Rodrigo Alberto Uribe Otaíza

Historias Desobedientes Chile: de los pactos de silencio a la denuncia de familiares de perpetradores en la posdictadura chilena

Historias Desobedientes Chile: from the silences’ pacts to the perpetrators’ families’ denounce in the Chilean post-dictatorship

Rodrigo Alberto Uribe Otaíza

Universidad Alberto Hurtado (Chile)

rodrigo.a.uribe@gmail.com

Resumen

A través de una descripción auto-etnográfica en torno a la toma de palabra de los familiares de los perpetradores, el siguiente artículo busca sentar las bases para una exploración de las posibilidades que llevan a éstos a organizarse en señal de repudio a sus parientes. Se sostiene que dicho acto forma parte de los efectos domésticos de los pactos de silencio, relevando así el rol político del taller literario realizado por el colectivo Historias Desobedientes Chile en tanto eje que posibilita una experimentación íntima de esta palabra. Para afirmar esto, se revisan las relaciones que tanto los familiares como el colectivo trazan con su contexto político, para luego dar paso a un análisis inicial de la formación política de la “palabra desobediente”.

Palabras Clave

Transición a la Democracia; pasado reciente; posdictadura; memoria; Historias Desobedientes.

Abstract

Through an auto-ethnographic description about the perpetrators’ relatives’ act of oral intervention among the public sphere, this paper wants to ground an exploration in the possibilities that conduces them to form an organization in signal of disavowal to their kindred. It is stated that this act is a part of the domestics’ effects of the silence’s pacts, thus determining the political role of the literary workshop executed by “Historias Desobedientes Chile” in so far as it constitutes a pivot that enables an intimate experimentation of their voice. In order to affirm that, it is looked over the relations that them and the organization entangles with their political context, throughout which a cursory analysis of the political formation of the “disobedient voice” is made.

Keywords

Transition to Democracy; resent past;  post-dictatorship; memory; Historias Desobedientes.

Introducción

La toma de palabra por parte de los desobedientes chilenos en el 2019 dista, en varios sentidos, de la ocurrida el 2017 en Argentina, 2020 en Brasil y 2021 en Paraguay y Uruguay. Las diferencias sostenidas en el discurso cotidiano de esta rama, implica abordar su análisis a partir de variables contingentes involucradas con las diversas estrategias sociolingüísticas desplegadas por los agentes con el objeto de resignificar el pasado reciente. El siguiente artículo busca comprender la manera en que se interrelacionan los “juegos de verdad”, comprendidos como la serie de prácticas sociales utilizadas para fundamentar uno o varios enunciados sobre una referencia puesta en disputa por la actividad política de un territorio –en este caso, el pasado reciente– (Foucault, 2002), y la “toma de palabra desobediente”, entendida como un ejercicio de irrupción cuya condición de posibilidad refiere a la asignación de una posición de sujeto capaz de participar en el debate sobre dicho referente (Foucault, 2002; Rancière, 2009).

En particular, se aborda el caso chileno, en condiciones tales en que –como se verá más adelante– los juegos de verdad permiten estabilizar la contingencia política de posdictadura desde lo que la literatura ha definido como una forma de “verdad gubernamental” (Nash Rojas, 2018), a saber, una serie de premisas conducidas a través de los informes emanados de las Comisiones de Verdad y Reparación celebradas en 1990 y 2004 que, echando luz al pasado reciente, se restan de participar en la judicialización de las responsabilidades de los perpetradores de la dictadura cívico-militar. El contexto en que ocurre la toma de palabra por parte de Historias Desobedientes Chile, por consiguiente, adquiere particular relevancia en condiciones en que, tras un mes de su primera aparición pública el 11 de septiembre de 2019, estalla una revuelta política cuyo principal efecto es la apertura de la racionalidad política que había gobernado entre 1990 y dicho año (Karmy, 2019a).

Abordo este estudio desde una perspectiva auto-etnográfica. Mediante el examen de relatos autobiográficos, espero realizar una descripción y posterior análisis de las condiciones sociales con las que yo mismo he podido tomar la palabra como desobediente (Blanco, 2012). Mi caso constituye una experiencia de tercera generación, como nieto de Horacio Otaíza López, un Coronel del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea fallecido en 1975 durante un accidente aéreo. Al haber nacido 30 años después de su deceso, se trata de una historia de vida asociada estrechamente a la circulación de relatos y memorias –alguna de esas mediadas por el luto familiar– sobre la dictadura en plena transición. Tenía tres años cuando Augusto Pinochet fue detenido en Londres, y no supe de la dictadura ni del Golpe hasta bordeando mis trece años, tras la lectura de una nota publicada en internet donde se indicaba la vinculación de mi abuelo en casos asociados tanto a la Operación Cóndor como a los primeros episodios de represión de la dictadura chilena.

Mediante este análisis situado, se busca plasmar un contraste en los primeros hallazgos que han identificado las todavía incipientes investigaciones sobre la toma de palabra desobediente. Dichos estudios, enmarcados en una fase exploratoria del fenómeno y eminentemente cualitativos, se enfocan en las narrativas sociopolíticas (Basile, 2019; Page, 2021; Zylberman, 2020) y las genealogías familiares (Gugliemucci, 2019; Moral, Bayer & Canet, 2020; Peller, 2021) que acompañan las construcciones sociales que hace la descendencia sobre el perpetrador. Identificado como un nuevo ciclo de memoria asociado al giro de los perpetradores que se ha venido produciendo a nivel global desde el 2010 (Crownshaw, 2011; Scocco, 2017), la interrogante tras nuestra toma de palabra se articula como una indagación en las condiciones del territorio ético-político que permite que, en estos contextos específicos, la descendencia de los perpetradores se asuman como sujetos implicados y, por ende, responsables dentro de la lucha por la memoria y los derechos humanos de sus países (Rothberg, 2019; Lazzara, 2020).

