Batallar en los bordes. Heroínas de guerra en
cuentos de Ada Elflein
Battling on the Edges: War Heroines in Ada
Elflein’s short-stories
Natalia Crespo
Instituto
de Literatura Hispanoamericana,
Facultad
de Filosofía y Letras,
Universidad
de Buenos Aires,
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(Argentina)
https://orcid.org/0000-0002-7550-0486
Resumen
La escritora
germano-argentina Ada María Elflein (1880-1919)
publicó en el folletín dominical del diario La Prensa,
durante catorce
años (desde 1905 hasta 1918 inclusive), un texto semanal: un
cuento, una nota
histórica, un relato de viajes. Su obra alcanza las quinientas
piezas breves y,
a pesar de haber gozado de gran difusión en la época, es
hoy en día solo
parcialmente accesible. Si bien algunos de sus cuentos y, sobre todo,
sus
relatos de viaje han recibido considerable atención
crítica, cerca de un ochenta
por ciento de su obra permanece aún desconocida para el
público. Este artículo
releva y analiza una serie de cuentos –seleccionados de entre los
más de
cuatrocientos hasta ahora nunca re-editados y que hemos rescatado
recientemente
de los archivos– en donde se presentan personajes femeninos que
luchan, tanto en
las batallas de la Independencia como en las luchas entre unitarios y
federales. Además de dar a conocer este corpus textual (su
olvido responde sin
duda a cuestiones de género), este artículo revisa
algunos de los roles que,
según estas ficciones, desempeñaron las mujeres en las
guerras del siglo XIX,
propone un lugar para esta serie de cuentos sobre mujeres
decimonónicas
batalladoras dentro de la obra total de la escritora y ofrece una
posible tipología
para pensar internamente dicha serie.
Palabras Clave
Archivo;
Elflein; mujeres; guerras; Siglo XIX.
Abstract
During
fourteen years
(from April 1905 until November 1918), the German-Argentine writer Ada
María
Elflein (1880-1919) published a weekly text in La Prensa´s
Sunday
feuilleton: a short-story, a historical note, a travel account. Her
work is
comprised of five hundred short pieces and, despite having received
wide
circulation at the time, today it is only partially accessible.
Although some
of her stories, and especially her travel narratives, have received
considerable critical attention, nearly eighty percent of her work
remains
inaccessible to the public. This article analyzes a series of stories
–selected
among the more than four hundred that have never been republished and
that we
have recently rescued from the archives– where female characters
are presented
as participants of both the battles of Independence and the fights
between
unitarios and federales in today’s Argentina. In addition to
revealing a
literary corpus almost unknown (its neglection, undoubtedly, responds
to gender
issues), this article reviews some of the roles that, according to
these
fictions, women played in 19th century wars, proposes a place for this
series
within Elflein´s work and offers a possible typology for the
study of this
series of feisty women at war.
Keywords
Archive;
Elflein; women; wars; Nineteenth Century.
Introducción
En febrero de
1905, la joven germano-argentina Ada María Elflein (Buenos
Aires, 1880-Buenos
Aires, 1919) es contratada por Ezequiel Paz, director del diario
matutino La prensa, por entonces uno de los más
importantes del país. Deviene, así, la primera periodista
mujer en la redacción
del diario y, años más tarde, la primera mujer miembro de
la Academia Nacional
de Periodismo (Garnica, 2020: 64). Debía escribir un texto por
semana, que se
publicaba en la sección folletín del diario del domingo
durante los meses del
calendario escolar: desde abril hasta noviembre inclusive.
Realizó esta tarea
desde abril de 1905 hasta noviembre de 1918. Una serie de variables
debieron
converger para que este contrato laboral fuera posible. Probablemente,
la
holgura económica de La prensa, que
en 1898 estrenaba el flamante edificio de arquitectura francesa ubicado
en
Avenida de Mayo 575, famoso desde su inauguración por albergar
–además de
oficinas, comedores, consultorio médico, sala de cine, patios
interiores– una
cúpula coronada por una escultura de bronce, insignia
inconfundible, junto con
el escudo familiar, de la empresa de los Paz (Ulanovsky, 1997: 26)[1].
También habrá incidido en la decisión de contratar
a una “chiquilla” (García
Velloso, 8), la creciente demanda de medios culturales por parte de un
público
cada vez más numeroso dado el aluvión inmigratorio y la
creciente
alfabetización. Asimismo, la necesidad de contar con
herramientas simbólicas
para amalgamar a un colectivo peligrosamente cosmopolita y politizado.
En este
sentido, una maestra joven y culta (capacidades avaladas por una carta
de
recomendación de Bartolomé Mitre, según cuenta
José María Eizaguirre) y, ella
misma, hija de extranjeros (y no de gallegos o italianos, sino de
europeos
prestigiosos como los alemanes[2]),
bien podía contribuir con el entretenimiento, la
educación moral y la
argentinización (tres formas sutiles del disciplinamiento) que
aquella sociedad
ideológica y lingüísticamente variada estaba
necesitando. Tampoco debió haber
sido desdeñable la presencia cada vez mayor de mujeres en la
esfera pública y,
sobre todo, en el ámbito educativo: las escuelas normales, de
matrículas cada
vez más feminizadas, permitían año a año la
graduación de mujeres jóvenes que,
como Elflein, ingresaban al mundo laboral, hasta ahora solo masculino,
profesionalizadas[3].
Asimismo, según se venía gestando desde el siglo
anterior, cierta ampliación de
oportunidades laborales a partir de la propagación de las ideas
del anarquismo
y del socialismo, “doctrinas sociales que abogaron por los
derechos del
proletariado y también de las mujeres” (Barrancos, 2010:
121). Creemos que
todas estas variables seguramente incidieron en que, en 1905 y por
primera vez,
una mujer fuera contratada como periodista en La Prensa.
Le fue asignada una
sala especial, apartada, para que trabajara
–¿sin ser molestada o sin molestar?– las dos
horas diarias que solía
pasar en el edificio de La Prensa.[4]
Los textos de Elflein se
publicaban casi siempre entre la página 7 y la
13 (según la extensión y estructura del diario, que fue
variando con los años).
Pertenecían a diversos géneros: cuentos, leyendas,
tradiciones, episodios, notas históricas y geográficas y,
a partir de 1913,
también relatos de viaje. En sus más de treinta notas
históricas, sobre todo en
las relativas a la época colonial, Elflein echó mano de
obras que no eran voces
prestigiosas de su época –el padre Guevara, el padre
Lozano, Bartolomé de las
Casas, el Inca Garcilaso–, retrató a personajes no
necesariamente consagrados
y, ante todo, cotejó diversas fuentes, logrando así
textos no solo innovadores en su contenido sino verdaderas
investigaciones de historiadora. Por versar sobre la época colonial, estas notas
no han sido incorporadas a este artículo, centrado
exclusivamente en heroínas
del siglo XIX. Cabe mencionar, sin embargo, que al igual que en sus
textos
sobre las luchas decimonónicas, Elflein opta por echar luz sobre
personajes
marginales, poco o nada presentes en la historiografía oficial.
