Entorno macroeconómico y desempeño industrial: las tres fases de la industria textil argentina, 1920-1935

Entorno macroeconómico y desempeño industrial: las tres fases de la industria textil argentina, 1920-1935

Macroeconomic environment and industrial performance: the three phases of the Argentine textile industry, 1920-1935

Claudio Belini[1]

Universidad de Buenos Aires,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)

claudiobelini@conicet.gov.ar

https://orcid.org/0000-0002-2335-937X

Resumen

Este artículo se propone estudiar el desempeño de la industria textil durante la década de 1920 y la Gran Depresión. Esta rama industrial, cuyo desarrollo era sustancialmente menor a las industrias brasileña y mexicana, enfrentó un periodo de cambios y transformaciones en entornos macroeconómicos locales e internacionales inestables. Tomando distancia de las interpretaciones que sostienen que el crecimiento industrial tuvo un comportamiento positivo y homogéneo durante toda década de 1920, en este artículo estudiamos el comportamiento de la industria textil en contextos cambiantes marcados por las transformaciones del mercado mundial, el desempeño de la economía argentina, las políticas cambiarias y arancelarias, y las estrategias empresariales. A partir del relevamiento de fuentes oficiales nacionales y extranjeras, publicaciones del sector y revistas del mundo económico, sostenemos que la rama transitó tres etapas diferenciadas, en términos de comportamiento sectorial y respuestas empresariales a diferentes problemas. El trabajo muestra en lo que se refiere a la rama textil, que el periodo final de la economía agroexportadora no puede ser interpretado como una etapa de prosperidad industrial que anticipó el crecimiento posterior a la Gran Depresión.

Palabras clave: Textiles; Industria; Importaciones; Políticas Públicas; Empresas.

Abstract

This article aims to study the performance of the textile industry during the 1920s and the Great Depression. This industrial branch, whose development was substantially less than the Brazilian and Mexican industries, faced a period of changes and transformations in unstable local and international macroeconomic environments. Taking distance from the interpretations that maintain that industrial growth had a positive and homogeneous evolution throughout the 1920s, in this article we study the performance of the textile industry in changing contexts marked by the transformations of the world market, the performance of the Argentine economy, exchange and tariff policies, and business strategies. Based on a survey of national and foreign official sources, sector publications and economic magazines, we maintain that the branch went through three different stages, in terms of sectoral growth and business responses to different problems. The article shows, with regard to the textile branch, the final period of the agro-export economy cannot be interpreted as a stage of industrial prosperity that anticipated the growth after the Great Depression.

Keywords: Textile; Industry; Imports; Public Policies; Business.

Introducción

En noviembre de 1925, la Unión Industrial Argentina organizó el Segundo Congreso de la Industria Argentina. El evento, que contó con el auspicio del gobierno radical de Marcelo de Alvear, reunió a representantes de las principales entidades empresarias del país como la Sociedad Rural, las Bolsas de Comercio de Buenos y Rosario, la Confederación Argentina del Comercio, la Industria y la Producción, la Asociación Nacional de Bancos, sociedades empresarias del interior del país, las grandes empresas ferroviarias de capital extranjero, asociaciones civiles y casas de estudios vinculadas a los temas económicos y de la ingeniería industrial. A ellos se sumaba, representantes de los gobiernos provinciales y los ministros del Poder Ejecutivo Nacional. Realizado en el Teatro Colón de Buenos Aires, el congreso reunió unos 160 presentaciones que abarcaron los problemas que enfrentaban las ramas industriales y las propuestas para resolverlos, la mayoría de ellas centradas en nuevas políticas estatales.[2] 

El Congreso fue clausurado por Luis Colombo (un empresario  rosarino vinculado a la industria vitivinícola que a partir de 1926 presidiría a la UIA durante veinte años) quien puso de relieve el lugar principal que el sector manufacturero y la entidad empresaria tenía en la escena pública. Luego de diez años de transformaciones en el marco de un entorno macroeconómico inestable, de batallas ganadas y otras perdidas en la defensa de los intereses empresariales, el Segundo Congreso constituyó también un punto culminante de conformación de una agenda de demandas de las diversas industrias argentinas ante los desafíos abiertos por la "normalización económica" de la primera posguerra. Paradójicamente, el final del Congreso coincidió con el inicio de una nueva etapa para una parte importante del sector industrial que se caracterizaría por un menor crecimiento, cuando no estancamiento. La hipótesis que aquí presentamos es que en la segunda mitad de los años veinte, el entorno macroeconómico se tornó menos beneficioso para algunas de las principales industrias argentinas -las tradicionales y las más nuevas- al tiempo que se asistía al desembarco de nuevas empresas extranjeras, algunas de ellas se instalarían en nuevas ramas industriales (Villanueva, 1972; Jorge, 1973; Díaz Alejandro, 1975), pero otras acentuarían la competencia interna por mercados e insumos.

En este articulo propongo concentrarme en la rama textil, un sector que mostró un desarrollo tardío y más rudimentario en la Argentina con respecto a Brasil y México (Stern, 1959; Suzigan, 1986; Bulmer Thomas, 1995; Korol y Tandeter, 1999; Gómez Galvarriato, 1999; Lobato, 2010). Nos concentramos en el periodo comprendido entre el final de la Gran Guerra y los primeros años de la década de 1930, cuando se sintieron los efectos de la crisis internacional. Nos preguntamos sobre el desempeño sectorial en dos entornos macroeconómicos diferenciados: la década de 1920 marcada por la crisis ganadera y luego la recuperación del comercio exportador de granos, y a partir de 1929, el impacto de la Gran Depresión sobre la economía argentina. Si bien la década de 1920 es percibida en la bibliografía como un periodo de recuperación y progreso económico, conocemos poco sobre el comportamiento de las diferentes ramas industriales, en buena medida por la falta de estadísticas y censos sectoriales. En ese escenario complejo, ¿cómo evolucionó la industria textil? ¿cuáles eran los principales problemas del sector en el marco de una economía abierta? ¿cómo impactó la crisis de 1929 y en qué momento se aceleró la sustitución de importaciones? ¿cuáles fueron las expectativas de los empresarios industriales frente a las transformaciones económicas en esos años? El artículo pretende contribuir a una explicación más compleja del desempeño industrial en los años finales de la economía agroexportadora.

La industria textil a la salida de la Gran Guerra

Hacia la década de 1910, la rama textil mostraba un desarrollo embrionario. El Tercer Censo Nacional de 1914 mostró que la rama representaba sólo una décima parte de los capitales invertidos y una séptima parte del valor de la producción del sector manufacturero. La subrama lanera era la más desarrollada de las especialidades textiles, con 16 tejedurías con o sin hilandería, que tenían un capital de 7,4 millones de pesos, elaboraran artículos por 8,3 millones y empleaban 2.721 obreros y empleados. La participación de la hilandería y tejeduría de lana en el capital invertido y el valor de la producción de la industria textil alcanzaba a representar entre una cuarta parte y un tercio respectivamente.[3] Por su parte, la subrama algodonera se encontraba en una situación más precaria: la estadística industrial solo registró tres hilanderías algodoneras, todas ellas paralizadas en 1913, y cuyo capital representaban menos de un 3% de las inversiones en el sector. Las tejedurías de algodón eran unas pocas y su importancia económica, medida por el capital invertido, era menor a las de la subrama lanera.

