Movilidades y agencia: ¿Cómo sortear el insilio?

Mobilities and agency: How to avoid insilio?

Mónica Gatica

Institucional Grupo de estudio sobre movilidades, inmovilidades y territorios,

 Instituto de Investigaciones Históricas y Sociales,

Facultad de Humanidades y ciencias Sociales,

Universidad Nacional de la Patagonia (Argentina)

monicagracielagatica@yahoo.com.ar

https://orcid.org/0000-0003-3370-1463

 Natalia Casola

Instituto de Investigaciones en Estudios de Género,

Universidad de Buenos Aires (Argentina)

nataliacasola@hotmail.com

https://orcid.org/0000-0003-2107-6840

Resumen

El insilio constituye una experiencia colectiva que por su propia naturaleza ha quedado profundamente invisibilizada, negada hasta en su nominación. No sabemos cuántxs han sido las personas que en Argentina estuvieron en esa condición. No sabemos si alguna vez se han pensado como insialiadxs, ni qué reflexiones hicieron al respecto.

En este artículo buscamos abocarnos al análisis y reflexión que las experiencias de insilios suponen, abordando movilidades forzadas hacia el NE de Chubut durante el terrorismo de Estado. El recorte de una escala espacio temporal, se relaciona con el profundo interés de narrar la historia de lxs trabajadxs en el NE de Chubut, pero, a la vez, oficia como una decisión metodológica posible, que nos permite recortar el universo del insilio para observar qué elementos en común construyen la experiencia colectiva. A partir de tres entrevistas realizadas en distintos momentos buscamos probar el valor y las posibilidades que encierra el análisis propuesto y construir preguntas para un campo de estudios que todavía no ha sido suficientemente frecuentado.

Palabras Clave

Insilios;  Género;  Trelew; Sociedad vigilada.

Abstract

The insilio constitutes a collective experience that by its very nature has remained profoundly invisible, denied even in its nomination. We do not know how many people in Argentina have been in that condition. We do not know if they have ever thought of themselves as insiliadxs, or what reflections they made about it.

In this article we seek to focus on the analysis and reflection that the experiences of insilios suppose, addressing forced mobility towards the NE of Chubut during State terrorism. The cut of a space-time scale is related to the deep interest of narrating the history of the workers in the NE of Chubut, but, at the same time, it officiates as a possible methodological decision, which allows us to cut the universe of the insile to observe what elements in common build the collective experience. Based on three interviews conducted at different times, we seek to test the value and possibilities of the proposed analysis and build questions for a field of study that has not yet been sufficiently frequented.

Keywords

Insilios; Gender;  Trelew; Surveillance Society.

¿Por qué el insilio? Ya hace mucho tiempo que trabajamos desde la Historia Social persiguiendo conocer cómo se constituyó la clase obrera en el NE de Chubut, y buscando comprender cómo articularon sus experiencias. Sin embargo, en el cúmulo de esas historias, de su punto de encuentro en un territorio históricamente pensado como “desierto”, pero pleno de memorias de luchas que hablan de una fibra vital que se rebela contra el silenciamiento, nos interesa continuar pensando cómo fueron vistos los “otrxs” que continúan invisibilizadxs.

En este artículo buscamos abocarnos al análisis y reflexión que las experiencias de exilios internos o insilios suponen, abordando movilidades forzadas hacia el NE de Chubut durante el terrorismo de Estado[1], pero que se inscriben en una reflexión mayor, en un esfuerzo compartido con colegas de distintas instituciones y pertenencias, y que nosotras referenciamos institucionalmente en el Grupo de Estudios sobre Movilidades, Inmovilidades y Territorios. Desde allí entendemos que es imprescindible, y parte insoslayable del análisis del presente, comprender las implicancias del traslado de personas en diferentes escalas: desde la más próxima y local, hasta las internacionales; dando cuenta de dinámicas de circulación entre espacios segmentados por distintos límites y fronteras.  A su vez, esto nos permite revisar las escalas temporales y espaciales a la luz de sus causalidades: desde la perspectiva que incorpore los proyectos migratorios, habitualmente caracterizados como migraciones voluntarias; y también las movilidades forzadas, asociadas a situaciones de crisis. Buscamos comprender especificidades de los diferentes contextos, construyendo y visibilizando disparidades analíticas que nos permitan aproximarnos a la heterogeneidad de los procesos sin cristalizar categorías, abordando las posibilidades de decodificación que los análisis subjetivos hacen posibles.

Así, entonces, y entendiendo que en las movilidades están representados diversos movimientos con un relativo grado de voluntariedad, en los que las personas más allá de la necesidad o el deseo, elaboran un proyecto, y accionan a partir de redes o recursos personales, familiares o sociales, es que abordamos vivencias y memorias individuales vinculadas a violencias, especialmente asociadas a la represión de estados autoritarios, pero en el afán de obviar la excepcionalidad, procurando problematizar la habilitación de experiencias que permanecen en la opacidad o en la invisibilización colectiva.

La decisión de huir, esconderse o salir del país – y es insoslayable releer a Sandro Mezzadra-, reconoció diferentes derroteros, y fue resultado de múltiples sucesos e incidentes, y también intersectó distintas subjetividades. Como bien sostuvo Mármora “Hay un acto en el cual se toma la decisión migratoria”, aunque sea una determinación tomada contra la propia voluntad. Pudo ser consecuencia o resultado de una coacción directa o indirecta; y aunque la primera puede ser en principio entendida como más brutal, por ejemplo, cuando se planteó la salida de presos políticos junto a sus núcleos familiares; la coacción indirecta es más compleja de analizar, en tanto sus límites son imprecisos, ya que es la subjetividad -individual o colectiva –familiar, partidaria, militante- quien decidió frente a una violencia difícil de visualizar. Estas mujeres y hombres fueron violentados y empujados muchas veces a salir o aislarse para garantizar la libertad y la vida no sólo personal, sino de sus familiares y seres queridos.

