Yamile Ferreira

Mariquita Sánchez como corresponsal:

los costos reproductivos de la guerra

Mariquita Sánchez as Correspondent:

The Reproductive Costs of War

Yamile Ferreira

Washington University in St. Louis,

Departamento de Lenguas y Literaturas Romances (Estados Unidos)

https://orcid.org/ 0000-0002-9002-6882

yamileferreira@wustl.edu

Resumen

En este artículo analizaré la escritura epistolar de Mariquita Sánchez referida a los conflictos bélicos de la Argentina decimonónica. En primer lugar, examinaré la manera en la que su escritura tiene un alto contenido político que ofrece una perspectiva intimista y cotidiana de los acontecimientos militares. Una de las estrategias retóricas en las que me centraré es en el uso de la voz pasiva para hacer referencia a los circuitos informales de información. Por otra parte, su correspondencia revela una visión sobre la guerra y el patriotismo articulado desde la figura discursiva de la “madre”, ya que hace especial hincapié en los costos humanos y materiales de los conflictos. Argumento que Mariquita posiciona a la guerra como el verdadero motivo que impide el progreso del país, tomando ese tópico para criticar la incompetencia masculina en la gestión del proyecto nacional, a la vez que se erige como una “verdadera patriota”. En las formas en las que desarrolla su defensa de la maternidad, Mariquita defiende la educación femenina como vehículo civilizatorio.

Palabras Clave

Mariquita Sánchez; Mujeres de letras; Guerra; Género epistolar; Trabajo reproductivo.  

Abstract

This article focuses on Mariquita Sánchez’s epistolary writing that directly references the internal and transnational wars of nineteenth-century Argentina. First, I will examine the way in which her highly political writing, offers an intimate, quotidian perspective on military events. One of the rhetorical strategies I will focus on is the constant use of the passive voice to refer to informal circuits of information. On the other hand, her correspondence reveals a vision of war and patriotism sustained by the importance of motherhood as a discursive device, since it places special emphasis on the human and material costs of war. I argue that Mariquita positions war as the impediment of the country’s progress, using the topic to criticize male incompetence in the management of the national project, while positioning herself as a “true patriot”. By doing so, she develops a defense of motherhood, and advocates for female education as a civilizing vehicle.

Keywords

Mariquita Sánchez; Women of Letters; War; Epistolary Genre; Reproductive Labor.

Nadie que sea un patriota puede querer la guerra.

¿Qué se va a ganar?”

(Carta de Mariquita a su hija Florencia, 1854)

Introducción

Para un grupo de emigrados y perseguidos, que preparan una conspiración para derrocar al gobierno que los fuerza al exilio, el secreto tiene un poder invaluable. Así lo delatan las cartas de Mariquita Sánchez de Thompson de Mendeville (1786-1868) a Esteban Echeverría (1805-1851), quien en aquel entonces se encontraba refugiado en Buenos Aires,[1] motivo que la lleva a escribirle un Diario para comentar todas las noticias a las que ella puede acceder, sin censura política, desde Montevideo. Hace referencia a barcos y paquetes, comentarios que escucha en las tertulias, en su casa, en el teatro. Las cartas suelen comenzar mencionando la llegada de un buque, portador de misivas y periódicos responsables de convertir en una “marea sorda [a] esta sociedad de murmuraciones, calumnias, mentiras y necedades” (Sánchez de Thompson, 17 de junio de 1839, 80).

A partir de su correspondencia, en este artículo analizo la posición de Mariquita con respecto a la guerra a través del tiempo y de los múltiples conflictos bélicos que presenció a lo largo de su vida. Me centro en las cartas escritas principalmente durante la Guerra Grande en el Río de la Plata (1839-1851),[2]  algunas de las cartas enviadas luego de la Batalla de Caseros (1852) y la caída de Juan Manuel de Rosas,[3] y también durante el período de conflicto entre la Confederación Argentina y la Provincia de Buenos Aires (Estado de Buenos Aires entre 1852 y 1861), en las cuales también se menciona el emergente conflicto entre Brasil y Paraguay que culminaría en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870).[4] 

Muchos estudios sobre la figura de Mariquita buscan hacer coincidir su biografía con los comienzos de la nación argentina, planteando un paralelismo entre mujer y patria (Shumway; Oliverio Guidobono; Medina). Estos estudios han enfatizado el rol de Mariquita en la formación de una emergente identidad nacional, y en su influencia en el campo cultural, político e intelectual de la época, resaltando su prestigio como gran tertuliana de la élite porteña. Sin embargo, en este estudio, voy a centrarme en la forma en la que su correspondencia permite dar cuenta de una perspectiva íntima y femenina de los conflictos bélicos del siglo XIX sudamericano. La vida de Mariquita Sánchez estuvo atravesada por la guerra, a la vez que la guerra es un tópico que aparece como un continuum de la vida social en el período. Pensar este problema a través de su escritura epistolar contribuye a visibilizar las críticas de la época a la violencia estatal como condición permanente. Mi artículo se inscribe en una línea de los estudios culturales latinoamericanos que viene reflexionando en torno a la guerra en el siglo XIX, incorporando una perspectiva de género para explorar las formas de participación femenina en los conflictos bélicos.  

En las últimas décadas, los estudios latinoamericanos han comenzado a prestar atención a la guerra como parte integral de los procesos de construcciones nacionales. Como han señalado recientes estudios, en el siglo XIX y a raíz de las independencias, la guerra se convierte en una nueva forma de relación entre Estado y sujetos. Por lo tanto, esta puede ser leída como “el modus operandi de la modernidad, asumida por el Estado como un proceso de conquista permanente” de territorios, fronteras y poblaciones (Uriarte y Martínez-Pinzón 13). Javier Uriarte, en The Desertmakers, analiza diversos discursos militares, científicos y narrativos en los que guerra y Estado son constituidos mutuamente en América del Sur (25).[5] A su vez, en el análisis de Charles Tilly sobre los procesos de formación nacionales en Europa, la guerra es lo que permite la construcción del aparato estatal y es lo que lo justifica: sin guerra no habría Estados, y sin Estados no habría guerra, generando una relación de mutua dependencia.[6] 

