El Movimiento Nacionalista Tacuara frente a la democracia liberal
El Movimiento Nacionalista Tacuara frente a la democracia liberal[1]
The Movimiento Nacionalista Tacuara facing liberal democracy
Celina Albornoz
Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales,
Universidad Nacional de San Martín,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
https://orcid.org/0000-0002-6654-7186
Resumen
El nacionalismo de derecha es un movimiento con una larga historia en Argentina. En su interior, el Movimiento Nacionalista Tacuara se constituyó como una de las principales agrupaciones de esta corriente en los años ’60.
En este artículo, abordaré los principales rasgos de la cultura política de Tacuara, entre los cuales destacan la postura anti-izquierdas, el antisemitismo, la adscripción al catolicismo integrista, la admiración por los fascismos europeos, el uso de la violencia política, el rechazo de la democracia liberal y el parlamentarismo y, como contrapartida, la propugnación de un sistema corporativista. Este último rasgo será central. Analizaré cómo los nacionalistas concibieron a la democracia liberal y al sistema parlamentario y de qué modo plantearon la necesidad de su reemplazo con un régimen corporativo sustentado en el trinomio familia, sindicatos y municipios.
Palabras clave: Tacuara; liberalismo; corporativismo; Estado nacionalsindicalista; revolución nacional.
Abstract
Right-wing nationalism is a movement with a long history in Argentina. The Movimiento Nacionalista Tacuara was one of the main groups of this current in the 1960s.
In this article, I will address the main features of Tacuara's political culture, among which stand out the anti-left stance, anti-Semitism, adherence to integralist Catholicism, admiration for European fascisms, the use of political violence, the rejection of liberal democracy and parliamentarism and, instead, the advocacy of a corporatist system. This last feature will be central. I will analyze how the nationalists conceived liberal democracy and the parliamentary system and how they proposed the need to replace them with a corporatist regime based on the trinomial family, unions and towns.
Keywords: Tacuara; Liberalism; Corporativism; Nationalsyndicalist State; National Revolution.
Introducción
El Movimiento Nacionalista Tacuara (MNT) nació a fines de los años ’50, en la ciudad de Buenos Aires, con el fin de defender los valores del nacionalismo de derecha. En un contexto de creciente inestabilidad política en Argentina, que vio pasar a presidentes elegidos democráticamente y a otros impuestos por las Fuerzas Armadas, el MNT se consolidó en el ala de la extrema derecha. Sin lugar a duda, se convirtió en una de las principales organizaciones nacionalistas del país en los años ’60.
Sus raíces se encuentran en la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN) y en su rama de estudiantes de secundaria, la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES). En la misma línea que sus predecesores, Tacuara adquirió notoriedad por las acciones de tinte antisemita y anticomunista llevadas adelante, a través del uso sistemático de la violencia política. Por otro lado, el movimiento se asentó sobre las bases del integrismo católico y el revisionismo histórico, que fueron clave en la conformación de su repertorio ideológico y discursivo.
Desde principios de los ’60, el MNT fue ganando adeptos no solo en la capital del país y sus alrededores, sino también en distintos puntos a lo largo y a lo ancho de Argentina. Si bien los núcleos porteños y del Gran Buenos Aires tuvieron su ocaso hacia mediados de esa década, cuando se vislumbraba el advenimiento de la autodenominada “Revolución Argentina”, varios comandos situados en otros puntos del país continuaron con su militancia hasta principios de los ’70.
Como movimiento de extrema derecha, Tacuara, cuyos líderes más reconocidos fueron Alberto Ezcurra Uriburu y José Baxter, se situó en la larga tradición política del nacionalismo de derecha argentino, que surgió en la década de 1920 y se desarrolló y cobró fuerza en las siguientes (Lvovich, 2006; Galván, 2008). Aquí, luego de abordar a grandes rasgos el concepto de “cultura política” y de aplicarlo al caso de Tacuara, me referiré las principales características que permiten ubicar al movimiento como parte de la cultura política del nacionalismo de derecha.
Posteriormente, me centraré en su juicio acerca de la democracia liberal, sistema fuertemente arraigado en Argentina en el siglo XX. ¿Cómo la concibieron los militantes nacionalistas? Como se verá, uno de los pilares de la cultura política del MNT fue el rechazo de la democracia liberal y el parlamentarismo, y la propugnación, en cambio, de un sistema corporativista. Este rasgo ha sido considerado tangencialmente en los estudios existentes acerca de la organización. Aquí, en cambio, estará en el centro de la indagación: analizaré las estrategias discursivas empleadas por los militantes de Tacuara para denostar a la democracia liberal y el sistema de partidos y, a través de una “revolución nacional”, instaurar un Estado nacionalsindicalista erigido sobre la base del trinomio sindicatos, familia y municipios.
Para ello, haré uso de boletines de la agrupación, como Tacuara. Vocero de la Revolución Nacionalista y Ofensiva. Estas publicaciones, editadas en la capital del país, aparecieron desde el comienzo de la existencia del MNT y durante los primeros años de la década de 1960. Otro de los boletines que utilizaré es De pie. Este vio la luz por primera vez en 1966 como órgano oficial del Sindicato de Estudiantes de la Universidad Católica de Santa Fe y estuvo a cargo del jefe de Tacuara en aquel momento, Juan Mario Collins; en 1968, pasó a abarcar también a la Universidad Nacional del Litoral, convirtiéndose en el boletín oficial del núcleo Tacuara de Santa Fe. Más tarde, a partir de agosto de ese mismo año, se constituyó en boletín del MNT nacional, editado por el Sindicato Universitario Argentino.[2]
La cultura política de Tacuara
Con el fin de explicar los comportamientos políticos de las personas, por varias décadas los historiadores y las historiadoras han recurrido a la noción de “cultura política”. Este concepto presenta numerosas potencialidades para el análisis histórico, aunque también implica riesgos que deben ser tomados en consideración. Entre ellos, como observa Rodrigo Patto Sá Motta (2009), destaca el riesgo de ver una historia inmóvil, sin cambios, eternamente repetida, lo cual es en sí mismo en una negación intrínseca de la historia. También, se corre el riesgo de incurrir en un reduccionismo culturalista que pueda llevar a un “determinismo cultural de los fenómenos políticos”, que deje de lado la agencia de los individuos, o que pueda llevar a considerar a las representaciones como fenómenos etéreos en un plano ajeno a las dinámicas sociales (Motta, 2009). También destaca, no obstante, que la noción resulta de gran utilidad para las investigaciones acerca de la historia reciente, ya que ayuda a desentrañar las motivaciones y los porqués de los comportamientos políticos.
