Los orígenes de una construcción perdurable: el monarquismo ruso de Nasha Strana en Argentina

Los orígenes de una construcción perdurable: el monarquismo ruso de Nasha Strana en Argentina

The origins of an enduring construction: the Russian monarchism of Nasha Strana in Argentina

Víctor Augusto Piemonte

Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas,

Universidad Nacional de San Martín,

 Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)

augusto.piemonte@gmail.com 

https://orcid.org/0000-0002-8315-5379

Resumen

Entre los numerosos efectos generados por el triunfo de la Revolución Rusa y el desarrollo de la experiencia bolchevique se encuentra el de la llamada “emigración blanca”. Un grupo importante de estos rusos contrarios al gobierno soviético encontró residencia en Argentina, especialmente al término de la Segunda Guerra Mundial. Un sector de los “rusos blancos” estuvo compuesto por quienes compartían una ideología monárquica. Aunque forjadores de una amplia trayectoria, los monárquicos rusos continúan siendo desconocidos por la historiografía argentina. Este artículo aborda el pensamiento plasmado en Nasha Strana (Nuestro País), el órgano que los rusos blancos monárquicos comenzaron a publicar en Buenos Aires desde 1948 y que continúa hasta la actualidad. La publicación se reconocía entroncada en una suerte de tradición propia de la emigración rusa antisoviética que asumía el objetivo de dar a conocer los acontecimientos que tenían lugar en Rusia. De este modo, su objetivo fue doble: 1) difundir noticias acerca del “despotismo” que ejercía la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética sobre la sociedad soviética; 2) convocar a la liberación de la patria, que solo podría producirse mediante la destrucción del sistema político vigente.

Palabras clave: Inmigración Rusa; Nasha Strana; Emigración Blanca; Monarquismo; Unión Soviética.

Abstract

Among the numerous effects generated by the triumph of the Russian Revolution and the development of the Bolshevik experience is that of the so-called “white emigration.” An important group of these Russians opposed to the Soviet government found residence in Argentina, especially at the end of the Second World War. A sector of the “White Russians” was made up of those who shared a monarchical ideology. Although they have had a long history, the Russian monarchists continue to be unknown in Argentine historiography. This article addresses the thought expressed in Nasha Strana (Our Country), the organ that the monarchist White Russians began publishing in Buenos Aires since 1948 and which continues to the present day. The publication perceived itself as rooted in a sort of tradition typical of anti-Soviet Russian emigration that assumed the objective of publicizing the events that were taking place in Russia. Thus, its objective was twofold: 1) to spread news about the “despotism” that the leadership of the Communist Party of the Soviet Union exercised over the Soviet society; 2) a call for the liberation of the homeland, which could only occur through the destruction of the current political system.

Keywords: Russian Immigration; Nasha Strana; White Emigration; Monarchism; Soviet Union.

En los debates suscitados a comienzos del siglo XX en torno de la cuestión migratoria, los rusos integraron el grupo de los inmigrantes poco deseables, apodados "exóticos" por Juan Alsina, en quienes se vislumbraba una alta complejidad para su asimilación en la sociedad argentina (Devoto, 2003: 273, 290). Esto no impidió que continuaran llegando al país en numerosos contingentes procedentes de Rusia. Los primeros representantes de la “emigración blanca” rusa comenzaron a arribar a la Argentina tras la culminación de la Guerra Civil que siguió al triunfo de la Revolución de Octubre. La preferencia entre los emigrantes rusos por desembarcar en Argentina fue muy notoria entre quienes se dirigieron a América del Sur: de unos 3000 exiliados blancos que recibió la región en la década de 1920, aproximadamente 2000 ingresaron en suelo argentino (Andrushkevich, 2021). A diferencia de lo ocurrido con los cerca de 200.000 rusos que habían llegado al país en la década anterior, muchos de ellos analfabetos que se volcaron principalmente a buscar empleo en las provincias agrícolas y –en menor medida– en los suburbios fabriles de Buenos Aires, este nuevo grupo de inmigrantes rusos, mucho más reducido, estaba integrado en gran parte por una masa de profesionales militares, religiosos y civiles, principalmente oficiales, comerciantes, funcionarios e ingenieros. El monarquismo gozó de popularidad entre ellos. Después de haber hecho una estancia en diversos países de Europa (sobre todo en Yugoslavia, Bulgaria, Checoslovaquia, Alemania y Francia), habían recalado en Argentina, donde no les resultó complicado desempeñarse en empleos bien remunerados para los que se encontraban especializados. A este contingente se sumó uno nuevo, conformado por un número de 5000 a 7000 personas, en su mayoría “rusos blancos”, que llegaron a la Argentina entre 1947 y 1949, procedentes de los mismos países europeos de los que había arribado la tanda migrante anterior (Koublitskaia, 2011).

Como parte de una estrategia central para combatir el “quiebre de sentidos de pertenencia y alienación debido a la llegada a una sociedad extraña” (Cardonetti, 2022: 159), los rusos que emigraron a la Argentina demostraron haber asumido con especial ahínco la tarea de reagruparse en términos de sus posiciones ideológico-políticas frente a la Revolución rusa y la experiencia soviética. Las publicaciones periódicas fueron el vehículo privilegiado que encontraron para organizarse y expresar sus ideas. Con el subtítulo de “Órgano Monárquico Ruso”, un sector de inmigrantes rusos de dicha inspiración dio nacimiento en Buenos Aires al periódico Nasha Strana (Nuestro País). Su primer editor fue Iván Solonevich, quien venía de fundar Golos Rossii (La Voz de Rusia) en la ciudad de Sofía, un periódico antibolchevique destinado a la emigración rusa, que comenzó a publicarse el 18 de junio de 1936 y tuvo una aparición semanal hasta el 9 de agosto de 1938 (Voronin, 2011).

El complejo relacional existente entre Rusia y Argentina en la primera mitad del siglo XX, aunque extenso y de gran riqueza, ha sido largamente descuidado por el campo historiográfico. La inmigración total proveniente de Rusia fue cuantitativa y cualitativamente significativa en la Argentina. Se trató de un nutrido grupo humano que, a lo largo de nuevas oleadas migratorias sucedidas hasta la desintegración de la Unión Soviética, llevó a cabo una prolífica e intensa actividad editorial. La presente investigación se inscribe en una serie de estudios dirigidos a recuperar y analizar los posicionamientos político-filosóficos más salientes del variopinto grupo de inmigrantes rusos en la Argentina. A partir del análisis del periódico de los monárquicos rusos, este artículo busca contribuir al conocimiento sobre la cultura política rusa desplegada en la Argentina, enmarcándose en un proyecto más amplio que ha cubierto, en trabajos publicados previamente, una parte central del variopinto espectro ideológico de los inmigrantes rusos a través del abordaje de publicaciones periódicas de inspiración euroasiática (Piemonte, 2016), militaristas anticomunistas (Piemonte, 2019), anarquistas (Piemonte, 2021), nacionalistas de derecha (Piemonte, 2022). El objetivo de esta investigación es reconstruir y analizar el sistema de pensamiento que desarrollaron los monárquicos rusos en Argentina, recuperando sus principales intereses, preocupaciones y preceptos. Se abordan aquí los primeros años de la publicación periódica más longeva que integró la extensa producción editorial de los inmigrantes rusos en Argentina. Iniciado el 18 de septiembre de 1948, Nasha Strana continúa sacando números en la actualidad, aunque hace muchos años abandonó su habitual utilización de la imprenta “Dorrego” y se convirtió en una publicación electrónica (Adamovsky y Koublitskaia, 2012). Pasó de tener originalmente una aparición quincenal a convertirse en semanario el 2 de junio de 1951. La decisión de adoptar el recorte temporal aquí asumido se corresponde con el momento signado por la muerte de Stalin, ocurrida el 5 de marzo de 1953.

