Un regeneracionismo de izquierdas: el joven socialista José Ingenieros bajo el signo de la crisis
Un regeneracionismo de izquierdas: el joven socialista José Ingenieros bajo el signo de la crisis
A left-wing regenerationism: the young socialist José Ingenieros under the sign of the crisis
Francisco J. Reyes
Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales del Litoral,
Universidad Nacional del Litoral,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
https://orcid.org/0000-0002-2729-3507
Resumen
Este trabajo aborda la trayectoria del joven socialista argentino José Ingenieros al calor de la crisis de la década de 1890. Se argumenta que, por sus influencias y el lenguaje político adoptado en esos años, su figura puede ubicarse dentro de un arco de planteos regeneracionistas por parte de intelectuales que la historiografía contempló dejando fuera a las expresiones de izquierdas. Para ello, se analizan los referentes político-intelectuales y los tópicos esgrimidos por Ingenieros en folletos, conferencias y artículos de prensa, así como otros planteos desde el naciente socialismo en Argentina. Con esta reconstrucción de un regeneracionismo de izquierdas, que dialogó críticamente con diversas expresiones político-ideológicas, se da cuenta del carácter transnacional del fenómeno y de sus modulaciones que se prolongaron a inicios del siglo XX.
Palabras clave: Fin-de-siglo; Intelectuales; Izquierdas; Regeneracionismo; Socialismo.
Abstract
This paper deals with the trajectory of the young Argentine socialist José Ingenieros in the context of the crisis of the 1890s. It is argued that, due to his influences and the political language adopted in those years, his figure can be placed within an arc of regenerationist approaches by intellectuals that historiography contemplated leaving out left-wing expressions. To this end, we analyse the political-intellectual referents and the topics put forward by Ingenieros in pamphlets, conferences and press articles, as well as other proposals from the nascent socialism in Argentina. This reconstruction of a left-wing regenerationism, which critically dialogued with various political-ideological expressions, shows the transnational character of the phenomenon and its modulations that continued into the early twentieth century.
Keywords: End-of-century; Intellectuals; Left; Regenerationism; Socialism.
Introducción[1]
La trayectoria política e intelectual del argentino –de origen italiano– José Ingenieros probablemente sea una de las más recorridas por la historiografía local. Ésta ha abarcado desde los orígenes del Partido Socialista (PS) en Argentina hasta el auge de la “cultura científica” de corte positivista y el desarrollo de la psiquiatría como disciplina profesional, pasando por su centralidad en diversos debates públicos en este país y con impacto en América Latina entre fines del XIX y el período de entreguerras. Por otro lado, el fenómeno del regeneracionismo finisecular ha cobrado volumen analítico en las últimas décadas a partir de estudios de caso puntuales. Pero se observa una escasa problematización al encasillárselo sobre todo a la relación gobierno/oposición durante la República oligárquica entre 1890 y el ascenso al poder de la Unión Cívica Radical (UCR) en 1916, una fuerza que había hecho de la “regeneración” de la nación una consigna fundamental (Botana, 2005; Reyes, 2022b).
En lo que sigue se establece una conexión entre una etapa de esa rica trayectoria de Ingenieros, la que discurre entre la llamada “crisis de 1890” en Argentina, cuando inicia su militancia socialista, y su salida del PS hacia 1900; y las tendencias regeneracionistas que proliferaron en Argentina como avatar local de un conjunto de transformaciones de carácter transnacional operadas por la circulación y recepción de ideas. Al respecto, la cultura política internacionalista en la que se filiaba el naciente socialismo en Argentina puede pensarse como un nexo entre ambas cuestiones. Pero, sin dudas, las fuentes en las que abrevó el joven Ingenieros la excedían y se mixturaron con otro conjunto de influencias y lenguajes en boga.
A partir de este marco interpretativo la hipótesis que se sostiene, compartida en parte con trabajos clásicos y otros más recientes sobre esta figura (Terán, 1979: 13-36; Falcón, [1985] 2011: 178; Tarcus, 2013: 243-244; Plotkin, 2021: 35-48), es que el estudiante de Medicina y activista socialista Ingenieros puede pensarse como un “hijo de 1890” por partida doble. Por un lado, su temprana socialización política se inició en el clima de agitación producto de la crisis económica y política de ese año, coincidiendo con toda una generación que nutrió las filas de diversas agrupaciones políticas críticas, por distintos motivos, del orden existente (de la UCR al PS pero también más allá). Por otro lado, en su bagaje intelectual y su actitud ante la coyuntura influyeron tanto las diversas corrientes del socialismo de una Segunda Internacional creada en 1889 como las aspiraciones regeneracionistas de toda aquella generación que llegaron a asumir, en casos, connotaciones espiritualistas por una “crisis moral generalizada” que no necesariamente contradecían la ferviente adhesión de Ingenieros al cientificismo (Zimmermann, 1995: 68 y passim.).
En este sentido, los principales trabajos sobre el personaje se concentraron en su protagonismo en la organización del PS (1894-1896), a partir de su liderazgo en el Centro Socialista Universitario (CSU) como estudiante de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y las polémicas que protagonizara en los primeros congresos partidarios como exponente del “ala revolucionaria” (1896-1898). El aporte del presente artículo incorpora esos años fundamentales para Ingenieros y los prolonga con la notable actividad que desplegó no sólo desde su periódico La Montaña (1897) –co-dirigido con el poeta Leopoldo Lugones– y su menos estudiada etapa como redactor del periódico partidario La Vanguardia, conferencista, reseñante y divulgador de todo tipo de ideas (políticas, literarias, científicas, pacifistas) también en otras publicaciones como El Mercurio de América.
Al mismo tiempo, se sostiene que el regeneracionismo expresado en esos años por Ingenieros –pero no sólo por él– evidenciaba de forma singular tanto la crítica social y política como el idealismo humanista del socialismo. La clave de fondo era la promesa de la tradición revolucionaria y emancipatoria que confiaba en la plasticidad de las formaciones sociales y se remontaba hasta la Revolución Francesa (Ozouf, 1989). Corriente mediada por el desarrollo de una cultura internacionalista que, a lo largo del siglo XIX, pregonó la emancipación del proletariado y, con él, de la humanidad toda (Traverso, 2022: 172-187). Como en otros casos contemporáneos a ambos lados del Atlántico, un actor fundamental para las formulaciones y modulaciones de las ideas regeneracionistas fueron los intelectuales, no casualmente, una figura que cobró forma en dicho contexto al constituirse como un sujeto colectivo portador de una misión social (Charle, 2000: 155-202). El propio joven médico socialista tematizó este proceso al identificarse con los “hombres de ideas” o “de pensamiento” que debían intervenir desde el mundo letrado en pos de una obra redentorista.
Otra hipótesis que se sostiene es que el regeneracionismo aparecía como ideológicamente indeterminado y, por ello, susceptible de ser instrumentalizado desde distintas posiciones. De la mano de un nuevo lenguaje político en el mundo occidental producto de la llamada “crisis fin-de-siglo” (Pick, 1989), el fenómeno se canalizó en Argentina por la terminología de un positivismo dominante (pero no excluyente) que sucedió al “momento romántico”, con eje en una concepción de la sociedad como “totalidad social orgánica” con diversos actores y funciones específicas (Palti, 2009: 151-164). El lenguaje asimilado y empleado por Ingenieros en sus intervenciones, así como los tópicos en ellas recorridos, ilustran una corriente de izquierdas no contemplada (o muy parcialmente) por trabajos clásicos. Estos o bien plantean una contraposición entre un regeneracionismo nostálgico del pasado y un reformismo progresista (Botana, 2005), que aquí pretende refutarse con la reconstrucción de un regeneracionismo socialista; o bien, cuando combinan esas dimensiones, enfatizan la centralidad de las elites gobernantes (Zimmermann, 1995), mientras que esta ampliación por izquierda del arco regeneracionista de la República oligárquica demuestra la entidad propia de esta corriente.