La categoría “cultura política” se originó en la segunda posguerra, en Estados Unidos, en el campo de la ciencia política. Sus precursores fueron Gabriel Almond y Sidney Verba, quienes desarrollaron una tipología que diferenciaba tres tipos, parroquial, de súbdito y participativa. Este esquema otorgaba un estatus superior a la tercera, predominante en Estados Unidos, como base de su sistema político democrático. Además, las culturas políticas eran concebidas dentro de los límites de los Estados nacionales y daban claras muestras de etnocentrismo (Motta, 2009).
Fue a partir de los años ’80 y ’90 que el concepto fue apropiado por la Historia. Los franceses Jean-François Sirinelli y Serge Berstein, cuyas definiciones utilizo como referencia, buscaron desentrañar las motivaciones que llevaban a las personas a adoptar determinadas conductas políticas (Sirinelli, 1999; Berstein, 2003).
El desarrollo del campo de estudio de la “historia cultural de lo político” (Sirinelli, 1999) implicó una apertura de la historia política hacia la esfera cultural, gracias a la cual se comenzaron a analizar temáticas como las representaciones, los símbolos, los rituales, las sensibilidades y la memoria colectiva (Cabrera, 2010). De acuerdo con este punto de vista, las motivaciones y los fines de los individuos son forjados culturalmente y son interiorizados a través de la socialización, es decir que las acciones políticas individuales tienden a reproducir pautas colectivas. Además, desde la Historia se ha otorgado especial relevancia a las subculturas políticas, es decir, al abanico de agrupaciones y tendencias políticas que se desarrollan al interior de un sistema político. Allí radica la importancia de la pluralidad de las culturas políticas y su carácter dinámico, que desde la disciplina se intenta explicar.
Desde la perspectiva de Berstein, una cultura política es un sistema de representaciones que se basa en cierta visión general del mundo, en una representación de la realidad. Para que una cultura política exista, es necesario que estén presentes ciertos elementos: además de una visión compartida del mundo y un modelo global de sociedad, debe haber una común lectura del pasado, un conjunto de valores y de principios filosóficos, mitos fundacionales y referencias históricas (acontecimientos, textos fundacionales y grandes personajes) y un discurso codificado en forma de vocabulario común con sus propios medios de expresión, en forma de símbolos, y rituales, expresión última y sintética de la cultura política. Estos componentes deben formar un todo coherente y tener larga permanencia en el tiempo (Berstein, 1999, 2003; Sirinelli, 1999; Cabrera, 2010).
La cultura política contribuye, pues, a la conformación de las conductas políticas. Por tanto, una vez interiorizada, se convierte en uno de los motores fundamentales del comportamiento político. Cabe destacar, asimismo, el dinamismo que las caracteriza. En su interior, los elementos que la componen dialogan entre sí y con otras culturas políticas, mutan y dan lugar a transformaciones.
Con estas premisas, es posible reconocer al nacionalismo de derecha argentino –cuyos orígenes se pueden rastrear en la década de 1920–, como una cultura política. Como tal, ha sufrido numerosas mutaciones, pero sigue vigente aún hoy, aunque no vive un momento de auge ni de gran visibilidad.
El nacionalismo agrupó a un conjunto de organizaciones políticas, intelectuales y publicaciones que compartieron una serie de rasgos. Entre estos, Lvovich (2006) destaca el sostenimiento de posturas ideológicas corporativistas, antiliberales y antiizquierdistas, la consideración de la nación como un bloque culturalmente monolítico, una visión decadentista de la política y la historia, con una llamada a la reconquista del país frente a sus enemigos internos y externos, además de un fuerte anclaje en el catolicismo integrista.
A ello se sumaron inflexiones populistas, que implicaron una por las condiciones materiales de los sectores populares, que se traducían en y se conjugaban con una vehemente retórica anticapitalista. También, Lvovich señala que, en la mayor parte de los casos, estuvo presente el antisemitismo, aunque en grados diferentes.
Dentro de esta amplia cultura política nacionalista convivieron o formaron parte –parcial o totalmente– numerosas culturas políticas, o subculturas políticas, que gravitan dentro del campo de las derechas. Aquella que se conformó en torno a Tacuara es una de ellas: como se verá, por un lado, reunió los rasgos considerados por Lvovich para enmarcarla dentro del espectro del nacionalismo de derecha. Por otro, contuvo todos los elementos que Berstein y Sirinelli consideran indispensables para definirla como “cultura política”. Todos ellos formaron parte, en distinta medida y con un marcado dinamismo en diferentes momentos, de la cultura política de Tacuara.
Primeramente, volviendo a la definición de Berstein citada más arriba, es oportuno señalar que los miembros de Tacuara compartían una visión del mundo y del pasado. Los unía una lectura que los ubicaba en las antípodas de las posiciones de izquierda, en el marco de la Guerra Fría. En términos discursivos, no obstante, se declaraban contrarios tanto a las posturas de izquierda como de derecha (siguiendo al español José Antonio Primo de Rivera) y consideraban que habían dado a luz a una visión superadora de ambas corrientes. Se colocaban, pues, como partidarios de una “Tercera Posición”[3] en términos ideológicos, no alineada con Estados Unidos ni con la Unión Soviética,[4] los dos grandes bloques en disputa.