Acordamos con Aruj y González, que aún no podemos darnos criterios unificados y definitivos para definir las categorías migratorias ya que recién hemos accedido parcialmente a los archivos oficiales del período; y aunque sabemos que las políticas de seguridad nacional y las políticas migratorias se fusionaron, lo cual puede ser ejemplificado con la interrupción del registro de entradas y salidas de personas en Argentina entre los años 1977 y 1981 (Aruj y González, 2007:67).  Desbrozar archivos de inteligencia como los de la Prefectura Naval Argentina, o los Prontuarios Policiales de Chubut aportan y complejizan la artificial diferenciación propiciada por lo menos por la dictadura chilena, que buscó distinguir refugiados económicos, de refugiados políticos.[2] Esa argumentación es consistente con nuestra interpretación en torno a los intersticios de la represión en Chubut. Nosotras no contamos con documentación de esas características, pero tal vez la artificial diferenciación aludida, pueda aplicarse y explicar la invisibilidad de una buena porción de nuestro colectivo en análisis. Analizar las experiencias del insilio en nuestra escala no puede hacerse sin considerar la expansión económica propiciada en el Noreste de la provincia de Chubut, y la paz social planteada en un contexto absolutamente vigilado. No debemos minimizar el hecho de que a partir del análisis de la temprana represión desatada en las comunidades de Trelew, Rawson, Puerto Madryn, e incluso la entonces aldea de Puerto Pirámide, después de la fuga de presos políticos de la cárcel de Rawson en agosto de 1972, y la pueblada conocida como Trelewazo, en octubre del mismo año, la comunidad valletana fue una sociedad vigilada. La que toleró y utilizó la mano de obra de militantes tanto de chilenos como de argentinos que, en la invisibilidad y desde una absoluta precariedad y conciencia de su propia vulnerabilidad, encontraron resquicios para seguir actuando. En el mismo sentido no puede ser excepcional la circulación de personas que, excediendo incluso el límite provincial, se vincularon con el desarrollo minero industrial de Sierra Grande en la provincia de Río Negro. Los archivos y las causas judiciales, dan cuenta del espionaje instrumentado desde la Base Naval Alte. Zar y desde la Prefectura Naval Argentina, tanto en el Puerto de Rawson como en Puerto Madryn, demostrando la envergadura del control ejercido, advirtiendo o sospechando que funcionaron ciertos acuerdos o resguardos de militantes que no existieron en otros contextos, y que se explican en las garantías para aportar al desarrollo en un contexto de no-conflicto.[3] 

Bien sabemos que la problemática del exilio - insilio fue sólo un componente subalterno de la memoria colectiva, pero las implicancias y la complejidad que suponen han sido reconocidos en tanto mecanismos instrumentados para excluir y violentar derechos básicos de ciudadanxs que debieron partir para preservar la vida. Ya hemos advertido que entendemos al exilio como “la migración forzada por razones de temor ante la agresión o eliminación física, o la pérdida de libertad” (Mármora en Aruj y González, 2007:28). Fue una experiencia profundamente traumática que alteró la integridad del sujeto, interrumpiendo violentamente su proyecto de vida, su sentido de pertenencia e identidad social. Pero también bien señala Inés Rojkind, cuando retoma a León Rozitchner, el exilio es “… un refugio: la contraparte del encierro, de la amenaza de tortura y del terror a la muerte. (…) abría a los que habían huido la posibilidad de escapar del terror y, en definitiva, de seguir viviendo. Por eso subrayaba, “lo cierto es que todo exiliado es un ser gratificado, el que participa de una nueva posibilidad que le fue abierta como crédito inesperado; al haber eliminado la presencia mortal de la represión”. El exiliado era, entonces, porque había tenido la oportunidad de sobrevivir, “un ser de excepción.” (en Yankelevich, 2004:245). En algún punto, a partir de sus evocaciones, puede afirmarse que lograron derrotar a la dictadura, ya que siguieron vivxs. (Gatica, 2013: 371).

Ahora bien, si algo caracteriza al insilio es que está asociado directamente al silencio y la invisibilización; es sinónimo de permanecer en la soledad más absoluta, es estar camufladx, negadx, aisladx. Es fungir como válvula de escape para conservar la vida, pero también ser involuntariamente funcional al régimen que los vuelve a victimizar. (Aguirre Moreno, Sánchez Cuervo, Roniger, Senkman, 2014).

Aunque el campo de estudios de los exilios, los insilios y las movilidades forzadas han obtenido un significativo reconocimiento y expansión, los desplazamientos forzados dentro del espacio nacional no han obtenido reconocimiento en Argentina, e incluso suponen ciertas suspicacias o sospechas, y sólo muy recientemente son abordadas desde la historia.[4] Así, pensar en desplazamientos asociados a memorias y resistencias, es un campo vacante de nuestras investigaciones que invisibiliza la agencia de mujeres y hombres que “desde abajo” han puesto, y siguen poniendo en cuestión el orden que con violencia se ha impuesto “desde arriba”. (Gatica, 2022: en prensa).

Para avanzar en el estudio del insilio hemos realizado una serie de entrevistas. Algunas de ellas fueron llevadas a cabo hace más de una década y otras fueron realizadas en el último tiempo. Esa diferencia temporal debe ser cuidadosamente analizada para pensar las variaciones de los significados asignados a las experiencias pasadas, así como las dificultades para hacer fluir la palabra. La selección de las personas entrevistadas estuvo dada por el lugar de recepción. Es posible que el análisis de experiencias en otras geografías dentro del país arroje otros resultados. En todo caso, los tres casos que presentamos en esta oportunidad buscan el efecto de probar el valor y las posibilidades que encierra el análisis propuesto y construir preguntas para un campo de estudios que todavía no ha sido suficientemente frecuentado.

Somos parte de un proyecto y un esfuerzo colectivo e intergeneracional[5]; intelectual y académico que resulta inseparable de la historia oral, que es, y ha sido una herramienta fundamental para reconstruir historias individuales, familiares y colectivas de sectores subalternos. Éste trabajo se referencia en una reflexión colectiva que encierra coordenadas de análisis en las que el territorio adquiere una dimensión temporal que en mucho excede a la movilidad material y sincrónica. El abordaje, la teoría y la metodología a que apelamos, ponen en valor y dan cuenta del marco analítico propuesto por Alessandro Portelli para las fuentes orales, cuando destaca su capacidad para informarnos, más que de los acontecimientos, de sus significados (2016: 25).

Trabajamos en la tensión analítica entre historia y memoria, entre el acontecimiento y la experiencia, entre la distancia y la proximidad, entre la objetividad y la subjetividad, para complejizar e intervenir, para cuestionar y desnaturalizar, implicándonos. Se trata como bien ha señalado Marina Franco de “la expansión de la práctica -que- deriva de su condición epistemológica al trabajar con procesos abiertos, en los que pasado y presenten conviven (Águila, 2018: 178).