A continuación, se abordará ese vínculo entre intelectuales y regeneracionismo en la Argentina finisecular para comprender mejor al segundo, entendiendo que la voluntad y capacidad de aquellos para interpretar la “crisis” y proponer reformas o delinear horizontes futuros les granjeó un lugar destacado en el debate público. Luego se analiza la trayectoria del joven Ingenieros y su compromiso político socialista desde el mundo de las ideas, en donde la militancia partidaria se conjugó con la inquietud por definir su lugar como intelectual. Para configurar de forma más acabada ese regeneracionismo se recuperan algunos de los discursos circulantes en la cultura socialista en donde se evidencian voces como la de La Vanguardia y la recepción de planteos de la Segunda Internacional que explícitamente contrastaban con otras variantes locales del regeneracionismo. Para finalizar, se concluye que ese fenómeno adquirió un carácter arborescente, con una deriva particular en el regeneracionismo socialista de inicios del siglo XX que se distingue del más conocido del radicalismo y que encontrará nuevamente en consonancia a un Ingenieros que atravesó diversas estaciones. Este trabajo pretende contribuir a redimensionar el regeneracionismo como tema de estudio para la Argentina del cambio de siglo al abordar no sólo sus expresiones más “exitosas”, sino también a una miríada de planteos política e ideológicamente heterogéneos que, como en Ingenieros, se preocuparon por la redefinición de distintos aspectos de la comunidad en la que se actuaba.
Intelectuales y regeneracionismo
Una aclaración necesaria para comprender al regeneracionismo es que, a diferencia de otros “ismos” clásicos (liberalismo, socialismo, republicanismo), más que un término utilizado por los actores históricos, debe entenderse como un concepto historiográfico. Aquí resulta válida la distinción de R. Koselleck entre los conceptos históricos (la noción de “regeneración”) y los conceptos del/la historiador/a (el de “regeneracionismo”); en otras palabras, la diferencia entre el lenguaje de las fuentes y las categorías históricas (Koselleck, 1993: 333-334). Tanto para Argentina como, por ejemplo, para el más conocido caso español las investigaciones identificaron grupos con planteamientos similares en torno a una serie de demandas de regeneración, pero no los circunscriben a un único colectivo político o intelectual. De hecho, estos planteos revistieron en el fin de siglo un carácter transnacional, de forma directa o indirecta, por la circulación de ideas y climas políticos.
¿Qué tenían en común esos planteos? En primer lugar, la denuncia de la “decadencia” o la “degeneración” de una sociedad, una nación, una raza o una clase social, incluso todo ello al mismo tiempo por una “crisis general” civilizatoria. En segundo lugar, la contraparte necesaria era la demanda de una regeneración de distintos alcances según el diagnóstico. Las implicancias que se sucedían tendían a operar una “reacción” en sectores “sanos” frente a otros “corrompidos” para reformular los fundamentos de la sociedad. Aquí radica el sentido salvacionista del regeneracionismo al prefigurar una redención futura que conllevaba una aceleración de los tiempos: una “revolución” (cualesquiera sean sus connotaciones), un conjunto de “reformas” o una determinada “evolución” del estado de cosas. El de “regeneración” era un término que formaba parte de una red conceptual que fue constituyendo un lenguaje político común a esos planteos que proliferaron en distintas latitudes. Según se adelantó, de ese conjunto de supuestos compartidos no se derivaba una apuesta común para quienes demandaban una regeneración.
Otra característica era la moralización del mensaje, la apelación a unos valores que signaban el trasfondo ideológico de quienes los formulaban y que contrastaban con el estado de cosas denunciado. Un aspecto principal fue la centralidad de los actores que expresaron y difundieron estas ideas, justamente en el contexto histórico del surgimiento de los intelectuales como sustantivo colectivo. Una minoría que se consideraba poseedora de un capital cultural o de un conjunto de saberes que los capacitaba y legitimaba (frente al “pueblo”, otras elites o la “opinión pública”) para erigirse en intérpretes de su época, guías o reserva espiritual en una situación crítica. Esto no significa que el regeneracionismo era un asunto exclusivamente de las elites intelectuales, ya que las ideas y consignas circulaban en la prensa o en actos públicos, siendo reapropiadas y resignificadas desde distintos registros. Pero el rol de los intelectuales se vincula también con el sentido trascendente asignado a las esperanzas de regeneración, colocándose por encima de las disputas corrientes al apelar a los ideales superiores o fines últimos de la comunidad deseable.
Entendido como fenómeno transnacional con expresiones singulares y diversas en distintos espacios, el regeneracionismo en Argentina responde a lo expresado. Algo que no sorprende por la simultaneidad de estas expresiones entre fines del siglo XIX y la Gran Guerra, cuando fueron agudizándose un conjunto de tensiones sociales, político-ideológicas y culturales que cuestionaban a la sociedad de la Belle Époque. En un mundo en profunda transformación, los claroscuros podían hacer convivir el pesimismo decadentista con el optimismo de la todavía pujante idea de progreso, el avance colonial y la mundialización capitalista.
Según se expresó para la España de la Restauración, la aparición de los “nuevos intelectuales” encontró en la “crisis de fin-de-siglo” la “fermentación de un ambiente cultural teñido de regeneracionismo”, en los republicanos de la Institución de Libre Enseñanza, en los ensayistas de denuncia como Lucas Mallada o Joaquín Costa o en la “nueva juventud intelectual” que maduró con la derrota militar española de 1898 ante los Estados Unidos (la “generación del 98”). Un clima que luego dinamizó la opinión pública con la “masacre de Montjuitch” o la recepción del debate internacional por el affaire Dreyfus, hito fundamental del “nacimiento de los intelectuales” como sustantivo colectivo por la defensa del capitán judío del ejército francés. En este caso, la imagen de una “nueva España” estuvo lejos de tener “una formulación política ni doctrinaria unitaria”, sin propuestas conjuntas aunque se reiteraran palabras como “pueblo”, “raza” o “nación” (Suárez Cortina, 2017: 268-273; comparativamente con Francia, Charle, 2000).
Desde una perspectiva más amplia, E. Storm cuestiona la etiqueta “generación de 1898”, asociada al regeneracionismo español, para argumentar que no fueron “fenómenos exclusivamente españoles, cuando, en el fondo, se pueden establecer muchos paralelos con corrientes intelectuales del resto de Europa”. Coincide con Suárez Cortina en que el regeneracionismo no debe considerarse una “corriente política” sino un tipo de abordaje de la realidad finisecular, adquiriendo importancia “dividir a los regeneracionistas según sus ideas políticas” (Storm, 1999: 265). Este argumento vale para el caso argentino y allí puede ubicarse un regeneracionismo de izquierdas como el que expresó Ingenieros. El tópico de la crisis fin-de-siglo y la necesidad de una reacción en forma de regeneración se replicó a lo largo de las décadas de 1890 y 1900 y, además de España, cabe mencionar la Italia post-unificación y la Francia de la Tercera República, en donde la derrota militar italiana en Etiopía (1896) o el propio affaire Dreyfus (1894-1906) y sus secuelas pusieron en cuestión la pérdida de prestigio nacional y movilizaron el malestar político-cultural.