Por otro lado, en línea con el revisionismo histórico, recuperaron como parte de su panteón a próceres argentinos como José de San Martín y Juan Manuel de Rosas, mientras que denostaron la figura de Domingo Faustino Sarmiento. También, sin embargo, personajes europeos ocuparon allí lugares privilegiados. El más destacado entre ellos fue José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange Española, cuya figura mítica ocupaba un lugar destacado un lugar destacado para Tacuara.
Asimismo, las referencias históricas nacionales e internacionales no faltaron: una de las más destacadas era la exaltación de la batalla de Vuelta de Obligado (1845), celebrada todos los 20 de noviembre. Otra, era la entronización como mártir de Darwin Passaponti, militante de la ALN asesinado durante las manifestaciones del 17 de octubre de 1945. Su tumba en el cementerio de Chacarita, ubicado en la ciudad de Buenos Aires, se convirtió en un lugar místico para el MNT, donde realizaban ceremonias y sellaban los juramentos para ingresar como militantes a la organización.
Por otro lado, cabe resaltar la existencia de un texto fundacional que contenía las bases del movimiento y de su accionar, el Programa Básico Revolucionario (PBR). Este documento fue confeccionado en 1958, en ocasión del primer congreso nacional del movimiento, celebrado en la localidad de Marcos Paz, provincia de Buenos Aires. Allí, delinearon su programa político e ideológico y definieron la organización interna de la agrupación. Posteriormente, el PBR fue publicado en uno de los boletines tacuaristas, Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, en 1961.
El último punto para resaltar en referencia a la definición de Berstein es la simbología y la ritualidad. Si bien no es este el lugar para ahondar en esta compleja temática,[5] es preciso señalar que, rápidamente, los militantes elaboraron un sistema de imágenes, símbolos y rituales propio. Todos ellos estuvieron dotados de una gran hibridez, tal como su aparato ideológico, que fundió numerosos elementos locales, provenientes del nacionalismo argentino y del revisionismo histórico con otros que fueron tomados de Europa, más específicamente de los fascismos europeos de entreguerras (Galván, 2008; Albornoz, 2023).
Todas las características aquí enumeradas estuvieron presentes en distinta medida durante la historia de Tacuara. No obstante, lejos de haber sido rasgos estáticos, tuvieron diferente peso y sufrieron diversas mutaciones a lo largo de la historia del movimiento, a la vez que entraron en contacto y, en algunos casos, incorporaron elementos de otras culturas políticas (por ejemplo, de los fascismos europeos, de los neofascismos, del peronismo y de tradiciones políticas de izquierda). Este carácter, en cierta medida maleable, y la notoria permeabilidad generaron conflictos internos y tensiones que, llevadas al extremo, provocaron rupturas que abrieron grietas dentro del movimiento. Cuando las fisuras fueron irreparables, se produjeron escisiones que dieron lugar a nuevas agrupaciones.
Asimismo, como mencioné, el MNT formó parte de la gran familia del nacionalismo de derecha. Los rasgos identificados por Lvovich están presentes en esta agrupación de la extrema derecha argentina.
En primer lugar, la noción del “enemigo” tenía un fuerte peso para la militancia del MNT. Desde el comienzo, sus adversarios fueron identificados y cuidadosamente delineados. En el contexto de la Guerra Fría y la supuesta amenaza que representaba el avance del comunismo en Occidente y más precisamente en el continente, la postura antiizquierdas fue uno de los ejes fundamentales de su accionar. Las disputas y enfrentamientos con grupos de izquierda en los ámbitos escolares y universitarios fueron moneda corriente, a la vez que se fogoneaban discursos furiosamente anticomunistas en sus publicaciones.
Otro enemigo acérrimo de la militancia tacuarista era el judaísmo. El antisemitismo como rasgo fundamental de su cultura política revistió una notoria virulencia. Los judíos, acusados de doble lealtad, eran considerados ajenos a su idea de nación y eran vistos como “inasimilables”. La comunidad judía en Argentina fue uno de los principales blancos de las acciones violentas perpetradas por los nacionalistas (Senkman, 1986; Lvovich, 2006; Galván, 2008; Gutman, 2012; López de la Torre, 2015; Padrón, 2017; Campos, 2022).
Además de provocar numerosas peleas callejeras, atacar a estudiantes en universidades y escuelas, y vandalizar edificios de instituciones y comercios judíos, los militantes de Tacuara protagonizaron hechos que revistieron una gravedad mucho mayor: en primer lugar, el ataque a Edgardo Manuel Trilnick, estudiante del Colegio Nacional Sarmiento que fue herido de bala durante un enfrentamiento en junio de 1960; en segundo lugar, el atentado contra Graciela Sirota, estudiante universitaria que fue secuestrada y torturada[6] en 1962; en tercer lugar, el asesinato de Raúl Alterman, joven judío que había militado en el Partido Comunista,[7] dos años más tarde.
El antisemitismo de Tacuara está ligado, por otra parte, al sostenimiento a ultranza del catolicismo integrista. La defensa de los valores del tradicionalismo de la Iglesia católica constituyó una de sus principales cruzadas: “Dios, patria y hogar” fue uno de sus eslóganes más representativos. Además, sus militantes mantenían estrechos lazos con sacerdotes de renombre de esta corriente, que en muchos casos se convirtieron para ellos en referentes tanto intelectuales como espirituales.