Así, sus notas
sobre Isabel de Guevara (La Prensa,
27.09.1908), Juan Sebastián del Cano (La
Prensa, 30.07.1916), Juan Ramírez de Velasco (La
Prensa, 24.11.1918), por citar solo algunas de la treintena de
textos sobre la colonia, dan cuenta de su voluntad de ampliar el
panteón de
héroes y, sobre todo, de heroínas. En este sentido, es
válido para todo el
corpus de notas coloniales el siguiente pasaje de “Doña
Isabel de Guevara”:
“Lo que no todos conocen es el papel que las mujeres
desempeñaron en
esas aventuras, los sufrimientos sin nombre que soportaron, la
fortaleza de
ánimo de que dieron muestra cuando los hombres se doblegaron
ante el exceso de
fatigas y perdieron valor y esperanza frente a las múltiples y
extrañas
tribulaciones que cayeron sobre ellos en esta tierra nueva, ignota y
hostil.
Nadie ha medido los tesoros de amor, de energía, de
resignación y de fe que
derramaron sobre sus compañeros en aquellos días aciagos
y grandes, cuya
relación leemos hoy como peregrinas y fantásticas
leyendas. Doña Isabel de
Guevara no es sino una entre muchas mujeres de aquellas horas. (“Doña Isabel de Guevara”, La Prensa, 27.09.1908: 8).
La importancia que da Elflein a la época colonial
deja ver que su
imaginario histórico-nacional retoma las propuestas
historiográficas de Juan
María Gutiérrez y de Pedro de Angelis, para quienes el
archivo colonial
resultaba un antecedente fundamental a la hora de cartografiar el
pasado de la
nación, cuya historia se habría iniciado con los pueblos
originarios y no –como
proponían otros intelectuales de la época— con la
Revolución de Mayo en 1810.
Podemos suponer que Elflein era leída masivamente ya
que la tirada
diaria de La prensa por esos años
superaba los 20.000 ejemplares (Galván Moreno, 1944: 218;
Espósito, 2011: 7). A
pesar de esta popularidad, solo ha llegado hasta nuestros días
aquel pequeño
porcentaje de su obra (no más de un veinte por ciento) que,
desde su aparición,
ha sido recogido del diario y reeditado en libros o en
fascículos escolares:
los cuentos más infantiles y más patrióticos,
aquellos moralmente probos, que
reafirman a la autora en la posición en la que ella misma en un
principio –y el
ámbito cultural de 1905– la colocaron, la de la maternal
maestra escritora, un
“alma fresca y resplandeciente de niña bondadosa”
(Eizaguirre, 101), que
“sirvió a los más altos ideales de educación
moral en su patria” (Eizaguirre,
102)[5].
Gracias al
rastreo en diversos repositorios públicos, hemos
“rescatado” más de
cuatrocientos textos nunca re-editados y que se hallaban en riesgo de
desaparición material[6].
Este artículo releva y analiza, dentro de este amplio archivo,
una serie de
cuentos en donde se presentan personajes femeninos que forman parte,
desde el
hogar y por fuera de él, de las guerras del siglo XIX argentino,
tanto las
batallas de la Independencia como las luchas civiles entre unitarios y
federales. Me interesa pensar cómo y por qué una
escritora de principios del XX
escribe sobre el valor de otras mujeres que lucharon y que no fueron
habían
sido, aún en la época de Elflein, reconocidas por la
historiografía oficial.
¿Se trata de una estrategia de Elflein para legitimarse a
sí misma, para
cuestionar las historias patrias construidas por hombres, como modo de
intervenir en la lucha feminista (aunque con su tono siempre elogioso
hacia los
"héroes" clásicos)? Sin dejar de ser una escritora
alineada con la
ideología nacionalista de entronización de héroes
masculinos, produjo textos
que revalorizan a las mujeres, tanto a las “modernas” como
a las de la
“fundación de la patria”.
La obra de Elflein ha recibido tal vez escasos[7]
–aunque sustanciosos– comentarios, reediciones y estudios críticos. Los primeros elogios fueron de sus
contemporáneos y
pueden rastrearse en algunas notas necrológicas y/o
prólogos de José María
Eizaguirre, Manuel García Velloso, Carmen S. de Pandolfini y de
la revista Caras y Caretas[8],
la cual le brindó en varias ocasiones espacio para entrevistas y
reseñas[9].
La parte de su obra que más se ha reeditado y
circulado –seguramente por
su vinculación con el ámbito educativo– son los
cuentos reunidos en Leyendas argentinas (1906).
En los años sesenta aparece un
libro que marca un hito en la recepción de la obra de Elflein: De tierra adentro, compilación a cargo
de Julieta Gómez Paz, la primera investigadora en estudiar a
fondo a esta
autora. El libro reúne diecisiete cuentos que no figuraban en
ninguno de sus libros
y un exhaustivo trabajo sobre la cuentística elfleiniana[10]. En
su “Advertencia”, consciente de la inmensidad del corpus
que tenía entre manos
y de lo perentorio de su materialidad, Gómez Paz escribe:
“Con la tristeza de saber que muchas páginas
seguirán ignoradas, he espigado con vacilación en esta
obra copiosa que,
después de haber disfrutado, para su difusión, de la
mejor tribuna, resulta hoy
casi inaccesible. Ojalá mi selección haya sido certera e
incite a los lectores
a ir en busca de páginas olvidadas. Con esa aspiración y
para facilitarles la
tarea doy las referencias que sitúan toda la producción
de Ada María Elflein”
(Gómez Paz, 1961: 7).
Mujeres batalladoras: una serie posible
Las guerras suelen ser experiencias extremas en
las cuales los roles de género entran en juego constantemente:
para exacerbarse
–en la dicotomía de hombres que toman las armas y mujeres
que trabajan desde el
hogar– como propone Margaret Higonnet, o bien para confundirse,
según Joanna
Bourke[11],
borrando las fronteras que separan lo público y lo privado,
asociados a lo
masculino y femenino respectivamente.
