Embajadora de la paz: Ángela Oliveira
Cézar, “diplomacia femenina”,
confraternidad americana y pacifismo internacional en el pasaje del
siglo XIX
al XX
Ambassadress of Peace: Ángela Oliveira
Cézar, "Female
Diplomacy", American Fraternity and International Pacifism at the turn
of
Nineteenth to Twentieth Century
Paula
Bruno
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(Argentina)
https://orcid.org/0000-0003-2877-617X
Resumen
El
artículo versa sobre la trayectoria de Ángela Oliveira
Cézar
(1860-1940), una mujer nacida en territorio argentino que devino una
figura de
referencia del pacifismo internacional del pasaje del siglo XIX al XX.
A partir
de su itinerario, se analizan las posibilidades y los límites de
una mujer
latinoamericana a la hora de emprender acciones motivadas por causas
como la
confraternidad americana y el pacifismo internacional y se muestra la
articulación entre las repercusiones locales, regionales y
transnacionales de
sus ideas y acciones, que la convirtieron en la primera mujer en fundar
una
asociación pacifista en América Latina y en candidata al
Premio Nóbel de la
Paz. Para reconstruir su trayectoria se ha recurrido a fuentes de
distinto
tipo: prensa periódica argentina, latinoamericana,
estadounidense y europea, documentación
oficial argentina producida para eventos internacionales,
correspondencia
personal de época reproducida en volúmenes publicados, y
otras.
Palabras Clave
Confraternidad
americana; Pacifismo; Sociabilidades pacifistas;
Vida diplomática; Diplomacia femenina.
Abstract
The
article deals
with the trajectory of Ángela Oliveira Cézar (1860-1940),
a woman born in
Argentina who became a reference figure of international pacifism in
the turn
of nineteenth to twentieth century. Based on her itinerary, the
possibilities
and limits of a Latin American woman are analyzed when undertaking
actions
motivated by causes such as the American brotherhood and international
pacifism, and the articulation between the local, regional and
transnational
repercussions of her ideas is shown. Her actions made her the first
woman to
found a peace association in Latin America and a candidate for the
Nobel Peace
Prize. To reconstruct his career, different types of sources have been
used:
Argentine, Latin American, American and European periodical press,
official
Argentine documentation produced for international events, personal
correspondence from the time reproduced in published volumes, among
others.
Keywords
American
Fraternity; Pacificism,; Pacifists Sociabilities; Diplomatic
Life; Female Diplomacy.
Introducción
El siglo XIX
latinoamericano se caracterizó
por constantes enfrentamientos, redefiniciones de límites y
disputas por el
control de ciertas áreas entre las nuevas naciones. En este
contexto, tuvieron
lugar varias instancias de definición de límites que
llevaron a reuniones entre
figuras del servicio exterior de los países, peritajes y
tratados de definición
de fronteras y de control armamentista. La historia diplomática
de corte
institucional ha dado cuenta de cómo se resolvían estos
conflictos por medio de
laudos y encuentros entre representantes estatales.
Los ritmos de la
consolidación de las
reparticiones estatales de las naciones de América Latina a lo
largo del siglo
XIX, por su parte, generaron nuevas oportunidades de acceso a cargos y
funciones para los hombres de ciertas familias y posiciones. Entre
ellas, las
del servicio exterior propiciaron que figuras latinoamericanas
transitaran por
circuitos y espacios de la diplomacia que contaban con niveles de
formalización
y protocolos consolidados, algunos de los cuales se habían
forjado durante siglos
(Delgado Llanos y Sánchez Andrés, 2012). Comisionados
especiales, encargados de
negocios, ministros plenipotenciarios, secretarios de legaciones,
cónsules y
agregados, fueron algunos de los puestos que los hombres de las nuevas
repúblicas comenzaron a ejercer (Bruno, 2018; Cagiao Vila y
Enrique Elías-Cano,
2018; Suárez Argüello y Sánchez Andrés,
2017).
A la par de estos
hombres, algunas mujeres
latinoamericanas tuvieron la chance de conformar parte del mundo
transnacionalizado de la diplomacia. Muchas de ellas lo hicieron en
tanto
“damas diplomáticas”, una expresión de
época que devino en los últimos años una
categoría analítica (Domett, 2005, Mori, 2015, Wood,
2005). Otras, en cambio,
se sumaron a los circuitos internacionales por medio de caminos no
asociados a
los de sus maridos. Varias de ellas fueron promotoras de acciones que
surgían
de la sociedad civil y entraban en sintonía con iniciativas
estatales o
gubernamentales. En estas iniciativas, la labor de mujeres era
destacada en lo
que he dado en llamar “embajadoras de la paz” (Bruno, Pita
y Alvarado, 2021).
Se trataba de mujeres de elite que emprendieron acciones pacifistas
antes de la
Primera Guerra Mundial y que sostenían campañas
públicas para llamar a la
confraternidad americana y mediar en los conflictos regionales.
Para casos europeos se
cuenta con
trayectorias con las que se pueden establecer comparaciones y
parangones con
este tipo de perfil, como la de Bertha von Suttner, merecedora del
Premio Noble
de la Paz en 1905 (Nolt, 2002). Su perfil respondía a ciertos
rasgos:
proveniente de una familia militar, con título de baronesa,
educada en círculos
de sociabilidad cosmopolitas, logró hacerse un espacio en la
escena del
pacifismo internacional. En América Latina, algunas trayectorias
de mujeres
encarnaron, con modulaciones particulares, este perfil. Sobre todo,
para un
período en el que el pacifismo laico y el católico
estaban en parte
superpuestos y en el que mujeres que pertenecían a
círculos católicos
desencadenaban acciones que las distanciaban de las jerarquías
eclesiásticas y
las acercaban a reivindicaciones seculares (Di Stefano y Zanca, 2016).
Entre
esas trayectorias se destaca el perfil aquí tratado de
Ángela Oliveira Cézar. A
través de su itinerario, como aquí puede verse, es
posible dar cuenta de
eventos que ponían en relación iniciativas locales con
marcos regionales y
transnacionales y que dan cuenta de circuitos conectados entre acciones
de la
sociedad civil, iniciativas estatales nacionales y circuitos y
organizaciones
internacionales.[1]
Hacia la
confraternidad
entre Chile y Argentina
Ángela Oliveira
Cézar (Gualeguaychú,
1860-Buenos Aires, 1940) provenía de una familia de la elite
argentina y
contrajo matrimonio con Pascual Costa.[2] Esta alianza la
acercaba a un entramado de relaciones de familias argentinas en el que
los
apellidos Roca, Wilde, Terry, Costa, Funes, Paz y otros, se
entrelazaban y
estaban sostenidos por amistades cercanas, casamientos y parentesco
(Losada,
2008). En su mundo primaban las sociabilidades de hombres y, desde muy
temprano, supo manejarse con soltura entre ellos. A lo largo de su
trayectoria
pública, no dudó en interpelar de manera directa a
mandatarios, figuras
jerárquicas del catolicismo y el pacifismo, ministros
plenipotenciarios y
hombres de letras a la hora de concretar sus proyectos. Centro
aquí la atención
en sus acciones en los años comprendidos entre 1902 y 1910.
Hasta finales del
siglo XIX la vida pública
de Oliveira Cézar estuvo ligada a formas del compromiso social
que respondían a
un marco local y a circuitos bastante usuales para la época: se
consideraba una
mujer católica y formaba parte de la Congregación de
Madres Cristianas del
Colegio Lacordaire de la orden de los Dominicos, en Buenos Aires
(Lionetti,
2001; Mead, 2001). Su destino dio un vuelco a comienzos del siglo XX,
luego de
la firma del Tratado de Equivalencia Naval, Paz y Amistad
—conocido como Pactos
de Mayo— de 1902, firmados por José Antonio Terry, por
Argentina, y Ramón
Antonio Vergara Donoso, por Chile. Con el fallo arbitral de la corona
británica, a cargo de Eduardo VII, se pusieron en
práctica las nociones
vigentes de arbitraje internacional, se resolvió el conflicto
limítrofe y se
puso coto a las posibilidades de acopio armamentista de ambas naciones
(Errázuriz Guilisasti y Carrasco Domínguez, 1968; Letts de
Espil, 1972;
Sanchís Muñoz, 2010: 171).