A partir de una mirada holística abordamos la historia regional dando cuenta de las múltiples memorias que en conflicto procuran definir, quiénes se desplazaron invisbilizadxs, constituyendo marcas y referencias significativas para comprender sus identidades, el sentido y las inscripciones de sus experiencias. Rescatamos sentidos y marcas en los cuerpos, en los territorios, y en los objetos; y sabemos del valor de desbrozar y analizar tensiones y disputas que subyacen en los intentos de diseñar políticas activas de memorias, sabiendo que es parte de nuestra tarea revisar y poner en evidencia las frecuentes maniobras para instrumentar políticas de olvido, silencios disciplinadores o impunidades de larga y nueva data; y también repensar e inscribir acciones de resistencias que no pueden pasar, o simplemente integrarse y subsumirse en un pasado, porque no han sido elaboradas socialmente, y muchas están pendientes de satisfacción.

2022 es uno de los aniversarios “redondos” de profunda significación en Trelew. y es entonces una oportunidad de balances y revisión de vida. Así procurar desbrozar los insilios en el pago chico, supone también tener que explicar nodos de encuentro, no sólo para nuestrxs entrevistadxs, sino también para nosotrxs como investigadorxs. Hemos adelantado algunas hipótesis en trabajos previos, siempre en torno a trabajadorxs: desde lxs pionerxs en el Puerto de Rawson; los chilenos que pudieron imaginar futuro- aunque en condiciones muy difíciles- en el Parque Industrial; lxs represaliadxs de la dictadura; lxs que están buceando en la propia identidad familiar. La experiencia que nos ha reunido en el posdoctorado en la Universidad de La Plata, nos interpeló, y nos llevó a revisar textos y resultados de investigación que en mucho han dado lugar a este artículo.

Casi enterrados y solos, queda volver a la familia…

Liliana nació en 1954, en Ramallo, Buenos Aires, pero vivió junto a sus padres, sus dos hermanos y su hermana Estela en distintos lugares, incluso en Puerto Madryn. Desde muy joven militó, ingresando al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) junto a su compañero Luis Marcelo quién desapareció en 1978. Ya en 1976, habían acordado por protección, después del fallido operativo de Monte Chingolo[6] en el que cayó Gustavo, hermano de Luis, el traslado de Liliana a Patagonia con sus dos pequeños: Paola y Emiliano. El guion imponía hablar de una separación, incluso asignándole a él responsabilidades y defectos, pero subyacía, y sigue estando presente un vínculo extremadamente empático, un ser juntos que no se ha reeditado, aunque la vida continuó. Ella necesita saber qué pasó con “El Flaco”, y el juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en Campo de Mayo la alienta para buscar a quién lo haya visto, a quién sepa algo de él. La materialidad, el cuerpo que posiblemente haya sido arrojado al Río de la Plata no la angustia, pero sí su memoria.

Después de militar y vivir en distintas casas operativas, la opción fue resguardarse en el entramado familiar de clase media, en un contexto socio económico de expansión en el NE de Chubut: un hermano trabajaba en ALUAR, Hugo en el Estado, mientras que Estela y su marido eran docentes. Así llegó a la casa de su hermana, donde residía su madre también. Las peripecias, los escasísimos recursos para viajar, dan cuenta de los límites y los condicionantes de clase para sobrevivir, de la imposibilidad del “exilio” para algunxs.

La importancia de las redes es prístina en el análisis de la memoria de nuestrxs entrevistadxs. En el caso de Liliana, ella se inscribió en la trama familiar para explicar su invisibilización, primero en Gaiman, y luego en Trelew:

“Eh… siempre, la verdad que estuvimos siempre unidos, con mi hermana, con mi vieja… mis hermanos… Más con Estela y con… con mi mamá, estuvimos siempre muy unidas y… pero sí. Era como… que… faltaba algo ¿no? Y… sigue faltando por ahí. Porque por ahí, por más que… no… creo que… que algo más… tendríamos que hacer. [risa]”[7]

Un recorrido similar encontramos en las experiencias de los hermanos cordobeses María Juana y Ricardo, quienes, al igual que Liliana encontraron en las redes familiares la posibilidad de huir hacia adelante. En este caso fue la familia de la esposa de Ricardo la que residía en Chubut y ofreció cobijo.

Ricardo y María Juana nacieron en Córdoba Capital. Ricardo en 1949 y María Juana en 1954. Ambos se involucraron con la militancia peronista siendo muy jóvenes.  En el caso de Ricardo militó en la Columna José Sabino Navarro[8], mientras María Juana desarrolló una militancia fundamentalmente barrial. Formaban parte de una familia obrera, con muy pocos recursos económicos. La situación que precipitó la partida de Ricardo fue el secuestro de su hermano en 1975.

“Secuestran a mi hermano, en enero del ‘75 y cuando… y cuando… con mi hermano éramos idénticos, idénticos… éramos dos gotas de agua…

N: ¿Te buscaban a vos?

R: ¡Claro!, me buscaban a mí, sólo que mi hermano era más alto, y…” [silencio] Entonces me fui a Santa Fe a un pueblito que está de Rosario unos 19 km al norte. Cuando estoy ahí, ah! y ahí… Estuvimos [se refiere a su esposa] dos días en la casa de unos cumpas, y empezamos a ver movimientos raros, ya, tanto por las costas del Paraná, porque este pueblito está en las orillas del Paraná, lanchas raras… Entonces una noche agarra mi cumpa vistes, y me subieron en un bote a remo… y de ahí caminamos entre los esteros, nos enterramos en el barro hasta acá, pero siempre por el agua…de ahí llegamos a Entre Ríos hasta Victoria a casa de unos cumpas, y estaba todo mal ahí también, y entonces, salimos a Bahía Blanca, y de ahí venimos para acá que estaban los padres de ella. De acá, yo me iba a ir a Chile, y de Chile a cualquier lado, pero cuando llego acá, vuelvo a enganchar el contacto con un cumpa. Me dice que nuestra célula había quedado muy diezmada, y me dice: quedate tranquilo acá, tratá de no agitar nada.[9]

El relato de Ricardo resulta interesante porque repone muchos elementos que permiten entender la racionalidad de sus decisiones. El secuestro de su hermano, al que confunden con él, desencadena la certeza de que lxs continúan persiguiendo más allá de Córdoba. Fuera así o no, esta convicción los llevó a huir eligiendo una modalidad que nos muestra elementos de la visión de quienes participaron en acciones armadas: por ejemplo, “enterrarse en el barro”, les resultaba mejor coartada que disfrazar una identidad.[10] Por otro lado, no queda claro en la entrevista si los planes de cruzar a Chile, donde ya estaba establecida la dictadura de Pinochet, incluía o no a su esposa, dado que, según su relato, el más expuesto de los dos era él. Como fuera, lo cierto es que Chubut, quizás por ser una sociedad vigilada, parecía ofrecer una oportunidad de tregua: “quédate tranquilo acá, tratá de no agitar nada”, sentenció su “cumpa”.

