Bernardo Carrizo y Juan Cruz Giménez

Dossier Nº 40

LAS CULTURAS POLÍTICAS EN LA DEMOCRACIA COMO EXPERIENCIA HISTÓRICA

(ARGENTINA, SIGLO XX)

Unas palabras preliminares a posibles lectores del dossier adquieren la condición de ejercicio estimulante. El punto de partida ha sido la gentil invitación formulada desde la revista universitaria Páginas. Como provocación académica, la convocatoria nos motivó a reflexionar sobre el recorrido que hemos realizado en clave de investigación sobre diversos territorios políticos. El desafío condujo a ampliar el horizonte y retomar vínculos con investigadores e investigadoras con quienes coincidimos con la perspectiva analítica, teórica y metodológica en esta ruta que se traza en pos de la comprensión del pasado. Una serie de jornadas y congresos ayudaron a hallar un grupo mayor de trabajos en torno de una diversidad de coyunturas y escalas, pero en una clave compartida. El colectivo que dio lugar a la empresa editorial aquí socializada, se ha especializado en el análisis e implicancias metodológicas alrededor de la categoría cultura política a través de investigaciones llevadas a cabo en el último lustro.

El tópico cultura política, como herramienta de análisis, forma parte de una renovación propia en el campo de las ciencias sociales. Primero, desde la ciencia política a partir del estudio de Gabriel Almond y Sydney Verba (La cultura cívica. Estudio sobre la participación política democrática en cinco naciones), y su indagación sobre sociedades contemporáneas en las que una serie de orientaciones, posturas y actitudes en relación con la política y lo político da lugar a una particular cultura política que articula la dimensión social y subjetiva. La historiografía francesa, en las producciones de Serge Berstein y Jean-François Sirinelli, entre otros, posibilitó un diálogo enriquecedor en clave histórica con aquellos aportes iniciales. En particular, Berstein destaca dos elementos de una cultura política: la importancia del papel de las representaciones que configura un grupo humano en el plano político que la hace distinta de una ideología o de un conjunto de tradiciones, y “el carácter plural de las culturas políticas en un momento dado de la historia y en un país determinado” (1999:390). Esta pluralidad, que puede brindar puntos de contacto -al estilo de un mosaico- resulta sumamente estimulante para el análisis de la historia argentina.

Los trabajos de Berstein como los de Sirinelli permiten reconocer elementos constitutivos de las culturas políticas. Entre ellos, una visión del mundo, una lectura común y normativa del pasado que pone en relevancia ciertos hechos como gesta o hito, una definición acerca del tipo de organización política deseable, un discurso significativo (sobre temas como nación, religión, historia, memoria) cuyos componentes (palabras clave, consignas, figuras idealizadas) dan cuenta -junto a ciertos rituales, símbolos, publicaciones y sociabilidad- de la presencia de conflictos y tensiones, como así también la aspiración a cristalizarse en alguna forma de ocupación del espacio público (movilizaciones, concentraciones, actos, homenajes).

Un conjunto de recepciones diversas, en casos europeos y latinoamericanos (por ejemplo, la obra en seis volúmenes Historia de las culturas políticas en España y América Latina, dirigida por Manuel Pérez Ledesma e Ismael Saz Campos es de referencia) pueden reconocerse de tal modo que la validez teórica de la categoría ya no está en discusión. Este dossier confirma que la misma es una puerta de entrada al campo de actores e instituciones en diálogo entre una nueva historia social y política fortalecida con el aporte del campo de la sociología y la ciencia política. De esta manera, nuevos desafíos y dilemas se han asumido, pero que también se exponen otros componentes en este recorrido interpretativo, dando lugar a zonas de intersecciones múltiples. En ellas se conforma una trama compleja y enriquecedora sobre el pasado -con inobjetables aportes para analizar el tiempo presente- a partir de los aportes de la historia social, cultural, del discurso y las representaciones, junto a las recientes investigaciones tanto sobre la historia de las emociones como los usos políticos de la muerte.