Nasha Strana se reconocía entroncado en una suerte de tradición en ciernes, propia de la emigración blanca, que asumía la tarea de dar a conocer los acontecimientos que se suscitaban en su país de origen. Esta era asumida como una función social de primer orden que justificaba la existencia de la publicación, dado que los medios occidentales no pasaban de publicar algún libro o dedicar alguna página dispersa en la prensa al uso masivo del terror en la Unión Soviética, con sus deportaciones, purgas, juicios y ejecuciones.[1] De esta manera, la intención central de Nasha Strana pasaba por difundir las noticias acerca del “despotismo” que ejercía la dirección comunista sobre la sociedad soviética y convocar a la liberación de la patria, que solo podría producirse mediante la destrucción del sistema político vigente.

        

La configuración de una propaganda monárquica

Nasha Strana suponía que entre el 60 y el 80 por ciento de los rusos recientemente emigrados eran favorables a la monarquía. El periódico surgía así como punto de encuentro para todos aquellos que compartían dicha postura y como dispositivo apropiado para vehicular la propaganda de sus ideas. En su opinión, el colectivismo era una cuestión que interesaba únicamente a la burocracia soviética y no contaba en absoluto con el apoyo de las masas. Creyendo irrumpir en defensa de estas últimas, los monárquicos se presentaban como el único grupo conservador que encarnaba la lucha férrea contra el socialismo y la restauración de la propiedad privada.[2] Para la redacción del periódico, Rusia había sido históricamente una monarquía, cuya conformación había sido históricamente muy distinta de los procesos que habían dado origen a las monarquías occidentales, y se debía trabajar para que volviera a serlo lo antes posible.[3] La experiencia soviética era una anomalía transitoria, ajena a la tradición política rusa.

La presencia de monárquicos rusos no era nueva en Argentina. En noviembre de 1930, un grupo de rusos blancos que se reconocía favorable a la monarquía rusa, cursó una serie de denuncias por la difusión de propaganda comunista en la firma comercial soviética Yuzhamtorg (López Cantera, 2020-2021: 99). En cualquier caso, fue con la oleada migratoria a mediados de los años ’40 y a partir de la creación de un diario propio cuando se produjeron una identificación profunda y una interacción duradera entre los rusos monárquicos. Latinoamérica se convirtió en un polo de atracción importante para los exiliados rusos durante la segunda mitad de la década de 1940. Hasta ese momento, los rusos que emigraban se habían volcado en masa a los países de Europa centro-oriental, pero el avance de las “democracias populares” pro-soviéticas tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial los había empujado a buscar nuevos destinos transoceánicos (Ulianova y Norambuena, 2009: 200). Incluso el Vaticano, que bajo el papado de Pío XII se opuso a la repatriación forzosa a la Unión Soviética de desplazados y prisioneros de guerra, participó en los asuntos de los refugiados rusos en América Latina. (Kolupaev, 2011: 82). 

Si bien la Argentina ocupó un lugar destacado en la reconfiguración de este proceso migratorio, la prédica monárquica trascendió sus fronteras nacionales. Nasha Strana tenía representantes formales estables en Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, Venezuela, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Bélgica, Francia, Irán y Australia. En Buenos Aires, el periódico se vendía en un kiosco de la calle Obligado 2150, en una librería de Leandro Alem 1140 y en los puestos de diarios de Alem y Viamonte y de Alem y Sarmiento.[4] Además de circular en Argentina, el periódico tenía establecido precio de venta dentro de los siguientes países: Estados Unidos, Canadá, Brasil, Venezuela, Uruguay, Paraguay, Chile, Inglaterra, Australia, Francia, Hungría y Alemania. También se informaba que sus ejemplares podían adquirirse en otros países, no mencionados, en los que el precio de tapa debía ser decidido por los colaboradores locales de la publicación. Este alcance internacional se vio incrementado cuando los monárquicos rusos de Argentina confluyeron, junto con otros agrupamientos de doce países, en el Congreso Monárquico celebrado en Munich en noviembre de 1949.[5] En ese año, el grupo responsable de Nasha Strana conformó una editorial, mediante la cual publicó más de 50 libros y folletos.[6] 

Los responsables del periódico entendían que su aparición era parte de una notable intensificación de la actividad editorial registrada por los inmigrantes rusos de reciente arribo a la Argentina y de la reorganización de los miembros de la oleada migratoria previa.[7] La gran mayoría de estas publicaciones tenían el mismo objetivo: plantear fórmulas para “salvar” a Rusia del bolchevismo. ¿En dónde residía entonces la originalidad y la necesidad de que se fundara un nuevo periódico de inmigrantes rusos? ¿Qué tenía Nasha Strana para ofrecer a un público que ya contaba con un abanico de publicaciones a su disposición para optar? En opinión de los monárquicos, al resto de los inmigrantes recientes les costaba expresar sus ideas de una manera clara y coherente.[8] El trabajo de concientización y divulgación anticomunista emprendido por los rusos exiliados en Buenos Aires era en extremo limitado, dado que no buscaba trascender las fronteras del grupo que ya estaba anoticiado de las consecuencias de la “dictadura comunista”.[9] En las publicaciones más nuevas reinaban la confusión y las contradicciones. Pese a no ser el único en su género, Nasha Strana se jactó de ser el único órgano dotado de una consistencia monárquica fuera de Rusia, y también de ser el único que lograba penetrar en las masas. Esta situación lo llevó a plantear que era un “derecho moral” del periódico solicitar a los monárquicos rusos en el extranjero que destinaran algo de su dinero al sostenimiento de la publicación.[10] 

El periódico se defendió de las acusaciones populares referidas a que los dos millones de rusos blancos que habían abandonado Rusia tras la revolución de 1917, lo habían hecho motivados por la expropiación de sus bienes materiales. Nasha Strana acudió en su argumentación a la contemporaneidad, señalando que si los rusos que emigraban por su repudio al régimen bolchevique lo hacían por causas de perjuicio patrimonial, no se podría explicar la razón por la cual otros dos millones de rusos antisoviéticos, integrantes de una masa que siempre había sido desposeída, dejaban su país al término de la Segunda Guerra Mundial.[11]

La publicación monárquica se vio en la obligación de responder a otra caracterización que le fue formulada desde fuera del grupo y con la que tampoco estuvo de acuerdo. Se trató de la identificación de los rusos blancos monárquicos con un alineamiento a la propaganda política norteamericana a partir del encendido discurso anticomunista compartido. Pero lejos de aceptar ser rotulados como “agentes pro-norteamericanos”, los rusos monárquicos aludían al principio de antigüedad. El anticomunismo que encarnaban las páginas de Nasha Strana precedía en tres décadas, según su enfoque, a la propaganda norteamericana. El contenido de ambos frentes de lucha ideológica era “idéntico”, quedando sus diferencias limitadas a una cuestión de escala y de recursos, mucho más reducidos en el caso del periódico monárquico. En cualquier caso, se trataba de un trabajo crucial que, como ha sido señalado más arriba, alcanzaba por sí solo para justificar la existencia de la publicación: “La propaganda comunista debe ser destruida con la misma arma, es decir con la propaganda!”.[12]