En los inicios de la Italia giolittiana fue la intervención de jóvenes de izquierdas y liberales que –además de enrolarse en el affaire– plantearon su descontento con las derivas de la unificación, con el militarismo y la corrupción gubernamental (Gentile, 2003). En Francia fueron los nacionalistas de derechas los que reaccionaron contra una república considerada corrupta y débil, mientras intelectuales católicos proponían una nueva espiritualidad con su propia “regeneración nacional” conservadora. Frente a ellos, los grupos socialistas se filiaban en la gran promesa de 1789 y, entusiasmados por la Segunda Internacional, hermanaban la regeneración de Francia con la “regeneración de la humanidad” (Winock, 2017; Wright, 2017). Un joven intelectual y políticamente inquieto como Ingenieros se vio así influenciado por esta efervescencia internacional y por autores que hablaban el lenguaje de la regeneración, como el italiano Guglielmo Ferrero o el francés Benoît Malon.
Pero con el recalentamiento de las relaciones internacionales, publicistas, funcionarios y académicos de las potencias del norte europeo –como Gran Bretaña o el Imperio Alemán– acicatearon el debate público con la consigna de “regeneración nacional”. Comenzó a plantearse la crisis de las “razas latinas” frente al avance de las anglosajonas y, para superar los desafíos interimperialistas, esos regeneracionismos se asociaron a los tópicos organicistas del darwinismo social y la “lucha por la vida” (Fuentes, 2018; Pick, 1989). La de 1900 fue la década por antonomasia del ascenso de los nacionalismos beligerantes frente al internacionalismo y el pacifismo, que sustentaban ideas de regeneración que trasvasaban las fronteras, por eso la historiografía sobre las ideas regeneracionistas se concentró en la dimensión nacional, descuidando toda otra corriente vinculada a la emancipación social y la paz mundial. En ella abrevó Ingenieros pero incorporando tópicos racistas y darwinianos propios de la cultura científica.
Análisis señeros sobre los intelectuales argentinos del cambio de siglo –que tienen a Ingenieros como una figura destacada en una etapa posterior– dieron cuenta de la transversalidad ideológica de las ideas regeneracionistas cuando hablan de la “generación de 1890” o de la “reacción a la crisis”[2]. En un campo intelectual local todavía en formación, la confluencia de inquietudes desde distintas posiciones políticas se focalizó en una serie de “cuestiones” problemáticas emergentes en el fin-de-siglo: la “social”, vinculada a las condiciones de vida de los sectores trabajadores; la “nacional”, que apuntaba a consolidar una identidad colectiva, integrar a la población inmigrante y definir el lugar del país en el mundo; finalmente, la “política”, por la conformación de nuevos partidos políticos y las demandas por una reforma electoral democrática (Zimmermann, 1995; Terán, [2000] 2008). La idea de una “generación intelectual” de 1890 –o la discutida “generación de 1898” española– remitiría menos a un grupo que comparte una franja etaria común (Ingenieros había nacido en Italia en 1877) que a un microclima fértil para la intervención pública de quienes poseen recursos culturales valorados por sus contemporáneos y que reclaman un lugar en el debate público (Sirinelli, 1986).
Algunos exponentes del regeneracionismo local, con diferencias ideológicas y trayectorias previas, también ganaron protagonismo en ese microclima al tematizar la crisis y ocupar posiciones políticas relevantes. El lenguaje común con el estudiante socialista demuestra, además, en qué contexto éste se integró paulatinamente a las elites intelectuales de la República oligárquica y los términos en que lo hizo. Sólo para referenciar algunos ejemplos conspicuos, puede mencionarse a Adolfo Saldías (1848-1914), el intelectual más destacado en los orígenes de la UCR. Este historiador que participó en la llamada “Revolución del Parque” de 1890 y fue director del periódico partidario El Argentino (1893-1894) (Reyes, 2022b), reeditó por entonces su obra más conocida (1892) en la que achacaba la bancarrota del país a la “ecuación del mercantilismo” y donde la “nacionalidad” era una “incógnita” que demandaba de la “virtud cívica”. En su diagnóstico, Argentina “ha[bía] degenerado en su espíritu y en su sangre”, con el riesgo de perder su lugar “entre las naciones civilizadas” (Saldías, [1892] 1945, I:4-6), para lo cual apelaba como salvación al “pensamiento regenerador que surge de la generación doctrinaria del año 1837”. A saber, las ideas de Esteban Echeverría y de Juan Bautista Alberdi que entendía plasmadas en la Constitución nacional por buscar la “prosecución de un propósito orgánico, de [una] reconstrucción nacional” que garantizara el “gobierno libre” (Saldías, [1892] 1945, IV: 20, 25 y 35). Banderas que en esa década de 1890 eran las de la UCR.
Unas demandas de este tipo, con foco en la propia nación y, con una inquietud similar respecto del mercantilismo –la crisis económica– y del cosmopolitismo –la inmigración–, se expresaron claramente en Joaquín V. González (1863-1923) como exponente del regeneracionismo de la República oligárquica. Luego de su renuncia a la gobernación de La Rioja por los conflictos suscitados por la crisis, en Mis montañas (1893) realizó un viaje espiritual al interior del país como reserva moral frente a la decadencia nacional. Ya diputado nacional y miembro del Consejo Nacional de Educación (1894) se concentró en las tendencias del magisterio que “acusa[ba]n un principio de decadencia” demostrando que, a medida que avanzaba la década, las elites gobernantes pasaban de interpretar la crisis desde sus inmediatas manifestaciones económicas y políticas hacia temas de más largo aliento, como el desafío de homogeneizar cultural e ideológicamente a la sociedad y resolver sus tensiones y conflictos más o menos latentes.
El regeneracionismo de González, y de otros, devino rápidamente en un nacionalismo que encontraba en el Estado la herramienta para revertir esas tendencias mediante reformas (Reyes, 2022a). Por eso al pesimismo inicial le sucedió el voluntarismo de actuar desde arriba sobre el material humano plástico propio de un “país nuevo”. Al filo del siglo XX el futuro ministro del Interior de Julio Roca ya se inspiraba en el ejemplo intelectual francés, en especial de sus educadores: “la más luminosa prueba de lo que vale la grandeza del alma aplicada a un propósito definitivo, y un guía certero de las naciones nuevas, que buscan el mejor camino para su engrandecimiento o su rehabilitación” (González, [1900] 1906, XIX: 41-42). Este énfasis en la educación para la “rehabilitación” de una nación estaba presente, en paralelo, en los regeneracionistas españoles de la Universidad de Oviedo, como Rafael Altamira, al que González invitó a la Universidad de La Plata poco después (Zimmermann, 1995).
Esta sucinta escena de los intelectuales regeneracionistas, así como las variaciones del fenómeno en el clima finisecular, da cuenta de la relativa simultaneidad de estas expresiones a ambos lados del Atlántico y de la fluidez de la circulación de un lenguaje político nutrido por diversas influencias. El caso de Ingenieros merece ubicarse en esta heterogénea constelación pero enfatizando que la relativa marginalidad del regeneracionismo socialista en el debate público tenía que ver con su novedad y la escasa trayectoria previa de sus enunciadores, pero eso no implicaba insignificancia.
