Batallar en los bordes. Heroínas de guerra en cuentos de Ada Elflein

 

Battling on the Edges: War Heroines in Ada Elflein’s short-stories

 

 

Natalia Crespo

Instituto de Literatura Hispanoamericana,

Facultad de Filosofía y Letras,

Universidad de Buenos Aires,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)

https://orcid.org/0000-0002-7550-0486

nmcrespo@gmail.com

 

Resumen

La escritora germano-argentina Ada María Elflein (1880-1919) publicó en el folletín dominical del diario La Prensa, durante catorce años (desde 1905 hasta 1918 inclusive), un texto semanal: un cuento, una nota histórica, un relato de viajes. Su obra alcanza las quinientas piezas breves y, a pesar de haber gozado de gran difusión en la época, es hoy en día solo parcialmente accesible. Si bien algunos de sus cuentos y, sobre todo, sus relatos de viaje han recibido considerable atención crítica, cerca de un ochenta por ciento de su obra permanece aún desconocida para el público. Este artículo releva y analiza una serie de cuentos –seleccionados de entre los más de cuatrocientos hasta ahora nunca re-editados y que hemos rescatado recientemente de los archivos– en donde se presentan personajes femeninos que luchan, tanto en las batallas de la Independencia como en las luchas entre unitarios y federales. Además de dar a conocer este corpus textual (su olvido responde sin duda a cuestiones de género), este artículo revisa algunos de los roles que, según estas ficciones, desempeñaron las mujeres en las guerras del siglo XIX, propone un lugar para esta serie de cuentos sobre mujeres decimonónicas batalladoras dentro de la obra total de la escritora y ofrece una posible tipología para pensar internamente dicha serie.

 

Palabras Clave

Archivo; Elflein; mujeres;  guerras; Siglo  XIX.

 

Abstract

During fourteen years (from April 1905 until November 1918), the German-Argentine writer Ada María Elflein (1880-1919) published a weekly text in La Prensa´s Sunday feuilleton: a short-story, a historical note, a travel account. Her work is comprised of five hundred short pieces and, despite having received wide circulation at the time, today it is only partially accessible. Although some of her stories, and especially her travel narratives, have received considerable critical attention, nearly eighty percent of her work remains inaccessible to the public. This article analyzes a series of stories –selected among the more than four hundred that have never been republished and that we have recently rescued from the archives– where female characters are presented as participants of both the battles of Independence and the fights between unitarios and federales in today’s Argentina. In addition to revealing a literary corpus almost unknown (its neglection, undoubtedly, responds to gender issues), this article reviews some of the roles that, according to these fictions, women played in 19th century wars, proposes a place for this series within Elflein´s work and offers a possible typology for the study of this series of feisty women at war.

 

Keywords

Archive; Elflein; women; wars; Nineteenth Century.

 

 

Introducción

 

En febrero de 1905, la joven germano-argentina Ada María Elflein (Buenos Aires, 1880-Buenos Aires, 1919) es contratada por Ezequiel Paz, director del diario matutino La prensa, por entonces uno de los más importantes del país. Deviene, así, la primera periodista mujer en la redacción del diario y, años más tarde, la primera mujer miembro de la Academia Nacional de Periodismo (Garnica, 2020: 64). Debía escribir un texto por semana, que se publicaba en la sección folletín del diario del domingo durante los meses del calendario escolar: desde abril hasta noviembre inclusive. Realizó esta tarea desde abril de 1905 hasta noviembre de 1918. Una serie de variables debieron converger para que este contrato laboral fuera posible. Probablemente, la holgura económica de La prensa, que en 1898 estrenaba el flamante edificio de arquitectura francesa ubicado en Avenida de Mayo 575, famoso desde su inauguración por albergar –además de oficinas, comedores, consultorio médico, sala de cine, patios interiores– una cúpula coronada por una escultura de bronce, insignia inconfundible, junto con el escudo familiar, de la empresa de los Paz (Ulanovsky, 1997: 26)[1]. También habrá incidido en la decisión de contratar a una “chiquilla” (García Velloso, 8), la creciente demanda de medios culturales por parte de un público cada vez más numeroso dado el aluvión inmigratorio y la creciente alfabetización. Asimismo, la necesidad de contar con herramientas simbólicas para amalgamar a un colectivo peligrosamente cosmopolita y politizado. En este sentido, una maestra joven y culta (capacidades avaladas por una carta de recomendación de Bartolomé Mitre, según cuenta José María Eizaguirre) y, ella misma, hija de extranjeros (y no de gallegos o italianos, sino de europeos prestigiosos como los alemanes[2]), bien podía contribuir con el entretenimiento, la educación moral y la argentinización (tres formas sutiles del disciplinamiento) que aquella sociedad ideológica y lingüísticamente variada estaba necesitando. Tampoco debió haber sido desdeñable la presencia cada vez mayor de mujeres en la esfera pública y, sobre todo, en el ámbito educativo: las escuelas normales, de matrículas cada vez más feminizadas, permitían año a año la graduación de mujeres jóvenes que, como Elflein, ingresaban al mundo laboral, hasta ahora solo masculino, profesionalizadas[3]. Asimismo, según se venía gestando desde el siglo anterior, cierta ampliación de oportunidades laborales a partir de la propagación de las ideas del anarquismo y del socialismo, “doctrinas sociales que abogaron por los derechos del proletariado y también de las mujeres” (Barrancos, 2010: 121). Creemos que todas estas variables seguramente incidieron en que, en 1905 y por primera vez, una mujer fuera contratada como periodista en La Prensa. Le fue asignada una sala especial, apartada, para que trabajara  –¿sin ser molestada o sin molestar?– las dos horas diarias que solía pasar en el edificio de La Prensa.[4]

