Embajadora de la paz: Ángela Oliveira Cézar, “diplomacia femenina”, confraternidad americana y pacifismo internacional en el pasaje del siglo XIX al XX

 

Ambassadress of Peace: Ángela Oliveira Cézar, "Female Diplomacy", American Fraternity and International Pacifism at the turn of Nineteenth to Twentieth Century

 

 

 

Paula Bruno

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)

https://orcid.org/0000-0003-2877-617X

pbruno@conicet.gov.ar

 

Resumen

El artículo versa sobre la trayectoria de Ángela Oliveira Cézar (1860-1940), una mujer nacida en territorio argentino que devino una figura de referencia del pacifismo internacional del pasaje del siglo XIX al XX. A partir de su itinerario, se analizan las posibilidades y los límites de una mujer latinoamericana a la hora de emprender acciones motivadas por causas como la confraternidad americana y el pacifismo internacional y se muestra la articulación entre las repercusiones locales, regionales y transnacionales de sus ideas y acciones, que la convirtieron en la primera mujer en fundar una asociación pacifista en América Latina y en candidata al Premio Nóbel de la Paz. Para reconstruir su trayectoria se ha recurrido a fuentes de distinto tipo: prensa periódica argentina, latinoamericana, estadounidense y europea, documentación oficial argentina producida para eventos internacionales, correspondencia personal de época reproducida en volúmenes publicados, y otras.

 

Palabras Clave

Confraternidad americana; Pacifismo; Sociabilidades pacifistas; Vida diplomática; Diplomacia femenina.

 

 

Abstract

The article deals with the trajectory of Ángela Oliveira Cézar (1860-1940), a woman born in Argentina who became a reference figure of international pacifism in the turn of nineteenth to twentieth century. Based on her itinerary, the possibilities and limits of a Latin American woman are analyzed when undertaking actions motivated by causes such as the American brotherhood and international pacifism, and the articulation between the local, regional and transnational repercussions of her ideas is shown. Her actions made her the first woman to found a peace association in Latin America and a candidate for the Nobel Peace Prize. To reconstruct his career, different types of sources have been used: Argentine, Latin American, American and European periodical press, official Argentine documentation produced for international events, personal correspondence from the time reproduced in published volumes, among others.

 

Keywords

American Fraternity; Pacificism,; Pacifists Sociabilities; Diplomatic Life; Female Diplomacy.

 

 

 

Introducción

 

El siglo XIX latinoamericano se caracterizó por constantes enfrentamientos, redefiniciones de límites y disputas por el control de ciertas áreas entre las nuevas naciones. En este contexto, tuvieron lugar varias instancias de definición de límites que llevaron a reuniones entre figuras del servicio exterior de los países, peritajes y tratados de definición de fronteras y de control armamentista. La historia diplomática de corte institucional ha dado cuenta de cómo se resolvían estos conflictos por medio de laudos y encuentros entre representantes estatales.

Los ritmos de la consolidación de las reparticiones estatales de las naciones de América Latina a lo largo del siglo XIX, por su parte, generaron nuevas oportunidades de acceso a cargos y funciones para los hombres de ciertas familias y posiciones. Entre ellas, las del servicio exterior propiciaron que figuras latinoamericanas transitaran por circuitos y espacios de la diplomacia que contaban con niveles de formalización y protocolos consolidados, algunos de los cuales se habían forjado durante siglos (Delgado Llanos y Sánchez Andrés, 2012). Comisionados especiales, encargados de negocios, ministros plenipotenciarios, secretarios de legaciones, cónsules y agregados, fueron algunos de los puestos que los hombres de las nuevas repúblicas comenzaron a ejercer (Bruno, 2018; Cagiao Vila y Enrique Elías-Cano, 2018; Suárez Argüello y Sánchez Andrés, 2017).

A la par de estos hombres, algunas mujeres latinoamericanas tuvieron la chance de conformar parte del mundo transnacionalizado de la diplomacia. Muchas de ellas lo hicieron en tanto “damas diplomáticas”, una expresión de época que devino en los últimos años una categoría analítica (Domett, 2005, Mori, 2015, Wood, 2005). Otras, en cambio, se sumaron a los circuitos internacionales por medio de caminos no asociados a los de sus maridos. Varias de ellas fueron promotoras de acciones que surgían de la sociedad civil y entraban en sintonía con iniciativas estatales o gubernamentales. En estas iniciativas, la labor de mujeres era destacada en lo que he dado en llamar “embajadoras de la paz” (Bruno, Pita y Alvarado, 2021). Se trataba de mujeres de elite que emprendieron acciones pacifistas antes de la Primera Guerra Mundial y que sostenían campañas públicas para llamar a la confraternidad americana y mediar en los conflictos regionales.

Para casos europeos se cuenta con trayectorias con las que se pueden establecer comparaciones y parangones con este tipo de perfil, como la de Bertha von Suttner, merecedora del Premio Noble de la Paz en 1905 (Nolt, 2002). Su perfil respondía a ciertos rasgos: proveniente de una familia militar, con título de baronesa, educada en círculos de sociabilidad cosmopolitas, logró hacerse un espacio en la escena del pacifismo internacional. En América Latina, algunas trayectorias de mujeres encarnaron, con modulaciones particulares, este perfil. Sobre todo, para un período en el que el pacifismo laico y el católico estaban en parte superpuestos y en el que mujeres que pertenecían a círculos católicos desencadenaban acciones que las distanciaban de las jerarquías eclesiásticas y las acercaban a reivindicaciones seculares (Di Stefano y Zanca, 2016). Entre esas trayectorias se destaca el perfil aquí tratado de Ángela Oliveira Cézar. A través de su itinerario, como aquí puede verse, es posible dar cuenta de eventos que ponían en relación iniciativas locales con marcos regionales y transnacionales y que dan cuenta de circuitos conectados entre acciones de la sociedad civil, iniciativas estatales nacionales y circuitos y organizaciones internacionales.[1]

 

 

Hacia la confraternidad entre Chile y Argentina

 

Ángela Oliveira Cézar (Gualeguaychú, 1860-Buenos Aires, 1940) provenía de una familia de la elite argentina y contrajo matrimonio con Pascual Costa.[2] Esta alianza la acercaba a un entramado de relaciones de familias argentinas en el que los apellidos Roca, Wilde, Terry, Costa, Funes, Paz y otros, se entrelazaban y estaban sostenidos por amistades cercanas, casamientos y parentesco (Losada, 2008). En su mundo primaban las sociabilidades de hombres y, desde muy temprano, supo manejarse con soltura entre ellos. A lo largo de su trayectoria pública, no dudó en interpelar de manera directa a mandatarios, figuras jerárquicas del catolicismo y el pacifismo, ministros plenipotenciarios y hombres de letras a la hora de concretar sus proyectos. Centro aquí la atención en sus acciones en los años comprendidos entre 1902 y 1910.