Ingenieros en la crisis fin-de-siglo
Hasta su salida del PS en los primeros años del 1900, los espacios de intervención del joven Ingenieros fueron múltiples y dan cuenta de la búsqueda temprana de un perfil político e intelectual, que luego continuaría con sucesivas estaciones. Hijo de un republicano italiano de izquierdas y masón (como él mismo), estudiante en el Colegio Nacional de Buenos Aires, al que concurrió con Augusto Bunge, con éste inició la carrera de Medicina en la Universidad de Buenos Aires y crearon el CSU. El centro se sumó a la organización del PS (entre 1894 y 1896) y se involucró con Leopoldo Lugones en la bohemia porteña junto a otros jóvenes escritores enrolados en el modernismo literario encabezados por Rubén Darío. Habiendo promovido efímeras publicaciones, recién con su disidencia del PS como “socialista revolucionario” –nuevamente con Lugones– logró sostener en 1897 un periódico que le dio voz: La Montaña.
Retornado a las filas del PS, desde 1898 redobló su militancia como dirigente y redactor de La Vanguardia con innumerables conferencias y discursos. Tampoco abandonó las letras, actuando como colaborador de El Mercurio de América, revista modernista en la que se ocupaba de las novedades italianas. En esos años Ingenieros se estaba integrando en el ámbito académico local a partir de la psiquiatría y la criminología, de la mano de su mentor José María Ramos Mejía[3]. Conocimientos que concilió con su identidad socialista de la mano de una “cultura científica” valorada en el PS –en donde había médicos como Juan B. Justo, Nicolás Repetto, Enrique Dickmann o Bunge–, pero para 1900 tensionó sus intereses y convicciones. Su ambición de sumarse a las elites intelectuales comenzó a materializarse con contribuciones para la Revista de Derecho, Historia y Letras, en tanto sus aspiraciones sobre la burocracia estatal lo involucraron en publicaciones como Semana Médica y los Archivos de Psiquiatría, el Observatorio de Alienados de la Policía y el Instituto de Criminología de la Penitenciaría Nacional. Antes ya se había incorporado a la cátedra de Neurología de la Facultad de Medicina, todo lo cual le valió ser convocado en 1902 por el ministro del Interior González para colaborar junto a Bunge y otros socialistas en el proyecto de Código Nacional del Trabajo, para lo cual publicó un estudio-informe sobre las tendencias del socialismo reformista[4].
Toda esta etapa formativa y militante de Ingenieros estuvo signada por un contexto experimentado como crisis, de acuerdo con sus intervenciones y los sentidos circulantes, ya sea por las condiciones locales como por los prismas analíticos de un marco internacional que recepcionaba de forma permanente[5]. En ese mundo en agitación Ingenieros no se mantuvo al margen ni de los tópicos ni de los lenguajes que los expresaban. En su primer texto relevante, el folleto ¿Qué es el socialismo?, tematizaba la crisis según los planteos del materialismo histórico básico de la Segunda Internacional. Le asignaba al proceso un carácter mundial, “resultado del grado de civilización de los pueblos (…) a que la evolución social y económica había llegado”, aunque la del fin-de-siglo tenía como origen específico la especulación capitalista. Ingenieros anunciaba que, como la “crisis avanza[ba] tanto con vertiginosa rapidez”, se avecinaba un porvenir venturoso por la caída del “decrépito edificio de la organización burguesa”. Dirigiéndose a los estudiantes universitarios, definía al socialismo como “el más noble de los ideales que han agitado a la humanidad, y el más justo de los pabellones que los oprimidos enarbolan (…) bajo los rayos regeneradores de la ciencia y del progreso” (Ingenieros, [1895] 1979: 128, 135 y 163).
El tono moral que campeaba en ese idealismo socialista, en donde Ingenieros aseguraba que las “letras están en decadencia” y que el “mercantilismo industrial” reflejaba “la corrupción que caracteriza los estertores agónicos de la burguesía” (Ingenieros, [1895] 1979: 167), contraponía lo bueno, bello y justo de su causa frente a lo malo, degenerado e injusto de sus adversarios de clase. Sin embargo, esas generalidades debían situarse en las condiciones locales de Argentina. Algunos años después se explayó en una serie de textos en La Montaña titulada “Los reptiles burgueses”. Con una retórica por momentos escatológica, el joven socialista denostaba a las elites locales: a los religiosos, a los “moralistas burgueses”, a los intelectuales y a los políticos, ubicando a estos últimos en un marco de “degeneración aprobatoria” ya que en las cámaras legislativas se congregaban “los burgueses más mediocres”[6]. Pero antes que una indignación moral como la de Saldías o González, Ingenieros buscaba escandalizar y ganar visibilidad. Y al hacerlo en los términos que signaron la crítica política y social de la década de 1890 demuestra su inmersión en la sensibilidad fin-de-siglo. Según Bunge, esto era parte de su personalidad: “No había, por lo tanto, siempre contradicción entre los rasgos funambulescos de Ingenieros y la seriedad fundamental de su modo de ser (…) era a la vez profundo y superficial, serio y frívolo…”[7] El registro agudo exhibido por La Montaña y esa “dimensión ético-redentorista” de Ingenieros contrastaban con el más sobrio predominante en el PS y, en particular, en La Vanguardia, donde su director Justo enfatizaba el carácter racional de un socialismo como el “advenimiento de la ciencia a la política” (Tarcus, 2013: 415-420). Si bien el mismo Ingenieros se encontraba imbuido de estas concepciones, su denuncialismo altisonante y su idealismo le aportaban un tono particular.
En su primera obra, en “Los reptiles burgueses”, en su folleto antimilitarista La mentira patriótica, el militarismo y la guerra (1898) –que le valió cierto reconocimiento en los círculos socialistas de Chile[8]– o en sus reseñas científicas y literarias, las influencias siempre iban más allá del socialismo segundointernacionalista o del marxismo. Una trama ecléctica en la que, además de los criminólogos positivistas italianos cercanos al socialismo (Enrico Ferri, Cesare Lombroso, Napoleone Colajanni, Scipio Sighele), merecen destacarse el socialista francés Benoît Malon, el médico y periodista judío austrohúngaro Max Nordau, corresponsal en París del Neue Freie Presse, y el abogado y sociólogo italiano liberal Guglielmo Ferrero. Podrían mencionarse otras influencias, de los planteos de Durkheim en La división del trabajo social a la crítica social de Ibsen, los planteos económicos de Achille Loria o la obra de León Tolstoi.
El influjo de Malon y su ecuménico “socialismo integral” es conocido, ya que el padre de Ingenieros, Salvatore, había trabado amistad con aquel durante su exilio italiano luego de la Comuna de París (Tarcus, 2013: 244-245). Para el joven estudiante, Malon no sólo era “uno de los más modestos y más meritorios propagandistas del socialismo científico” (Ingenieros, [1895] 1979: 126), del que citaba su Histoire du socialisme (1879), sino que llegó casi a transcribir fragmentos textuales de su Socialisme integral (1890). En la última década del siglo Malon constituía un faro como fundador de la Revue Socialiste de París, un ámbito que pretendía congregar los dispersos grupos socialistas franceses. La revista había publicado un capítulo del libro en donde planteaba al socialismo como punto de llegada de la “ética moderna”. Diferenciándose de la “moral religiosa”, que dejaba de lado las desigualdades del capitalismo, Malon postulaba el horizonte crepuscular de un cambio de época que Ingenieros parafraseó en ¿Qué es el socialismo? (“Crisis universal”):
“La creciente importancia de las cuestiones sociales es el hecho capital de este fin de siglo.