Los textos de Elflein se publicaban casi siempre entre la página 7 y la 13 (según la extensión y estructura del diario, que fue variando con los años). Pertenecían a diversos géneros: cuentos, leyendas, tradiciones, episodios, notas históricas y geográficas y, a partir de 1913, también relatos de viaje. En sus más de treinta notas históricas, sobre todo en las relativas a la época colonial, Elflein echó mano de obras que no eran voces prestigiosas de su época –el padre Guevara, el padre Lozano, Bartolomé de las Casas, el Inca Garcilaso–, retrató a personajes no necesariamente consagrados y, ante todo, cotejó diversas fuentes, logrando así textos no solo innovadores en su contenido sino verdaderas investigaciones de historiadora. Por versar sobre la época colonial, estas notas no han sido incorporadas a este artículo, centrado exclusivamente en heroínas del siglo XIX. Cabe mencionar, sin embargo, que al igual que en sus textos sobre las luchas decimonónicas, Elflein opta por echar luz sobre personajes marginales, poco o nada presentes en la historiografía oficial. Así, sus notas sobre Isabel de Guevara (La Prensa, 27.09.1908), Juan Sebastián del Cano (La Prensa, 30.07.1916), Juan Ramírez de Velasco (La Prensa, 24.11.1918), por citar solo algunas de la treintena de textos sobre la colonia, dan cuenta de su voluntad de ampliar el panteón de héroes y, sobre todo, de heroínas. En este sentido, es válido para todo el corpus de notas coloniales el siguiente pasaje de “Doña Isabel de Guevara”:

“Lo que no todos conocen es el papel que las mujeres desempeñaron en esas aventuras, los sufrimientos sin nombre que soportaron, la fortaleza de ánimo de que dieron muestra cuando los hombres se doblegaron ante el exceso de fatigas y perdieron valor y esperanza frente a las múltiples y extrañas tribulaciones que cayeron sobre ellos en esta tierra nueva, ignota y hostil. Nadie ha medido los tesoros de amor, de energía, de resignación y de fe que derramaron sobre sus compañeros en aquellos días aciagos y grandes, cuya relación leemos hoy como peregrinas y fantásticas leyendas. Doña Isabel de Guevara no es sino una entre muchas mujeres de aquellas horas.  (“Doña Isabel de Guevara”, La Prensa, 27.09.1908: 8).

La importancia que da Elflein a la época colonial deja ver que su imaginario histórico-nacional retoma las propuestas historiográficas de Juan María Gutiérrez y de Pedro de Angelis, para quienes el archivo colonial resultaba un antecedente fundamental a la hora de cartografiar el pasado de la nación, cuya historia se habría iniciado con los pueblos originarios y no –como proponían otros intelectuales de la época— con la Revolución de Mayo en 1810.

Podemos suponer que Elflein era leída masivamente ya que la tirada diaria de La prensa por esos años superaba los 20.000 ejemplares (Galván Moreno, 1944: 218; Espósito, 2011: 7). A pesar de esta popularidad, solo ha llegado hasta nuestros días aquel pequeño porcentaje de su obra (no más de un veinte por ciento) que, desde su aparición, ha sido recogido del diario y reeditado en libros o en fascículos escolares: los cuentos más infantiles y más patrióticos, aquellos moralmente probos, que reafirman a la autora en la posición en la que ella misma en un principio –y el ámbito cultural de 1905– la colocaron, la de la maternal maestra escritora, un “alma fresca y resplandeciente de niña bondadosa” (Eizaguirre, 101), que “sirvió a los más altos ideales de educación moral en su patria” (Eizaguirre, 102)[5].

Gracias al rastreo en diversos repositorios públicos, hemos “rescatado” más de cuatrocientos textos nunca re-editados y que se hallaban en riesgo de desaparición material[6]. Este artículo releva y analiza, dentro de este amplio archivo, una serie de cuentos en donde se presentan personajes femeninos que forman parte, desde el hogar y por fuera de él, de las guerras del siglo XIX argentino, tanto las batallas de la Independencia como las luchas civiles entre unitarios y federales. Me interesa pensar cómo y por qué una escritora de principios del XX escribe sobre el valor de otras mujeres que lucharon y que no fueron habían sido, aún en la época de Elflein, reconocidas por la historiografía oficial. ¿Se trata de una estrategia de Elflein para legitimarse a sí misma, para cuestionar las historias patrias construidas por hombres, como modo de intervenir en la lucha feminista (aunque con su tono siempre elogioso hacia los "héroes" clásicos)? Sin dejar de ser una escritora alineada con la ideología nacionalista de entronización de héroes masculinos, produjo textos que revalorizan a las mujeres, tanto a las “modernas” como a las de la “fundación de la patria”.

La obra de Elflein ha recibido tal vez escasos[7] –aunque sustanciosos– comentarios, reediciones y estudios críticos. Los primeros elogios fueron de sus contemporáneos y pueden rastrearse en algunas notas necrológicas y/o prólogos de José María Eizaguirre, Manuel García Velloso, Carmen S. de Pandolfini y de la revista Caras y Caretas[8], la cual le brindó en varias ocasiones espacio para entrevistas y reseñas[9].

La parte de su obra que más se ha reeditado y circulado –seguramente por su vinculación con el ámbito educativo– son los cuentos reunidos en Leyendas argentinas (1906). En los años sesenta aparece un libro que marca un hito en la recepción de la obra de Elflein: De tierra adentro, compilación a cargo de Julieta Gómez Paz, la primera investigadora en estudiar a fondo a esta autora. El libro reúne diecisiete cuentos que no figuraban en ninguno de sus libros y un exhaustivo trabajo sobre la cuentística elfleiniana[10]. En su “Advertencia”, consciente de la inmensidad del corpus que tenía entre manos y de lo perentorio de su materialidad, Gómez Paz escribe: 

 “Con la tristeza de saber que muchas páginas seguirán ignoradas, he espigado con vacilación en esta obra copiosa que, después de haber disfrutado, para su difusión, de la mejor tribuna, resulta hoy casi inaccesible. Ojalá mi selección haya sido certera e incite a los lectores a ir en busca de páginas olvidadas. Con esa aspiración y para facilitarles la tarea doy las referencias que sitúan toda la producción de Ada María Elflein” (Gómez Paz, 1961: 7).

 

Mujeres batalladoras: una serie posible

 

Las guerras suelen ser experiencias extremas en las cuales los roles de género entran en juego constantemente: para exacerbarse –en la dicotomía de hombres que toman las armas y mujeres que trabajan desde el hogar– como propone Margaret Higonnet, o bien para confundirse, según Joanna Bourke[11], borrando las fronteras que separan lo público y lo privado, asociados a lo masculino y femenino respectivamente.