De esta manera, al entender la guerra como un proceso fundamental en la formación de las naciones en América Latina, se vuelve relevante atender a la actuación de las mujeres en los conflictos bélicos, las cuales han sido figuras relegadas de las historiografías nacionales.[7] Dado que las ideas sobre masculinidad en el siglo XIX están fuertemente ancladas en el ideal del hombre soldado o héroe de guerra, el género es un elemento inherente al estado moderno y la milicia ha servido como un organizador “for curating masculinity”, como afirma Julia Chang para el caso español (173). De la misma manera que la guerra ha impuesto un modelo de masculinidad, también ha codificado roles para la población femenina, ubicándola en un espacio lateral al campo de batalla, resaltando una presunta “pasividad” femenina. Ellas han actuado como enfermeras, cocineras, y encargadas del hogar ante la ausencia de las figuras masculinas. Sin embargo, en el último tiempo han surgido investigaciones que revelan una multiplicidad de trabajos ejercidos por mujeres durante estos períodos de conflicto que las ubicaba en el centro de la escena, ya sea como soldaderas, generalas, espías, periodistas, entre otras profesiones (Cánova 39; de Mora Valcárcel; Denegri 54-5; García López; LaGreca 28-9).

En el caso de Mariquita, su participación se ubicaría en un espacio intersticial entre pasividad y acción, debido a su posición de género, pero especialmente de clase. Mariquita era la única heredera de una acaudalada familia patricia de origen español y criollo. Por la notoriedad que adquirió la tertulia que desarrollaba dentro de su mansión en la actual calle Florida, ocupaba un lugar central en la vida cultural de la élite porteña.[8] El salón de Mariquita, tanto en Buenos Aires como en Montevideo, la hacía sentirse parte de una comunidad más grande de pensadores progresistas en el mundo Atlántico, unida a una sensibilidad humanista que atravesaba las fronteras nacionales (Shumway 3).[9] Amiga de la infancia de Rosas, Mariquita se autoexilia en Montevideo (1837-1854), con una corta estancia en Rio de Janeiro (1846-1847), luego de que se exacerba el clima de persecución de disidentes en el segundo gobierno rosista. Con su familia desperdigada en distintas provincias, países y continentes, Montevideo le permite la cercanía con grupos de opositores argentinos. Por lo tanto, desde ese espacio central en el que se aglutinaban las figuras más destacadas de su tiempo (políticos, diplomáticos, intelectuales) Mariquita podía enterarse de los acontecimientos de la guerra a ambos lados del Plata. La ventaja que le ofrece su rol como anfitriona, su sentido de lo sociable y de la buena ciudadanía, analizado por Graciela Batticuore como parte de su “cultura del trato”, le permiten desarrollar su identidad como mujer ilustrada y patriota (2005, 95). Durante este tiempo la información que posee de los eventos políticos y militares debe necesariamente pasar por la escritura. Sin embargo, el medio epistolar se presenta lleno de adversidades. Constantemente se hace referencia a cartas que se pierden, que son interceptadas, robadas o malentendidas, lo que Adriana Amante llama una de las “zozobras del exilio” (60).

Atender a la forma en la que la guerra aparece en la escritura de Mariquita permite pensar una forma de participación en la esfera pública que a la vez trasciende y refuerza los modelos de feminidad rioplatense decimonónica. Entiendo la escritura epistolar de Mariquita como una forma de corresponsalía de guerra, habilitada por la posición privilegiada que ocupa en la sociedad rioplatense y que utiliza para informar sobre los eventos políticos, económicos y militares a su círculo íntimo. A partir de esa correspondencia que busca informar se filtra la opinión y el análisis político. En las cartas que dirige a sus hijos, nietos y amigos, puede leerse el posicionamiento ideológico que tiene Mariquita, cuya legitimidad se articula en torno a su figura de “madre”. Por lo tanto, de manera paradójica, esta posición discursiva le permite crear una autoridad dentro de la esfera pública para criticar la guerra sin poner en riesgo su respetabilidad femenina. En este artículo prestaré atención a las estrategias que utiliza para intentar intervenir en la escena política del Río de la Plata. Para ello, es fundamental el significado que adquiere la maternidad como un lugar eminentemente femenino que a su vez habilita la opinión en contra de la guerra, formulando lo que entiendo como un pacifismo patriótico.

Por lo tanto, mi análisis se detiene en un primer momento en las estrategias retóricas que emplea la corresponsal para hacer circular la información, especialmente el uso de la voz pasiva. La primera sección de este artículo se enfoca en las posiciones discursivas que asume su correspondencia sobre asuntos políticos, llamando la atención sobre las formas de encubrir sus fuentes y de esa manera revelar la centralidad de su figura, aunque adoptando una posición de “imparcialidad” o “pasividad” ante los conflictos políticos. Esta objetividad que ofrece la “pasividad” del género femenino, es lo que le permite criticar a los políticos e intelectuales rioplatenses. La segunda sección de este trabajo analiza cómo Mariquita usa la figura materna como forma de trascender las limitaciones de su género y clase para criticar la incompetencia masculina desde una perspectiva que resalta la superioridad moral de las mujeres, precisamente por su alejamiento de la cosa pública que les permite una posición “objetiva”. Su crítica a la incompetencia política de los hombres de su época se justifica en su defensa de las tareas reproductivas de las mujeres. Finalmente, en la última sección, analizo cómo esa defensa del trabajo femenino la lleva a adoptar un pacifismo patriótico y una crítica al “despilfarro” humano que producen las guerras civiles. Es así como asumiendo una posición de aparente “pasividad” con respecto a la escena política, Mariquita exalta el trabajo reproductivo femenino y su utilidad dentro de la sociedad rioplatense. Para ello, defiende la educación de las mujeres a través de la elevación simbólica de la figura de “madres de la patria”, de manera que consolida una forma de autoridad discursiva femenina considerada respetable.  