“La política, la economía, la moral y todas las demás formas del organismo social revelan un estado de agitación febril sintomático de una crisis regenerativa.” (Malon, 1890: contratapa, traducción propia).
El valor de la solidaridad socialista y la creencia en el fin inminente de la sociedad burguesa constituían pilares del planteo organicista de Malon que Ingenieros visitará en buena parte de sus textos[9], aunque el francés negaba la noción de “lucha por la vida” que el argentino tomara de la medicina positivista[10].
Diferente era la recepción de Nordau, en sus antípodas ideológicas, pero cuyo planteo pseudocientífico y su pesimista crítica sociocultural de la sociedad burguesa –en Las mentiras convencionales de nuestra civilización (1883) y Degeneración (1892) (Mosse, 1968)– abrevaba en algunos de los argumentos de Ingenieros sobre su crisis terminal. El darwinismo y el evolucionismo de reminiscencias médico-clínicas eran ya parte del utillaje conceptual de Ingenieros, pero el término de moda “degeneración” provisto por Nordau se convirtió en un arma de crítica social que aquel aplicó, por ejemplo, a los “caudillejos políticos” argentinos[11] y especialmente al militarismo. La “moral del soldado”, impuesta por el auge de aquel en esos años (el conflicto limítrofe entre Argentina y Chile o las guerras coloniales de las potencias europeas y Estados Unidos) era lo opuesto “de la Ciencia, de la Libertad, de la Justicia, de la Humanidad” a que conducía “la ley suprema de la vida” y la “solidaridad orgánica”. Era la “negación del ideal del hombre” a causa de la “degeneración producida por la vida parasitaria”, algo que se agudizaba “en estos países jóvenes, cuya inmoralidad política es proverbial” (Ingenieros, 1898: 43-47, 84 y 88)[12]. Nordau aportaba además –con sus Mentiras convencionales– un motivo para pensar al patriotismo como un engaño más de la burguesía. Para Ingenieros se estaba operando más bien una internacionalización de todos los procesos, desde la economía capitalista hasta la ciencia y el arte pasando por el socialismo, una nueva “patria universal” (Ingenieros, 1898: 19 y 23-27). La degeneración burguesa parecía tener su contraparte necesaria en la regeneración socialista.
Tempranamente, al remitirle ¿Qué es el socialismo? a Adolfo Vázquez Gómez, republicano y masón español director de El Intransigente de Montevideo, Ingenieros se había presentado como un “modesto luchador que, impulsado solamente por la conciencia del deber, contribuye a la gran obra de la redención social.”[13] Pero algunos años después alguien como Ferrero (nacido en 1871), académico italiano que colaborara con su suegro Lombroso sobre criminología y conocido por su antimilitarismo, representaba un ejemplo más cercano al talante asumido por el joven médico. El autor de Il militarismo (1897) escribía en la revista La Vita Internazionale de Milán, publicación que el argentino seguía de cerca y nucleaba a distintos intelectuales inconformistas (Colajanni, Lombroso, Loria, Ferri, Sighele y el líder socialista Filippo Turati, entre otros) que criticaban la política nacional y europea en pos de un amplio proceso de regeneración (Gentile, 2003)[14]. Si bien Ingenieros conocía su obra desde 1894, la primera mención la hizo en 1897 por una conferencia de Ferrero sobre “La Paz y la Guerra” (“verdadero acontecimiento intelectual”) auspiciada por la Liga Internacional por la Paz[15].
El autor de ¿Qué es el socialismo? se había identificado en sus primeras intervenciones con la figura del “proletariado intelectual”, al que le dedicara una parte importante del folleto analizando las penurias de los jóvenes hombres de letras en una sociedad capitalista, con una misión en la “agitación redentora” (Ingenieros, [1895] 1979: 164) (Falcón, [1985] 2011: 182-183). Ya para los últimos años de la década de 1890 Ingenieros veía en Ferrero al académico políticamente comprometido y autor de renombre como modelo más ajustado a sus inquietudes por integrarse a las elites intelectuales. Y si bien en su Cuestión argentino-chilena sólo lo menciona por las causas económicas de la guerra, en 1899 elaboró para La Vanguardia un perfil enfatizando su “brillante posición intelectual conquistada (…) muchas y luminosas esperanzas podían formularse ante esas pruebas reveladoras de una intelectualidad superior.” Más importante aún, caracterizaba al autor de L’Europa Giovane como uno de los intelectuales jóvenes que, en medio de la “confusión de conciencias”, miraba hacia el porvenir de “una próxima regeneración política y social”[16].
El pensador perteneciente a una minoría con una misión en la transformación de la sociedad desde la crítica social interpelaba directamente al militante socialista justo cuando comenzaban a flaquear sus convicciones partidarias, pero no las causas que defendía. El hecho de que tanto Ferrero como Ingenieros se vieran movilizados por el affaire Dreyfus, entendido como evidencia de una crisis civilizatoria en el cambio de siglo y que jugó un papel central en la autodefinición de los intelectuales, reforzaba el carácter redentorista de los que se consideraban luchadores por la verdad y la justicia. En ese mismo año Ingenieros había participado en Buenos Aires en un mitin a favor del capitán francés luego de una nueva condena y se encargó de justificar, en carta a uno de los organizadores, su adhesión desde un punto humanista:
“…el asunto Dreyfus no es más que el pretexto con que se disfraza en la actualidad la gran lucha empeñada entre los partidarios del estacionamiento de las sociedades humanas en su actual momento de evolución social, y los que creen en su incesante movimiento evolutivo hacia una civilización cada vez más desarrollada (…) determinada por razones materiales del desarrollo del ambiente económico-social. En el asunto Dreyfus se han puesto en lucha todas las fuerzas de la ‘reacción’ contra todas las fuerzas del ‘progreso’.”[17]
Dentro de esa disyuntiva Ingenieros se ubicó en el mismo bando de un Ferrero que –en Il Militarismo y publicaciones como Vita Internazionale– la interpretó como “crisis espiritual”, producto de la “degeneración” de la sociedad francesa que contagiaba a toda Europa con su nacionalismo beligerante, su antisemitismo y su renovado catolicismo, frente a los valores heredados de la Revolución Francesa: solidaridad, tolerancia religiosa, libertad intelectual, democracia política (Gentile, 2003: 16-18). Para Ingenieros la cuestión era parte de una inflexión a nivel mundial que, por supuesto, llegaba a la Argentina.
El regeneracionismo socialista
En el aporte de Ingenieros a la variante socialista de ese fenómeno más amplio del regeneracionismo finisecular debe insistirse en la precocidad de su voluntad de erigirse en un vocero destacado desde de ese nuevo espacio político-partidario que fue el PS y en su capacidad para ganarse un lugar –todavía marginal, pero no despreciable– entre las elites intelectuales argentinas de 1890. No obstante, de todo ello no cabe inferir una gran originalidad en las formulaciones de Ingenieros, sino más bien su inmersión en ámbitos político-intelectuales en donde diversas influencias se cruzaban y a las que conjugó de acuerdo con sus intereses y convicciones de juventud.
Algunos de los motivos, terminología y, sobre todo, el tono impreso a sus intervenciones no necesariamente terminaron siendo el registro dominante dentro del PS. Pero esos tópicos y el lenguaje en el que se expresaron ya estaban extendidos para mediados de esa década, en especial en la retórica idealista que daba cuenta de los fines de emancipación social del socialismo segundointernacionalista en sus años iniciales (Angenot, 1993). En el caso argentino eso implicaba, al calor de la crisis, críticas a las otras variantes regeneracionistas “burguesas” que circularon profusamente en el fin-de-siglo, al sustentar valores y objetivos alejados de los socialistas o que éstos consideraban poco sinceros o palabrerío moralista.