Hasta finales del siglo XIX la vida pública de Oliveira Cézar estuvo ligada a formas del compromiso social que respondían a un marco local y a circuitos bastante usuales para la época: se consideraba una mujer católica y formaba parte de la Congregación de Madres Cristianas del Colegio Lacordaire de la orden de los Dominicos, en Buenos Aires (Lionetti, 2001; Mead, 2001). Su destino dio un vuelco a comienzos del siglo XX, luego de la firma del Tratado de Equivalencia Naval, Paz y Amistad —conocido como Pactos de Mayo— de 1902, firmados por José Antonio Terry, por Argentina, y Ramón Antonio Vergara Donoso, por Chile. Con el fallo arbitral de la corona británica, a cargo de Eduardo VII, se pusieron en práctica las nociones vigentes de arbitraje internacional, se resolvió el conflicto limítrofe y se puso coto a las posibilidades de acopio armamentista de ambas naciones (Errázuriz Guilisasti y Carrasco Domínguez, 1968; Letts de Espil, 1972; Sanchís Muñoz, 2010: 171).

En ese contexto, Oliveira Cézar le propuso al presidente Julio A. Roca, que estaba a cargo de su segundo mandato, que una estatua de Cristo, que se encontraba en el Colegio Lacordaire, fuera emplazada como símbolo de fraternidad y paz en el límite cordillerano. Su proyecto apuntaba a darle un corolario de envergadura simbólica al mencionado tratado. Así rememoraba años después su iniciativa: “banquetes, bailes, paseos, todo me parecía pobre y de recuerdo efímero, considerando aquellos pactos de paz, firmados y obtenidos por arbitraje, eran los actos más gloriosos y humanitarios que país puede festejar. Como tal, deseaba yo verlo conmemorado con un hecho de la misma magnitud” (Asociación Sud-Americana de Paz Universal -en adelante: ASPU-, 1913: 39).

El monumento del Cristo había sido encargado por el Fray Marcelino Benavente al artista Mateo Alonso, con el objetivo de ser expuesto en el llamado Puente del Inca en Mendoza. La intención era responder al llamado de la Encíclica Tametsi Futura (1900), del Papa León XIII, que incitaba a los católicos del mundo a hacer manifiesta la devoción por el Cristo Redentor. La propuesta hecha por Oliveira Cézar al presidente resignificaba el contenido original de la estatua y proponía una nueva tendencia en relación con las prácticas vigentes en el emplazamiento de monumentos latinoamericanos. En general, en el marco de las tensiones diplomáticas o de reforzamiento identitario en cada país, se apostaba por exaltar las simbologías patrias, “nacionalizar” a figuras de las independencias o dar cuenta de las glorias militares del pasado (Ortemberg, 2014; Sevilla y Sevilla, 2004; Martínez Baeza, 2004).

Ante la iniciativa de Oliveira Cézar, Roca le respondió entusiasta: “la idea de la estatua del Cristo Redentor, para conmemorar la paz definitiva con Chile, me parece muy cristiana, muy patriótica y muy digna de aplauso”. [3] Luego de recibir este apoyo, se sucedieron citas para que delegados chilenos y el presidente argentino conocieran la efigie. Ante un clima de opinión positivo de representantes de ambas naciones frente al proyecto, Oliveira Cézar recibió otra carta del mandatario en la que le hacía saber el beneplácito de José A. Terry, firmante de los Pactos de Mayo. Apuntaba al respecto: “está encantado por la inauguración del monumento a Cristo en la línea divisoria de los Andes, con la asistencia de los presidentes de ambas Repúblicas y la Asociación de Señoras autoras de la obra”.[4]

Los episodios de preparación e inauguración del Cristo fueron cubiertos con atención por la prensa latinoamericana y asumió un lugar en el marco de la agenda de eventos compartidos por delegados chilenos y argentinos.[5] Curiosos y devotos se acercaban a presenciar los avances de la construcción del pedestal y el montaje.[6] El proyecto llegó a buen destino y la estatua fue ubicada en las alturas cordilleranas. Se inauguró en marzo de 1904 con una extendida cobertura de prensa y revistas de varias naciones. En la ceremonia de inauguración no participaron los presidentes, pero sí enviados diplomáticos, ministros de ambos países y figuras del catolicismo. Estos episodios estuvieron también acompasados por los ritmos de otro hito diplomático: en 1903 se reanudaron las relaciones entre Argentina y la Santa Sede, que habían sido interrumpidas durante la primera presidencia de Roca (Sanchís Muñoz, 2010: 173). A su vez, entre los representantes del catolicismo argentino imperaba el clima marcado por la mencionada Encíclica Tametsi Futura. De este modo, una agenda religiosa y una diplomática se superponían.

Desde el comienzo de estos episodios, además, la autoría del emprendimiento y las intenciones de emplazar el monumento se prestaron a lecturas confusas y contradictorias. Por un lado, el hecho de que la figura fuera la de Cristo, la presencia de hombres del catolicismo en la inauguración, y la pertenencia de la iniciadora de la idea a un grupo de madres cristianas, fueron elementos que bastaron para atribuir los méritos a las fuerzas católicas argentinas. En paralelo, como el monumento había sido encargado con otra finalidad por el Fray Marcelino Benavente, en varias ocasiones se atribuía el mérito del emplazamiento cordillerano a él. De este modo, se reconocía al Obispo de Cuyo como responsable, y se nombraba en segundo lugar a la “respetabilísima matrona” Oliveira Cézar, por darle “una significación más amplia, consagrándose como una protesta de amor, de veneración, de gratitud a Cristo, hecha por los dos países chileno y argentino”.[7] Su nombre solía diluirse en plurales como “damas distinguidas” o “señoras cristianas”. Así y todo, ella recibió de Monseñor Espinosa una bendición del Papa Pío X y una medalla como reconocimiento al emprendimiento de emplazar el Cristo en la cordillera de los Andes. Durante años, en medios de prensa ligados al pacifismo cristiano y en algunas publicaciones norteamericanas de distinta índole, se hacía referencia en un lugar protagónico al mencionado Fray Benavente y, casi al pasar, a “Madame de Costa”, presidenta de una asociación de mujeres influyentes que se había ocupado de la suscripción para recaudar fondos para que la empresa fuera posible.[8]

En el marco de estas dinámicas ambiguas, paulatinamente, Oliveira Cézar comenzó a expresar su incomodidad frente al hecho de quedar relegada dentro de rótulos colectivos, o cuando su iniciativa era atribuida a terceros.[9] De este modo, aunque Roca había augurado para ella un liderazgo indiscutido de la empresa al señalar: “la felicito a Ud. por sus triunfos del Cristo Redentor y conquistar ministros, arzobispos, obispos y prelados distinguidos los que sin duda se han de encontrar bien y contentos en su compañía”[10], tuvo que batallar para que se reconocieran sus méritos.

Luego de la inauguración, Oliveira Cézar recibió mensajes de congratulación de distintas figuras de la vida política latinoamericana y europea. Entre las felicitaciones recibidas de parte de argentinos se destacaron las de Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen, Julio A. Roca, Joaquín V. González, David Peña, Carlos María Ocantos, Belisario Roldán, Carlos Guido y Spano y Manuel Ugarte. Desde Chile enviaron sus mensajes Emilia Herrera, Ramón Antonio Vergara Donoso, Augusto Orrego Lucco, Rafael Ewards y Anselmo Hevia Riquelme. Desde Bolivia le llegó un mensaje de Emilio Fernández, y desde Uruguay envió sus respetos Julio Herrera y Obes. En varias de estas cartas y esquelas se encuentran referencias a la promotora de la iniciativa como mujer y se destaca que cuenta con atributos diferentes a los de los hombres para intervenir en temas internacionales. Por ejemplo, Carlos María Ocantos, señalaba: “la doctrina del arbitraje que, a pesar de crueles desengaños, recibió siempre ferviente culto en nuestra patria, necesitaba encarnar en un corazón de mujer para adquirir más robusta y fecunda vida” (testimonio reproducido en ASPU, 1913: 100). Este tipo de apreciaciones se reiteró, aunque con otras entonaciones, en felicitaciones y esquelas de varios obispos, vicarios y voceros de la iglesia católica. En la que escribió Modesto Becco, por ejemplo, de la orden de los dominicos, se destacaba: “vos, señora, pertenecéis a esas mujeres legendarias del suelo argentino porque abrigáis en el santuario del alma el culto por todo lo que puede hacer grande y feliz a la patria” (testimonio reproducido en ASPU, 1913: 101).