Por otra parte, la redacción comentó que no habían sido pocas las objeciones que algunos de los nuevos inmigrantes rusos habían planteado con motivo del subtítulo del periódico, “Órgano Monárquico Ruso”, e informó que efectivamente se trataba de la reaparición de Golos Rossii bajo otro nombre: el motivo de la existencia de ambos títulos pasaba por interpretar e informar a la población rusa en el extranjero acerca de las atrocidades del régimen soviético, para así crear una conciencia fuerte alrededor de la necesidad de contribuir a la preparación de la lucha anticomunista.[13] Mantenía de esta última publicación su orientación monárquica, enfatizando en la inexistencia de posiciones partidarias. Aunque la monarquía convivía con múltiples partidos, ella misma era el marco político de una tradición milenaria. En consecuencia, los dos emprendimientos editoriales conducidos por Solonevich habían decidido tomar distancia de cualquier partido y organización para abocarse a restaurar dicha tradición, la cual, desde el siglo IX, había construido y consolidado un Estado sólido para Rusia.  Tras la llegada al trono de Alejandro III a fines del siglo XIX, la cuestión territorial se había erigido en un punto central para la configuración del carácter nacional del imperio ruso. En la retórica oficial, la apelación a la “tierra rusa” –russkaia zemlia– reemplazaba al imperio y se proponía desdibujar los fundamentos de la subyugación de las otras nacionalidades que lo integraban. (Wortman, 2016: 225-226). En este sentido, la monarquía se presentaba bajo un carácter ecuménico, reconociendo y arbitrando los intereses expresados por los diferentes partidos, religiones y grupos nacionales que convivían en territorio ruso. 

No obstante, Nasha Strana entendía que la “enorme influencia en la psique rusa” (bol’shoe vliianie na russkuiu psikhiku) ejercida por el bolchevismo conducía a “la destrucción de aquellos instintos sobre los que descansó la vida rusa hasta la revolución” (razrushenii tekh instinktov, na kotorykh derzhalas’ do revoliutsii russkaia zhizn’).[14] En su reemplazo, los bolcheviques habían desplegado todo un abanico de concepciones nuevas que eran aplicadas de manera mecánica, universal y automática. La recepción de este nuevo corpus de pensamiento era, en cambio, dispar. No surtía el mismo efecto en la totalidad de la ciudadanía rusa. Era por ello que el periódico monárquico procedió a tipificar a la población en grupos organizados en función de su grado de exposición o receptividad a la influencia bolchevique. La propaganda anticomunista debía ser firme y persistente entre quienes se hallaban descontentos o tenían dudas respecto de las virtudes del régimen soviético.

El periódico estaba convencido de que en el gobierno de Stalin, caracterizado como “tiranía comunista”, primaba un temor mucho mayor ante la posibilidad de una nueva guerra que en cualquiera de los gobiernos que le planteaban una rivalidad directa. La rendición durante los primeros noventa días posteriores a la Operación Barbarroja de cinco millones de soldados soviéticos era señalada como la comprobación fáctica contundente de su debilidad. Así, negando el rol decisivo desempeñado por el ejército soviético para el resultado final de la Segunda Guerra Mundial, Nasha Strana advertía que no habría ya de contar con el apoyo de ningún soldado ni campesino –nada decía de los obreros– en su lucha contra un eventual adversario militar. A diferencia de lo planteado por otra publicación de derecha que abrazó el “defensismo”, como era Russkaia Gazeta (ver Piemonte, 2022), se alentaba aquí la derrota soviética en toda conflagración bélica. A tal fin, cobraba fuerza la expresión de deseo de que los eventuales enemigos de la Unión Soviética no replicaran los errores de la Wermacht hitleriana. Y es que, en la perspectiva del periódico monárquico, la guerra debía librarse no contra Rusia sino contra el comunismo internacional. No resulta llamativo que la esperanza estuviera puesta en la intervención de una o varias potencias de Occidente, ya que a la salida de la guerra la nación más económicamente avanzada de Oriente, Japón, había salido muy maltrecha y no estaba en condiciones de plantar cara al poder soviético. Un combate en territorio ruso devendría en lucha por su liberación y habría de contar, en su desarrollo, con el acompañamiento del pueblo ruso.[15] Esta “verdad evidente” que planteaban los monárquicos, no era compartida por la totalidad de sus compatriotas en Argentina.

Las leyes migratorias argentinas eran laxas, lo que había permitido ingresar al país a una importante proporción de rusos pro-soviéticos. Entre estos se hallaban, según Nasha Strana, los integrantes de la Unión Eslava Argentina. Si bien se trataba de una agrupación antinazi, que adoptó posiciones defensistas durante la Segunda Guerra Mundial en favor de la Unión Soviética, nunca abandonó su anticomunismo (ver Serrano Benítez, 2012). Desde su perspectiva, Nasha Strana no dudó en rotular a la Unión Eslava de “organización comunista”, aunque supuso que muchos de sus seguidores distaban en realidad de serlo ellos también. Se trataba, para los monárquicos, de un grupo de personas que, si bien contrarios a la prédica comunista, eran incapaces de romper “sus lazos espirituales con la patria rusa” y habían sucumbido a los engaños pergeñados por Moscú.[16] Fue por ello que los monárquicos denunciaron la ideología y los fines de la Unión Eslava, pues entendían que sus miembros esbozaban prácticas antidemocráticas y transgredían el sentido de la legislación migratoria.

Las acusaciones entre grupos ideológicos diversos que contaban con órganos de prensa parece haber sido una práctica bastante habitual en la colectividad rusa de Argentina. Así fue como Nifikor Cholovsky, director responsable del periódico Seiatel’ (El Sembrador), sostuvo en sus páginas que Nasha Strana era el órgano velado del Kominform en Argentina. Cholovsky afirmaba que existía un paralelismo entre la trayectoria del monárquico Nasha Strana y el extinto periódico de rusos blancos Ruskii v Argentine (El Ruso en Argentina) (ver Adamovsky y Koublitskaia, 2012: 24).[17] Este último había pasado de esgrimir concepciones profundamente antisoviéticas a exaltar las virtudes de la experiencia soviética. Denunciaba Cholovsky que los responsables de aquellos dos títulos editoriales abrevaban en el materialismo histórico y la lucha de clases. Solonevich llevaba mucho tiempo señalando el momento en que la Cheka sentó las bases del terror bolchevique como el inicio de la degradación material y moral del pueblo ruso (Solonevich, 1938: 14), y se defendió de las acusaciones asegurando que era el único inmigrante ruso en Argentina que llevaba adelante un compromiso sostenido contra el comunismo.