Los matices vienen a propósito de la experiencia transicional de Chile. El enfoque político en la producción de una verdad gubernamental, ha generado de manera creciente una pugna por el carácter político de los testimonios presentados en la esfera pública (Bustamante Danilo, 2016; Peris Blanes, 2008). Esta estrategia acompaña a las medidas de amarre que la dictadura impuso al naciente régimen constitucional iniciado en 1990 (Godoy Arcaya, 1999; Gárate Chateau, 2016: 347-427). Con Augusto Pinochet como Comandante en Jefe del Ejército entre 1990 y 1998, y tras su asunción como senador vitalicio hasta su posterior y transitorio[1] arresto, las posibilidades de centrar las políticas de Verdad y Reparación desde el Poder Judicial se vieron mermadas. Esto derivó en un modo de tratamiento del pasado reciente más asociado a la construcción de ceremoniales y rituales públicos, oficiados por la sociedad civil (Thayer, 2006; Wilde, 2007) o por el Poder Ejecutivo (Karmy, 2019b; Moulian, 1997), que a la basada en la resolución de las Cortes de Justicia como se ve en Argentina.

La posición de las políticas de verdad dentro de lo que, desde los planteamientos de Jürgen Habermas (2001), podría denominarse como “razón comunicativa”, acabó por conformar al testimonio como un objeto de intervención desde un plano contingente. Ello conforma un campo de intervención de diversas tecnologías políticas orientadas a construir una idea del pasado reciente que, en términos generales, se produce en un ensamblaje entre los testimonios, las memorias y los efectos de legitimación de las políticas transicionales (Bernasconi, Mansilla & Suárez, 2019; Peris Blanes, 2008). En síntesis, las políticas de construcción de verdad chilenas no consolidan narrativas estables ni se basan en procedimientos judiciales, marcando un contrapunto importante en los proceso de toma de palabra desobediente que plantean los estudios contemporáneos. Contrapunto que alcanza una mayor relevancia cuando se constata que solo una minoría de mis compañeras/os desobedientes en Chile tienen o tuvieron a sus familiares presos a causa de crímenes de lesa humanidad.

De esta forma, dentro del análisis pongo énfasis en la descripción de los juegos de verdad en los que formé mi subjetividad política, a partir de sus principales efectos dentro de los círculos de elite chilena en los que crecí. Haciendo énfasis en la relación entre los silencios que forman parte de los juegos de verdad, y el afecto relacionado con los estigmas heredados, sostendré una conexión entre la ruptura con dichos pactos y la vivencia específica que ellos configuran dentro de nuestras familias. A partir de mi decisión de sumarme a Historias Desobedientes después de las vivencias experimentadas en la Revuelta Política de 2019, buscaré describir las estrategias con las que moldeamos una palabra colectiva ante la experimentación de formas de violencia institucional provocadas tras el decreto de Estado de Excepción por parte de Sebastián Piñera[2]. Cerraré con el análisis de un texto producido en estas circunstancias, tratando de precisar la manera en que interviene la acción colectiva sobre la palabra individual. De esta forma, concluiré señalando la manera en que el colectivo Historias Desobedientes permite agenciar una posición de sujeto desde la cual participar en procesos locales de memoria.

Juegos de verdad y estigmas: la construcción de un héroe

La necesidad de rescatar el concepto de “juegos de verdad” de la obra foucaultiana, se justifica por los comentarios que desarrolla Willy Thayer (2006) sobre la escena de “Avanzada” y el trabajo de “Márgenes e Instituciones” en “El Golpe como consumación de vanguardia”. No es este el espacio para desarrollar a fondo los giros epistemológicos que sugiere la propuesta del filósofo chileno. En términos gruesos, la identificación que reconoce entre el arte militar, la tortura y la consumación del acto de vanguardia, plantea un cambio en las relaciones semióticas por medio de la cual los diferentes actores van a constituir la verdad del Golpe. La tesis desarrollada en dicho ensayo sugiere que las prácticas de fundamentación discursiva legadas por el régimen militar, se juegan en los planos contingentes que edifican al orden institucional desde su afuera: “El acontecimiento de la tortura tiene lugar en la “vacilación” del sujeto. En este sentido, es atópico, reside siempre fuera de sí. […] Es en la interrupción de la mismidad que el acontecimiento y lenguaje tiene lugar” (Thayer, 2006: 28). En suma, lo contingente prima porque la fundamentación del enunciado depende tanto del afuera de la estructura política, como de la exterioridad del orden proposicional que ordena al discurso. Relaciones de fuerza y discurso conforman el volátil núcleo en el que se consolidan los juegos de verdad en el territorio chileno post-Golpe de Estado.

Esta premisa acerca del tratamiento cultural de la violencia institucional en el régimen dictatorial es de suma importancia. A partir de la crítica de la racionalidad neoliberal de gobierno, consolidada en Chile desde las tesis anarco-capitalistas en 1977 (Gárate Chateau, 2016: 196-237), la investigación dedicada a la Transición chilena se ha encargado de señalar las diferentes continuidades sociales, culturales y políticas que hereda el régimen constitucional bajo el nombre del “modelo chileno”. En especial, la relativa al uso adoptado a la agenda de la memoria y los derechos humanos para estabilizar el cambio de régimen dentro de los límites institucionales heredados por la dictadura (Moulian, 1997). Es en este sentido que Thayer observa una complicidad estructural entre los enunciados políticos de la dictadura y los de la Concertación: “La constelación progresista, la comprensión vulgar o linear del tiempo, está presente, como comprensión común del acaecer, en general en el período, no sólo en Márgenes e Instituciones. La Dictadura se autocomprende [también] como modernización estructural del país” (Thayer, 2006: 18). La complicidad estructurante del discurso sobre el pasado reciente, refiere en este sentido a la posibilidad de reconstituir un relato conciliador desde un marco histórico que explique los acontecimientos tanto del Golpe como de la violencia institucional que le sigue.