Luego de unos fallidos intentos en la década de 1870, el crecimiento de la industria había comenzado lentamente en la última década del siglo XIX y alcanzado expansión a partir del 1900. En realidad, el crecimiento había sido lento y costoso. De modo que para 1914, la rama textil se caracterizaba por una marcada heterogeneidad y un grado de desarrollo incipiente (Belini, 2010a). En la historiografía argentina conviven dos interpretaciones contrapuestas sobre el desarrollo tardío de esta rama. Por un lado, aquellas que pusieron más el acento en las relaciones de dependencia con Gran Bretaña. Esta nación, cuyo papel en el crecimiento económico de la Argentina fue fundamental, producía y exportaba a la Argentina manufacturas textiles de lana y algodón, entre otros bienes. Por lo tanto, algunos autores sostienen que la especialización primario exportadora del país y su dependencia económica y financiera del imperio británico, impuso un límite al surgimiento de la industria textil (O'Connell, 1984; Schvarzer, 1993). Una corriente influida por la escuela neoclásica, argumentó que las particularidades del crecimiento industrial estuvieron más vinculadas a la dotación de recursos naturales del país y que la ausencia de algunas industrias no conformó un obstáculo para alcanzar un crecimiento óptimo (Díaz Alejandro, 1975; Petrecolla, 1968). Miradas más recientes sobre la cuestión industrial en general, han sostenido posiciones menos dicotómicas, considerando los cambios ocurridos en el entorno macroeconómico desde 1890, las necesidades fiscales y las presiones de los actores empresarios (Rocchi, 2006, Belini, 2017, Rayes 2021). En cualquier caso, comparado con las economías más grandes de la región, la industria textil tuvo un desarrollo modesto. En México y Brasil, el auge del sector comenzó en la segunda mitad del siglo XIX, alentada por la disponibilidad de materias primas, los cambios asociados a la formación de los mercados nacionales y un elevado proteccionismo.[4]

Si la rama apenas había comenzado sus primeros pasos hacia la segunda década del siglo XX, otras características de su desenvolvimiento también le daban su especificidad al caso argentino. Por ejemplo, la fuerte concentración geográfica de la industria. La implantación de la industria moderna se produjo exclusivamente en la ciudad de Buenos Aires y sus cercanías. En 1914, el 96% del capital invertido y del valor de la producción de la industria textil argentina se localizaba en la Capital Federal y en la Provincia de Buenos Aires, fundamentalmente en el barrio de Barracas y en la ciudad de Avellaneda, como se rebautizó a comienzos del siglo XX al barrio de Barracas al Sud.

El mercado argentino de textiles tenía también sus particularidades. Entre 1895 y 1914, la población casi se duplicó, ascendiendo de 3,9 millones a casi 8 millones en la fecha del tercer censo. La gran oleada de inmigrantes, provenientes de Europa pero también de otros orígenes, transformó completamente la sociedad argentina. La fuerte urbanización convirtió a Buenos Aires en la ciudad más grande del hemisferio sur con casi 2 millones de habitantes. El intenso crecimiento económico iniciado en 1903, permitió al país convertirse en uno de los principales productores y exportadores mundiales de carnes, cereales y lino del globo. Al mismo tiempo, el ingreso nacional creció a un ritmo elevado, aunque su distribución acentuó la desigualdad. En cualquier caso, el mercado argentino para los textiles quedó, en gran medida, concentrado a la ciudad de Buenos Aires. El mercado local de textiles compartía con otros latinoamericanos una importante segmentación entre clases y regional. Las elites solían adquirir confecciones importadas desde los grandes centros de la moda, como París o Nueva York, y si compraban vestimenta confeccionada localmente, era usual que los paños empleados fueran de alta calidad, los que se continuarían importando durante el siglo XX. Las clases medias y bajas, en cambio, comenzaron a consumir confecciones locales. La preferencia por textiles ordinarios y de bajo precio, y la importante protección arancelaria a las confecciones, inclinó la demanda por vestimenta fabricadas en talleres locales. La segmentación también era regional y reproducía la estructura radial del mercado argentino con centro en Buenos Aires. Cuanto más se alejaban de la Capital Federal, los mercados demandaban textiles ordinarios, de precios modestos y destinados al consumo masivo de la población. Esto era bien conocido por los importadores y los comerciantes que introducían productos europeos (británicos, franceses, belgas) para el mercado doméstico.

En otra parte analizamos los efectos de la Gran Guerra sobre el sector textil (Belini, 2010a). El mercado textil se vio muy perturbado por la caída vertical de las importaciones, lo que permitió elevar los precios internos. No obstante, el contexto bélico, con una caída significativa de los salarios reales y la escasez de insumos y equipos nuevos, no conformó un escenario de aliento sectorial. Hubo excepciones y nuevas oportunidades, como la exportación de lana lavada y de frazadas a los mercados limítrofes, pero se trató de una coyuntura que solo pudo ser aprovechada por no más de dos empresas ya instaladas como Campomar & Soulas y Luis Barolo & Cía., que lograron hacer buenos negocios.

Al finalizar el conflicto, la situación del sector apenas se había modificado. Un estudio del Departamento de Comercio de los Estados Unidos publicado en 1920, estimó que la mayor parte del tejido industrial textil estaba caracterizado por la presencia de pequeñas empresas y productores artesanales ("insignificantes"), y que sólo cuatro establecimientos podían considerase verdaderas "industrias" por la importancia de su actividad fabril y comercial. A esos cuatro establecimientos, se le habían sumado dos más durante la Guerra. Estos últimos poseían maquinaria moderna y una capacidad de producción que duplicaba la de las cuatro empresas existentes. Además, todo el sector empleaba mayoritariamente materias primas e insumos de importación, incluso las fábricas más antiguas.[5]

El informe comercial norteamericano es importante porque da cuenta de las condiciones de funcionamiento del sector textil a comienzos de la década de 1920. L. S. Garry señalaba que la industria textil podía tener un futuro promisorio, especialmente la subrama lanera, considerando el papel de la Argentina como productora y exportadora mundial de lanas. No obstante, un conjunto de factores limitaba la rentabilidad del negocio y por tanto las expectativas de inversión sectorial. De hecho, la Argentina se especializaba en la exportación de lanas e importaba una gran cantidad de textiles de lana y algodón. Esto, que parecía a primera vista antinatural, podía ser razonable considerando que la industria debía mejorar significativamente su dotación de equipos y maquinarias, la dirección empresaria e incrementar la productividad de la mano de obra.[6] Estos factores serían mencionados reiteradamente por los especialistas en la rama y los propagandistas de la industrialización.

Pero la industria tenía un problema fundamental que eran sus costos más elevados. La Argentina importaba maquinaria e insumos desde Gran Bretaña o Europa Continental. Los salarios eran más bajos que en Estados Unidos, pero el costo de la mano de obra era mayor debido a la baja productividad. Las fábricas argentinas empleaban más trabajadoras por telar que en Estados Unidos. Si bien el trabajo textil era repetitivo y no requería calificación, había una fuerte rotación de la mano de obra, fundamentalmente femenina, que dificultaba la actividad de las empresas. En algunas secciones donde se requería mano de obra capacitada y entrenada en la labor textil, los empresarios se enfrentaban con la escasez. A estos problemas se les habían sumado las perturbaciones ocasionadas por la Guerra. El alto costo del carbón había llevado a la industria a emplear quebracho como combustible, encareciendo los costos. En cambio, los salarios apenas habían crecido un 20% durante la década de 1910, debido a la gran desocupación existente. Claro que la elevación de costos en el marco de la Guerra habían importado poco debido a la escasez de productos importados.

