como “Funa Feminista Universitaria” o “Funa a machitos abusadores”, con miles de seguidores/as, en las que se contaban experiencias de acoso, algunas de ellas anónimas -dando cuenta todavía del miedo a contar las vivencias- pero en muchos casos firmadas con nombre y apellido. Esa rabia se expresó además en una gran cantidad de funas y denuncias públicas, contra docentes acusados de acoso o contra las autoridades, criticando la falta de políticas contra la violencia machista. Asimismo, durante las tomas de recintos universitarios y en las movilizaciones callejeras, se levantaron lienzos que hablaban esos sentimientos, como por ejemplo: “En la UTEM nos acosan, los pacos[3] nos tocan, los machos nos violan” (Trabajo Social, Universidad Técnica Metropolitana), “Hasta cuando Acosan, Encubren, Indultan” (Facultad de Arquitectura, Universidad de Chile), “Basta de acosar a las mujeres. A frenar la violencia machista en la UCh” (Casa Central, Universidad de Chile), “Si un día no aparezco no prendan velas, prensan barricadas” (Universidad La Frontera) (Archivo Nacional, 2018).

La posibilidad de expresar esa rabia acallada se transformó en un grito de guerra y acción colectivo contra el acoso y la violencia, identificando que más allá de experiencias personales se trataba de “patrones o estructuras más amplios” (Ahmed, 2014, p. 266), en el marco de una conciencia feminista que cuestionó al patriarcado, enfrentó a las autoridades y propuso una educación no sexista y protocolos para prevenir el acoso, los que posteriormente se comenzaron a levantar en casi todas las universidades. Por otro lado, el compartir esas emociones fortaleció al grupo y generó “lealtades afectivas” (Jasper, 2012) entre las estudiantes. Asimismo, esa rabia desnudó que, a pesar de las conquistas parciales del feminismo en los últimos años, aun persiste la discriminación y violencia contra las mujeres. El repertorio de la funa tuvo un efecto movilizador y reparador, permitiendo expresar y visibilizar experiencias casi siempre acalladas o conversadas en el espacio privado con amigas o cercanas. No obstante, existieron estudiantes feministas que expresaban dudas sobre las funas públicas como estrategia, aun cuando reconocían la potencia de este repertorio ante la violencia:

 

“una funa te puede salvar una vida ¿cachai? Hay mujeres que están siendo en este minuto hostigadas por sus parejas... La justicia, como la entendemos, también muy patriarcal, no funciona a nuestro favor... Pero, por otro lado... también existe una mala utilización de la funa... A mí me surgen hartas dudas por ejemplo cuál es límite entre eh, una funa por un crimen o una funa no sé po´ por irresponsabilidad afectiva ¿cachay? Ahí es fuerte porqué jugaí también con la imagen de otro... Y... cuál es el límite entre la justicia o el ajusticiamiento ¿no cierto? (Grupo de Discusión 1, 1º de agosto de 2019).

 

En este sentido, los repertorios de acción se reactualizaron en función de las demandas y debates de las estudiantes movilizadas, expandiéndose rápidamente por las distintas universidades, pero expresaron también las emociones y sentimientos que vivían las estudiantes ante la violencia machista y el silencio cómplice, algo que se manifestó en muchos casos como una rabia impulsadora.

 

 

Transitando del miedo a la valentía: “¡no volverán a callarnos más!”

 

En conjunto con la rabia, otra emoción muy presente fue el miedo, que Ahmed (2014) define como una experiencia corporizada, ya que se siente de manera particular en distintos cuerpos. A la hora de “romper el silencio” sobre el acoso y la violencia en las universidades, el miedo fue la primera barrera que superar a la hora denunciar. Por otro lado, en una sociedad como la chilena, marcada por el trauma de la dictadura cívico militar, el miedo también se encuentra incorporado en el imaginario social y colectivo. Dentro de las universidades existía un fuerte silenciamiento y una alta probabilidad de castigo desde lo institucional, exacerbado por las relaciones desiguales entre estudiantes (denunciantes) y profesores (denunciados). Al momento de denunciar, las estudiantes se sentían muy expuestas, tanto en términos de abrir heridas y hablar de episodios dolorosos, o de no ser creídas, como también frente la posibilidad de ser disciplinadas por académicos o autoridades:

 

“El miedo que ha causado... la decana, es tremendo. Sus amenazas hacen que nadie hable, que todos tengan miedo a hablar, a decir lo que realmente está pasando, y es eso lo que nos tiene así en silencio. Sabemos que si contamos la verdad y lo que nos duele, vamos a cagar... Tampoco es normal que nos traten a nosotras como unas mentirosas o unas maracas... las amenazas son ‘si hablas, te vas de la universidad’... Hacen un abuso de su poder” (Romero, 2018).