Dentro de la narrativa de Elflein, propongo una serie posible en el corpus de sus cuentos decimonónicos[12]: aquellos textos que narran, como se anticipó, la participación de mujeres tanto en las guerras de la Independencia como en las luchas civiles entre unitarios y federales. Considero que en esta serie narrativa pueden detectarse cuatro roles: 1. las niñas heroicas, 2. las mujeres que luchan a través de sus tareas domésticas –cuidadoras, enfermeras, lavanderas, costureras–, 3. Las que lo hacen a partir de herramientas simbólicas –como espías o mensajeras, adentrándose en territorio enemigo– o bien, 4. aquellas afectadas por la guerra en virtud de sus lazos afectivos, en tanto esposas, novias o madres. En las páginas que siguen daré cuenta de estos posicionamientos a partir de la hipótesis de que en los cuatro casos se trata de roles activos, no excluyentes entre sí, atravesados por la violencia masculina que pone en jaque la vida femenina y en los que, de manera simbólica o real, las mujeres batallan en los bordes de lo privado y lo público y a veces cruzan las fronteras de lo que se asignaba culturalmente a su género.

 

Niñas heroicas

 

“La cadenita de oro” es el primer cuento de Elflein publicado en La Prensa y, según Eizaguirre, estaba dentro de los que la joven escritora había presentado al diario antes de ser contratada. Es, junto con otros publicados en 1905, uno de los menos elaborados a nivel literario. Recogido al año siguiente en el libro Leyendas argentinas, su esquema actancial podría resumirse así: una niña inocente tiene una intervención moralmente ejemplar dentro de un escenario de conflicto bélico. Esta misma síntesis es aplicable a otros cuentos de niñas heroicas, tales como “La cotorra federal”, “La guardia de azucenas”, “Una niña intrépida”, también publicados en 1905. Me detendré en los aspectos modélicos de “La cadenita de oro”, siguiendo la idea de que, a pesar de lo formulaico y moralizante de esta escritura, desde su primera publicación, Elflein prefiere protagonistas mujeres, ya sea para exaltar sus valores o, como hará más adelante, para denunciar injusticias.

El cuento, de tono melodramático al estilo Dickens, ofrece una historia de virtud recompensada. Carmen es una niña huérfana que vive y trabaja de sirvienta en casa de una señora rica que la maltrata. Un día escucha que las damas patricias, a pedido del gobernador de Cuyo, Don José de San Martín, están donando sus joyas para comprar armas y cañones para derrotar a los españoles en Chile. Carmen recuerda que posee una cadenita de oro, con un dije de la Virgen del Carmen que le había traído su padre arriero de Chile. Recuerda que su madre le dijo que le traería suerte. Carmen decide desprenderse de lo único que tiene para ayudar a la patria. Se dirige a casa del gobernador, logra entrar y hablar con San Martín. Tras una escena de diálogo entre la tímida Carmen y el afectuoso y paternal San Martín, este recibe la cadenita de oro que la niña le entrega como legado a la patria y, conmovido ante tanta generosidad y tras conocer su triste situación, le ofrece que se quede con él. Así es como Carmen es adoptada por San Martín y Remedios. La cadenita, tal y como le había anticipado su madre, le había traído suerte.

Más cerca de la sensibilidad decimonónica que de la idiosincrasia moderna que se verá en cuentos realistas de Elflein, “La cadenita de oro” apunta a educar sentimentalmente al lectorado infantil y debió quizás su éxito a que proponía el restablecimiento de un orden (la familia adoptiva San Martín), axiologías claras y personajes monolíticos (la dama egoísta y la niña buena) pero, por sobre todo, espacios protagónicos para la infancia en donde la figura del padre de la patria pasaba a ser el padre de familia. En este sentido, los niños y niñas heroicos pueden inscribirse dentro de toda una tendencia por construir protagonistas con figuras “menores” –mujeres, indios, negros, sirvientes, conquistadores de segunda línea suelen ser los protagonistas predilectos de Elflein– pero sin dejar de lado casi nunca la propaganda nacionalista.

La elección de la infancia como protagonista de varias de estas historias –junto con otros rasgos textuales: las tramas moralizantes, el léxico sencillo, la brevedad de cada cuento– permiten ubicar esta zona de la cuentística elfleinina dentro de la “literatura infantil”. A estos rasgos literarios se sumaban, en muchos casos, expresas dedicatorias a determinada escuela o a determinado grupo de alumnos, presumiblemente establecimientos que Elflein había visitado en calidad de escritora-maestra[13].

Respecto de la “literatura infantil” argentina, existe cierto consenso (Molina, 2011; Alloatti, 2007; Fernández, 2020) en considerar al libro Cuentos (1880) de Eduarda Mansilla como la primera obra nacional dentro del género[14]. La segunda habría sido el libro –tantas veces reeditado hasta la fecha– Leyendas argentinas (1906)[15], de la propia Elflein, en el cual la autora, al igual que con Del Pasado, selecciona y apenas modifica una veintena de textos publicados en primera instancia en el folletín dominical de La Prensa. Pero, a diferencia de Mansilla, cuyos cuentos buscaban ante todo educar a la infancia en la moral cristiana y en el cultivo de valores humanos universales, la prosa de Elflein tiene una impronta laica, nacionalista y claramente moderna. Se trata de una  narrativa didáctica acorde con el proyecto político del Estado. Como propone Paula Caldo, “en un país caracterizado por una cultura de mezclas de nacionalidades, credos, idiomas, valores, costumbres, era necesario crear lugares donde decantaran las diferencias y emergiera la singularidad de lo local: hogar y escuela, espacios por los que transitaron los sujetos desde sus días más tempranos” (Caldo, 2012: 199). La escuela pública –y la prensa, en menor medida–  era la principal encargada de trasmitir contenidos morales y valores patrios que, buscando mancomunar y amalgamar lo diverso, facilitaran la inserción cultural de los inmigrantes como así también las condiciones de gobernabilidad del Estado. En este sentido, el valor de estos cuentos sobre niñas heroicas radicaba en generar situaciones de identificación que pudieran modelizar las buenas conductas y fomentar el sentimiento nacionalista, a partir de resaltar cualidades tales como: la postergación de sí en pos de lo comunitario, la represión del enojo y de la violencia ante las diferencias sociales y en favor de una convivencia pacífica, la importancia de honrar a los héroes y heroínas del pasado, el cultivo de las prácticas concernientes a una “buena esposa” y a una “buena madre” [16].