Un empresario brasileño, país donde la industria había crecido bajo un proteccionismo radicalizado (Suzigan, 1986; Stern 1957), señaló que la Argentina no podría desarrollar su industria por los salarios más altos que se pagaban a los trabajadores, pero sobre todo por un mercado de trabajo que mostraba una fuerte agitación de huelgas y protestas.[7] 

El agente comercial norteamericano mencionaba además una barrera fundamental para la atracción de inversiones en la industria: la baja protección arancelaria. En efecto, la industria hilandera estaba expuesta a la competencia internacional. Los hilados de lana y algodón ingresaban al país con un derecho aduanero del 5%, lo que era insuficiente para atraer inversiones. Además, considerando la falta de actualización de los aforos esto significaba un derecho de solo el 2% para los hilados de lana y algodón, lo que sumado a los costos de seguro y transporte elevaban los derechos al 5% y 8% respectivamente. Concluía que eran derechos muy bajos considerando la escala de producción de las fábricas argentinas y la organización de la producción local que implicaban una menor eficiencia en el empleo de la mano de obra y de las maquinarias.[8] Algo mejor era la situación de las tejedurías, con aranceles nominales del orden del 25%. La falta de protección a la industria hilandera conformaba un caso excepcional en América Latina e imponía límites precisos al desarrollo sectorial.

Todo ello configuraba un escenario de expectativas pesimistas para la inversión sectorial. Tradicionalmente la industria no había logrado competir con los productos importados. Durante la Guerra, algunos empresarios habían sacado provecho de la coyuntura imponiendo precios más altos, pero según Garry no podía esperarse en estas condiciones mayor adelanto en la industria considerando que había otras ramas más atractivas para los inversionistas. Sólo un incremento de derechos que los elevara hasta el 40-50% podía darle ímpetu al negocio. [9]  Advertía muy bien que el gobierno de Hipólito Yrigoyen era refractario a incrementar la protección arancelaria dado su deseo de abaratar el costo de vida de la clase trabajadora  (Horowitz, 2008; Gerchunoff, 2016; Rayes, 2021).

En suma, el punto de partida del sector en los años veinte mostraba un desarrollo embrionario de la industria textil, especialmente la algodonera. Además, las expectativas empresariales parecían confluir en cierto pesimismo sobre el futuro de la rama en un contexto de "normalización económica", como el que se esperaba que se abriera a partir de 1919. No obstante, en la primera posguerra, la industria transitaría tres momentos bien diferenciados por la evolución del entorno macroeconómico. Un primer momento, entre 1920 y 1925, marcado por un crecimiento del sector textil en sus dos ramas principales y un avance en la sustitución de importaciones; una segunda etapa, entre 1925 y 1929, caracterizada por un estancamiento de las subramas algodonera y lanera; y una tercera fase, a partir de 1929, en el que en el marco de la Gran Depresión, la industria iniciaría lo que sería una década de crecimiento ininterrumpido.

Tres fases de comportamiento sectorial entre 1920-1935

La fase 1920-1925:

Durante el primer lustro de la década de 1920, la industria textil experimentó un importante progreso. La reactivación del comercio exterior de granos, la reanudación de la inmigración y de saldos migratorios positivos, la recuperación de los salarios reales luego de la caída experimentada entre 1913 y 1917, y la disponibilidad de fibra de algodón, fueron los factores que convergieron para el progreso sectorial. Las políticas estatales desempeñaron un papel indirecto, que no estaba relacionado con el fomento del sector industrial sino con las perturbaciones internacionales: la inflación de posguerra y la depreciación del peso. En efecto, por un lado, la inflación de posguerra, redujo el efecto proteccionista de la tarifa de avalúos. Dado que los aforos (es decir, los precios oficiales sobre los que se calculaban los impuestos) no fueron modificados, el incremento de los precios internacionales hizo declinar la protección sectorial (Solberg, 1973; Gerchunoff, 2016; Rayes, 2021). El rubro textil y sus manufacturas, que constituía el principal renglón del comercio exterior argentino, experimentó más crudamente ese proceso. La diferencia entre los precios de mercado de las importaciones y los valores de tarifa, calculados por las autoridades aduaneras, alcanzó un 186% en 1919 para el conjunto de las importaciones y un 244% para el rubro de textiles.[10] 

Los gobiernos radicales buscaron resolver este problema mediante la sanción de dos leyes, 11.024/20 y 11.284/24, que elevaron los aforos en un 60% con respecto al nivel de 1906.[11] Sin embargo, la medida no implicó un cambio significativo en la estructura de la tarifa aduanera que siguió alentando la importación de insumos como hilados y protegiendo la industria local de confecciones.

Por otro lado, los años de la inmediata posguerra, se caracterizaron por una fuerte inestabilidad de las monedas de los principales países industrializados. El problema de los cambios afectó el comercio internacional, favoreciendo a algunas economías en detrimento de otras que se esforzaron por el retorno a la paridad previa a la Gran Guerra. La moneda nacional, cuya cotización flotaba desde 1913, se depreció en esos años. Para algunos historiadores, el efecto de esta depreciación ayudó a compensar la declinación de la protección aduanera (Jorge,1973). Como se observa en el Cuadro 1, hubo un notable incremento de las importaciones de hilados y tejidos de lana y algodón, las que sin embargo, recién superaron el nivel de 1913 una década más tarde.

Cuadro 1: Valor de las Importaciones totales y de textiles, 1915-1935.

Años

Total Importaciones

En miles de u$ss

Textiles y sus manufacturas

En miles de u$ss

Participación de los textiles en valor de importaciones totales

1915

294.000

67.267

22,9

1916

365.000

110.230

30,2

1917

386.000

99.202

25,7

1918

499.000

163.472

32,8

1919

584.000

160.600

27,5

1920

677.000

173.989

25,7

1921

615.000

138.375

22,5

1922

540.000

119.340

22,1

1923

678.000

167.466

24,7

1924

759.000

195.822

25,8

1925

810.000

163.620

20,2

1926

760.000

157.301

20,7

1927

825.000

164.670

20,0

1928

809.000

194.970

24,1

1929

820.000

148.994

18,2

1930

615.000

132.840

21,6

1931

340.000

66.640

19,6

1932

224.000

59.908

26,7

1933

378.000

106.974

28,3

1934

329.000

88.468

26,9

1935

340.000

83.742

24,6

Fuente: Carmen Llorens de Azar, Argentina. Evolución económica, 1915-1976, Buenos Aires, Banco de Boston, 1977.

Uno de los temas en debate fue precisamente la cuestión arancelaria. En 1923, con motivo de la discusión de la reforma arancelaria propiciada por el ministro de Hacienda Rafael Herrera Vegas, los empresarios textiles desplegaron diferentes estrategias para conseguir un mayor nivel de protección que favoreciera la producción local de hilados y tejidos. Aunque es bien conocido el fracaso de la reforma y más ampliamente del programa de Herrera Vegas para alentar nuevas industrias, el episodio revela múltiples aristas entre los intereses empresariales en pugna, no sólo entre industriales e importadores, dos actores que como sabemos no siempre eran opuestos, sino también entre los subsectores de las ramas textiles.

En junio de 1923, Herrera Vegas invitó a las entidades empresarias a participar en la revisión del arancel aduanero y proponer medidas de fomento industrial, en línea con el mensaje que el presidente Alvear había realizado al Congreso (González Bollo, 2014: 147-155). La primera comisión fue presidida por Alejandro Bunge, en representación del ministro, y los delegados de las entidades empresarias: Carlos Scott (Bolsa de Comercio de Buenos Aires), Alfredo Vasena (UIA), Miguel Ángel Cárcano (Sociedad Rural), Damián Torino (Confederación Argentina de la Industria, el Comercio y la Producción), J. E. Hunter (Centro de Importadores), Martín Feit (Liga de Defensa Comercial) y Pantaleón Sánchez (Centro de Despachantes de Aduana).[12] Las comisiones se reunieron asiduamente entre los meses de julio y agosto. Poco después, el reemplazo de Herrera Vegas por Víctor Molina, significó la paralización del programa, la renuncia de Bunge y la suspensión definitiva de las comisiones en octubre de 1923.[13]

A pesar de su fracaso, interesa aquí destacar la intervención de los diferentes sectores del ramo textil porque revela la compleja articulación de los intereses sectoriales, (que estaba lejos de ser una excepción en el sector manufacturero). Los representantes textiles elevaron a la Comisión diferentes documentos. Los tres o cuatro sectores en que se diferenciaban los empresarios no lograron, salvo en la subrama lanera, presentar una postura común en torno a la cuestión aduanera. Los propietarios de las tejedurías se opusieron a las propuestas de las hilanderías, y los representantes de las tejedurías de punto, rechazaron las pretensiones de estos actores por elevar los aranceles manifestando que podían elevar los costos de producción y reducir el consumo del mercado doméstico.