 

Esta cita refleja la revictimización que viven las mujeres al denunciar, que ya se expusieron al denunciar y afrontar situaciones de violencia -como es el acoso- y que además debieron lidiar con la posibilidad de ser desacreditadas y castigadas por las propias instituciones universitarias. Frente a esto, fue la acción colectiva de los grupos feministas estudiantiles que se levantó como clave en la lucha contra el miedo individual. En lo colectivo estaba la fuerza y el reconocimiento de una vivencia compartida por muchas mujeres; así el slogan “yo te creo hermana” y “nunca más solas” se difundieron como interpelaciones e invitaciones a trabajar en conjunto y vencer el miedo, y se transformaron en sentido común entre las estudiantes, “para que las víctimas se atrevan a dar un paso adelante necesitan sentirse empoderadas, lo cual requiere que dispongan de apoyo social, por ejemplo, de quienes se solidarizan con ellas” (Mingo, 2020). Esto se vio en las acciones de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, quienes ayudaron a denunciar el acoso de un profesor: “los estudiantes empapelaron la Universidad con carteles en contra del acoso. Sin embargo, no duraban más de unas horas en las paredes. Cada vez que pegaban lienzos, eran confiscados por los guardias del campus. ‘No importa, porque nosotros estamos sacando la mierda bajo la alfombra, para que ninguna otra alumna o alumno, vuelva a tener miedo’” (Yañez & Salazar, 2016).

Como contraparte a perder el miedo a denunciar, también se reflexiona sobre cómo las denuncias y, en particular, las funas, podían provocar miedo en los profesores o estudiantes varones. Esto se narra en registro de humor y reivindicación, invirtiendo las típicas jerarquías de poder:

 

“Como que hay una sensación que el Mayo Feminista si fue bacán porqué fue el cuestionamiento a muchas prácticas. O sea, yo me acuerdo sobre todo los compañeros heterosexuales como que andaba con miedo ¿cachai? Una cuestión así como, de miedo, como terror feminista que me cagaba de la risa igual... había un miedo o había ganas de cuestionárselo todo o había muchas emociones, como que todos los días habían emociones distintas”  (Grupo de Discusión 2, 9 de agosto de 2019).

 

Asimismo, las estudiantes generaron repertorios de acción como las asambleas o marchas separatistas, en las que impedían la participación de los varones, y que generaron en muchos de ellos sensación de malestar y rechazo, lo que se notó en la caricaturización del movimiento al tildar a las feministas de “feminazis”. Desde las perspectivas de muchas estudiantes mujeres, en particular las cis-género- las asambleas separatistas fueron consideradas como espacios seguros, libres de violencia, llenos de afectos y sororidad (aunque evidentemente estudiantes no blancos, trans y no-binaries pueden haber tenido experiencias diferentes). En un grupo de discusión se reflexionó sobre cómo “perder el miedo” podía ser engañoso, en el sentido de “vivir en una burbuja” universitaria, en un contexto donde la sociedad sigue siendo muy machista, y donde, tras la revuelta social que ocurrió en Chile en octubre de 2019, se masificaron los casos de violaciones de derechos humanos y violencia política sexual contra mujeres, las cuales se entienden según memorias y marcos de la dictadura de Pinochet:

 

“A mí me pasa con eso que yo a veces tengo un cierto miedo que vivo en una burbuja, con esto me di cuenta, porque digo, ‘oh, el movimiento está súper fuerte’ porque paso de asamblea en asamblea, de reunión en reunión, pero es el mismo círculo. Entonces claro cuando voy a ver a mi familia y me llaman llorando, ‘por favor, déjate de hueviar, te van a matar’ entonces cómo ‘¿pero mamá cómo voy a dejar de hacer hueás?’ Y dice, ‘si te pasa algo, pasa porqué andaí huevando, como te lo estai buscando’. Entonces me doy cuenta que nuevamente retrocedimos” (Grupo de Discusión 4, 12 Diciembre 2019).