La voz pasiva: posiciones femeninas de la escritura epistolar

Mariquita se erige como corresponsal, en el doble sentido de aquel que mantiene una correspondencia y aquel que ejerce un rol periodístico enviando noticias de actualidad desde una ubicación lejana. “Ésta [carta] va al correo, y así escribo como si fuera a La Gaceta”, le comenta Mariquita a Juan Bautista Alberdi, amigo íntimo y figura central de la política argentina, quien en esos momentos trabajaba en la redacción de una Constitución nacional luego de la caída de Rosas (Sánchez de Thompson, 15 de noviembre de 1852, 341). Como ha señalado Batticuore, uno de los aspectos que llama la atención en esta corresponsalía es la omisión de las fuentes (2011, 208). A este recurso que apela a la confidencialidad lo llamo uso de la voz pasiva, a pesar de no tratarse de una voz pasiva gramatical, sino más bien en un ocultamiento del agente en la oración. Se trata de una corresponsal que pocas veces revela sus fuentes. En ocasiones aclara que la información compartida la sabe a través del propio protagonista del relato que se la ha brindado en confianza. Es así como da cuenta de su cercanía con personas de alto rango político y militar que pertenecen a su círculo cotidiano de sociabilidad, y que les permiten un acceso a los eventos políticos de primera mano. En el Diario a Echeverría se mencionan los planes para el levantamiento encabezado por el General Lavalle, por lo tanto, al compartir la información menciona el rango del confidente para asegurar su credibilidad: “El oficial que lo manda me ha contado…” (Sánchez de Thompson, 14 de julio de 1839, 93-4); “una autoridad me dijo” (Sánchez de Thompson, 26 de julio de 1839, 100); “Noticias reservadas me anuncian…” (Sánchez de Thompson, 30 de julio de 1839, 101). Ella hace la investigación, y no quiere propagar rumores o noticias falsas. De esta manera, manifiesta el trabajo que le cuesta buscar “la verdad” de los hechos. En una carta a su hijo Juan, amigo y miembro de la Generación del ‘37, muy involucrado en la prensa antirrosista, le confiesa: “He andado hasta el origen de esta noticia para comunicártela con alguna certeza; pero todo lo que he alcanzado es asegurármelo una persona de verdad que la da sobre su garantía y a la que es imprudente exigir el cómo la sabe” (Sánchez de Thompson, 28 de mayo de 1840, 183).

La posición aventajada de Mariquita se explica porque sus ideales políticos no se encuentran fuertemente marcados ni por un partido ni por otro, y aconseja a sus familiares que se guíen bajo los mismos principios. Por lo tanto, apela a una “pasividad” política que se sustenta en las limitaciones impuestas por su condición de género, pero que ella utiliza a su favor. El hecho de que su segundo marido fuese francés y terminase ocupando el primer cargo de Cónsul de Francia en Buenos Aires la conectó directamente con la diplomacia extranjera y las potencias europeas, en concordancia con su sensibilidad liberal y cosmopolita, compartida por muchos unitarios y especialmente con la generación de su hijo mayor.[10] Sin embargo, a diferencia de sus contrapartes masculinos, su lealtad no es hacia el partido, sino hacia la idea de “patria”.[11] Es así como Mariquita configura una pasividad, una forma de “no tomar partido”, que le permite mantenerse en el centro de la acción, sin ser explícitamente excluida de ningún grupo social. En otra carta a su hijo Juan le explica su metodología de corresponsal de entrecasa, y cuáles son sus tácticas para enterarse de los distintos puntos de vista de la escena política de la época:

Te aseguro que mi cabeza es un volcán … Oigo a todos, no me peleo con nadie. Así, mi cabeza es un almacén como el de Lozano, donde encuentras las cosas más originales. Te voy a hacer apuntes para tu diversión” (Sánchez de Thompson, Carta a su hijo Juan, 31 de marzo de 1840, 175)

La capacidad de “oir a todos y no pelearse con nadie” es lo que la habilita a participar de diferentes círculos con distintos accesos a la información. Esta flexibilidad y abundancia de vínculos amistosos cumple funciones vitales en su correspondencia sobre eventos políticos: la convierten en una “curadora” de noticias, tanto de la prensa como del mundo de la conversación (o rumor). Por ende, su lectura de periódicos y el conocimiento de lo que sucede en el ámbito de la prensa es una forma de pertenencia y participación en el ámbito público.[12] 

La aparente pasividad y participación activa crean una tensión que concuerda con el rol que ocupa Mariquita en estos circuitos de información ya que se conecta al ideal de mujer ilustrada. Sus cualidades de persona culta (la decencia, la moderación, los buenos modales), le permiten fluctuar entre distintos grupos sociales y enterarse de diversas perspectivas y opiniones. Sus cartas devienen un espacio en el que se hace circular prensa local y extranjera, se recomiendan lecturas, y sintetizan posiciones políticas. Asimismo, Mariquita recoge otro nivel de circulación de la información, uno más informal y que emerge de la conversación, como las noticias que se escuchan en la calle y se comentan en los comercios, entre sirvientes y amas, las que se hablan en la sobremesa o en las tertulias.

Sin embargo, a pesar de encontrarse en el medio de los acontecimientos que ocurren en la esfera política y social de la región, la “verdad” de los hechos a veces se le escapa, poniendo en riesgo ese equilibro entre pasividad y participación. Los hechos principales sobre los que gravita el Diario dirigido a Echeverría (1839-1840) se centran en la revolución impedida del General Lavalle contra el gobierno de Rosas, las alianzas y traiciones entre colorados y blancos de la República Oriental, así como las intervenciones de franceses e ingleses y el bloqueo al puerto de Buenos Aires. El clima político de conspiraciones, acuerdos que se rompen y pactos que no son públicos, hace que la corresponsal dude de sus palabras, utilizando la voz pasiva para no comprometer a su interlocutor:

De modo que no se puede tener confianza en nada, ni aun en lo que se ve. Cansa el escribir una noticia que se tiene por indudable y que a la media hora se desmiente. Las personas de más importancia y más comprometidas se encuentran las más de las veces en la misma incertidumbre y desconfianza, sin poder hacer un cálculo por los datos que se les dé, porque cuando parecen ciertos se desvanecen como el humo, y se encuentra algunas veces lo contrario también de lo que se ha dado como más positivo. Por esta razón hay pocas cosas que pueda asegurar en mi diario; pero una persona venida del ejército ayer, y que se dice de verdad, asegura… (Sánchez de Thompson, 18 de setiembre de 1839, 107).

El aspecto que se reitera en las misivas dirigidas a Echeverría y que afecta su trabajo de corresponsal de guerra es el problema de la información y la “verdad”, que se vuelve causa de desesperación. La incertidumbre, el miedo, los preparativos que nunca se terminan de consolidar debido a la variedad de intereses políticos en el asunto, hacen que el relato de Mariquita sea titubeante y cauteloso. El problema de la materialidad se convierte en un tema recurrente de queja de la corresponsal: las cartas son una de las maneras en las que circula la información en la época, pero el medio epistolar es percibido como frágil y vulnerable.[13] En su estudio, María Gabriela Mizraje advierte cómo las cartas “operan sobre el vacío generado por los partes en su demora, ausencia o pérdida” (17). Entiendo que esto genera una escritura autorreferencial sobre el mismo proceso de escritura y de envío del mensaje, una consciencia de los riesgos que el medio implica, y que genera la necesidad de borrar u omitir referencias e incluso remitentes indirectos de las misivas. Por este motivo la voz pasiva se convierte en la manera en la que Mariquita puede participar de la escena política sin mayores riesgos: ni de su reputación o su capacidad de movilidad, ya que nunca fue proscripta por el gobierno rosista, ni la de su círculo íntimo.