La Sección de Hilanderías de Algodón de la UIA propuso que los aforos fueran determinados por el valor CIF (Costo, Seguro y Flete) de las importaciones y que se elevara el derecho para hilados del 5% al 10% hasta el 20% entre 1923 y 1926. Por su parte, la Sección Tejedurías de Algodón sostuvo que los precios reales de las mercaderías eran hasta tres veces superiores a los aforos sobre los que se calculaban los derechos. Por lo tanto, era imprescindible, incrementar los derechos. En el caso de los hilados, la existencia de solo cinco hilanderías que producían un volumen reducido de hilados de títulos gruesos, impedía pensar que podía reservase el mercado para la producción nacional. Los fabricantes de tejidos sugerían que sólo se aumentara el arancel al 7,5% durante los primeros tres años y se llegara hasta un 10%. De otro modo, argumentaban que la protección convertiría a las hilanderías en los únicos abastecedores de hilados para sus talleres y fábricas.[14]

La oposición más dura al incremento de aranceles fue presentada por los propietarios de las tejedurías de punto, que empleaban como insumos telas e hilados de algodón, lana y otras fibras. La presentación de este sector señalaba que la industria cubría la demanda nacional y que en buena medida ese progreso se debía a los bajos derechos para la introducción de hilados de lana y algodón "que fue establecido para fomentar el desarrollo de nuestra industria tejedora".[15] En el documento elevado a la Comisión señalaban que esta industria contaba con 120 talleres y fábricas, que empleaban 9.000 hombres y mujeres. Cualquier incremento de los aranceles de hilados debía ser progresivo: "Creemos que el resultado de la situación que podría crear un aumento sensible sobre los derechos, daría una supremacía exagerada a los hilanderos poseedores de telares que levantarían los precios de sus artículos a voluntad, encareciendo la vida a sus conveniencias".[16] 

Mientras la rama algodonera no lograba presentar una postura consensuada, los industriales laneros, agrupados en una sola Sección Gremial de la UIA, presentaron un informe común. Se trataba de un sector integrado por un número reducido de empresas que integraban las fases del hilado, tejido y producción de artículos de punto.[17] Por lo tanto, no se producían en este sector los enfrentamientos entre productores de hilados, telas y tejidos de punto.[18] Los empresarios laneros señalaron que el país solo consumía el 10% de las lanas producidas y que si bien no había mercado para productos de lana, podía y debía alentarse la exportación de textiles a Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Reclamaban para ello, la elevación de los derechos al 50% ad valorem para todos los artículos.[19]

La propuesta de reforma arancelaria culminó a fines de 1923, cuando se produjo el relevo de Herrera Vegas por Molina y hubo un cambio en la orientación de las políticas comerciales. En agosto, la Comisión había elevado una minuta al Ministerio de Hacienda, en la que se recomendaba alentar las industrias que procesaran materias primas nacionales, reduciendo las importaciones para equilibrar la balanza de pagos. Con este fin, debía aplicarse una reforma aduanera, con la creación de mil quinientos nuevos aforos, la actualización de los  vigentes y la fijación de una escala de derechos diferenciales para materias primas e insumos como el hierro con un derecho del 5%; artículos que soportaran una protección "moderada" del 25%; y un arancel del 80% para aquellos bienes cuya importación era inconveniente "desde el punto de vista de la producción o del balance económico".[20]

Mientras la política económica estaba en debate, el sector textil enfrentó un periodo de cambios. Las evidencias cualitativas nos muestran que en los años de la posguerra, la industria logró progresos en la sustitución de importaciones. Un estudio de la Cámara de Comercio Argentino Norteamericana daba cuenta de los avances en la consolidación de un número de fábricas y la producción de importantes renglones. La más adelantada de las subramas era la lanera, donde se observaba la mejora de la calidad año tras año. Especialmente en el segmento de los tejidos de mediana calidad, en el que la industria local abastecía la mayor parte de la demanda local. Se señalaba que las empresas estaban bien gerenciadas, habían tenido una etapa de prosperidad excepcional y tenían por delante un futuro "espléndido". La subrama había avanzado incluso en la producción de casimires, un renglón en el que los consumidores preferían el producto británico.[21]

En el caso del algodón la producción local estaba limitada a ropa de cama, ropa interior y calcetería, rubros donde se habían alcanzado grandes beneficios durante una década y se habían establecido nuevas fábricas. Finalmente, la industria de tejidos de punto, había progresado especialmente por los altos precios de esos artículos durante la Guerra. La subrama algodonera había logrado abastecer la demanda interna a precios razonables. El crecimiento de la década previa hacía suponer que la industria tendrían reservas de capital para poder invertir en maquinarias y mejorar sus productos en la nueva etapa.

Si bien para la rama lanera no tenemos datos sobre la evolución sectorial, en cambio para la fabricación de hilados de algodón contamos con las estadísticas retrospectivas de la Juan Nacional del Algodón, que permiten ver el progreso del sector a partir de 1920. En primer lugar, resalta la ausencia de una industria hilandera previa a la década de 1920. Ni el entorno económico ni los problemas vinculados a la provisión de materias primas habían podido ser superados por los empresarios. La exposición a la competencia importadora anuló el interés en la implantación de esa industria. Sólo el incremento de la producción argentina de algodón, el último ciclo de una materia prima impulsada por el mercado externo, generaría las condiciones mínimas para las primeras inversiones (Petrecolla, 1968). Recién para 1924 podía hablarse de una primera manifestación del sector. Entonces, existían 4 hilanderías con menos de 10.000 husos promedio (Cuadro 2). Se trataban de pequeñas fábricas considerando el tamaño medio a escala internacional que duplicaba ese número de husos (Farnie y Yonekawa,1997: 28).

Cuadro 2: Hilanderías de algodón, husos instalados y producción, 1913-1935

Años

Número de Hilanderías

Husos

Producción en

toneladas

Título

Medio

Rendimiento por

Huso en kg.

1913

1

7.040

-

-

-

1914

1

7.040

-

-

-

1915

1

7.040

389

11,0

55

1916

1

7.040

354

11,0

50

1917

1

7.040

388

11,0

55

1918

2

10.300

399

11,0

39

1919

2

10.300

457

10,5

44

1920

3

14.100

645

10,3

46

1921

3

14.100

938

10,2

67

1922

4

18.300

1.291

10,2

71

1923

4

26.500

1.292

10,3

49

1924

5

34.600

2.156

10,7

62

1925

5

40.600

2.264

10,2

56

1926

5

43.000

3.282

10,7

76

1927

5

43.000

3.488

11,2

81

1928

5

43.000

4.111

11,0

96

1929

5

50.000

4.052

11,8

81

1930

5

52.000

4.068

12,3

78

1931

6

60.000

5.023

12,9

83

1932

6

80.000

6.959

12,9

86

1933

7

100.000

8.177

12,5

81

1934

10

140.000

11.542

13,2

82

1935

18

215.050

15.897

14,4

74

Fuente: Elaboración propia sobre la base de Ministerio de Comercio e Industria, La Industrialización de la fibra de algodón en la República Argentina, Buenos Aires, 1957.

