Reseña bibliográfica

Sábato, H. (2021). Repúblicas del Nuevo Mundo. El experimento político latinoamericanos del siglo XIX. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Taurus. 238 páginas.

El libro Repúblicas del Nuevo Mundo. El experimento político latinoamericano del siglo XIX, escrito por Hilda Sábato fue editado por Taurus en el año 2021. La versión original fue escrita en inglés, por lo que esta edición es una traducción de la misma[1]. En esta obra la autora, pretende superar las historias liberales nacionales teleológicas, ya que, en sus palabras, lo que se creía particular de la “historia argentina” es parte de un proceso que la trasciende, por lo que decide traspasar las fronteras territoriales y temporales iniciales hacia la escena transnacional, ubicando lo local en lo global. De modo tal, su trabajo plantea dilucidar un componente esencial que es la relación entre el pueblo y el gobierno, en la cual la soberanía popular fue el principio fundante del poder político. En sintonía con la historia global, rastrea rasgos comunes y tendencias compartidas de cada espacio geográfico de Hispanoamérica, problematizando el proceso de construcción de los Estados nacionales.

La temática es abordada a lo largo de 238 páginas, divididas en cinco capítulos. A estos se suman la introducción, el epílogo, el preludio a la edición en castellano y los agradecimientos. En la introducción contextualiza el siglo XIX como un momento de importante conmoción a la que caracteriza como un periodo de experimentación política, identificando al menos dos desafíos de índole política. Por un lado, las preocupaciones en torno a cómo reconstruir formas de gobierno cuya autoridad política esté basada en el principio de soberanía popular. Al respecto, la obra se focaliza en ofrecer herramientas teóricas de análisis para la comprensión de tal proceso. Y, por otro lado, cómo reconstruir contornos humanos y territoriales que le sirvan de base

En relación a la introducción debemos mencionar que presenta algunas críticas importantes. En primer lugar, a aquellas visiones teleológicas que explican el funcionamiento de la política en Hispanoamérica como un ejemplo de “modernización fallida”, ya que, según Sábato, analizan la historia local de acuerdo con los cánones liberales, por lo que se pierden en la búsqueda de “obstáculos” hacia el “progreso”, sin atender a las especificidades locales. Una segunda crítica, apunta a revisar la idea de que la política[2] decimonónica fue un asunto exclusivo de las elites, sin incluir en sus análisis a hombres y mujeres de distintos orígenes sociales y culturales.

Es así que, en esta ocasión, Sábato propone, a modo de ensayo, una interpretación global del experimento republicano de Hispanoamérica. Para esto, articula las tres dimensiones que fue desmenuzando a lo largo del libro: las elecciones, la ciudadanía armada y la opinión pública. Luego de presentar algunas interpretaciones que ven en la inestabilidad política de la época un intento fallido de modernización política, realiza una crítica y presenta su propia interpretación.

Ahora bien, en el primer capítulo, introduce el escenario general hispanoamericano en un contexto de crisis imperial. En este sentido, toma la invasión de las fuerzas napoleónicas en España, que desplazaron a Carlos IV y Fernando VII, y con ellos a la cabeza del cuerpo político. Hispanoamérica quedó, entonces, vacía de poder, poniéndose en juego la soberanía en un periodo de fragmentación política, por lo que, 1810 fue una década centrada en la búsqueda del autogobierno. Ante la crisis y el vacío de poder la soberanía debe retornar al pueblo[3], pero, ¿De qué pueblo? ¿Quiénes lo componían? La autora distingue, entonces, la expresión “pueblo” de “pueblos”. En la Hispanoamérica decimonónica deben reconocerse los pueblos, en plural, como comunidades concretas territorialmente definidas con privilegios y deberes asignados. Mientras que la expresión pueblo, en singular, responde a una concepción propia de las teorías circundantes del pacto social como la suma de individuos libres e iguales entre sí. El problema radica en las discusiones territoriales existentes, es decir, el problema de la soberanía territorial.