Más allá de referencias generales y su uso nominal, e incluso descriptivo, la producción historiográfica que aborda la experiencia democrática en el caso argentino durante el siglo XX -en diálogo con el tópico cultura política, o aproximaciones a él o a partir de él- no son abundantes. No nos proponemos realizar una presentación exhaustiva de las producciones vinculadas a esta temática. Pero pueden mencionarse los trabajos de Landi (1988), Reano (2013), Franco (2019), Carrizo (2021), las obras de Jorge (2009), Ragno (2017) y Touris (2021), junto a las coordinaciones a cargo de Rubinzal (2016), Cernadas, Agestas y López Pascual (2017) y Camaño Semprini (2023) que abordan objetos en diferentes escalas (nación, provincias, localidades). Estas tres últimas se elaboraron en forma colectiva lo que denota que “atrapar” el objeto demanda una articulación de indagaciones, fuentes, interrogantes y narrativas. La pesquisa sobre cultura política se vuelve más desafiante aún si se la instala en un enriquecedor juego de escalas (Revel, 2011; 2015), como puede observarse en algunas de las producciones mencionadas.

A partir de los ocho artículos que presentamos, se accede a una serie de abordajes sumamente enriquecidos a partir de archivos, escalas, contextos, casos y periodizaciones posibles. El conjunto de lecturas da cuenta de un espectro temporal que recorre el siglo XX, deteniéndose en períodos en los que pueden reconocerse diferentes experiencias democráticas. A partir del reformismo que se desplegó al calor del Centenario, varios artículos van a detenerse en tensiones, continuidades y rupturas durante los años veinte y treinta. Pero también la reflexión alcanza a expresiones muy distintas como el nacionalismo de derecha en los años sesenta hasta la reconfiguración del peronismo al calor de los años noventa. La operatividad de las culturas políticas nos aproxima a actores, identidades, instituciones, tradiciones en permanente reconfiguración y disputa que nos permite reconocer cómo confluyen incómoda pero fructíferamente diferentes perspectivas disciplinares. Aquella proporciona un abanico de matices que puede darnos las trazas para reconocer la complejidad de los comportamientos e indagar la dinámica de los actores y, por esto mismo, una comprensión más compleja del pasado que otorga los rasgos inherentes de humanidad a ese tiempo, más allá de la potencia heurística del concepto.

Como se sabe, y allí radica un desafío, el terreno de las culturas políticas tiene rasgos en apariencia elusivos –el carácter sutilmente ambiguo que menciona Landi (1988)– y algunos de sus componentes han sido abordados de alguna manera por diversos estudios (Berstein, 1999; De Diego Romero, 2006; Pérez Ledesma y Sierra, 2010; Caciagli, 2019). El análisis de los discursos y las prácticas simbólicas (Angenot, 2010), los valores y representaciones (Chartier, 1992) junto a las formas y los espacios de sociabilidad (Agulhon, 2016) son elementos que conforman a las culturas políticas. Profundizar su análisis implica comprender los motivos que conducen a diferentes protagonistas a asumir comportamientos políticos, a optar por ciertos principios de legitimidad o por un sentido del orden (Berstein, 1999; Sirinelli, 1999). A su vez, las culturas moldean gradualmente el presente, tomando elementos del pasado y provocando nuevas interpretaciones, apropiaciones, reformulaciones con un ritmo más o menos lento (Cabrera y Pro, 2014).

El dossier propone analizar el apasionante entramado de las culturas políticas en el recorrido por la experiencia democrática argentina durante el siglo XX. Pero, por un lado, instala el enriquecedor juego de escalas que permite escrutar a la democracia como experiencia histórica, ella misma sistemáticamente interpelada como fenómeno social en cotejo con lo que idealmente supone. Por otro lado, esta “larga duración” conformada por los períodos abordados en los capítulos permite dilucidar diversos componentes que dan cuenta de las culturas políticas.

Las publicaciones partidarias se combinan con la dinámica que involucra a partidos políticos, facciones, prensa, elecciones, debates parlamentarios junto a diversas prescripciones institucionales. Con epicentro en el caso cordobés, Javier Moyano presenta un recorrido posible a partir de las fuerzas políticas que agruparon a los conservadores en los comicios de 1912, prestando atención a los sectores que actuaban en su interior, a sus trayectorias previas en partidos y camarillas, a las razones que explican disputas y recursos con que contaban para dirimirlas. A partir del tratamiento de estas cuestiones, muestra los cambios y continuidades en las prácticas políticas, en especial al nivel de pervivencia del faccionalismo y de la flexibilidad de la dirigencia para arribar a acuerdos más o menos inestables con otras fuerzas políticas, incluso con enconados rivales ideológicos, que exponen los movimientos que recorren las culturas políticas.