En un estudio realizado por Enrique Schlech sobre el sector, se afirmaba que en 1923 existían unas seis fábricas que hilaban algodón entre las que destacaba, en orden de importancia, Barolo & Cía., Campomar & Soulas, Ángel Braceras, Cotonificio dell'Aqua, Baibiene & Antonini y Castagneto Hermanos.[22] La diferencia de estos datos con los ofrecidos por la Junta se debe probablemente a que la información era previa a 1923, y se trataba de firmas que utilizaban marginalmente algodón y que se especializaban en la producción de hilados y tejidos de lana (Barolo & Cía., Campomar & Soulas) o bien de tejidos de punto (Braceras, Dell'Acqua, Baibiene & Antonini). Como hemos mostrado en otro trabajo (Belini, 2010b), otras las firmas lideraron el crecimiento del textil algodonero. Además de Barolo & Cía., la Compañía General de Fósforos y  Manufactura Algodonera Argentina de Fernando Peres, inauguraron sus fábricas de hilados en Bernal y Buenos Aires en 1921, y la Fábrica Argentina de Alpargatas hizo lo propio en 1923. Todas ellas encabezaron la inversión en el sector instalando hilanderías modernas especializadas en el algodón. El entorno macroeconómico explica, además, que estas inversiones las realizaran empresas que buscaban sustituir insumos -hilados de algodón y sus productos- que habían sido escasos durante la Guerra. Con la excepción de la Compañía General de Fósforos, que fue la única firma en vender hilados al mercado local en la segunda mitad de la década, las otras empresas lo producían para su propia utilización en la fabricación de calzado de yute (Alpargatas y Manufactura Algodonera) o bien para la producción de telas de lana y algodón (Barolo & Cía.).  En definitiva, se trataba de un crecimiento embrionario, en un sector como el de la producción de algodón que era impulsada predominantemente por la demanda externa.

Con todo, una mirada centrada en la evolución de las empresas, permite mostrar algunos avances. Empleando la base de grandes empresas argentinas construida por Lanciotti y Lluch, se observa que si en 1913 sólo Alpargatas integraba el grupo de las 200 firmas más grandes por el capital social (en el puesto 151), para 1923 cinco empresas más se habían sumado: la Compañía General de Fósforos, Campomar & Soulas, R. y N Del Sel, Masllorens y Dell'Aqcua, aunque la primera era una empresa que solo parcialmente tenía inversiones en el sector. La escasa presencia de firmas textiles, casi todas de capital nacional, daba cuenta del lento progreso (Lluch y Lanciotti, 2022:69). Para 1930, esas mismas empresas continuaban siendo las únicas que integraban la cúpula empresarial.[23]

La fase 1925-1929:

A mediados de la década de 1920, la industria textil inició una etapa de estancamiento. Desde 1922, los precios internacionales del algodón comenzaron a declinar, con oscilaciones. El comercio mundial de textiles continuó creciendo, liderado por la gran expansión del Japón y un menor crecimiento de Gran Bretaña, los dos grandes productores y exportadores mundiales de textiles de algodón (Farnie y Jeremy, 2004; Beckert, 2014). En lo referido a factores locales, la valorización del peso frente a la libra y el dólar, redujo la ventaja anterior del sector frente a la competencia externa. Y si bien en 1924 se había producido el incremento de los aforos, la evolución de las importaciones mostró un cambio apreciable. Ese año se importaron artículos textiles por 195 millones de dólares, lo que representaba el mayor registro alcanzado hasta entonces, que solo sería superado al final de la década de 1920.

Esta situación puso en alerta a los empresarios. En el Segundo Congreso de la Industria Argentina de 1925, los empresarios textiles manifestaron sus reclamos. En un trabajo presentado por el ingeniero Francisco Prati, gerente general de la Compañía General de Fósforos, éste sostuvo que no había interés de los inversores en el sector -citaba para ello la visita de empresas norteamericanas y europeas con proyectos malogrados- debido a la nula protección tanto en hilados como en la industria tejedora "algo más protegida". Afirmó que la ausencia de protección se veía acentuada por el problema de las desvalorizaciones monetarias y el dumping de los nuevos competidores internacionales. La presentación reclamaba mayor protección lo que además permitiría valorizar nuevas regiones del país.[24] Los empresarios textiles también propiciaron la formación de Junta Permanente de Aforos para evitar el  atraso de los aforos frente a los precios de mercado.[25] Por su parte, la ingeniera Elisa Bachofen presentó un proyecto general de fomento algodonero, con la creación de laboratorios, campos experimentales, un cuerpo de estadística general y un conjunto de normas que regularan la venta y compra de la fibra. En este caso, la Subcomisión no aprobó la creación de un Consejo General tan amplio como el que proponía Bachofen por considerarlo de compleja implementación.[26]

Desde el llano, el ingeniero Alejandro Bunge se dedicó a propalar las quejas de los empresarios textiles. Su Revista de Economía Argentina y él mismo en una serie de notas publicadas en el diario La Nación bajo el seudónimo de Vieytes, retomó las demandas empresariales a favor de protección. En el caso del algodón señaló que la diversificación de la producción databa de comienzos de la década.[27] Los derechos aduaneros eran muy bajos incluso comparados con Brasil y México. En diciembre de 1924, Bunge puso como ejemplo de política industrial, la política arancelaria brasileña sobre la industria algodonera donde el sector gozaba de derechos de importación del orden del 100%.[28] Efectivamente, se trataba de una rama muy desarrollada en Brasil, pero muy pronto comenzaría a atravesar una caída de la producción (un 18% entre 1925 y 1929), debido a los altos costos de producción, el atraso tecnológico del sector y el lento incremento de la demanda interna (Versiani, 1988). En la subrama lanera, Bunge advirtió que el sector estaba siendo sometido a una crisis si bien todavía competía frente a los productos importados a precios de dumping.[29]

En el Primer Congreso Algodonero Argentino, cuya comisión organizadora reunió los intereses de los empresarios con los grupos financieros y exportadores como Tornquist,  Bemberg, Bunge & Born y Louis Dreyfus & Cía., el empresario textil Fernando Peres volvió a reclamar la intervención  estatal para mejorar la calidad de la fibra. Frente a la caída de precios sostuvo que era imprescindible proteger a la industria local. Confiaba en que los empresarios podrían triplicar la producción y duplicar la demanda de algodón (entonces la industria consumía el 25% del algodón): "Queremos algo parecido a lo que se ha hecho con las provincias de Mendoza y Tucumán". Agregó que el sector necesitaba una protección temporal de diez años para poder mejorar la competitividad y formar el personal.[30]

El estancamiento de la rama algodonera y la competencia externa llevaron a los industriales a presionar al gobierno. En octubre de 1929, una delegación de empresarios, entre quienes estaban Prati, Peres y Manuel Fontecha Morales (del Grupo Bemberg), lograron entrevistarse con el presidente Yrigoyen. Prati presentó el problema sectorial frente al líder radical, afirmando que la industria se había desarrollado en el pasado "porque su gobierno le acordó una pequeña protección, representada en la tarifa aduanera, pero que el gobierno del Dr. Alvear, habiendo modificado esa tarifa en forma que favorecía la industria extranjera, la nacional estaba soportando los consiguientes perjuicios". Yrigoyen respondió que tenía buena voluntad frente al reclamo pero que era contrario a las restricciones aduaneras inmoderadas, ya que eran peligrosas y sus efectos contrarios al "desarrollo progresivo".[31]

El estancamiento del sector algodonero fue acompañado de cambios en el comercio importador. Las importaciones de textiles y manufacturas continuaron representando un porcentaje muy significativo en torno al 22% entre 1925 y 1929. Pero lo que se modificó fue el origen de las compras. Los textiles provenientes del Reino Unido tendieron a disminuir frente a los Estados Unidos, que retuvo su participación en el mercado lograda durante la Gran Guerra, y el incremento de las compras en Italia y Bélgica (cuadro 3). Este cambio respondía a la pérdida de competitividad de la industria británica, acentuada a su vez por la revaluación de la libra esterlina.