El establecimiento de Ricardo fue el punto de amarre para María Juana que también decidió partir de Córdoba al año siguiente luego de que secuestraran a la mayoría de sus compañeros.

El insilio: las narrativas del silencio y la horfandad.

Un elemento común que observamos en las entrevistas es que a pesar del paso del tiempo todavía hay un “algo” al que se puede aludir, pero no nominar, y las ausencias son presentes.

“N: ¿Cómo fue cuando llegaste a Rawson?

MJ: Frio… en todo sentido… o sea… cómo te puedo decir… me sentí…. rara, no era yo, no era yo, era a lo mejor un ser humano que nunca me hubiera gustado conocer… una persona, que…no podía hablar… a lo mejor me dolían las cosas y no me daba cuenta… Con mi hermano podría haber hablado, con mi cuñado, después con mi marido, pero… es como que, que yo estaba muerta, allá, con todos mis compañeros y esto de venir acá era esto, de muertos en vida porque yo todo lo hacía por mi pueblo, y yo calculo que es más o menos como una persona hiperactiva que se queda paralitica de golpe. Era esa sensación, de vacío… de no saber nada. Y, no hice nada, salía a caminar sola. […] Lo que había quedado era esto. No tuve contacto con nadie, porque la gente que estaba conmigo no había quedado nadie, y estaban todos chupados y los últimos que yo había visto y había quedado de vernos, no estaban…”[11]

En algunos casos sólo el cobijo y la complicidad familiar lograron brindar resguardo emocional, en otros ni siquiera eso. El exilio venía acompañado de una pérdida de sentido del proyecto de vida personal y colectivo que en los casos de María Juana y de Liliana pareciera resultar muy difícil de procesar.  

L: “Porque ya no estaba el flaco, ya… no tenía sentido. O sea, no… es como que ya… me quedé ¿viste?, en un lugar de… de donde tuve posibilidades de tener una casa, de anotarme en un plan, de… un plan de vivienda. Pensando siempre en… bueno… en… que se yo, en darle una… una comodidad a mis hijos, ¿no? Y no… lanzarme a la aventura. Acá pude conseguir trabajo y… que se yo… y me quedé. En la cómoda por ahí, ¿no?”

MJ: “En mi caso era la sensación de haberme muerto, y que no había nada para hacer, una sensación muy fea. Y venir acá donde no había ni siquiera un sacerdote que dijera algo de los pobres, me daba la sensación de una, una sociedad superflua, apática… además nadie se acercaba, pero es lo que yo sentía.

N: ¿Y pudiste empezar a trabajar?

MJ: Sí, pude empezar a trabajar, este… el cambio de vida fue cuando después tengo un hijo. [12][…] En ese momento trabajé desde una empresa de pescado, aprendiendo, en fin, fileteando… de todo… lo que sea… limpiar una casa, cuidar chicos, lo que fuera… En lo que fuera porque yo esa sensación la seguía teniendo, de que me daba exactamente lo mismo. […] Yo me amigué con el lugar desde este punto de vista: puedo vivir donde quiera…”

Las implicancias y los vínculos entre memorias, violencias y movilidades pueden ser abordadas como unidades de análisis complementarias, pero encierran opacidades, e imperceptibles e inmateriales fortalezas y renuencias en un contexto específico. Bien han señalado Sánchez Ayala y Arango López, que: La movilidad humana no sólo -se- refleja en un movimiento de personas u objetos, sino que

“la movilidad tiene profundos efectos sobre lo que las personas comprenden, viven, expresan y asumen como territorio. (…) Esto, a su vez, nos permite afirmar que las dinámicas más significativas en movilidad humana son los procesos de (re) significación socioespacial que se produce entre los individuos y su entorno. Por eso, sostenemos que uno de los efectos más significativos son precisamente las influencias que tienen sobre la forma en que las personas y los grupos entienden su lugar en el mundo; -y- esto potencialmente podría traducirse en cambios en cuanto a la forma en que entendemos la construcción de identidades y proyectos de vida” (2016:14).

Ya nos hemos referido junto a Coraza de los Santos, a la importancia de resaltar la necesidad de revisar los procesos de movilidad atendiendo a toda su complejidad, y a estudiar los  movimientos  de  población no  solo  desde  lo  económico  o lo material,  sino  revisando  la  estructura particular que subyace y que admite abordajes múltiples, desde las relaciones de género, étnicas y de clase en las sociedades de origen, tránsito, destino y retorno, revisando la incidencia e impacto que sobre las subjetividades de las personas involucradas supone (Coraza – Gatica, 2019: 117). ¿Quiénes vinieron, por qué, cómo reconfiguraron su intervención en el territorio?, es importante para profundizar el análisis crítico por ejemplo atender que “al ya no estar el flaco” no existía un retorno posible. Lo mismo puede decirse de María Juana respecto de Córdoba; si no pudo estar allí, daba igual dónde estuviera: “puedo vivir donde quiera”. La ciudad, el territorio perdían densidad: con la violencia había desaparecido también la red y la soledad compartimentada se imponía. La movilidad supone redes y ensamblajes, y da cuenta de procesos y relaciones en las que como sostiene Massey (en Albert y Benach,2012) los significados asociados con los lugares urbanos derivan de los flujos que pasan a través de él, de la unión particular de procesos ambientales, sociales, económicos y políticos específicos en un punto establecido en el tiempo, produciéndose una condensación de sentidos entre el espacio y lo social. Por su parte, Tudela – Fournet afirma que:

“El insilio viene caracterizado no sólo por la soledad del ser humano, una soledad que se erige en la piedra angular de nuestra organización social y de nuestra cosmovisión, sino también por la capacidad de ese sistema de engullir y digerir hasta las alternativas al mismo que se ofrecen, integrándolas en su lógica mercantil (…) la aparición del insilio, un exilio colectivo que atenaza la libertad individual de los miembros de la comunidad, que acalla las voces críticas permitiéndoles hablar, pero usurpándoles un público que pueda escucharles, inculcando la certeza de que, pase lo que pase, como decía Žižek, nada va a ocurrir, que el sistema triunfante va a continuar permanentemente con nosotros, que la condena a la existencia del «hombre que no existe para los demás» es para siempre. Un exilio que nos aísla de nuestros semejantes, rompiendo los lazos sociales que hacen la multitud, una multitud informada y con sentido” (Tudela – Fournet: 84-86).