 

En esta cita se puede apreciar cómo la memoria traumática de la dictadura chilena irrumpe en los intersticios de la lucha feminista, trayendo también recuerdos de ese pasado plagado de violencia, pero también de la violencia machista y los discursos patriarcales, que señalan a la mujer como culpable, al señalar “te lo estai buscando”.

 

 

La alegría y la sororidad: “¡arriba el feminismo, que va a vencer, va a vencer!”

 

La acción colectiva durante el Tsunami Feminista no sólo implicó sentimientos como la rabia o superación del miedo sino, también, sentimientos de alegría, de esperanza, de comunión entre mujeres y de reivindicación de demandas postergadas:

 

“el mayo feminista, no sé, me encantó en un sentido... no tengo conocimiento que en alguna parte del mundo estalló un movimiento feminista e implicó tomas universitarias, como de universidades, asambleas... Como que fue un movimiento como, de verdad... universidades en tomas feminista, con petitorio, con asamblea, con debate político... yo creo también es parte de la propia tradición estudiantil, por decirlo así, que tiene Chile... me acuerdo que hubo una asamblea en la Chile de mil, dos mil personas, de puras mujeres como en la universidad” (Grupo de Discusión 2, 9 de agosto de 2019).

 

Las movilizaciones feministas fueron también un proceso de auto-reconocimiento para miles de mujeres, de comunión, confianza y hermandad; como lo señala una estudiante “construimos amistades, construimos lazos de confianza que yo creo que son sumamente importantes para construir algo político” (Grupo de Discusión 1, 1º de agosto de 2019). Las emociones fueron fundamentales en la politización y construcción de repertorios y demandas que vivieron las estudiantes chilenas, como también de marcos interpretativos que le diera sentido a la lucha, que las llevó a tomar el control de los espacios universitarios para emplazar a autoridades, académicos y estudiantes frente a la violencia machista, pero que también les permitió discutir sobre “cómo entendemos la vida, cómo entendemos las relaciones humanas, cómo nos entendemos a nosotras mismas, cómo ocupamos no sé, nuestro cuerpo…” (Grupo de Discusión 1, 1º de agosto de 2019). Otras participantes hablaban de las buenas energías y felicidad que les provocaba sentir esa unidad entre mujeres y manifestarse públicamente, por ejemplo, en tomas o marchas en las calles. No obstante, como reflexiona una estudiante, esta sensación de “efervescencia”, de estar avanzando, también traía algunas consecuencias:

 

“nunca miramos pa´tras, cuando estábamos en la movilización estábamos en una efervescencia así como ‘¡oh, estamos en toma, está todo Chile parao por nosotras, marchas enormes!’... nunca nos dimos el espacio, por lo menos en [esta universidad] de sentarnos como a discutir y mirar pa´ tras... ¿cuáles han sido los errores que han cometido en su estrategia, cuáles cosas han funcionado? Esas cosas nunca las miramos... em, que cometimos muchos errores y seguimos cometiendo” (Grupo de Discusión 1, 1º de agosto de 2019).

 

 

Cansancio/agotamiento: “¡tengo el poto[4] cocido de tanto marchar!”

 

Finalmente, existe una línea reflexiva en torno a ciertas preguntas que se formulan las propias participantes cómo, ¿Qué es lo que hicieron bien y qué no? ¿Fueron las estrategias acertadas? Estas dudas se relacionan con la sensación de haber trabajado mucho en las tomas y asambleas, sin haber llegado, necesariamente, a conclusiones y resultados tan claros o duraderos. Aquí, la emoción más fuerte que se expresó es el agotamiento, psicológico y físico, de las estudiantes feministas que participaron en el proceso:

 

“hubo mucho al menos de emocionalidad y nos constaba, porque era un doble trabajo po´... Yo viví dos cosas que nunca he vivido antes en asamblea. La primera es terminar agotá porque estábamos tan mal las personas que estábamos como hablando todo, escuchando relatos, cosas así... Otra cosa que pasó fue que hubo un día que yo me acuerdo que estuvimos en asamblea, yo creo tenía que haber sido desde las tres de la tarde hasta las tres de la mañana seguidas encerradas... entonces ahí podríamos haber estado tres días seguir hablando y no parábamos, era una cuestión como, ¡no!, impresionante, nunca en la vida había pasado y nadie se quería ir como y me dolía la cabeza de tanto, de tanto pensar” (Grupo de Discusión 2, 9 de agosto de 2019).