Entre los reconocimientos recibidos más allá de América Latina, Oliveira Cézar otorgó especial importancia al de Andrew Carnegie, que en varios discursos públicos propuso tomar la lección del Cristo de los Andes y replicarla en el mundo (Patterson, 1970). Hizo varias menciones al emprendimiento en su visita a las obras de construcción del Palacio de la Paz de La Haya, y en algunos eventos panamericanos, en los que describía el acontecimiento como una acción pacifista ejemplar.[11]

Mientras el nombre y la acción de Oliveira Cézar ganaban reconocimiento en circuitos internacionales, en la correspondencia privada se hacía saber que ese protagonismo le resultaba incómodo al firmante del acuerdo con Chile, y luego ministro de Relaciones Exteriores, José A. Terry. El presidente de la nación, Julio A. Roca le señalaba a su marido, Pascual Costa: “dígale a Angelita que […] Terry, como autor de la paz con Chile, le ha tenido siempre mala voluntad a la iniciadora del Monumento a la paz en los Andes, creyendo, sin duda, que esta paz le hacía daño o le quitaba brillo a la suya”.[12] Claramente, este era un mensaje que, atravesado por la ironía de comparar un tratado de definición de límites con el emplazamiento de un monumento, interpelaba al marido para que aplacara los ánimos de su esposa y la llamara a la discreción. En varias situaciones se replicaron las mismas dinámicas. Por ejemplo, en una ocasión, Terry puso reticencias a la hora de colocar una placa de dos mujeres en acción de confraternidad, unidas por un abrazo abierto, señalando que una de ellas (que representaba a Argentina) tenía el rostro de Ángela y que no le parecía apropiado en términos diplomáticos (Peers, 1976: 69). Otras tensiones similares afloraron en los años posteriores.

Además de estos roces, varios malentendidos se generaron en torno al Cristo, su iniciadora y figuras del gobierno argentino. Como ella misma narraba, en ocasiones, frente a pedidos de miniaturas de gobernantes de distintas latitudes, ante la falta de respuesta oficial, cubrió los gastos para hacer réplicas en oro y plata, o placas de metal, y pagó los envíos por su cuenta. Sin embargo, por las dinámicas diplomáticas, en las que los encargados de negocios y ciertos cónsules oficiaban de emisarios para entregar presentes y correspondencia frente a los introductores de embajadores, se generaron situaciones confusas en las que el presidente Roca recibía agradecimientos y salutaciones por supuestos obsequios diplomáticos que no habían sido oficialmente enviados (ASPU, 1913: 35).

 

La Asociación Sud-Americana de Paz Universal y la confraternidad americana

 

Pese a ser llamada a la discreción, a las ambigüedades para reconocer su papel en el emprendimiento y a las tensiones con hombres de gobierno, Oliveira Cézar consideró que el emplazamiento del Cristo había sido el puntapié inicial de su trayectoria pública. Luego de la inauguración, propulsó el proyecto de construir un convento con refugio a los pies del mismo, inspirándose en San Bernardo de los Alpes, y comenzó a hacer sus primeras incursiones en los ámbitos internacionales antibeligerantes. De este modo, aunque el proyecto y el emplazamiento del Cristo de los Andes se había solapado con intenciones de figuras del catolicismo argentino, ella diseñó una agenda de intereses que la separaron de las jerarquías eclesiásticas y la acercaron, paulatinamente, a las causas de la confraternidad americana y del pacifismo. Las peregrinaciones al Cristo, por ejemplo, dejaron de tener connotaciones religiosas y comenzaron a organizarse como “patrióticas excursiones” que rememoraban las epopeyas de San Martín y proponían revitalizar la hermandad de las naciones sudamericanas. Ella misma se encargaba de enviar gacetillas, información, fotografías y notas de su autoría que narraban las dinámicas de su proyecto a medios de prensa internacionales. En ocasiones, conseguía ser mencionada al pasar en notas breves; en otras, artículos de varias páginas con su firma o su fotografía con autógrafo se publicaron en revistas que daban a conocer los detalles de la iniciativa del Cristo de los Andes.[13]

Fue en 1907 cuando, con estas experiencias en su haber, Oliveira Cézar devino una figura comprometida con la causa del pacifismo. Ese año fundó en Buenos Aires la Asociación Sud-Americana de Paz Universal, una agrupación pionera dedicada a la causa del pacifismo en América Latina. En el acta inaugural se recuperaba su discurso, en el que había declarado que los tiempos exigían dar a conocer los contenidos al pacifismo y propiciar sociabilidades para discutir al respecto en todo el mundo considerado civilizado. Entre los firmantes del documento fundacional se listaron los siguientes nombres: Julio A. Roca, Luis Sáenz Peña, Benito Villanueva, Luis M. Drago, Norberto Quirno Acosta, Joaquín V. González, Emilio Mitre, y figuras del catolicismo local como el Arzobispo de Buenos Aires, Mariano Antonio Espinosa, y el Obispo de Cuyo, Marcelino Benavente (ASPU, 1910: 6).

En el “Acta Constitutiva” de la asociación, redactada en diciembre de 1908, se hace mención explícita a Oliveira Cézar como iniciadora y fundadora, y como artífice de los antecedentes que justifican la constitución y los estatutos de la asociación. En las reuniones de la asociación hubo intervenciones de algunas figuras del catolicismo, como Monseñor Luis Duprat, pero la voz principal fue siempre la suya, y para argumentar acerca de la necesidad de crear la asociación, señalaba: “la vida, la libertad, la aspiración a la felicidad son derechos inalienables no sujetos a ningún gobierno y muy superior a todos ellos […] la Paz, disciplina de vida, supone el sacrificio de los instintos salvajes y el reconocimiento de los principios de amor […] la guerra no es elemento esencial de nuestro sistema social, siendo como el duelo y la esclavitud, restos de la antigua barbarie” (ASPU, 1910: 20.)

