Las emociones políticas: abordajes y potencialidades de un campo emergente
Las emociones políticas: abordajes y potencialidades de un campo emergente
Political emotions: approaches and potentials of an emerging field
Mónica Bartolucci
Centro de Estudios Históricos,
Facultad de Humanidades,
Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina)
monicainesbartolucci@gmail.com
Sandra Gayol
Universidad Nacional de General Sarmiento,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
https://orcid.org/0000-0003-3624-2119
Resumen
El artículo propone el estudio de las emociones como una herramienta más de comprensión de la política contemporánea (siglo XX). Dialoga con trabajos que abordan estas cuestiones, retoma conceptos “clásicos” en los estudios históricos de las emociones y apela a nuestra experiencia de investigación. En el primer apartado se incursiona brevemente en el “giro emocional” y su impacto discreto en los estudios sobre la historia política. Argumentamos que esta marginalidad historiográfica reposa en la persistencia del paradigma de la racionalidad del espacio público que impregnó los estudios sobre los partidos, los actores y las instituciones y, también, por la tendencia todavía potente de despojar a la política occidental asociada con la tradición liberal y republicana de sus propias pasiones. En el segundo apartado proponemos algunas aproximaciones metodológicas que permitirían abordar las complejas dinámicas emocionales en la política y la sociedad de masas. Argumentamos que los tópicos que podrían explorarse para profundizar nuestra comprensión de la política y que esbozamos en el primer apartado pueden enfocarse de manera plural. No consideramos un solo camino conceptual y epistemológico para abordar estos complejos y dinámicos vínculos, sino senderos confluyentes y a veces en tensión.
Palabras clave: Emociones; política contemporánea; conceptos, abordajes.
Abstract
The article proposes the study of emotions as an additional tool for understanding contemporary politics In the 20th century. It engages with existing literature on these issues, revisits "classical" concepts in the historical study of emotions, and draws upon our research experience. The first section briefly explores the "emotional turn" and its subtle impact on political history studies. We argue that this historiographical marginality is rooted in the enduring paradigm of rationality in the public sphere, which has permeated studies of parties, actors, and institutions, as well as in the still potent tendency to strip Western politics, associated with the liberal and republican tradition, of its own passions. In the second section, we propose several methodological approaches to address the complex emotional dynamics in mass politics and society. We contend that the topics outlined in the first section, which could be explored to deepen our understanding of politics, can be approached in a pluralistic manner. Rather than adhering to a single conceptual and epistemological path, we advocate for converging and sometimes tension-filled approaches to address these complex and dynamic relationships.
Keywords: Emotions; Contemporary Politics; Concepts; Approaches.
Introducción
“Las emociones, los deseos y los afectos están en el centro de la vida política” escribió Spinoza en el mismo siglo en que Hobbes colocaba al miedo como la más política de las pasiones. El carácter central de las dinámicas emocionales en el campo político se encuentra fácilmente también en las sociedades de masas del siglo XX y en 2020, por ejemplo, multitudinarias movilizaciones sacudieron el globo a pesar de las medidas sanitarias, en ocasiones también en contra de ellas, y mostraban cómo la cólera y el sufrimiento estimulaban reivindicaciones socialmente preexistentes o propiciaban la emergencia de otras nuevas. Los medios de comunicación y las redes sociales insisten en asociar la irrupción de nuevos liderazgos políticos en América Latina o el fortalecimiento de la extrema derecha en Europa o Estados Unidos con estilos emocionales específicos y con el estímulo de algunas emociones puntuales. A pesar de esta pregnancia y de que las emociones estén en el corazón de la polarización política contemporánea, sabemos poco sobre los vínculos posibles entre emociones y política. Apenas hemos avanzado en la exploración de la dimensión emocional de la política[1] a pesar de que el “giro afectivo” desembarcó en la disciplina histórica hace más de treinta años (Burke, 2005; Plamper, 2010; Frevert, 2011; Moscoso, 2015; Moscoso ,2024; Bjerg, 2019; Stearns 2020, Garrido Otoya, 2020, Barrera y Sierra 2020; Jara 2020). Todo sucede como si los cambios en el yo, en la subjetividad, no tuvieran relación con el cambio social y político; y como si las emociones pudieran permanecer al margen de la confrontación y de la conciencia de los ciudadanos de ser “seres políticos” (Frevert, 2022). Hoy ya es evidente que la masificación de los procesos de confrontación política, la efervescencia de las movilizaciones sociales que motorizan y pueden traducirse en normativas, instituciones y agencias activan un conjunto de emociones como pueden ser la rabia, el dolor, la compasión por el otro, el odio al enemigo, el amor a la patria o el asco hacia el extranjero. [2]
En las páginas que siguen nos interesa proponer las potencialidades que la perspectiva de la historia de las emociones puede aportar a una mejor comprensión de la política contemporánea e incorporar a las emociones como una herramienta más de comprensión del pasado. Para ello dialogamos con algunos trabajos que abordan estas cuestiones, retomamos conceptos “clásicos” en los estudios históricos de las emociones y apelamos a nuestra experiencia de investigación en la historia de América Latina y de la Argentina del siglo XX en particular. En el primer apartado incursionamos brevemente en el “giro emocional” y su impacto discreto en los estudios sobre la historia política. Argumentamos que esta marginalidad historiográfica reposa en la persistencia del paradigma de la racionalidad del espacio público que, precisamente, la vitalidad actual de la extrema derecha en Europa y Estados Unidos pone en tensión y, también, por la tendencia todavía potente en despojar a la política occidental asociada con la tradición liberal y republicana de sus propias pasiones. En el segundo apartado proponemos algunas aproximaciones metodológicas que permitirían abordar las complejas dinámicas emocionales en la política y la sociedad de masas y, también, las articulaciones entre las expresiones del “yo”, del “nosotros” y del “ellos”. Argumentamos que los tópicos que podrían explorarse para profundizar nuestra comprensión de la política y que esbozamos en el primer apartado pueden enfocarse de manera plural. No consideramos un solo camino conceptual y epistemológico para abordar estos complejos y dinámicos vínculos, sino senderos confluyentes y a veces en tensión.