Las conmemoraciones y los usos políticos del pasado que los actores y las culturas políticas activan en forma permanente son parte de estos estudios. Las apelaciones al pasado como estrategia que da lugar a la polifacética construcción de representaciones que se catapultan a partir de conmemoraciones de acontecimientos (elevados a la dimensión de hitos) u homenajes a trayectorias de vida (ponderadas como ejemplares) es el prisma desde donde Bernardo Carrizo y Juan Cruz Giménez analizan un período de la historia de Santa Fe que se nutre de los cambios propiciados a partir de 1912 por el reformismo en convivencia con componentes del nacionalismo, el republicanismo y la tradición católica, hasta el cierre de los años veinte. La indagación sobre ciertas coyunturas es una oportunidad para comprender, al ritmo de los desafíos que la política instala, los diálogos entre memorias y conmemoraciones que ejecutan los integrantes de la galaxia radical tensionados por su lógica facciosa. Esa narración del pasado da lugar a una representación, en el que la memoria también opera con un criterio selectivo y define una forma de comprender el vínculo entre pasado y futuro.

Dimensiones específicas como la cultura del honor y los duelos funcionaron como un dispositivo simbólico que podía insertarse en las representaciones y prácticas identitarias del radicalismo en Santa Fe entre 1912 y 1932. Javier Rodrigo entiende que, a través de ellas, las apelaciones a tradiciones de violencia legítima del siglo XIX jugaban un rol clave, puesto que actuaron como mitos fundacionales en torno a los cuales se estructuró la identidad radical. Así, junto con la simbología revolucionaria, se encontraban los duelos de caballeros para resguardar la estima de sus militantes, dirigentes y el honor partidario.

Descriptores tales como liberales, reformistas, conservadores, laicos, radicales, lencinistas, socialistas, sabattinistas, antipersonalistas, fascistas, nacionalistas, peronistas resultan objeto de sostenida referencia según los casos provinciales que se aborden en diálogos de diferente envergadura con la dimensión nacional. Andrés Abraham propone indagar en la “política criolla” en Mendoza en el conjunto de experiencias que forman parte del lencinismo, pero bajo la lupa del socialismo. Se analizan durante los años veinte algunos debates parlamentarios y publicaciones de la prensa, fuentes a partir de las cuales se reconstruye la visión de la cultura política socialista acerca de los triunfos electorales y la acción político-institucional del lencinismo. Tal caracterización tiene como trasfondo los debates acerca de la democracia y el orden político deseables, suscitados a partir del conjunto de transformaciones operadas por la ampliación del sufragio y la metamorfosis de los partidos políticos, que siguió a la sanción de la Ley Sáenz Peña.

Las publicaciones partidarias y la permanente indagación en archivos se articulan para volver a visitar a los partidos políticos. Ignacio López y Matías Di Costanzo presentan Acción Radical, publicación orgánica de la Unión Cívica Radical de Santiago del Estero, y sus diversos posicionamientos tanto ideológicos como programáticos en el inicio de los años treinta. En el marco de una reconfiguración del radicalismo a nivel nacional, y de creciente dispersión partidaria local, un grupo de dirigentes ligados al Comité Nacional buscó a través de esta revista articular principios e ideas distintivos del radicalismo, por un lado, y desplegar argumentos y discusiones sobre tácticas electorales de diferenciación con el resto de los grupos partidarios, por el otro. En un contexto de faccionalización y de predominancia del radicalismo santiagueño, Acción Radical tuvo como objetivo configurar elementos de diferenciación discursiva respecto a las otras agrupaciones autoproclamadas radicales pero, al mismo tiempo, expone una clara prédica antifascista, contribuyendo a la consolidación de una esfera pública identificada con la democracia.