La emigración rusa en clave monárquica

Como parte de este afán generador de un diagnóstico preciso para saber hacia dónde orientar sus denuncias, Nasha Strana contrapuso las consideraciones políticas de dos grupos migratorios rusos en Argentina. El primero de ellos era el que había arribado con anterioridad al estallido bélico de 1914 e inmediatamente después de su finalización. El segundo contingente era el que había abandonado Rusia después de la derrota del Eje en 1945, y daba forma a aquello que el periódico denominaba como “emigración nueva”. La primera oleada rusa del siglo XX había traído a la Argentina a campesinos que escapaban de las feroces condiciones de vida impuestas por unos terratenientes que, en la perspectiva adoptada por Nasha Strana, solamente eran de origen polaco. Esta situación había conducido al campesinado a convertirse en fiel defensor del poder soviético. Los monárquicos sostenían que tal inclinación política se hallaba motivada por un desconocimiento de los hechos que tenían lugar en la Rusia soviética. Siendo que en el país de residencia se habían convertido en chacareros, su posición entraba en colisión con los koljozes que impedían a sus colegas en la Unión Soviética el acceso a la propiedad individual de la tierra. Este grupo migratorio favorable a la experiencia soviética, era a los ojos de Nasha Strana, impenetrable para el mensaje que buscaba impartir la prensa anticomunista.

Se advierte en las páginas del periódico el temor de que la inmigración proveniente de Rusia que arribó a la Argentina tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial pudiera incorporar elementos comunistas dispuestos a realizar tareas de infiltración. No era una presunción atribuible solamente a los rusos, sino que la misma sombra de duda debía cernirse sobre cualquier migrante transoceánico. La creación del Kominform sentaba las bases para esta suerte de suposiciones. Era especialmente importante llegar con este mensaje a los miembros de la nueva oleada migratoria, porque, no pudiendo ser ellos acusados de defender intereses y privilegios de las clases dominantes aniquiladas a partir de 1917, no quedaría más remedio para el gran público que aceptar la veracidad de sus testimonios relacionados al terror rojo cotidiano.[18]

Por el contrario, los “nuevos emigrantes” eran ciudadanos rusos de extracción tanto campesina como obrera, nacidos y criados bajo el gobierno soviético, y conocían de primera mano los crímenes del estalinismo. Sin embargo, dado que el conjunto de los miembros de la colectividad rusa (y no tan solo los componentes de la “vieja emigración”) eran considerados por la sociedad argentina como “rojos”, pesaba sobre todos ellos la sombra de la legislación que habilitaba al Estado a deportar a los extranjeros que plantearan un desafío al orden social. Era urgente, en consecuencia, la tarea de convencer a la “vieja emigración” de la veracidad de las denuncias contra el régimen estalinista vertidas en los órganos de los rusos blancos: “cada nuevo emigrante ruso debe considerar como su deber social y moral, hacer todo lo que depende de él para disipar la niebla roja, que envuelve a las mentes de los millones de buena gente rusa radicada en estas tierras generosas”.[19] 

En tanto que Argentina ofrecía a quienes llegaban al puerto de Buenos Aires “la primera experiencia, en su vida, de una existencia normal y jurídicamente protegida”, al otro lado del océano, las potencias europeas “entregaron al señor Stalin cerca de cuatro millones de sus ‘enemigos de clase’ – aliados naturales y, por lo tanto, valiosísimos de estas mismas democracias, en la lucha contra el comunismo”.[20] Además de marcar una diferencia en cuanto a su decisión política de no repatriar a los rusos emigrados, el gobierno argentino había permitido su participación abierta y libre en el curso de la sociedad. El buen trato recibido, entendía Nasha Strana, generaba en la colectividad rusa, víctima “de los totalitarismos y de las ‘democracias’ por igual”, la “obligación” de retribución mediante un desempeño honesto en sus ocupaciones. Esta “honestidad” incluía el compromiso de actuar con “responsabilidad” frente al capital. Y es que los monárquicos rusos atribuían a la lucha comunista contra el orden burgués un papel central para explicar la prolongación de la crisis económica que atravesaba el mundo desde la salida de la Segunda Guerra Mundial. La razón del enunciado radicaba en el hecho de que, al promover la realización de procesos huelguísticos que llevaban a incrementar los salarios, se producía su inmediata correspondencia negativa a partir del alza paralela de los precios en los artículos de consumo, con lo cual se encendía la mecha para la iniciación de nuevos ciclos de protesta orientados a obtener nuevos aumentos salariales. Así, la búsqueda del mejoramiento en la paga de los trabajadores redundaba inevitablemente en un círculo pernicioso que minaba las posibilidades de desarrollo del sistema capitalista.[21] Las huelgas eran un instrumento utilizado por los comunistas para desestabilizar el normal funcionamiento de las economías occidentales. Sin ir más lejos, en la mirada del periódico ruso, el Kominform era el promotor del intenso proceso huelguístico que se vivía en Gran Bretaña.[22]

Nasha Strana aclaraba que la monarquía que ponderaban los exiliados blancos en Argentina era la rusa y de ninguna manera implicaba la sugerencia de extender su implementación entre las formas de gobierno vigentes en el continente americano. La Gran Guerra había llevado a la destrucción de varias monarquías europeas (Austro-Hungría, Rusia, Alemania, Italia), dando paso a democracias débiles en las que, desde su singular perspectiva, se habían hecho con el poder diversas formas de socialismo: el comunismo, el nacional-socialismo y el fascismo. En cambio, allí donde las monarquías se mantenían en pie (Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda, España) persistía el orden social que faltaba en todas las repúblicas. El periódico reforzaba la idea de que la monarquía rusa, habiendo respetado durante sus once siglos de existencia los derechos políticos y civiles de los casi 150 pueblos que había reunido, se había preocupado especialmente por conducir los intereses de las “capas inferiores del pueblo – principalmente del campesinado”. A modo de justificación de toda su razón de ser, Nasha Strana sentenciaba que “La defensa del principio monárquico ruso es la brega por los postulados básicos, religiosos y nacionales, de existencia de Rusia y de todos los pueblos que la habitan”.[23]

Nasha Strana criticó, a su vez, las posiciones nazis de Freie Presse, uno de los periódicos para germanoparlantes más importantes de la época fuera de Alemania (ver Lafuente, 2023: 176). Editado en Buenos Aires, el diario dirigido por Federico Müller-Ludwig era amonestado por su llamado a efectuar colectas para ayudar solamente a los elementos que componían la “raza superior” dentro del extenso grupo humano de desplazados que deambulaban por la región occidental de la Alemania de posguerra. Asimismo, se criticaba la reseña que el periódico de los inmigrantes alemanes había publicado a propósito de la aparición del libro del general Arthur Holmston (pseudónimo de Boris Alekseevich Smyslovsky), un antiguo oficial del Ejército Blanco conducido por Pyotr Wrangel. Al diario monárquico le molestaba que en dicho comentario crítico se hubiera omitido deliberadamente lo que consideraba era uno de sus mayores méritos: inculpar a Hitler de haber impulsado al estalinismo a transformar el internacionalismo del Ejército Rojo en el nacionalismo del Ejército ruso. Lo notable aquí es que cobra mayor relevancia no la denuncia de los crímenes propios del nazismo, sino de su contribución al fortalecimiento del gobierno soviético. Alemania cargaba con la responsabilidad de haber favorecido con sus aportes técnicos y crediticios la aventura emprendida por Lenin y Trotsky.[24] 