Emociones y política: un interés emergente
Como es sabido fue recién a fines del siglo XX y comienzos del XXI que las y los historiadores se interesaron por el “giro emocional”, aquel que la sociología o la antropología hacía tiempo venían explorando (Bericat Alastuey, 2000; Hochschild, 1975, 1983). El interés por conocer las emociones en el pasado y sus modos de articulación con los grupos y las instituciones disparó numerosos trabajos esenciales para comprender mejor la vida afectiva de nuestros ancestros, establecer comparaciones con las emociones privilegiadas en el presente e historiar los cambios y persistencias en las normas, expresiones y experiencias emocionales[3]. En este marco de expansión de los estudios históricos aprendimos que ciertas palabras dejaron de remitir a emociones, o cayeron en desuso o modificaron sus sentidos en el decurso del tiempo. También conocemos qué emociones eran legítimas y estimuladas en las interacciones familiares, de pareja o de sociabilidad. Al rastrear la historia del amor o de la ira, por ejemplo, entendemos mejor nuestra relación y valoración cambiante y contradictoria con estas emociones, la importancia del género, la clase y la raza en su caracterización, así como sus vínculos con la violencia, los celos y una constelación más amplia de emociones, a través de varios trabajos precursores (Briggs, 1971; Mayer, 2002; Rosenwein, 2020).
Si hoy los afectos son mucho más explorados en campos que le eran esquivos hace no mucho tiempo como el de la salud, la educación, el trabajo o el consumo, por ejemplo, siguen siendo discretos los estudios que desde la historia se adentraron en explorar las potencialidades, los límites, los desafíos teóricos y metodológicos de las relaciones entre emociones y política. El hito político del nuevo siglo que impulsó la ponderación historiográfica de las emociones como fueron los atentados a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York no repercutió con el mismo vigor en los estudios sobre la historia política. Como sostuvo Plamper, (Plamper, 2010) entre otros, el 11 de septiembre fue un abrupto despertar y catalizador que aceleró el desarrollo de procesos de más largo aliento y que contribuyeron al actual auge global en el estudio de la historia de las emociones ( Robin, 2009).
Los fanatismos que llevaron a inmolarse por amor a Dios y a matar a miles de personas, y el posterior despliegue de un conjunto de políticas públicas amparadas en un supuesto miedo universal al terrorismo, terminaron de convencer a las y los historiadores de la importancia de explorar las emociones del pasado y las interconexiones entre la dimensión corporal y las experiencias subjetivas de los actores en comunidad. Si algo colocaron en primer plano los atentados terroristas, por ejemplo, a dos instituciones judías de Buenos Aires en 1992 y 1994, el perpetrado en la estación central de Atocha en Madrid en 2004 o en el club Bataclán en París en 2015, es el poder político de las emociones. Fueron una palanca y un estímulo para la movilización ciudadana que pidió esclarecimiento de los hechos, castigo a los culpables y resarcimiento a las víctimas o a sus familiares y, al mismo tiempo, las emociones fueron capitalizadas en los dispositivos y discursos políticos que buscaban persuadir y tranquilizar a la población. Esenciales para el cambio social y político también las emociones son muy eficaces para la negociación y la comunicación política de las élites interesadas en preservar el orden y el statu quo.
No hay nada más político que una emoción. Pues las emociones son acerca de algo o de alguien, son las que orientan relaciones y formas de involucramiento con el objeto o la persona mediante una valoración o forma de conocimiento de tipo moral, sobre lo bueno o lo malo (Ahmed, 2015; Arbaiza, 2018). Compartidas y aprendidas socialmente son, sostiene Reddy, “expresiones de malestar y bienestar que nacen de la evaluación de un evento” (Arbaiza, 2018:79) en un espacio y tiempo determinado en el que se articulan experiencias subjetivas con la acción de las instituciones de la época o incluso las normativas y coerciones impuestas por el poder. A pesar de esta obviedad tienen un rol marginal en los análisis históricos sobre la política en sus distintas expresiones. La dicotomía entre razón y emoción y la asociación de las emociones casi con exclusividad con los populismos dejando de lado su rol en otras culturas políticas inciden mucho, creemos, en esta desconsideración.