Por otra parte, la retórica anticapitalista, que se manifestaba como una preocupación por las condiciones materiales de las clases populares (o el “corazón plebeyo” del nacionalismo, en palabras de Lvovich), se fundió con los discursos antiimperialistas, siempre presentes en la prensa del movimiento. La cruzada contra Inglaterra y Estados Unidos fue un elemento nodal de la cultura política de Tacuara, que se conjugó armónicamente con los demás. Los ataques a las embajadas, consulados y símbolos de estos países fueron frecuentes en el repertorio de acción de Tacuara y se unieron a una insistente retórica de reclamo por la soberanía nacional.[8]
Por último, Cabe señalar que el modelo corporativista que Tacuara proponía para Argentina provenía del falangismo español y del fascismo italiano; a la vez que hacían gala de su ferviente antiliberalismo, los militantes de Tacuara sostenían que la democracia y el sistema de partidos eran anacrónicos y que debían ser reemplazados con urgencia por un régimen corporativista, inspirado en los mencionados movimientos europeos. De ese modo, la noción de “Estado nacionalsindicalista”, elaborada por José Antonio Primo de Rivera, cobró gran protagonismo y se constituyó en el horizonte de la militancia de los nacionalistas argentinos. Este se convirtió en el anhelado punto de llegada de la “revolución nacional” por la cual bregaban.
A continuación, me concentraré en este último rasgo, que destaca como uno de los pilares más sólidos de la cultura política tacuarista y que se mantuvo firme durante los años de auge del movimiento, para perder fuerza en sus últimos años, desde finales de los ‘60.
La democracia liberal y el Estado nacionalsindicalista
Las posturas antiliberales y antidemocráticas empezaron a ocupar espacios en Argentina en los albores del siglo XX. El ejemplo del ascenso, en 1922, del fascismo en Italia, régimen que se presentaba como alternativa, fue significativo para estimular las ideas que comenzaban a vislumbrar al socialismo y la democracia como peligros para la nación (Lvovich, 2006). Esta se convirtió en una característica medular de la cultura política del nacionalismo de derecha argentino, y estuvo presente en todas sus expresiones desde entonces, incluidas la ALN y la UNES, antecesoras de Tacuara.
Desde el MNT, el liberalismo era asociado, en términos instrumentales, al parlamentarismo, al sistema de partidos, a las elecciones y al voto universal, así como a la “oligarquía” que lo sustentaba. El liberalismo era asimilado a la demagogia democrática (Santiago Jiménez, 2016).
Para que Argentina pueda cumplir su misión histórica, debemos romper con las viejas estructuras económicas, sociales y políticas del liberalismo burgués. Esto solo podrá realizarse mediante un total proceso revolucionario, que devuelva a nuestra Nación su fe en sí misma y en su futuro.[9]
Así rezaba el PBR del MNT, redactado en los primeros años de existencia de la agrupación y publicado por primera vez en 1961. El liberalismo y las estructuras políticas vigentes, es decir, el sistema de partidos y la democracia, eran vistos como instituciones vetustas por sus militantes; sostenían que su misión era echar por tierra con ellas ya que, desde su perspectiva, habían sumido a Argentina en la decadencia. Había llegado una nueva época, que requería la instauración de un “orden nuevo”.
En los diferentes boletines del movimiento, eran frecuentes los discursos dedicados a denigrar a la democracia y al liberalismo. Usualmente, estas críticas se entretejían con la propuesta de un sistema alternativo basado en corporaciones, con la predicación de posturas anticapitalistas y con la generación y difusión de discursos anticomunistas, todos reconocidos como componentes de la cultura política tacuarista. Por ejemplo, el ataque a la democracia unido a la defenestración del capitalismo se puede observar en el siguiente fragmento:
Ya se oye el toque de degüello, y el Régimen convoca a sus cómplices y paniaguados para la “defensa de la democracia”. Tarea inútil, porque el país se ha dado cuenta de que la “democracia” no sirve sino para afirmar el estado colonial y porque el pueblo quiere sacudirse de las espaldas el peso monstruoso del capitalismo opresor.[10]
En este fragmento, no solo se alude a la supuesta inutilidad de la democracia liberal, sino que se la coloca en el mismo plano que el “capitalismo opresor”. Esta postura, que sugiere la toma de conciencia por parte del “pueblo” del peso que este “monstruo” (la democracia) estaba ejerciendo, fue puesta de manifiesto a principios de los ’60. La misma idea es recuperada a finales de la década:
La democracia es una dictadura. Sólo dos puntos (y no a su favor) la diferencian de las dictaduras clásicas: no está al servicio del bien común y es una DICTADURA HIPÓCRITA. La democracia liberal es la faz política del capitalismo económico… y la prensa “libre” de las democracias es por ello esclava, no del temor a la espada y al puñal, sino del interés del dinero y del capital.[11]
Varios años más tarde, en 1968, las críticas a la democracia liberal y al capitalismo se vuelven a conjugar. Se puede afirmar que la perduración de la impugnación de la democracia liberal es un elemento de continuidad al interior de esta cultura política.
En otra ocasión, los militantes del MNT formulan su preponderante anticomunismo –en línea con su posición de rechazo al liberalismo– de la siguiente manera:
Una cosa debe quedar clara: el comunismo en cualquiera de sus formas es el enemigo número uno. Si alguien cree que la lucha contra la corrupción del régimen hace lícita una alianza transitoria con el comunismo está equivocado... Las fuerzas nacionales deben batirse sin cuartel contra la iniquidad liberal y contra la perversa conjura del marxismo. Ambos están en las antípodas de la Nación y encarnan dos maneras distintas de esclavizarnos.[12]
Tanto el comunismo y el marxismo –descripto como una “perversa conjura”– como el liberalismo aparecen aquí en el mismo nivel, como enemigos de la nación. Yendo aún más lejos, son presentados como “esclavizantes”. Se trata, pues, de dos componentes de la cultura política tacuarista que dialogan de manera permanente y que se materializan como “enemigos” de la patria que Tacuara pretendía construir:
La democracia triunfará siempre, pero en forma de democracia jerárquica, no de democracia igualitaria, no de democracia del polvo, no de democracia del nivel común, no de democracia de la cantidad, no de la soberanía del vulgo sobre los que no son vulgo ni cantidad. La democracia jerárquica se funda no en una voluntad colectiva sino en la necesidad social, no tan sólo sentida por los más sino comprendida y remediada por los menos… entonces abajo existe la fórmula de la verdadera democracia, que no es el derecho de gobernar sino el derecho de ser bien gobernado y el de exigir que se gobierne bien.[13]
La idea de igualdad detrás de la democracia liberal es el blanco de las críticas en esta ocasión. La noción del “vulgo”, de la “cantidad”, en oposición a aquellos “que no son vulgo ni cantidad” ocupa aquí el centro de la escena. Se propone, en cambio, una “democracia jerárquica”, en manos de quienes estarían capacitados para tomar decisiones y dirigir, para “gobernar bien”. Sin embargo, esta referencia aparece solamente en una oportunidad en los boletines de Tacuara, no es una idea que haya sido desarrollada posteriormente. Como se demostrará, la formulación que predomina como reemplazo de la democracia liberal es la implantación de un régimen corporativista, de un Estado nacionalsindicalista según los términos del falangista José Antonio Primo de Rivera.