Dentro de la
narrativa de Elflein, propongo una serie posible en el corpus de sus
cuentos
decimonónicos[12]:
aquellos textos que narran, como se anticipó, la
participación de mujeres tanto
en las guerras de la Independencia como en las luchas civiles entre
unitarios y
federales. Considero que en esta serie narrativa pueden detectarse
cuatro roles:
1. las niñas heroicas, 2. las mujeres que luchan a través
de sus tareas
domésticas –cuidadoras, enfermeras, lavanderas,
costureras–, 3. Las que lo
hacen a partir de herramientas simbólicas –como
espías o mensajeras,
adentrándose en territorio enemigo– o bien, 4. aquellas
afectadas por la guerra
en virtud de sus lazos afectivos, en tanto esposas, novias o madres. En
las
páginas que siguen daré cuenta de estos posicionamientos
a partir de la
hipótesis de que en los cuatro casos se trata de roles activos,
no excluyentes
entre sí, atravesados por la violencia masculina que pone en
jaque la vida
femenina y en los que, de manera simbólica o real, las mujeres
batallan en los
bordes de lo privado y lo público y a veces cruzan las fronteras
de lo que se
asignaba culturalmente a su género.
Niñas
heroicas
“La cadenita de oro”
es el primer cuento de Elflein publicado en La Prensa
y, según Eizaguirre, estaba
dentro de los que la joven escritora había presentado al diario
antes de ser
contratada. Es, junto con otros publicados en 1905, uno de los menos
elaborados
a nivel literario. Recogido al año siguiente en el libro Leyendas argentinas, su esquema actancial podría
resumirse así: una
niña inocente tiene una intervención moralmente ejemplar
dentro de un escenario
de conflicto bélico. Esta misma síntesis es aplicable a
otros cuentos de niñas
heroicas, tales como “La cotorra federal”, “La
guardia de azucenas”, “Una niña
intrépida”, también publicados en 1905. Me
detendré en los aspectos modélicos
de “La cadenita de oro”, siguiendo la idea de que, a pesar
de lo formulaico y
moralizante de esta escritura, desde su primera publicación,
Elflein prefiere
protagonistas mujeres, ya sea para exaltar sus valores o, como
hará más
adelante, para denunciar injusticias.
El cuento, de tono
melodramático al estilo Dickens, ofrece una historia
de virtud recompensada. Carmen es una niña huérfana que
vive y trabaja de
sirvienta en casa de una señora rica que la maltrata. Un
día escucha que las
damas patricias, a pedido del gobernador de Cuyo, Don José de
San Martín, están
donando sus joyas para comprar armas y cañones para derrotar a
los españoles en
Chile. Carmen recuerda que posee una cadenita de oro, con un dije de la
Virgen
del Carmen que le había traído su padre arriero de Chile.
Recuerda que su madre
le dijo que le traería suerte. Carmen decide desprenderse de lo
único que tiene
para ayudar a la patria. Se dirige a casa del gobernador, logra entrar
y hablar
con San Martín. Tras una escena de diálogo entre la
tímida Carmen y el afectuoso
y paternal San Martín, este recibe la cadenita de oro que la
niña le entrega
como legado a la patria y, conmovido ante tanta generosidad y tras
conocer su
triste situación, le ofrece que se quede con él.
Así es como Carmen es adoptada
por San Martín y Remedios. La cadenita, tal y como le
había anticipado su
madre, le había traído suerte.
Más cerca de la
sensibilidad decimonónica que de la idiosincrasia
moderna que se verá en cuentos realistas de Elflein, “La
cadenita de oro”
apunta a educar sentimentalmente al lectorado infantil y debió
quizás su éxito
a que proponía el restablecimiento de un orden (la familia
adoptiva San
Martín), axiologías claras y personajes
monolíticos (la dama egoísta y la niña
buena) pero, por sobre todo, espacios protagónicos para la
infancia en donde la
figura del padre de la patria pasaba a ser el padre de familia. En este
sentido, los niños y niñas heroicos pueden inscribirse
dentro de toda una
tendencia por construir protagonistas con figuras “menores”
–mujeres, indios,
negros, sirvientes, conquistadores de segunda línea suelen ser
los
protagonistas predilectos de Elflein– pero sin dejar de lado casi
nunca la
propaganda nacionalista.
La elección
de la infancia
como protagonista de varias de estas historias –junto con otros
rasgos
textuales: las tramas moralizantes, el léxico sencillo, la
brevedad de cada
cuento– permiten ubicar esta zona de la cuentística
elfleinina dentro de la
“literatura infantil”. A estos rasgos literarios se
sumaban, en muchos casos,
expresas dedicatorias a determinada escuela o a determinado grupo de
alumnos,
presumiblemente establecimientos que Elflein había visitado en
calidad de
escritora-maestra[13].
Respecto de la
“literatura
infantil” argentina, existe cierto consenso (Molina, 2011;
Alloatti, 2007;
Fernández, 2020) en considerar al libro Cuentos
(1880) de Eduarda Mansilla como la primera obra nacional dentro del
género[14].
La segunda habría sido el libro –tantas veces reeditado
hasta la fecha– Leyendas argentinas (1906)[15],
de la propia Elflein, en el cual la autora, al igual que con Del Pasado, selecciona y apenas modifica
una veintena de textos publicados en primera instancia en el
folletín dominical
de La Prensa. Pero, a diferencia de
Mansilla, cuyos cuentos buscaban ante todo educar a la infancia en la
moral
cristiana y en el cultivo de valores humanos universales, la prosa de
Elflein
tiene una impronta laica, nacionalista y claramente moderna. Se trata
de
una narrativa didáctica acorde con
el
proyecto político del Estado. Como propone Paula Caldo,
“en un país
caracterizado por una cultura de mezclas de nacionalidades, credos,
idiomas,
valores, costumbres, era necesario crear lugares donde decantaran las
diferencias y emergiera la singularidad de lo local: hogar y escuela,
espacios
por los que transitaron los sujetos desde sus días más
tempranos” (Caldo, 2012:
199). La escuela pública –y la prensa, en menor
medida– era la principal encargada
de trasmitir
contenidos morales y valores patrios que, buscando mancomunar y
amalgamar lo
diverso, facilitaran la inserción cultural de los inmigrantes
como así también
las condiciones de gobernabilidad del Estado. En este sentido, el valor
de
estos cuentos sobre niñas heroicas radicaba en generar
situaciones de
identificación que pudieran modelizar las buenas conductas y
fomentar el
sentimiento nacionalista, a partir de resaltar cualidades tales como:
la
postergación de sí en pos de lo comunitario, la
represión del enojo y de la
violencia ante las diferencias sociales y en favor de una convivencia
pacífica,
la importancia de honrar a los héroes y heroínas del
pasado, el cultivo de las
prácticas concernientes a una “buena esposa” y a una
“buena madre” [16].
La lucha puertas
adentro
A lo largo de la obra de
Elflein, las luchas del siglo XIX son
vistas como la condición de
posibilidad del progreso indefinido que, para la escritora, caracteriza
su
presente[17].