La persistencia de la vieja oposición dieciochesca entre razón y emoción y entre cuerpo y espíritu construyó una jerarquía entre las dos nociones y desvalorizó a la emoción percibida como una perturbación del alma. Otra dicotomía, tributaria de la precedente, se operó entre las ciencias sociales y las ciencias naturales y tuvo el efecto de concentrar el estudio del cuerpo en la biología y desalentar el estudio de las dinámicas sociales y políticas (Ahmed, 2015). El paradigma de la racionalidad inherente a la definición de modernidad occidental definió la manera de concebir el espacio público e impregnó los estudios sobre los partidos, los actores y las instituciones. Si Weber había notado tempranamente la importancia de la dimensión afectiva en las relaciones sociales y se había interesado en las formas de dominación carismática, sus trabajos sobre los procesos de burocratización, la creación de instituciones o la ampliación de las capacidades estatales asépticas a las emociones definieron una agenda de investigación cuya impronta prima aún en las reflexiones sobre los actores ya sean colectivos (partidos políticos, grupos de presión, instituciones, segmentos del aparato del estado, etc.) o individuales (los electores, los profesionales de la política, etc.). También la transformación política, la expansión del debate público y la crítica a las políticas de los gobiernos se debían desarrollar en disputas racionales por medio de la prensa. Las emociones no jugaban ningún rol en este proceso idealizado (Eustace, 2014). Se renunció así a los afectos como dimensión esencial de todo poder político y se descuidó la pregunta sobre las articulaciones entre razón y emoción (Braud, 1996; Le Bart, 2021). Cuando las emociones articulaban el discurso las acciones de ciertos dirigentes eran entendidas como desviación anómala, como aberración. Los líderes políticos debían gestionar y controlar sus propias emociones y encauzar y vigilar las emociones de la población. Si este modelo de liderazgo era desafiado tendía a interpretarse como debilidad en los varones y anomalía en las mujeres. Eva Perón, posiblemente la líder política más importante del siglo XX en América Latina, es un ejemplo. Su “política de las emociones” esencial para su fulgurante carrera política era descripta por los opositores como irascible, producto de su resentimiento y por fuera de los estándares emocionales esperados para una mujer[4]. Esta descripción estigmatizante, que impregnó incluso hasta no hace mucho tiempo las aproximaciones históricas sobre su figura, se entrelazaba con categorías ellas mismas también estigmatizadas: lo popular, lo femenino, lo no europeo, etc.
Birgit Aschmann desafió la antigua convicción de Weber de que la política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o el alma y apeló a renunciar a la oposición razón-emoción como modelo comprensivo (Aschmann, 2014). La mayoría de los estudios hoy reconocen que cognición y emoción no pueden ser separadas neurobiológicamente y que la deliberación racional como el sentir emocional es indispensable para el proceso de toma de decisiones. Bilbeny sostiene que al individuo lo mueve la emoción “aquello que se mueve y se siente” y que las emociones no emergen de un a priori abstracto “sino de la experiencia de sus contrarios” (Billbeny, 2021). Antes de interesarnos por la justicia para reclamar lo justo, sostiene, lo que nos dirige a ella es la emoción de sentir la injusticia en cuerpo propio o en cuerpo ajeno. Conocer primero para sentir después. La emoción estaría basada en valores en la medida que el entendimiento abstracto se completa con la sensibilidad que los hace perceptibles.
Varios trabajos en los últimos años han mostrado que las revoluciones atlánticas de fines del siglo XVIII no se basaron sólo en la razón y excluyeron las emociones, y quienes pusieron el foco en la Revolución francesa mostraron que además de estar basada en las ideas de los derechos naturales y el consentimiento propiciados por los filósofos, el movimiento revolucionario fue construido por teorías del sentimiento y por estados emocionales particulares (Knott, 2009; Eustace, 2008; Prieto, 2023). Romper el binarismo que entiende a la racionalidad incompatible con los afectos y con la toma de decisiones políticas; despojarnos de la idea de que el ejercicio del poder es ajeno a las emociones o que la emocionalidad pública sin autocontrol aparente de algunos dirigentes es signo de su insania mental, nos permitiría incursionar de otro modo en el análisis político del pasado. Bucear, por ejemplo, entre las habilidades técnicas y la capacidad de cálculo de los agentes estatales con sus disposiciones y expectativas emocionales es un camino para aprehender la mezcla entre racionalidad y emoción constitutiva de la vida pública (Gayol, 2023). Incursionar en la “emocionalidad de textos públicos” en el doble sentido que lo propone Ahmed, como lectura minuciosa de los textos con sus énfasis, metáforas y metonimia que nombra emociones; y en el sentido de buscar cómo circulan y generan efectos esas palabras; nos permitiría captar qué emociones se privilegian, en qué momento, cómo y en qué contexto y cómo estas emociones que circulan dan forma a comunidades emocionales entrelazadas con organizaciones políticas específicas en situaciones menos traumáticas que las de una revolución. En situaciones de formalización política como, por ejemplo, la correspondencia entre funcionarios, disposiciones gubernamentales y documentos oficiales el lenguaje de los afectos tuvo y tiene un lugar que valdría la pena recuperar[5].
Este entrelazamiento entre política y emociones no implica, por supuesto, desconocer el papel de las ideologías. La historia política de América Latina se entiende a medias si relegamos del análisis las ideologías de las izquierdas, la de los nacionalismos de derecha o del poder militar. Hemos aprendido, sin embargo, que la carga afectiva que los hombres y mujeres desplegaron al entrar en contacto con esas ideas fue central para su adhesión política. El deseo de un “hombre nuevo”, heredado de viejos nacionalismos e impulsado por la noción de sacrificio, o la cultura del heroísmo y el martirio guevarista dispararon un conjunto de disposiciones emocionales esperadas de los “buenos combatientes” revolucionarios (Carnovale, 2011). La militancia de los años setenta del siglo XX en América Latina combinó elecciones ideológicas con vínculos de amistad, relaciones interpersonales y experiencias compartidas en la vida cotidiana. Los afectos contribuyeron al pasaje de un yo a un nosotros politizado y tuvieron un rol en la constitución de una accionar colectivo. Valdría la pena explorar también cómo las emociones implicadas en ese proceso, las emociones que pueden llevar a la acción y al involucramiento, cristalizaron o no en sentimientos durables y distintivos de las ideologías políticas (Viano, 2009; Dominella, 2019; Oberti, 2015 y Cosse, Feletti y Manzano, 2010).