Una estrategia frecuentemente utilizada a modo de ataque a la democracia, al liberalismo y a las izquierdas fue su feminización. Campos (2019) observa que feminizar al régimen democrático liberal fue una práctica discursiva usada de manera sistemática, y presenta el siguiente ejemplo: “No nos importa –lo repetimos una vez más– la suerte de la democracia (esa señora gorda, mal vestida y que tiene acento extranjero). Nos importa la patria, nuestra patria, la que los políticos nos niegan”.[14]
La democracia, entonces, llevaba el “estigma” de ser representada como una mujer descripta con atributos opuestos a los criterios estéticos predominantes en la época. En otro lugar, también se personifica a la democracia liberal, –con el fin de impugnarla–, como una mujer “gorda”, que monta o domestica a la “patria”:[15]
Y nuestra pobre Patria, nacida para grandes destinos en frustración constante, corcovea sacarse de encima a esta gorda caduca, que con las riendas en la mano le está haciendo hacer piruetas de locura. Porque esto que estamos presenciando, que son los estertores de un régimen decadente, la democracia liberal, de instituciones, hombres, parlamentos y partidos de un régimen de supervivientes, tiene todas las características de un circo y un sainete.[16]
El artículo que contiene este fragmento está acompañado de una imagen de gran tamaño de la “Patria”, representada como una mujer vestida como guerrera y con actitud corajuda, que lleva una bandera argentina con una cruz de Malta (símbolo utilizado por el MNT). Una mano con el dedo índice estirado, un caballo parado sobre sus patas traseras y la palabra “DELANTE!” completan la composición de la imagen, de connotación evidentemente positiva, donde destaca la valentía. Como subraya Campos (2019), la democracia también tenía cara de mujer, pero no poseía ninguno de los rasgos apreciados por la militancia tacuarista.
Es oportuno señalar que, según la discursividad tacuarista, lo opuesto a la debilidad y la connotación negativa de la feminidad era la virilidad, encarnada por un varón “macho”: “hoy, como entonces, en lugar de tanto palabrerío democrático y tanta imbecilidad liberal, hace falta la mano fuerte de un hombre macho, de un caudillo criollo para conducir los destinos de esta nación que está dejando de serlo”.[17] La idea de la necesidad de un líder providencial, fuerte y viril que fuera capaz de guiar los destinos de la nación es recurrente en sus discursos.
Otra estrategia empleada es el uso de la metáfora de las enfermedades, vinculada a una perspectiva biologicista de la sociedad en la que lo patológico era una manera de encarnación del mal. Las metáforas biológicas fueron utilizadas con frecuencia con fines discursivos por parte de órganos de prensa nacional (Vitale, 2009), revistas nacionalistas, como Clarinada, Dinámica Social y Cabildo, por mencionar algunas, y regímenes autoritarios, como el de la última dictadura cívico-militar (Delich, 1983; Iazzetta, 2013). Tacuara también echó mano de este recurso retórico. En este caso, se hace referencia al cáncer para aludir al objeto a impugnar, la democracia liberal, y se lo contrapone a la necesaria cirugía que habría que llevar a cabo con el fin de “curar” a la “patria”.
La DEMOCRACIA NO SIRVE. Es un cáncer que nos está matando y que exige como única solución posible y necesaria la cirugía revolucionaria. Y resulta estúpido pensar que los radicales del pueblo puedan ofrecer a la Patria esta solución quirúrgica.[18]
Según esta exigua lógica argumentativa, la democracia, paragonada a un cáncer, exigía medidas urgentes, una “solución quirúrgica” que solamente los nacionalistas estaban en condiciones de instrumentar. De allí que la realización de la “cirugía revolucionaria” fuera su misión, como metáfora de la “revolución nacional” redentora que instauraría el orden y la justicia social en el país.
Por otra parte, dentro de los ataques al sistema democrático liberal, buena parte de las críticas se dirigían a denostar a los partidos políticos. En el N°9 de Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, en un artículo titulado “Nacionalsindicalismo”, luego de hablar de una “ficción parlamentaria”, se plantea la siguiente pregunta retórica: “¿PARA QUE SIRVE EL CONGRESO? ¿Alguna vez sirvió?”. Luego, se proclama: “¡SINDICATOS AL PODER! (…) Un Estado nuevo para una patria antigua, velado por las armas y bajo el signo de la Fe”.[19] En otro número del mismo boletín, se señala:
Desde el vamos –al descreer de la democracia– estamos en contra de los sistemas electorales. No creemos en la mitad más uno… Creemos que los partidos políticos son una invención de quienes no han encontrado forma más cómoda de ganarse la vida y algo más. Que si se suprimieran los partidos políticos de cuajo, seguiríamos viviendo y con mucha mayor tranquilidad. Que los sindicatos no tienen por qué ir a pedirle a un político que los defienda: porque el sindicato es lo auténtico y el político lo artificial: y que los sindicatos tendrían que participar como tales del gobierno.[20]
Los partidos políticos, desde su perspectiva, ya no servían y tenían que ser suprimidos. En otro momento, manifestaron que “mientras subsistan los partidos políticos y la concepción roussoniana [sic] de la “mitad más uno”, jamás el Estado podrá ser real intérprete y servidor de la Comunidad Nacional”.[21] Estas ideas se reiteran con gran frecuencia en la prensa de la agrupación.