A la salida de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética había cobrado renovado prestigio, impresionado especialmente a importantes sectores de la intelectualidad occidental. El periódico monárquico advertía la inconveniencia de avanzar en la identificación de Rusia con el bolchevismo. Toda acción dirigida en ese sentido habría de obstaculizar la eficacia de la lucha anticomunista.[25] Los inmigrantes rusos que arribaron al continente americano lo hacían impregnados del chauvinismo gran ruso, el cual, convertido en política de Estado por el estalinismo, había sido fuertemente potenciado durante la Segunda Guerra Mundial (ver Crisorio, 1996: 179-182). La dirección del periódico se planteaba comenzar una campaña de penetración entre los inmigrantes rusos mediante una difusión más localizada de su periódico y de eventuales folletos preparados a tal fin. Desde Nasha Strana se preocuparon en aclarar que, en vistas de la importancia de la acción dirigida a combatir las falsedades propagadas por el gobierno soviético a propósito del desarrollo en el mundo socialista, los textos que planeaba dar a conocer no habrían de abrevar en ninguna filiación partidaria ni orientación favorable al monarquismo.[26]

Para clarificar los contenidos y hacer más efectiva su propaganda, en Nasha Strana atendieron a la cuestión de las interpretaciones subjetivas sobre la monarquía, mayoritariamente percibida en toda América como un sistema político reaccionario. Reconocieron que tenía lógica histórica esta consideración, ya que los pueblos americanos habían tenido que romper el yugo que mantenían con las monarquías extranjeras que desde su metrópolis dominaban la política y la economía a lo largo de todo el continente. Por otro lado, la desaparición de las monarquías europeas a causa de la Primera Guerra Mundial no había conducido a una democratización más profunda sino, por el contrario, a la instauración de nuevas formas de gobierno totalitarias. Para Nasha Strana, solo dos repúblicas existían en Europa: Francia y Suiza. Y de ellas, solamente la última se encontraba en condiciones de proporcionar libertad y orden a toda su ciudadanía. En contraposición, estas cuestiones básicas se encontraban plenamente garantizadas por las monarquías sueca, noruega, belga y holandesa. Las enseñanzas gubernamentales europeas permitían concluir que ni las repúblicas conllevaban a la implementación de prácticas democráticas, ni las monarquías conducían inevitablemente a la adopción de formas autoritarias.[27]

Proponemos aquí que la restauración de la monarquía en Rusia era, para los participantes de Nasha Strana, el objetivo indispensable que los nucleaba, pero no era su objetivo final. Sus proyecciones indicaban que, una vez producido el cambio de sistema político, se abriría un interregno en el cual se debería luchar contra el bajo compromiso religioso en que dejaban a la población los 30 años de comunismo transcurridos: un tercio de la ciudadanía se mantendría convencida del ateísmo que se le había inculcado, otro tercio era indiferente a las cuestiones religiosas, y la proporción restante profesaba una religiosidad ingrávida en su vida cotidiana.[28] La monarquía rusa, identificada con la iglesia ortodoxa, se había mostrado como la forma más responsable y eficiente de elevar el nivel moral de la población del país. Los exiliados blancos se reconocían herederos de esa “tradición” y se autoproclamaban guardianes de la religión y la moral rusas. Esta era una cuestión importante. La moralidad había jugado desde el siglo XVIII un rol destacado en el ideario del monarquismo ruso. La persecución de un bien moral objetivo era la base de la distinción entre gobiernos buenos y gobiernos malos, siendo los primeros aquellos que carecían de conflictos y en los que primaba el bien común. (Bugrov, 2020: 284). 

Asimismo, la religión detentó en la Rusia pre-revolucionaria un poderoso carácter aglutinante para la población, que el monarquismo reclamaba para su proyecto restaurador. Los países de Europa occidental más avanzados, como Inglaterra y Francia, habían ido prescindiendo a lo largo del siglo XIX de la religión como herramienta política. Por el contrario, en Rusia culto al zar se estructuró dentro de la tradición cristiana, contó con el apoyo de la Iglesia, y bajo el gobierno del zar Nicolás I la religión ortodoxa se volvió una parte constitutiva central de la “nacionalidad oficial”. (Pena, 2021: 8; Zhivov, Uspenskij y Levit, 2012: 244). Esta relación estrecha condujo al monarquismo a difundir la situación de la Iglesia ortodoxa y a bregar por el fin de la persecución religiosa en Rusia. En ese sentido, el movimiento blanco logró que el 19 de marzo de 1930 que el papa Pío XI realizara una misa con cantos bizantinos interpretados por un coro de seminaristas rusos (Golovanov, 2005).

Las debilidades de Europa y la fortaleza de Argentina

La abdicación de la dinastía Romanov condujo en simultáneo a la derrota del pensamiento conservador ruso. Al retacear su apoyo al zar Nicolás II, en disconformidad con el proceso de modernización que estaba imprimiendo al país tras la muerte de Stolypin en 1911, las corrientes de derecha contribuyeron, sin proponérselo, a debilitar al régimen y facilitar las condiciones para su posterior caída (Loukianov, 2002). En efecto, la derecha rusa pre-revolucionaria estaba muy vinculada a la monarquía, por lo que su liquidación en 1917 implicó al mismo tiempo la pronta desintegración los partidos monárquicos (Podblotov, 2004:118). La propaganda monárquica tuvo gran repercusión entre los oficiales del ejército ruso que luchó contra el bolchevismo en la Guerra Civil. No obstante, Anton Denikin, comandante del movimiento blanco armado cristalizado en el Ejército de Voluntarios, consideraba un error dar visibilidad a los sectores monárquicos, por considerar que no representaban el sentir general del pueblo ruso y por ende podía constituir un factor negativo para el desarrollo del conflicto. Su sucesor, El general Wrangel, sucesor de Denikin y dueño de un conservadurismo aún más marcado, también se abstuvo de respaldar el monarquismo (Kenez, 1980: 69-70).

No obstante, el movimiento blanco adquirió desde temprano una impronta internacional y, lejos de desaparecer para siempre, el monarquismo ruso resurgió en distintos momentos en el extranjero. Tal fue el caso del grupo responsable de Nasha Strana en Buenos Aires. El hecho guarda significativa trascendencia para el estudio de la inmigración rusa en Argentina, ya que, tal como lo han destacado Olga Ulianova y Carmen Norambuena, “por primera vez en la historia de la diáspora rusa, el centro de una de sus corrientes ideológicas se sitúa en América Latina” (Ulianova y Norambuena, 202).

Había un motivo de porte por el cual los monárquicos rusos tomaban la decisión de dar vida a su órgano en la Argentina. Se trataba de un país que no había formado parte de los juicios de Nuremberg, convirtiéndose así en un reservorio de moralidad que contribuía a preservar los principios esenciales de la cristiandad.[29] Denunciando la extensión a la Europa de postguerra de prácticas judiciales sumarias arbitrarias que tenían tres décadas de implementación en la Unión Soviética, el periódico monárquico protestó cuando el “indefenso” mariscal Rodolfo Graziani, conocido por el apodo de “carnicero de Etiopía”, fue llevado al estrado para rendir cuentas por los crímenes de guerra que había cometido en Libia y Abisinia. En este punto fue muy fuerte el cuestionamiento hacia la injerencia de Churchill en los asuntos de Europa occidental. Dado que el primer ministro británico había entrado en componendas con Stalin durante el encuentro de Yalta, las acciones en que se encontraba implicado corrían el riesgo de estar viciadas por intereses comunistas. A diferencia de lo que ocurría en Europa, la Argentina se mantenía ajena a “la peste espiritual, que en forma de epidemia ha caído sobre el resto de este desdichado mundo”.