El Movimiento 15M en España, también llamado movimiento de los indignados en 2011 y en los años sucesivos, fortaleció la pregunta sobre el rol y el lugar de las emociones en los movimientos sociales (Delgado, 2016). La expansión creciente de las redes sociales, su papel en la globalización de las manifestaciones y en la difusión de la ira o la esperanza muestran la multiplicidad de emociones presentes en la protesta y sus vínculos con la indignación. Pero fue el retorno de las derechas y extremas derechas en el mundo y su creciente poder político, fundamentalmente en EE. UU. y Europa, y ahora también en América Latina, las que han disparado la necesidad de repensar los nexos entre cambios en las subjetividades, cambio social y político. El presente vuelve a colocar la pregunta sobre las articulaciones entre política y emociones. Nos interpela en la necesidad, y dificultad, de analizar las dimensiones emocionales de la política expresada por ejemplo en las prácticas de seducción de los dirigentes hacia los ciudadanos o en los mecanismos colectivos de idealización, de producción de angustias, desencantos y esperanzas. Las y los historiadores podemos aportar por ejemplo mostrando que a veces cuando se plantean cambios recientes en la experiencia emocional éstos tienen raíces y/o conexiones, complejas y ondulantes, con las experiencias del pasado.
Fue Arlie Hochschild, una de las autoras centrales del “giro emocional” en las ciencias sociales, quien publicó en 2016 una sofisticada etnografía, centrada en Luisiana, sobre los adherentes al movimiento político estadounidense de extrema derecha, el Tea Party. Para explicar los motivos de la adhesión, y su aversión al estado por parte de quienes tanto reciben de él, Hochschild se detiene en las emociones que subyacen en las elecciones políticas y que, al mismo tiempo, le permiten descubrir “cómo perciben la vida la gente de derecha”. Estos militantes en su mayoría adultos mayores se “sienten extraños en su propia tierra” e incapaces de alcanzar el “sueño americano” debido a quienes se “saltan la fila” -inmigrantes, mujeres, minorías raciales- (Hochschild, 2016). La autora propone “saltar los muros de empatía” para poder comprender la polarización política de EE. UU. y para poder volver a vivir juntos en sociedad. Las “pasiones tristes” como la indignación, el resentimiento o la humillación (Dubet, 2020) en un presente signado por la multiplicación y fragmentación de las desigualdades pueden explicar algunas transformaciones políticas críticas de nuestro presente y, recientemente, Eva Illouz, otra autora clave en la sociología de las emociones, hizo foco en el miedo, el asco, el resentimiento y el amor que con su presencia sistemática en la arena política corroen y ponen en peligro la democracia (Illouz,2023). El título original del libro en inglés y su traducción al español, La vida emocional del populismo, refleja sin sutilezas la convicción bastante generalizada sobre la exclusividad populista en movilizar emocionalmente a la población. El “laboratorio latinoamericano” (Rosanvallon, 2020: 108) de los populismos del presente encarnó en movimientos populares de Colombia, Brasil, Argentina y México a mediados de la década de 1940 cuando los fascismos europeos eran derrotados y cuando resurgía en Occidente un profundo rechazo sobre la capacidad política de las emociones. Este rechazo legitimado en el derrotero de algunas experiencias europeas de su pasado reciente reforzó el paradigma de la racionalidad en el espacio público y tiñó de manera negativa las interpretaciones sobre las “políticas emocionales” desplegadas por movimientos de masas en América Latina liderados por Jorge Eliécer Gaitán, Getulio Vargas, Juan y Eva Perón y Emilio Cárdenas. Estas experiencias políticas sugieren que las emociones fueron un recurso esencial para entusiasmar a la población, conseguir su apoyo y buscar legitimar el cambio social y político que proponían. Fue en la inmediata segunda posguerra cuando se acentuó en nuestro continente el entrecruzamiento entre acción política y emociones, entre las identidades políticas y determinadas condiciones, actitudes y experiencias emocionales (Gayol, 2023; Ayala Diago, 2023; Rodríguez León, 2016; Braun, Acevedo y Arias, 2012; Buenfil Burgos, 1994, Tonatiuh Águila, Enríquez Perea, 1996; Vaughan, 1997). Seguir ahondando en estas imbricaciones y comparar léxicos, énfasis, secuencias emocionales, nos dirá mucho sobre las emociones y formas de sentir que los diferentes grupos u organizaciones políticas privilegian e instrumentan para diferenciarse entre sí y, al mismo tiempo, nos permitiría comprender mejor la transversalidad de ciertas emociones, es decir las emociones que eran comunes, en el sentido de compartidas, a las narrativas y prácticas políticas de distintas culturas políticas de la época. Así como, cuáles eran específicas de cada organización política en su enunciación y contenido; cuáles eran compartidas en su enunciado y/o en su semántica y qué rol les cupo como catalizadoras de las disputas y la polarización política del momento.
Como sostiene Martha Nussbaum las sociedades están llenas de emociones y las democracias liberales no son la excepción por ello no debería sorprender constatar que las emociones no fueron, ni son, patrimonio exclusivo de los populismos[6]. De hecho, es evidente en nuestras investigaciones que incluso quienes querían mantener el orden y los valores de la nación o quienes se legitimaban en la tradición liberal y republicana para oponerse al gobierno de Juan Perón no pudieron prescindir de la eficacia de las emociones en la comunicación social y en la negociación política. El antiperonismo como expresión política en Argentina y como fenómeno político transnacional de mediados del siglo XX nos ofrece un vibrante componente emocional que articulaba las heterogéneas identidades culturales y político-partidarias que lo integraban. La oposición al gobierno argentino de Perón es un ejemplo concreto de la ligazón entre oposición ideológica y emocional (Bartolucci, 2018; Gayol, 2023: 245-288). Muestra claramente cómo los sentimientos apuntalaban identidades políticas y alianzas opositoras, y cómo las emociones daban forma a una memoria política que tendrá gran pregnancia en el antiperonismo en los años posteriores. Este momento histórico en América Latina sugiere la potencialidad de explorar la polarización afectiva que puede acompañar los procesos de radicalización política[7]. Interrogarnos sobre quiénes propician y cómo impulsan la polarización afectiva, cuáles son las emociones y las formas de involucramiento social esperadas y expresadas y qué papel tienen en la conformación de estos paisajes afectivos opuestos el conflicto y las ideologías son preguntas que permitirían incursionar mejor en la articulación entre identidades políticas, emociones y memoria cívica[8].