Se
narran con enaltecimiento patriótico las gestas heroicas de los
antecesores
desde un hoy que ha reemplazado las divisiones partidarias del siglo
XIX por la
categoría de argentinidad. Esta noción de presente
glorioso puede leerse en el
prólogo que abre su segundo libro, Del
pasado
(1910), en el que se recogen solo
veinticinco de los más de ciento veinte cuentos que Elflein
llevaba publicados
en La Prensa hasta el momento[18]:
Los clarines
de las viejas guerras que tocaron generala a las puertas de los
cuarteles,
cuando en el Cabildo de Mayo de 1810 adquiría forma el
pensamiento de libertad
americana, fueron después los que durante ocho lustros, al
frente de brillantes
regimientos, ordenaron cargas y cantaron victorias por el territorio de
medio
continente. Hoy
cambian las notas de guerra por las de
una sinfonía de gloria y de paz, raudal que se difunde por los
campos y las
ciudades y conmueve en cada hogar una fibra. Magnifícase el
recuerdo y vibra el
patriotismo, por la obra fecunda del presente el anhelo grandioso del
futuro en
la Argentina.
El ambiente exalta y bajo su grandioso estímulo
agrupo en
estas páginas Del pasado notas de la
dulce y perenne poesía que hubo siempre y habrá por
siempre en el drama, en la
comedia, en la tragedia de guerreros vencedores y vencidos, de
patricios, de
mujeres, de niños, de grandes y de humildes que aportaron lejos
del escenario
solemne donde brillan los oros o las purpuras del triunfo… (Del pasado, V-VI).
Dentro de esta serie, el cuento
“Un realista, ¡no!” rescata el
heroísmo invisibilizado de las mujeres durante las luchas del
siglo XIX. Doña
Rosa y María, su hija, son dos argentinas que han perdido al
esposo y padre en
la batalla de Tucumán. Tras un racconto de ciertas
decisiones de Manuel
Belgrano en torno a la batalla, evaluadas según un historiador
argentino y uno
español cuyos nombres no se aclaran, el cuento se adentra en el
relato de cómo
estas dos mujeres, terminada la batalla de Salta, del 20 de febrero de
1813, se
ofrecen para cuidar a uno de los heridos. En medio de la cantidad de
soldados
del hospital, eligen a un joven, rubio de ojos azules, sin reparar que
es un
soldado del Ejército Real de Lima. Estando ya en su casa, cuando
van a lavar su
uniforme, descubren que se trata de “un enemigo”: pero a
pesar de la promesa
que han hecho de solo auxiliar a los argentinos, el sentido humanitario
es más
fuerte y siguen cuidando del enfermo. Se sugiere en latencia cierto
erotismo de
María, la joven, hacia el convaleciente. “Un realista,
¡no!” narra cómo, a
pesar de la negativa inicial de cuidar españoles indicada desde
el título, el
sentir de María hacia el soldado español (mezcla de
compasión y deseo) vence a
los mandatos patrióticos. Aunque claramente leal al discurso
nacionalista
–sobre todo en el uso del espacio narrativo para instruir en
torno de los
méritos de Belgrano– “Un realista, ¡no!”
deja ver la fragilidad de aquella
promesa femenina: los sentimientos –¿el deseo?–
cuentan más que la
argentinidad.
En otros
cuentos de Elflein en los que también se introduce la figura de
la cuidadora,
los personajes no se hallarán en esa tensión: el amor
estará siempre del lado
de la patria. Este es el caso de la protagonista de “La
medalla”, publicado en
agosto de 1910 y nunca recopilado en libro. El cuento narra la historia
de
Margarita Figueredo, una negra liberta que cuidó heridos de
guerra en su
juventud. En premio a su sacrificio, ha recibido de mano de Rosas, una
medalla
de oro, que desde entonces lleva cocida al vestido y que constituye su
mayor
riqueza. Pero, junto con esta abnegación reconocida, Margarita
ha sufrido
varias pérdidas: tres de sus cuatro hijos han muerto en el campo
de batalla y
la cuarta estaba ciega. El cuento se inicia cuando Margarita es anciana
y se
halla en la pobreza: debe mantener a la hija ciega, a una
pequeña nieta y a sí
misma con el sustento que gana en tareas de limpieza. Un día
enferma de
artritis y ya no puede levantarse de la cama. En ese estado de miseria
y
postración, recibe la visita inesperada de un caballero rico que
dice ser
coleccionista y le ofrece comprarle la medalla al precio que ella
indique. Tras
pensarlo toda una noche, Margarita decide no venderla. Se reivindican
aquí no
solo la abnegación de la mujer en tanto enfermera y cuidadora
sino sus valores
morales: en este caso, el sentimiento de patrio triunfa por sobre la
acuciante
economía.
También
sufriente pero con un final más afortunado que el de Margarita
Figueredo es la
vida de la negra Jerónima, llegada a Sudamérica a
principios del siglo XIX,
según leemos en el cuento “Tierra Santa, la
Argentina”, publicado en La Prensa en junio de
1911 y re-editado
luego como fascículo independiente[19].
Jerónima es la esclava de un español en Paraguay y tiene
un hijo al que adora.
Un día, se entera de que el amo acaba de regalar a su hijo a un
amigo de él y
que, por lo tanto, pronto será separada de él. Pide
clemencia al amo, recibe
por ello azotes y decide escaparse esa noche con su niño rumbo a
Buenos Aires,
ciudad en la que, según ha escuchado, tratan bien a los negros.
Tras un largo
viaje lleno de padecimientos, Jerónima y su hijo logran arribar
a Corrientes.
Allí, el alcalde los encarcela y luego los entrega a una familia
criolla que
los trata muy bien. Pero llega el amo, que los ha venido siguiendo
desde
Paraguay: le exige al alcalde la inmediata devolución de sus
esclavos. Fermina,
su nueva ama criolla, visita a Jerónima en la cárcel y
así se entera de su
triste historia. Ante la noticia de que el cruel amo exige la
restitución,
Fermina arenga al pueblo correntino para que todos se alcen en defensa
de esta
mujer: “Surgió uno de esos movimientos repentinos de
simpatía y piedad que son
inexplicables, como todo lo que es bello” (9). A pesar de la
revuelta popular,
el alcalde debe devolverlos. Cuando amo y esclavos están a punto
de embarcarse
de regreso a Paraguay, se interpone el secretario del gobernador, que
llega a
todo galope con noticias de Buenos Aires: es el 4 de febrero de 1813 y
acaba de
declararse, en nombre de la Asamblea General Constituyente, la libertad
de
todos los esclavos. El amo español, enfurecido, debe retornar
solo a Paraguay.
El pueblo le explica a Jerónima su nuevo estado de libertad a
raíz del decreto
de la Asamblea. Cuando comprende, la esclava liberta se arrodilla para
besar la
tierra, en señal de agradecimiento, y exclama al cielo:
“Tierra Santa la
Argentina”.