No fue fortuito el hecho de que el monarquismo ruso se combinara de manera intermitente en las páginas de Nasha Strana con el nacionalismo argentino. Esta posición, sostenemos aquí, se vio potenciada y fue asumida como parte integral de la línea editorial cuando Solonevich fue expulsado al país, debiendo instalarse en Montevideo, donde permaneció hasta su muerte en 1953. A partir del número 50, del 5 de agosto de 1950, se produjo el cambio del editor-director del periódico, pasando a hacerse cargo del puesto Vsevolod Dubrowsky.

 Las causas de la deportación no fueron confirmadas. La hipótesis que fue señalada como más probable sugiere que la misma fue originada en el contenido del libro de Solonevich Dictatura impotentov, en donde, si bien no destinaba una sola palabra a la Argentina, pudo haber sido asociado con una crítica velada al gobierno de Perón (Noikandrov, 2007: 598, 617). A partir de entonces, el órgano monárquico se mostró algo más dispuesto a tomar del peronismo su interpretación del pasado nacional, recuperando efemérides referidas a cuestiones históricas, símbolos patrios, grandes personajes y eventos centrales. Fue entonces cuando, recién en diciembre de 1951, se comenzaron a publicar, en castellano, editoriales referidos a la realidad argentina y a la historia política nacional. Se trató casi siempre de reproducciones de textos celebratorios del justicialismo publicados originalmente en el matutino El Mundo.[30]

Sin embargo, en marzo de 1949, con Solonevich al frente de la publicación, los monarquistas rusos habían manifestado su apoyo a Perón cuando explicitó en la Cámara de Diputados la inexistencia en suelo argentino de diferencias fundadas en cuestiones de raza y de sangre. La reformada constitución nacional argentina regulaba la situación de los extranjeros, estableciendo que quienes habitaran su suelo podían disfrutar de los mismos derechos sociales que los argentinos, y posibilitando el acceso a los mismos derechos políticos una vez transcurridos cinco años desde el momento de la nacionalización. De todos modos, vale destacar que este igualitarismo constitucional encontraba límites precisos, ya que, al seguir los parámetros industrialistas del pensamiento de Alberdi, y a contrapelo del mito nacional del “crisol de razas” (Adamovsky, 2009: 63), plasmaba en su artículo 25 la preferencia por la promoción de la inmigración procedente de Europa.[31] Rescatando la mención en el preámbulo de la carta magna a la “protección de Dios”, la conclusión de Nasha Strana a partir de esta situación era de gratitud: “Nadie más que nosotros, los rusos, ‘pájaros de la tempestad’, según las palabras del profeta bíblico, que en tantos países del mundo ‘civilizado’, hemos comido el amargo pan del exilio, sabrá valorar todo el alcance de este documento humano, noble y profundamente cristiano”.[32] A diferencia de lo actuado por las Naciones Unidas al momento de redactar la Declaración de los Derechos del Hombre, el gobierno peronista, lejos de hacerse eco del “ateísmo marxista”, había decidido hacer explícita la filiación de su proyecto con el “Sagrado Nombre de Nuestro Padre Común”. La Argentina de Perón llevaba la delantera moral ante una Europa occidental que claudicaba ante los designios y preferencias de la Unión Soviética. Esta situación llevó al periódico, publicado desde Argentina pero, vale recordar, destinado a potenciales lectores dispersos en una extensa región del planeta, a agregar en portada junto a la fecha de todos sus ejemplares de 1950 el lema “Año del Libertador General San Martín”.

Para Nasha Strana era innegable que, mientras Argentina resplandecía, Occidente atravesaba una fase de penumbras. Por un lado, la libra esterlina se había desvalorizado, a pesar de las declamaciones del gobierno laborista en sentido contrario. Su efecto   internacional había sido inmediato, repercutiendo en un ampuloso movimiento a la baja para el conjunto de las cotizaciones europeas. Por otro lado, también había quedado expuesta la fragilidad del plan Marshall en el plano militar, al haber confirmado el presidente Truman el estado avanzado de las investigaciones soviéticas, tras revelar que los científicos a las órdenes de Stalin ya habían efectuado la detonación de una bomba atómica. La conclusión de Nasha Strana era que el poderío bélico occidental había desperdiciado su ventaja al haber evitado dar el golpe de gracia al comunismo a mediados de 1945, momento en que el régimen soviético se hallaba muy debilitado por el esfuerzo de la contienda.[33]

Las naciones democráticas de Occidente habían hecho perniciosas concesiones al gobierno soviético. Una de las más dolorosas entre todas ellas había sido, a los ojos de los redactores de Nasha Strana, la captura por parte del ejército militar del general Vlasov para su deportación a la Unión Soviética, en donde fue finalmente ejecutado en la horca. Pese a las acciones repudiables que habían cometido, las democracias occidentales continuaban encarnando al más valioso aliado de los enemigos del comunismo soviético. La derrota de las democracias redundaría en un triunfo del bolchevismo. Esta sola previsión era motivo suficiente para que la emigración rusa antibolchevique en su conjunto decidiera unirse para reclamar “la separación de Rusia de la URSS, del pueblo ruso de los comunistas y la transformación de la próxima guerra no en mundial sino solamente en una guerra civil entre la libertad   y la esclavitud, la saciedad y el hambre”.[34]

Los ejércitos de Estados Unidos y de las potencias europeas se encontraban en un proceso intensivo de reacondicionamiento de armamento. Al mismo tiempo, la Iglesia católica había decidido proceder a la excomunión de todos aquellos fieles que militaran en filas comunistas. Se sumaba a este contexto internacional la creación de la OTAN. Todo indicaba que los canales de negociación diplomática estaban llegando a su fin definitivo y el estallido de una nueva conflagración mundial era inminente. Los monárquicos rusos de Argentina veían en esto la materialización de sus predicciones, pues afirmaban llevar tres décadas difundiendo un diagnóstico a propósito de la “deshumanización” conducida por el gobierno comunista y las consecuencias que acarrearía.[35]

Pese a la tolerancia hacia Moscú demostrada por los gobiernos europeos, Nasha Strana percibía que, inexorablemente, las negociaciones internacionales entre el “mundo comunista” y el “resto del mundo” (evitaron llamarlo “capitalista”) estaban arribando a su fin, y llegaba incluso a arriesgar que en julio de 1949 los altos mandos británicos podrían iniciar nuevas hostilidades. También tuvieron en cuenta la estimación que efectuaba un supuesto sector del servicio de inteligencia británico, según la cual el estallido se podría producir en un lapso de 6 a 7 años. En cualquier caso, lo importante es que el enfrentamiento armado entre un Occidente conducido por Gran Bretaña y la Unión Soviética era inevitable. En este escenario, aunque sin brindar mayores precisiones ni indicaciones propositivas, el periódico señalaba que los emigrantes rusos antisoviéticos estaban llamados a hacer todo cuanto estuviera a su alcance para garantizar la derrota del ejército soviético.[36]