Un ejemplo de esto puede verse en la carta dirigida a su hijo Juan en marzo de 1840, que también versa sobre los conflictos políticos anteriormente mencionados: “Quisiera escribirte resmas para decirte todo lo que deseo que sepas, pero cuando pienso que esta carta puede perderse se me cae la pluma y no sé lo que debo escribir” (19 de marzo de 1840, 170). La posibilidad de la carta perdida en el correo, y por eso el celo y cuidado sobre quién es el mensajero, quién es el que se encarga de hacer llegar las cartas a las manos correctas, es un tema recurrente en la escritura de Mariquita, especialmente en sus cartas de mayor contenido político. La posibilidad de la pérdida bloquea la escritura, la hace adelantarse a los posibles peligros o compromisos en los que puede poner al destinatario en caso de que se intercepten.

Esta advertencia se repite de manera similar en una carta escrita mucho tiempo después, dirigida a Alberdi luego de la caída de Rosas: “Si tuviera la fe de que esta carta llegaría a sus manos sin tropiezo le diría muchas cosas, pero como no hay seguridad ni el pensamiento ni la pluma corren” (Sánchez de Thompson, 15 de noviembre de 1852, 341,). Otra vez, la posibilidad del “tropiezo”, la pérdida o la lectura por las personas incorrectas bloquean la posibilidad de comunicación transparente, sin interferencias. Incluso sin la sombra de la censura y el espionaje rosista, el clima político rioplatense inspira en Mariquita un estado de alerta y paranoia constante.

Por otra parte, la escritura de cartas también impone un ritmo hecho de esperas e intermitencias temporales. Las cartas se escriben y se reciben en tiempos diferidos, con esperas que a veces se prolongan y escrituras que también se superponen. Cartas escritas en espacio de meses que llegan en el mismo día. Esos tiempos de la epístola producen en Mariquita una insistencia en la paciencia y la prudencia con sus interlocutores. En la escritura de Mariquita puede leerse la espera como una posición bélica asociada con el rol de las mujeres en la esfera doméstica, una posición de pasividad impuesta a la población femenina.[14] Parte de su trabajo como corresponsal es estar atenta a la llegada de noticias que pueden ser relevante para sus interlocutores y de esa manera, convertir su posición pasiva (desde su no intervención en cuestiones partidistas, su cuidado de los nombres y de las noticias, su posición de espera) en una forma de participación política.

La incompetencia política masculina

En la escritura epistolar de Mariquita la guerra es entendida como un conflicto innecesario en el que priman los intereses mezquinos, en oposición al bien común, que sería el verdadero objetivo del patriotismo. Es decir, el bien de toda la ciudadanía más allá de las alianzas políticas personales. La idea de patria que tiene Mariquita se encuentra anclada en los ideales de la Revolución de Mayo, alimentado por un deseo republicano y liberal. Se describe como una “Quijote con polleras y calzones” a su hijo Juan, y mantiene que “haría escribir a tu prójimo como a ti mismo” como su slogan político (Sánchez de Thompson, 8 de mayo de 1840, 177-8). En su análisis sobre el conflicto entre rosistas y antirrosistas, Mariquita posiciona a Rosas y sus aliados como bárbaros y como símbolos del atraso. Sin embargo, tampoco ve a los opositores como buenos patriotas, en términos generales, sino como un grupo desunido de hombres con intereses en conflicto. A diferencia de sus contemporáneos (incluidos sus hijos varones), Mariquita se distancia de las lealtades partidarias. Aunque esto está vinculado a la limitación legal de las mujeres en la vida pública, ella justifica esta distancia como parte de su “libertad”. Si bien también hace algunas críticas a la intervención de Francia e Inglaterra en la política local, no es en este punto demasiado enfática, debido a su propia francofilia y admiración por las potencias europeas. Es extremadamente crítica con el colorado Fructuoso Rivera, a quien acusa de pérfido, y a lo largo de sus cartas solo se la ve genuinamente convencida del carácter e intereses políticos del General Lavalle y, posteriormente, del General Urquiza, responsable de la victoria de la Batalla de Caseros y presidente de la Confederación Argentina entre 1854 y 1860. Estas afinidades evidencian que para la corresponsal el carácter individual de los políticos es más significativo que las afiliaciones partidistas. En su estudio, Sarah Chambers afirma que las mujeres de letras latinoamericanas de la época se mostraron en muchas ocasiones críticas ante las divisas partidarias, incluso publicando esas opiniones en la prensa. Esto se debe a que sus relaciones y vínculos sociales con sus compatriotas (tanto hombres como mujeres) se forjaron a través del contacto interpersonal, de la conversación cara a cara, mantenida luego en la correspondencia, lo que llevó a que se identificaran con una “abstract imagined community of nation” materializada en individuos y afectos específicos (Chambers 71). Por este motivo, Chambers propone entender la idea de patria en términos de lazos afectivos y vínculos interpersonales, privilegiando esa afinidad emocional por sobre agendas ideológicas específicas.

En este sentido, en la escritura epistolar de Mariquita, se hace evidente la conexión entre guerra e incompetencia masculina. Ante los ataques, atentados, incendios en buques y asesinatos, ella no deja de ser terminante en su juicio moral sobre políticos y militares. Para la corresponsal las circunstancias políticas, ya de por sí difíciles, son agravadas por “la incapacidad de ciertos hombres” (Sánchez de Thompson, 22 de junio de 1839, 82). Es mordaz en su crítica a un genérico masculino al que engloba como “hombres de miras estrechas” que provocan en la prensa polémicas y discusiones “que irritan el amor propio y mantienen la discordia (que es nuestra ruina) entre hombres que pueden ser útiles” (Sánchez de Thompson, 30 de julio de 1839, 102).