Aunque la
batalla de Jerónima es por su propia vida y no se enmarca dentro
de una guerra,
en este cuento puede verse también, como en “La
medalla” y como en “Un
realista, ¡no!”, la reivindicación del trabajo
femenino y la importancia de la
lucha de las mujeres: en “Tierra santa, la Argentina” se
tematizan, además, una
unión inter-racial y una gestión colectiva. El accionar
de Fermina marca un
punto de inflexión en la ponderación de las
intervenciones femeninas: ya no se
trata solo de representar elogiosamente la abnegación en las
labores domésticas
(como en Jerónima) o de enfermería (como en Doña
Rosa, María y Margarita) sino
en narrar el éxito de una gestión colectiva promovida por
mujeres. Fermina –blanca, ama y casada, es decir, en mejores condiciones
sociales que sus
predecesoras en la ficción elfleiniana–
construye su poder a partir de la palabra. Persuade, arenga, recluta
aliadas.
Y, como ella, hay en los restantes cuentos “de guerra” de
Elflein otras
heroínas, cuyas intervenciones se destacan no ya por sus tareas
asistenciales
sino por sus herramientas simbólicas: por sus relatos
engañosos, mentiras,
arengas, etc. En esta serie de luchadoras de la palabra, por llamarlas
de algún
modo, pueden incluirse las heroínas de “El camino de la
muerte”, “La cantora”,
“La Cordobesa”, “El rescate” y “La
guardia de azucenas”.
Espías, mensajeras,
mentirosas
“El camino de
la muerte” y “La Cordobesa” fueron escritos en 1905 y
luego recogidos en los
libros Leyendas argentinas y Del pasado,
respectivamente, mientras
que “El rescate” (1909) y
“La cantora”
(1913) aún permanecen sin reeditar. En los cuatro casos, se
trata de cuentos
ambientados en las luchas de la Independencia y protagonizados por
mujeres que
logran desviar al ejército realista a través de
engaños verbales.
“El camino de
la muerte”, la joven salteña María salva a los
gauchos de Güemes al decidir
guiar al ejército godo hacia el desfiladero de la Cruz en donde,
junto con el
enemigo, muere cayendo al abismo. Hija y novia de héroes de
guerra, es ella
finalmente la que logra, tras ganarse la confianza de los
españoles y
desviarlos del camino, evitar así el desventajoso
enfrentamiento. Sin
plantearlo ex profeso, queda dicho que la astucia y el sacrificio de la
joven
logran lo que no ha logrado la fortaleza de los guerreros padre y
novio. “Me ha
llegado la hora de servir a la patria” es la frase que antecede
al gesto
sacrificial de María en este relato inusualmente cargado de
referencias
religiosas.
“La cantora”
despliega una matriz narrativa similar pero más elaborada.
Situado también en
Salta y durante las guerras de la Independencia, el cuento presenta a
un grupo
de mujeres que han quedado solas en la casa mientras los hombres se
encuentran
en el campo de batalla. Reciben la visita/invasión inesperada y
amenazante de
los realistas, a quienes deben servir. Tras haber comido, bebido y
haber “sido
groseros” con las mujeres, los españoles preguntan
qué hay detrás de los
bosques que rodean la casa. La más anciana cuenta entonces la
leyenda de la
“cantora”, una mujer que, al modo de las sirenas en La Odisea, canta y con su canto hace que los viajeros
pierdan su
rumbo. “Nadie que se haya topado con la cantora”, les
advierte la anciana, “ha
sobrevivido”. Los realistas retoman la marcha, escépticos
ante esta narración.
Son seguidos por dos de las mujeres, que se cuidan de no ser vistas. En
medio
de la noche, cada una de un lado del grupo, escondidas, empiezan a
cantar.
Desmoralizados y ralentizados por el susto que les imprimen aquellas
voces, que
no dudan en atribuir a “la cantora”, los españoles
son interceptados y vencidos
por los criollos. El cierre del cuento yuxtapone la valoración
de la lucha
femenina con el discurso nacionalizador: ha amanecido y las mismas
voces
femeninas entonan el himno nacional. Hay aquí labores
domésticas femeninas,
engaños y alianzas de grupo.
Los motivos
de la emboscada y el engaño como defensa de la mujer ante el
enemigo abusador
se repiten en “La Cordobesa”. La historia, situada en los
valles del Alto Perú,
narra cómo Parmenia, una cordobesa que atiende y cocina para los
hombres de la
partida del teniente Arias, es interceptada por los realistas y, para
evitar el
enfrentamiento con los criollos, desvía al enemigo del camino
correcto. Todos
celebran felices y Parmenia cocina para los hombres de Arias sus
pasteles, que
“fueron
más exquisitos
aun que los gustados por el general Belgrano”.
Una cuarta
espía aparece en “El rescate”, cuento
que narra cómo los realistas atacan por séptima vez,
ahora desde Humahuaca.
Toman prisionero al joven soldado Antonio Soler, recién casado.
Eduvigis, su
amante esposa, decide rescatarlo: sigue al ejército realista,
escondida. En uno
de los parajes del camino, escucha que los gauchos cuentan de un
escondite en
donde Belgrano ha dejado una reserva de más de doscientos
caballos. Decide dar
esta información como prenda de cambio para rescatar a su
marido. Con este
plan, da alcance al ejército godo, se entrevista con el general
Olañeta, le
revela la información, y éste libera a su marido. Cuando
Soler se entera por su
esposa del modo en que ha obtenido su libertad, mata a Eduvigis, luego
se
interna en el campamento enemigo y, sin ser visto, libera y hace dar
estampida
a los doscientos caballos, que lo aplastan en su veloz huida.
Quizás
“El rescate” sea, dentro de esta subserie
de mujeres con armas simbólicas (engaños, mentiras,
seducciones), el cuento que
presenta la gestión de espionaje más elaborada. .
Además de tener un rol activo
como espía, Eduvigis es asesinada por su marido, es decir que
este cuento
podría inscribirse también en la siguiente: sub-serie: la
de mujeres
violentadas.
Esquemas narrativos
similares a los de estos
cuatro cuentos, estructurados a partir de una secuencia que
podríamos
sintetizar como “situación de peligro/despliegue de
herramientas simbólicas
femeninas/salvación de la muerte”, reaparecen, con
variaciones y quizás con
miradas más infantilizadas u optimistas, en cuentos como
“Una niña intrépida”
(1905), “El patrón de la ballenera” (1907),
“Doña Vicentita” (1907), “La
guardia de azucenas” (1913), “La estrella federal”
(1913). Pero veamos ahora la
última sub-serie: los cuentos que narran las luchas perdidas.
Locas y violentadas
Hay otra
serie de cuentos en donde las mujeres no son ni sostenedoras de la vida
material (como enfermeras o amas de casa) ni espías o
hábiles engañadoras sino
simplemente víctimas de la violencia masculina. A veces
también son reservorios
de ética frente a la deshumanización que acarrea la
guerra. Este es el caso de
“La historia de Mamantonia” (1906) “La
perjura” (1908), “Responsabilidad” (1909), “La
pulpería” (1912), “Novia de
soldado” (1917), entre otros.