En cambio, la representación debía pasar por los sindicatos, que eran descriptos como “lo auténtico” frente a la “artificialidad” de los partidos políticos. Los sindicatos constituían el primer elemento de la tríada que, de acuerdo con el modelo corporativista tomado del falangismo español y el fascismo italiano, constituiría un gobierno justo. Tal como afirmaban los militantes del MNT en uno de sus boletines, “El Sindicato es instrumento necesario de lucha… El Sindicato tiene un lugar preeminente en la lucha por la Revolución Nacional”.[22] Como tal, es el componente fundamental de este trinomio. El segundo elemento eran las familias, que también debían contar con su propia representación en el gobierno. El último componente eran los municipios.[23]
Para construir esta estructura, debía realizarse una “revolución nacional” que derribara el viejo edificio democrático-liberal. Según ellos, el MNT tenía la misión de llevarla a cabo,[24] y para ello debían formar a la juventud como “soldados de la revolución”:[25] “Hay que avivar el rescoldo, despertar las reservas dormidas de nuestro pueblo, formar con los mejores hombres de la juventud, del sindicalismo, del ejército, una auténtica aristocracia revolucionaria”.[26]
El uso de la violencia[27] no solo estaba justificado, sino que era necesario para alcanzar el objetivo último, la construcción de un “Nuevo Orden frente al viejo caos”.[28] Según afirmaban: “Pretendemos cambiar el desorden actual a que se ha llevado a nuestra Patria –desorden moral, espiritual y material– por un NUEVO ORDEN”.[29] Dicho orden es, como mencioné, un Estado nacionalsindicalista en términos falangistas, directamente contrapuesto a la democracia liberal:
Somos hombres de orden, tenemos un sentido integral de la jerarquía. Pero no de este “orden” ni de estas “jerarquías”. A este “orden” (burgués-demoliberal-capitalista), queremos conmoverlo hasta los cimientos, queremos destruirlo con pasión de dinamiteros, queremos instaurar revolucionariamente sobre sus ruinas el Nuevo Orden Nacional-Sindicalista que, liquidando las estructuras nativas y foráneas del coloniaje y la injusticia, encauce definitivamente a la Argentina en el cumplimiento de su misión traicionada.[30]
Se reitera aquí la necesidad de un reemplazo revolucionario de las estructuras políticas del país, que no dejara nada en pie; sobre sus ruinas, debía erigirse un sistema corporativo. Este tipo de proclamas son frecuentes en la prensa del MNT,[31] y constituyen una prueba de la centralidad que revestía este elemento en el marco de la cultura política de la agrupación. Un informe de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA) da cuenta de estas intenciones:
Se sostiene que interpretan una nueva concepción que como la democracia y el comunismo tienen proyecciones internacionales y un futuro común para los pueblos que sustentan los principios nacionalistas, lo que colocaría al movimiento “TACUARA” en una postura sui generis, dentro del ámbito nacionalista. El Movimiento Nacionalista Unificado “TACUARA”… sigue más bien una línea concordante con la “falanje [sic] española”, aceptando solo el resurgimiento argentino a través de una dictadura depuradora especialmente en el campo gremial donde sería de aplicación un Régimen Nacional Sindicalista.[32]
En 1960, año de consolidación del movimiento, los servicios de inteligencia de la provincia de Buenos Aires tenían conocimiento acerca de su orientación nacionalista y falangista. La entronización del líder de la Falange Española, José Antonio Primo de Rivera y el alineamiento con sus posturas y propuestas no eran un secreto sino que, por el contrario, eran expuestos orgullosamente. Las apropiaciones de elementos provenientes de esta corriente política nacionalista, corporativista y fuertemente anclada en el catolicismo fueron numerosas (Albornoz, 2023).
En ese marco, los militantes del MNT recuperaron y colocaron en el centro la noción de “hispanidad”. Esto se dio en consonancia con la importancia que el nacionalismo argentino había otorgado al concepto a partir de la Guerra Civil Española, momento desde el cual la hispanofilia pasó a unirse a un ataque sin precedentes a la democracia liberal (Finchelstein, 2010).
Desde Tacuara, se exaltó el lazo que unía a Argentina con España. Esto se tradujo en la reafirmación del concepto de “Hispanoamérica”[33] como bloque de países unidos con el país peninsular por una cultura común, un idioma y un destino compartido, en contraposición a la Argentina multicultural. El país tenía, desde su perspectiva, la misión providencial de guiar a este conjunto de naciones por la senda de la liberación de los imperialismos a través de la vía revolucionaria.[34]
Por otra parte, desde uno de sus boletines, plantean una dicotomía en términos de la “Revolución inminente”, que podía realizarse por dos caminos, opuestos e irreconciliables entre sí:
O la reacción marxista y bolchevique, con un signo clasista, internacional y judaizante, atea y materialista, o la Revolución Nacionalista, católica, jerárquica sindical, con los ejes puestos en la Patria y en Hispanoamérica. O la bandera roja, con la hoz y el martillo, o la azul y blanca bajo la cruz de Cristo. No hay más salida para la Patria que este camino revolucionario, bifurcado: o se hunde definitivamente en [la] transición lógica del sainete democrático a la barbarie bolchevique, o se reencuentra a sí misma y a sí misma se salva mediante el instrumento necesario de nuestra Revolución Nacional sindicalista.[35]
Se exponen, de esta manera, dos vías posibles: por una parte, un escenario apocalíptico en el cual la revolución se concretaría por izquierda, a manos del marxismo “internacional y judaizante” y, por otra, un escenario ideal, desde su punto de vista, el de la revolución en términos nacionalsindicalistas, que se habría concretado bajo la égida del catolicismo. La postura antidemocrática y antiliberal se funde de manera patente con la alarma ante el avance del marxismo en el continente y con el sólido componente anticomunista de la cultura política de Tacuara, expresado en términos alarmistas, de peligro inminente.[36] Sostenían que, para combatir al comunismo, era necesario abrir al país “el camino para encontrarse con su propia realidad”,[37] a través del “instrumento necesario de nuestra Revolución Nacional Sindicalista”.[38]
Dicha revolución constituía una “Empresa en la que todos estamos embarcados, y que no puede realizar una Nación dividida artificialmente por la democracia burguesa, o por la injusticia capitalista, liberal o bolchevique”.[39] De esta manera, las fervientes críticas a la democracia liberal y la propugnación de un Estado nacionalsindicalista en términos falangistas dialogaron con los demás componentes de la cultura política de Tacuara y se convirtieron en elementos nodales de esta en sus primeros años de existencia y en aquellos de auge (aproximadamente, entre 1957 y 1965). Como se ha evidenciado, se hicieron presentes permanentemente en los discursos de los militantes nacionalistas y ocuparon un lugar destacado en sus publicaciones.