Cuadro 3:  Origen de las importaciones de hilados y telas de algodón, 1923-1934.

En porcentajes sobre el valor

País

1923

1924

1925

1926

1927

1928

1929

1930

1931

1932

1933

1934

R.U.

44,9

38,7

36,2

40,6

32,7

30,3

29,9

31,4

31,9

35,4

39,0

47,6

Italia

23,4

28,9

27,7

23,1

25,1

27,9

30,4

31,5

31,8

34,0

30,6

22,3

EEUU

14,3

13,4

18,8

17,8

22,4

18,5

16,8

13,9

14,4

13,1

6,8

1,2

Bélgica

5,6

7,3

6,1

7,0

7,4

10,0

8,6

6,0

6,1

4,8

4,8

7,9

Japón

1,2

2,7

2,4

3,3

3,3

3,5

3,2

4,2

3,5

5,3

9,6

13,0

Otros

16,2

16,3

14,9

15,2

16,5

19,8

19,7

19,0

18,4

12,2

14,0

15,9

Fuente: Elaboración propia en base a Revista de Economía Argentina, n°243, septiembre de 1938: 254.

¿Los límites alcanzados por la industria hilandera de algodón reflejaron la situación del conjunto del sector industrial? La respuesta requiere matices. Según pudimos analizar en otra parte, la subrama lanera padeció un momento de retracción (Belini, 2010a). En cambio, otras actividades textiles iniciaron una etapa de auge; la producción de tejidos de rayón, sobre la base de hilados importados, creció de manera sostenida gracias a los cambios en la demanda del mercado y la protección ofrecida por la práctica aduanera que despachaba esos artículos bajo la partida de tejidos de seda.

Los datos de la Crónica Mensual del Departamento Nacional de Trabajo muestran un proceso distinto, tal vez producto de esas trayectorias divergentes o de los problemas de cobertura de la estadística. Debe recordarse que se trataba de un registro incompleto y limitado a las fábricas relevados en la ciudad de Buenos Aires. Por lo tanto, no podía registrar las fábricas que desde fines del siglo XIX se habían establecido en los partidos del sur ni en el oeste del Gran Buenos Aires. El sector mostraba en sus fábricas -es decir sin el relevamiento de los talleres domiciliaros- un llamativo incremento del empleo en los años finales de la década, entre 1927 y 1930 (Cuadro 4). Si los datos son confiables, ni el auge económico de los años 1927-1929 ni la crisis posterior afectaron negativamente el empleo en el sector. Poco después, el Departamento de Comercio norteamericano señalaría que el complejo textil-confección era la principal industria de la ciudad de Buenos Aires.

Cuadro 4: Personal obrero de la Capital Federal, 1921-1930

Industria manufacturera, textil y confección. Establecimientos seleccionados.

Años

Total

Textil

Confección

 Censo de 1914

149.289

9.260

33.739

1921

92.125

7.749

17.942

1922

S/d

S/d

S/d

1923

78.525

5.763

13.984

1924

77.845

6.755

13.623

1925

Sin datos

Sin datos

Sin datos

1926

61.428

8.317

13.204

1927

76.336

11.973

14.426

1928

80.905

10.260

13.449

1929

89.167

12.405

16.982

1930

80.168

13.759

11.190

Fuente: Elaboración propia en base a Departamento Nacional de Trabajo, Crónica Mensual, 1920-1930. Las cifras de 1914 corresponden al Censo Nacional.

La fase 1929-1935:

La Gran Depresión, sus repercusiones sobre la economía argentina y las medidas que tomaron los gobiernos de Yrigoyen, José Félix Uriburu y Agustín Justo, marcaron una nueva fase. A diferencia de la crisis de 1913-1917, el impacto de la crisis de 1929 fue positivo. En efecto, la devaluación monetaria, el incremento de los aranceles a las importaciones y el cambio de los precios relativos alentaron la sustitución de importaciones tanto en la rama lanera como la algodonera. Entre 1930 y 1934, la depreciación monetaria alcanzó un 46% en términos reales. Además, en 1931, el gobierno militar instauró un arancel adicional del 10% para todas las importaciones, elevó al 30% los aranceles para la introducción de tejidos y hasta un 10% el que se aplicaba a los hilados (cuadro 5).[32] Todo ello configuró un entorno más positivo para la industria textil. En cambio, el establecimiento del control de cambios no estuvo guiado por propósitos de fomento sectorial (Garibotti, 2021).

Cuadro 5: Derechos ad valorem establecidos para diversos artículos textiles y confecciones.1926-1935

Artículos

1926*

1929

1932

1935

Algodón

Hilados

5%

5%

5% y 32%

12 y 32%

Tejidos de algodón crudo

24%

22%

22%

27%

Tejidos de algodón estampado

22%

22%

22%

32%

Tejidos de punto

22%

22%

32%

32%

Medias

47%

47%

57%

57%

Lana

Hilados

5%

5%

12 y 32%

12 y 32%

Telas de lana

32%

32%

37%

37%

Tejidos de punto

32%

32%

37%

37%

Mantas y ponchos

40%

47%

57%

57%

Fuente: elaboración propia en base a Anuario de Comercio Exterior Argentino, varios años.* Calculados sobre derechos específicos.

No resulta sorprendente entonces que en ese escenario de deflación y recesión, los industriales locales se sintieran optimistas para colocar su producción. Un segundo estudio norteamericano sobre el mercado argentino, redactado por el comisionado Thomas Ballagh en 1932, sostuvo que el cambio de los precios relativos y el temor a la inestabilidad del tipo de cambio estaba conduciendo a los empresarios de las tejedurías a fortalecer la demanda de telas e hilados producidos localmente. Predominaba la preferencia por cerrar acuerdos de abastecimiento antes que exponerse a las oscilaciones monetarias. En el rubro más importante de importación, el algodón, había seis hilanderías con solo 54.000 husos, que estaban instalando unos 13 mil adicionales y proyectando otros 15 mil.[33] Las tejedurías poseían entre  2500 y 3000 telares. En la rama lanera, la situación era mucho más sólida ya que la industria tenía instalados unos 80 mil husos y entre 2000 y 3000 telares. Ballagh sostenía que desde 1926, la industria había crecido poco.[34] De todas formas, ya se abastecía una buena parte de la demanda local: frazadas, ponchos, trajes de lana. En el caso de las tejedurías de punto y las fábricas de medias, las de más antiguo desarrollo en el país y que totalizaban unos 150 talleres y fábricas, cubrían el grueso de la demanda local.