Es así como puede notarse una visión que estima la guerra como producto de hombres con intereses personales velados, lo que la hace cuestionar y mantenerse crítica ante su necesidad. Afirma en varias ocasiones que, si fuera por ella, la guerra ya habría terminado. Sin duda considera sus capacidades diplomáticas superiores que las de muchos hombres, incluyendo a su marido.[15] Sin embargo, la política de género de la época la lleva a ocupar una posición relegada del centro de la acción, a pesar incluso de sus deseos de mayor protagonismo.[16] En varias ocasiones expresa su deseo de ser hombre, que lejos de llevarla a expandir la esfera de acción femenina, recalca su posición tradicional dentro de las dinámicas de género decimonónicas. Afirmar un deseo de ser hombre no hace sino resaltar el hecho de que, ante todo, es una dama de la élite. Por lo tanto, la exacerbación de su rol femenino y maternal busca contrarrestar la masculinización a las que son proclives las líderes que lograron participar e intervenir en la esfera de la política y de la guerra.[17] 

Cabe resaltar que la posición de Mariquita con respecto a la guerra se distingue de su defensa a las revoluciones, es decir, que no se posiciona en contra de las luchas contra el Estado cuando entiende que el Estado es símbolo de tiranía y autoritarismo.[18] Públicamente apoyó la defensa de Buenos Aires ante las invasiones inglesas, la Revolución de Mayo, y la guerra contra Rosas. A pesar de ello, es crítica ante la prolongación de los conflictos. Se queja de que hay dirigentes que se benefician en términos económicos y comerciales, que no desean el fin de los conflictos, sino su prolongación. Por lo tanto, esos intereses personales son considerados insuficientes para justificar la violencia estatal en contra de sus propios ciudadanos. El bien común, es decir, de la población en general y no solamente de un partido político, es lo que define su visión del deber patriótico. Por lo tanto, la guerra se entiende como oposición a este proyecto de bienestar ciudadano. En el Diario para Echeverría, se resalta su visión del individuo como parte de un colectivo asociado a una “familia” y no a una ideología partidista:

 

para mí, que no veo en los hombres sino una familia, los muertos son igualmente llorados de cualquier lado que queden. Estos infelices sacrificados por la ignorancia son para mí objeto de compasión. Cuando deberíamos hacer todo para aumentar la población como el primer elemento de nuestra prosperidad, no se trabaja sino para aniquilarla: se dicen cuatrocientos entrerrianos muertos y cerca de mil correntinos. (Sánchez de Thompson, 17 de abril de 1839, 53).

En esta línea, Mónica Szurmuk sostiene que, en la escritura de Sánchez, la relación entre lo público y lo privado está sobredeterminada: “no domestic life can exist until political pacification provides an adequate environment. Peace in the nation is a prerequisite of domestic harmony” (26). Su crítica a la guerra se encuentra justificada porque es un evento que impacta sobre la vida doméstica. En su visión política, la guerra se describe como un impedimento al progreso y principalmente, al progreso familiar. Por ende, la posición política de Mariquita es de lo que llamo un pacifismo patriótico. Tanto a nivel político o institucional, Mariquita se muestra defensora del pacifismo y los acuerdos diplomáticos.[19] La idea de patriotismo, pacifismo y maternidad se entrelazan en Mariquita para proponer una visión crítica sobre las políticas militares de la época.

Los costos reproductivos de la guerra

Para Mariquita Sánchez la guerra es un contrasentido por los costos reproductivos que conlleva. En concordancia con esta visión de su amiga, Alberdi escribe en 1869 el tratado El crimen de la guerra, publicado solo póstumamente, en el cual afirma:

No dejar nacer y hacer morir a los habitantes, es despoblar el país, o retardar su población; y como un país no es fuerte por la tierra y las piedras de que se compone su suelo, sino por sus hombres, el medio natural de aumentar su poder, no es aumentar su suelo, sino aumentar el número de sus habitantes y la capacidad moral, material e intelectual de sus habitantes (Alberdi, 1869: 59).

Diez años antes, Mariquita descargaba su enorme disconformidad con la guerra que campeaba en el Río de la Plata por el conflicto entre la Confederación Argentina y la Provincia de Buenos Aires, y se quejaba de las políticas emigratorias que el propio Alberdi y Sarmiento proponían: “Pedir a los presidios de Europa emigración … y matarse la poca población del país y vivir aborreciéndose, inventando palabras de partido en lugar de inventar cosas útiles. Esto es lo más triste.” (Sánchez de Thompson, Carta a Juan Bautista Alberdi, 26 de junio de 1859, 347). En numerosas ocasiones y a diversos interlocutores, Sánchez reitera lo costoso de criar un hijo para verlo morir como soldado.[20] 

A diferencia de Alberdi, que ocupaba un lugar de prestigio como figura pública (político, intelectual, escritor), y podía escribir de manera general sobre la guerra desde su posición autorizada, Mariquita nunca publicó ensayos ni tratados sobre temas políticos.[21] Pero sí compartió su opinión a través de la correspondencia y circuitos más informales desde su lugar de madre. Como afirma Mizraje, la maternidad de Mariquita era expansiva: “la pluralidad de su maternidad hace de cada vínculo una decisión” (27). Así, se nombraba no solamente como madre a nivel consanguíneo, sino también de sus esposos, yernos, nietos, y amigos, formando filiaciones elegidas, lo que le permite un vínculo de intimidad y de mentora. La figura de la madre, además de una circunstancia biográfica, es una posición discursiva de la que se vale para intervenir en la esfera pública. De ese modo, se erige como un símbolo de fecundidad patriótica y repudia la guerra por la pérdida de capital humano.

La maternidad (la producción y el cuidado de la progenie) se ha utilizado políticamente para justificar el accionar de las mujeres en la esfera pública. En su estudio de los feminismos europeos, Karen Offen argumenta que las feministas del siglo XIX se apropiaron de la importancia sociopolítica de la maternidad y el rol social de la madre-educadora desde diferentes ideologías políticas y religiosas (100-1). Offen entiende la exaltación de la maternidad en el pensamiento decimonónico, tanto de los sectores conservadores como de los más radicales, como una muestra del avance de la causa feminista ya que otorga un espacio de valor y dignidad, además de reconocimiento de la importancia social de las mujeres (102). Esta postura permite reconocer el posicionamiento de la maternidad como un lugar discursivo estratégico en la época, y no entenderlo únicamente como una idealización esencialista del rol gestante.[22] Por lo tanto, el repudio de la guerra se justifica en el discurso de Mariquita de una manera distinta que la de Alberdi u otros políticos de la época. La maternidad es el lugar desde el cual ella logra dar una opinión autorizada. Por este motivo, se resalta el trabajo afectivo (en términos reales de trabajo, de horas de dedicación invertidas en la crianza) que conlleva hacer hombres.