 

Otra estudiante planteó reflexiones similares, destacando que todo se hizo “de la guata”, es decir, desde las emociones; a la vez, también expresa sentimientos encontrados respecto a la forma en que terminó todo, debido al “quiebre” del movimiento feminista estudiantil en su universidad, por la acción de los partidos políticos (“los piños”), que produjeron tensiones y rupturas dentro del accionar del movimiento feminista estudiantil, manifestando su “cansancio” y desilusión, pero desde una lectura que centra la culpa no en las activistas feministas jóvenes sino, en factores externos al movimiento. De alguna manera también es evidencia de esta relación compleja y, frecuentemente conflictiva, entre partidos políticos y grupos feministas:

 

“Yo lo miro más como a nivel universitario, siento que esto igual fue súper como de la guata, explotó y había que hacerse cargo de esto. Creo que este como, ola, sí, creo que sí es importante y si marcó un hito pero al menos en [mi universidad] quedó como una estela así muy pequeñísima de lo que fue el movimiento... ese espacio también se rompió, también por lo mismo po’, los piños políticos... bien, no quiero desmerecer lo que ganamos porque igual ganamos cosas importantes y posicionamos el tema en las discusiones y todo. Siento que quedaron tan rotos los espacios de verdad... Está todo como muerto ahora... me siento muy orgullosa de mi facultad, así, pero a nivel estudiantil porque nosotras abrimos una secretaría ese año de género y hemos trabajo como de ese espacio y levantando talleres, haciendo conversatorio. Entonces, por lo menos ahí quedó algo y... de verdad, se nota el cambio de antes y ahora... ahí como toda la desesperanza que me quedó después que se quebró el movimiento se me devuelve con eso, con la confianza que ganamos con las compañeras, al avance que hubo en la facultad... Como que no pudimos continuar con un seguimiento al mismo petitorio que hicimos porque estaba todo tan quebrado que nadie se preocupó de que si se cumplían tales cosas o no” (Grupo de Discusión 1, 1º de agosto de 2019).

 

Respecto de la relación entre el movimiento feminista y los partidos políticos podemos señalar que es y ha sido conflictiva a lo largo de su historia. En el caso chileno, esto se relaciona también con una crisis más amplia de la democracia, los partidos y el régimen de la postdictadura (Lamadrid, 2020) que terminó de explotar durante el año 2019 en el llamado estallido social chileno. En el caso del Tsunami Feminista muchas feministas cuestionaron y criticaron la presencia de los partidos políticos; como señala una estudiante “los partidos por ejemplo obviamente han usado estos fenómenos sociales para lavar su nombre” (Grupo de Discusión 3, 9 de octubre de 2019), aunque también otras reconocían que el movimiento feminista obligó a muchos partidos a cuestionar sus prácticas (De Fina & Figueroa, 2019) e impulsar una mirada feminista “en muchos partidos hasta el 2018 no era necesario que existiese una discusión o una línea política específica hacia el feminismo… entonces creo que eso igual se fue instalando desde que se empezó a problematizar en el mayo feminista” (Grupo de Discusión 5, 15 enero de 2020).