El periodismo militante que precedió a la organización del PS ejemplifica bien esa etapa temprana de la que se nutrieron Ingenieros y otros referentes partidarios, mientras que la fecha simbólica del 1º de Mayo, como Día Internacional de los Trabajadores, sintetizaba un mensaje redentorista que se fue actualizando año a año (Tarcus, 2013: 129-329). Para su tercer aniversario, el periódico El Obrero –dirigido en su segunda etapa por el zapatero Gustavo Nohke y el tipógrafo Esteban Jiménez– debatía con sus competidores anarquistas el sentido asignado a la fecha a partir de sus diferentes tácticas (partidaria o anti-organizadora). Pero entendían que estaba claro el “el mismo fin regenerador”: “la redención de la clase trabajadora”[18].
Para el año siguiente, con la aparición de La Vanguardia comenzaron a circular nuevas referencias, filiadas en el espíritu del autodefinido “periódico socialista científico”, en un formato de pequeñas citas de autores-faro. Podía leerse a un economista trillado por Ingenieros como Loria en un artículo sintomáticamente titulado “La degeneración burguesa y la regeneración obrera”. Según éste el etapismo evolutivo de las sociedades bajo el capitalismo conducía a “la descomposición de la forma social y política actual”, en un proceso de “decadencia fatal” frente a un proletariado que “gana cada día capacidad intelectual y en moralidad”[19]. Al idealismo emancipador del socialismo se le aditaba –en vez de oponérsele– un cientificismo que pensaba a la sociedad como un cuerpo con vida propia y que gozaba de prestigio más allá de ese espacio político.
De todas formas, ese lenguaje que nutrió al regeneracionismo de izquierdas finisecular nunca abandonó el fondo de una prédica trascendente que le precedía desde el socialismo romántico de la primera mitad del siglo y que lo postulara sucesor de las promesas emancipatorias de la Revolución Francesa. El perfil de un exponente paradigmático de esa corriente como Pierre Leroux, elaborado por Georges Renard y traducido de la prestigiosa Revue Socialiste, muestra la pervivencia de una influencia fundamental para la utopía socialista. En obvia sintonía con la obra de Malon, su sucesor Renard destacaba la creación de la palabra “socialismo” por Leroux y su “filosofía integral” antes de la consolidación del movimiento:
“…en su época el socialismo era una lejana utopía. Desde entonces se ha desarrollado, se ha hecho más preciso, más científico. Pero porque estemos más adelantados que lo que él pudo estar, no podemos desconocer el inestimable valor de sus trabajos. Saludemos, sin hacerlas nuestras, las teorías vagas y románticas, pero siempre generosas, de los primores obreros, poetas y apóstoles de la regeneración social.”[20]
No hace falta reiterar el influjo de estos autores y de la revista en el joven Ingenieros, pero sí se puede insistir en la importancia de la circulación, recepción y reformulación de estas ideas regeneracionistas a ambos lados del Atlántico, así como la misión de “apostolado” de la que se imbuyeron los primeros intelectuales-dirigentes del PS argentino. Éstos podían ser sus principales enunciadores, pero entre sus destinatarios había no pocos obreros que nutrieron las primeras filas de un partido pequeño. La crisis económica había afectado al mundo del trabajo porteño por el aumento de la desocupación y la baja de los salarios reales, generando un malestar que derivó a un ciclo de huelgas –no masivas pero sí ruidosas– que entre 1894 y 1896 acompañó la formación del PS y la primera militancia de Ingenieros. El mensaje contestatario de estos sectores movilizados y de la prensa de izquierdas no dejó de señalar en sus diagnósticos de la “crisis de progreso” la persistencia del caudillismo y la corrupción, el rol del capital internacional y la consolidación de una oligarquía en el gobierno, destacándose los motivos de contenido moral por la situación para los trabajadores (Suriano, 2003).
Ese fue el escenario en el que Ingenieros escribió su folleto centrado en la “cuestión social”, dirigido a sus colegas universitarios, en donde aseguraba que en las huelgas “los obreros se hallan en mutuo contacto” y allí podían germinar las doctrinas “regeneradoras del organismo social” (Ingenieros, [1895] 1979: 150). Contexto en el que el socialismo partidario se fue integrando en la disputa política de una República oligárquica todavía convulsionada. En gran medida, el debate público contaba ya con la carga de un conjunto de premisas compartidas por las distintas fuerzas actuantes que hablaban un lenguaje político tamizado por la crisis y la emergencia de una ruidosa oposición, con apoyos populares nada desdeñables. Justamente cuando el PS terminaba de organizarse, el radicalismo comenzaba a perder fuerza ante el reacomodamiento de las elites gobernantes y sus propias disputas internas. Elites que habían comenzado a incorporar consignas regeneracionistas que hasta entonces habían estado casi monopolizadas por una UCR que había hecho de la “regeneración moral de la política” argentina y la “regeneración de la nación” banderas que congregaron apoyos amplios e ideológicamente heterogéneos (Reyes, 2022b).
Por ese motivo los socialistas identificaron rápidamente al radicalismo, así como responsabilizaban a la oligarquía gobernante de los males del país, como un adversario al que disputarle sus bases. El vocero periodístico radical –dirigido por Saldías– puso foco en el naciente socialismo partidario, denostándolo como una “planta exótica” que no tenía razón de ser en un país progresista como Argentina y que, “partiendo de un ideal de organización perfecta (…) degenera[ba] en el anarquismo”[21]. Desde La Vanguardia, los socialistas comenzaron a disputar esa consigna fundamental de la regeneración pero imantada por los valores de la emancipación social, explicando que los trabajadores que abrigaban “la esperanza de un porvenir mejor” nada podían esperar de “un partido que pretende regenerar el país y hacer la felicidad de los que le habitan, mediante una administración honrada de la cosa pública.” Como en otras latitudes, el socialismo no sería algo injertado artificialmente sino producto de “todas las crisis morales y sociales”[22], como la sufrida por Argentina. Con la muerte del popular líder del radicalismo, Leandro Alem, desde el PS se insistía en que el declive de la UCR tenía que ver con lo vacío de su mensaje (“fraseología decorativa y sentimental”) ante los problemas de la sociedad y se auguraba que “la mayor parte de la juventud de esta Metrópoli” abandonaría sus filas para pasarse a las del socialismo[23], tarea en la que estaba comprometido el CSU.