La emoción es por definición central para el patriotismo en todas sus formas dinámicas (Eustace, 2008). La preocupación académica se orienta en la actualidad a conjugar la historia de las emociones con la historia de los nacionalismos para poder revisar las facetas personales de este fenómeno. Desde fines del siglo XX numerosos trabajos muestran la construcción de las naciones desde abajo y el rol que este proceso tuvo para que los individuos asimilaran las identidades nacionales y contribuyeran, consciente o inconscientemente, a su reproducción social (Nuñez Seixas, 2021). Incluso la historiografía europea ha creado un concepto específico para denominar esta perspectiva, la de los nacionalismos cotidianos, en la que uno de los componentes esenciales para la autopercepción de los agentes como parte de un colectivo es su relación con identidades basadas en los sentimientos construidos en un tiempo y un espacio determinado. El amor a la patria, por caso, puede ser revisado a partir de diferentes estrategias con el fin de comprender las prácticas que se llevaron a cabo en su nombre. Así el nacionalismo no es visto desde una perspectiva ideológica, sino construida en la experiencia compartida (Archilés, 2013). La historia debe atender a lo que sienten, qué son capaces de hacer o hasta dónde son capaces de llegar los sujetos en pos de eso que se asocia con la defensa o el llamado amor a la patria (Bartolucci y Favero, 2021). La narrativa adquirida por los actores son las que dotan de sentido a la realidad que viven, y esa narrativa, una vez más, no debiera comprenderse como una caja vacía. Pues, se conforma con los mensajes que el sujeto recibe del exterior a partir de los recuerdos, las experiencias pasadas, las expectativas creadas, individuales y colectivas, así como con los repertorios culturales consumidos. En ese sentido, podríamos pensar, no hay identidades políticas (nacionales, regionales) sin emoción mediante.
Posibles metodologías
La política siempre se entrelazó con las emociones, aunque es menos evidente conocer en qué condiciones una emoción, o una constelación emocional, deja de vivirse de manera aislada para ser compartida por un grupo, partido, organización política e impulsa a sus integrantes a la acción pública ya sea para generar cambios parciales o radicales, para defender el statu quo, para concitar adhesiones de la ciudadanía y/o nutrir identidades políticas partidarias o nacionales. Dicho de otro modo, qué hace que las emociones sean políticas. ¿Es su expresión pública y su reconocimiento?, ¿es su referencia a una comunidad política específica y el carácter compartido de las preocupaciones?, ¿es su operatividad para los fines políticos en un contexto determinado? Posiblemente todo esto junto. En cualquier caso, el lenguaje es central porque lo es en la comunicación política y porque las palabras son importantes para que las emociones tengan funciones comunicativas. Como historiadoras hemos buceado en los repertorios emocionales del pasado buscando la intersección de las narrativas emocionales del gobierno, los partidos políticos, las manifestaciones públicas y las organizaciones políticas para ver cómo circulan las emociones, los circuitos que diseñan entre lo íntimo y lo público, y para discriminar cuáles son las emociones habilitadas, cuáles censuradas, negadas o silenciadas, por quiénes y por qué. Prestar atención a las palabras, las oraciones y las frases que nombran emociones en los discursos políticos con especial foco en la semántica, la metonimia y la metáfora es útil para comparar los énfasis en el léxico de cada grupo, las emociones convergentes, sus resignificaciones o incluso el rechazo o banalización de algunos términos en un período específico. Atender a cómo esas palabras están embebidas, siguiendo a Barbara Rosenwein, en secuencias emocionales es muy importante porque nos hablan, de cómo una emoción es valorada y sentida. (Rosenwein. 2010)
Las palabras se leen en textos muy diversos -periódicos, revistas comerciales, folletos y panfletos de propaganda partidaria, memorias, cartas- pero no se contienen en ellos[9]. La oralidad como modo de comunicación política y como forma de interacción entre gobernantes y gobernados, entre dirigentes y seguidores, es una herramienta vital de la política de masas e indispensable para una historia de las emociones políticas. Las posibilidades que brindaron las nuevas tecnologías de comunicación en el siglo XX-XXI explican por qué ningún dirigente prescindió de ellas. La radio, por ejemplo, fue un dispositivo imprescindible para hacer política en las décadas de 1930 y 1940 en América Latina y nos recuerda la importancia de la voz humana tanto para la “política de las emociones” como para modelar y nutrir el vínculo político-afectivo entre los dirigentes y sus seguidores (Maronna, 2021). Eva Perón brinda un ejemplo conocido y ejemplar del poder de los tonos y el timbre de la voz, de su adecuación y entrenamiento para conmover al “pueblo peronista”, a los opositores políticos que no cesaron de denostarla y acusarla de manipuladora emocional, y para conmoverse por y en sus modos de decir (Erich, 2015). También Jorge Eliécer Gaitán o Jorge Battle, por ejemplo, apelaron a las emociones como estrategia para movilizar a las masas. Estos casos muestran, como tantos otros, que las palabras y las expresiones extralingüísticas como la cara, los gestos y el cuerpo son muy relevantes ya que están involucrados de diferente modo en la expresión emocional.