Las décadas del ’90 y el 2000’, sin embargo, experimenta dos nudos estratégicos fundamentales con los que encuadrar los juegos de verdad de la ciudadanía. Para ambos, la historia cumple un rol clave. De lo que se trata, en palabras de Daniela Jara (2020), es de construir un archivo inédito sobre la violencia institucional, en el cual –complementan autores como Jaume Peris Blanes (2008)- los testimonios prestados por familiares y sobrevivientes se entrelazan desde diferentes estrategias lingüísticas usadas para comunicar el acontecimiento irrepresentable de las desapariciones forzadas, las ejecuciones políticas y la tortura (De Cock y Michaud Maturana, 2017). La principal preocupación por parte del poder gubernamental chileno consiste –en este sentido- no en la oficialización de una narrativa sobre los acontecimientos, sino en poder asignar un lugar temporal a los actos de violencia bajo la comprensión progresiva y linear de una historia que avanza en términos de garantías democráticas e institucionales. Así, tanto la adaptación de las planillas de la Vicaría de la Solidaridad llevadas a cabo por la Comisión Rettig (Bernasconi, Lira & Ruiz, 2019), como el excesivo celo historiográfico con el que se verificaron los testimonios en el informe Valech (Pérotin-Dumond, 2005) son rasgos de esta voluntad archivística con la que conducir los juegos de verdad chilenos.

Sin embargo, las bases políticas en las que se había cimentado la transición para 1998 se debilitan. Los panoramas económicos y políticos habían mutado radicalmente a los que habían generado las condiciones sociales del informe Rettig (Gárate Chateau, 2016). Tras reuniones y visitas a la tumba de sus compañeros luego del arresto de Pinochet, los sobrevivientes comienzan a recuperar sus lazos. En 2003, para el trigésimo aniversario del Golpe, los movimientos de rememoración se intensifican en un contexto donde la judicialización se permite tomar nuevos bríos para corregir los todavía vigentes efectos de la tortura en la sociedad civil (Pérotin-Dumond, 2005). Así, la notoriedad del caso “Agüero v/s Meneses”[3] en 2001 va a gatillar la corrida definitiva a los usos estabilizantes que la Concertación le entrega a los testimonios y la memoria, aceptando corregir la estrategia historicista del informe Rettig por un historicismo renovado –con cierta capacidad judicial- encapsulado en las nuevas operaciones de silenciamiento del informe Valech, publicado el 2005. El laguismo, en suma, se permite ampliar el repertorio con el que tratar el pasado reciente con el objeto de permitir una inclusión del problema de la tortura y los sobrevivientes dentro del marco historicista del informe Rettig.

Es así como se consolida el segundo nudo estratégico por parte del sentido legitimador que la Concertación le da al pasado reciente. El sentido en que el marco histórico es utilizado por el camino iniciado por el gobierno de Ricardo Lagos en la década del 2000, como un modo de hacer frente a la brecha que generaba la crisis de legitimidad del modelo chileno en 1998, es expresado de mejor manera en el tono triunfalista con que Anne Pérotin-Dumond (2005) recorre los eventos que circundan la elaboración del informe Valech. Entre 2003 y 2005 se consolida la oficialización de un relato territorial de la dictadura, en la que se declaran “monumentos nacionales”[4] clave como el Estadio Nacional o Villa Grimaldi, junto a un sinfín de actos públicos en los que se conmemoraba el pasado reciente y se celebraban los avances en materia de reparación y memoria cívica. Se incrementan las causas judiciales –sin dejar por ello de cumplir, según indica Claudio Nash Rojas (2018), un rol marginal dentro de la transición chilena-, y progresivamente se deja sin efecto al decreto de amnistía de 1978 en un poder judicial que antaño habría sido demasiado indulgente con los perpetradores.

Pese a este nuevo contexto, las comunidades de memoria denuncian el uso gubernamental de estos nuevos recursos como una forma de garantizar la reconciliación nacional, apoyados en el mandato de silencio de 50 años que Ricardo Lagos asigna a los testimonios ingresados y verificados por la Comisión Valech. El silencio, en este sentido, se articuló como la falta de acceso público a los testimonios de los sobrevivientes, además de cláusulas legales que protegían y borraban el nombre de los perpetradores en esta esfera. Fueron las comunidades de memoria las que se encargaron de generar iniciativas con las que difundir listas de criminales de la dictadura, como el portal en el que descubrí la complicidad de mi abuelo.

Es en este nuevo contexto de (des)estabilización de los relatos sobre el pasado reciente, que se configuran los juegos de verdad. Tanto el relato historiográfico utilizado para construir un marco político para el testimonio, como la cualidad extra-judicial en la que terminan de consolidarse, constituyen el panorama en que circulan sus enunciados en el Chile posdictatorial. Es también en este nuevo momento que me tocó crecer. El progresivo desprestigio de Pinochet entre los años 2000 y 2006, generó mis primeras preguntas sobre una dictadura de la que jamás se me había dicho algo. Los movimientos políticos que luego permearon, en 2006 y especialmente 2011, a los espacios educacionales tuvieron una importancia crítica. Pasé de defender ideas de derecha a definirme como un simpatizante comunista en los mismos años en que descubría, por accidente, la implicación de mi abuelo en una dictadura de la que sabía poco. En este instante, las respuestas que oía dependían en gran medida tanto de lo que mis familiares, de manera individual, pudieron averiguar, como de las narrativas personales con las que identificaban el rol de mi abuelo perpetrador.

Tras la muerte de mi abuelo, mis familiares comienzan un silencioso trabajo por averiguar su posible implicación en la perpetración de crímenes en dictadura. Su único hermano, Sacerdote de la Iglesia Católica, acude al archivo eclesial de la Vicaría de la Solidaridad sin éxito. Sus cuñadas y esposa conversaron entre ellas a propósito de las pocas cosas que él habría confesado dentro del espacio íntimo: episodios en los que, recordando a su difunto hijo[5], no se había atrevido a dispararle al “malnacido” durante un enfrentamiento, o instantes en que habría relatado que su método para interrogar consistía en hacerles escribir a los prisioneros sus versiones una y otra vez para preguntar en torno a las inconsistencias. La segunda generación, sin embargo, constituye sus historias a partir de sus experiencias tanto de militancia como de luto compartido. Abundan historias sobre llamadas por teléfono de desconocidos que decían haberlo visto en Argentina, y dadas las extrañas circunstancias que rodean su fallecimiento se realizaron investigaciones para averiguar si el propio ejército no lo había ejecutado como parte de una rencilla interna. Historias que se acompañan con los relatos de quienes interactuaron más con mi abuela, y que vieron los efectos del doble duelo que mantenía tras la muerte de su hijo (en 1973) y su marido (en 1975).  