En ese contexto,
Oliveira Cézar le propuso al
presidente Julio A. Roca, que estaba a cargo de su segundo mandato, que
una
estatua de Cristo, que se encontraba en el Colegio Lacordaire, fuera
emplazada
como símbolo de fraternidad y paz en el límite
cordillerano. Su proyecto
apuntaba a darle un corolario de envergadura simbólica al
mencionado tratado.
Así rememoraba años después su iniciativa:
“banquetes, bailes, paseos, todo me
parecía pobre y de recuerdo efímero, considerando
aquellos pactos de paz,
firmados y obtenidos por arbitraje, eran los actos más gloriosos
y humanitarios
que país puede festejar. Como tal, deseaba yo verlo conmemorado
con un hecho de
la misma magnitud” (Asociación Sud-Americana de Paz
Universal -en adelante:
ASPU-, 1913: 39).
El monumento del
Cristo había sido encargado
por el Fray Marcelino Benavente al artista Mateo Alonso, con el
objetivo de ser
expuesto en el llamado Puente del Inca en Mendoza. La intención
era responder
al llamado de la Encíclica Tametsi Futura (1900), del
Papa León XIII,
que incitaba a los católicos del mundo a hacer manifiesta la
devoción por el
Cristo Redentor. La propuesta hecha por Oliveira Cézar al
presidente
resignificaba el contenido original de la estatua y proponía una
nueva
tendencia en relación con las prácticas vigentes en el
emplazamiento de
monumentos latinoamericanos. En general, en el marco de las tensiones
diplomáticas o de reforzamiento identitario en cada país,
se apostaba por
exaltar las simbologías patrias, “nacionalizar” a
figuras de las independencias
o dar cuenta de las glorias militares del pasado (Ortemberg, 2014;
Sevilla y
Sevilla, 2004; Martínez Baeza, 2004).
Ante la iniciativa de
Oliveira Cézar, Roca le
respondió entusiasta: “la idea de la estatua del Cristo
Redentor, para
conmemorar la paz definitiva con Chile, me parece muy cristiana, muy
patriótica
y muy digna de aplauso”. [3]
Luego
de recibir este apoyo, se sucedieron citas para que delegados chilenos
y el
presidente argentino conocieran la efigie. Ante un clima de
opinión positivo de
representantes de ambas naciones frente al proyecto, Oliveira
Cézar recibió
otra carta del mandatario en la que le hacía saber el
beneplácito de José A.
Terry, firmante de los Pactos de Mayo. Apuntaba al respecto:
“está encantado
por la inauguración del monumento a Cristo en la línea
divisoria de los Andes,
con la asistencia de los presidentes de ambas Repúblicas y la
Asociación de Señoras
autoras de la obra”.[4]
Los episodios de
preparación e inauguración
del Cristo fueron cubiertos con atención por la prensa
latinoamericana y asumió
un lugar en el marco de la agenda de eventos compartidos por delegados
chilenos
y argentinos.[5] Curiosos y devotos se
acercaban a presenciar los avances de la construcción del
pedestal y el
montaje.[6]
El
proyecto llegó a buen destino y la estatua fue ubicada en las
alturas
cordilleranas. Se inauguró en marzo de 1904 con una extendida
cobertura de
prensa y revistas de varias naciones. En la ceremonia de
inauguración no
participaron los presidentes, pero sí enviados
diplomáticos, ministros de ambos
países y figuras del catolicismo. Estos episodios estuvieron
también
acompasados por los ritmos de otro hito diplomático: en 1903 se
reanudaron las
relaciones entre Argentina y la Santa Sede, que habían sido
interrumpidas
durante la primera presidencia de Roca (Sanchís Muñoz,
2010: 173). A su vez,
entre los representantes del catolicismo argentino imperaba el clima
marcado
por la mencionada Encíclica Tametsi Futura. De este
modo, una agenda
religiosa y una diplomática se superponían.
Desde el comienzo de
estos episodios, además,
la autoría del emprendimiento y las intenciones de emplazar el
monumento se
prestaron a lecturas confusas y contradictorias. Por un lado, el hecho
de que
la figura fuera la de Cristo, la presencia de hombres del catolicismo
en la
inauguración, y la pertenencia de la iniciadora de la idea a un
grupo de madres
cristianas, fueron elementos que bastaron para atribuir los
méritos a las
fuerzas católicas argentinas. En paralelo, como el monumento
había sido
encargado con otra finalidad por el Fray Marcelino Benavente, en varias
ocasiones se atribuía el mérito del emplazamiento
cordillerano a él. De este
modo, se reconocía al Obispo de Cuyo como responsable, y se
nombraba en segundo
lugar a la “respetabilísima matrona” Oliveira
Cézar, por darle “una
significación más amplia, consagrándose como una
protesta de amor, de
veneración, de gratitud a Cristo, hecha por los dos
países chileno y
argentino”.[7]
Su
nombre solía diluirse en plurales como “damas
distinguidas” o “señoras
cristianas”. Así y todo, ella recibió de
Monseñor Espinosa una bendición del
Papa Pío X y una medalla como reconocimiento al emprendimiento
de emplazar el
Cristo en la cordillera de los Andes. Durante años, en medios de
prensa ligados
al pacifismo cristiano y en algunas publicaciones norteamericanas de
distinta
índole, se hacía referencia en un lugar
protagónico al mencionado Fray Benavente
y, casi al pasar, a “Madame de Costa”, presidenta de una
asociación de mujeres
influyentes que se había ocupado de la suscripción para
recaudar fondos para
que la empresa fuera posible.[8]
En el marco de estas
dinámicas ambiguas,
paulatinamente, Oliveira Cézar comenzó a expresar su
incomodidad frente al
hecho de quedar relegada dentro de rótulos colectivos, o cuando
su iniciativa
era atribuida a terceros.[9] De este modo, aunque
Roca había augurado para ella un liderazgo indiscutido de la
empresa al
señalar: “la felicito a Ud. por sus triunfos del Cristo
Redentor y conquistar
ministros, arzobispos, obispos y prelados distinguidos los que sin duda
se han
de encontrar bien y contentos en su compañía”[10], tuvo que batallar
para
que se reconocieran sus méritos.
Luego de la
inauguración, Oliveira Cézar
recibió mensajes de congratulación de distintas figuras
de la vida política
latinoamericana y europea. Entre las felicitaciones recibidas de parte
de argentinos
se destacaron las de Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen,
Julio A. Roca,
Joaquín V. González, David Peña, Carlos
María Ocantos, Belisario Roldán, Carlos
Guido y Spano y Manuel Ugarte. Desde Chile enviaron sus mensajes Emilia
Herrera, Ramón Antonio Vergara Donoso, Augusto Orrego Lucco,
Rafael Ewards y
Anselmo Hevia Riquelme. Desde Bolivia le llegó un mensaje de
Emilio Fernández,
y desde Uruguay envió sus respetos Julio Herrera y Obes. En
varias de estas
cartas y esquelas se encuentran referencias a la promotora de la
iniciativa
como mujer y se destaca que cuenta con atributos diferentes a los de
los
hombres para intervenir en temas internacionales. Por ejemplo, Carlos
María
Ocantos, señalaba: “la doctrina del arbitraje que, a pesar
de crueles desengaños,
recibió siempre ferviente culto en nuestra patria, necesitaba
encarnar en un
corazón de mujer para adquirir más robusta y fecunda
vida” (testimonio
reproducido en ASPU, 1913: 100). Este tipo de apreciaciones se
reiteró, aunque
con otras entonaciones, en felicitaciones y esquelas de varios obispos,
vicarios y voceros de la iglesia católica. En la que
escribió Modesto Becco,
por ejemplo, de la orden de los dominicos, se destacaba: “vos,
señora,
pertenecéis a esas mujeres legendarias del suelo argentino
porque abrigáis en
el santuario del alma el culto por todo lo que puede hacer grande y
feliz a la
patria” (testimonio reproducido en ASPU, 1913: 101).