Varios autores pusieron en valor relaciones entre los seres humanos y el mundo que no estén atravesadas por las determinaciones del lenguaje y subrayaron la importancia del cuerpo como dador de significado[10]. Monique Scheer, a partir de una relectura de Bourdieu y Damásio, postuló la necesidad de ponderar el cuerpo pues las emociones no son solo lo que decimos sino lo que hacemos con cuerpos en contextos (Scheer, 2012; Saradangani Leiv, 2022). Mercedes Arbaiza sostiene que el lenguaje de la política necesita un cuerpo[11] en el que materializarse pues “es el cuerpo, y no la mente, el espacio en el que se produce la experiencia de los sujetos y, por lo tanto, es la instancia de subjetividad, tomando ambos términos, experiencia y subjetividad, como sinónimos” ( Arbaiza, 2018:90). En realidad, Sarah Ahmed planteó hace tiempo que las emociones son formas de cognición y también sensaciones corporales. Por ello, apunta, la distinción es sólo analítica ya que no pueden ser experimentados como ámbitos diferentes de la experiencia humana (Ahmed, 2015). En un trabajo muy reciente Ute Frevert retoma esta relación compleja y complicada. El lenguaje, afirma, refleja la experiencia, pero también da forma y construye la experiencia. Nombrar y enmarcar las emociones es constitutivo de experimentar emociones. Mientras las personas no puedan encontrar una palabra para lo que sienten, no sabrán de qué se trata ese sentimiento. Una vez que defines la emoción dándole un nombre, prosigue Frevert, “todo encaja: sabes lo que te está sucediendo, puedes evaluar tu experiencia emocional y puedes actuar en consecuencia de una manera transformadora” (Frevert, 2024: 6). William Reddy había propuesto los emotives, (Reddy, 2001 : 104) como un tipo de habla diferente de las expresiones performativas con efecto exploratorio y de auto alteración sobre el material de pensamiento activado de la emoción. Esas palabras que apelan, tientan y atraen a las emociones son exploratorias y auto-alterantes, transforman a quien lo dice y a quien las escucha/lee.
No podemos hacer una historia de las articulaciones entre política y emociones centrándonos sólo en las palabras, pero tampoco omitiéndolas. El componente “dual”, cognitivo y corporal de las emociones se nos hizo evidente en nuestra propia investigación. Los grupos nacionalistas de derecha de fines de los años cincuenta, los peronistas y los antiperonistas de la argentina, por ejemplo, reconocieron que algunas emociones eran importantes para alentar la acción y el involucramiento colectivo pero los entornos en los que se encontraban, los espacios en los que actuaban y la dinámica de la confrontación a menudo conducían y/o propiciaban emociones que estaban más allá del razonamiento cognitivo. La conexión corporal, la proximidad de los cuerpos en una movilización engendraron emociones como la ira, el orgullo o el miedo que en muchas ocasiones eran respuestas a comportamiento rituales como consignas partidarias o cantos patrióticos, por ejemplo(Gayol,2024). A su vez desmenuzar la confrontación política en sus expresiones emocionales permite descubrir la emergencia de palabras que vienen a invocar emociones casi ausentes en narrativas previas, la resignificación de sus usos y significados o también la convergencia de lenguajes y expresiones emocionales transversales en actores ideológicos antitéticos. La historia política argentina, por caso, ha dado cuenta de las coincidencias respecto de emotives y expresiones emocionales en discursos supuestamente antitéticos o enfrentados ideológicamente. Aun cuando aquellos se combinan, enfatizan y enmarcan en diferentes tradiciones o culturas políticas, el tono emocional, puede llegar a emparentarlos[12].
Otro ejemplo, la solidaridad y la empatía fueron dos expresiones y actitudes emocionales inherentes a los movimientos revolucionarios de los años sesenta en América Latina, y más allá, y empalmaban con las palabras “lucha”, “patria”, “enemigo”, “muerte” o “igualdad” para diseñar el eslabón que unía a los obreros-estudiantes- con los desposeídos, pero también iluminaba la sensación de comunidad de convicciones con iguales ideológico-emocionales esparcidas a través de documentos muy diversos. Cómo se expresaron esas emociones en el espacio público y hasta si la emoción misma estaba justificada al interior de los grupos e instituciones políticas o en contextos de confrontación, son análisis que vale la pena encarar[13]. Los sentimientos de solidaridad o empatía, a su vez se enmarcaban en el ánimo violento de dar vuelta todo y refundar el país condensado en el emotive “Revolución”, repetido una y otra vez a lo largo de los largos años sesenta por las izquierdas revolucionarias, pero también por derechas liberales o nacionalistas.
Finalmente, los recuerdos son a nuestro juicio una manifestación íntima, personalísima, y como tal, una entrada de privilegio al mundo de las emociones pues la huella emocional fija el recuerdo y lo asienta como experiencia. Según Miren Llona el recuerdo no es un enlace mental, sino que queda grabado en el cuerpo y asociado a toda una serie de procesos inscritos en el mismo” (Llona, 2012) y enlaza con un futuro imaginado y, agregamos, se traduce en una narrativa compleja propia de la memoria con las mitificaciones, olvidos, engaños, etc. Para Llona, el concepto “enclave de la memoria” es sustancial en la forma en la que se producen los recuerdos que hacen inteligibles la experiencia. Cuando hacemos historia oral, entonces, debemos pensarlo como un acto hermenéutico entre dos, es decir fruto de un estímulo exterior (entrevistador y contexto histórico del encuentro) y un mundo interior (el entrevistado y su intimidad). Poder ver y tener en cuenta la manifestación de una emoción quizás explique mejor las narrativas y sentidos de esas historias de vida.