“La historia
de Mamantonia” presenta a una negra sirvienta, Mamantonia,
generosa pero
autoritaria, que recibe el mote de “vieja solterona” por
parte de una de sus
jóvenes amas blancas. Ante lo que es considerado un gran
insulto, la madre de
la joven le narra a su hija la historia del aya. Antonia estaba a punto
de
casarse con su novio Martín, soldado del ejército de
Güemes, cuando se entera
de que el dinero para la boda procede del soborno que ha cobrado el
joven de
manos de los realistas por haber accedido a la deserción.
Horrorizada por
hallarse ante “un traidor a la patria”, Antonia rechaza a
Martín y paga el
costo social de quedarse soltera. El relato oral de la madre hacia la
hija
tiene la intención –que es también el objetivo
narrativo
del cuento– de marcar una axiología sentimental: vale
más preservar la ética
que acceder al matrimonio en esos términos.
En el cuento “La loca Basilia”, a la joven
protagonista le ha ocurrido
lo contrario que a Antonia: su deseo de casarse con Agustín
Molina, su novio
unitario, persiste inclaudicable, pero el joven ha sido capturado por
las
fuerzas del fraile Aldao y, a tono con la crueldad del caudillo
mendocino, ha
sido decapitado. Cuando Basilia pregunta por él en el cuartel,
le indican un
catre en donde el joven aparentemente reposa. La imagen inesperada de
la cabeza
desprendida del cuerpo y con movimientos autónomos hace
enloquecer a Basilia,
quien se convierte tras esa escena traumática en “la loca
Basilia” –frase que
da título al cuento, condenada a desvariar sin rumbo y a
mendigar “para sus
vicios” por el resto de sus días.
También da cuenta de los daños irreparables de
la violencia masculina
“La voz de la conciencia”, en el que el cabo Vega, del
ejército de San Martín,
tras haber sido rechazado como posible esposo de la joven Domitilia,
incendia
las posesiones de la familia, compuesta por la madre viuda Doña
Ana y su hija,
Domitilia.
Siguiendo esta línea, “La perjura” narra,
como “El rescate”, la historia
de un femicidio ocurrido en el contexto de las luchas
decimonónicas. Tras el
fracaso de Lavalle por derribar a Rosas, se suceden una serie de
castigos
perpetrados por el caudillo federal hacia quienes se habían
levantado en su
contra. De entre ellos, existía un soldado federal que era
enemigo personal de
un unitario: además de las diferencias políticas, se
habían disputado el amor
de Margarita, una joven bella e inocente, muy católica, que
finalmente se casó
con el unitario. Cuando Lavalle cae, el esposo sabe que debe huir.
Llega el
federal a casa de Margarita y le pregunta por su esposo. Ante el
silencio de la
joven, le hace jurar –en la iglesia, frente al altar– que
no sabe a dónde ha
huido el unitario. Esta perjura o falso juramento llena de culpa a
Margarita y,
cuando finalmente los federales dan muerte a su marido, la joven
está
convencida de que ha sido por su culpa. Enloquece y al poco tiempo su
cadáver
aparece a orillas del río, sugiriendo que se trató de un
suicidio ocasionado
por su perjura. El cuento narra cómo, por haber recibido una
“educación
especial” que “le había enseñado más
el temor que el amor de Dios”, Margarita
no logra superar su culpa. A la denuncia de vidas arruinadas ante la
violencia
masculina –de la guerra, en estos casos– “La
perjura” suma una mirada crítica
hacia la educación religiosa.
Los cuentos sobre locas y violentadas son quizás la
sub-serie que más se
emparenta con la narrativa de una de las predecesoras literarias de
Elflein:
Juana Manuela Gorriti. Sospechamos que la autora del siglo XX
había leído
cabalmente a su predecesora del XIX, no solo porque en su literatura
abundan las
referencias a obras literarias argentinas y porque hay cierta similitud
en
varias de las temáticas de sus cuentos, sino también
porque el subtítulo que
Elflein elige para su folletín durante los años 1908 y
1909, Realidades y ficciones[20],
tiene una clara intertextualidad con el del libro de Gorriti Sueños y realidades (1865). Ambos
títulos anticipan que, en su interior, se agruparán
indistintamente textos
ficcionales (sueños y ficciones) y relatos verídicos,
basados en fuentes
históricas (las “realidades”). Un pasaje en el que
Elflein fundamenta el uso de
la palabra “realidades” para referirse a la
narración no ficcional es el
comienzo de la ya mencionada nota “Doña Isabel de
Guevara”, aparecida en La Prensa cuando el
folletín llevaba el
subtítulo “a lo Gorriti”. Leemos allí:
“Esto no es un cuento. No corresponde a
las Ficciones, sino a las Realidades.
Escrita por una mujer y
dirigida a otra, la carta que se leerá más adelante,
está destinada a iluminar
una página poco conocida de la vida en América”
(27.09.1908). La serie de
cuentos sentimentales de mujeres violentadas que aquí
presentamos bien podría
leerse como continuación y/o en diálogo con varios de los
cuentos incluidos en Sueños y realidades de
Gorriti: textos
tales como “El ramillete de la velada” (1860), “Si
haces mal no esperes bien”
(1861), “El lecho nupcial” (1865), “Tres noches de
una historia” (1865) y “Una
hora de coquetería” (1865), también dan cuenta de
vidas femeninas devastadas
por la violencia masculina. A diferencia de Gorriti (que no siempre se
abstiene
de juzgar moralmente a sus heroínas[21]),
en esta sub-serie elfleiniana, la voz narrativa se muestra
indefectiblemente
del lado de la mujer.
Conclusiones
Hemos visto
que, entre los textos de Ada María Elflein rescatados del
archivo, hay muchos
que abordan –con una perspectiva siempre optimista y
patriótica, a tono con el
clima del Centenario– las luchas del siglo XIX. Desde una
construcción textual
de su presente como un estado ideal de progreso y orden al que
habría llegado
la patria tras superar los conflictos decimonónicos, Elflein
representa estas
guerras (tanto las batallas de la Independencia como las luchas
civiles)
haciendo foco generalmente en los héroes y heroínas
“menores”, en las figuras
secundarias de la historia, hoy desconocidas. Dentro de estos
participantes
“injustamente olvidados”, hay muchos personajes femeninos. Mi artículo ha tenido por objeto dar a conocer una
serie de cuentos,
ambientados en el siglo XIX, que construyen diferentes personajes de
“mujeres
que luchan”. Aunque se trata en general de personajes obedientes a
las prescripciones hetero-normativas de la época, también
aquí –como en toda la
obra de Elflein– hay tensiones, fisuras, contradicciones. Hemos
analizado cómo
se construyen en dichos cuentos los diferentes roles femeninos, a
partir de una
tipología propuesta para este corpus: las niñas heroicas,
las mujeres que
luchan desde el hogar –en tareas de sostenimiento
doméstico y de enfermería–,
las que lo hacen a través de herramientas simbólicas como
la persuasión, la
mentira, el espionaje, o bien las mujeres que son víctimas de la
violencia de
la guerra y/o garantes de valores morales.