Bien sostuvo Liliana al evocar las sensaciones, y la autopercepción de su insilio:

“Descolocada. [risa] Me sentía descolocada. Está bien, tenía que laburar y criar a mis hijos porque… pero igual, me sentía como… como perdida.”

No podía hablar porque no había quién pudiera escucharla:

“Y bueno, y yo acá la verdad que un tiempo estuve sin hablar con nadie. Empecé a trabajar en la fábrica textil en el… parque industrial de Trelew, que necesitaban personas para la oficina de… para liquidación de sueldos y, además, bueno… Así que ahí trabajé 3 años… y bueno, tratando de… no… de nada, de sobrevivir digamos, ¿no? (…) No… No, con nadie, absolutamente nada. Nada porque… desde el momento que yo me vine, el único contacto era con él y después ya… se cortó… definiti…”

También María Juana expresó:

“[Me sentía] totalmente derrotada. Respeté el poder militar que tenían, no lloré… no me sentí triste, porque era una derrota militar. […] Acá empecé una vida totalmente nueva. Es como que, ante mi situación de desamparo de la organización, había que tratar de pelearla como gata panza arriba… y tratar de vivir en esta vida tan sucia como la vivía yo, porque para mí no tenía sentido vivir de esta manera, trabajar… lo rico era lo que creía antes, que la casa o el coche iba a ser resultado de la comunidad, acá la pelabas solo para vos.”

Snajder y Roniger citando a Vázquez y Araujo, hablan de la idea de un duelo social, de la aceptación del final de un “modus vivendi” en un contexto social y político que ya no puede reproducirse tal como fue. Se pierden afectos, amor y todo lo que constituía las anteriores relaciones. Hay un duelo incompleto e inconcluso, la pérdida siempre está ahí. (2013:24). Para María Juana el duelo para afrontar era el proyecto colectivo. El duelo con una forma alternativa de vida, imaginada como más justa y colectiva. El insilio, para ella, en cambio, era la representación de la victoria de un modo de ser individual, capitalista, que la insertó en una lógica y modo de vida al que debió adaptarse para sobrevivir, pero sin sentirla como una vida completa, sentirla como “una vida sucia”.

La perfección del panóptico: entre la eficiencia y la in-humanidad del aislamiento

La idea de sociedad vigilada para la comunidad del NE de Chubut a la que ya nos hemos referido fue evocada recurrentemente por aquellos que se radicaron en las barriadas populares: cómo debían pedir permiso hasta para desplazarse para comprar alimentos; cómo la vida cotidiana era permanentemente espiada y convivían con operativos masivos de control de documentación, los allanamientos domiciliarios sin orden judicial, un estado de requisa permanente, que por ejemplo hacía que frente a los despliegues de los operativos conjuntos en el parque industrial, los trabajadores no tomaran los colectivos que los transportaban hasta sus lugares de trabajo, concurriendo a pie hasta las fábricas “cortando campo”. El ir en los buses suponía no sólo el riesgo de ser detenidos arbitrariamente, sino demoras y situaciones de mucha tensión, decíamos (Gatica: 2013, 249). Y aunque este artículo constituye una incipiente pesquisa, la narrativa que nos ocupa se inscribe en una memoria semejante, lo que nos motiva o tal vez nos interpela directamente, para tratar de comprender el funcionamiento y la especificidad del aparato represivo en la región. El análisis que realizaron nuestrxs estrevistadxs y la evaluación de las posibilidades, dan cuenta de la agencia, de la potencialidad y de la racionalidad a la que apelaron no sólo para sobrevivir, sino para proyectarse e imaginar futuro.

L: “Sí, y ahí me di cuenta que no podía hacer un movimiento que no tuvieran conocimiento los servicios …pero no fue inmediatamente que allanaron, yo llegué un 7 de enero, y habrá sido para el… para fines de enero que me detienen… (…) Por suerte no me llevaron a la Base, todavía no estaba el golpe”

La sociedad vigilada, los seguimientos, las delaciones, fueron y estuvieron tan presentes que se inscribieron, aunque fuese intuitivamente, en la evaluación de quienes fueron represaliados. Liliana sostuvo:

“Y los chicos quedaron… bueno, vinieron conmigo hasta la comisaria porque no… mi mamá no estaba en ese momento, y después lo… fueron a buscar… a mi cuñado creo, que los fue a buscar. Hay cosas que no recuerdo. (…)  Y en el mismo momento allanaron la casa donde estaba mi hermana, la casa de los Ibarra; y la casa… donde estaba mi hermano acá en Rawson… que revisaron todo…; que mi cuñada primero, como mi hermano no estaba en ese momento decía no, que ella no los iba a dejar entrar [risa] entonces… la policía le dijo “bueno vamos a tener que entrar por la fuerza”. Así que entraron, revisaron todo y después tuvieron que ir a la comisaria a declarar. (…) Si. Y yo… creo que habré estado 48 horas. Porque, la verdad que yo no me acuerdo mucho. Mi hermano se acuerda que me tuvieron que llevar un colchón, que me llevaron un colchón. Y yo creo que, en ese momento, mi cuñado que era radical, Enrique Dames, creo que… recurrió a Hipólito[13]… como para…  Si, como para mover algo, porque bueno, yo estuve solamente en la comisaría de Gaiman. Si, me interrogaron eh… nosotros teníamos armado un… digamos un argumento como para zafar diciendo que yo me había venido porque no quería saber nada más, que este… que bueno… no sabía ni donde estaba, ni que hacía ni nada. Y que bueno, yo me vine con mi familia. De ahí en más… estuve en comunica eh… en un momento viajamos con los chicos para verlo. Eh… pero estuve en comunicación telefónica a veces… pero bueno, él no… buscó trabajo allá… La idea era que en algún momento que yo pudiera volver allá… Pero en realidad bueno, paso el tiempo, no se dio la… la oportunidad y al tiempo en… en marzo del ´78 fue que… que lo… lo secuestran.”