No obstante, en la etapa tardía del movimiento, en la coyuntura de la “Revolución Argentina”, este elemento se fue licuando. En los últimos números de De pie, correspondientes a la etapa conclusiva de Tacuara, si bien perduran los ataques al liberalismo y a la democracia, ya no se encuentran referencias a la necesidad de construir un sistema corporativo basado en el modelo de los fascismos europeos. Inclusive, en los números 10 y 11 (los últimos publicados, correspondientes a 1970) se abre una instancia en la cual se comienza a repensar y reformular la noción de “revolución nacional”, que consideraban que debía modernizarse y adaptarse a los nuevos tiempos que el país estaba atravesando. En ese entonces, no había claridad acerca de cómo sería el sistema que reemplazaría al parlamentarismo y la democracia liberal. Un nuevo modelo estaba siendo pergeñado, pero no llegó a cristalizar, dado que la agrupación estaba transitando sus últimos momentos y la mayor parte de sus miembros comenzaban a optar por otras alternativas militantes –tanto en el campo de las derechas como de las izquierdas–, o por abandonar la militancia, como habían hecho ya muchos de los integrantes de los grupos porteños y bonaerenses.
Como planteé en otro lugar (Albornoz, 2022), en el boletín De pie, que fue testimonio de los últimos años de vida de Tacuara, se gesta un divorcio del nacionalismo de derecha argentino, por lo menos en términos discursivos. Esta novedosa circunstancia es clave para pensar el carácter dinámico de las culturas políticas y la posibilidad que tienen de mutar a lo largo del tiempo.
A modo de conclusión
El recorrido realizado en estas páginas deja en evidencia la existencia de una (sub)cultura política tacuarista. A su vez, esta estuvo enmarcada en una cultura política más amplia, aquella del nacionalismo de derecha argentino. Dentro de ellas, sus componentes estuvieron en constante diálogo y se retroalimentaron, aunque no estuvieron exentos de contradicciones y conflictos.
En los primeros años de la historia del MNT se sentaron las bases del movimiento, que quedaron plasmadas en su PBR. En ese documento, los militantes de Tacuara explicitaron sus posiciones antidemocráticas y antiliberales. También, plantearon la necesidad de derribar las estructuras existentes y de construir un sistema corporativo, un Estado nacionalsindicalista.
Este posicionamiento era reiterado constantemente en la prensa de la organización, y solía aparecer entrecruzado con otros elementos que constituían la cultura política de Tacuara: el anticomunismo, la admiración por los fascismos europeos de entreguerras, el anticapitalismo e, inclusive, el antisemitismo. Entre las estrategias utilizadas para construir sus argumentaciones he destacado recursos como la feminización de la democracia y el empleo de metáforas biologicistas, es decir, la presentación de la democracia como un cáncer que habría requerido una solución quirúrgica urgente, que solamente ellos habrían estado en condiciones de proveer. De allí surge otro concepto fundamental en este análisis, el de “revolución nacional”. Se trata de una revolución de “orden”, diametralmente opuesta a la marxista, es decir que confronta al sentido del término imperante en esos años.
El camino luego del proceso revolucionario implicaba construir un régimen corporativo, un Estado cuyo eje fueran los sindicatos. Ese era, según los miembros del MNT, la finalidad de su militancia en los años de auge del movimiento, previamente a la irrupción de los militares, en 1966 y el inicio de la “Revolución Argentina”. Desde finales de la década de 1960, la formulación del concepto de “revolución” tal como la habían concebido hasta entonces fue objeto de cuestionamiento y de reflexión, en consonancia con los nuevos tiempos y con la aparición de nuevas opciones militantes. La formulación de una “revolución” alternativa quedó trunca frente a la disolución del movimiento en los primeros años ’70.
Bibliografía
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Recibido: 05/05/2023
Evaluado: 12/05/2023
Versión Final: 02/06/2023
páginas / año 16 – n° 40/ ISSN 1851-992X /2024
[1] Este artículo ha sido debatido en el proyecto de investigación “Culturas políticas en escalas. La experiencia democrática entre lo nacional, subnacional y regional”, que se lleva adelante en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral. Las ideas expuestas son producto de mi investigación doctoral, realizada en las universidades de Padova, Ca’ Foscari Venezia y Verona, en cotutela con la Universidad Nacional de San Martín.
[2] Para más detalles acerca del boletín De pie, véase Carman, 2015.
[3] La Tercera Posición era también defendida por la ALN, alineada con el peronismo. Su propugnación por parte de Tacuara estaba en abierta coincidencia con estas posturas.
[4] Respecto de la Tercera Posición, a modo de ejemplo, en uno de sus boletines proclaman: “TACUARA alerta a la opinión pública argentina sobre la falsedad del dilema que se pretende erigir en dogma: o imperialismo yanki o imperialismo soviético. NI YANKIS, NI MARXISTAS: NACIONALISTAS!” (Ofensiva, N°11, noviembre 1962. Las mayúsculas son originales de la fuente).