Este ensayo
ha destacado el valor de algunas mujeres del pasado (construidas
ficcionalmente
como personajes en estos cuentos, pero mucha veces a partir del trabajo
con
fuentes históricas, como es el caso de la carta de Isabel de
Guevara) que cruzaron ciertos bordes simbólicos al atreverse
a luchar en ámbitos asignados culturalmente a los hombres. Tal
vez, rescatar
las historias de mujeres no reconocidas por la historiografía
oficial era un
modo en que Elflein tramitaba su propia colocación en el campo
intelectual, un
modo en que batallaba como profesional en los bordes de ese
ámbito masculino,
en tanto primera mujer periodista de la redacción del diario La Prensa. Ya fuera como estrategia para
legitimarse a sí misma, como modo de cuestionar las historias patrias
construidas exclusivamente en torno a héroes masculinos, o como
manera de
intervenir en la lucha feminista (aunque sin perder nunca su tono
elogioso
hacia los “padres” de la patria), Elflein escribió
con las armas de la ficción
y del archivo textos que revalorizan en varios sentidos a las mujeres,
tanto a
las “modernas” como a las “fundadoras de la
patria”.
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Recibido:
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Evaluado:
15/04/2022
Versión
Final: 12/08/2022
[1] Datos extraídos
de VIAF (Virtual International Authority File). VIAF ID: 158273039.
[2] Claudia
Garnica propone una mirada
iluminadora sobre la posición de los inmigrantes alemanes en
Argentina: “Su
autoimagen incide también en la heteroimagen y la
percepción del estado de
destino, ya que la Argentina comienza a ser vista como país
colonizable, en
consonancia con la política imperial expansionista. Comienza a
dejar de ser la
tierra a donde se llega para sobrevivir en mejores condiciones y se la
comienza
a percibir como un punto de expansión imperialista, al cual es
posible ofrecer
una civilización superior, que contribuya a mejorar la
nación. De minoría sin
derechos, los inmigrantes alemanes se autoperciben como agentes
civilizadores
necesarios para la evolución del estado de destino (Garnica,
2020: 63).
[3] En su artículo
sobre la trayectoria de la escritora maestra Carlota Garrido de la
Peña (cuya
carrera presenta muchos puntos en común con la de Elflein),
José Maristany
reflexiona en torno a la relación escritora-maestra a principios
del siglo XX:
“Desde fines del siglo pasado, con la fundación de
escuelas normales en todo el
territorio nacional, se institucionaliza el trabajo docente en el que
se
constata un porcentaje cada vez mayor de mujeres. Hijas de inmigrantes,
con
padres a menudo analfabetos, criadas en una casa donde los
únicos libros que
entraban eran los libros de la escuela, donde los únicos
impresos que existían
eran los de la escuela12, estas mujeres encuentran en la escuela
normal, la
posibilidad de recorrer un camino que las liberaría de su
destino de costurera
o de obrera manual. El magisterio significó entonces una
posibilidad de superar
el ámbito de lo doméstico y ocupar un espacio
público en el que se delegaba a
la mujer cierta cuota de poder” (Maristany, 2000: 3).
[4] Claudia Torre
reflexiona en torno a este
“extraño privilegio”: “Esta salita puede
considerarse en un doble sentido. Por
un lado, resuena la idea de “cuarto propio” de Virginia
Woolf, aunque mejorado,
porque el cuarto propio de la escritora inglesa se juega en el interior
de la
propia casa y aquí lo hace ya en el mundo laboral, casi como una
oficina
propia, de la que seguramente muchos de los empleados del diario
carecían. Por
otro lado, parece ser también la forma en que una mujer puede
incorporarse al
mundo de la prensa gráfica activa, aunque siendo aislada de los
demás, como si
su propia rutina de trabajo no debiera formar parte de la rutina
masculina, de
las formas de trabajo y del estilo de los varones, esto es, como si esa
salita
no fuera un privilegio sino una forma refinada del confinamiento”
(Torre, 2013:
225).
[5] Analizo el rol de
Elflein en la prensa y su relación con el nacionalismo y con el
normalismo en
mi artículo “La aliada: prensa y
literatura en Ada Elflein”.
[6] Doy cuenta de
esta labor (que supuso la búsqueda, digitalización,
estructuración de datos y
próxima re-edición de los textos de Elflein) en mi
artículo “Ada Elflein:
archivo y patrimonialización”, actualmente en prensa en la
Revista Confabulaciones.
[7] “Escasos”
en la
medida en que han dejado sin cubrir la mayor parte de su vasta obra.
Pero esta
idea de escasez se torna relativa si pensamos que otras autoras del
Centenario
permanecen aún más desatendidas por la crítica.
Por nombrar solo las que
menciona Ricardo Rojas en su Historia de
la literatura argentina (vol. VIII, 384): Carlota Garrido de la
Peña, Ema
de la Barra (César Duayén), Victorina Malharro. Otra
suerte muy distinta tuvo
Alfonsina Storni, quizás considerable como perteneciente a la
generación
inmediatamente posterior (dado que su primera publicación ve la
luz en 1919,
año de la muerte de Elflein).
[8] Estas son:
“Retratos de actualidad” (Nº 414. 8/9/1906);
“Bibliografía. Leyendas
argentinas” (Nº 564. 24/7/1909); “Mujeres
intelectuales” (Nº 988. 8/9/1917);
“Ada. M. Elflein” (Nº 1087. 2/8/1919);
“Homenaje” (Nº 1106. 13/12/1919); “Las
fiestas de mi escuelita”, por Germán Berdiales (Nº
1568. 20.10.1928).
[9] Como
continuación
de esta línea de comentarios sobre Elflein pueden incluirse las
notas de Mabel
Belucci (1985) y Olga Vittali (1999) y la entrada biográfica de
Lily Sosa de
Newton en su Diccionario biográfico de
mujeres argentinas (1986).
En lo que refiere a
reediciones, la
primera en llevar a cabo esta tarea, una vez fallecida la autora, fue
su amiga
y colega Gisberta Smith de Kurth, quien en 1926 lanzó, en el
marco de la
Fundación Ada María Elflein, el primer volumen de lo se
propusieron, sin poder
concretarlo, como las “obras completas” de la autora. Se
publicó en este marco
el libro Por campos históricos. Impresiones de viaje,
conformado por
cuatro relatos de viaje aparecidos en La Prensa entre 1913 y
1917. En
2000, continuando la labor de Smith de Kurth, Mónica Szurmuk
reedita “Viajes
serranos”, único relato de viajes que permanecía
sin haber sido “rescatado” de La
Prensa. Recientemente, la editorial Los
lápices ha vuelto a editar algunos de ellos en el volumen Impresiones de viaje.