En los estatutos se nota un tono cada vez más alejado del catolicismo y asociado al vocabulario del pacifismo laico de comienzos del siglo XX. Temas como el arbitraje internacional, la necesidad de crear un congreso permanente para la paz entre naciones con delegaciones en Sudamérica y de difundir ideas antibélicas, surcaron sus páginas. En cuanto a las acciones, la asociación se proponía la publicación de folletos, una agenda de conferencias, el lanzamiento de un órgano de difusión de novedades, la conformación de distintas comisiones y la creación de una bandera insignia. Los medios de prensa y algunas revistas destacaron la iniciativa como pionera en su tipo en América del Sur. La Ilustración Sud-Americana señalaba: “está en la aspiración de todo argentino proceder como los países más civilizados; y por eso al anunciarse la idea de una Asociación Sud-Americana de Paz Universal ha encontrado tan simpática acogida, figurando en ellas las primeras personalidades del país y las matronas más distinguidas de nuestra sociedad”.[14] La descripción era acertada, entre quienes apoyaron el emprendimiento había numerosas señoras de la alta sociedad, unidas en matrimonio con figuras de la vida política argentina, como Josefa de Figueroa Alcorta, Delfina Mitre de Drago, Clorinda de Avellaneda, Carmen Avellaneda de Goyena, Esther Anchorena de Paz, Teresa de Urién, entre otras. Se hacía referencia, a su vez, a adhesiones categorizadas bajo los rótulos: “Del Clero”, “Del Comercio”, “Estados Unidos del Brasil”, “Chile”, “Estados Unidos de Norteamérica”, “República de Bolivia”, “Guatemala”, “Paraguay”, “Perú”, “Uruguay”. En cada una de estas secciones se puede rastrear un elenco de nombres de figuras políticas e intelectuales variopinto. Para reunir a este elenco, Oliveira Cézar, nombrada iniciadora y presidenta vitalicia de la asociación, se encargó de escribir esquelas personales con el membrete “Presidenta de la Asociación Sud-Americana de Paz Universal”, con el objetivo de convocar a hombres y mujeres de distintas latitudes.[15] La asociación se constituyó con personería jurídica en 1909 y, un año después, quedó asentada en el registro nacional de asociaciones (ASPU, 1910: 38). La organización de esta iniciativa asociativa, se diferenciaba de otras surgidas en Buenos Aires en el período por dos cuestiones. En primer lugar, era una asociación comandada por una mujer, hecho que la diferenciaba de otras contemporáneas (Bruno, 2014). En segundo lugar, mientras que la mayor parte de asociaciones fundadas en esos años respondían a definiciones gremiales o profesionales, o a intereses comunes circunscriptos al plano nacional, desde su nombre y su formulación, esta era una asociación que pretendía trascender los límites de un país y articular intereses de carácter regional, a la vez que bregaba por una causa que consideraba universal.

Pese a la oficialización y a las acciones emprendidas, la entidad y los objetivos de la fundadora fueron puestos en cuestión por sus allegados. Julio A. Roca le escribía: “mucho me alegro que mi firma le haya servido de señuelo para conseguir importantes adhesiones, que me dice, en su proyecto ‘Sociedad Argentina de Paz’”.[16] En otra carta, acusando recibo de un diploma de presidente honorario de la agrupación, comentaba: “veo efectivamente que Ud. con su fe y perseverancia está haciendo verdaderos “milagros” […] La obra es grande ¡Pacificar el mundo!”.[17] Su cuñado, Eduardo Wilde, ponía en entredicho su vocación pacifista: “la felicito por su afición a la paz, pero creo que si Ud. no hubiera hecho trepar a los cerros, por su influencia y admirable tenacidad, a ese pobre Cristo que no hacía nada en la llanura, la paz y la guerra le serían indiferentes”.[18]

Estas reacciones pueden quizás atribuirse al hecho de que, para los contactos próximos, Oliveira Cézar transgredía las conductas esperables de una mujer. Su nieta caracterizaba su entorno con las siguientes palabras: “en la época que le tocó vivir las ideas y aspiraciones de bien público que podía tener una mujer se expresaban por amables sugerencias a los hombres del poder, en salones o entrevistas, y por obras de caridad, ejercidas siempre en instituciones religiosas” (Peers, 1969: 37). Ella distaba de ser una anfitriona de tertulias, una animadora de eventos de caridad o una mujer cristiana que se movía estrictamente dentro de los marcos esperables. Con una agenda definida, más allá de las ironías y las vacilaciones de sus allegados, la asociación y su fundadora recibieron atención extendida en medios de prensa y en los circuitos del pacifismo latinoamericanos y europeos. En un periódico en Quito, por ejemplo, se señalaba que la presidenta de la asociación era la adalid de la confraternidad por sus acciones ligados al Cristo de los Andes, su accionar y su tesón habían bastado para mostrar lo inconducente que resultaba que naciones hermanas se enfrentaran.[19] En Madrid se destacaba su figura como un ejemplo del pacifismo.[20] En París se celebraban las acciones de la distinguida fundadora equiparándolas con los éxitos de la diplomacia oficial.[21] Desde Chile, por su parte Emilia Herrera, otra mujer latinoamericana que puede considerarse una embajadora de la paz, le envió una esquela en la que reconocía su labor como parte de una causa encabezada por mujeres: la confraternidad. En la carta enviada por la chilena a la argentina, se lee: “El Obispo señor Ángel Jara, me envió por encargo de usted las vistas del Cristo que se ha colocado en la Cordillera por iniciativa de usted. Este acto de ambos pueblos ha afirmado la paz eternamente, porque jamás se atrevería ninguno de los dos a cometer un crimen semejante buscando pretexto para pelear. Tanto mi país como el de usted sabrán agradecerle su feliz idea eternamente”.[22]

Este rol de embajadora de la paz y la confraternidad sudamericana fue reconocido por algunos de sus contemporáneos, que propusieron trazar una línea de continuidad histórica que uniera a los héroes de las independencias americanas con Ángela Oliveira Cézar, dado su compromiso con la hermandad entre países. En ese contexto, se pueden leer sentencias como la siguiente: “hagamos saber al que lo ignore el prodigio realizado en este continente, yendo San Martín con nuestro ejército, sin más recursos que el patriotismo, a dar la libertad a otras naciones; y se complementará la obra de confraternidad, cuyo testimonio ha sabido una dama argentina inmortalizar en bronce, rindiendo culto a Dios y tributo a nuestra grandeza nacional”.[23]

La intención de la entidad presidida por Oliveira Cézar, de articular acciones pacifistas y afianzar la confraternidad en América Latina, se puso en acción en el marco de los centenarios de las rupturas de los lazos coloniales de Argentina y Chile, en eventos internacionales de distinta índole, como los Congresos Internacionales de Americanistas y los encuentros por la paz, y en momentos de tensión, como cuando se profundizaron las discusiones limítrofes entre Ecuador y Perú en 1910. En cada una de estas ocasiones, desde la asociación, ella elevó numerosos telegramas a mandatarios, ministros plenipotenciarios, referentes pacifistas y hombres y mujeres de letras con llamamientos al compromiso con la fraternidad. En la misma dirección, en el contexto de las celebraciones del Centenario argentino, la asociación propulsó acciones recordaba así su fundadora: “pudiera pensarse que nuestra participación haya sido muy limitada en la celebración del Centenario, pues no hemos hecho congresos, levantado estatuas, ni pronunciados discursos. No fuimos, sin embargo, indiferentes y con espíritu de patriotismo, y casi en silencio, llevamos muy allá un acto elocuentísimo de pacifismo y confraternidad e la iglesia Catedral de esta ciudad. El día glorioso del Centenario, 25 de mayo de 1910, ante el Gobierno Argentino, la Infanta Isabel de España, el Excmo. señor Arzobispo, embajadores, ministros, el foro, la milicia y el clero, desplegamos por primera vez, después de su bendición en la cumbre, la bandera blanca, insignia de nuestra Asociación, y emblema de paz en Sud-América” (ASPU, 1913: 240).