Entre los
reconocimientos recibidos más allá
de América Latina, Oliveira Cézar otorgó especial
importancia al de Andrew
Carnegie, que en varios discursos públicos propuso tomar la
lección del Cristo
de los Andes y replicarla en el mundo (Patterson, 1970). Hizo varias
menciones
al emprendimiento en su visita a las obras de construcción del
Palacio de la Paz
de La Haya, y en algunos eventos panamericanos, en los que
describía el
acontecimiento como una acción pacifista ejemplar.[11]
Mientras el nombre y
la acción de Oliveira
Cézar ganaban reconocimiento en circuitos internacionales, en la
correspondencia privada se hacía saber que ese protagonismo le
resultaba
incómodo al firmante del acuerdo con Chile, y luego ministro de
Relaciones
Exteriores, José A. Terry. El presidente de la nación,
Julio A. Roca le
señalaba a su marido, Pascual Costa: “dígale a
Angelita que […] Terry, como
autor de la paz con Chile, le ha tenido siempre mala voluntad a la
iniciadora
del Monumento a la paz en los Andes, creyendo, sin duda, que esta paz
le hacía
daño o le quitaba brillo a la suya”.[12]
Claramente, este era un mensaje que, atravesado por la ironía de
comparar un
tratado de definición de límites con el emplazamiento de
un monumento,
interpelaba al marido para que aplacara los ánimos de su esposa
y la llamara a
la discreción. En varias situaciones se replicaron las mismas
dinámicas. Por
ejemplo, en una ocasión, Terry puso reticencias a la hora de
colocar una placa
de dos mujeres en acción de confraternidad, unidas por un abrazo
abierto,
señalando que una de ellas (que representaba a Argentina)
tenía el rostro de
Ángela y que no le parecía apropiado en términos
diplomáticos (Peers, 1976:
69). Otras tensiones similares afloraron en los años
posteriores.
Además de estos
roces, varios malentendidos
se generaron en torno al Cristo, su iniciadora y figuras del gobierno
argentino. Como ella misma narraba, en ocasiones, frente a pedidos de
miniaturas de gobernantes de distintas latitudes, ante la falta de
respuesta
oficial, cubrió los gastos para hacer réplicas en oro y
plata, o placas de
metal, y pagó los envíos por su cuenta. Sin embargo, por
las dinámicas
diplomáticas, en las que los encargados de negocios y ciertos
cónsules
oficiaban de emisarios para entregar presentes y correspondencia frente
a los
introductores de embajadores, se generaron situaciones confusas en las
que el
presidente Roca recibía agradecimientos y salutaciones por
supuestos obsequios
diplomáticos que no habían sido oficialmente enviados
(ASPU, 1913: 35).
La Asociación
Sud-Americana de Paz Universal y la confraternidad americana
Pese a ser llamada a
la discreción, a las
ambigüedades para reconocer su papel en el emprendimiento y a las
tensiones con
hombres de gobierno, Oliveira Cézar consideró que el
emplazamiento del Cristo
había sido el puntapié inicial de su trayectoria
pública. Luego de la
inauguración, propulsó el proyecto de construir un
convento con refugio a los
pies del mismo, inspirándose en San Bernardo de los Alpes, y
comenzó a hacer
sus primeras incursiones en los ámbitos internacionales
antibeligerantes. De
este modo, aunque el proyecto y el emplazamiento del Cristo de los
Andes se
había solapado con intenciones de figuras del catolicismo
argentino, ella
diseñó una agenda de intereses que la separaron de las
jerarquías eclesiásticas
y la acercaron, paulatinamente, a las causas de la confraternidad
americana y
del pacifismo. Las peregrinaciones al Cristo, por ejemplo, dejaron de
tener
connotaciones religiosas y comenzaron a organizarse como
“patrióticas
excursiones” que rememoraban las epopeyas de San Martín y
proponían revitalizar
la hermandad de las naciones sudamericanas. Ella misma se encargaba de
enviar
gacetillas, información, fotografías y notas de su
autoría que narraban las
dinámicas de su proyecto a medios de prensa internacionales. En
ocasiones,
conseguía ser mencionada al pasar en notas breves; en otras,
artículos de
varias páginas con su firma o su fotografía con
autógrafo se publicaron en
revistas que daban a conocer los detalles de la iniciativa del Cristo
de los
Andes.[13]
Fue en 1907 cuando,
con estas experiencias en
su haber, Oliveira Cézar devino una figura comprometida con la
causa del
pacifismo. Ese año fundó en Buenos Aires la
Asociación Sud-Americana de Paz
Universal, una agrupación pionera dedicada a la causa del
pacifismo en América
Latina. En el acta inaugural se recuperaba su discurso, en el que
había
declarado que los tiempos exigían dar a conocer los contenidos
al pacifismo y
propiciar sociabilidades para discutir al respecto en todo el mundo
considerado
civilizado. Entre los firmantes del documento fundacional se listaron
los
siguientes nombres: Julio A. Roca, Luis Sáenz Peña,
Benito Villanueva, Luis M.
Drago, Norberto Quirno Acosta, Joaquín V. González,
Emilio Mitre, y figuras del
catolicismo local como el Arzobispo de Buenos Aires, Mariano Antonio
Espinosa,
y el Obispo de Cuyo, Marcelino Benavente (ASPU, 1910: 6).
En el “Acta
Constitutiva” de la asociación,
redactada en diciembre de 1908, se hace mención explícita
a Oliveira Cézar como
iniciadora y fundadora, y como artífice de los antecedentes que
justifican la
constitución y los estatutos de la asociación. En las
reuniones de la
asociación hubo intervenciones de algunas figuras del
catolicismo, como
Monseñor Luis Duprat, pero la voz principal fue siempre la suya,
y para
argumentar acerca de la necesidad de crear la asociación,
señalaba: “la vida,
la libertad, la aspiración a la felicidad son derechos
inalienables no sujetos
a ningún gobierno y muy superior a todos ellos […] la
Paz, disciplina de vida,
supone el sacrificio de los instintos salvajes y el reconocimiento de
los
principios de amor […] la guerra no es elemento esencial de
nuestro sistema
social, siendo como el duelo y la esclavitud, restos de la antigua
barbarie”
(ASPU, 1910: 20.)