 

 

La lucha puertas adentro

 

A lo largo de la obra de Elflein, las luchas  del siglo XIX son vistas como la condición de posibilidad del progreso indefinido que, para la escritora, caracteriza su presente[17]. Se narran con enaltecimiento patriótico las gestas heroicas de los antecesores desde un hoy que ha reemplazado las divisiones partidarias del siglo XIX por la categoría de argentinidad. Esta noción de presente glorioso puede leerse en el prólogo que abre su segundo libro, Del pasado (1910),  en el que se recogen solo veinticinco de los más de ciento veinte cuentos que Elflein llevaba publicados en La Prensa hasta el momento[18]: 

Los clarines de las viejas guerras que tocaron generala a las puertas de los cuarteles, cuando en el Cabildo de Mayo de 1810 adquiría forma el pensamiento de libertad americana, fueron después los que durante ocho lustros, al frente de brillantes regimientos, ordenaron cargas y cantaron victorias por el territorio de medio continente. Hoy cambian las notas de guerra por las de una sinfonía de gloria y de paz, raudal que se difunde por los campos y las ciudades y conmueve en cada hogar una fibra. Magnifícase el recuerdo y vibra el patriotismo, por la obra fecunda del presente el anhelo grandioso del futuro en la Argentina. El ambiente exalta y bajo su grandioso estímulo agrupo en estas páginas Del pasado notas de la dulce y perenne poesía que hubo siempre y habrá por siempre en el drama, en la comedia, en la tragedia de guerreros vencedores y vencidos, de patricios, de mujeres, de niños, de grandes y de humildes que aportaron lejos del escenario solemne donde brillan los oros o las purpuras del triunfo… (Del pasado, V-VI).

Dentro de esta serie, el cuento “Un realista, ¡no!” rescata el heroísmo invisibilizado de las mujeres durante las luchas del siglo XIX. Doña Rosa y María, su hija, son dos argentinas que han perdido al esposo y padre en la batalla de Tucumán. Tras un racconto de ciertas decisiones de Manuel Belgrano en torno a la batalla, evaluadas según un historiador argentino y uno español cuyos nombres no se aclaran, el cuento se adentra en el relato de cómo estas dos mujeres, terminada la batalla de Salta, del 20 de febrero de 1813, se ofrecen para cuidar a uno de los heridos. En medio de la cantidad de soldados del hospital, eligen a un joven, rubio de ojos azules, sin reparar que es un soldado del Ejército Real de Lima. Estando ya en su casa, cuando van a lavar su uniforme, descubren que se trata de “un enemigo”: pero a pesar de la promesa que han hecho de solo auxiliar a los argentinos, el sentido humanitario es más fuerte y siguen cuidando del enfermo. Se sugiere en latencia cierto erotismo de María, la joven, hacia el convaleciente. “Un realista, ¡no!” narra cómo, a pesar de la negativa inicial de cuidar españoles indicada desde el título, el sentir de María hacia el soldado español (mezcla de compasión y deseo) vence a los mandatos patrióticos. Aunque claramente leal al discurso nacionalista –sobre todo en el uso del espacio narrativo para instruir en torno de los méritos de Belgrano– “Un realista, ¡no!” deja ver la fragilidad de aquella promesa femenina: los sentimientos –¿el deseo?– cuentan más que la argentinidad.

En otros cuentos de Elflein en los que también se introduce la figura de la cuidadora, los personajes no se hallarán en esa tensión: el amor estará siempre del lado de la patria. Este es el caso de la protagonista de “La medalla”, publicado en agosto de 1910 y nunca recopilado en libro. El cuento narra la historia de Margarita Figueredo, una negra liberta que cuidó heridos de guerra en su juventud. En premio a su sacrificio, ha recibido de mano de Rosas, una medalla de oro, que desde entonces lleva cocida al vestido y que constituye su mayor riqueza. Pero, junto con esta abnegación reconocida, Margarita ha sufrido varias pérdidas: tres de sus cuatro hijos han muerto en el campo de batalla y la cuarta estaba ciega. El cuento se inicia cuando Margarita es anciana y se halla en la pobreza: debe mantener a la hija ciega, a una pequeña nieta y a sí misma con el sustento que gana en tareas de limpieza. Un día enferma de artritis y ya no puede levantarse de la cama. En ese estado de miseria y postración, recibe la visita inesperada de un caballero rico que dice ser coleccionista y le ofrece comprarle la medalla al precio que ella indique. Tras pensarlo toda una noche, Margarita decide no venderla. Se reivindican aquí no solo la abnegación de la mujer en tanto enfermera y cuidadora sino sus valores morales: en este caso, el sentimiento de patrio triunfa por sobre la acuciante economía.

También sufriente pero con un final más afortunado que el de Margarita Figueredo es la vida de la negra Jerónima, llegada a Sudamérica a principios del siglo XIX, según leemos en el cuento “Tierra Santa, la Argentina”, publicado en La Prensa en junio de 1911 y re-editado luego como fascículo independiente[19]. Jerónima es la esclava de un español en Paraguay y tiene un hijo al que adora. Un día, se entera de que el amo acaba de regalar a su hijo a un amigo de él y que, por lo tanto, pronto será separada de él. Pide clemencia al amo, recibe por ello azotes y decide escaparse esa noche con su niño rumbo a Buenos Aires, ciudad en la que, según ha escuchado, tratan bien a los negros. Tras un largo viaje lleno de padecimientos, Jerónima y su hijo logran arribar a Corrientes. Allí, el alcalde los encarcela y luego los entrega a una familia criolla que los trata muy bien. Pero llega el amo, que los ha venido siguiendo desde Paraguay: le exige al alcalde la inmediata devolución de sus esclavos. Fermina, su nueva ama criolla, visita a Jerónima en la cárcel y así se entera de su triste historia. Ante la noticia de que el cruel amo exige la restitución, Fermina arenga al pueblo correntino para que todos se alcen en defensa de esta mujer: “Surgió uno de esos movimientos repentinos de simpatía y piedad que son inexplicables, como todo lo que es bello” (9). A pesar de la revuelta popular, el alcalde debe devolverlos. Cuando amo y esclavos están a punto de embarcarse de regreso a Paraguay, se interpone el secretario del gobernador, que llega a todo galope con noticias de Buenos Aires: es el 4 de febrero de 1813 y acaba de declararse, en nombre de la Asamblea General Constituyente, la libertad de todos los esclavos. El amo español, enfurecido, debe retornar solo a Paraguay. El pueblo le explica a Jerónima su nuevo estado de libertad a raíz del decreto de la Asamblea. Cuando comprende, la esclava liberta se arrodilla para besar la tierra, en señal de agradecimiento, y exclama al cielo: “Tierra Santa la Argentina”.