Lo importante de estas discusiones, radicó en el avance de una noción contractual de comunidad política, atendiendo al contexto global, que para 1820 ya se reflejó en la mayoría del territorio en el que se extendió la ola constitucional. Si bien los ideales del constitucionalismo moderno basado en la defensa de los derechos naturales (libertad, seguridad e igualdad) se habían difundido ampliamente, no dieron respuesta aún al problema de la construcción, legitimación y reproducción del poder político, por lo que Sábato sostiene que desde 1810 a 1824 se observa un período turbulento en formación. Consecuentemente, advierte la autora, es importante no perder de vista que, después de las independencias, nos encontramos con ciudades o provincias soberanas que buscaron algún tipo de asociación política. En este contexto, el concepto de nación aparece como sinónimo de Estado en términos de organización política y no de homogeneidad étnica o cultural. En definitiva, el camino de la república estuvo marcado por la crisis de legitimidad y la inestabilidad política y, en consecuencia, por la crisis de representación.

En el segundo capítulo analiza el proceso de las elecciones como mecanismos de representación, acceso y legitimación del poder. Hispanoamérica fue un campo de experimentación en materia de elecciones. En este capítulo, la autora realiza una crítica a la historiografía clásica que opacó el espacio de las elecciones en términos de representación y de construcción de una opinión pública centrándose en el fraude y la corrupción[4]. Siguiendo con esta línea, presenta una crítica al término de clientela, dado que el mismo no alcanza para dar cuenta de la complejidad de las redes político-electorales, que más allá de las exclusiones propiamente dichas, no dejó de existir un enorme entramado de intercambios y negociaciones en otros espacios.

A tal efecto, en el tercer capítulo, Hilda Sábato da cuenta de cómo la guerra estuvo en el origen del experimento republicano y la construcción de la ciudadanía como legado en las formas de entender el funcionamiento de la política decimonónica. Esta concepción de la política estuvo ligada a la defensa de la libertad y la recién conquistada república. Para esto cita al historiador Alejandro Rabinovich (2013), quien habla de “sociedad guerrera” para describir a la ciudadanía en armas, es decir, a las milicias, diferenciándola del Ejército. Este último respondió a una institución conformada por profesionales a manera de “mercenarios”, y no accedieron al voto. Mientras que las milicias, redefinieron su función en la etapa post-independentista como el conjunto de ciudadanos libres, cuyos valores legitimadores se tradujeron en una nueva concepción de comunidad política y de pueblo soberano. Las milicias fueron heterogéneas en su composición, pero estuvieron jerarquizada en su organización. La misma se caracterizó por una fuerte intervención en el escenario electoral y en la política partidaria.

En este sentido, el uso de las armas fue la forma en la que se concibió a la política por entonces; entendido como un mecanismo válido de intervención política, tratándose de un derecho y un deber cívico para la defensa de la república y de las autonomías. Para explicar esto, la autora introduce el concepto de revolución y, si bien, el concepto experimentó cambios a lo largo del siglo, en términos generales, el mismo no se entendió como ruptura, ya que dichas revoluciones buscaron la restauración de derechos, libertades perdidas y el retorno de un orden institucional, violado por un gobierno despótico.

Vinculada a la expansión de renovadas formas de sociabilidad y asociación, la opinión pública se entendió como la expresión de la voluntad general de los ciudadanos modernos, libres e iguales. Avanzando sobre este punto, en el cuarto capítulo desarrolla cómo se construyó la legitimidad en torno al poder político durante el siglo XIX. Aunque, las elites privilegiadas quisieron imponer una idea homogénea y abstracta de lo público, lo cierto es, aclara Sábato, que diferentes grupos y sectores, alejados de la noción ilustrada, se movilizaron en nombre de lo público. En este sentido, convivieron nuevas formas de asociación, caracterizadas por la voluntad de individuos libres e iguales, con formas tradicionales, con criterios de adscripción ligados a la costumbre y con una jerarquía social pronunciada.

Para la construcción e impulso de la opinión pública fue primordial el rol de la prensa y las asociaciones. “Nace una cultura impresa” comienza diciendo el apartado destinado a dar cuenta del rol clave que tuvo la prensa. La autora menciona algunas novedades interesantes que trajo consigo la Constitución de Cádiz en 1810: la libertad de prensa. Es preciso aclarar que, no por ello, dejaron de existir la censura y la intimidación, ya que el objetivo principal de la prensa, no fue representar la opinión pública, sino contribuir a forjarla. En un primer momento, para las dirigencias políticas la prensa funcionó como la puesta en circulación de opiniones, ideas, noticias y propagandas financiadas con la condición de que brindaran apoyo oficial, lo que dejó a los medios no oficiales con muy bajo presupuesto para subsistir en el mundo periodístico. Ya en el último cuarto del siglo XIX la estrecha relación entre prensa y política se fue debilitando, y los diarios y periódicos fueron ganando autonomía. Progresivamente, la prensa fue experimentando un proceso de modernización y profesionalización.