Para 1990, iniciado el Gobierno de Aylwin, comienza una prolífica publicación de artículos de prensa y extensas investigaciones históricas y periodísticas acerca de la dictadura. En este contexto, mi madre recopila información preguntándose sobre la posible implicación de su padre en los distintos operativos militares. En este silencioso trabajo de documentación, se observa el ensamblaje entre los juegos de verdad, los silencios que le son propios y los trabajos personales en torno al legado y/o los estigmas generados por la filiación. Tanto nosotros, la tercera generación, como las personas de la segunda generación enfrentamos los silencios públicos con el ejercicio de documentación que sigue a la muerte del perpetrador. Dichos procesos se dan en contextos políticos y transitológicos completamente diferentes, generando posicionamientos ético-político adversos entre los miembros de la familia. Posicionamientos que dependen de las posibles posiciones subjetivas que los juegos de verdad permiten asignar tanto a los perpetradores como a sus familiares.

El trabajo de composición narrativa, así, consiste en la producción de sentido entre el rol cumplido por quien fuera amigo de Gustavo Leigh, integrante de la Junta Militar, y las circunstancias históricas construidas en el espacio público. Los relatos creados por la segunda generación se relacionan luego con la tercera, en circunstancias en que los descubrimientos y las documentaciones personales provocan preguntas en los espacios privados. De esta forma, el contexto histórico en el que muere mi abuelo sustenta la versión –contada en las pocas ocasiones en que se toca el tema– del enfrentamiento interno. Dentro de los clivajes políticos mantenidos entre la Fuerza Aérea y el Ejército, provocado por una diferencia de opinión sobre el modelo económico-político a implementar en Chile, se ha creado un relato en el que mi abuelo aparece como un opositor de Pinochet que habría sido asesinado durante su consolidación como Jefe de Estado entre 1975 y 1977. Proceso que se acompaña formalmente por la disolución del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA) al iniciar su cooperación con la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA) en la creación del Comando Conjunto, iniciado un par de meses después de su fallecimiento. Incluso, se lo ha visto como alguien que buscaba reducir la crueldad del régimen al oponerse a las torturas y a la desaparición de personas, bajo el argumento del recrudecimiento de los casos luego de su deceso. Se trata de una operación discursiva que depende del “antes-después” de la fecha de su muerte, sustentada en la documentación historiográfica y periodística de la época que permite poner en contexto a los testimonios contados por la primera generación.

En este sentido, los silencios dan pie tanto a las dudas como a la producción de sentido del familiar dentro del período en el que actúa como perpetrador. Pese al tabú familiar que excluye su nombre y sus fotos de las prácticas cotidianas, existen instancias especiales en las que se comparte la versión deducida por la segunda generación. El discurso adopta modalidades especulativas, en las que cada quien comparte la versión que ha podido crear del perpetrador. Versiones que emulan la labor de archivo de los juegos de verdad dados en el espacio público, y secundan las narrativas oficiales desde una perspectiva que no niega las violaciones a los derechos humanos, pero sí pone en tela de juicio la participación de mi abuelo en dichos crímenes a partir de un relato heroico que depende del marco historiográfico que edita el régimen constitucional iniciado en 1990. En este marco, los nuevos contextos sociopolíticos y la participación diferencial de los integrantes de la familia en los juegos de verdad asociados al pasado reciente, permiten reconfigurar una representación del perpetrador que se adapta a los nuevos marcos valóricos y testimoniales configurados por las políticas de Verdad y de Reparación. El silencio colocado sobre los nombres tanto en el informe Rettig como en el Valech, permiten darle flexibilidad a su participación singular dentro del régimen, dando con eso sustento a nuevas versiones apologéticas que construyen en mi abuelo a un demócrata a pesar de tener conocimiento de su participación en la toma de Valparaíso durante el Golpe en 1973.

Toma de palabra y literatura desobediente en la revuelta chilena

Lo anterior sugiere que la institucionalización de los pactos de silencio influye sobre la elaboración de relatos y representaciones acerca del perpetrador con el que se está afiliado. Este juego configura una doble tendencia en el plano subjetivo, disponiendo una posición que vale por la afirmación o por la difuminación de la condición de familiar (Gugielmucci, 2019). La diferencia entre una política de verdad mantenida desde los aparatos judiciales y de los dispositivos gubernamentales, consiste en que la primera conforma una materia mucho más clara en términos subjetivos que la segunda. Lo último ya que, como reconoce Foucault (2021), el espacio del derecho se organiza en torno a un sujeto moral que rivaliza con el sujeto-objeto del poder gubernamental. En este sentido, la conformación de un juego de verdad que guarda una clara independencia con el Poder Judicial –que como mucho, aparece como un recurso al margen de la política oficial–, impacta en la constitución de posiciones subjetivas anclada a los marcos y los márgenes constituidos en el espacio público para hablar sobre el pasado reciente. De ello se sigue que, en aquellos casos donde no existen causas judiciales, la toma de palabra desobediente deba recurrir a un espacio subjetivo que se encuentra desarticulado por los efectos de las operaciones de silenciamiento dentro de la familia de los perpetradores.

La posibilidad de emergencia de esta toma de palabra dice relación con los estigmas vividos: el afecto que provocan las marcas corporales que signan el vínculo existencial con el perpetrador. Siguiendo con los estigmas reconocidos por Teresa Basile (2019) a partir de las producciones literarias, la sangre, los apellidos y los gestos aparecen como signaturas claras con las que los familiares de los perpetradores pueden trabajar su lazo filial. A ellas, insto a agregar también rasgos genéticos, así como imaginarios y, de acuerdo con Ana Gugliemucci (2019), enfermedades físicas o psicológicas. Mis experiencias suponen una puesta en juego de todas ellas. A causa del luto que acompaña el recuerdo de mi abuelo, cuadros depresivos, adicciones y padecimientos de fibromialgia son comunes en mi familia materna. A eso se suman los sentimientos de repulsión que me genera la sangre (llegando a tener una fobia con ella), el temor de heredar gestos o rasgos de personalidad del perpetrador, interrogantes acerca de lo que significan los nombres y cambios en el imaginario que guardo sobre mi abuelo. Cuando era pequeño, mis padres nos decían a mi hermana y a mí que nuestro abuelo nos “cuidaba desde el cielo”, idea que tras el descubrimiento y la aceptación de su involucramiento con crímenes de lesa humanidad se fue transformando hasta imaginar, bordeando mis 18 años, a una figura uniformada y sin rostro que me vigilaba desde las horas de mi propio nacimiento. Aquí, la condición sin rostro toma varias significaciones, en especial luego de que unos tíos hayan buscado confirmar la realidad de la muerte de su padre –duda fundada en las llamadas que decían verlo en el extranjero- al aprovechar la reducción de sus restos, para descubrir que en su sarcófago faltaba el cráneo.