En los estatutos se
nota un tono cada vez más
alejado del catolicismo y asociado al vocabulario del pacifismo laico
de
comienzos del siglo XX. Temas como el arbitraje internacional, la
necesidad de
crear un congreso permanente para la paz entre naciones con
delegaciones en Sudamérica
y de difundir ideas antibélicas, surcaron sus páginas. En
cuanto a las
acciones, la asociación se proponía la publicación
de folletos, una agenda de
conferencias, el lanzamiento de un órgano de difusión de
novedades, la
conformación de distintas comisiones y la creación de una
bandera insignia. Los
medios de prensa y algunas revistas destacaron la iniciativa como
pionera en su
tipo en América del Sur. La Ilustración Sud-Americana
señalaba: “está en
la aspiración de todo argentino proceder como los países
más civilizados; y por
eso al anunciarse la idea de una Asociación Sud-Americana de Paz
Universal ha
encontrado tan simpática acogida, figurando en ellas las
primeras
personalidades del país y las matronas más distinguidas
de nuestra sociedad”.[14]
La
descripción era acertada, entre quienes apoyaron el
emprendimiento había
numerosas señoras de la alta sociedad, unidas en matrimonio con
figuras de la
vida política argentina, como Josefa de Figueroa Alcorta,
Delfina Mitre de
Drago, Clorinda de Avellaneda, Carmen Avellaneda de Goyena, Esther
Anchorena de
Paz, Teresa de Urién, entre otras. Se hacía referencia, a
su vez, a adhesiones
categorizadas bajo los rótulos: “Del Clero”,
“Del Comercio”, “Estados Unidos
del Brasil”, “Chile”, “Estados Unidos de
Norteamérica”, “República de Bolivia”,
“Guatemala”, “Paraguay”,
“Perú”, “Uruguay”. En cada una de estas
secciones se
puede rastrear un elenco de nombres de figuras políticas e
intelectuales
variopinto. Para reunir a este elenco, Oliveira Cézar, nombrada
iniciadora y
presidenta vitalicia de la asociación, se encargó de
escribir esquelas
personales con el membrete “Presidenta de la Asociación
Sud-Americana de Paz
Universal”, con el objetivo de convocar a hombres y mujeres de
distintas
latitudes.[15]
La
asociación se constituyó con personería
jurídica en 1909 y, un año después,
quedó asentada en el registro nacional de asociaciones (ASPU,
1910: 38). La
organización de esta iniciativa asociativa, se diferenciaba de
otras surgidas
en Buenos Aires en el período por dos cuestiones. En primer
lugar, era una
asociación comandada por una mujer, hecho que la diferenciaba de
otras
contemporáneas (Bruno, 2014). En segundo lugar, mientras que la
mayor parte de
asociaciones fundadas en esos años respondían a
definiciones gremiales o profesionales,
o a intereses comunes circunscriptos al plano nacional, desde su nombre
y su
formulación, esta era una asociación que pretendía
trascender los límites de un
país y articular intereses de carácter regional, a la vez
que bregaba por una
causa que consideraba universal.
Pese a la
oficialización y a las acciones
emprendidas, la entidad y los objetivos de la fundadora fueron puestos
en
cuestión por sus allegados. Julio A. Roca le escribía:
“mucho me alegro que mi
firma le haya servido de señuelo para conseguir importantes
adhesiones, que me
dice, en su proyecto ‘Sociedad Argentina de Paz’”.[16]
En otra carta, acusando recibo de un diploma de presidente honorario de
la
agrupación, comentaba: “veo efectivamente que Ud. con su
fe y perseverancia
está haciendo verdaderos “milagros” […] La
obra es grande ¡Pacificar el
mundo!”.[17]
Su
cuñado, Eduardo Wilde, ponía en entredicho su
vocación pacifista: “la felicito
por su afición a la paz, pero creo que si Ud. no hubiera hecho
trepar a los
cerros, por su influencia y admirable tenacidad, a ese pobre Cristo que
no
hacía nada en la llanura, la paz y la guerra le serían
indiferentes”.[18]
Estas reacciones
pueden quizás atribuirse al
hecho de que, para los contactos próximos, Oliveira Cézar
transgredía las
conductas esperables de una mujer. Su nieta caracterizaba su entorno
con las
siguientes palabras: “en la época que le tocó vivir
las ideas y aspiraciones de
bien público que podía tener una mujer se expresaban por
amables sugerencias a
los hombres del poder, en salones o entrevistas, y por obras de
caridad,
ejercidas siempre en instituciones religiosas” (Peers, 1969: 37).
Ella distaba
de ser una anfitriona de tertulias, una animadora de eventos de caridad
o una
mujer cristiana que se movía estrictamente dentro de los marcos
esperables. Con
una agenda definida, más allá de las ironías y las
vacilaciones de sus
allegados, la asociación y su fundadora recibieron
atención extendida en medios
de prensa y en los circuitos del pacifismo latinoamericanos y europeos.
En un
periódico en Quito, por ejemplo, se señalaba que la
presidenta de la asociación
era la adalid de la confraternidad por sus acciones ligados al Cristo
de los
Andes, su accionar y su tesón habían bastado para mostrar
lo inconducente que
resultaba que naciones hermanas se enfrentaran.[19]
En Madrid se destacaba su figura como un ejemplo del pacifismo.[20]
En
París se celebraban las acciones de la distinguida fundadora
equiparándolas con
los éxitos de la diplomacia oficial.[21]
Desde Chile, por su parte Emilia Herrera, otra mujer latinoamericana
que puede
considerarse una embajadora de la paz, le envió una esquela en
la que reconocía
su labor como parte de una causa encabezada por mujeres: la
confraternidad. En
la carta enviada por la chilena a la argentina, se lee: “El
Obispo señor Ángel
Jara, me envió por encargo de usted las vistas del Cristo que se
ha colocado en
la Cordillera por iniciativa de usted. Este acto de ambos pueblos ha
afirmado
la paz eternamente, porque jamás se atrevería ninguno de
los dos a cometer un
crimen semejante buscando pretexto para pelear. Tanto mi país
como el de usted
sabrán agradecerle su feliz idea eternamente”.[22]
Este rol de embajadora
de la paz y la confraternidad sudamericana fue reconocido por algunos
de sus
contemporáneos, que propusieron trazar una línea de
continuidad histórica que
uniera a los héroes de las independencias americanas con
Ángela Oliveira Cézar,
dado su compromiso con la hermandad entre países. En ese
contexto, se pueden
leer sentencias como la siguiente: “hagamos saber al que lo
ignore el prodigio
realizado en este continente, yendo San Martín con nuestro
ejército, sin más
recursos que el patriotismo, a dar la libertad a otras naciones; y se
complementará la obra de confraternidad, cuyo testimonio ha
sabido una dama
argentina inmortalizar en bronce, rindiendo culto a Dios y tributo a
nuestra
grandeza nacional”.[23]
La intención de
la
entidad presidida por Oliveira Cézar, de articular acciones
pacifistas y
afianzar la confraternidad en América Latina, se puso en
acción en el marco de
los centenarios de las rupturas de los lazos coloniales de Argentina y
Chile,
en eventos internacionales de distinta índole, como los
Congresos
Internacionales de Americanistas y los encuentros por la paz, y en
momentos de
tensión, como cuando se profundizaron las discusiones
limítrofes entre Ecuador
y Perú en 1910. En cada una de estas ocasiones, desde la
asociación, ella elevó
numerosos telegramas a mandatarios, ministros plenipotenciarios,
referentes
pacifistas y hombres y mujeres de letras con llamamientos al compromiso
con la
fraternidad. En la misma dirección, en el contexto de las
celebraciones del
Centenario argentino, la asociación propulsó acciones
recordaba así su
fundadora: “pudiera pensarse que nuestra participación
haya sido muy limitada
en la celebración del Centenario, pues no hemos hecho congresos,
levantado
estatuas, ni pronunciados discursos. No fuimos, sin embargo,
indiferentes y con
espíritu de patriotismo, y casi en silencio, llevamos muy
allá un acto
elocuentísimo de pacifismo y confraternidad e la iglesia
Catedral de esta
ciudad. El día glorioso del Centenario, 25 de mayo de 1910, ante
el Gobierno
Argentino, la Infanta Isabel de España, el Excmo. señor
Arzobispo, embajadores,
ministros, el foro, la milicia y el clero, desplegamos por primera vez,
después
de su bendición en la cumbre, la bandera blanca, insignia de
nuestra
Asociación, y emblema de paz en Sud-América” (ASPU,
1913: 240).