Los socialistas, todavía una fuerza con escasa presencia pública, confiaban en la superioridad que supuestamente les aportaba su apego a una “política positiva” traducida en un programa detallado que contemplaba múltiples aspectos de esa realidad crítica, ya que “[c]ada día se hace más insostenible la situación del país”, como plasmaba el PS en uno de sus primeros manifiestos. Eran todas las fuerzas de origen “burgués” las impugnadas: “Los partidos actuales, cuyos programas, si los tienen, se reducen a palabras –no teniendo en cuenta las necesidades y los intereses de la clase trabajadora– están incapacitados para regenerar el país (…) Toca a nuestro Partido emprender la lucha, para cambiar este vergonzoso estado de cosas.”[24]. Como se advierte, era casi inevitable para Ingenieros y sus correligionarios tocar algunas de las notas claves de un debate político instalado previamente. Otra muestra de esa creciente asimilación del PS a las disputas locales, pero sin perder los fundamentos de un regeneracionismo centrado en la “cuestión social”, fue la desconfianza frente a las iniciativas reformistas del segundo gobierno de Julio Roca hacia el 1900. Contando en su Programa Mínimo algunos puntos referidos al ámbito de la justicia (tribunales laborales, juicios por jurados), Antonino Piñero desechó el mensaje de Roca y de su ministro Osvaldo Magnasco en el Congreso:
“Esta regeneración, como cualquier otra, no puede iniciarse y llevarse a cabo con éxito completo sino por hombres sanos (…) La burguesía criolla sufre hoy con la mala justicia las consecuencias de su desidia y de su abandono de la vida pública, ella es también hoy perfectamente incapaz por su achatamiento moral e intelectual de llevar a cabo la regeneración deseada.”[25]
El hecho de que poco después un regeneracionista de gobierno como González promoviera reformas centradas en la “cuestión social” en su proyecto de Código de Trabajo y sumara la colaboración de intelectuales socialistas demuestra que en el cambio de siglo los regeneracionistas con diferencias ideológicas podían llegar a ciertos acuerdos básicos (Zimmermann, 1995). Pero esas coincidencias tenían recorridos previos que explican buena parte de las premisas compartidas respecto de una realidad considerada maleable por parte de los hombres de ideas optimistas sobre del futuro del país.
Derivas de un fenómeno arborescente
En los apartados precedentes se analizó la etapa formativa de Ingenieros a partir de las influencias que nutrieron buena parte de sus ideas socialistas, pero también su actitud regeneracionista en una década signada por los planteos de este tipo, entre los que los provenientes desde las izquierdas eran minoritarios. Sin embargo, el lenguaje político que hablaba y difundía el futuro autor de El hombre mediocre estuvo cruzado por un conjunto de premisas y términos claves más ampliamente compartido, con la singularidad de su referencia a una cultura socialista internacional, una cultura científica de corte positivista muy extendida y hasta de lecturas provenientes de la literatura social que otorgaron notas distintivas a su prédica en pos de la “redención del proletariado”.
Su politización a inicios de la década de 1890 como estudiante inquieto –además de un compromiso familiar con las ideas de izquierdas– lo volvió permeable, por un lado, a una prédica denuncialista de la “decadencia” y la “degeneración” de las elites y, por otro lado, a un imaginario redentorista que ubicaba a la idea de “regeneración” en el centro del debate público de esos años. Su figura de joven pero altisonante intelectual-dirigente en los años organizativos del PS da cuenta, junto a otras voces, de cómo el naciente socialismo argentino reformuló un registro y un lenguaje para propagar su propuesta política que contenía una versión particular de ese regeneracionismo transversal a pertenencias partidarias e ideologías. En efecto, este fenómeno arborescente del fin-de-siglo se trataba más de una sensibilidad y de una reacción a una situación crítica que una propuesta política concreta, de allí su indeterminación ideológica y también la importancia de los intelectuales para formular imaginarios e ideales.
Sin ser el registro dominante en el PS –que enfatizaba en su “política científica” y en un detallado programa de reformas–, el estilo del joven Ingenieros se focalizó mucho más en elaborar grandes diagnósticos críticos y en prefigurar los horizontes futuros de emancipación social. Al producirse su salida del partido en los primeros años del 1900, llevó a cabo una inflexión en la que se quebraron varias de sus convicciones maximalistas. En carta a Repetto, Ingenieros reconocía la pérdida de confianza en el actor social que los socialistas ubicaban como sujeto de la historia y la crisis espiritual que lo condujo a esas conclusiones: “He atravesado momentos dolorosos, en épocas de crisis en la vida del partido socialista, permaneciendo confiadamente en las filas de la masa proletaria (…) me sostenía una fuerza inmensa, única, la fe…” Dejaba de ser un creyente en el carácter trascendente de la “causa”, pero no un intelectual socialista –tal como se autoconcebía–, debido al “momento psicológico por que atraviesa mi espíritu de socialista; lentamente invadido de un escepticismo que es la resultante de la disección serena y objetiva del socialismo”[26].
Para entonces Ingenieros afirmaba adherir –en su escrito producto de la colaboración con González– al sistema de “reforma progresiva” de lo que consideraba un “socialismo de Estado”. Más mesurado en su estilo y afirmado entre la intelectualidad argentina y latinoamericana, volvió recurrentemente sobre los ideales regeneracionistas en etapas posteriores de su trayectoria al modularlos con coyunturas específicas. Por ejemplo, en su viaje a Europa de mediados de la década de 1900, destacó en una de sus crónicas los avances del socialismo en Francia pero como parte de una coalición reformista de izquierdas: “Cuando los socialistas llegan a ser gobierno tienen que ser como todos los gobiernos: ‘to be or not to be’’, en otras palabras, “[c]uando los regeneradores llegan al poder tienen que obrar”[27]. Siempre preocupado por los procesos de alcance internacional, su consolidación como referente intelectual en tiempo de los Centenarios de la Independencia lo llevó a valorar e incorporar antecedentes de su pensamiento progresista (más abarcativo que el socialismo de juventud) con raíces rioplatenses en una clave “nacional”. En una intervención en el Instituto Popular de Conferencias en 1915, como Saldías, exaltó como próceres a la Generación de 1837: “Alberdi, predicando la regeneración argentina por el trabajo; Sarmiento, predicando la regeneración argentina por la cultura.” (Ingenieros, [1915] 2013: 495).
Esta domesticación de las ideas de Ingenieros implicó un corrimiento del pensamiento socialista, al aggiornarse a tendencias mucho más extendidas entre las elites político-intelectuales en el cénit del momento regeneracionista en Argentina con la llegada del radicalismo al poder. Pero esto no quiere decir que dejara de influenciar al campo de las izquierdas del que se sentía parte. De allí que otras expresiones del regeneracionismo socialista de la década de 1910 revelen una cercanía o una recepción de las posiciones de Ingenieros respecto de un gran cambio social en el porvenir.
Un caso patente es el de Augusto Bunge, intelectual que integró la conducción del PS hasta la década de 1920. Habiendo evidenciado un regeneracionismo comprometido con reformas concretas (lo que explica su colaboración con González y sus proyectos de ley sobre seguros laborales y educación pública), conjugaba la misión “palingenésica” del socialismo con las “funciones sociales del Estado” para implementarlas. Aseguraba por ello en 1910 –en un informe de sus observaciones en Europa para el gobierno argentino– que era necesario canalizar un proceso de “perfeccionamiento progresivo” que culminara la “obra de regeneración” de la humanidad, para años después adherir a la Revolución Rusa y entender que ese era el verdadero laboratorio de “regeneración de la humanidad” (Reyes, 2021). Otro caso, cercano a Ingenieros en otro sentido, es el de la revista socialista Humanidad Nueva, órgano de discusión teórica filiado al PS y al Ateneo Popular, en el que descollaba Alicia Moreau. Para ella el componente moral del socialismo se proponía como síntesis entre ciencia y religión, en donde cuestiones como la higiene y la educación públicas (sobre todo de los niños) se pensaban como pilares de la “regeneración social” promovida por el socialismo. Mientras que otras plumas de la revista de mediados de esa década de 1910, el profesor de Filosofía en la Universidad de La Plata Juan Chiabra y la maestra normal Raquel Camaña, seguían directamente las ideas de Ingenieros (por entonces editor de la Revista de Filosofía) respecto del ideal de perfectibilidad humana (Parot Varela, 2021).