La entrevista entendida como una experiencia emocional implica estar atenta a momentos claves. El alzar orgullosamente la voz al hablar de la pertenencia a una comunidad o grupo, la melancolía que se esconde tras la decisión de sacar de un cajón un viejo objeto privado, la alegría que produce volver a cantar canciones aprendidas en el refugio de la infancia, el silencio consecuencia de la angustia frente a lo no dicho o la aparición del llanto al rememorar el momento exacto de una decisión que cambió un rumbo vital, son algunos ejemplos de los muchos que pueden aparecer a quienes estén interesados en incorporar a las emociones a los estudios del pasado incluyendo las voces de contemporáneos. El caso de Franca Guerra es una paradoja útil para pensar a la entrevista como un magma de información, más allá de lo que nos dicen los entrevistados y la corporalidad y la gestualidad colmada de emociones. Entrevistada a partir de su éxito como empresaria, detrás del orgullo, se ocultaban algunos sentimientos velados. Los sufrimientos de una guerra en Italia (con persecuciones y encarcelamientos familiares) se anularon para enfocar en la alegría de su primera infancia. Con el cuerpo y la voz Franca mostró que todavía era esa niña encantada con las oportunidades que Benito Mussolini le había ofrecido a ella y a todas sus compañeras de la “scuola”. Entre risas fuertes y con voz alzada declama: “Yo no conocía otra cosa que Mussolini. Hasta que vino él, la gente nacía, vivía y moría ahí. ¡Viene Mussolini y empieza a dar gimnasia, mar, montaña!”. Sin introducción el pasado se hizo presente. Franca se irguió en el medio de su cocina con su peso corpulento y comenzó a hacer ademanes con sus brazos de una formación entre militar y escolar y a voz en cuello cantó: “Squadra, avanti, brop, dietro, front!”. La entrevista orientada a conocer sobre los avatares personales y el proceso de inserción social en Mar del Plata de una inmigrante se convirtió en la exhibición de una escena originalmente producida en la niñez e impresa como un mecanismo que construye a la infancia como un refugio, un recuerdo de felicidad promovido por el fascismo. El estado que mandaba a la guerra a los hombres era el estado que también la había hecho feliz alguna vez y la había fortalecido. Él nos enseñó a caminar, como había que sentarse, no mostrar nunca el fondo de los zapatos. El comportamiento hacia otra persona, el respeto a la dignidad humana y todas esas cosas que a nosotros nos ha fortificado mucho”. Repite como un sermón que perteneció a Piccola Italiane o Giovanne Italiane y que “hemos nacido alegres y no conocimos odio para nadie. Somos simples interiormente y felices”. El verbo utilizado en presente rescata la huella emocional de un pasado revivido a partir de una entrevista que hizo que Franca, sesenta años después, se convirtiera por un momento nuevamente en aquella niña fascista y feliz.
Consideraciones finales
Este artículo se originó en nuestra convicción de que las confrontaciones políticas, la competencia electoral, las luchas ideológicas, las movilizaciones callejeras e incluso la polarización política en las sociedades contemporáneas son indisociables de las emociones. Esta pregnancia de la dimensión afectiva en la vida pública muy recientemente está siendo atendida por la pujante historiografía que desde hace décadas viene estudiando el papel y los significados de las emociones en la historia. El interés todavía marginal, argumentamos en este trabajo, se explica tanto por la persistencia excluyente del paradigma de la racionalidad para analizar el estado y la esfera pública como por la asimilación excluyente entre populismos y emociones.
En un diálogo crítico con trabajos recientes y munidas de nuestra propia experiencia de investigación a lo largo del trabajo fuimos formulando preguntas, colocando tópicos y algunos vínculos posibles entre política de masas y emociones con el foco puesto en experiencias históricas de América Latina. Lejos de ser arrancadas de la deliberación política, del espacio público y de las acciones de gobierno en la inmediata segunda posguerra como habría sucedido en Europa occidental, las emociones cumplieron un rol crucial en el período de ampliación de la ciudadanía política y/o social en nuestro continente. La incorporación generalizada de los sectores populares a la política, los movimientos revolucionarios de izquierdas y derechas y las dictaduras militares no prescindieron de una política emocional y es por ello, precisamente, que bucear en estos repertorios emocionales, sus particularidades, su convergencia lexical y/o semántica y práctica, con otras agrupaciones políticas del continente puede ofrecernos herramientas para comprender mejor tanto las formas de involucramiento como los valores y acciones que los legitimaban. Para este derrotero, es decir, para bucear en los repertorios emocionales del pasado y sus intersecciones con la política no hay, argumentamos, una sola manera de alcanzarlo. El artículo sugiere que son posibles muchas historias de las emociones y por ello hemos delineado caminos posibles para poner en valor la dimensión emocional de la política contemporánea. En este sentido propusimos algunos conceptos que han sido fructíferos en nuestra experiencia de investigación y que, entendemos, pueden ayudar a ordenar, valorar y entender nuestro pasado coral.
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Recibido: 15/07/2023
Evaluado: 15/09/2023
Versión Final: 30/09/2023
páginas / año 17 – n° 43/ ISSN 1851-992X /2025
[1] Entendemos política en un sentido amplio: partidos políticos, dirigentes, instituciones, así como movilizaciones y rituales que implican tanto una representación y despliegue del poder como expresiones que son un desafío al poder. Preferimos no establecer distinciones entre afectos, emociones y sentimientos, sobre la que hay una abundante bibliografía. No marcamos diferencias esencialmente por dos razones: porque en los documentos que utilizamos para nuestras investigaciones estos términos se solapan, entremezclan y se emplean de manera indistinta y, porque las distintas comunidades académicas y lingüísticas utilizan términos diferentes, aunque con sentidos no siempre opuestos: affect en Estados Unidos, emotions en la inmensa mayoría de los casos; sensibilités en francés.