La imagen retórica que ponía en sintonía los emprendimientos de Oliveira Cézar con las proezas de los libertadores de América Latina a la hora de evaluar sus propósitos, encontró su simbolismo en la bandera mencionada en la cita anterior. La misma lucía el lema “Paz a todas las naciones”, y contaba “con sol de oro y escarapela con los colores de las banderas de todas las naciones del continente americano” (ASPU, 1913: 202). Las escarapelas y sus colores sintetizaban lo que para ella significaba la fraternidad entre naciones. En notas enviadas a los presidentes de Uruguay, Brasil, Bolivia, Ecuador, Chile, Paraguay, Perú y Venezuela, expresaba que, en tanto iniciadora “del primer monumento de paz internacional del mundo en Sud América”, era su objetivo “ensanchar la aspiración universal de paz y que, elevándonos a las esferas del ideal moderno, nos represente en el universo como un arcoíris luminoso bajo el cual viven y progresan las naciones de este continente” (ASPU, 1913: 216).

 

 

El pacifismo internacional y la candidatura al Premio Nobel de la Paz

 

Mientras estos y otros reconocimientos a sus emprendimientos se sumaban, Oliveira Cézar manifestó en su entorno la intención de que sus proyectos e iniciativas fueran apoyadas por el gobierno para que pudieran proyectarse en el escenario internacional. Por ejemplo, aspiró a que en la II Conferencia Internacional de la Paz de La Haya de 1907 se publicitaran sus emprendimientos. Con este objetivo, interpeló a su cuñado, Eduardo Wilde, designado en Bruselas como ministro plenipotenciario, para solicitarle que mediara por ella y le comentaba el interés que su accionar había generado en Estados Unidos. Wilde, le respondió: “No valen mucho los entusiasmos de Norteamérica; allí se entusiasman por todo […] No sé quién será representante argentino en La Haya […] De todos modos, lo que hagan o que no hagan alusión a su Cristo en el Congreso es exactamente lo mismo. Todo lo que se hace en los Congresos no pasa de palabra”.[24] Roca, por su parte, le había señalado a su marido que no comprendía las intenciones de “Angelita” de que “en todos los congresos la mencionen como iniciadora del monumento de la paz levantado en las cumbres más altas del mundo”.[25]

Con estos juicios poco alentadores en circulación, las pretensiones de la presidenta de la asociación quedaron truncas. La delegación oficial argentina en la mencionada conferencia estuvo compuesta por Roque Sáenz Peña, Luis María Drago y Carlos Rodríguez Larreta. Oliveira Cézar no consiguió que la mencionaran, pero se hizo referencia al Cristo de los Andes. En uno de los informes de discursos pronunciados, firmado por Sáenz Peña y Rodríguez Larreta, se indicaba: “aquella tierra (Argentina) es generosa y es fértil para madurar el germen de todas las buenas semillas. Nosotros los recibiremos con el corazón abierto y les haremos ver que tenemos también nuestros altares allá en la más alta plataforma de la cordillera de los Andes, donde hemos tallado con Chile, la imagen del Cristo Redentor inspirando la concordia de los hombres y de los pueblos”.[26]

Dos años después de este congreso, las acciones de Oliveira Cézar dejaron de circunscribirse a entornos y contactos locales y regionales y comenzaron a contar con el apoyo de entidades de distintas geografías. Por ejemplo, fue invitada, con gastos cubiertos, al Second National Peace Congress, realizado en Chicago en mayo de 1909, para participar en sus actividades (ASPU, 1913: 28). No concurrió, pero envió un discurso para que se leyera en el evento. El orador a cargo dio cuenta de su llamamiento a los pacifistas del mundo, denominados “generosos utopistas”, y leyó a viva voz el texto enviado que se cerraba con las siguientes palabras: “Desde estas regiones lejanas nos sumamos a su honorable congreso y en nombre de todos los miembros saludamos y aplaudimos a todos los pacifistas que se unirán allí por tan humanitarias y grandes ideas y elevando en alto nuestro blanco estandarte de paz. Saludamos con un ¡Hurra! inmenso, que llegará a América del Norte y resonará con sus ecos en las montañas de los Andes, trayendo buenas nuevas de los triunfos y conquistas que se han adquirido para el bien de la humanidad” (American Peace Congress, 1909: 86).

En lugar de apersonarse en Estados Unidos, concretó un viaje a Europa que había postergado en varias ocasiones. En ese momento, su hermana, Guillermina Oliveira Cézar, y su cuñado, el mencionado Wilde, representaban a la Argentina en Madrid y contaban con una amplia reputación como matrimonio diplomático (Bruno, Pita y Alvarado, 2021). Con estos antecedentes, apenas llegó Ángela Oliveira Cézar a España los diarios cubrieron su arribo. Se anunciaba la llegada de “dos distinguidas damas argentinas: la señora doña Ángela de Oliveira Cézar de Costa, hermana de la señora de Wilde, y su hija”, y se señalaba que el objetivo del viaje era ir a Suiza para obtener el apoyo Padres de San Bernardo para el convento y el refugio proyectado como continuación de la obra del Cristo de los Andes.[27]

Aunque estos anuncios hacían referencia a una misión acotada, el viaje europeo abrió una serie de oportunidades para Oliveira Cézar, que ella supo capitalizar. En sus recuerdos, así rememoraba esta torsión: “a principios del mes de junio, realicé un viaje a La Haya con el objetivo de solicitar que la reproducción del Cristo de los Andes fuera colocada en el palacio de la Paz […] fui invitada oficialmente, pudiendo concurrir a todas las ceremonias, como persona adicta a la Legación Argentina, en compañía del ministro argentino, Dr. Enrique Moreno y su señora. Asistí también a las recepciones particulares, que en estos días tenían lugar en La Haya, y pude conocer a la mayor parte de los ministros y altas personalidades del país. Según me decían, yo les recordaba la amistad y simpatía que conservaban por mi hermana, la señora de Wilde” (ASPU, 1913: 63).

Abierta esta posibilidad de circular por un mundo de diplomáticos y pacifistas de distintos países, decidió oficiar como propagandista de sus emprendimientos. Al percatarse de que la mayor parte de figuras ligadas al proyecto del Palacio de la Paz no conocían el monumento del Cristo, entregó una cantidad de fotografías, folletos y referencias sobre el mismo. También un libro publicado en francés sobre los antecedentes de la asociación que presidía, titulado Origine et fondation de l’Association Sud-Américaine de Paix Universelle (1910). Según ella misma narra, estas acciones dieron impulso a la idea de emplazar una réplica del Cristo en un sitio de honor del edificio. Dada la respuesta positiva de los responsables del palacio, llegó el momento de solicitar apoyo oficial en Argentina. Así define Oliveira Cézar esta coyuntura: “confiando en la lógica, creí que el gobierno argentino apoyaría y hasta festejaría esa positiva tramitación de la diplomacia femenina […] creo que a nadie puede ocultarse la trascendencia del obsequio, y así espero, sin comentarios al respecto, encontrar una diplomática cogida cuando llegue el momento” (ASPU, 1913: 64). Una revista católica norteamericana, por su parte, dio cuenta de sus incansables gestiones en La Haya y dio por descontado que el gobierno argentino, sin dudarlo, apoyaría la iniciativa de la réplica.[28]