La imagen
retórica que ponía en sintonía los
emprendimientos de Oliveira Cézar con las proezas de los
libertadores de
América Latina a la hora de evaluar sus propósitos,
encontró su simbolismo en
la bandera mencionada en la cita anterior. La misma lucía el
lema “Paz a todas
las naciones”, y contaba “con sol de oro y escarapela con
los colores de las
banderas de todas las naciones del continente americano” (ASPU,
1913: 202). Las
escarapelas y sus colores sintetizaban lo que para ella significaba la
fraternidad entre naciones. En notas enviadas a los presidentes de
Uruguay,
Brasil, Bolivia, Ecuador, Chile, Paraguay, Perú y Venezuela,
expresaba que, en
tanto iniciadora “del primer monumento de paz internacional del
mundo en Sud
América”, era su objetivo “ensanchar la
aspiración universal de paz y que,
elevándonos a las esferas del ideal moderno, nos represente en
el universo como
un arcoíris luminoso bajo el cual viven y progresan las naciones
de este
continente” (ASPU, 1913: 216).
El pacifismo
internacional y la candidatura al Premio Nobel de la Paz
Mientras estos y otros
reconocimientos a sus
emprendimientos se sumaban, Oliveira Cézar manifestó en
su entorno la intención
de que sus proyectos e iniciativas fueran apoyadas por el gobierno para
que
pudieran proyectarse en el escenario internacional. Por ejemplo,
aspiró a que
en la II Conferencia Internacional de la Paz de La Haya de 1907 se
publicitaran
sus emprendimientos. Con este objetivo, interpeló a su
cuñado, Eduardo Wilde,
designado en Bruselas como ministro plenipotenciario, para solicitarle
que
mediara por ella y le comentaba el interés que su accionar
había generado en
Estados Unidos. Wilde, le respondió: “No valen mucho los
entusiasmos de
Norteamérica; allí se entusiasman por todo […] No
sé quién será representante
argentino en La Haya […] De todos modos, lo que hagan o que no
hagan alusión a
su Cristo en el Congreso es exactamente lo mismo. Todo lo que se hace
en los
Congresos no pasa de palabra”.[24]
Roca,
por su parte, le había señalado a su marido que no
comprendía las intenciones
de “Angelita” de que “en todos los congresos la
mencionen como iniciadora del
monumento de la paz levantado en las cumbres más altas del
mundo”.[25]
Con estos juicios poco
alentadores en
circulación, las pretensiones de la presidenta de la
asociación quedaron
truncas. La delegación oficial argentina en la mencionada
conferencia estuvo
compuesta por Roque Sáenz Peña, Luis María Drago y
Carlos Rodríguez Larreta.
Oliveira Cézar no consiguió que la mencionaran, pero se
hizo referencia al
Cristo de los Andes. En uno de los informes de discursos pronunciados,
firmado
por Sáenz Peña y Rodríguez Larreta, se indicaba:
“aquella tierra (Argentina) es
generosa y es fértil para madurar el germen de todas las buenas
semillas.
Nosotros los recibiremos con el corazón abierto y les haremos
ver que tenemos
también nuestros altares allá en la más alta
plataforma de la cordillera de los
Andes, donde hemos tallado con Chile, la imagen del Cristo Redentor
inspirando
la concordia de los hombres y de los pueblos”.[26]
Dos años
después de este congreso, las
acciones de Oliveira Cézar dejaron de circunscribirse a entornos
y contactos
locales y regionales y comenzaron a contar con el apoyo de entidades de
distintas geografías. Por ejemplo, fue invitada, con gastos
cubiertos, al
Second National Peace Congress, realizado en Chicago en mayo de 1909,
para
participar en sus actividades (ASPU, 1913: 28). No concurrió,
pero envió un
discurso para que se leyera en el evento. El orador a cargo dio cuenta
de su
llamamiento a los pacifistas del mundo, denominados “generosos
utopistas”, y
leyó a viva voz el texto enviado que se cerraba con las
siguientes palabras:
“Desde estas regiones lejanas nos sumamos a su honorable congreso
y en nombre
de todos los miembros saludamos y aplaudimos a todos los pacifistas que
se
unirán allí por tan humanitarias y grandes ideas y
elevando en alto nuestro
blanco estandarte de paz. Saludamos con un ¡Hurra! inmenso, que
llegará a
América del Norte y resonará con sus ecos en las
montañas de los Andes,
trayendo buenas nuevas de los triunfos y conquistas que se han
adquirido para
el bien de la humanidad” (American Peace Congress, 1909: 86).
En lugar de
apersonarse en Estados Unidos,
concretó un viaje a Europa que había postergado en varias
ocasiones. En ese
momento, su hermana, Guillermina Oliveira Cézar, y su
cuñado, el mencionado
Wilde, representaban a la Argentina en Madrid y contaban con una amplia
reputación como matrimonio diplomático (Bruno, Pita y
Alvarado, 2021). Con
estos antecedentes, apenas llegó Ángela Oliveira
Cézar a España los diarios
cubrieron su arribo. Se anunciaba la llegada de “dos distinguidas
damas
argentinas: la señora doña Ángela de Oliveira
Cézar de Costa, hermana de la
señora de Wilde, y su hija”, y se señalaba que el
objetivo del viaje era ir a
Suiza para obtener el apoyo Padres de San Bernardo para el convento y
el
refugio proyectado como continuación de la obra del Cristo de
los Andes.[27]
Aunque estos anuncios
hacían referencia a una
misión acotada, el viaje europeo abrió una serie de
oportunidades para Oliveira
Cézar, que ella supo capitalizar. En sus recuerdos, así
rememoraba esta
torsión: “a principios del mes de junio, realicé un
viaje a La Haya con el
objetivo de solicitar que la reproducción del Cristo de los
Andes fuera
colocada en el palacio de la Paz […] fui invitada oficialmente,
pudiendo
concurrir a todas las ceremonias, como persona adicta a la
Legación Argentina,
en compañía del ministro argentino, Dr. Enrique Moreno y
su señora. Asistí
también a las recepciones particulares, que en estos días
tenían lugar en La
Haya, y pude conocer a la mayor parte de los ministros y altas
personalidades
del país. Según me decían, yo les recordaba la
amistad y simpatía que
conservaban por mi hermana, la señora de Wilde” (ASPU,
1913: 63).
Abierta esta
posibilidad
de circular por un mundo de diplomáticos y pacifistas de
distintos países,
decidió oficiar como propagandista de sus emprendimientos. Al
percatarse de que
la mayor parte de figuras ligadas al proyecto del Palacio de la Paz no
conocían
el monumento del Cristo, entregó una cantidad de
fotografías, folletos y
referencias sobre el mismo. También un libro publicado en
francés sobre los
antecedentes de la asociación que presidía, titulado Origine
et fondation de
l’Association Sud-Américaine de Paix Universelle (1910).
Según ella misma
narra, estas acciones dieron impulso a la idea de emplazar una
réplica del
Cristo en un sitio de honor del edificio. Dada la respuesta positiva de
los
responsables del palacio, llegó el momento de solicitar apoyo
oficial en
Argentina. Así define Oliveira Cézar esta coyuntura:
“confiando en la lógica,
creí que el gobierno argentino apoyaría y hasta
festejaría esa positiva
tramitación de la diplomacia femenina […] creo que a
nadie puede ocultarse la
trascendencia del obsequio, y así espero, sin comentarios al
respecto, encontrar
una diplomática cogida cuando llegue el momento” (ASPU,
1913: 64). Una revista
católica norteamericana, por su parte, dio cuenta de sus
incansables gestiones
en La Haya y dio por descontado que el gobierno argentino, sin dudarlo,
apoyaría la iniciativa de la réplica.[28]
Sin embargo, pese a
las
expectativas de Oliveira Cézar y a los buenos augurios de los
cronistas que
cubrieron sus pasos, recibió respuestas ambiguas. Mientras ella
acuñaba la
noción de “diplomacia femenina” para ponderar su
iniciativa y otras afines que
podían reforzar los emprendimientos del servicio exterior
oficial, sus acciones
no fueron recibidas, al menos inmediatamente, con entusiasmo.