Aunque la batalla de Jerónima es por su propia vida y no se enmarca dentro de una guerra, en este cuento puede verse también, como en “La medalla” y como en “Un realista, ¡no!”, la reivindicación del trabajo femenino y la importancia de la lucha de las mujeres: en “Tierra santa, la Argentina” se tematizan, además, una unión inter-racial y una gestión colectiva. El accionar de Fermina marca un punto de inflexión en la ponderación de las intervenciones femeninas: ya no se trata solo de representar elogiosamente la abnegación en las labores domésticas (como en Jerónima) o de enfermería (como en Doña Rosa, María y Margarita) sino en narrar el éxito de una gestión colectiva promovida por mujeres. Fermina blanca, ama y casada, es decir, en mejores condiciones sociales que sus predecesoras en la ficción elfleiniana construye su poder a partir de la palabra. Persuade, arenga, recluta aliadas. Y, como ella, hay en los restantes cuentos “de guerra” de Elflein otras heroínas, cuyas intervenciones se destacan no ya por sus tareas asistenciales sino por sus herramientas simbólicas: por sus relatos engañosos, mentiras, arengas, etc. En esta serie de luchadoras de la palabra, por llamarlas de algún modo, pueden incluirse las heroínas de “El camino de la muerte”, “La cantora”, “La Cordobesa”, “El rescate” y “La guardia de azucenas”.

 

Espías, mensajeras, mentirosas

 

“El camino de la muerte” y “La Cordobesa” fueron escritos en 1905 y luego recogidos en los libros Leyendas argentinas y Del pasado, respectivamente, mientras que  “El rescate” (1909) y “La cantora” (1913) aún permanecen sin reeditar. En los cuatro casos, se trata de cuentos ambientados en las luchas de la Independencia y protagonizados por mujeres que logran desviar al ejército realista a través de engaños verbales.

“El camino de la muerte”, la joven salteña María salva a los gauchos de Güemes al decidir guiar al ejército godo hacia el desfiladero de la Cruz en donde, junto con el enemigo, muere cayendo al abismo. Hija y novia de héroes de guerra, es ella finalmente la que logra, tras ganarse la confianza de los españoles y desviarlos del camino, evitar así el desventajoso enfrentamiento. Sin plantearlo ex profeso, queda dicho que la astucia y el sacrificio de la joven logran lo que no ha logrado la fortaleza de los guerreros padre y novio. “Me ha llegado la hora de servir a la patria” es la frase que antecede al gesto sacrificial de María en este relato inusualmente cargado de referencias religiosas.

“La cantora” despliega una matriz narrativa similar pero más elaborada. Situado también en Salta y durante las guerras de la Independencia, el cuento presenta a un grupo de mujeres que han quedado solas en la casa mientras los hombres se encuentran en el campo de batalla. Reciben la visita/invasión inesperada y amenazante de los realistas, a quienes deben servir. Tras haber comido, bebido y haber “sido groseros” con las mujeres, los españoles preguntan qué hay detrás de los bosques que rodean la casa. La más anciana cuenta entonces la leyenda de la “cantora”, una mujer que, al modo de las sirenas en La Odisea, canta y con su canto hace que los viajeros pierdan su rumbo. “Nadie que se haya topado con la cantora”, les advierte la anciana, “ha sobrevivido”. Los realistas retoman la marcha, escépticos ante esta narración. Son seguidos por dos de las mujeres, que se cuidan de no ser vistas. En medio de la noche, cada una de un lado del grupo, escondidas, empiezan a cantar. Desmoralizados y ralentizados por el susto que les imprimen aquellas voces, que no dudan en atribuir a “la cantora”, los españoles son interceptados y vencidos por los criollos. El cierre del cuento yuxtapone la valoración de la lucha femenina con el discurso nacionalizador: ha amanecido y las mismas voces femeninas entonan el himno nacional. Hay aquí labores domésticas femeninas, engaños y alianzas de grupo.

Los motivos de la emboscada y el engaño como defensa de la mujer ante el enemigo abusador se repiten en “La Cordobesa”. La historia, situada en los valles del Alto Perú, narra cómo Parmenia, una cordobesa que atiende y cocina para los hombres de la partida del teniente Arias, es interceptada por los realistas y, para evitar el enfrentamiento con los criollos, desvía al enemigo del camino correcto. Todos celebran felices y Parmenia cocina para los hombres de Arias sus pasteles, que “fueron más exquisitos aun que los gustados por el general Belgrano”.

Una cuarta espía aparece en “El rescate”, cuento que narra cómo los realistas atacan por séptima vez, ahora desde Humahuaca. Toman prisionero al joven soldado Antonio Soler, recién casado. Eduvigis, su amante esposa, decide rescatarlo: sigue al ejército realista, escondida. En uno de los parajes del camino, escucha que los gauchos cuentan de un escondite en donde Belgrano ha dejado una reserva de más de doscientos caballos. Decide dar esta información como prenda de cambio para rescatar a su marido. Con este plan, da alcance al ejército godo, se entrevista con el general Olañeta, le revela la información, y éste libera a su marido. Cuando Soler se entera por su esposa del modo en que ha obtenido su libertad, mata a Eduvigis, luego se interna en el campamento enemigo y, sin ser visto, libera y hace dar estampida a los doscientos caballos, que lo aplastan en su veloz huida.

Quizás “El rescate” sea, dentro de esta subserie de mujeres con armas simbólicas (engaños, mentiras, seducciones), el cuento que presenta la gestión de espionaje más elaborada. . Además de tener un rol activo como espía, Eduvigis es asesinada por su marido, es decir que este cuento podría inscribirse también en la siguiente: sub-serie: la de mujeres violentadas.

Esquemas narrativos similares a los de estos cuatro cuentos, estructurados a partir de una secuencia que podríamos sintetizar como “situación de peligro/despliegue de herramientas simbólicas femeninas/salvación de la muerte”, reaparecen, con variaciones y quizás con miradas más infantilizadas u optimistas, en cuentos como “Una niña intrépida” (1905), “El patrón de la ballenera” (1907), “Doña Vicentita” (1907), “La guardia de azucenas” (1913), “La estrella federal” (1913). Pero veamos ahora la última sub-serie: los cuentos que narran las luchas perdidas.

 

Locas y violentadas

 

Hay otra serie de cuentos en donde las mujeres no son ni sostenedoras de la vida material (como enfermeras o amas de casa) ni espías o hábiles engañadoras sino simplemente víctimas de la violencia masculina. A veces también son reservorios de ética frente a la deshumanización que acarrea la guerra. Este es el caso de “La historia de Mamantonia” (1906)  “La perjura” (1908), “Responsabilidad” (1909), “La pulpería” (1912), “Novia de soldado” (1917), entre otros.