Como paso siguiente, Nasha Strana comenzó a publicar una sucesión de notas acerca de la inminente “Tercera Guerra Mundial”. Entendiendo que estas informaciones y opiniones podrían concitar la atención del público lector no ruso, se incluyó una traducción al castellano de varios textos sobre dicha problemática. Sin embargo, esta propuesta nos parece aquí que fue imprecisa, dado que no es esperable que quienes no contaban con un manejo de la lengua rusa adquirieran una publicación periódica en este idioma con la finalidad de tomar conocimiento del único artículo traducido al castellano que acompañaba cada uno de los números. Además, cabe señalar que desde el número 28 del periódico, los textos en idioma castellano abandonaron la portada para pasar a ocupar la contratapa, lo cual denota un menor interés en atraer la atención de los lectores argentinos.[37]

Esta serie de artículos eran responsabilidad del anteriormente mencionado general Holstom. Considerado “el más notable especialista militar de la emigración rusa blanca”, se trataba de un antiguo oficial de la guardia del zar que había tomado parte en las dos guerras mundiales (como miembro del ejército imperial en la Primera y como integrante del estado mayor alemán en el frente oriental durante la Segunda). Había participado también en la Guerra Civil rusa. Tratándose de un protagonista en cuestiones bélicas, era la voz autorizada idónea que presentaba el periódico para desenmascarar “los métodos de guerra soviéticos, y en especial todos los métodos de trabajo subterráneo, quintas columnas, levantamientos en la retaguardia, y todo lo demás del mismo género”.[38] Dado que en la conflagración eventual no habría posibilidad de mantener neutralidad ni participación pasiva, resultaba imperioso comenzar el trabajo entre la población civil y los gobiernos de Occidente para preparar el terreno con anticipación y obtener una mejor posición para ganar la guerra.

Los monárquicos presentaban el conflicto bélico que, en su perspectiva, se hallaba próximo a desarrollarse, como el combate trascendental entre la democracia y la “inhumanidad” comunista. Resultaba imperioso el trazado de un plan de acción común para el conjunto del mundo democrático. Su inexistencia era motivo de preocupación. El periódico ponía la esperanza del triunfo en el convencimiento del pueblo ruso de la necesidad de abandonar a Stalin y combatir al Estado soviético conjuntamente con las naciones democráticas.[39]

El ingreso de tropas de Corea del Norte en territorio surcoreano producido el 25 de junio de 1950 fue vivido por los monárquicos rusos como una “nueva provocación soviética”.[40] Ante este conflicto, las democracias occidentales habían decidido tomar cartas en el asunto, lo que implicaba un distanciamiento respecto de la política pasiva de no-intervención que habían dedicado a Checoslovaquia, Polonia, Hungría y el resto de los países donde se habían registrado experiencias de ascenso comunista a partir de la conformación de las llamadas “democracias populares” en gran parte de la Europa centro-oriental de posguerra. El episodio guardaba una trascendencia fundamental: Corea dejaba al descubierto el aprendizaje y el convencimiento por parte de las democracias del peligro que representaba el comunismo para la civilización occidental. La defensa de la causa surcoreana debía encarnar el puntapié inicial para el desarrollo de una contraofensiva conciente y organizada del mundo democrático contra el terror soviético. El pueblo ruso vería de buen grado esta iniciativa, dado que empalmaba con sus propios intereses y aspiraciones. Como en Occidente, las masas rusas ansiaban su emancipación del yugo comunista. Los rusos blancos se proponían oficiar de fusible para interconectar ambos frentes de lucha antisoviética.

La Unión Soviética era el único país que continuaba ávido de confrontaciones bélicas a la salida de una Segunda Guerra Mundial que había destruido decenas de millones de vidas. Además de avanzar en la conformación de un ejército bien entrenado y dotado de pertrechos, el gobierno soviético invertía ingentes recursos en el Occidente democrático para hacer llegar su propaganda y sus espías e informantes. El pueblo ruso en su totalidad se oponía a que lo condujeran hacia una nueva guerra, pero si el proyecto bolchevique avanzaba se debía exclusivamente a su enorme poder represivo. Por ello, la lucha contra la opresión soviética encontraba mejores perspectivas de desarrollo en el plano internacional:

“El destino de los varios países europeos como Polonia, Checoslovaquia, Hungría, etc., han demostrado claramente al mundo democrático el poderío de la hábil propaganda y de las maniobras de las quintas columnas soviéticas en el campo internacional. El mundo democrático empezó a reaccionar. La propaganda anticomunista y antisoviética se torna cada vez más fuerte y más poderosa.”[41]

        

Ante este panorama de tensiones extremas, cabría esperar que Nasha Strana pensara en capitalizar el revuelo generado por la noticia de la muerte de Stalin. Pero ocurrió todo lo contrario. En el primer número posterior al deceso del líder soviético, publicado el 7 de marzo, no se incluyó una sola línea sobre el trascendental suceso. Cuando se expidió más tarde sobre este hecho, el periódico monárquico sostuvo que la muerte de Stalin no implicaba un cambio de paradigmas en la política soviética. Por el contrario, tan sólo tenía lugar la sustitución de un mando dictatorial por otro: “La organización actual significa que Stalin es reemplazado por todos sus colaboradores mediatos, y que su acción continúa. Los discursos de Malenkov, de Beria y de Molotov demuestran que, en política exterior, tampoco han cambiado nada. Las ideas stalinianas subsisten”.[42] La dirección colegiada estaba llamada a reemplazar el ejercicio unipersonal del poder que hasta entonces había tenido vigencia, sin que esto significara ninguna transformación de fondo en el sistema político soviético. Ninguna modificación se producía a partir de dicho deceso respecto del ejercicio represivo y opresivo del poder en la Unión Soviética. Por lo tanto, los monárquicos rusos debían seguir firmes en su trabajo propagandístico y de concientización sobre la naturaleza del régimen social del bolchevismo.

Palabras finales

Nasha Strana expresó su gratitud al país de recepción en nombre de toda la emigración antibolchevique proveniente de Rusia. Ningún ruso, afirmaba, había tenido que rendir cuentas o verse discriminado por su nacionalidad, ni ante el gobierno ni ante la población autóctona. Todos ellos podían trabajar y vivir a su aire. Esta libertad había habilitado la proliferación de un amplio espectro de publicaciones políticas en el seno de la colectividad rusa, la mayoría de las cuales se mostraba contraria a la experiencia soviética. Pero la propaganda que ejercían los rusos antibolcheviques a través de sus publicaciones no cumplía más propósito que el de ratificar las concepciones que ya se encontraban arraigadas entre unos lectores que nunca habían dudado de su antibolchevismo. De este modo, las denuncias a la dirección soviética eran generadas para su “consumo interno”, y perdían así toda posibilidad de impacto político real. El destinatario del mensaje era también su emisor. Era necesario, por ende, crear un público más allá del consabido círculo de antibolcheviques rusos. El periódico se planteó entonces la necesidad de trascender las fronteras y llegar directamente a quienes más interesados habrían de estar en recibir las informaciones y opiniones que en sus páginas se vertían: era imperioso “ir con esta propaganda, hasta la clase popular, la emigración de los confines de Rusia, hasta los campesinos de Volyn”, puesto que “allí no ha ido ni se ha acercado ninguna de estas organizaciones [antibolcheviques]”.[43]