Sin embargo, pese a las expectativas de Oliveira Cézar y a los buenos augurios de los cronistas que cubrieron sus pasos, recibió respuestas ambiguas. Mientras ella acuñaba la noción de “diplomacia femenina” para ponderar su iniciativa y otras afines que podían reforzar los emprendimientos del servicio exterior oficial, sus acciones no fueron recibidas, al menos inmediatamente, con entusiasmo. Confesaba, más tarde, que le ofrecieron apoyar su iniciativa con un monto insuficiente para cubrir los gastos de la réplica del monumento, encargada a un artista belga (ASPU, 1913: 66). Finalmente, y luego de numerosas reuniones, cartas y visitas realizadas en persona, la presidenta de la Asociación Sud-Americana de Paz Universal logró que se firmara un decreto presidencial en el que se señaló la imperiosa necesidad de apoyar la realización de la réplica del Cristo para obsequiarla. Una vez conseguido el apoyo pertinente, Oliveira Cézar se presentó como una voz clave en la articulación del ideario pacifista de la región y describió en estas palabras su logro: “América del Sud, como la Cenicientilla de la fábula, no estaba invitada a formar parte de la fiesta de Palacio […] América es ahora poseedora del Príncipe de la Paz, y tomará un puesto de honor” (ASPU, 1913: 66).

En el viaje europeo iniciado en 1909, también asistió al Congreso de la Paz realizado en Bélgica, donde pudo conocer a distintas figuras del pacifismo. Ya cuando se había producido el emplazamiento del Cristo y la fundación de la asociación había entrado en contacto epistolar con Frédéric Passy y Bertha von Suttner, ambos galardonados con el Premio Nóbel de la Paz, en 1901 y 1905, respectivamente. El primero había felicitado a Oliveira Cézar con motivo de la creación de la asociación y había redactado un himno para el Cristo de los Andes; la segunda le había mandado una carta reconociendo la importancia de la labor de mujeres como ella en la causa del pacifismo (ASPU, 1913: 25-27 y 36-37). Llegaba ahora el momento de entrar en contacto directo con figuras afines en el marco de un congreso internacional. Así recuerda ella esta oportunidad: “desde el principio noté curiosidad, siendo la primera vez que me encontraba en un centro, donde más o menos se conocían todos los representantes. Deseaban oír la voz de la nueva congresista [...] Yo, como la mayor parte de las señoras que viven en Sud América entregadas a los deberes del hogar y la familia, no poseía seguramente el don de la palabra, y en aquel momento me sentí muy inferior a mis correligionarias” (ASPU, 1913: 70). Pese al dejo de modestia de estas impresiones, en el marco del evento fue nombrada miembro de la Comisión Permanente de la Oficina Internacional de la Paz de Berna, y asumió el rol de vocera de Argentina y de la región. Estos logros, como ella misma señala, fueron alcanzados “sin tener mayores recursos ni apoyo oficial”, aunque su intención era sostener el “buen nombre de la nación” y logar un reconocimiento en el mapa del pacifismo mundial para los países de América del Sur (ASPU, 1913: 71).

Mientras algunos de sus allegados miraban con cierta distancia sus acciones, Oliveira Cézar supo posicionarse de manera efectiva en los entramados del pacifismo internacional. En esta dirección, el momento cúlmine de su trayectoria tuvo lugar en 1911, cuando fue nominada al Premio Nobel de la Paz. Debe haber sido un honor para ella verse en esa situación. Cinco años antes, el galardón había sido otorgado a la Baronesa Bherta von Sutner, una figura que la había inspirado por ser una “distinguida escritora que con solo su libro Abajo las Armas se ha hecho célebre en el mundo” (ASPU, 1913: 37). Su postulación fue presentada por Carlos Rodríguez Larreta con el objetivo de premiar sus esfuerzos por poner fin al conflicto entre Argentina y Chile. La candidatura fue apoyada por profesores de la Universidad de Buenos Aires, miembros del parlamento argentino y el ministro plenipotenciario argentino en funciones en España, su cuñado, Eduardo Wilde (Norderval, 2021). Esta postulación favoreció una pertenencia más articulada en los circuitos del pacifismo. Su nombre comenzó a estar vinculado, por ejemplo, a comisiones de asociaciones por la paz coordinadas por figuras como Henri Lafontaine —Premio Nobel de la Paz, 1913—, Émile Arnaud —había presidido la Liga de la Paz y la Libertad—, Fredrik Bajer —Premio Nobel de la Paz, 1908—, y la mencionada Bertha von Suttner —Premio Nobel de la Paz, 1905— (Fried, 1913: 289). Para 1912, ella y la asociación fueron mencionadas como referencia latinoamericana en un volumen que daba cuenta de los movimientos y asociaciones por la paz de Estados Unidos y mapeaba otras existentes en el continente (Moritzen, 1912: 404).

Un año después, Oliveira Cézar estuvo presente en el Palacio de la Paz de La Haya para la inauguración de la réplica del Cristo por la que había bregado. Esta fue colocada en una escalera central y su promotora fue miembro de la representación oficial argentina en el evento (Aalberts y Stolk, 2020). En la inauguración estuvo presente y sus iniciativas parecían entrelazarse armónicamente, sin roces ni malos entendidos, con las intenciones del gobierno argentino. [29] Sobre la ceremonia, señalaba un cronista: “el 28 de agosto se inauguró el Palacio de la Paz, construido a expensas del multimillonario Carnegie. En su hall se ha levantado una estatua en bronce de Cristo Redentor, que es reproducción del Cristo de los Andes […] Es ofrenda de los delegados de la Liga Sudamericana de la Paz en El Haya y del Gobierno argentino” (sic).[30]

El mismo año de la inauguración del Cristo de La Haya, recibió una condecoración papal por la “realización de obras piadosas”.[31] En sintonía con estos eventos, se publicó el libro El Cristo de los Andes, publicado en partes en años anteriores. En 1910, coincidiendo con el viaje europeo, había sido publicado en francés.[32] Se trata de una cuidadosa compilación de textos realizada por la propia Oliveira Cézar. Caramente, ella es la autora de todos los materiales referidos a la Asociación Sud-Americana de Paz Universal, quién ha sistematizado el archivo de correspondencia nacional e internacional, y quién ha organizado los materiales de este grueso volumen. Sin embargo, como en las portadas de los sucesivos folletos y libros publicados por la asociación no figura su nombre en la portada. Todo este material se imprimió con la asociación como responsable de autoría. Entre los escritos que abren el volumen, se presenta una sección titulada: “El movimiento pacifista en la República Argentina. La acción femenina”, y se repasa la historia del Cristo de los Andes, descripto como “Primer Monumento de la Paz Internacional”. A su vez, se recopilan autógrafos recibidos por la presidenta de la asociación, notas de prensa de distintas capitales del mundo y otros documentos. En el volumen se enlaza la suerte del monumento cordillerano, clave para pensar las relaciones y la confraternidad entre naciones sudamericanas, con la historia general de los logros del pacifismo sintetizados en la obra del Palacio de la Paz de la Haya. El libro está recorrido por la tensión que acompañó la trayectoria pública de Oliveira Cézar. Por un lado, se hace referencia a figuras, congresos y logros del pacifismo laico y se compilan cartas que evidencian los contactos y reconocimientos de entidades como el International Peace Bureau y la Office of The American Peace Society. Por otro, se hace presente la cooperación de la iglesia católica en los emprendimientos de paz continentales.