El Tsunami Feminista movilizó diversas emociones y sentimientos entre las estudiantes y se vivió como una catarsis, lo que permitió dinamizar o ralentizar el movimiento (Mingo, 2020), sin embargo, tras varios meses de movilización, el cansancio y agotamiento emocional se hizo evidente, por el desgaste de la dedicación en el tiempo, la organización de actividades y petitorios, las reuniones internas y con autoridades, la relación con la prensa, la convocatoria a actividades y marchas, que implicaron un gran desgaste personal. Asimismo, las propias dinámicas de la movilización generaron disensos y debates internos, en relación a las estudiantes mujeres trans, la participación de estudiantes varones en asambleas o actividades, la relación con las autoridades y académicos, las funas, la articulación o no con los partidos políticos, etc. La sensación, para muchas estudiantes, fue que, si bien paralizaron sus universidades y generaron un debate a nivel nacional, la dificultad de generar cambios, de romper con las prácticas políticas más tradicionales de los partidos, y de poder mantener el nivel de participación y compromiso inicial, terminaron debilitando el movimiento.

 

 

Conclusiones: “el patriarcado es un juez”, dentro y fuera de las universidades

 

Este trabajo abordó el contexto del Tsunami Feminista desde la importancia de las emociones y afectos, para comprender los repertorios de acción, la construcción de las demandas y el desarrollo del movimiento feminista chileno, que se organizó para decir basta a la violencia machista en las instituciones universitarias. Sin lugar a dudas, las emociones jugaron un papel crucial, motorizando la acción colectiva y la resistencia de las estudiantes, moldeando sus estrategias de lucha, visibilizando los diálogos y reflexiones que trazan, como señala Ahmed (2014) sus historias tanto personales como colectivas. Asimismo, según la propuesta de Collins (2009) son fundamentales para comprender la cohesión que logró el movimiento entre las estudiantes de todo el país y el impacto del feminismo en los procesos que se han seguido desarrollando en Chile en los años posteriores el Tsunami Feminista, como fue el caso del estallido social en octubre de 2019 y la fuerte presencia del movimiento feminista. En cuanto a las demandas, si bien el foco estuvo puesto en la denuncia al acoso sexual, también incluyeron temas como en lenguaje inclusivo, el reconocimiento de la identidad de género para estudiantes trans, la creación y/o fortalecimiento de protocolos de género para combatir el acoso y violencia sexista, la inclusión de bibliografía de mujeres y cursos de género, la mayor presencia de mujeres en cargos de responsabilidad y jerarquía. En síntesis, la demanda de una educación no sexista que creo un marco de sentido y de acción para las estudiantes.

En cuanto a los repertorios de acción, como fuimos señalando, las emociones fueron relevantes a la hora de pensar cuáles de ellos eran más necesarios o de qué manera se podían visibilizar las demandas; estos repertorios abarcaron algunos clásicos, como las marchas, paros, ocupaciones y actividades culturales, adaptados en función de las propias demandas y debates feministas; declarándose, por ejemplo, como espacios separatistas, sin varones y libres de violencia. Asimismo, la utilización de las redes sociales fue fundamental tanto para la difusión como para las denuncias a través de las funas públicas. Respecto de las formas de organización, estas comenzaron con asambleas y coordinadoras, que mayoritariamente fueron separatistas. Por otro lado, se fortalecieron instancias como la Coordinadora Feminista Universitaria (COFEU), transformándose en una organización protagónica que coordinó las cerca de 16 tomas y más de 25 universidades paralizadas; asimismo, surgieron y se consolidaron de académicas y profesionales, como la Red de Historiadoras Feministas, la Asociación de Abogadas Feministas, la Red de Matronas Feministas, entre otras. Asimismo, se realizaron multitud de talleres, grupos de conversación y otras actividades, al interior de cada espacio, los que articularon no solo la acción pública del movimiento, sino que también se transformaron en espacios de conversación, escucha y autocuidado para las estudiantes, donde podían compartir experiencias, traumas y vivencias personales. Muchas discusiones se relacionaron con las formas de hacer política de manera “sorora” y horizontal, como también en la crítica a la política y los partidos tradicionales, entre otras cosas.

El Tsunami Feminista permitió visibilizar las demandas y acción de las estudiantes feministas, como también la presencia del feminismo en la política nacional. Esto también quedó en evidencia el 18 de octubre de 2019, cuando se produjo el estallido social que sacudió a Chile, con las protestas más grandes desde la dictadura, que cuestionaron la idea del exitoso modelo neoliberal. Marchas de millones de personas, barricadas, cacerolazos, incendios y saqueos, en los que se hicieron famosas frases como “Chile Despertó”, “No son treinta pesos, son treinta años” y, “Hasta la dignidad se haga costumbre”. Tras el estallido, se convocó a un plebiscito en el que se votó generar una Convención Constituyente para crear una nueva Constitución, con paridad de género y una fuerte presencia de la bancada feminista. Asimismo, las dos presidentes de la Convención Constituyente han sido mujeres, una de ellas Elisa Loncón, una mujer mapuche, algo inédito en la política nacional.