[10] La investigación sobre
los cuentos de Elflein es retomada, algunas décadas más
tarde, por Dolores
Comas de Guembe (1991), Claudia Garnica (2020), Gabriela Boldini (2020)
y María
Vicens (2020). En lo que refiere a críticas sobre los relatos de
viaje, se
destacan los aportes pioneros de Mónica Szurmuk (2007), seguidos
unos años más
tarde por los de Claudia Torre (2013) y los de Martín Servelli
(2017). Sostiene
Szurmuk que Elflein “estuvo dedicada por completo a la
búsqueda de una
definición de nacionalidad que le sirviera a ella –una
hija de inmigrantes”,
dado que “no tenía lazos históricos que la unieran
al país, pero trataba de
crearlos en sus textos, de ahí su insistencia en describir el
elemento
argentino, sus paisajes y personajes” (Szurmuk, 2007: 134).
[11] “The
performance of gender roles in war is confused and confusing. Men
are disarmed; women, indispensable. In wartime, commonplace assumptions
about
the dichotomous concepts of masculinity and femininity are
conspicuously
fractured, inciting desperate attempts to reaffirm their salience in
the face
of palpable discord” (Bourke, 153).
[12] Como propongo en
mi artículo “Ada Elflein: archivo y
patrimonialización”, elijo ordenar los
textos de Elflein a partir de cuatro categorías, según el
periodo histórico en
el que se inscriben: 1. textos de la época colonial (mayormente,
notas
históricas), 2. cuentos sobre el siglo XIX (casi todo el corpus
es ficcional,
aunque hay algunas notas y reseñas), 3. cuentos del siglo XX y
4. relatos de
viaje. De más está aclarar que se trata de una
clasificación entre varias posibles.
La serie de mujeres batalladoras es un sub-conjunto dentro del grupo
“cuentos
del siglo XIX”.
[13] Sobre
las estrategias de ingreso al campo letrado a
través de la docencia por parte de varias escritoras-maestras
durante las
primeras décadas del siglo XX, ver José
Maristany (2000).
[14] Para un
desarrollo de las lecturas ficcionales a las que
tenían acceso los niños argentinos de fines del siglo XIX
y primeras décadas
del XX (ya fueran obras dirigidas expresamente a un público
infantil o no), ver
Molina (2011), Alloatti (2007) y el exhaustivo listado de Dora
Pastoriza de
Etchebarne en su “Cronología de cuentos infantiles
argentinos” (1962).
[15]
También en 1906 se publica un libro argentino para
niños, con algunas similitudes con Del
Pasado: me refiero a Cuentos
patrióticos y episodios históricos, de José
Barrera Oro. El prólogo
presenta algunas cercanías con “Designio”, el texto
que abre Del pasado: el deseo del autor es
“fomentar en el pueblo y en la juventud argentina, por medio de
sencillas y
breves lecturas, el gusto por los episodios de nuestra historia
nacional” (3).
Y, para ello, postula: “Los episodios históricos que
evocan en la mente todo un
cortejo de imágenes grandiosas, nos hacen comprender lo que
valen las riquezas
del heroísmo y los tesoros del honor patrio que nos fueron
legados por las
generaciones precedentes. Así, pues, toda empresa o tentativa
que tienda a
despertar en las masas la emoción ardiente, la impresión
vivaz de los grandes
hechos del pasado, es necesariamente digna de nuestro entusiasmo y
admiración”
(Barrera Oro, 1906: 3-4). Nótese cómo, dos autores
contemporáneos como lo
fueron Elflein y Barrera Oro, publican en 1906 dos libros orientados a
educar
histórica y moralmente a niños y jóvenes pero,
mientras el autor evalúa y sopesa
qué parte de la historia es “digna de nuestro entusiasmo y
admiración”, la
autora agradece, insegura y casi disculpatoria, la posibilidad de esa
escritura: “Con esta primera colección de mis cuentos y
leyendas presento un
homenaje a las glorias de mi patria y a los anhelos de alta
educación moral que
siento vibrar en esta tierra […]. Quiero
decir que la imaginación no ha
volado caprichosamente por todas partes y que el sentir ha sido
regulado por el
pensar” (Elflein, 1906: vii).
[16] Analizo
más detenidamente estas cuestiones en “Ada
Elflein: cuentos para la educación sentimental de las
niñas” y en “Ada Elflein:
narraciones para servir a la patria”, ambos artículos
actualmente en prensa.
[17] Cabe aquí la
mirada de Fernando Devoto en torno al uso político de la
dirigencia de la época
al otorgar un sentido triunfal al pasado: “Un acontecimiento
destinado a
perdurar (mayo de 1810) crearía otro acontecimiento
también destinado a
perdurar (mayo de 1910). La segunda fecha era una celebración de
la primera,
pero era mucho más una celebración de la segunda. No se
celebraba el pasado,
sino que el pasado era una excusa para celebrar el presente. La
revolución era
un pretexto para que los argentinos de 1910, o sus grupos dirigentes,
se
celebrasen a sí mismos y presentasen al mundo lo que algunos
imaginaban era las
promesas cumplidas de los revolucionarios. (…) Aquellas
líneas inaugurales de
la versión original del himno (Se levanta
a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación)
parecían haberse realizado
plenamente, o al menos así lo creían muchos”
(Devoto, 2010: 13).
[18] De los treinta
publicados en 1905 en el diario de Paz, veintiuno fueron recopilados,
con leves
modificaciones, en Leyendas argentinas
(1906).
[19] Sosa de Newton
y Olga Vittali nombran este texto como un libro autónomo. Se
trata en verdad de
un cuento publicado en La Prensa con
el título de “Tierra santa la Argentina” el 25 de
junio de 1911 y reeditado en
1918 como fascículo de la Biblioteca Infantil Argentina bajo el
sello Editorial
Universo.
[20] Los textos de
Elflein aparecidos en el folletín dominical (todos menos algunos
relatos de
viajes, que salían a doble página y con fotos) tuvieron,
a lo largo de los
catorce años, tres subtítulos: en 1905, “Leyendas
argentinas para niños”; entre
1906 y 1907, “Leyendas argentinas”; entre 1908 y 1909
“Realidades y ficciones”.
A partir del 3 de abril de 1910 y hasta el final, el 24 de noviembre de
1918,
el folletín llevó solo el título de cada cuento.
[21] Tanto “El lecho
nupcial” como “Una hora de coquetería”
condenan los comportamientos de sus
protagonistas mujeres.