Los reconocimientos continuaron. En 1914, en un informe sobre las relaciones culturales e intelectuales entre Estados Unidos y el resto del continente, el encargado de la Dotación de Carnegie para la Paz Internacional, Harry Bard comentaba: “de acuerdo con las instrucciones especiales del Sr. Presidente, Dr. Nicholas Murray Butler, Director Interino de la División de Intercambio y Educación, visité en Buenos Aires al Sr. Dr. Luis M. Drago, al Sr. Emilio Frers, Presidente del Museo Social Argentino, a la Sra. Da. Ángela de Oliveira Cézar de Costa, Presidenta de la Asociación Sud-Americana de Paz Universal […] y llevé a estas distinguidas personas los correspondientes mensajes que para ellas me fueron confiados” (Bard, 1914: 10 y 11). Además de estas formalidades, el enviado dedicó unos párrafos a comentar que, en conversaciones con la presidenta, ella había manifestado su intención de continuar apostando por el desarrollo de la asociación y que necesitaba fondos con el objetivo de construir un edificio que costaba 300.000 pesos oro. Aunque no obtuvo los fondos, a partir de la publicación de este informe los circuitos del panamericanismo se ocuparon de promocionar la labor de Oliveira Cézar en varias ocasiones. Durante décadas se publicaron folletos e investigaciones sobre el Cristo de los Andes y sus pormenores, realizados por uno de los bibliotecarios de la Unión Panamericana, Charles E. Babcock (1938). En los años sesenta, desde la imprenta de la Unión Panamericana, se dio a conocer un pequeño libro que narraba la historia del Cristo y la contextualizaba en la historia de las relaciones entre naciones y el arbitraje internacional.[33]

 

Consideraciones finales

 

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Oliveira Cézar se propuso redactar un manifiesto firmado por altas personalidades del continente americano. Una vez más, su iniciativa fue minimizada por el expresidente Roca. En una carta de 1914, le escribía: “me negué a firmar la nota […] por creerla inútil ¿Qué caso nos van a hacer a unos cuantos firmantes argentinos ante el incendio colosal de la Europa, que más parece un castigo de Dios que otra cosa? Los buenos propósitos pacíficos debemos guardarlos en nuestro pecho […] Lo que tiene que hacer Ud. es cubrir de luto la estatua del Cristo de los Andes. Confíe en mi discreción y amistad y no tema que ponga en ridículo sus nobles y pacíficos anhelos”.[34]

Durante los años de la contienda, no es sencillo reconstruir la trayectoria de Oliveira Cézar. No parece haber encontrado un espacio para poner en acción sus ideas. Llegaba la hora del ocaso de una trayectoria que, a la luz del movimiento pacifista desatado en el contexto beligerante, parecía anticuado y carente de la politización que los tiempos demandaban (Patterson, 2008; Gottlieb y Johnson, 2020). Los esfuerzos de distintas agrupaciones de mujeres por la paz proliferaron y definieron nuevas agendas que, ahora sí, estaban definitivamente disociadas de las modulaciones del pacifismo católico y sus derivas (Blasco Lisa y Magalló Portolés, 2020; Roach Pierson, 2019). Surgían alrededor del mundo movimientos, agrupaciones o corrientes transnacionales de pensamiento y acción en las que los roles de las mujeres fueron relevantes en la articulación de causas como el pacifismo y las antibeligerancias con las luchas por los derechos civiles y políticos y las acciones de movimientos feministas, y otras asociaciones surgidas desde la sociedad civil que tuvieron luego un impacto en reivindicaciones políticas y humanitarias (Alonso, 1992; Blasco Lisa y Magallón Portolés, 2020; Gottlieb y Hucker, 2020; Iriye, 2002; McKenzie, 2011; Papachristou, 1990; Patterson, 2008; Rupp, 1994; Rupp, 1996). Estos movimientos y corrientes hacían ver a figuras como Oliveira Cézar como parte del pasado.

Roca había augurado, a comienzos del siglo XX, que el emplazamiento del Cristo sería el zenit de la trayectoria de “Angelita”, como gustaba llamarla, y le había escrito: “esta empresa cristiana y patriótica debe bastarle para llenar su vida”.[35] Pero el cálculo del presidente fue errado. Ese episodio ofició, en realidad, como un lanzamiento de su carrera pública y transnacional como figura del pacifismo sudamericano. La fraternidad entre Chile y Argentina, escenificada en la inauguración de la estatua, le hizo ganar un lugar, al menos retórico, en el panteón de los héroes de las independencias. También le garantizó el respeto de otra mujer “pacificadora de América”, como fue Emilia Herrera. Y, convertida en una figura del pacifismo, fue candidateada al Premio Nobel de la Paz. De este modo, aunque sus intereses y sus acciones en el plano de lo que llamó “diplomacia femenina” fueron incomprendidas o minimizadas por parte de su círculo íntimo, sus iniciativas cosecharon reconocimientos y recibieron apoyo de distintas personalidades.

Pese a sus esfuerzos por devenir una voz del pacifismo laico de América del Sur, fueron las proyecciones del Cristo las que marcaron su legado: durante décadas, las asociaciones de mujeres católicas, como la Young Women’s Christian Association, convirtieron a Oliveira Cézar en un modelo a seguir.[36] El Cristo, a treinta años de su emplazamiento, seguía siendo mencionado como el monumento de paz más importante del continente americano.[37] Entre las décadas de 1920 y 1940 se publicaron varios artículos sobre la estatua y su rol simbólico en el marco de las relaciones entre naciones (Allen, 1930; Call, 1935; Fetter, 1932; Lobingier, 1930; Tourneur, 1928). Además de inspirar poemas, sonetos y otras piezas, el Redentor de los Andes tuvo una sinfonía dedicada y otras piezas musicales, como la oda “Black Christ of de Andes”, considerada un himno jazz asociado a la causa de los Derechos Civiles en Estados Unidos (Murchison, 2002). En la actualidad, en numerosas fotografías que circulan en las redes sociales, puede verse a turistas que posan debajo del Cristo de los Andes y en las escalinatas del Palacio de Paz de La Haya, donde se emplazó su réplica.

El nombre de Ángela Oliveira Cézar no corrió igual suerte. No aparece tratado en las obras de referencia de las últimas décadas sobre el movimiento pacifista internacional ligado al accionar de mujeres. Algunas menciones aisladas se pueden encontrar en obras sobre el elenco de figuras que a lo largo de la historia obtuvo el Premio Nóbel de la Paz (Bader-Zaar, Diendorfer y Reitmair-Juárez, 2018; Norderval, 2021). Su nieta, Carmen Peers apuntaba sobre las hermanas Oliveira Cézar: “tanto mi abuela Ángela, como su hermana Guillermina […] eran mujeres, como tantas que uno encuentra en la Historia o en la Literatura, en franco desacuerdo con el país que les tocó vivir. No se conformaban con existir dentro de los límites estrechos de su casa, su familia, sus relaciones. Les interesaba el vasto mundo, sus avatares bélicos o sociales, la política internacional, las nuevas ideas que surgían y los posibles métodos de aplicación” (Peers, 1976: 11). Aunque idealizada por la cercanía familiar de quién propuso este balance, la sentencia puede ofrecer algunos indicios sobre las resistencias o las dudas que sus emprendimientos generaron entre su círculo de allegados y familiares.