Confesaba, más
tarde, que le ofrecieron apoyar su iniciativa con un monto insuficiente
para
cubrir los gastos de la réplica del monumento, encargada a un
artista belga
(ASPU, 1913: 66). Finalmente, y luego de numerosas reuniones, cartas y
visitas
realizadas en persona, la presidenta de la Asociación
Sud-Americana de Paz
Universal logró que se firmara un decreto presidencial en el que
se señaló la
imperiosa necesidad de apoyar la realización de la
réplica del Cristo para
obsequiarla. Una vez conseguido el apoyo pertinente, Oliveira
Cézar se presentó
como una voz clave en la articulación del ideario pacifista de
la región y
describió en estas palabras su logro: “América del
Sud, como la Cenicientilla
de la fábula, no estaba invitada a formar parte de la fiesta de
Palacio […]
América es ahora poseedora del Príncipe de la Paz, y
tomará un puesto de honor”
(ASPU, 1913: 66).
En el viaje europeo
iniciado en 1909, también asistió al Congreso de la Paz
realizado en Bélgica,
donde pudo conocer a distintas figuras del pacifismo. Ya cuando se
había
producido el emplazamiento del Cristo y la fundación de la
asociación había
entrado en contacto epistolar con Frédéric Passy y Bertha
von Suttner, ambos
galardonados con el Premio Nóbel de la Paz, en 1901 y 1905,
respectivamente. El
primero había felicitado a Oliveira Cézar con motivo de
la creación de la
asociación y había redactado un himno para el Cristo de
los Andes; la segunda
le había mandado una carta reconociendo la importancia de la
labor de mujeres
como ella en la causa del pacifismo (ASPU, 1913: 25-27 y 36-37).
Llegaba ahora
el momento de entrar en contacto directo con figuras afines en el marco
de un
congreso internacional. Así recuerda ella esta oportunidad:
“desde el principio
noté curiosidad, siendo la primera vez que me encontraba en un
centro, donde
más o menos se conocían todos los representantes.
Deseaban oír la voz de la
nueva congresista [...] Yo, como la mayor parte de las señoras
que viven en Sud
América entregadas a los deberes del hogar y la familia, no
poseía seguramente
el don de la palabra, y en aquel momento me sentí muy inferior a
mis correligionarias”
(ASPU, 1913: 70). Pese al dejo de modestia de estas impresiones, en el
marco
del evento fue nombrada miembro de la Comisión Permanente de la
Oficina
Internacional de la Paz de Berna, y asumió el rol de vocera de
Argentina y de
la región. Estos logros, como ella misma señala, fueron
alcanzados “sin tener
mayores recursos ni apoyo oficial”, aunque su intención
era sostener el “buen
nombre de la nación” y logar un reconocimiento en el mapa
del pacifismo mundial
para los países de América del Sur (ASPU, 1913: 71).
Mientras algunos de
sus allegados miraban con
cierta distancia sus acciones, Oliveira Cézar supo posicionarse
de manera
efectiva en los entramados del pacifismo internacional. En esta
dirección, el
momento cúlmine de su trayectoria tuvo lugar en 1911, cuando fue
nominada al
Premio Nobel de la Paz. Debe haber sido un honor para ella verse en esa
situación. Cinco años antes, el galardón
había sido otorgado a la Baronesa
Bherta von Sutner, una figura que la había inspirado por ser una
“distinguida escritora
que con solo su libro Abajo las Armas se ha hecho
célebre en el mundo”
(ASPU, 1913: 37). Su postulación fue presentada por Carlos
Rodríguez Larreta
con el objetivo de premiar sus esfuerzos por poner fin al conflicto
entre
Argentina y Chile. La candidatura fue apoyada por profesores de la
Universidad
de Buenos Aires, miembros del parlamento argentino y el ministro
plenipotenciario argentino en funciones en España, su
cuñado, Eduardo Wilde
(Norderval, 2021). Esta postulación favoreció una
pertenencia más articulada en
los circuitos del pacifismo. Su nombre comenzó a estar
vinculado, por ejemplo,
a comisiones de asociaciones por la paz coordinadas por figuras como
Henri
Lafontaine —Premio Nobel de la Paz, 1913—, Émile
Arnaud —había presidido la
Liga de la Paz y la Libertad—, Fredrik Bajer —Premio Nobel
de la Paz, 1908—, y
la mencionada Bertha von Suttner —Premio Nobel de la Paz,
1905— (Fried, 1913:
289). Para 1912, ella y la asociación fueron mencionadas como
referencia latinoamericana
en un volumen que daba cuenta de los movimientos y asociaciones por la
paz de
Estados Unidos y mapeaba otras existentes en el continente (Moritzen,
1912:
404).
Un año
después, Oliveira
Cézar estuvo presente en el Palacio de la Paz de La Haya para la
inauguración
de la réplica del Cristo por la que había bregado. Esta
fue colocada en una
escalera central y su promotora fue miembro de la representación
oficial
argentina en el evento (Aalberts y Stolk, 2020). En la
inauguración estuvo
presente y sus iniciativas parecían entrelazarse
armónicamente, sin roces ni
malos entendidos, con las intenciones del gobierno argentino. [29]
Sobre
la ceremonia, señalaba un cronista: “el 28 de agosto se
inauguró el Palacio de
la Paz, construido a expensas del multimillonario Carnegie. En su hall
se ha
levantado una estatua en bronce de Cristo Redentor, que es
reproducción del
Cristo de los Andes […] Es ofrenda de los delegados de la Liga
Sudamericana de
la Paz en El Haya y del Gobierno argentino” (sic).[30]
El mismo año de
la
inauguración del Cristo de La Haya, recibió una
condecoración papal por la
“realización de obras piadosas”.[31]
En
sintonía con estos eventos, se publicó el libro El
Cristo de los Andes,
publicado en partes en años anteriores. En 1910, coincidiendo
con el viaje
europeo, había sido publicado en francés.[32]
Se trata de una cuidadosa compilación de textos realizada
por la propia
Oliveira Cézar. Caramente, ella es la autora de todos los
materiales referidos
a la Asociación Sud-Americana de Paz Universal, quién ha
sistematizado el
archivo de correspondencia nacional e internacional, y quién ha
organizado los
materiales de este grueso volumen. Sin embargo, como en las portadas de
los
sucesivos folletos y libros publicados por la asociación no
figura su nombre en
la portada. Todo este material se imprimió con la
asociación como responsable
de autoría. Entre los escritos que abren el volumen, se presenta
una sección
titulada: “El movimiento pacifista en la República
Argentina. La acción
femenina”, y se repasa la historia del Cristo de los Andes,
descripto como
“Primer Monumento de la Paz Internacional”. A su vez, se
recopilan autógrafos
recibidos por la presidenta de la asociación, notas de prensa de
distintas
capitales del mundo y otros documentos. En el volumen se enlaza la
suerte del
monumento cordillerano, clave para pensar las relaciones y la
confraternidad
entre naciones sudamericanas, con la historia general de los logros del
pacifismo sintetizados en la obra del Palacio de la Paz de la Haya. El
libro
está recorrido por la tensión que acompañó
la trayectoria pública de Oliveira
Cézar. Por un lado, se hace referencia a figuras, congresos y
logros del
pacifismo laico y se compilan cartas que evidencian los contactos y
reconocimientos de entidades como el International Peace Bureau y la
Office of
The American Peace Society. Por otro, se hace presente la
cooperación de la
iglesia católica en los emprendimientos de paz continentales.