“La historia de Mamantonia” presenta a una negra sirvienta, Mamantonia, generosa pero autoritaria, que recibe el mote de “vieja solterona” por parte de una de sus jóvenes amas blancas. Ante lo que es considerado un gran insulto, la madre de la joven le narra a su hija la historia del aya. Antonia estaba a punto de casarse con su novio Martín, soldado del ejército de Güemes, cuando se entera de que el dinero para la boda procede del soborno que ha cobrado el joven de manos de los realistas por haber accedido a la deserción. Horrorizada por hallarse ante “un traidor a la patria”, Antonia rechaza a Martín y paga el costo social de quedarse soltera. El relato oral de la madre hacia la hija tiene la intención –que es también el objetivo narrativo del cuento– de marcar una axiología sentimental: vale más preservar la ética que acceder al matrimonio en esos términos.

En el cuento “La loca Basilia”, a la joven protagonista le ha ocurrido lo contrario que a Antonia: su deseo de casarse con Agustín Molina, su novio unitario, persiste inclaudicable, pero el joven ha sido capturado por las fuerzas del fraile Aldao y, a tono con la crueldad del caudillo mendocino, ha sido decapitado. Cuando Basilia pregunta por él en el cuartel, le indican un catre en donde el joven aparentemente reposa. La imagen inesperada de la cabeza desprendida del cuerpo y con movimientos autónomos hace enloquecer a Basilia, quien se convierte tras esa escena traumática en “la loca Basilia” –frase que da título al cuento, condenada a desvariar sin rumbo y a mendigar “para sus vicios” por el resto de sus días.

También da cuenta de los daños irreparables de la violencia masculina “La voz de la conciencia”, en el que el cabo Vega, del ejército de San Martín, tras haber sido rechazado como posible esposo de la joven Domitilia, incendia las posesiones de la familia, compuesta por la madre viuda Doña Ana y su hija, Domitilia.

Siguiendo esta línea, “La perjura” narra, como “El rescate”, la historia de un femicidio ocurrido en el contexto de las luchas decimonónicas. Tras el fracaso de Lavalle por derribar a Rosas, se suceden una serie de castigos perpetrados por el caudillo federal hacia quienes se habían levantado en su contra. De entre ellos, existía un soldado federal que era enemigo personal de un unitario: además de las diferencias políticas, se habían disputado el amor de Margarita, una joven bella e inocente, muy católica, que finalmente se casó con el unitario. Cuando Lavalle cae, el esposo sabe que debe huir. Llega el federal a casa de Margarita y le pregunta por su esposo. Ante el silencio de la joven, le hace jurar –en la iglesia, frente al altar– que no sabe a dónde ha huido el unitario. Esta perjura o falso juramento llena de culpa a Margarita y, cuando finalmente los federales dan muerte a su marido, la joven está convencida de que ha sido por su culpa. Enloquece y al poco tiempo su cadáver aparece a orillas del río, sugiriendo que se trató de un suicidio ocasionado por su perjura. El cuento narra cómo, por haber recibido una “educación especial” que “le había enseñado más el temor que el amor de Dios”, Margarita no logra superar su culpa. A la denuncia de vidas arruinadas ante la violencia masculina –de la guerra, en estos casos– “La perjura” suma una mirada crítica hacia la educación religiosa.

Los cuentos sobre locas y violentadas son quizás la sub-serie que más se emparenta con la narrativa de una de las predecesoras literarias de Elflein: Juana Manuela Gorriti. Sospechamos que la autora del siglo XX había leído cabalmente a su predecesora del XIX, no solo porque en su literatura abundan las referencias a obras literarias argentinas y porque hay cierta similitud en varias de las temáticas de sus cuentos, sino también porque el subtítulo que Elflein elige para su folletín durante los años 1908 y 1909, Realidades y ficciones[20], tiene una clara intertextualidad con el del libro de Gorriti Sueños y realidades (1865). Ambos títulos anticipan que, en su interior, se agruparán indistintamente textos ficcionales (sueños y ficciones) y relatos verídicos, basados en fuentes históricas (las “realidades”). Un pasaje en el que Elflein fundamenta el uso de la palabra “realidades” para referirse a la narración no ficcional es el comienzo de la ya mencionada nota “Doña Isabel de Guevara”, aparecida en La Prensa cuando el folletín llevaba el subtítulo “a lo Gorriti”. Leemos allí: “Esto no es un cuento. No corresponde a las Ficciones, sino a las Realidades. Escrita por una mujer y dirigida a otra, la carta que se leerá más adelante, está destinada a iluminar una página poco conocida de la vida en América” (27.09.1908). La serie de cuentos sentimentales de mujeres violentadas que aquí presentamos bien podría leerse como continuación y/o en diálogo con varios de los cuentos incluidos en Sueños y realidades de Gorriti: textos tales como “El ramillete de la velada” (1860), “Si haces mal no esperes bien” (1861), “El lecho nupcial” (1865), “Tres noches de una historia” (1865) y “Una hora de coquetería” (1865), también dan cuenta de vidas femeninas devastadas por la violencia masculina. A diferencia de Gorriti (que no siempre se abstiene de juzgar moralmente a sus heroínas[21]), en esta sub-serie elfleiniana, la voz narrativa se muestra indefectiblemente del lado de la mujer.

 

 

 

Conclusiones

 

Hemos visto que, entre los textos de Ada María Elflein rescatados del archivo, hay muchos que abordan –con una perspectiva siempre optimista y patriótica, a tono con el clima del Centenario– las luchas del siglo XIX. Desde una construcción textual de su presente como un estado ideal de progreso y orden al que habría llegado la patria tras superar los conflictos decimonónicos, Elflein representa estas guerras (tanto las batallas de la Independencia como las luchas civiles) haciendo foco generalmente en los héroes y heroínas “menores”, en las figuras secundarias de la historia, hoy desconocidas. Dentro de estos participantes “injustamente olvidados”, hay muchos personajes femeninos. Mi artículo ha tenido por objeto dar a conocer una serie de cuentos, ambientados en el siglo XIX, que construyen diferentes personajes de “mujeres que luchan”. Aunque se trata en general de personajes obedientes a las prescripciones hetero-normativas de la época, también aquí –como en toda la obra de Elflein– hay tensiones, fisuras, contradicciones. Hemos analizado cómo se construyen en dichos cuentos los diferentes roles femeninos, a partir de una tipología propuesta para este corpus: las niñas heroicas, las mujeres que luchan desde el hogar –en tareas de sostenimiento doméstico y de enfermería–, las que lo hacen a través de herramientas simbólicas como la persuasión, la mentira, el espionaje, o bien las mujeres que son víctimas de la violencia de la guerra y/o garantes de valores morales.