Conclusiones
Estas posibles derivas de las ideas de Ingenieros a inicios del siglo XX, así como de otras afines intelectual y políticamente, demuestran la gravitación que había adquirido en esos ámbitos, pese o gracias a sus sucesivos giros disciplinares y políticos. El regeneracionismo de izquierdas de la década de 1910 ya no representaba una reacción a la crisis, aunque sus motivos y lenguaje derivaban en gran medida del fin-de-siglo. Para entonces, esas ideas de regeneración social que pretendían acompañar los avances de la emancipación de la humanidad y la civilización occidental ya se habían integrado a un horizonte más ampliamente compartido sobre el progreso en Argentina, país que celebraba sus Centenarios mientras desde la izquierda se denunciaban las deudas.
El proceso de democratización a nivel local y los cimbronazos a escala internacional producto de la Gran Guerra y la Revolución Rusa influyeron de forma sensible en ese regeneracionismo de izquierdas, como lo vivió el propio Ingenieros en esos “tiempos nuevos”. Durante la conflagración mundial y con la posguerra las propuestas de “regeneración nacional” avanzaron de forma decidida desde la derecha del espectro político (Fuentes, 2018); en tanto el reavivamiento de la utopía emancipadora centrada en el proletariado que encarnaba la Revolución Rusa –luego del colapso de la Segunda Internacional– dio nuevos ímpetus a las ideas de regeneración de la humanidad incluso entre los socialistas que no siguieron la vía del comunismo (Traverso, 2022). En Argentina sobrevivió un regeneracionismo de ese signo que propugnaba por reformas antes que por una revolución violenta.
De acuerdo con lo analizado en este trabajo sobre la trayectoria temprana de Ingenieros, es posible reconstruir las trazas de una variante de izquierda –socialista pero nutrida por diversas influencias– del fenómeno transnacional del regeneracionismo que cobró fuerza como reacción a la crisis experimentada en la década de 1890 en Argentina, de forma contemporánea a otros países. Las ideas expresadas por el joven intelectual, con una corta pero activa militancia en el PS, en pos de una regeneración social, contracara de la supuesta decadencia y degeneración de la sociedad burguesa, permiten ampliar y complejizar el arco de las propuestas regeneracionistas en ese cambio de siglo. Esta constatación cuestiona lo planteado por autores pioneros, como Botana, para quien regeneracionismo y reformismo eran dos corrientes y hasta sensibilidades diferenciadas y opuestas, por mirar al pasado la primera o al futuro la segunda, algo que aquí se abordó desde otra perspectiva para el socialismo. Pero también se diferencia del clásico de Zimmermann, quien sustenta una visión más ecuménica y difusa sobre las demandas de regeneración con eje en los “liberales reformistas” (como González) y en algunos intelectuales socialistas (como Ingenieros y Bunge), pero sólo en su faceta de colaboradores de las elites gobernantes, no en la autonomía de sus posiciones en la izquierda del espectro político de la República oligárquica.
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Recibido: 17/03/2024
Evaluado: 10/05/2024
Versión Final: 13/05/2024
páginas / año 17 – n° 45/ ISSN 1851-992X /2025
[1] El autor agradece la atenta lectura previa del trabajo efectuada por Natacha Bacolla y las sugerencias de los evaluadores anónimos.
[2] R. Falcón también postuló en su trabajo sobre Ingenieros y los intelectuales –en deuda con la obra de Terán– su pertenencia a una “generación del 90” compuesta por un conjunto de jóvenes que, movilizados por la crisis, se desencantaron de las “fuerzas burguesas” como la UCR y se aproximaron a las ideas socialistas y anarquistas (Falcón, [1985] 2011: 178).
[3] La correspondencia de Ingenieros contiene buena parte de un intercambio que incluía el envío de trabajos a su mentor, como Dos páginas de psiquiatría criminal. J. M. Ramos Mejía a Ingenieros, 23/05/1900, Fondo José Ingenieros (FJI), CeDinCi, FA-021-A-6-1-1805.
[4] Sobre estas etapas se destacan las biografías de Bagú (1953) y Plotkin (2021), aunque ésta se concentra en sus saberes especializados antes que en su militancia socialista, trabajada por Terán (1979) y Tarcus (2009/2011 y 2013).
[5] Sobre la recepción de estas crisis en la prensa y la opinión pública de Buenos Aires, ver el dossier coordinado por Bergel y Albornoz (2021).
[6] José Ingenieros, “Los padres de la patria”, La Montaña, 15/08/1897.
[7] Augusto Bunge, “Ingenieros, niño grande”, Nosotros, nº 199, 1925, pp. 487-488.
[8] Francisco Garfias Merino a José Ingenieros, 14/03/1898, AJI, CeDinCi, FA-021-A-6-1-898.
[9] En una refutación de Paul Groussac Ingenieros se basó en otro texto de Malon (Exposé des écoles socialistes françaises, 1872). José Ingenieros, “Pablo Groussac y el socialismo”, La Montaña, 15/06/1897.
[10] Sobre el socialismo moral de Malon y el grupo de la Revue Socialiste como espacio articulador, cfr. Wright (2017: 101-130 y passim); acerca del evolucionismo cientificista de Malon y su utópica “regeneración de la humanidad”, ver Angenot (1993, passim).
[11] José Ingenieros, “Los padres de la patria”, La Montaña, 15/08/1897.
[12] Ingenieros seguía la obra de Nordau también a través de comentaristas (“Letras italianas”, El Mercurio de América, marzo/abril, 1899).
[13] José Ingenieros a Adolfo Vázquez Gómez, 31/10/1895, cit. en: Bagú (1953: 20).
[14] Ingenieros comentó distintos artículos y encuestas (como la dedicada al militarismo) aparecidas en la publicación italiana (“El Arte y la Paz Internacional”, La Vanguardia, 22/10/1898; “Por la Paz Internacional”, El Mercurio de América, septiembre-octubre, 1899; “La guerra y el militarismo. Una ‘enquête’”, La Vanguardia, 19/09/1899).
[15] “Movimiento socialista”, La Montaña, 15/04/1897.
[16] José Ingenieros, “Guillermo Ferrero”, La Vanguardia, 11/03/1899; también “Letras italianas”, El Mercurio de América, marzo-abril 1899.
[17] José Ingenieros, “La significación del meeting”, La Vanguardia, 23/09/1899.
[18] “Nuestro partido en el 1º de Mayo”, El Obrero, 23/04/1893.
[19] A. Loria, “La degeneración burguesa y la regeneración obrera”, La Vanguardia, 02/06/1894.
[20] “Pierre Leroux”, La Vanguardia, 23/05/1896.
[21] “Socialismo. De Platón a Ravachol”, El Argentino, 02/07/1894.
[22] “La planta exótica del socialismo”, La Vanguardia, 09/06/1894.
[23] “Muerte del radicalismo”, La Vanguardia, 11/07/1896.
[24] “Partido Socialista Obrero”, La Vanguardia, 24/08/1895.
[25] Forward (Antonino Piñero), “La reforma judicial”, La Vanguardia, 20/05/1899.
[26] José Ingenieros a Nicolás Repetto, 23/01/1902, AJI, CeDinCi, FA-021-A-6-2-45.
[27] José Ingenieros, “Un día de elecciones en París”, La Nación, 22/05/1906, en: Fernández (2009: 255 y 260).