En una carta especialmente cargada de críticas a los conflictos entre confederados y porteños, Mariquita se lamenta con su hija Florencia: “¡Gastar en matarse, y tanto! ¿Y no sería mejor emplear en cosas útiles eso? Yo no me conformo con la guerra, pero ellos no pedirán mi opinión” (Sánchez de Thompson, 1854, 280). El “ellos” al que se refiere es a los miembros del género masculino en general, pero particularmente a los que pertenecen a su círculo, miembros del poder político, intelectuales, periodistas, hombres de negocios. Al referirse a esta falta de escucha, se percibe la frustración de Mariquita por esa posición de pasividad a la que queda relegada, y que sin embargo resiste, debido a su insistencia en estas críticas que se hacen constantes a lo largo de sus cartas. Se debe recurrir pues a la persuasión, ya no “pedirán su opinión”.

La persuasión femenina ha sido muchas veces una construcción discursiva que puede pensársela junto a otras “tretas del débil”, como las llama Josefina Ludmer, en las que se combina un doble gesto de aceptación del lugar de subalternidad y al mismo tiempo una forma de resistencia (249). En el caso de Mariquita este doble gesto puede verse en su insistencia en estos temas que se justifica precisamente por su “debilidad” de madre. La defensa de la persuasión como arma discursiva permite que se encuentre un cierto nivel de agencia en la “pasividad” femenina. Esta estrategia pertenece a un sistema en común que articularon otras mujeres de letras del período, como puede verse en la publicación La Aljaba (1830-1831), editada por la poeta oriental Petrona Rosende de Sierra durante su exilio en Buenos Aires. Se percibe una visión similar del rol de la mujer dentro del hogar y con relación a las guerras facciosas.[23] Se insta a las mujeres a participar del conflicto, pero como mediadoras, pacificadoras y estabilizadoras de las diferencias. Es decir, a utilizar ese espacio doméstico en el cual tienen influencia como mujeres (es decir, “potenciales madres”) para actuar en la esfera política.

De forma similar, la posición de la mujer-madre es lo que le permite a Mariquita criticar la guerra como “despilfarro” humano. Mariquita ve en los presos políticos y en los soldados de línea a jóvenes desaprovechados. En una carta a su nieto, cuando comenzaban los conflictos entre confederados y porteños, se queja de que “cuesta tanto criar un hombre que da pena el esfuerzo de matarse que se pone aquí, y luego gritar emigración. Está bueno el asunto, ¡matemos lo nuestro y traigamos extraños! Tierra de pícaros, hijo mío” (Sánchez de Thompson, sin fecha, probablemente finales de 1854, 306). Esta crítica resalta la indignación que le causa la matanza de criollos y la importación de extranjeros, asuntos de demografía que entiende correlacionados.

El énfasis en los costos reproductivos le permite señalar otros aspectos de la vida social en que las mujeres cumplen roles fundamentales, como el mantenimiento de las estructuras domésticas. En otras palabras, la guerra se entiende como una pérdida o desvalorización del trabajo femenino en sus tareas reproductivas, y se conecta, de esa manera, con la defensa de la educación femenina. Para Mariquita, la educación de las mujeres promueve al carácter civilizador de la madre y su efecto en los hijos. En carta a Sarmiento le reprocha cómo en sociedades como las suyas es fundamental educar a la mujer si la mayor parte del tiempo los hombres están en la guerra (Sánchez de Thompson, sin fecha, 357). En su participación vitalicia en la Sociedad de Beneficencia,[24] Mariquita se encargó especialmente de las escuelas para niñas, considerando que

es preciso empezar por las mujeres si se quiere civilizar un país, y más entre nosotros, que los hombres no son bastantes y que tienen las armas en la mano para destruirse constantemente (Sánchez de Thompson, Carta a su hijo Juan, 27 de febrero de 1840, 169-70).

Mariquita propone una revalorización de las tareas reproductivas en períodos de guerra civil. Sus argumentos resaltan las contribuciones del “bello sexo” para el desarrollo y progreso de la nación: desde el rol sexual-reproductivo, el trabajo afectivo de sostén emocional de las familias en conflicto, hasta las tareas de cuidado que recaen sobre las mujeres (la economía doméstica, la producción de alimentos, ropas, y demás arreglos logísticos). En este sentido, puede notarse que una de las cuestiones recurrentes en el Diario a Echeverría es la preocupación por la financiación de la guerra. Cuando menciona las colaboraciones de privados para armamento, uniformes y alimento de las tropas, destaca el rol de las mujeres y el constante trabajo de las patriotas argentinas, tanto en la venta de sus bienes para recaudar dinero, como en la organización de funciones de teatro u ópera e incluso en la prestación de sus servicios como costureras o bordadoras.[25] 

En este sentido, la participación de Mariquita en la escena política se da en varios niveles, aunque siempre en formas apropiadas para su sexo y que no la desautorizaban como figura respetable de la élite rioplatense, logrando un tenso equilibro entre la posición pasiva y la intervención directa. Un episodio en el que puede verse la participación política que encastra con roles sociales femeninos aceptados (como lo era el caso de la beneficencia y la economía doméstica), es en la confección de una bandera argentina en 1839, como señal de apoyo al levantamiento antirrosista dirigido por el General Lavalle. En sus cartas, Mariquita comenta que la iniciativa fue liderada por la joven Juana Manso y en ella participaron un gran número de exiliadas. Se quería entregar la bandera al ejército de Lavalle como apoyo moral y simbólico de la causa (Sánchez de Thompson, 25 de mayo de 1839, 70-1). El hecho demuestra cómo las mujeres encontraron lugares de agencia durante los conflictos bélicos de impacto simbólico y material, ya que en la creación de los símbolos patrios participaban como productoras de una retórica de guerra de manera personal (Acree 75). La atención en las prendas y vestimenta bélica posiciona a las mujeres y el trabajo doméstico en un lugar central en la creación de identidades políticas, en la que los colores y símbolos se convierten en verdaderos signos ideológicos. En este sentido, William Acree ha señalado que “más que una simple labor de costura, confeccionar divisas tenía que ver con los hilos del deber femenino y el discurso político” (75). Es así como ese lugar de supuesta pasividad de la mujer en el ámbito doméstico, ejerciendo actividades consideradas secundarias para el ámbito público, se convierte en un sitio desde el cual articular una postura propia e intervenir en los eventos políticos desde una autoridad femenina sustentada en la importancia simbólica y material del hogar.