Para Ricardo también fue la sociedad vigilada lo que, paradójicamente, les permitió quedarse:

R: “Era una ciudad uniformada esta. Vos estabas preso en libertad. ¿A dónde me iban a ir a buscar? ¿A un sindicato? A un sindicato no iba a ir… y en la textil no hacía nada. Me tenían fichado, pero a la vez me tenían controlado.”

La memoria colectiva bien supo del funcionamiento de la base Zar de la marina como centro clandestino de detención; y el funcionamiento del aparato represivo no sólo se veía, sino que se intuía. Esta marca, aunada a los vínculos sociales en una comunidad pequeña, explican la mediación del senador radical Solari Yrigoyen. El NE de Chubut vivió inmerso en un clima de tensión entre la mentada “paz social” del parque industrial de Trelew y el oprobio del más desembozado control. La detención de Liliana en la comisaría nos remite a otra detención semejante en Rawson, la del ex secretario general del Sindicato de Trabajadores Viales de Chubut Héctor Sosa. Aunque su detención fue más prolongada, y con la dictadura ya avanzada, en octubre de 1977, primero lo condujeron a la base Zar, pero luego quedo a disposición del Poder Ejecutivo Nacional preso en la comisaría de Rawson, adonde le llevaron el colchón, el tablerito de dibujo para que pudiera dibujar planos por encargo, e incluso un televisor para ver el mundial de 1978 con los presos comunes y los propios policías. (Gatica,2007: 143 y ss).

Volviendo a la evaluación que hicieron Liliana y Luis Marcelo, Buenos Aires no ofrecía futuro, pero en un destino patagónico él era demasiado identificable, y la trama hizo que debiera desvanecerse, ser negado para protegerlxs. Dando cuenta de la indefensión y de la angustia, de la fragilidad en la que vivió como madre de poco más de 20 años, dijo:

“(…) imagínate que no teníamos cómo sobrevivir, no teníamos lugar, no teníamos nada, así que me tuve que ir quedando… (…) En marzo entré a una empresa textil en el parque industrial de Trelew. Tuve algunos encuentros con “el flaco”, para , ver qué pasaba, viajé en agosto con mi mamá, pero él decía que está muy difícil, que me quedara; acá no era ninguna garantía para que él viniera” (Casola,2012:80)

Entre las especificidades del insilio está, como decíamos, la invisibilización, el silencio, diferencia con la experiencia del exilio, que justamente consigue cohesión e identidad en el enfrentamiento a la dictadura, en la denuncia y en la actividad política; en la solidaridad y en la proyección internacional. Dando cuenta de la negación y la falta de escucha; de la sospecha y del recelo frente a quién no era nic en la jerga local -nacido y criado-, y sólo llegaba, Liliana recordó:

“En realidad Gaiman … yo hace pocos años que empecé a hablar de mi historia, recién en el 97 es como que, no podía hablar. (…) Lo que pasa es bueno, primero estuve en Gaiman, después estuve en Trelew, y parece que no, pero Trelew es más cosmopolita, más en ese momento que estaban funcionando las fábricas, y que venía gente de todos lados, vino muchísima gente del norte … no es que la pensé, pero todo eso me sirvió … pero te digo que mucho no lo pensé, en realidad yo todos estos años… es como que los hubiera borrado… no te puedo explicar la sensación de vacío que en un montón de años, que dónde estaba… qué hacía… pero sí… pienso que sirvió de resguardo, primero que yo no tenía contacto ni con gente del partido, ni con gente conocida, ni nada con quién yo pudiera charlar, y pasaron los años en un silencio total…” (Casola,2012:80-81)

El no en tanto adverbio de negación, los límites materiales, físicos, pero también emocionales, impidieron durante mucho tiempo volver a reconocerse en lo colectivo; el insilio es por sobre todas las cosas profundamente desmovilizador; está anclado en un individualismo que limita cualquier empatía o identificación. La valoración de delincuente subversivo instalada por la dictadura, subsumió las orgullosas identificaciones partidarias de izquierda; los sueños revolucionarios, la total entrega, que incluso fue encorsetada por la muy limitada democracia de la presidencia de Alfonsín y los subsiguientes presidentes argentinos. Recién se produjo una suerte de recuperación de la identidad guerrillera o revolucionaria con la irrupción de la organización de HIJOS - Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio- en noviembre de 1995.

Aludiendo a las inconsistencias aparentes, a las contradicciones supuestas del funcionamiento y criterio del aparato represivo, muy lúcidamente Liliana señaló:

L: “Ellos -su cuñado Enrique y su hermana Estela- eh..., por ejemplo… ellos fueron cesanteados. Eh…, mi cuñado y ella quedaron cesantes cuando la eh… Claro, en marzo los… quedaron… cesantes. Así que estuvieron mucho tiempo… en manga…, bueno, sin laburo, mal. Después mi cuñado consiguió como buzo, era buzo… consiguió trabajo… bueno es medio… medio raro, ¿no? ¡Digo! Porque eh… los milicos medio tenían… algunas… algunas cuestiones…, por ejemplo, a él lo tomaron para… eh... cuando se estaba… eh… ¿cómo se llama la…? El puerto de… de Sierra Grande. (…) Claro. Él estuvo en… en el tema de las… de las explosiones y demás, que se hicieron. Bueno él era radical, era militante radical. Pero igual digo, los milicos lo sacan de… [risa] de… de maestro y… y bueno, lo aceptan en Río Negro como… si… como… con temas de explosivos…”

¡Con marcas pero vivxs!