Nasha Strana buscó difundir sus ideas más allá de los límites geográficos del país que había permitido su surgimiento y desarrollo. Aunque no se cuenta con información precisa sobre su funcionamiento, no quedan dudas de que los monárquicos fueron exitosos a la hora de montar un entramado internacional para la comercialización de la publicación. Si bien el diario tuvo su sede en Buenos Aires y se remitió circunstancialmente a algunos hechos específicos del grupo que lo editaba y a sus controversias con otros sectores de la colectividad rusa en el país, prácticamente la totalidad de sus artículos giraba en torno del añorado pasado zarista ruso y el denigrado presente soviético. Nasha Strana buscó llegar a todos aquellos exiliados rusos que tenían la necesidad de contar con información fidedigna sobre los sucesos trágicos que tenían lugar en su país natal, para así formar consenso sobre la urgencia de acabar con el gobierno soviético. En este sentido, concluimos que la derrota definitiva del poder soviético y el restablecimiento de la monarquía constituían no el punto de llegada, sino el punto de partida para lograr la recuperación del “estado moral” de la población rusa. Es justamente esta operación lógica la que permite comprender cabalmente la falta de interés evidenciada por los monárquicos ante la muerte del secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética.  Dado que el bolchevismo era percibido como una interrupción del normal funcionamiento político ruso, los monárquicos no manifestaron ningún interés por analizar el significado contenido en las tensiones y rupturas que tuvieron lugar en la cúspide del aparato político soviético, cuyo cambio más sensible fue el reemplazo del ejercicio unipersonal del poder de Stalin por una dirección colegiada que, hasta mediados de la década de 1960, no dejó de operar en arenas movedizas.

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Recibido: 22/12/2023

Evaluado: 21/04/2024

Versión Final: 17/05/2024

páginas / año 17 – n° 44/ ISSN 1851-992X /2025                           


[1] J. B., Nasha Strana, N° 3, 16/10/2022: 1.

[2] “Bosem’ let”, Nasha Strana, N° 1, 18/9/1948: 1-2

[3] “Ot redaktsii”, Nasha Strana, N° 1, 18/9/1948: 5.

[4] Nasha Strana, N° 29, 15/10/1949: 4.

[5] “Congreso Monárquico”, Nasha Strana, N° 33, 10/12/1949: 8.

[6] “Russkim monarkhistam zarubezh’ia”, Nasha Strana, N° 13, 5/3/1949: 3.

[7] “Zadachi ‘Nashei Strany”, Nasha Strana, N° 3, 16/10/2022: 1.

[8] “Russkim monarkhistam zarubezh’ia”, Nasha Strana, N° 13, 5/3/1949: 3.

[9] “Agentura Kominforma”, Nasha Strana, N° 46, 10/6/1950: 1-2.

[10] “Russkim monarkhistam zarubezh’ia”, Nasha Strana, N° 13, 5/3/1949: 3.

[11] “Otra vez lo mismo”, Nasha Strana, N° 55, 14/10/1950: 8.

[12] “Otra vez lo mismo”, Nasha Strana, N° 55, 14/10/1950: 8.

[13] S/t, Nasha Strana, N° 2, 2/10/1948: 1.

[14] A. Filipov, “Russkaia psikhika i bol’shevizm”, Nasha Strana, N° 2, 2/10/1948: 3.

[15] J.B., s/t, Nasha Strana, N° 2, 2/10/1948: 1.

[16] “A la opinión pública argentina”, Nasha Strana, N° 17, 30/4/1949: 1.

[17] “Agentura Kominforma”, Nasha Strana, N° 46, 10/6/1950: 1-2.

[18] “Sobre la nueva emigración”, Nasha Strana, N° 20, 11/6/1949: 1.

[19] “La Nueva Emigración”, Nasha Strana, N° 9, 8/1/1949: 1.

[20] “Más Sobre la Nueva Emigración”, Nasha Strana, N° 10, 22/1/1949: 1.

[21] “Algunas verdades simplas (sic)”, Nasha Strana, N° 13, 5/3/1949: 1.

[22] “Scheherazada”, Nasha Strana, N° 22, 9/7/1949: 1.

[23] “Nuestro subtítulo”, Nasha Strana, N° 11, 5/2/1949: 1.

[24] “Emigratsiia vysshei rasy”, Nasha Strana, N° 12, 19/2/1949: 1, 8.

[25] “El Patriotismo y los Soviéticos”, Nasha Strana, N° 18, 14/5/1949: 1.

[26] “De la ‘Emigración Fronteriza’”, Nasha Strana, N° 19, 28/5/1949: 1.

[27] “Monarquía y Democracia”, Nasha Strana, N° 25/6/1949: 1.

[28] A. Kolesnikov, “Tsel’ monarkhicheskogo dvizheniia”, “Russkim monarkhistam zarubezh’ia”, Nasha Strana, N° 13, 5/3/1949: 4.

[29] “Argentina”, Nasha Strana, N° 1, 18/9/1948: 1.

[30] Así se incluyó, por ejemplo, el siguiente extracto: “en la Nueva Argentina se ha derrotado al comunismo con una doctrina más justa y más humana, puesta inmediatamente en la práctica; hemos elaborado un plan quinquenal sobre la realidad y sobre la distribución justa de la tierra, bases de una industria y un comercio en pleno ascenso; el segundo plan quinquenal será una prolongación de tales bases”. “La verdad argentina”, Nasha Strana, 8/12/1951, N° 99: 8. También se reprodujo una nota de El Mundo sobre la muerte de Eva Perón (“Eva Perón entró en la inmortalidad”, Nasha Strana, 2/8/1952, N° 133: 1).

[31] Esta era la razón que, habida cuenta del protestantismo practicado por la inmigración pretendida, motivó la inclusión de los artículos 14 y 20, referidos a la libertad de culto (Aldao y Clérico, 2019: 187).

[32] “Al Noble Pueblo Argentino nuestro sincero y cálido homenaje”, Nasha Strana, N° 14, 19/3/1949: 1.

[33] “Dva proryva”, Nasha Strana, N° 28, 1/10/194: 8.

[34] “Aún más sobre la guerra”, Nasha Strana, N° 31, 12/11/1949: 8.

[35] “Nuestras profecías”, Nasha Strana, N° 24, 7/8/1949: 24.

[36] “Sombras fatídicas”, Nasha Strana, N° 15, 2/4/1949: 1.

[37] “Contornos de la próxima guerra”, Nasha Strana, N° 29, 15/10/1949: 8.

[38] Idem.

[39] “¡Antes de la guerra!”, Nasha Strana, N° 27, 17/9/1949: 1.

[40] “El conflicto en Corea”, Nasha Strana, N° 52, 2/9/1950: 8.

[41] “Dos etapas”, Nasha Strana, 16/9/1950, N° 53: 8.

[42] “El cambio de mando en la Unión Soviética”, Nasha Strana, 21/5/1953, N° 166: 8.

[43] “Palabras y hechos”, Nasha Strana, N° 32, 26/11/1949: 8.