[5] Véase Galván, 2008.
[6] En su momento, Sirota denunció que había reconocido a sus atacantes como militantes del MNT. No obstante, los culpables no han sido identificados (Gutman, 2012).
[7] El asesinato de Alterman se habría dado como represalia por los hechos acaecidos días antes en el Sindicato de Cerveceros de Rosario. Durante una asamblea que fue interrumpida por militantes de Tacuara, se produjo un tiroteo que concluyó con tres muertos, dos de los cuales eran militantes del MNT. Si bien hasta hoy no hay explicaciones certeras acerca de la elección de Alterman como víctima, no quedan dudas acerca del componente antisemita del ataque, en razón de la nota que enviaron los asesinos a los padres de la víctima: “nadie mata porque sí nomás; a su hijo lo han matado porque era un perro judío comunista… Si no están conformes, que se retiren todos los perros y los explotadores judíos a su Judea natal” (Senkman, 1986, p. 48).
[8] A este respecto, fue clave la coyuntura del secuestro del criminal nazi Adolf Eichmann en Argentina por un comando israelí, bajo las órdenes del Mossad. Los reclamos del mundo del nacionalismo, entre los cuales destacaron aquellos de Tacuara, resonaron con fuerza en todo el país. Las protestas ante la violación de la soberanía nacional por parte de Israel fueron reiteradas y revistieron un alto grado de violencia.
[9] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°10, septiembre 1961.
[10] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°8, s.f. Las negritas son originales de la fuente.
[11] De pie, N°5, mayo 1968. Las mayúsculas son originales de la fuente.
[12] Ofensiva, s/n, s.f.
[13] Ofensiva, N°9, agosto 1962.
[14] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°7, s.f.
[15] Desde Tacuara, la “patria”, a diferencia de la “nación” como término asociado a lo político, es concebida en términos sentimentales, ligada al arraigo colectivo y con contenido afectivo.
[16] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°8, s.f.
[17] Ofensiva, N°11, noviembre 1962.
[18] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, s/n, noviembre 1963. Las mayúsculas son originales de la fuente.
[19] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°9, octubre 1959. Las mayúsculas son originales de la fuente.
[20] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°7, s.f.
[21] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°10, septiembre 1961.
[22] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, s/n, noviembre 1963. Las cursivas son originales de la fuente.
[23] “Exigimos –y tenemos una vida por delante para llevar a cabo nuestras exigencias– que la vida argentina se organice en torno a sus tres pilares fundamentales: la familia, el municipio y el sindicato. Que se extirpe de la existencia nacional ese cáncer que se llama política, que sólo sirve para que los de afuera nos hagan pelear entre hermanos” (Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°7, s.f).
[24] “Sólo el Nacionalismo que tiene su ortodoxa expresión en TACUARA, y su expresión ya más que intuitiva en los grandes movimientos nacionales y en las organizaciones obreras, sienten la urgencia de la Revolución Nacional, sienten la urgencia de salir de esta encrucijada suicida a la que nos han llevado las anacrónicas recetas de genuflexos liberales y la artera planificación marxista…” (Ofensiva, N°11, noviembre 1962).
[25] “Hoy que muchos traicionan, que muchos quedan a la mitad de camino, la juventud levanta las banderas de la ortodoxia nacionalista, con absoluta integridad de principios y de conducta. Esa es su misión. Y esa es la misión de Tacuara. Ganar a la juventud. Formar en el estudio y en la acción los mejores soldados de nuestra revolución” (Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°8, s.f. Las negritas son originales de la fuente).
[26] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, s/n, noviembre 1963.
[27] En palabras de sus militantes, “la Patria libre solo se obtiene peleando” (Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista. N° 9). En otra ocasión, afirmaban que “no hay otro camino que el de la Revolución; que muy triste papel harán los hombres que cambien la rectitud de la espada por la cobardía y la farsa de las papeletas electorales” (De pie, N°5, mayo 1968).
[28] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°8, s.f.
[29] Ofensiva, N°11, noviembre 1962. Las mayúsculas son originales de la fuente.
[30] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°10, septiembre 1961.
[31] Por ejemplo, en otro boletín, los miembros de Tacuara proclamaban: “La realidad histórica argentina nos plantea un dilema de hierro: o estamos con la Revolución Sindicalista Nacional o nos alineamos junto a la ineficacia parlamentaria, los partidos políticos, el Estado de Derecho y las mil y una estafas del sistema liberal-capitalista…. La necesidad histórica de remover carcomidas e ineficaces estructuras aparece como urgencia cotidiana que reclama un remedio enérgico para el desbarajuste institucional que presenciamos” (Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°9, octubre 1959).
[32] Legajo 75. Carpeta 5, Mesa C, 1960. Archivo DIPPBA.
[33] Además de exaltar el lazo cultural con España, el término “Hispanoamérica” se oponía al espíritu de codicia de hegemonía de la “otra” América, la del Norte. La amenaza a la soberanía de los países del sur del continente fue determinante en esta elección conceptual (Altamirano, 2021).
[34] De este modo lo expresan en su PBR: “La Revolución asume la responsabilidad histórica de liberar a Hispanoamérica de la opresión imperialista. Una Hispanoamérica libre y unificada desde el Río Bravo hasta la Antártida es la única garantía de paz y progreso para los pueblos explotados del continente” (Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N° 10, septiembre 1961).
[35] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°8, s.f.
[36] En un boletín más tardío, del MNT santafesino, se plantea la misma idea: “Que la Revolución inevitablemente será nuestra o será marxista, y que a medida que el tiempo pase se irán afirmando las posibilidades del marxismo sobre la Revolución Nacional” (De pie, N°5, mayo 1968).
[37] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, N°10, septiembre 1961.
[38] Ídem.
[39] Tacuara. Vocero de la revolución nacionalista, s/n, noviembre 1963. Las mayúsculas son originales de la fuente.