En relación a la contención, y a una resocialización política en su sentido profundo, la misma estuvo asociada a la inscripción colectiva en tanto sobrevivientes, es decir en torno al reencuentro con quienes militaron, fueron encarcelados, resistieron en la oscuridad y asumieron el deber de memoria. En palabras de Liliana:

“Y por mucho tiempo, sí. Después cuando… nos encontramos, que fue… la verdad que… lo valoro un montón, haberme encontrado con compañeras como Adriana, Adriana Chein…Pero… en la casa de Estela llego en un momento… eh… correspondencia de… por Oca, una empresa. Y llego y este, el que fue a dejarle la correspondencia…, no sé, empezó a charlar y empezó a comentarle que había un grupo de… de ex… militantes y que se estaban juntando y… bueno, al final la invito a ella y… bueno y yo con mi hermana íbamos para todos lados juntas… eh… fuimos y me acuerdo que era un asado en una chacra… que no me acuerdo si era de un… de un sindicato. Y nos encontramos ahí con Adriana… con… Silvia Asaro[14] que estaba con… con Abel Chein. Con… Carlota Marambio, con Eduardo…, Roberto Eduardo Díaz… y… ¿quién más?... (…) Y de a poco me fui enterando. Por ejemplo, bueno, que Adriana, Silvia y Carlota… habían estado presas juntas… en Devoto. Después de que Eduardo… Eduardo Díaz estuvo también, preso. Bueno, así de a poquito ¿no?, me fui enterando y la verdad que fue un grupo que… llamamos sobrevivientes de la dictadura… militar…, va, sobrevivientes de la dictadura. Y… y nos juntábamos y, la verdad que se hicieron cosas… por ejemplo, creo que también estuvimos en el tema de… la recuperación del… del aeropuerto viejo… y algunas cosas se hicieron. Pero bueno, no, no era una militancia así muy… bueno, no… no era la militancia del… de otros años. Obviamente ya no… después si estuve… me hubiera gustado que siguiera el grupo del MIR… el MIR Patagonia me… la verdad que estaba… estaba bueno. Creo que… la única salida es política, no hay otra forma… No… mucho tiempo estuve sin saber dónde… dónde poner mi energía o la militancia o que… o sea, sentir que… que algo se puede hacer ¿no? A pesar de la… de la lucha contra la mega minería… yo creo que en este… en este sistema capitalista podemos seguir años llevando la bandera, haciendo marchas… y en cualquier momento… lamentablemente en este sistema, no… nos van a…”.

También María Juana cuenta su reincorporación a la militancia justicialista en 1988, pero frente a la pregunta sobre si la convicción era la misma, respondió: “¡No! Para nada. Por hacer algo”.

En relación a quienes recuperaron su libertad en la transición democrática, entendemos emblemático ver cómo se sumaron a la evocación; y cómo incluso otrxs militantes que habían permanecido en la opacidad se representaron después del insilio, o de los exilios, y buscaron en Trelew no sólo una geografía empática, sino un tiempo y una solidaridad en la que los sueños seguían significandolxs jóvenes y libres (Gatica, 2022:26).

El siglo XXI está marcado por un eclipse de las utopías, y coincidiendo con la observación formulada por Enzo Traverso, creemos que la explicación está en “la transición del “principio esperanza” al “principio responsabilidad” que irrumpe cuando el futuro se ensombrece, -y- se destruyen las utopías debido a su privatización en un mundo reificado (Traverso: 2018, pp. 32-34). Hay un presente cargado de memoria que no puede proyectarse a futuro, y que permita a este autor italiano referir y hablar de “presentismo”, que lejos de ser un diagnóstico se ha convertido en una especie de manifiesto, en el que inscribimos la remembranza y la violencia asociada a las movilidades de referencia (Gatica, 2022:28).

Liliana y María Juana presentan muchos de los rasgos del síndrome del sobreviviente, que, a priori, en las entrevistas suele distinguirse como desviación, sin muchas veces atender a las implicancias de la supervivencia psíquica y moral. Por ejemplo, las alusiones al silencio profundo -que es más frecuente que el olvido-, tratando de diversos modos de gestionar sus identidades, y de reacomodarse a un mundo muy tensionado y diverso; ambas trataron de conciliar, sortear extrañezas, y en algún sentido plantear desafíos a normas pueblerinas. Supieron situar su memoria durante mucho tiempo en el contexto de la moral corriente, situando lo compartido en el espacio de lo decible, y permaneciendo muchas veces en una opacidad que volvió a negarlas. Sus olvidos son parte de una estrategia, y aun en el presente ese mandato sigue teniendo implicancias. Sus habilidades y tácticas no sólo les permitieron sortear la crianza de sus hijos, sino que pudieron aunar la obtención de recursos y el sostén económico con la reproducción. En el caso de Liliana, a la fecha ha abrazado con enorme compromiso la lucha ambientalista, y es reconocida como militante de referencia en Chubut. El caso de Ricardo nos abre otras preguntas. La mayor fluidez en el relato y una aparente mayor aceptación del proceso de pérdida y reconversión del proyecto de vida que implicó el insilio permite preguntarnos por los modos en que las personas se narran a sí mismas. Quizás, honrar un modo ser combatiente, un modo de ser “digno” para un hombre de una generación de dio todo por cambiar el mundo, no encuentre lugar para escuchar ni responder ciertas preguntas.

Tras las huellas del insilio

El insilio constituye una experiencia colectiva que por su propia naturaleza ha quedado profundamente invisibilizada, negada hasta en su nominación. El silencio autoimpuesto, la imposibilidad de una organización colectiva sostenida en base a la denuncia, la reinscripción en redes familiares que oficiaron como refugio y a la vez lxs insertaron en lógicas normalizadoras, son algunas de las características que explican por qué se trata de una experiencia difícil de asir y mucho más difícil de cuantificar. La movilidad forzada y el desplazamiento en el territorio -tenga la escalas que tenga- suponen una especificidad que lo constituye.

No sabemos cuántxs han sido las personas que en Argentina estuvieron en esa condición. No sabemos si alguna vez se han pensado como insialiadxs, ni qué reflexiones hicieron al respecto.

El recorte de una escala espacio temporal, se relaciona con el profundo interés de narrar la historia de lxs trabajadxs en el NE de Chubut, pero, a la vez, oficia como una decisión metodológica posible, que nos permite recortar el universo del insilio para observar qué elementos en común construyen la experiencia colectiva. En las entrevistas presentadas aparece el denominador común de clase. La escasez de recursos para gestionar un exilio más caro, pero también el rápido acoplamiento a una clase obrera en expansión y a condiciones de vida sencillas, en consonancia con el proceso de desarrollo productivo que ofrecía la región generaron condiciones propicias para la invisibilización.