[2] Un estudio temprano interesado en comprender cómo influye la experiencia subjetiva privada sobre la vida pública y viceversa se encuentra en (Moscoso, 2017).
[3] La investigación pionera de las emociones en América Latina debe muchísimo a las obras de Pilar Gonzalbo Aizpuru, quien partiendo de la historia de género y de la vida cotidiana se acercó al mundo emocional del México colonial. Como en otras historiografías, también los tempranos estudios en América Latina sobre las emociones surgieron, además de vinculados al interés por la vida cotidiana, al de la vida familiar (Rosas Lauro, 2005; Speckman et al., 2009). También los trabajos de Frédérique Langue, centrados mayoritariamente en la Venezuela de la edad moderna, contemporánea y del tiempo presente. Una compilación reciente y estimulante: (López Sánchez, 2021) Una obra reciente de referencia sobre el costo emocional de las migraciones en las relaciones conyugales: (Bjerg, 2019).
[4] Para la “política de las emociones” entendida como el uso de ellas -a partir de la Revolución francesa- como recurso para convencer, persuadir y “ganarlos” a los ciudadanos para una determinada orientación o agrupación política: (Frevert, 2013). Sobre los usos que hizo Eva Perón de las emociones y sobre las descripciones de los opositores políticos e intelectuales de su léxico y política emocional: (Gayol, 2023).
[5] Aunque no esté orientada a captar las emociones en sus dinámicas sociales y políticas, la importante producción académica sobre la ampliación de las capacidades estatales y la implementación de políticas públicas por los estados de bienestar latinoamericanos ofrecen insumos muy valiosos para comparar, contraponer, ver el impacto, y los usos de las emociones en espacios menos formalizados pero en los que las emociones circulaban en el afán de interpelar a la población para concitar su apoyo, o contestación, a esas políticas y medidas gubernamentales.
[6] Para el rol de las emociones en las movilizaciones políticas en las ciudades de Buenos Aires y Santa Fe a fines del siglo XIX y en las que participaron tanto la Unión Cívica como los conservadores:(Rojkind y Navajas, 2023). Para el discurso emocional como herramienta de movilización política e identitaria en el antiperonismo, (Gayol, 2023).
[7] Radicalización política entendida especialmente como la búsqueda de alternativas extra institucionales e ilegales para derrocar a un gobierno constitucional. La salida fue el golpe de estado cívico-militar o el asesinato.
[8] La proliferación de estudios sobre “polarización afectiva” vino de la mano de los estudios políticos producidos en Estados Unidos, especialmente a partir de 2012, tomando como base empírica a los integrantes del Partido Demócrata y del Partido Republicano. Originalmente refería al fenómeno mediante el cual los sentimientos y emociones de los individuos hacia miembros de su propio partido o grupo se vuelven más positivos, mientras que sus sentimientos hacia miembros del partido o grupo opuesto son más negativos. Para el derrotero del concepto y los usos en contextos diferentes: (Iyengar et all, 2019, Torcal; Reilian y ZanottiI 2022; Wagner, 2021). Un análisis con perspectiva histórica para el caso de la polarización política en Estados Unidos (Engels, 2015).
[9] Por supuesto que esto no quiere decir que en los textos escritos y especialmente la prensa se haya dado, y se dé, una discusión y confrontación sólo racional (Rodriguez Rial, 2021).
[10] Sobre el debate del lugar del lenguaje para una historia de las emociones puede consultarse: (Moscoso, 2015:15). Sobre el debate y las fuentes: (Stynen, Van Ginderachter y Nuñez Seixas, 2020) y (Díaz Freire, 2015). Para articulaciones posibles entre emociones y sonido: (Boddice y Smith, 2020; Tullett, 2021).
[11] Arbaiza considera que la relevancia y redefinición del cuerpo, no fijo ni estable ni meramente biológico y material, debe muchísimo a la obra de Foucault y Bourdieu y posteriormente de Butler (Arbaiza, 2018).
[12] Ejemplo de ello es la comparación entre el Teniente General Francisco Guevara, militar nacionalista católico, filiado con la derecha argentina, antiperonista y experimentado conspirador en 1943, 1951, 1955 y 1966, y Raimundo Ongaro, sindicalista gráfico, creador de la CGT de los Argentinos, alistado en el peronismo revolucionario de izquierda (Bartolucci, 2020).
[13] Por ejemplo, en los años sesenta, revistas argentinas de amplia circulación entre un público no necesariamente radicalizado como fueron Siete Días Ilustrados o Panorama dan cuenta de estas diferencias. “(...) Nosotros somos jóvenes que nos interesamos activamente por los acontecimientos políticos de nuestro país. Y como argentinos, no volveremos a engañarnos. Porque ya sabemos que ninguna solución nacional puede surgir de las anquilosadas estructuras del comité. Es por eso que han surgido esos guerrilleros con los cuales discrepamos ideológicamente en su método, pero no en su pasión intensa por los destinos de su Patria”. Romero Martín Galíndez, Santa Fe, Rosario, Revista Siete Días Ilustrado, Año 2, N° 96, p. 12. También, Cartas de Pascual Albanese, Anibal Allier, Jorge Luis Bernetti, Rubén Coletti y Luis Antonio Candurra (Buenos Aires), en “Carta de Lectores”, Revista Panorama, Buenos Aires, septiembre de 1964, pp. 3.