Las producciones literarias son un espacio ideal para trabajar la filiación con el perpetrador, más aún cuando los juegos de verdad no son claros con respecto a la participación de personas singulares en los crímenes que cometieron. En este sentido, estas producciones permiten trabajar en torno a los estigmas que producen fijaciones personales de los familiares, en atención al contexto que moldea las diferentes representaciones que se hacen del perpetrador. En condiciones en que los mandatos de silencio generados en las políticas de Verdad Chilenas esconden los nombres y, con ello, las marcas de identidad de los perpetradores, la falta de rostro en el imaginario propio sobre mi abuelo se vuelve relevante. El trabajo en torno a esta abstracción genera una estrategia literaria que, como se verá, espera ironizar con diferentes gestos intelectuales con los que aprehender la identidad pública de mi abuelo. Sin embargo, es importante atender que lo que está en juego tras estas construcciones literarias, que median la toma de palabra, es ni más ni menos el vínculo existencial que se tiene con la persona que, directa o indirectamente, te engendró. En este sentido, los dilemas éticos que dejan ver los desobedientes se encuentran marcados por una condición agónica o límite que, según indica Verónica Estay Stange (2018), expresan el sello reflexivo y las conjugaciones modales en el discurso de los desobedientes.

Para el colectivo chileno, la articulación de un discurso claro responde a los acontecimientos que se encontraban viviendo tras el inicio de la Revuelta el 18 de octubre de 2019, y el decreto ininterrumpido de Estado de Excepción desde entonces. Los nuevos casos masivos de violación a los derechos humanos (CIPER, 2019), modifican los juegos de verdad en los que ingresa su discurso. Esto sitúa al acto de toma de palabra en la exploración de lo que estas posiciones emergentes podían aportar en el naciente proceso constituyente. En mi caso, la revuelta provoca mi interés por ingresar al colectivo. Sabiendo de su existencia desde septiembre del mismo año, decido dar el paso sólo después de que el 10 de noviembre soñara con mi abuelo. Era la primera vez que podía reconocer su rostro con tanto detalle. Sentado en una mesa dentro de un fuerte, me dice en el sueño que quiere que yo sepa que estaban matando a mucha gente producto del nuevo panorama jurídico.

Realizado el contacto con el colectivo, me piden que manifieste mi acuerdo con la declaración de principios y el código ético de la organización y agendamos una reunión con la se comparten nuestros casos personales, junto a las tensiones que nos provoca. Esta instancia cumple con ser un primer ritual de iniciación, en condiciones en que los relatos sobre el familiar perpetrador adquieren relevancia para otro que escucha. La creación de un auditorio interno permite la puesta en valor de una historia soslayada por el escenario político en el que se enmarcan los juegos de verdad. Auditorio que, en el acto de puesta en voz propia de la historia y frente a principios y marcos éticos comunes, permiten la emergencia de una subjetividad compartida. Una vez dentro del colectivo, soy testigo de un padecimiento compartido con otros desobedientes. La salida de los militares a la calle provocaba el retorno de los viejos fantasmas de la dictadura a la sociedad chilena, siendo el lapsus general que confundía a Sebastián Piñera con Augusto Pinochet el signo más potente al respecto de su transversalidad. La intensidad del momento va haciendo merma en la participación de los desobedientes chilenos, hasta opacarla por completo para los meses de Diciembre y Enero.

Ante este panorama, junto a dos compañeras nos reunimos para buscar maneras de situarnos ante el nuevo terreno político. Surge así la idea de realizar un taller literario enfocado en rescatar las experiencias asociadas con la revuelta, sean estas testimoniales o de ficción. Gestionado en enero de 2020, y ejecutado todos los domingos entre el 3 de abril y el 5 de julio de dicho año, el taller literario buscó generar y reunir textos para la eventual publicación de un libro colectivo. En palabras de su gestora, Verónica Estay Stange, la apuesta estaba dirigida a efectuar una “intervención poética (y literaria) que golpee, que choque, que remeza al lector, y que tenga un impacto en la sociedad” (Historias Desobedientes, 2020). De este modo, no pretendió “poner la literatura al servicio de la política, sino crear una literatura que haga cuerpo con la política, y que sea en sí misma un acto político” (Historias Desobedientes, 2020). Esta pretensión se mueve por una perspectiva en la que la exploración en prosa y literaria buscara indagar su acontecimiento político desde el shock que marca tanto a las biografías desobedientes, como a la reacción que tienen los auditorios ante sus apariciones públicas. Así, este rol político significó no solo que las/os miembros de la agrupación pudieran conocerse afectivamente, sino también para crear responsabilidades y generar un organigrama interno desde el cual consolidar su trabajo en el tiempo.

Dicho trabajo, anclado a los afectos de los integrantes de la organización chilena, se ejecutó desde una estrategia flexible que privilegió que cada quien pudiera compartir sus vivencias con los compañeros dentro de un espacio seguro. En caso de no contar con nuevos textos enviados por ellos, se procedía a realizar ejercicios de escritura personales y colectivos, como lo era la realización de cadáveres exquisitos. En todos los casos, las sesiones contemplaban la lectura colectiva de los relatos, seguida de la discusión de sus contenidos, sus principales virtudes y la precisión de las estéticas compartidas. Al cierre se sondeaba si habría nuevos textos comprometidos para la siguiente sesión, junto con zanjar los siguientes pasos a seguir.