Este ensayo ha destacado el valor de algunas mujeres del pasado (construidas ficcionalmente como personajes en estos cuentos, pero mucha veces a partir del trabajo con fuentes históricas, como es el caso de la carta de Isabel de Guevara) que cruzaron ciertos bordes simbólicos al atreverse a luchar en ámbitos asignados culturalmente a los hombres. Tal vez, rescatar las historias de mujeres no reconocidas por la historiografía oficial era un modo en que Elflein tramitaba su propia colocación en el campo intelectual, un modo en que batallaba como profesional en los bordes de ese ámbito masculino, en tanto primera mujer periodista de la redacción del diario La Prensa. Ya fuera como estrategia para legitimarse a sí misma, como modo de cuestionar las historias patrias construidas exclusivamente en torno a héroes masculinos, o como manera de intervenir en la lucha feminista (aunque sin perder nunca su tono elogioso hacia los “padres” de la patria), Elflein escribió con las armas de la ficción y del archivo textos que revalorizan en varios sentidos a las mujeres, tanto a las “modernas” como a las “fundadoras de la patria”. 

 

 

 

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Recibido: 28/02/2022

Evaluado: 15/04/2022

Versión Final: 12/08/2022



[1] Datos extraídos de VIAF (Virtual International Authority File). VIAF ID: 158273039.

[2] Claudia Garnica propone una mirada iluminadora sobre la posición de los inmigrantes alemanes en Argentina: “Su autoimagen incide también en la heteroimagen y la percepción del estado de destino, ya que la Argentina comienza a ser vista como país colonizable, en consonancia con la política imperial expansionista. Comienza a dejar de ser la tierra a donde se llega para sobrevivir en mejores condiciones y se la comienza a percibir como un punto de expansión imperialista, al cual es posible ofrecer una civilización superior, que contribuya a mejorar la nación. De minoría sin derechos, los inmigrantes alemanes se autoperciben como agentes civilizadores necesarios para la evolución del estado de destino (Garnica, 2020: 63).

[3] En su artículo sobre la trayectoria de la escritora maestra Carlota Garrido de la Peña (cuya carrera presenta muchos puntos en común con la de Elflein), José Maristany reflexiona en torno a la relación escritora-maestra a principios del siglo XX: “Desde fines del siglo pasado, con la fundación de escuelas normales en todo el territorio nacional, se institucionaliza el trabajo docente en el que se constata un porcentaje cada vez mayor de mujeres. Hijas de inmigrantes, con padres a menudo analfabetos, criadas en una casa donde los únicos libros que entraban eran los libros de la escuela, donde los únicos impresos que existían eran los de la escuela12, estas mujeres encuentran en la escuela normal, la posibilidad de recorrer un camino que las liberaría de su destino de costurera o de obrera manual. El magisterio significó entonces una posibilidad de superar el ámbito de lo doméstico y ocupar un espacio público en el que se delegaba a la mujer cierta cuota de poder” (Maristany, 2000: 3).

[4] Claudia Torre reflexiona en torno a este “extraño privilegio”: “Esta salita puede considerarse en un doble sentido. Por un lado, resuena la idea de “cuarto propio” de Virginia Woolf, aunque mejorado, porque el cuarto propio de la escritora inglesa se juega en el interior de la propia casa y aquí lo hace ya en el mundo laboral, casi como una oficina propia, de la que seguramente muchos de los empleados del diario carecían. Por otro lado, parece ser también la forma en que una mujer puede incorporarse al mundo de la prensa gráfica activa, aunque siendo aislada de los demás, como si su propia rutina de trabajo no debiera formar parte de la rutina masculina, de las formas de trabajo y del estilo de los varones, esto es, como si esa salita no fuera un privilegio sino una forma refinada del confinamiento” (Torre, 2013: 225).

[5] Analizo el rol de Elflein en la prensa y su relación con el nacionalismo y con el normalismo en mi artículo “La aliada: prensa y literatura en Ada Elflein”.

[6] Doy cuenta de esta labor (que supuso la búsqueda, digitalización, estructuración de datos y próxima re-edición de los textos de Elflein) en mi artículo “Ada Elflein: archivo y patrimonialización”, actualmente en prensa en la Revista Confabulaciones.

[7] “Escasos” en la medida en que han dejado sin cubrir la mayor parte de su vasta obra. Pero esta idea de escasez se torna relativa si pensamos que otras autoras del Centenario permanecen aún más desatendidas por la crítica. Por nombrar solo las que menciona Ricardo Rojas en su Historia de la literatura argentina (vol. VIII, 384): Carlota Garrido de la Peña, Ema de la Barra (César Duayén), Victorina Malharro. Otra suerte muy distinta tuvo Alfonsina Storni, quizás considerable como perteneciente a la generación inmediatamente posterior (dado que su primera publicación ve la luz en 1919, año de la muerte de Elflein).

[8] Estas son: “Retratos de actualidad” (Nº 414. 8/9/1906); “Bibliografía. Leyendas argentinas” (Nº 564. 24/7/1909); “Mujeres intelectuales” (Nº 988. 8/9/1917); “Ada. M. Elflein” (Nº 1087. 2/8/1919); “Homenaje” (Nº 1106. 13/12/1919); “Las fiestas de mi escuelita”, por Germán Berdiales (Nº 1568. 20.10.1928).

[9] Como continuación de esta línea de comentarios sobre Elflein pueden incluirse las notas de Mabel Belucci (1985) y Olga Vittali (1999) y la entrada biográfica de Lily Sosa de Newton en su Diccionario biográfico de mujeres argentinas (1986).

En lo que refiere a reediciones, la primera en llevar a cabo esta tarea, una vez fallecida la autora, fue su amiga y colega Gisberta Smith de Kurth, quien en 1926 lanzó, en el marco de la Fundación Ada María Elflein, el primer volumen de lo se propusieron, sin poder concretarlo, como las “obras completas” de la autora. Se publicó en este marco el libro Por campos históricos. Impresiones de viaje, conformado por cuatro relatos de viaje aparecidos en La Prensa entre 1913 y 1917. En 2000, continuando la labor de Smith de Kurth, Mónica Szurmuk reedita “Viajes serranos”, único relato de viajes que permanecía sin haber sido “rescatado” de La Prensa. Recientemente, la editorial Los lápices ha vuelto a editar algunos de ellos en el volumen Impresiones de viaje.