No sólo el aspecto cuantitativo de los protagonismos resulta relevante, sino también su simultaneidad a partir de diferentes territorios políticos. Con la mirada centrada en la coyuntura abierta con el retorno del radicalismo a la arena electoral y su ascenso al gobierno de la provincia de Córdoba de la mano de Amadeo Sabattini, Rebeca Camaño Semprini se propone identificar y analizar las representaciones mutuas sostenidas por católicos y sabattinistas en los años treinta. Nutridas de los diversos proyectos políticos, sociales y culturales en que se hallaban insertas y que remiten a disímiles –y enfrentadas– concepciones de lo político, estas representaciones daban lugar a homologaciones cruzadas franqueadas por los dilemas que atraviesan a la política occidental. Desde amplios sectores del catolicismo, el ascenso del sabattinismo fue leído como un avance del comunismo y, como contracara, desde el radicalismo este posicionamiento fue atribuido a la adscripción fascista de quienes lo sostenían. El posicionamiento antagónico se tradujo en una mirada mutua que enfatiza las cualidades negativas del adversario, otorgando un clima particular a la experiencia democrática en diálogo con la circulación internacional de ideas y representaciones.

Al calor de las problemáticas reconocibles durante el posperonismo, Celina Albornoz comparte una aproximación a una variante específica del campo de los nacionalismos de derechas en los años sesenta. El análisis parte de una tensión singular por parte del movimiento Tacuara frente al espejo de la democracia liberal, e indaga esta cuestión desde los principales rasgos de la cultura política de la agrupación. Entre ellos se destacan la postura anti-izquierdas, el antisemitismo, la adscripción al catolicismo integrista, la admiración por los fascismos europeos, el uso de la violencia política, el rechazo de la democracia liberal y el parlamentarismo y, como contrapartida, la propugnación de un sistema corporativista. Este último rasgo será central, ya que para estos nacionalistas su norte radica en un régimen corporativo sustentado en el trinomio familia, sindicatos y municipios.

El análisis del peronismo resulta significativo para la comprensión de la democracia en los años noventa. En esa aspiración que busca interpretar al tercer peronismo a escala provincial, Mariano Rinaldi propone un estudio del partido justicialista santafesino. Así nos conduce a comprender la complejidad de este proceso histórico bajo la multidimensionalidad de matices que ofrece el concepto de cultura política al indagar en una determinada red de prácticas, valores y representaciones, compartidas y concebidas, que orientan los intereses de sujetos inmersos en relaciones de poder. El justicialismo inicia una nueva década atravesando una fuerte interna partidaria, presentando al reutemanismo como una progresiva expresión del justicialismo. Su origen está en medio de las interacciones recurrentes y una compleja trama organizativa, con la necesidad de convocar a otros a un espacio en común de valores y representaciones en el marco de una incierta invención democrática.

Las culturas políticas intervienen indefectiblemente en otorgar materialidad a la vida histórica de la democracia. Como puede reconocerse en los trabajos aquí reunidos, aquellas colaboran en la construcción tanto de identidades como en la configuración de las formas de pensar, ejercer y proyectar el poder. Quizás así podamos reconocer con mayor lucidez las novedades que expone la comprensión del pasado y, también, la vivencia del presente. En Argentina durante 2023 se ha prestado una particular atención sobre la democracia y su historia, al ritmo de la dinámica electoral que se desplegó en meses atravesados por elecciones en diferentes escalas. Este interés convive con interrogantes, dudas, sospechas y sinsabores. Pero la democracia no sólo es objeto de estudio. También es experiencia de vida y proyecto político inacabado. Con inicio en 1983, las cuatro décadas transcurridas conforman un período con sentido propio, en el que es posible reconocer diversas culturas políticas que en su articulación y convivencia nos proponen un desafiante examen de la experiencia democrática.

Un último párrafo es sumamente necesario. Agradecemos a cada autor y autora -con sede en distintas universidades y centros de investigación- que aceptó con entusiasmo sumarse a esta producción, literalmente, al calor de diciembre de 2022. También al importante número de evaluadores y evaluadoras que leyeron las primeras versiones de los artículos, cuyas sugerencias resultaron de suma relevancia. A Oscar Videla y Natalia Alarcón, por la generosidad de la invitación y las orientaciones recibidas.

Bernardo Carrizo

Facultad de Humanidades y Ciencias,

Centro de Estudios de los Discursos Sociales,

Universidad Nacional del Litoral (Argentina)

bcarrizo@fhuc.unl.edu.ar

 

Juan Cruz Giménez

Facultad de Humanidades y Ciencias,

Centro de Estudios de los Discursos Sociales,

Universidad Nacional del Litoral (Argentina)

jcgimenez@fhuc.unl.edu.ar

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