Una consecuencia directa de la realización del taller fue la posibilidad de gestionar otras actividades con las que fortalecer la participación y organización del colectivo. La principal fue la realización de un Congreso Interno que buscó reunir a las/os desobedientes con académicos y activistas en áreas de derechos humanos y memoria que pudiesen comentar sus experiencias y, así, contribuir a perfilar tanto la aparición pública de sus integrantes como las principales transformaciones en el panorama político chileno. Este Congreso permitió que eligieran la primera mesa directiva de Historias Desobedientes Chile, desde la cual pudieran diseñarse posibles estrategias a seguir frente a la contingencia nacional y a la mantención de las relaciones internas del colectivo, tanto en su versión nacional como internacional.

En la actualidad, la rama chilena mantiene una actividad periódica en la que priman los ejercicios de los talleres literarios –desplazados al área internacional- y el reflexivo –orientado a discutir temas de contingencia para formar posiciones colectivas–. Adicionalmente, sus miembros se encuentran mensualmente en una asamblea nacional y otra internacional que reúne a los compañeros de los diferentes países, especialmente entre Argentina y Chile. Junto a eso, las/os compañeras/os chilenas/os se encargan del recibimiento de las desobediencias emergentes en otros países como lo ha sido Paraguay, Uruguay y El Salvador durante el 2021. La relevancia que entrega el colectivo en general responde a que permite enclavar una subjetividad dispuesta en la lucha por la memoria y los derechos humanos, trasladando la fuerte legitimidad y estrategias discursivas que el movimiento argentino ha creado como una puerta de entrada para comenzar a confeccionar discursos locales en los demás países en que ha nacido esta experiencia colectiva. La misma preparación interna que supone el ritual de iniciación, se extiende al permear un auditorio que en conocimiento de los aportes de la desobediencia argentina, se abre a recibir la palabra desobediente chilena. También, Historias Desobedientes Chile, con los dilemas territoriales que ha enfrentado, no podría encontrar la fuerza para mantenerse cohesionado si no fuera por el ejemplo y los lazos afectivos que existen con las/os compañeras/os de Argentina y el resto del Cono Sur. Del mismo modo, la construcción de una red internacional permite generar una forma de apoyo afectivo con el que sustentar las salidas públicas y formas de desafiliación en diferentes territorios del subcontinente, como lo fue la primera aparición pública en Paraguay con la presencia de compañeras de Argentina y Chile en diciembre de 2021.

“El además de tu nombre”[6]: escrituras vagabundas en la palabra desobediente

“Tríptico patrimonial” es un manuscrito producido dentro de los talleres literarios en Chile. Luego de las correcciones realizadas, se eliminó su cuerpo intermedio transformándose en un díptico desde el cual mantener un mismo ejercicio: expresar en la filiación con mi abuelo las formas en que experimento la memoria y la verdad, quedando así pendiente un texto en relación a la justicia. El objetivo del documento es situar, desde objetos materiales que señalan la relación con el perpetrador, una reflexión acerca de los lazos heredados. Su realización en el taller, y la orientación a trabajar los estigmas antes vividos de forma individual, dan las condiciones de un escrito clave para examinar el moldeamiento que Historias Desobedientes ofrece para la toma colectiva de la palabra desobediente.

En las mismas palabras colocadas en la introducción del manuscrito, se declara una elección de estilo cercana a los juegos de verdad descritos en el primer apartado: “más escritura degenerada –indico-, que género narratológico” (Uribe, 2020: 1). Esta exploración “degenerada” (literalmente sin género), se provoca por el sentimiento de distancia con las sedimentaciones narrativas del testimonio y los relatos descritos anteriormente (Peris Blanes, 2008). Así, bajo la forma de un aforismo integrado al inicio del relato borrado del texto final, se encuentra un punto rico para condensar la experiencia del hablante y, a su vez, reflexionar sobre sus particularidades:

“A un amigo lejano le pregunté alguna vez: ¿Será posible una prosa que permanezca inmaculada a narrativas y referentes? Su respuesta me la arrojó con una cuchilla y una hoja pálida. “Con esta daga –me dijo- enfrenta al fantasma extranjero que habita en ti. Solo así conocerás la justicia”.” (Uribe, 2020: 5).

En este aforismo, es posible apreciar la manera en que hago frente a mi toma de palabra. Los caracteres de los juegos de verdad de la esfera pública pasan a ser interrogados en el área difusa de la subjetividad que genera la falta de identidad de los perpetradores chilenos. El tema que moviliza es útil para realizar un comentario sobre las dimensiones personales y colectivas de esta toma de palabra, ya que en ésta se aprecia un acto de enfrentamiento entre la palabra (la cuchilla o la daga sacrificial) y el silencio (la hoja pálida). Por otro lado, el gesto de incluir un aforismo –como se indicó anteriormente- señala un aspecto clave en el modo en que enfrento el imaginario fantasmagórico de mi abuelo: la levedad de su presencia pública, debe ser enfrentada con la construcción misteriosa de enunciados referidos a las dudas personales sostenidos sobre su herencia. Las inquietudes personales se comunican en el taller, junto a los recursos con los que disponen sus participantes para construir sus propios relatos.

La injerencia de lo colectivo aparece por medio de los comentarios que mis compañeras/os realizan sobre el manuscrito. En este caso, el juego que trazo aprovecha lo que éstos denominaron, en la sesión dedicada al texto, como una “ironía filosófica”. Esta ironía es descrita como un “auto-humor de filósofo existencialista que se sabe contingente y que en el fondo está consciente de la banalidad o futilidad de sus propias reflexiones” (Estay Stange, 2020). De este modo, la actitud sirve para hacer ver, mediante una burla a su propia subjetividad, la serie de relaciones de continuidad y de ruptura de la herencia que siente recibir. El escrito las designa como “oficios de sangre heredados”, y la relación con los estigmas personales pasan a ser simbolizados por objetos materiales: un vaso que me regalan para mi titulación, y que habría sido un regalo que un amigo de mi abuelo le hiciera tras graduarse de la escuela de oficiales de la Fuerza Aérea; y una fotografía del accidente donde muere mi familiar, que atesoramos junto a mi hermana mientras crecíamos. El recibimiento y tratamiento de ambas parecen confirmar las crueles ironías con las que sello mi relación con mi antecesor: “Pasé de llevar con orgullo mis capacidades innatas para sondear y triangular información [en terreno,] a mirarlas de reojo y con desconfianza. ¿No será –me pregunté- que esta capacidad proviene de nuestra triste historia familiar?” (Uribe, 2020: 2).