[10] La investigación sobre los cuentos de Elflein es retomada, algunas décadas más tarde, por Dolores Comas de Guembe (1991), Claudia Garnica (2020), Gabriela Boldini (2020) y María Vicens (2020). En lo que refiere a críticas sobre los relatos de viaje, se destacan los aportes pioneros de Mónica Szurmuk (2007), seguidos unos años más tarde por los de Claudia Torre (2013) y los de Martín Servelli (2017). Sostiene Szurmuk que Elflein “estuvo dedicada por completo a la búsqueda de una definición de nacionalidad que le sirviera a ella –una hija de inmigrantes”, dado que “no tenía lazos históricos que la unieran al país, pero trataba de crearlos en sus textos, de ahí su insistencia en describir el elemento argentino, sus paisajes y personajes” (Szurmuk, 2007: 134).

[11] “The performance of gender roles in war is confused and confusing. Men are disarmed; women, indispensable. In wartime, commonplace assumptions about the dichotomous concepts of masculinity and femininity are conspicuously fractured, inciting desperate attempts to reaffirm their salience in the face of palpable discord” (Bourke, 153).

[12] Como propongo en mi artículo “Ada Elflein: archivo y patrimonialización”, elijo ordenar los textos de Elflein a partir de cuatro categorías, según el periodo histórico en el que se inscriben: 1. textos de la época colonial (mayormente, notas históricas), 2. cuentos sobre el siglo XIX (casi todo el corpus es ficcional, aunque hay algunas notas y reseñas), 3. cuentos del siglo XX y 4. relatos de viaje. De más está aclarar que se trata de una clasificación entre varias posibles. La serie de mujeres batalladoras es un sub-conjunto dentro del grupo “cuentos del siglo XIX”.

[13] Sobre las estrategias de ingreso al campo letrado a través de la docencia por parte de varias escritoras-maestras durante las primeras décadas del siglo XX, ver José Maristany (2000).

[14] Para un desarrollo de las lecturas ficcionales a las que tenían acceso los niños argentinos de fines del siglo XIX y primeras décadas del XX (ya fueran obras dirigidas expresamente a un público infantil o no), ver Molina (2011), Alloatti (2007) y el exhaustivo listado de Dora Pastoriza de Etchebarne en su “Cronología de cuentos infantiles argentinos” (1962).

[15] También en 1906 se publica un libro argentino para niños, con algunas similitudes con Del Pasado: me refiero a Cuentos patrióticos y episodios históricos, de José Barrera Oro. El prólogo presenta algunas cercanías con “Designio”, el texto que abre Del pasado: el deseo del autor es “fomentar en el pueblo y en la juventud argentina, por medio de sencillas y breves lecturas, el gusto por los episodios de nuestra historia nacional” (3). Y, para ello, postula: “Los episodios históricos que evocan en la mente todo un cortejo de imágenes grandiosas, nos hacen comprender lo que valen las riquezas del heroísmo y los tesoros del honor patrio que nos fueron legados por las generaciones precedentes. Así, pues, toda empresa o tentativa que tienda a despertar en las masas la emoción ardiente, la impresión vivaz de los grandes hechos del pasado, es necesariamente digna de nuestro entusiasmo y admiración” (Barrera Oro, 1906: 3-4). Nótese cómo, dos autores contemporáneos como lo fueron Elflein y Barrera Oro, publican en 1906 dos libros orientados a educar histórica y moralmente a niños y jóvenes pero, mientras el autor evalúa y sopesa qué parte de la historia es “digna de nuestro entusiasmo y admiración”, la autora agradece, insegura y casi disculpatoria, la posibilidad de esa escritura: “Con esta primera colección de mis cuentos y leyendas presento un homenaje a las glorias de mi patria y a los anhelos de alta educación moral que siento vibrar en esta tierra […]. Quiero decir que la imaginación no ha volado caprichosamente por todas partes y que el sentir ha sido regulado por el pensar” (Elflein, 1906: vii).

[16] Analizo más detenidamente estas cuestiones en “Ada Elflein: cuentos para la educación sentimental de las niñas” y en “Ada Elflein: narraciones para servir a la patria”, ambos artículos actualmente en prensa.

[17] Cabe aquí la mirada de Fernando Devoto en torno al uso político de la dirigencia de la época al otorgar un sentido triunfal al pasado: “Un acontecimiento destinado a perdurar (mayo de 1810) crearía otro acontecimiento también destinado a perdurar (mayo de 1910). La segunda fecha era una celebración de la primera, pero era mucho más una celebración de la segunda. No se celebraba el pasado, sino que el pasado era una excusa para celebrar el presente. La revolución era un pretexto para que los argentinos de 1910, o sus grupos dirigentes, se celebrasen a sí mismos y presentasen al mundo lo que algunos imaginaban era las promesas cumplidas de los revolucionarios. (…) Aquellas líneas inaugurales de la versión original del himno (Se levanta a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación) parecían haberse realizado plenamente, o al menos así lo creían muchos” (Devoto, 2010: 13). 

[18] De los treinta publicados en 1905 en el diario de Paz, veintiuno fueron recopilados, con leves modificaciones, en Leyendas argentinas (1906).

[19] Sosa de Newton y Olga Vittali nombran este texto como un libro autónomo. Se trata en verdad de un cuento publicado en La Prensa con el título de “Tierra santa la Argentina” el 25 de junio de 1911 y reeditado en 1918 como fascículo de la Biblioteca Infantil Argentina bajo el sello Editorial Universo.

[20] Los textos de Elflein aparecidos en el folletín dominical (todos menos algunos relatos de viajes, que salían a doble página y con fotos) tuvieron, a lo largo de los catorce años, tres subtítulos: en 1905, “Leyendas argentinas para niños”; entre 1906 y 1907, “Leyendas argentinas”; entre 1908 y 1909 “Realidades y ficciones”. A partir del 3 de abril de 1910 y hasta el final, el 24 de noviembre de 1918, el folletín llevó solo el título de cada cuento. 

[21] Tanto “El lecho nupcial” como “Una hora de coquetería” condenan los comportamientos de sus protagonistas mujeres.