Conclusiones

El interés por los acontecimientos políticos en la región del Río de la Plata en Mariquita se suele hacer coincidir con la primera invasión inglesa. Mariquita, en sus célebres Recuerdos del Buenos Ayres Virreynal, afirma que fueron esas invasiones las que despertaron algo novedoso en la región, las que trajeron “la luz” que prendió el fuego del sentimiento patriótico (Sánchez de Thompson, 155).

Se sabe que Mariquita, junto a otras damas patricias porteñas, donaron armas para la lucha independentista. En la carta dirigida a Manuel Belgrano y atribuida a Mariquita, se menciona la posición pasiva de la mujer en los conflictos bélicos, y la incapacidad femenina de acceder al “honor” del soldado (Sánchez de Thompson, 30 de mayo de 1812, 326). Sin embargo, las donantes piden que sus nombres sean grabados en los fusibles que utilizará el ejército, de esa manera, irrumpiendo en el campo de batalla, aunque sea a nivel simbólico, a través del apoyo económico que sí son capaces de brindar. Esta escena revela la temprana participación en la esfera pública de las patricias rioplatenses, quienes encontraron en los discursos sobre el patriotismo una manera de participación política que podía justificarse dentro de la condición de género y clase en la que se encontraban, amparadas en la autoridad que les brindaba su posicionamiento de “madres” de la patria.

Para Mariquita, es “preciso cumplir nuestra misión y hacer cada hombre lo que pueda en la órbita que le ha caído en suerte” (Sánchez de Thompson, Carta a su hijo Juan, 8 de mayo de 1840, 177). Por lo tanto, intentó cumplir su papel de “patriota” desde la órbita femenina y privilegiada en la que se encontraba, habitando espacios intersticiales desde los cuales hacer oír su voz pública. Desde esa posición fue capaz de articular una crítica a la guerra como incompetencia masculina, privilegiando las tareas reproductivas de las mujeres en la construcción de un proyecto nacional.

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Recibido: 03/03/2022

Evaluado: 28/05/2022

Versión Final: 15/08/2022

páginas / año 14 – n° 36/ ISSN 1851-992X /2022                               


[1] Debido al exilio, la generación del ’37 tenía vínculos muy cercanos con Mariquita, ya que su casa montevideana se convirtió en destino recurrente. Con Echeverría, uno de los primeros referentes del romanticismo en el Río de la Plata, tuvo un amplio intercambio epistolar que incluyó el envío de varios de sus cuentos, incluyendo “El matadero”.

[2] Se trata de una guerra civil de alcance internacional, con intervención directa de facciones políticas, gobiernos (Argentina, Brasil y Uruguay) y potencias europeas como Inglaterra y Francia.

[3] La Batalla de Caseros se marca como un hito en la historia política argentina ya que da fin al largo período de gobierno federalista de Rosas y el comienzo de la unificación territorial con políticas centralistas.

[4] También se denomina como la Guerra del Paraguay al conflicto militar contra ese país por las fuerzas aliadas de Brasil, Argentina y Uruguay.

[5] En su libro, Uriarte toma el género de la escritura de viajes que se centran en distintos conflictos bélicos para examinar la creación del desierto como espacio simbólico y material en América del Sur, y sus efectos en los procesos de consolidación estatal hacia finales del siglo XIX.

[6] Para Tilly la guerra condujo a la construcción del aparato estatal como producto de la propia expansión de la organización militar, la creación de ejércitos permanentes, la logística, y principalmente la burocracia, e incluso las instituciones educativas. A su vez, todas estas estructuras estaban sostenidas en la extracción de recursos (a través de impuestos) y de la función de protección a los ciudadanos ante amenazas internas y extranjeras (20-1).

[7] Un ejemplo que busca justamente revertir esa tendencia son las investigaciones de Vanesa Miseres. Ha investigado sobre la guerra desde una perspectiva de género cuestionando el androcentrismo imperante en los estudios sobre conflictos bélicos, trabajando sobre la figura de las rabonas en el ejército peruano del siglo XIX (2014) así como analizando los distintos tipos de participación de las mujeres durante la Guerra de la Triple Alianza (2022).

[8] El espacio de la tertulia es entendido como un lugar entre medio de lo público y lo privado, pero cuya localización en lo doméstico habilita el liderazgo de la ama de casa como organizadora de ese espacio de sociabilidad. Virginia Cánova analiza el importante papel de las mujeres como anfitrionas de tertulias y organizadoras del entretenimiento en las casas, las cuales debían tener especiales habilidades, sensibilidad cultural y capacidad intelectual a la hora de llevar a cabo actividades de socialización (76).

[9] Para una biografía más detallada sobre Mariquita, ver Batticuore (2011); Sáenz Quesada; Sánchez.

[10] En palabras de Domingo F. Sarmiento, la generación del ‘37 de la cual Mariquita oficiaba como “madre espiritual”, “llevaba consigo esta idea fecunda de la fraternidad de intereses con Francia e Inglaterra; llevaba el amor a los pueblos europeos asociado al amor a la civilización, a las instituciones y a las letras que la Europa nos había legado y que Rosas destruía en nombre de América, sustituyendo otro vestido al vestido europeo, otras leyes a las leyes europeas, otro gobierno al gobierno europeo” (239).

[11] Como define María Inés de Torres: “Prefigurar una patria es soñar un espacio y sus límites. No siempre (o no sólo) un espacio físico concreto, sino más que eso: es imaginar una geografía cuyos accidentes asignan lugares, separan y jerarquizan posiciones, excluyen del mapa territorios no deseados” (14). En este sentido, el mapa patriótico de Mariquita abarca a sus vínculos afectivos, aquellos con los que ella comparte su sensibilidad ilustrada y humanista, y descarta a los que atrasan el progreso de la nación, representados como bárbaros.  

[12] Para un análisis más detallado sobre la figura de la mujer lectora, y la lectora de periódicos en particular, ver Batticuore Lectoras del siglo XIX. Imaginarios y prácticas en la Argentina (2019).