Así y todo, ganó un renombre a escala internacional y, a diferencia de otras mujeres de la vida diplomática y los circuitos internacionales, su trayectoria no se forjó en los espacios provistos por el servicio exterior y habilitados en la época exclusivamente a los hombres (Bruno, Pita, Alvarado, 2021). No fue, como otras conocidas “damas diplomáticas” esposa de un secretario de legación, un comisionado especial, un cónsul o un enviado oficial. Su perfil no respondió, por lo tanto, al de las mujeres reconocidas partners de la diplomacia y ofrece algunas pistas para estudiar lo que algunas especialistas han denominado “agencia de las mujeres” —women’s agency— o a la “agencia femenina” —female agency—en el escenario internacional (Sluga y James, 2016; James, 2020) en escala transnacional. Estas perspectivas permiten analizar las trayectorias de mujeres en tanto sujetos activos dentro de la arena de la diplomacia y las relaciones entre naciones, en tanto mediadoras en asuntos estatales, forjadoras de relaciones y activas negociadoras políticas.

A su vez, puede ser útil, si se considera de manera flexible, pensar la trayectoria de Oliveira Cézar a partir de la expresión “embajadora no oficial”, planteada para dar cuenta del rol de mujeres que cumplieron con tareas ligadas al servicio cultural de sus países, pero que no siempre contaron con reconocimiento oficial explícito. Por último, sus iniciativas pueden ser enmarcadas en la noción de “diplomacia cultural no estatal” (Blitekin, 2020); esta noción es sugerente para pensar las tensiones generadas entre ella y algunos hombres del gobierno argentino, analizar la falta de sintonía entre sus emprendimientos y los apoyos oficiales, y las brechas entre reconocimientos recibidos por figuras europeas, latinoamericanas y norteamericanas y la displicencia del entorno local.

 

 

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Recibido: 25/02/2022

Evaluado: 18/04/2022

Versión Final: 21/04/2022



[1] Para un desarrollo sobre las posibilidades metodológicas e interpretativas a la hora de pensar una trayectoria femenina en esta dirección puede verse Bruno (2022).

[2] Su apellido aparece escrito de formas diferentes en las fuentes disponibles. En algunas ocasiones se lee “de Oliveira Cézar” en otras, se escribe sin “de”. También se encuentra con y sin tilde el segundo apellido. Para evitar confusiones sobre el “de” como parte del apellido compuesto familiar y el correspondiente a marca matrimonial, he optado por unificar el criterio de mención sin en “de” a la hora de hacer referencia a su nombre completo.

 

[3] Carta de Julio Argentino Roca a Ángela Oliveira Cézar, sin datos de ciudad y fecha, reproducida en Peers (1976: 60).

[4] Carta de Julio Argentino a Ángela Oliveira Cézar, sin datos de ciudad, 23/10/1903, reproducida en Peers (1976: 61).

[5] Puede verse el volumen: (1903) Confraternidad sud americana. Chile en la Argentina: obra descriptiva de la recepción y agasajos hechos por el gobierno y el pueblo argentinos a la delegación chilena que visitó la ciudad de Buenos Aires en los días 22 de mayo y 6 de junio de 1903, Buenos Aires, Ortega y Radaelli.

[6] Caras y Caretas, Buenos Aires, 05/03/1904.

[7] El Tiempo Ilustrado, México, 22/05/1904.

[8] L’Universel, Organe du Mouvement Pacifique Chrétien, París, año 8, núm. 7, 1906; The Advocate of Peace, Boston, 01/04/1905.

[9] Indicios en este sentido pueden verse en ASPU, 1913: 43.

[10] Carta de Julio A. Roca a Ángela Oliveira Cézar, sin referencias de ciudad y fecha, reproducida en Peers (1976: 61).

[11] The Evening Star, Washington, D.C, 11/05/1908; The Washington Herald, Washington, D.C, 12/05/1908; The Washington Herald, Washington, D.C, 27/03/1910.

[12] Carta de Julio A. Roca a Pascual Costa, París, 27/06/1906, reproducida en Peers (1976: 88).

[13] Oleveira (sic) Cézar de Costa, Ángela, “The Christ of the Andes”, en The Independent, vol. LIX, n.º 2966, Ney York, 05/10/1905, pp. 804-808.

[14] La Ilustración Sud-Americana, Buenos Aires, 30/12/1908.

[15] Puede verse, por ejemplo: Archivo Rubén Darío, Universidad Complutense, Documentos personales, Carpeta 8, Signatura: 654. Disponible en http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc1r868

[16] Carta de Julio A. Roca a Ángela Oliveira Cézar, sin datos de ciudad y fecha, reproducida en Peers (1976: 100).

[17] Carta de Julio A. Roca a Ángela Oliveira Cézar, Buenos Aires, 23/12/1908, reproducida en Peers (1976: 98 y 99).

[18] Carta de Eduardo Wilde a Ángela Oliveira Cézar, Bruselas, 08/05/1905, reproducida en Peers (1976: 86).

[19] El Tiempo, Quito, 12/01/1909.

[20] La Lectura. Revista de Ciencias y de Artes, Madrid, octubre de 1910, núm. 113, p. 87.

[21] La Revue Diplomatique, París, 26/09/1909.

[22] Esquela fechada el 18/04/1904, reproducida en Asociación Sud-Americana de Paz Universal (1913: 86).

[23] La Ilustración Sud-Americana, Buenos Aires, 30/12/1908.

[24] Carta de Eduardo Wilde a Ángela Oliveira Cézar, Bruselas, 08/05/1905, reproducida en Peers (1976: 86).

[25] Carta de Julio A. Roca a Pascual Costa, París, 27/06/1906, reproducida en Peers (1976: 88).

[26] La República Argentina en la Segunda Conferencia Internacional de la Paz. Haya, 1907, Buenos Aires, Imprenta y Litografía A. Pech, 1908, p. 60.

[27] El Imparcial, Madrid, 23/04/1909.

[28] America. A Catholic Review of the week, Nueva York, vol. 2, oct., 1909, p. 37.

[29] La presencia de Ángela Oliveira Cézar en el evento fue constatada por medio del acceso a una fotografía solicitada a la institución involucrada. Los datos de la misma son los siguientes: Inauguration of the statue Christ of the Andes donated by Argentina, Peace Palace 1913. Photo: unknown, Collection Carnegie Foundation, Peace Palace, Carnegie Stichting-Vredespaleis, Art Collection and Archives. Agradezco al personal del mencionado repositorio.

[30] Razón y Fe, Madrid, año, XIII, tomo XXXVII, septiembre-diciembre de 1913, p. 272.

[31] Caras y Caretas, Buenso Aires21/03/1914.

[32] (1910) Origine et fondation de l'Association Sud-Américaine de Paix Universelle

[33] Pan American Union, Christ of the Andes, Washington, D.C., Pan American Union, 1967.

[34] Carta de Julio A. Roca a Ángela Oliveira Cézar, sin datos de ciudad, 12/07/1914, reproducida en Peers (1976: 112).

[35] Carta de Julio A. Roca a Ángela Oliveira Cézar, sin datos de ciudad, 23/10/1903, reproducida en Peers (1976: 61).

[36] Véase, por ejemplo, Young Women's Christian Association (1919), The Christ of the Andes, Washington, National Board of the Young Womens Christian Association of the United States.

[37] “Christ of the Andes. Symbol of Peace”, en Bulletin of The Pan American Union, vol. 81, issue 2, 02/1947, pp. 99-100.