Señalamos el contexto del estallido porque, en los grupos de activistas feministas y LGBTQ+ que entrevistamos sobre el Tsunami Feminista, se realizaron reflexiones importantes sobre los vínculos entre movimientos sociales y la historia de los últimos años en Chile. En particular, como estudiantes, o ex estudiantes, todavía jóvenes, que nacieron en democracia y se sitúan dentro de la expansión masiva del movimiento feminista en Chile durante los últimos diez años, hay un espíritu de estar “en la vanguardia” en términos de llevar adelante los cambios necesarios para el país. Aquí, también existen elementos emocionales importantes, en las que las nuevas generaciones estudiantiles, que acompañaron a las mayores en las calles y les ayudaron a vencer el miedo, impuesto por haber vivido tantos años de terror bajo la dictadura de Pinochet:

 

“mi mamá la primera vez que fue a marchar fue este 8 de marzo conmigo, primera vez en su vida y tiene cuarenta y cinco años... eh, le gustó, quedó más tranquila, en realidad. Yo, movilizada desde el 2011. A ella siempre le generaba mucho ruido la marcha, como que le generó cierta tranquilidad y también cierto entusiasmo le generó... Nunca se había atrevido a salir a la calle porque le tenía mucho miedo” (Grupo de Discusión 2, 9 de agosto de 2019).

 

El Tsunami Feminista fue un proceso en el que las emociones jugaron un rol decisivo, impactando abiertamente en los repertorios y marcos de acción y de sentido del movimiento. Como ya señalamos, la rabia y la indignación se expresaron en las tomas o las funas públicas; mientras que la sororidad y empatía fueron fundamentales para la construcción de espacios seguros, haciendo emerger prácticas colectivas de resguardo y acompañamiento, mientras que el miedo y el cansancio se fueron expresando ante la dificultad de conseguir las demandas planteadas. En la actualidad, quedan aún estelas de este proceso, ya que casi todas las universidades cuentan con sus protocolos de género o crearon oficinas para abordar estas problemáticas y, recientemente, en agosto de 2021, se aprobó el proyecto que sanciona el acoso sexual, la violencia y discriminación de género en la educación superior. Otro de los logros más importantes fue haber promovido un sentimiento de sororidad y empatía entre las propias mujeres, las que al grito de “nunca más solas” pusieron en cuestionamiento la violencia y acoso que viven las mujeres en las universidades, creando nuevos sentidos comunes y exigiendo una educación no sexista.

Claramente las emociones que impulsaron el Tsunami Feminista siguen siendo extremadamente importantes en las movilizaciones feministas de hoy: la rabia, el cansancio y el miedo, pero también la valentía, la esperanza y la alegría, y a pesar de que el contexto de la pandemia ha visibilizado que la violencia hacia las mujeres sigue siendo una dura realidad, también el movimiento feminista se mantiene activo para luchar por sus derechos, no sólo al interior de las universidades, sino en la sociedad en general.

 

 

 

 

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Recibido: 16/08/2021

Evaluado: 15/12/2021

Versión Final: 15/02/2022



[1] Este artículo forma parte del proyecto de investigación, “Political culture and Post-dictatorship: memories of the past, struggles of the present and challenges of the future,” financiado por el fondo Anillo SOC180007. Se agradece a las ayudantes de investigación, María Graciela Acuña y Daniela Castro por su trabajo, como también a la transcriptora, María Rosa Verdejo.

 

[2] Funa es el nombre con el que se conoce en Chile las denuncias públicas contra alguna persona u organización. Su origen proviene de la lengua mapuche mapudungun, que significa podrido, echado a perder.

[3] Pacos es el nombre coloquial con el que se conoce en Chile a Carabineros.

[4] “Poto” es una expresión que en Chile se refiere al trasero o nalgas de una persona.