Esta formación irónica es expresada por medio de una serie de recursos intelectuales, los cuales sugieren un juego con las referencias teóricas a las que me encuentro acostumbrado durante mis labores de investigación. Habituado a un comportamiento percibido de forma constante como “filosófico”, exploro mi padecimiento familiar a partir de una idea de “tropiezo intelectual” con el que reconocer la procedencia de la “materia que produce esta memoria involuntaria. Esta continuidad sin olvido, que solo aparece para sorprendernos entre nuestras hazañas comunes para demostrar sus legados patrimoniales” (Uribe, 2020: 5; bastardillas en original). El uso de referencias conceptuales a distintos filósofos o teóricos, como lo es el concepto mismo de “memoria involuntaria” (Deleuze, 1972), es así una herramienta común. En esta, se juega la posibilidad de autorizar discursivamente el contenido por fuera de la pura experiencia padecida por el sujeto del enunciado, indagando en las condiciones con las que afectar los juegos de verdad públicos desde la posición íntima o personal.

Entrar a participar en los juegos de verdad condensa parte de la proeza política que conlleva la subjetivación producida por Historias Desobedientes. El taller ayuda a articular la palabra desobediente en términos de claridad y de reconocimiento de la posición de sujeto que se ocupa en la relación entre el texto y el entorno político. Dicha hazaña se realiza sobre la solapa que, en este manuscrito, hace converger a los discursos académicos con los políticos. Bajo la firma seudónima de “Viajes Nocturnos”, el texto presenta un tópico que, según se indicó por sus compañeros, combina tres rasgos recurrentes en el relato: una actitud onírica, un discurso filosófico y un estilo poético. De este modo, afirmo al cierre del texto borrado: “En inclemente instante, pregunté al fantasma de mi abuelo estando yo medio adormilado todavía, que dónde estaban los Detenidos Desaparecidos. Con sórdida sonrisa, responde: ‘conmigo, en esta saga sin tiempos en la que se desliza mi violencia’” (Uribe, 2020: 8). Oración polémica, en la que el “conmigo” que utiliza indica una situación extra-temporal desde la que aproximarse al acto mismo de rememorar. Un remate cargado, según se indicó en el taller, de consignas políticas, llega a afirmar lo mismo cuando pregunta “¿Cómo podrán [los Detenidos Desparecidos] alguna vez estar en el pasado, si es que sus memorias aún larvan a nuestros Estados transicionales? Sin pasado, presente ni futuro, en el tiempo reservado a los crímenes imprescriptibles (Uribe, 2020: 8; bastardillas mías). En este caso, el sintagma “memorias [que] aún larvan”, hace conjugar la falta de temporalidad compartida entre ejecutados políticos y agentes militares producto de los juegos de verdad chilenos, en la misma medida que señala que su dolorosa potencia se realiza cuando el recuerdo se sustrae de sus determinaciones temporales.

El espacio colectivo del taller permite, en este sentido, explorar algunas estrategias estilísticas y discursivas asociadas a las condiciones políticas que circundan a la toma de palabra. Las/os compañeras/os del colectivo condicionan el acto de toma de palabra desobediente, por medio de la identificación de aquellos recursos estilísticos, literarios y/o discursivos que constituyen una virtud dentro del relato. Así, por ejemplo, son señalados tanto la característica “auto-irónica” que parece inspirar al texto reseñado como un posible estilo a desarrollar, en el que se conjugan nuevamente fórmulas literario-discursivas que reúne los aspectos oníricos, filosóficos y poéticos que son señalados como poderosos en torno a lo que el texto busca alcanzar.

Esto luego da pie a la discusión conjunta sobre la conveniencia de determinadas estrategias, en función al equilibrio entre la “inteligibilidad” del relato y los aspectos “potentes” que éste contiene en bruto. Este espacio inaugura una dinámica propia del taller, en la que los distintos integrantes comparten no solo los distintos medios –profesionales, intelectuales o personales– de los que disponen para orientar el perfil de la palabra desobediente, sino que también de las resonancias que mantienen entre sí. Será esta discusión conjunta una de las herramientas más poderosas al momento de buscar una economía discursiva que permita diagramar el carácter difuso de la subjetividad desobediente con la claridad de la postura sostenida.

La colectivización de estos recursos funciona por lo tanto como el motor que termina por circunscribir los ensayos y los momentos fácticos de la toma de palabra desobediente. La circunscripción de ambas dimensiones del lenguaje desobediente, formales y pragmáticas, se condice con un criterio de clarificación de la posición de sujeto digerida desde los efectos de los juegos de verdad. Así, el taller conecta a los juegos de verdad con la toma de palabra desobediente, agenciando un tipo de voz compartida y de carácter plural. Esta composición plural de la posición de sujeto, se orienta por la formulación de una serie de preguntas y observaciones recurrentes que, de manera parcial, invita a los demás desobedientes a revisar sus propias experiencias.

La formación de la palabra desobediente, en este sentido, pasa a ser condicionada y promovida, mas no determinada, por las dinámicas propias del taller literario. Este espacio conforma uno de los tantos momentos en los que, a la interna, el colectivo ensaya su toma de postura a través del uso de la palabra. Los pactos y mandatos de silencio sostenidos en los juegos de verdad, configura un desafío a la hora de definir una posición de sujeto consistente con la lucha por la memoria y los derechos humanos. El taller literario, junto con otras instancias en que se compone la voz colectiva, constituye una práctica con la que procesar las experiencias biográficas y políticas de los familiares de los perpetradores, de acuerdo al cual se comparten estrategias vitales y verbales con las que cada una/o trabaja los estigmas sentidos como propios. Son estas actividades orientadas al uso y construcción de palabras propias en relación a la lucha por los derechos humanos, la verdad, la memoria y la justicia, que el colectivo Historias Desobedientes permite agenciar la producción de una subjetividad ético-política. Subjetividad que, a su vez, depende del trabajo poético con el que moldean colectivamente los estigmas sentidos como propios.