Los reconocimientos
continuaron. En 1914, en un informe sobre las relaciones culturales e
intelectuales entre Estados Unidos y el resto del continente, el
encargado de
la Dotación de Carnegie para la Paz Internacional, Harry Bard
comentaba: “de
acuerdo con las instrucciones especiales del Sr. Presidente, Dr.
Nicholas
Murray Butler, Director Interino de la División de Intercambio y
Educación,
visité en Buenos Aires al Sr. Dr. Luis M. Drago, al Sr. Emilio
Frers,
Presidente del Museo Social Argentino, a la Sra. Da. Ángela de
Oliveira Cézar
de Costa, Presidenta de la Asociación Sud-Americana de Paz
Universal […] y
llevé a estas distinguidas personas los correspondientes
mensajes que para
ellas me fueron confiados” (Bard, 1914: 10 y 11). Además
de estas formalidades,
el enviado dedicó unos párrafos a comentar que, en
conversaciones con la presidenta,
ella había manifestado su intención de continuar
apostando por el desarrollo de
la asociación y que necesitaba fondos con el objetivo de
construir un edificio
que costaba 300.000 pesos oro. Aunque no obtuvo los fondos, a partir de
la
publicación de este informe los circuitos del panamericanismo se
ocuparon de
promocionar la labor de Oliveira Cézar en varias ocasiones.
Durante décadas se
publicaron folletos e investigaciones sobre el Cristo de los Andes y
sus
pormenores, realizados por uno de los bibliotecarios de la Unión
Panamericana,
Charles E. Babcock (1938). En los años sesenta, desde la
imprenta de la Unión
Panamericana, se dio a conocer un pequeño libro que narraba la
historia del
Cristo y la contextualizaba en la historia de las relaciones entre
naciones y
el arbitraje internacional.[33]
Consideraciones finales
Con el estallido de la
Primera Guerra Mundial, Oliveira Cézar se propuso redactar un
manifiesto
firmado por altas personalidades del continente americano. Una vez
más, su
iniciativa fue minimizada por el expresidente Roca. En una carta de
1914, le
escribía: “me negué a firmar la nota […] por
creerla inútil ¿Qué caso nos van a
hacer a unos cuantos firmantes argentinos ante el incendio colosal de
la
Europa, que más parece un castigo de Dios que otra cosa? Los
buenos propósitos
pacíficos debemos guardarlos en nuestro pecho […] Lo que
tiene que hacer Ud. es
cubrir de luto la estatua del Cristo de los Andes. Confíe en mi
discreción y
amistad y no tema que ponga en ridículo sus nobles y
pacíficos anhelos”.[34]
Durante los
años de la
contienda, no es sencillo reconstruir la trayectoria de Oliveira
Cézar. No
parece haber encontrado un espacio para poner en acción sus
ideas. Llegaba la
hora del ocaso de una trayectoria que, a la luz del movimiento
pacifista
desatado en el contexto beligerante, parecía anticuado y carente
de la
politización que los tiempos demandaban (Patterson, 2008;
Gottlieb y Johnson,
2020). Los esfuerzos de distintas agrupaciones de mujeres por la paz
proliferaron y definieron nuevas agendas que, ahora sí, estaban
definitivamente
disociadas de las modulaciones del pacifismo católico y sus
derivas (Blasco
Lisa y Magalló Portolés, 2020; Roach Pierson, 2019).
Surgían alrededor del
mundo movimientos, agrupaciones o corrientes transnacionales de
pensamiento y
acción en las que los roles de las mujeres fueron relevantes en
la articulación
de causas como el pacifismo y las antibeligerancias con las luchas por
los
derechos civiles y políticos y las acciones de movimientos
feministas, y otras
asociaciones surgidas desde la sociedad civil que tuvieron luego un
impacto en
reivindicaciones políticas y humanitarias (Alonso, 1992; Blasco
Lisa y Magallón
Portolés, 2020; Gottlieb y Hucker, 2020; Iriye, 2002; McKenzie, 2011; Papachristou,
1990;
Patterson, 2008; Rupp, 1994; Rupp, 1996). Estos movimientos y
corrientes hacían ver a figuras como Oliveira Cézar como
parte del pasado.
Roca había
augurado, a
comienzos del siglo XX, que el emplazamiento del Cristo sería el
zenit de la
trayectoria de “Angelita”, como gustaba llamarla, y le
había escrito: “esta
empresa cristiana y patriótica debe bastarle para llenar su
vida”.[35]
Pero
el cálculo del presidente fue errado. Ese episodio
ofició, en realidad, como un
lanzamiento de su carrera pública y transnacional como figura
del pacifismo
sudamericano. La fraternidad entre Chile y Argentina, escenificada en
la
inauguración de la estatua, le hizo ganar un lugar, al menos
retórico, en el
panteón de los héroes de las independencias.
También le garantizó el respeto de
otra mujer “pacificadora de América”, como fue
Emilia Herrera. Y, convertida en
una figura del pacifismo, fue candidateada al Premio Nobel de la Paz.
De este
modo, aunque sus intereses y sus acciones en el plano de lo que
llamó
“diplomacia femenina” fueron incomprendidas o minimizadas
por parte de su
círculo íntimo, sus iniciativas cosecharon
reconocimientos y recibieron apoyo
de distintas personalidades.
Pese a sus esfuerzos
por
devenir una voz del pacifismo laico de América del Sur, fueron
las proyecciones
del Cristo las que marcaron su legado: durante décadas, las
asociaciones de
mujeres católicas, como la Young Women’s Christian
Association, convirtieron a
Oliveira Cézar en un modelo a seguir.[36]
El Cristo, a treinta años de su emplazamiento, seguía
siendo mencionado como el
monumento de paz más importante del continente americano.[37]
Entre las décadas de 1920 y 1940 se publicaron varios
artículos sobre la
estatua y su rol simbólico en el marco de las relaciones entre
naciones (Allen,
1930; Call, 1935; Fetter, 1932; Lobingier, 1930; Tourneur, 1928).
Además de
inspirar poemas, sonetos y otras piezas, el Redentor de los Andes tuvo
una
sinfonía dedicada y otras piezas musicales, como la oda
“Black Christ of de
Andes”, considerada un himno jazz asociado a la causa de los
Derechos Civiles
en Estados Unidos (Murchison, 2002). En la actualidad, en numerosas
fotografías
que circulan en las redes sociales, puede verse a turistas que posan
debajo del
Cristo de los Andes y en las escalinatas del Palacio de Paz de La Haya,
donde
se emplazó su réplica.
El nombre de
Ángela Oliveira Cézar no corrió
igual suerte. No aparece tratado en las obras de referencia de las
últimas décadas
sobre el movimiento pacifista internacional ligado al accionar de
mujeres.
Algunas menciones aisladas se pueden encontrar en obras sobre el elenco
de
figuras que a lo largo de la historia obtuvo el Premio Nóbel de
la Paz
(Bader-Zaar, Diendorfer y Reitmair-Juárez, 2018; Norderval, 2021). Su
nieta,
Carmen Peers apuntaba sobre las hermanas Oliveira Cézar:
“tanto mi abuela
Ángela, como su hermana Guillermina […] eran mujeres,
como tantas que uno
encuentra en la Historia o en la Literatura, en franco desacuerdo con
el país
que les tocó vivir. No se conformaban con existir dentro de los
límites
estrechos de su casa, su familia, sus relaciones. Les interesaba el
vasto
mundo, sus avatares bélicos o sociales, la política
internacional, las nuevas
ideas que surgían y los posibles métodos de
aplicación” (Peers, 1976: 11).
Aunque idealizada por la cercanía familiar de quién
propuso este balance, la
sentencia puede ofrecer algunos indicios sobre las resistencias o las
dudas que
sus emprendimientos generaron entre su círculo de allegados y
familiares.