Luis Colombo también asignó a la crisis y al problema del tipo de cambio, el progreso del sector. En una nota publicada en la revista gremial, sostuvo que el capital invertido en las diversas subramas alcanza a los 180 millones de pesos. Más importante que el monto del capital era la distribución que daba cuenta de las especificidades del desarrollo sectorial y su grado de avance: La subrama lanera continuaba siendo la más importante con unos 60 millones, seguida de cerca por la rama algodonera, con 40; las tejedurías de punto acumulaban inversiones por 50 millones y otros treinta millones estaban invertidos en la fabricación de textiles de rayón, seda y otras fibras.[35]

Cuadro 6: Empleo en el sector textil entre 1930 y 1933 según la UIA

Número de empleados

Salarios en miles de m$n

1930

1933

1930

1933

Tejedurías de rayón

2.300

8.900

3.650

14.240

Hilanderías y tejedurías de lana

7.150

11.000

7.550

11.800

Hilanderías y tejedurías de algodón

5.580

9.770

5.650

9.850

Tejidos de punto

14.000

17.000

14.000

17.000

Total

29.030

46.670

30.850

52.890

Fuente: George White, Manufacturing Developments in Argentina, United States Department of Commerce, Washington,1934: 14

Según la UIA, el impacto de la crisis sobre el empleo había sido positivo. Un informe redactado por George White para el Departamento de Comercio de Estados Unidos tomaba los datos de la entidad empresaria sobre el incremento de la ocupación. Entre 1930 y 1933, el aumento del empleo había sido del 60%, liderado por las tejedurías de rayón (Cuadro 6) De nuevo estos datos deben ser tomados con cautela, pero daban cuenta de que el cambio de los precios relativos había alentado la producción local.[36]

¿Los problemas del sector continuaban siendo los mismos que en 1914? La industria fabricaba a costos más elevados, aunque Ballagh sostenía que ello se debía a que las materias primas y los equipos eran importados y abonaban impuestos, lo que parecía confluir con la opinión empresaria sobre "el proteccionismo al revés" que perjudicaba a la industria local. El comisionado norteamericano sostenía que la mano de obra seguía siendo relativamente cara y menos eficiente, aunque mencionaba que se estaban produciendo avances en el adiestramiento de los trabajadores. En cualquier caso, los altos costos locales absorbían gran parte del margen de protección, e incluso en muchos casos impedían competir con importaciones.[37] 

Más interesante resulta la descripción del equipo de capital instalado en las fábricas argentinas porque revela también las particularidades del sector, en una industria que supo ser la primera en globalizarse. El grueso de las maquinarias instaladas en Argentina era de origen europeo, husos británicos, telares franceses, alemanes o británicos. No había una gran presencia de equipos norteamericanos: ningún telar era de Estados Unidos y solo algunas máquinas de cardado eran de ese origen.[38] Por cierto, esa información revela que las empresas de equipos europeas podían realizar buenos negocios en el mercado argentino. Las fábricas de maquinarias inglesas habían tomado la delantera, lo que diluye al menos parcialmente la hipótesis de la oposición británica al desarrollo de la industria local. Aunque el informe no lo mencionaba, un problema adicional del sector, común en el desenvolvimiento de la industria en América Latina, era la preferencia de los empresarios por instalar equipos usados. Por supuesto, resultaban más baratos en un contexto en donde había dificultades de conseguir capital para inversión, pero la instalación de maquinarias usadas conspiraba contra la mejora de la productividad y de la calidad de los textiles.[39] 

Un análisis de la evolución del sector en el marco de los años finales de la década de 1920 y comienzos de los años treinta, muestra la expansión de la producción local y la sustitución de importaciones. Aunque los datos deben ser tomados con cautela, debido a que fueron preparados por la Comisión de Propaganda y Estudios Económicos de la UIA, permiten una mirada más global del mercado y del cambio de signo entre la producción interna y la importación. Entre finales de la década de 1920 y comienzos de los años treinta, el consumo declinó un 14%, pero la producción local aumentó un 160%. Como se observa en el Cuadro 7, la composición de la demanda no se modificó sustancialmente: el 80% de los textiles consumidos por el mercado argentino eran de algodón, un 13% de lana y el resto de otras fibras, entre las que se ubicaban los textiles de rayón.

Cuadro 7: Producción, importación y consumo de textiles, 1927-1942. En toneladas

Años

Producción

Importación

Consumo

Total

Porcentaje de importación

Consumo per cápita en kilos

Hilados

Tejidos

1927-30

5.681

17.355

49.948

72.984

92,2

6,6

1931-34

14.855

14.749

34.285

63.889

76,7

5,4

1935-38

34.860

13.250

38.964

87.064

59,9

6,9

1939-42

60.039

8.459

22.944

91.442

34,2

6,8

Fuente: UIA, "La Industria Textil y el consumo nacional", Buenos Aires, 30/11/43.

La crisis de 1929-1932 además de alentar un nuevo escenario tuvo otro efecto no menor sobre el sector empresario. En julio de 1932, las ocho secciones industriales textiles que integraban la UIA, lograron conformar la Confederación Argentina de Industrias Textiles (CAIT), que sería la entidad representativa del sector por décadas. La unión de las entidades se había logrado luego de arduas negociaciones entre las partes -recordemos la oposición parcial de intereses expuesta en la comisión aduanera de 1923- en las que el empresario y dirigente Salvador Córdova desempeñó un papel protagónico. La primera comisión de la CAIT quedó integrada por destacados dirigentes empresarios: Miguel Campomar como presidente; Ernesto Herbín como vicepresidente; Juan Salvador Córdova como secretario. Si la presidencia y vice fueron lideradas por los empresarios laneros y de tejidos de punto más importantes, las vocalías fueron ocupadas por las más grandes empresas: Alpargatas, la Compañía General Fabril Financiera (como se denominó un desprendimiento de la Compañía General de Fósforos), Grandes Fábricas Argentinas (Grafa) del Grupo Bunge & Born, Manufactura Algodonera, Lamuraglia Hermanos, Gratry, Luis Valle y Cía., Sedalana S.A. Los dirigentes textiles dejaron explícito que la CAIT se organizaba para velar por los intereses comunes y "dar solución a las oposiciones existentes entre hilanderos y tejedores".[40]

Poco después de su conformación, la CAIT debió enfrentar una nueva coyuntura de inestabilidad en las condiciones de funcionamiento del sector. En efecto, la firma del Tratado Roca-Runciman, en mayo de 1933, por medio del cual el gobierno de Justo negoció el mantenimiento del mercado británico para las carnes argentinas, a cambio de concesiones financieras y comerciales, enfrentó a los empresarios textiles al temor de una reversión del clima de protección generado por la crisis de 1929. La protección arancelaria no disminuyó y si bien el Reino Unido recobró parte del mercado argentino, lo hizo a expensas de otras naciones  (cuadros 3 y 5). Para 1935, momento en la economía y el sector manufacturero se encontraban en una nueva etapa de expansión, la rama textil y sus manufacturas (es decir, incluyendo la confección) ocupaba el segundo lugar en el valor de la producción industrial (15,6%) y ocupaba unos 82 mil obreros y empleados (el 15,7% del personal total).[41]

Consideraciones finales

En este trabajo presentamos un caso de desarrollo sectorial considerando el periodo 1920-1935. Tradicionalmente se piensa que la década de 1920 inauguró una etapa de crecimiento en la rama textil que se aceleraría a partir de los efectos de la Gran Depresión. En este trabajo mostramos que, en lo que  la rama textil se refiere, el periodo considerado estuvo signado por tres momentos o etapas bien diferenciadas. Una primera etapa, a comienzos de los años veinte, cuando la industria avanzó en su crecimiento a partir de la creación de nuevas empresas y la consolidación de otras. Este periodo parece haber sido especialmente dinámico para la industria algodonera. En la historiografía, suele pensarse que la expansión del cultivo algodonero impulsó este sector. Debe recordarse que la expansión algodonera fue alentada por la demanda externa y que los intereses de los exportadores no confluían armónicamente con los de los industriales hilanderos. El nivel de desarrollo de la industria da cuenta, por la importancia de esta rama en la difusión de la industrialización de los países centrales a la periferia, de algunas particularidades del desarrollo argentino. Si la industria de la confección y las tejedurías de punto reconocían un origen en la última década del siglo XIX, el avance en la producción de hilados y tejidos de lana y algodón fue un proceso complejo y tardío. En el marco de una economía abierta, con un nivel de baja protección, el sector no parecía estar en condiciones de  avanzar rápidamente en la sustitución de importaciones. Los problemas de la baja expectativa de rentabilidad, la existencia de mejores alternativas de inversión y sobre todo los altos costos locales (especialmente el de la mano de obra), limitaban las posibilidades.