[13] Según el análisis de Amante, la preocupación por la incautación de cartas de disidentes por parte de la prensa rosista es uno de los elementos más interesantes de la correspondencia de Mariquita (57). En ese sentido, la investigadora menciona cómo la correspondencia es asimilada al contrabando, relacionándola así con la mercancía (61).

[14] Ante la demora en la llegada de paquetes, cartas y buques, Mariquita repite “Su demora hace hacer mil reflexiones y mentiras” (Sánchez de Thompson, 30 de mayo de 1839, 73). “Las horas son siglos para nosotros, infelices que estamos al cabo de secretos que no se pueden escribir siquiera” (Sánchez de Thompson, 1 de julio de 1839, 87).

[15] En una carta a Alberdi en el que le pide asistencia para disputar la herencia de su marido, fallecido en Francia, le confiesa “Dos veces ha estado su consulado en el suelo; yo lo he levantado” (Sánchez de Thompson, 27 de mayo de 1863, 354-5).

[16] Algunas de estas declaraciones se manifiestan como la contradicción entre sus deseos de intervención política y actividad intelectual, en contraposición al rol marginalizado de las mujeres con respecto a la vida pública: “Mi vida es la de un hombre filósofo por fuerza más bien que la de una mujer, con la desgracia de tener corazón de mujer, cabeza de volcán, y no tener esa frivolidad del sexo para distraerme” (Sánchez de Thompson, Carta a Juan Bautista Alberdi, 15 de noviembre de 1852, 342). Otro deseo más explícito se lo manifiesta a su hija luego de la Batalla de Caseros, “Yo nací para ser hombre” (Sánchez de Thompson, febrero de 1852, 259).

[17] Miseres comenta estrategias similares de escritoras hispanoamericanas que buscaron enfatizar el aspecto maternal de las mujeres que sí participaron activamente de la escena político-militar en sus países, como en los casos de Juana Azurduy y Francisca Gamarra (17-8).  

[18] En este sentido, el volumen editado por Javier Uriarte y Felipe Martínez-Pinzón distingue guerra y revolución como conflictos distintos en su relación con el Estado: la guerra se produce dentro de la legalidad del Estado, mientras que la revolución “implica un proceso que generalmente no surge desde el Estado sino contra el mismo. Instigada por él o no, la guerra cuenta con el Estado como motor; de ahí que en el discurso estatal se promueva la legitimidad del conflicto bélico frente a la ilegitimidad de la revolución” (Uriarte y Martínez-Pinzón 18).

[19] María Luisa Femenías distingue diversos niveles en los que puede entenderse el pacifismo. Según esta clasificación, Mariquita se posicionaría en un pacifismo institucional. Es decir, que apoya “las acciones, jurídicas o sociales, contra Estados belicistas” (47). Femenías resalta las contribuciones “de las mujeres en general y de las pacifistas en particular como protagonistas políticas mayoritarias de la causa por la paz. Esto es así al menos en dos dimensiones fundamentales: por un lado, rechazan de plano la violencia y la guerra como solución legítima de conflictos personales e intra / interestatales. Por otro, en tanto construyen redes solidarias de sobrevivencia en la vida cotidiana, como parte de una ‘cultura de paz’” (48-9).

[20] Ella tiene discusiones reiteradas con uno de sus hijos menores debido al deseo del muchacho de enlistarse en el ejército, que su madre prohíbe. En carta personal a su hijo Juan, le dice “tu destino no es la guerra” (26 de noviembre de 1839, 161). Tampoco parece dispuesta a dejar que su otro hijo, Julio, participe en la actividad militar (Carta a su hijo Juan, 26 de noviembre de 1839, 162).

[21] Aún a pesar de haber manifestado deseos de hacerlo, como deja ver en carta a su hija Florencia: “¡Qué loca estoy por ir a ver a todas mis patriotas! Voy a escribir la historia de las mujeres de mi país. Ellas son gente” (Sánchez de Thompson, febrero de 1852, 360).

[22] Sin embargo, Offen hace ciertas salvedades del uso misógino sobre la maternidad en ciertos autores como Auguste Comte (102) y comenta el esfuerzo español, y podríamos agregar también latinoamericano, por contener a las mujeres en la esfera doméstica con la figura del ángel del hogar (106).

[23] En el período de conflicto que antecede el segundo gobierno de Rosas, La Aljaba considera que es más importante la unión nacional en un proyecto común, antes que la continua guerra civil. Y para ello no apela a los hombres, soldados o gobernadores, sino que apela a las mujeres para que “federales y unitarios queden desarmados por nuestras súplicas” (N°13, 28 de diciembre de 1830, p. 2).

[24] La Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires fue creada en 1823 bajo el auspicio del entonces ministro Bernardino Rivadavia, en un proceso de secularización de las instituciones sociales que antes estaban bajo el poder de la Iglesia. Durante los años de 1830 y 1832 Mariquita ocupó el cargo de presidenta. Su longeva participación en la Sociedad solo se interrumpió durante su exilio antirrosista en Montevideo, por lo cual, ante la caída de Rosas en 1852, Sánchez retorna a Buenos Aires y retoma sus cargos en la organización (Olivero Guidobono 9). Como menciona Santiago Javier Sánchez, por primera vez, las “instituciones abocadas a la educación o al cuidado de niñas y mujeres quedaron bajo una dirección igualmente femenina” (21). La Sociedad de Beneficencia liderada por Sánchez tenía tres objetivos fundamentales, decretados por Rivadavia durante su inauguración, que eran los de perfeccionar la moral de la sociedad porteña, cultivar el espíritu del sexo femenino, y de enfocar esfuerzos femeninos en la industria (Shumway 125). De esa manera, las cualidades propias de las damas estarían vehiculizadas en acciones productivas para el orden político.

[25] Con respecto a la financiación de la guerra por parte de las mujeres de la élite, Miseres ha analizado el acto de donación de joyas y dinero de las mujeres paraguayas ante la Guerra de la Triple Alianza. Este acto es “presentado como un gesto de superioridad moral y progreso intelectual que transforma un objeto frívolo como los adornos de las mujeres en una muestra de ciudadanía” (25). Es así como las mujeres reclaman su participación política, “revisando el sentido androcentrista del imaginario nacional, construido sobre ideales de fraternidad, propiedad y camaradería a los que las mujeres permanecían ajenas” (Miseres 26).