Así y todo,
ganó un renombre a escala
internacional y, a diferencia de otras mujeres de la vida
diplomática y los
circuitos internacionales, su trayectoria no se forjó en los
espacios provistos
por el servicio exterior y habilitados en la época
exclusivamente a los hombres
(Bruno, Pita, Alvarado, 2021). No fue, como otras conocidas
“damas
diplomáticas” esposa de un secretario de legación,
un comisionado especial, un
cónsul o un enviado oficial. Su perfil no respondió, por
lo tanto, al de las
mujeres reconocidas partners de la diplomacia y ofrece algunas
pistas
para estudiar lo que algunas especialistas han
denominado “agencia de las mujeres” —women’s
agency— o a la “agencia femenina” —female
agency—en el
escenario internacional (Sluga y James, 2016; James, 2020) en escala
transnacional. Estas perspectivas permiten analizar las trayectorias de
mujeres
en tanto sujetos activos dentro de la arena de la diplomacia y las
relaciones
entre naciones, en tanto mediadoras en asuntos estatales, forjadoras de
relaciones y activas negociadoras políticas.
A su vez, puede ser
útil, si se considera de
manera flexible, pensar la trayectoria de Oliveira Cézar a
partir de la
expresión “embajadora
no oficial”, planteada para
dar cuenta del rol
de mujeres que cumplieron con tareas ligadas al servicio cultural de
sus
países, pero que no siempre contaron con reconocimiento oficial
explícito. Por
último, sus iniciativas pueden ser enmarcadas en la
noción de “diplomacia
cultural no estatal” (Blitekin, 2020); esta noción es
sugerente para pensar las
tensiones generadas entre ella y algunos hombres del gobierno
argentino,
analizar la falta de sintonía entre sus emprendimientos y los
apoyos oficiales,
y las brechas entre reconocimientos recibidos por figuras europeas,
latinoamericanas y norteamericanas y la displicencia del entorno local.
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Washington,
National Board of the Young Womens Christian Associations of the United
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Recibido:
25/02/2022
Evaluado:
18/04/2022
Versión
Final: 21/04/2022
[1] Para un
desarrollo sobre las posibilidades metodológicas e
interpretativas a la hora de
pensar una trayectoria femenina en esta dirección puede verse
Bruno (2022).
[2] Su apellido
aparece escrito de formas
diferentes en las fuentes disponibles. En algunas ocasiones se lee
“de Oliveira
Cézar” en otras, se escribe sin “de”.
También se encuentra con y sin tilde el
segundo apellido. Para evitar confusiones sobre el “de”
como parte del apellido
compuesto familiar y el correspondiente a marca matrimonial, he optado
por
unificar el criterio de mención sin en “de” a la
hora de hacer referencia a su
nombre completo.
[3] Carta de Julio
Argentino Roca a Ángela Oliveira Cézar, sin datos de
ciudad y fecha,
reproducida en Peers (1976: 60).
[4] Carta de Julio
Argentino a Ángela Oliveira Cézar, sin datos de ciudad,
23/10/1903, reproducida
en Peers (1976: 61).
[5] Puede verse el
volumen: (1903) Confraternidad
sud americana. Chile en la Argentina: obra descriptiva de la
recepción y
agasajos hechos por el gobierno y el pueblo argentinos a la
delegación chilena
que visitó la ciudad de Buenos Aires en los días 22 de
mayo y 6 de junio de
1903, Buenos Aires, Ortega y Radaelli.
[6] Caras y
Caretas, Buenos Aires, 05/03/1904.
[7] El Tiempo Ilustrado, México, 22/05/1904.
[8] L’Universel, Organe du
Mouvement Pacifique Chrétien, París, año 8,
núm. 7, 1906;
The Advocate of Peace, Boston, 01/04/1905.
[9] Indicios en este
sentido pueden verse en ASPU, 1913: 43.
[10] Carta de Julio A.
Roca a Ángela Oliveira Cézar, sin referencias de ciudad y
fecha, reproducida en
Peers (1976: 61).
[11] The Evening Star, Washington,
D.C, 11/05/1908; The Washington Herald, Washington, D.C,
12/05/1908; The
Washington Herald, Washington, D.C, 27/03/1910.
[12] Carta de Julio A.
Roca a Pascual Costa, París, 27/06/1906, reproducida en Peers
(1976: 88).
[13] Oleveira (sic)
Cézar de Costa, Ángela, “The Christ of the
Andes”, en The Independent, vol. LIX, n.º 2966,
Ney York, 05/10/1905, pp. 804-808.
[14] La
Ilustración
Sud-Americana, Buenos Aires, 30/12/1908.
[15] Puede verse,
por ejemplo: Archivo
Rubén Darío, Universidad Complutense, Documentos
personales, Carpeta 8,
Signatura: 654. Disponible en http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc1r868
[16] Carta de Julio A.
Roca a Ángela Oliveira Cézar, sin datos de ciudad y
fecha, reproducida en Peers
(1976: 100).
[17] Carta de Julio A.
Roca a Ángela Oliveira Cézar, Buenos Aires, 23/12/1908,
reproducida en Peers
(1976: 98 y 99).
[18] Carta de Eduardo
Wilde a Ángela Oliveira Cézar, Bruselas, 08/05/1905,
reproducida en Peers
(1976: 86).
[19] El Tiempo,
Quito, 12/01/1909.
[20] La Lectura. Revista de Ciencias y de Artes,
Madrid, octubre
de 1910, núm. 113, p. 87.
[21] La Revue
Diplomatique, París, 26/09/1909.
[22] Esquela fechada
el 18/04/1904, reproducida en Asociación Sud-Americana de Paz
Universal (1913:
86).
[23] La
Ilustración
Sud-Americana, Buenos Aires, 30/12/1908.
[24] Carta de Eduardo
Wilde a Ángela Oliveira Cézar, Bruselas, 08/05/1905,
reproducida en Peers
(1976: 86).
[25] Carta de Julio A.
Roca a Pascual Costa, París, 27/06/1906, reproducida en Peers
(1976: 88).
[26] La
República
Argentina en la Segunda Conferencia Internacional de la Paz. Haya,
1907,
Buenos Aires, Imprenta y Litografía A. Pech, 1908, p. 60.
[27] El Imparcial,
Madrid, 23/04/1909.
[28] America. A Catholic
Review of the week, Nueva York, vol.
2, oct., 1909, p. 37.
[29] La presencia de
Ángela Oliveira Cézar
en el evento fue constatada por medio del acceso a una
fotografía solicitada a
la institución involucrada. Los datos de la misma son los
siguientes:
Inauguration of the statue Christ of the Andes donated by Argentina,
Peace
Palace 1913. Photo:
unknown, Collection Carnegie
Foundation, Peace Palace, Carnegie Stichting-Vredespaleis, Art
Collection and
Archives. Agradezco al
personal del mencionado repositorio.
[30] Razón y Fe,
Madrid, año, XIII, tomo XXXVII, septiembre-diciembre de 1913, p.
272.
[31] Caras y
Caretas, Buenso Aires21/03/1914.
[32]
(1910) Origine
et fondation de l'Association Sud-Américaine de Paix Universelle
[33] Pan American Union,
Christ of the Andes, Washington, D.C., Pan
American Union, 1967.
[34] Carta de Julio A.
Roca a Ángela Oliveira Cézar, sin datos de ciudad,
12/07/1914, reproducida en
Peers (1976: 112).
[35] Carta de Julio A.
Roca a Ángela Oliveira Cézar, sin datos de ciudad,
23/10/1903, reproducida en
Peers (1976: 61).
[36]
Véase,
por ejemplo, Young Women's Christian Association (1919), The Christ
of the
Andes, Washington, National Board of the Young Womens Christian
Association
of the United States.
[37] “Christ of
the Andes. Symbol of Peace”, en Bulletin of The Pan
American Union, vol. 81, issue 2, 02/1947, pp. 99-100.