Un segundo momento, a mediados de los años veinte, caracterizado por la recuperación de la gran expansión exportadora de granos y la tendencia a la valorización de la moneda, crearon un entorno de mayores dificultades para la rama. Si bien había una demanda sostenida y cambiante de textiles, los datos cualitativos dan cuenta de que los problemas sectoriales se acentuaron. Las importaciones alcanzaron un nivel record, hubo cambios en el origen de las mismas, y los industriales hilanderos locales no pudieron avanzar en la expansión de sus fábricas ni en la sustitución de importaciones.

El cambio se produjo con la Gran Depresión. La modificación de los precios relativos, provocada por la devaluación monetaria y el incremento de los aranceles, creó las condiciones para la sustitución de importaciones. El valor de las importaciones declinó entre 1929 y 1932 más de un 50%. A diferencia del periodo de la Gran Guerra, esta vez los efectos negativos de la crisis fueron aprovechados más ampliamente por las subramas textiles para expandir su producción y reemplazar importaciones. En parte porque ya existía un tejido industrial algo desarrollado y porque la crisis no impidió los planes de expansión, particularmente en la subrama algodonera. El contexto favoreció también una mayor armonía patronal entre los subsectores: los talleres y fábricas de confección, las tejedurías y las hilanderías de lana y algodón. Si los datos agregados confeccionados por la UIA son fiables, entre 1927-31 y 1931-34, la producción aumento un 160%, mientras que el empleo, entre 1930 y 1933, se habría incrementado un 60%. Pero todavía hacia 1933, la principal subrama por el capital invertido, continuaba siendo la lanera, la de más antiguo desarrollo.

El caso de la rama textil advierte sobre la necesidad de profundizar nuestro conocimiento sobre la evolución heterogénea de las diversas ramas industriales durante la década de 1920. En este sentido, nuevos estudios sectoriales brindarían una imagen más matizada y problematizada de los cambios en el sector industrial entre la economía abierta y el modelo sustitutivo de importaciones.

Bibliografía

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Badoza, S. y Belini, C. (2009). “La Compañía General de Fósforos, 1889-1929: expansión y límites de una gran empresa en una economía agro exportadora”, Desarrollo Económico, Vol. 49, n°143, abril-junio: 91-121.

Beckert, S. (2014). Empire of Cotton. A Global History, New York, Vintage Books.

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Recibido: 19/09/2023

Evaluado: 15/11/2023

Versión Final: 29/12/2023

páginas / año 16 – n° 41/ ISSN 1851-992X /2024                       


[1] Esta investigación se realizó en el marco del proyecto “Las crisis económicas y el desempeño de la industria en la Argentina, 1890-1982”, PIP 67283, CONICET, Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Agradezco los comentarios realizados por los evaluadores.

[2] Unión Industrial Argentina, Segundo Congreso de la Industria Argentina. Memoria General, Buenos Aires, Talleres Gráficos de Caracciolo y Plantié, 1925. 

[3] Cálculos propios en base a Tercer Censo Nacional levantado el 1 de junio de 1914, Buenos Aires, Talleres Gráficos de Rosso, 1917, Vol. 7. Excluimos las tejedurías de punto, bastante desarrolladas desde 1890, y la producción artesanal del centro y norte del país.

[4] Un estudio global del comercio e industria algodonera muestra la difusión del sector textil en el siglo XIX en México y Brasil en buena medida como resultado del fuerte proteccionismo industrial. Beckert (2014): 397-401.

[5] L.S. Garry, Textile Markets of Argentina, Uruguay and Paraguay, United States Department of Commerce, Washington, 1920: 23-24.

[6] Ídem: 18.

[7] Isaltino Costa,  A Industria Têxtil Brasileira e os Mercados Sul-Americanos, São Pablo, 1920: 70.

[8] Garry: 25-26.

[9] Ídem: 29-30.

[10] Anuario de Comercio Exterior Argentino, Buenos Aires,1920: XXIV.

[11]También modificaron varias partidas, reemplazando los derechos específicos en derechos ad valorem. Rayes (2021:141). En el rubro textil, se introdujeron cambios en telas de algodón, lonas y lonetas, medias y pañuelos, entre otros rubros. Véase Anuario de Comercio Exterior Argentino,1928-1929.  

[12] Comisiones Asesoras del Ministerio de Hacienda de la Nación, Informe de la Comisión de Régimen Aduanero, Buenos Aires, Imprenta Mercatali, 1924.

[13] Sobre el papel de Bunge, véase González Bollo (2012: 75-85).

[14] Comisiones Asesoras del Ministerio de Hacienda de la Nación: 73 y 85.

[15] Ídem: 330.

[16] Ídem:  336. El fabricante más importante por inversiones y mano de obra empleada era Antonio Gerli que poseía cuatro plantas en Lanús, Remedios de Escalada y Banfield.

[17] Las empresas firmantes eran La Emilia de J. Córdova, Campomar & Soulas, Masllorens Hermanos, Barolo & Cía., Ángel Braceras S.A, Ugolino y Juan Giardino, Bozalla Hermanos. José Barlaco e Hijos, Zóccola, Regulez y Cía., Ozino Caligaris y Cía., Calderón Caneparo y Cía., Ezra Teubal y Hermanos. Todas empresas fundadas entre fines del siglo XIX y la primera década del siglo XX.

[18] Por supuesto, debe recordarse que no todas las empresas estaban afiliadas a la UIA.

[19] Ídem: 261-269.

[20] Revista de Economía Argentina, n°62, agosto de 1923: 153-155.

[21] Comments on Argentine Trade, April, 1923: 41

[22] Emilio Schelch, La industria algodonera en la Argentina. Consideraciones sobre su estado actual y su desarrollo futuro, Buenos Aires, Ferrari Hermanos, 1923: 55-56 y 43-45.

[23] Datos obtenidos de la Base de Datos de Grandes Empresas en Argentina– PICT 2015/3273. Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. www. https://argentinaempresas.com

[24] Segundo Congreso de la Industria Argentina, Memoria General, Buenos Aires, 1925: 99

[25] Ídem: 103.

[26] Ídem: 233. El proyecto anticipaba la Junta Nacional del Algodón que se crearía en 1935.

[27] Revista de Economía Argentina, n°87, septiembre de 1925: 199-207. Sobre la revista y su intervención en los debates, Bacolla (2023).

[28] Revista de Economía Argentina, n° 78, diciembre de 1924: 389-396. Estas propuestas iban de la mano de la creación de un Ministerio de Industria y la sanción de una Ley de Fomento Industrial, ambas compartidas y promocionadas por la UIA, la REA y otros grupos industrialistas.

[29] Revista de Economía Argentina, n° 101, noviembre de 1926: 399.

[30] Gaceta Algodonera, 30 de abril de 1926: 14.

[31] Gaceta Algodonera, 31 de octubre de 1929: 1.

[32] Revista de la Unión Industrial Argentina, nº 747, marzo de 1931: 45-47.

[33] Thomas Ballagh, Textile Market of Argentina, United States Department of Commerce, Washington, 1932: 36-37.

[34] Ídem: 96.

[35] Luis Colombo, "La Industria Textil", Revista Textil, n° Extraordinario, 1934: 17.

[36] George White, Manufacturing Developments in Argentina, United States Department of Commerce, Washington, 1934.

[37] Ballagh: 38.

[38] Ídem: 39.

[39] Albert Scott, The Cotton Textile Industry, Latin American Economic Institute, New York, 1942: 5.

[40] Revista Textil, n° Extraordinario, 1934: 36.

[41] Cálculos propios basados en Censo Industrial de 1935, Buenos Aires, 1938. Si excluimos confecciones, la participación de la rama textil sobre el valor de la producción era del 9,3% y sobre el empleo el 10%.