En el plano de las trayectorias políticas el insilio marcó un antes y un después. Muestra la realidad de organizaciones que no pudieron dar respuesta al conjunto de sus militancias y que quedaron a merced de las redes previas. También el efecto disciplinador que tuvo insertarse en una sociedad vigilada que, quizás, no necesitaba detenerlxs, y los visualizaba más útiles como mano de obra.

En una dimensión subjetiva más profunda, en la que se mezclan y superponen elementos ideológicos, de clase y de género, la ruptura con el pasado queda expuesta en su plenitud y el duelo pareciera prolongarse en un presente que lucha por encontrar las palabras para narrar lo perdido, lo olvidado y lo que duele recordar.

¿Qué puede revelar el estudio de los insilios acerca del insilio como sujeto colectivo? ¿Se construyen ellxs como grupo o lxs construimos nosotrxs? ¿En qué medida la propia construcción de la categoría es la hacer emerger una narrativa centrada en esta experiencia?

¿Qué puede decirnos el insilio sobre su incidencia en las distintas escalas territoriales? ¿Qué tiene para aportar a la historia de las organizaciones políticas? ¿Cómo operaron las dimensiones de clase y de género en las decisiones previas al desplazamiento y en los imperativos de sobrevivencia? ¿Qué diferencias encontramos en los modos de narrar masculinos y femeninos? ¿Cuándo se comienza y se deja de ser un insiliadx?    

Tal vez sea momento de ver y analizar cómo la desorganización identitaria fijo en una inscripción estática -la de la militancia previa- inclusiones y pertenencias, licuando y desapasionando posibilidades futuras: volver a militar nunca tuvo las implicancias de la juventud y casi fue una mera entretención, un pasar. Los valores quedaron asociados a quienes no están, a quienes fueron y serán eternamente jóvenes, comprometidos y valientes.

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Recibido: 07/10/2022

Evaluado: 15/12/2022

Versión Final: 15/01/2023

páginas / año 15 – n° 38/ ISSN 1851-992X /2023                             


[1] Mucho más allá de la definición puramente espacial, las marcas en el territorio de Chubut y en la subjetividad de sus habitantes están indisociablemente articuladas con la violencia ejercida por el Estado Nación Argentino, y aunque analizaremos especialmente el contexto de los años´70 del siglo pasado y sus corolarios en el presente, entendemos que se inscribe en una temporalidad más amplia, a partir de la incorporación económica y política de la Patagonia en las últimas décadas del siglo XIX. La práctica historiográfica de la historia reciente en Argentina no se define exclusivamente según reglas temporales, epistemológicas o metodológicas sino, fundamentalmente por la atención que prestamos a cuestiones siempre cambiantes que interpelan al presente.

[2]  Oficio Reservado N° 318/5 del Consulado de Chile en Estocolmo al Ministerio de Relaciones Exteriores, del 16 de Agosto de 1979.

[3] Pensamos que estudios como éste permiten complejizar la comprensión en torno del funcionamiento del terrorismo de Estado y visualizar la utilización económica de la fuerza de trabajo de personas que, aun en libertad, se encontraban bajo un estricto control y vigilancia.

[4] El uso y conceptualización de exilio interno aparece indisociablemente aunado con las experiencias vividas por intelectuales republicanos españoles después de 1939, y es en este sentido que Manuel Aznar Soler niega su uso ya que alude para referenciar al exilio a la expresa condición de atravesar la frontera. Ver Aznar Soler, M., & Ascunce, J. Á. (Ed.) (2008). Los conceptos de "exilio" y "exilio interior". En El exilio: debate para la historia y la cultura (1 ed., pp. 47-61). Sin embargo, en El exilio interior: la vida de María Moliner de Inmaculada de la Fuente se habilita el uso la categoría como sinónimo del aislamiento o silenciamiento. En nuestro trabajo no adscribimos a esta acepción que puede ser útil como metáfora, pero que carece de utilidad y rigor teórico. En nuestra visión, el desplazamiento es un componente necesario para la operatividad del concepto.  

[5] Mónica Gatica integra la Comisión Directiva de la Asociación de Historia Oral de la República Argentina –AHORA. Ambas participamos de la Colectiva de Historia Reciente y otras redes vinculadas a género, violencias y archivos, como la Red de Estudios de la Represión y el Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas (CEHTI)

[6] El ataque al Batallón Depósito de Arsenales 601 “Domingo Viejobueno”, fue el realizado el 23 de diciembre de 1975 en la localidad de Monte Chingolo, provincia de Buenos Aires por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) con el objetivo de apropiarse de armamento. El fracaso del operativo se debió a la infiltración dentro de la organización revolucionaria de un agente del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE). Las cifras dejan en evidencia la magnitud de la masacre. Más de cuarenta combatientes del ERP y una cantidad nunca determinada de vecinos murieron en el cuartel y sus inmediaciones.

[7] Entrevista a Liliana realizada por Mónica Gatica, 2021.

[8] La Columna Sabino Navarro fue formada en 1972 a partir de una escisión con Montoneros y funcionó hasta el primer semestre de 1975.

[9] Entrevista realizada a Ricardo por Natalia Casola. Rawson, 2005.

[10] En varios pasajes de la entrevista con Ricardo encontramos elementos que remiten a la épica combatiente. El sacrificio implicaba poner el cuerpo de un modo específico que diera con la talla del ideario armado: la fuerza física, la demostración de valentía y hombría.

[11] Entrevista realizada a María Juana por Natalia Casola. Rawson, 2005.

[12] Entre las mujeres, la maternidad ha sido recurrentemente mencionada como un anclaje, una razón para seguir adelante y no bajar los brazos. En este sentido remitimos al clásico trabajo de Marta Diana (1996) que reúne numerosos testimonios que dan cuenta del rol maternal como dador de sentido en contextos de desmembramiento de otros proyectos.  

[13] Hipólito Solari Yrigoyen fue un abogado y militante de la Unión Cívica Radical, representando a ese partido como senador provincial, muy reconocido en la comunidad del NE de Chubut por su compromiso y solidaridad. Entre 1973 y 1975 sufrió varios atentados y en 1976 fue detenido por la dictadura. Luego fue expulsado y transcurrió su exilio en París hasta 1983.

[14]