En este capítulo, también, Hilda Sábato hace una distinción entre público y públicos, ya que la diversidad fue siempre la regla, aunque cargada de exclusiones. Es preciso recordar que la mayoría de los habitantes de las emergentes repúblicas hispanoamericanas vivían en el espacio rural. Por lo tanto, menciona las diferencias entre formas de acción y organización colectivas de la ciudad respecto de las del ámbito rural. Ahora bien, entre ambas se produjo una importante circulación e intercambio de pautas y formas de acción. Esta integración dio paso a la formación de una esfera pública política que creó una instancia de mediación entre el Estado en construcción y la sociedad civil.

Al respecto, en el proceso de consolidación del Estado, que estuvo a cargo de las dirigencias políticas, se buscó contribuir a la conformación de un público nacional. Ciertamente, la creación de una esfera pública nacional resultó ficticia[5], aunque afectó profundamente la existencia y la esencia de las colectividades rurales. Aun así, intercambios pacíficos fueron los principales mecanismos a través de las cuales se expresaron y canalizaron demandas al Estado en construcción y la esfera política.

Finalmente, Sábato asegura que no se trató de un intento fallido, sino que justamente de ese turbulento proceso de transformación política nacieron las naciones hispanoamericanas. Esta fue la forma en que se impulsó la república en este territorio. Los mismos principios y procedimientos que otorgaron legitimidad a determinadas prácticas e instituciones fueron los que sirvieron para dar pie a los cuestionamientos.

Asimismo, concluye que el concepto de soberanía del pueblo fue el que posibilitó este tipo de prácticas, ya que, al darle fin al derecho divino de los reyes, se concibió el poder como una construcción humana, es decir, permeable a los cambios. A lo largo de todo el siglo XIX se ensayaron medidas para “civilizar” la política, pero la inestabilidad y la incertidumbre siguieron siendo la regla hasta el último tercio del siglo, donde se experimentaron grandes cambios en todos los planos. Estas transformaciones se reflejaron en las formas de participación popular atravesada por el avance y la imposición de una identidad nacional y patriotismo republicano. El ejercicio de la política en las nacientes repúblicas hispanoamericanas fue el legado de las guerras independentistas que dislocaron el orden vigente. La política dejó de ser un terreno exclusivo de las minorías, incorporándose a amplios sectores de la población, aunque de manera subordinada. Esto se materializó en un conjunto de prácticas de participación política que dieron forma a una vida política, intensa y, muchas veces, turbulenta.

La propuesta de la autora resulta muy enriquecedora desde una perspectiva de la historia global, deconstruyendo las historias lineales, sin perder de vista las singularidades en el proceso de construcción de las repúblicas hispanoamericanas. Para esto, realiza un diálogo exhaustivo con una extensa bibliografía y análisis de fuentes históricas que dan cuenta de la existencia de ciudadanías dinámicas y polifacéticas.

Valeria Enriquez Avila

Universidad Nacional del Comahue,

Centro de Estudios Históricos Regionales (Argentina)

valeriaenriquez2015@gmail.com

Bibliografía

Chiaramonte, J. (2007). Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina: 1800- 1846. Buenos Aires: Emecé editores.

Lomnitz, C. (1999). Modernidad indiana. Nueve ensayos sobre modernidad y mediación en México. México D.F.: Planeta.

Sabato, H. (1998). La política en las calles: Entre el voto y la movilización Buenos Aires, 1862-1880. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Sabato, H. (2021). Repúblicas del Nuevo Mundo. El experimento político latinoamericanos del siglo XIX, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Taurus.

Rosanvallon, P. (1998). Le peuple introuvable: Historie de la représentation démocratique en France. Paris: Gallimard.


[1] El libro cuenta con un Preludio a la edición en castellano, en el que menciona, al respecto del trabajo de traducción, la colaboración de Princeton University Press.

[2] Para concepciones de la política y lo político la autora cita a Pierre Rosanvallon (1998), entendiendo que “lo político” se trata de la modalidad de existencia de la vida en común. Esta concepción permite incluir en el análisis de experimentación política a aquellos otros subalternos por fuera de las elites gobernantes.

[3] Basándose en la antigua constitución en referencia a la Constitución de Cádiz.

[4] Ver al respecto Sábato 1998.

[5] Ver al respecto Lomnitz (1999).