Conclusiones

La interrogación realizada en términos de la relación que los juegos de verdad y la toma de palabra tienen en función a su contexto de enunciación, permite marcar un matiz entre los principales resultados arrojados por los estudios de nuestro posicionamiento colectivo y la experiencia chilena. Éstos destacan el rol que tiene la judicialización en la biografía de las/os compañeras/os argentinas/os, país que ha elaborado una conducción ejemplar en materia jurídica. Esta realidad, sin embargo, contrasta fuertemente con la realidad de otros países del Cono Sur. El caso chileno destaca en este sentido por la realización de una estrategia de estabilización política dependiente de las condiciones transicionales en las que se diseñan y ejecutan las políticas de verdad. Siendo el hecho del juicio y la existencia de narrativas relativamente estables en el caso argentino piezas clave en la toma de palabra en el lado oriental de la cordillera de Los Andes, las políticas del lado occidental destacan por su “voluntad de archivo”: la decisión de restarse de difundir en el espacio público juicios sobre la culpabilidad y, en general, cualquier narrativa específica sobre el pasado reciente. En cambio, se observa la utilización de técnicas historiográficas con el propósito de producir un archivo disponible para la libre confección de narrativas privadas por parte de la población.

La falta de claridad en relación a los roles que juegan los perpetradores en singular dentro del caso chileno, articula de manera diferente la relación entre las operaciones de silenciamiento y el acto de toma de palabra. Sin significar esto que la desobediencia chilena se resta de generar una ruptura con los pactos de silencio, se hace patente un ejercicio en este quiebre que exige la construcción de una posición de sujeto que no se encuentra definida de manera clara en los juegos de verdad sostenidos en la esfera pública. En este sentido, los silencios se comportan también como un agente dentro de los procesos de toma de palabra, difuminando así el rol dicotómico que estudios como el de Ana Gugliemucci (2019) y Mariela Peller (2021) le asignan a la relación entre verdad y silencio dentro de la subjetivación desobediente. Más bien, el reconocimiento de una agencia del silencio dentro de la elaboración de discursos y relatos en el taller literario, da cuenta de una toma de palabra que modula el rol que éste mantiene entre la voz desobediente y un contexto no incremental en que se producen los enunciados sobre el pasado reciente (Bernasconi, Mansilla & Suárez, 2019).

Es en este punto donde las relaciones internacionales juegan un rol clave. La experiencia argentina en general, y los aprendizajes tomados durante la construcción del colectivo en particular, generan una forma de difusión de una subjetividad que rivaliza con las posiciones de sujeto generadas en los juegos de verdad chilenos. Tomando el ejemplo argentino, y en especial la legitimidad que ganan en su contexto, el colectivo chileno construye declaraciones de principios y códigos de ética que pavimentan las condiciones en que se toma la palabra por primera vez como desobediente. La irrupción de Historias Desobedientes –en general- marca un hito en los juegos de verdad chilenos, condicionando una modificación de la toma de palabra que, inspirada en principios desarrollados en el contexto argentino, son luego adaptadas a las condiciones sociopolíticas del territorio chileno. De esta manera, la experiencia internacional y las redes socio-afectivas mantenidas de forma transversal en nuestros territorios, aseguran una inscripción de los discursos y relatos dentro de las pugnas por la descripción y crítica a las herencias del pasado reciente que las organizaciones de memoria y derechos humanos movilizan en general.

La posición subjetiva generada por Historias Desobedientes, en atención a la ética y los afectos que hace posible experimentar por sus integrantes, produce formas de intervenir la toma de palabra, generando un ensayo poético con el que (re)codificar una relación diferente con los perpetradores. La experiencia emanada en el trabajo sobre los estigmas resulta una clave importante para observar esta formación subjetiva. Una relación que podría seguir siendo profundizada a partir de la atención al esfuerzo poético y político que cada territorio por separado le da a la experiencia de sus estigmas heredados. Análisis que, en el caso chileno al menos, no podría soslayar el marco neoliberal en que se desempeñan estas políticas.  

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Recibido: 30/06/2022

Evaluado: 30/08/2022

Versión Final: 29/09/2022

páginas / año 15 – n° 37/ ISSN 1851-992X /2023                             


[1] El gobierno chileno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, militante de un partido opositor al régimen, inició una misión diplomática para lograr su liberación logrando su retorno al suelo nacional en 2000. Pese a que el arresto provocó su desafuero como Senador, las investigaciones y sanciones judiciales fueron sobreseídas bajo el argumento de dolencias mentales. Pinochet muere en su casa el 10 de diciembre de 2006.  

[2] Vale la observación de que, desde el 18 de octubre de 2019, el piñerismo ha gobernado por vía de Estados de Excepción de forma continua. Lo que comenzó como una medida para controlar a los manifestantes, devino después en una política sanitaria, sucedida de medios para proveer seguridad en las regiones del Sur y del Norte Grande frente a los conflictos étnicos y migratorios respectivamente.  En conjunto, suman un poco más de la mitad del periodo de dicho gobierno.

[3] Iniciado tras la denuncia de Felipe Agüero Piwonka contra Emilio Meneses Cuifardi. Ambos eran colegas y trabajaban juntos en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Católica. Durante los ’90 Agüero reconoce a Meneses como su torturador en el Estadio Nacional, y el nuevo contexto de principios del 2000 lo lleva a hacer la denuncia frente a tribunales. El impacto del caso llevó a identificar a la tortura como un tema del cual no se hablaba, como paradigmáticamente ilustra la publicación del libro “De la tortura no se habla” de Patricia Verdugo en 2004.

[4] Si bien analíticamente constituyen sitios de memoria, se decide emplear el término jurídico bajo el cual, y hasta la actualidad, son declarados los espacios en que ocurrieron violaciones a los derechos humanos durante la dictadura chilena.

[5] Rodrigo Otaíza O’Ryan, también miembro de la Fuerza Aérea, fallece en un accidente aéreo a mediados de 1973, un par de meses antes del Golpe.

[6] Expresión utilizada en el tercer relato de “Tríptico patrimonial”, texto construido por Rodrigo Uribe con ocasión del taller literario.